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PDB 61 Asistencia legal (II)




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Compendio III


Antes de empezar, debo decir que ando caliente.

Sé que, para este tipo de páginas, que un tipo como yo lo diga viene sin cuidado, pero me he dado cuenta de que cuando me estreso, me pongo más cachondo todavía.

Estos días se sienten como una locura constante. Con la fecha de parto de mi ruiseñor a la vuelta de la esquina, no puedo quitarme esta preocupación constante por ella. Estoy al pie del cañón, preguntándome si estará bien, si necesitará algo…

La idea de dejarla sola por mucho tiempo me incomoda. Mi ruiseñor dice que me relaje, que me tome un tiempo para mí, pero no puedo. ¿Cómo podría? Es mi mujer, mi ruiseñor, mi mejor amiga. Aunque todavía lleva todo con su gracia habitual, no puedo evitar esa sensación que debería estar haciendo incluso más.

Y lo que es peor, es que ya lo estoy haciendo. Aunque no lo reconozca ella, Marisol me ayudaba mucho con nuestra rutina familiar, pero debido a su embarazo, me hecho cargo de sus responsabilidades y me falta tiempo para mantenerme al día.

Cada mañana, debo encargarme de llevar a las niñas a la escuela, puesto que estudian en la misma academia donde Marisol trabaja. Las gemelas, por suerte, han sido más tolerantes, pero en lo que respecta a nuestra pequeña Alicia, le ha dado con que cada mañana la lleve a su sala de clases, con las miradas de Bonnie y de Melissa juzgando cada uno de mis pasos. Esto no sería problema si no fuera porque llevo también a Bastián a cuestas, puesto que es imposible dejarlo solo en la camioneta. Nuestro hijo en común con Sonia ha resultado tan curioso como yo a su edad, por lo que es riesgoso incluso dejarlo sin las llaves.

Después de las niñas, debo llevar a Bastián en una carrera loca a la escuela, a la cual, apenas y no llegamos atrasado producto del tráfico.

Y por supuesto, las chicas siguen siendo una tentación…

Con la primavera, ha hecho más calor y, por ende, la ropa se ha puesto más ligera. El lunes recién pasado tuvieron la maravillosa idea de intercambiar prendas de vestir.

Isabella me esperaba con una camiseta de tirantes hecha de algodón, prestada por Emma. La tela se ceñía a su busto, denotando sus voluptuosas curvas y dejando en claro lo mucho que tiene que ofrecer.

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Emma, por su parte, llevaba una sudadera sin mangas, adornada por una preciosa cadena de Isabella, cuya joya reposaba en el nacimiento del canalillo de esos maravillosos montículos.

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Y Aisha, para no ser menos, llevaba un top revelador que relucía su apetitoso escote color chocolate, cuya sola visión me hacía salivar.

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Las 3 me rodearon, con Izzie diciendo que están jugando entre ellas, esperando a que la situación con Marisol mejore. Les dije que no paraba de pensar en ellas, a lo que Aisha respondió diciéndome que estaban esperando ansiosamente por mí, agarrándome del brazo para ubicarlo entre esos enormes melones de chocolate…

Sin embargo, a pesar de la tentación de las chicas, mi ansiedad me hace volver a mi hogar. Trato de limpiar un poco la casa, pero ya no es lo mismo a como cuando Marisol me ayudaba. Mientras preparo el almuerzo para mi amada y mis niñas, trato de avanzar con mi trabajo para la compañía.

En esos momentos, las fuerzas a veces me flaquean, porque pareciera que hago 3 trabajos: papá, dueño de casa y ejecutivo de una minera. Me siento cansado, pero me animo diciéndome que vale la pena por las niñas y por Marisol.

El único alivio a mi estrés llega por las tardes. Para Cheryl, los últimos meses han sido excepcionales. Me pego un polvo al día con ella, cumpliendo en cierta forma el anhelo que tuve cuando la conocí por primera vez. Sobra decir que está “muy contenta y satisfecha” de ayudar a mi ruiseñor con su favor.

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Pero una vez que las lecciones de mi cachorro culminan, lo voy a dejar a su casa y recojo a las niñas de la academia, para almorzar en casa todos juntos.

Por las tardes, las niñas hacen sus tareas o ven televisión, mientras que yo trabajo acostado junto a mi ruiseñor, quien ahora se agota con gran facilidad y se siente culpable por no poder ayudar más. Ha hecho tanto por mí y fui yo el que insistió porque nos embarazásemos de nuevo, así que le digo que la amo y que no me preocupa hacerlo por nosotros.

Para el atardecer, preparo la cena. Una vez que las niñas han comido, es hora de cuentos para dormir para nuestras hijas. Gracias a Marisol, incluso Karen se une a nosotros, escuchándonos por teléfono. Pero una vez que me retiro al dormitorio, colapso en la cama al lado de mi amada, completamente agotado, pero feliz. Le amo a ella y a mis hijas e hijo y todo sacrificio por ellos vale la pena.

Pero a los 2 días de visitar a Brenda (es decir, el miércoles de la semana pasada), recibí una llamada.

-¿Aló?

•¿Marco? – preguntó una dulce voz que no escuchaba en años. -Soy Sarah. Tu antigua vecina.

En esos momentos, me quedé callado, puesto que tuve uno de esos episodios donde resumes los últimos 4 años de tu vida y recuerdas cómo te fuiste cobardemente del departamento de un día para otro, sin avisarle a nadie.

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Fue un periodo bizarro, puesto que el destierro al que nos impuso Maddie era injusto y teníamos que resignarnos a dejar esa vida y adaptarnos a la nueva. El cambio me causó una depresión y corté todos los contactos con los vecinos del departamento, incluyendo (o especialmente) a Sarah, con quien ya estaba involucrado sentimentalmente.

Por eso, cuando volví al presente…

-¡Sarah! ¡Lo siento mucho! ¡Pasaron muchas cosas! ¡No quería complicarte la vida con mis problemas!

Su respuesta fue una jocosa risa.

•¡Lo sé! ¡Te mudaste por tu trabajo! – respondió, tratando de mantener un tono neutral.

Aun así, le traté de explicar todo en detalle. De cómo me reubicaron. Cómo no estaba bajo mi control. Sarah escuchó pacientemente y cuando me descargué, exclamó:

•Deberías haberme dicho. Habría peleado por ti. – en un tono consolador.

(You should have told me. I’d have fought for you.)

Cuando me lo dijo, tuve la impresión de que ella lo supo, se enteró o lo investigó por su cuenta.

A lo que me refiero es que Sarah se parece a mí y a Marisol en el sentido que siempre que encontramos un problema que conocemos por nuestro trabajo, lo resolvemos por nuestra cuenta. En el caso de Marisol, ayuda a sus amigas a desarrollar planificaciones de clases o en el mío, cuando ayudaba a Nelson en proyectos en el departamento de planificación.

•Está bien. – me dijo, manteniendo sus emociones al margen. - ¿Por qué me andas buscando?

Traté de ponerme serio.

-Es un asunto legal y eres la única abogada que conozco. Me gustaría que me orientaras. – confesé sinceramente.

•Por supuesto que puedo, soy una profesional. – dijo con confianza. – Pero me gusta entrevistar a mis clientes cara a cara. ¿Tienes tiempo para cenar? Podrías ponerme al día con tu vida y me puedes explicar todo en persona.

La sugerencia me tomó de sorpresa, porque parecía que estaba concertando una cita y por unos segundos, me cuestioné si ella estaba pensando en algo más aparte de asistencia legal…

Pero en vista que no tenía otra opción, acepté.

•Por supuesto. Hagámoslo. Será bueno ponernos al día.

Cuando terminé la llamada, quedé confundido. Marisol me preguntó qué me pasaba y le conté todo. Simplemente sonrió y me dijo que estaba bien…

Que “podía pasar la noche con ella”.

Pero como muchas veces antes, “creí” que esa sería una noche normal…

Ese jueves, escogí un restaurant elegante. Mujeres como Sarah, al igual que Emma y Marisol, merecen ir a lugares con clase. En esta oportunidad, fue un local que mezclaba la elegancia y la discreción. No debieron pasar más allá de 10 minutos cuando la vi llegar.

Decir que ella se veía hermosa es innecesario. Sus cabellos rubios caían en forma de cascada que destacaban con suaves ondas su rostro levemente bronceado. Sus ojos azul claro brillaban con un glamur encantador y cálido, su piel blanca como la leche le daba un brillo etéreo bajo la iluminación del restaurante. Con un toque rosado en torno a sus mejillas, sus labios carnosos y gruesos mostraban una sonrisa recatada y llamativa por su color.

Sin lugar a duda, iba vestida para impresionar. Llevaba un vestido azul marino bastante ceñido que ensalzaba su amplio escote y su cautivante cintura, mientras que su falda mostraba la parte superior de sus muslos torneados.

Pero quizás, lo que más reflejaba su clase era su postura, con su posterior perfecto y redondeado, y sus largas y tonificadas piernas caminando seductoramente hacia mí.

Al verme, su rostro se encendió de una manera sensual, gatuna y coqueta, sugiriendo una velada intrigante.

-Wow, Sarah, te ves despampanante. – Le dije cuando me puse de pie y la besé en la mejilla.

El aroma a su perfume permaneció flotando en el ambiente.

•¡Gracias! – respondió con una sonrisa luminosa, aceptando con cortesía cuando le ayudaba a sentarse - ¡Tú tampoco te ves mal!

Noté que mis palabras y mis halagos la hicieron ruborizar. Nos sentamos frente a frente, en un entorno que más que discreto y alejado del bullicio, se volvía bastante romántico con el baile de la luz de las velas frente a nosotros.

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Mientras le iba contando de Marisol y mis hijas, me fijé cómo ella discretamente estudiaba mi cuerpo, encantada por la forma que mi traje a la medida se ajustaba a mis hombros y mis brazos, agradándole intuir que mi cuerpo estaba mucho más tonificado que antes.

Incluso, no pasó desapercibido cómo me miraba el mentón al hablar, cautivada de una manera misteriosa y seductora por mis palabras.

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A medida que la tarde avanzaba, la conversación fue haciéndose mucho más personal y Sarah se fue soltando de tal manera que me terminó compartiendo detalles íntimos que parecía no haber hablado con nadie más.

Lo más destacable de todo había sido su “nuevo despertar sexual”: tras mi partida, Sarah sintió un vacío en su vida, algo que no se había percatado durante los años de divorcio en donde se sumergió al trabajo.

Intentó salir con algunos compañeros de la firma, clientes y entrenadores del gimnasio al que acudía, pero a pesar de que había disfrutado algunos de los encuentros sexuales, el vacío emocional prevalecía, por lo que luego de unos meses, decidió dejarlo y enfocarse de nuevo en su trabajo.

El mesero nos interrumpió para tomar nuestras ordenes justo en el momento en que sus ojos se enfocaban deliciosamente en mí, buscando mi opinión y la interrupción momentánea en nuestra charla ayudó a Sarah a medir sus palabras.

Durante la cena, noté sus piernas cruzadas firmemente apretadas. Mis comentarios casuales sobre las niñas y el embarazo de Marisol la hacían sonreír, aunque a la vez, le incomodaban. Pero en ningún momento, paramos de mirarnos a los ojos.

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Entonces, llegó el momento para contarle el motivo de nuestra reunión…

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Durante las últimas semanas, Sonia y yo hemos estado investigando infructuosamente a Victor, tratando de descubrir cualquier evidencia de negocios deshonestos.

Aunque nada de lo que hemos descubierto lo incrimina directamente, a Sonia le impresionó el nivel de influencia que Victor maneja. Tiene conexiones a través de la industria que no están para nada relacionadas a su posición de consejero y ha sido muy difícil saber bien qué es lo que trama.

Por otra parte, aunque al principio Emma estaba complicada por cooperar, dada su creciente relación de amistad con Izzie y entendiendo que la caída de Victor cambiaría la vida de manera irreparable, sus amistades en la prensa estaban empezando a descubrir una noticia, algo real, pero nada definitivo, ya que debían revisar las fuentes y seguir rumores. Era lento, pero estaba aclarando la situación.

En cambio, Edith había hecho que Madeleine plantara algunos pedazos de información privilegiada para ver la reacción de Victor, el cual no ha hecho ningún movimiento, lo que significa que está tomándose su tiempo o probando la validez de la información recolectada por Maddie…

O bien, puede ser porque tiene otra cosa en la cabeza, como la misma Maddie nos reveló.

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Imagino que tipos como él no deben tener muchos amigos y no dudó en descargar sus frustraciones y sospechas con Maddie. Le contó que él estaba convencido de la infidelidad de Isabella conmigo.

Me causó gracia que el asunto ya no se tratara de un político corrupto tratando de sacar financiamiento, sino de un cornudo frustrado, tratando de encontrar pistas donde no las había.

De nada le sirvió monitorear el teléfono de Isabella, puesto que hacen meses que no nos mandamos textos, ni mucho menos la llamo por teléfono; con el embarazo de Marisol, la interacción con las chicas ha sido limitada y ya he descrito mi ajetreado día a día, por lo que la situación debe ser extremadamente frustrante para él.

Pero la clave que Maddie inconscientemente descubrió fue cuando Victor admitió que estuvo monitoreando mi computadora personal y la de la compañía. Y aunque tampoco encontró algo relevante, le frustraba saber la enorme cantidad de dinero de la compañía que pasa por mis manos.

Sonia y yo nos miramos, entendiendo las implicancias: Victor había irrumpido nuestras barreras de seguridad. Al tener acceso a mi computadora de trabajo, significaba que alguien más dentro de la compañía debía estar ayudándole, por lo que Edith adoptó los procedimientos necesarios para ubicar a la fuente.

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Todo esto se lo expliqué a Sarah, tratando de hallarle sentido. Yo he seguido mi contrato al pie de la letra y por lo mismo, Edith no duda de mi lealtad. No hay manera que yo exponga o me aproveche de esta información confidencial, pero cualquier mal uso me expone a un despido y la ruina de mi reputación, sin olvidar que la compañía está ahora vulnerable.

Sarah escuchó atentamente, mirándome con mayor seriedad a medida que la iba narrando. Comprendió la gravedad de la situación inmediatamente.

Espionaje corporativo, infiltración de datos…

Ya no se trataban de problemas menores, sino cargos criminales y si Victor estaba implicado, había cruzado una línea que ella no podía ignorar.

Me aseguró que mientras ella podía manejar el aspecto corporativo legal de las cosas, necesitaba a un experto en ciberseguridad para indagar sobre la brecha y recolectar información. Sus palabras me trajeron alivio, dado que estábamos lidiando con algo que me sobrepasaba y no se trataba solamente de mi reputación, sino que también la de la compañía.

El trayecto de vuelta a casa estaba lleno de tensión, en parte por lo discutido y por mis constantes preocupaciones, pero también, de un silencioso y pesado anhelo entre nosotros.

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Mientras esperaba la luz tras un semáforo, la mano de Sarah se estiró, rozando tentativamente mi muslo.

Con el cambio de luz, no podía quitar los ojos de la pista, pero eso no le impidió que ella palpase el calor de mi cuerpo, haciendo que los músculos de mi mandíbula se tensaran.

Sus manos siguieron avanzando hacia arriba hasta que encontraron su recompensa: el inquieto bulto formándose en mis pantalones.

Sin poder decir nada, mis ojos se fijaron en el retrovisor de arriba, donde las luces altas de un auto trataban de enceguecerme.

Sarah sonrió satisfecha, disfrutando el poder que tenía sobre mí.

Sin darme una advertencia, se inclinó hacia mi lado, con su boca capturándome en un fiero beso que parecía querer quemar los años de separación sobre mi pantalón. Mis manos encontraron sus cabellos, enredándose en sus suaves, elegantes y doradas hebras, mientras ella profundizaba su beso sobre mi hombría, con su lengua bailando de tal manera que parecía anhelarme con ganas.

Sarah empezó a succionar con gula, sintiendo mi urgencia crecer, la necesidad de probarme una vez más. Para el siguiente semáforo, no esperó mi reacción y desabrochó la cremallera, revelando mi pene hinchado y duro. Sus ojos resplandecieron con gula y sus labios no pudieron resistir la idea de envolver mi falo.

Yo gruñía, entrecerrando los ojos y agarrándome al volante con fuerza, sin querer detener el placer. De alguna manera, me las arreglé para conducir por las calles tranquilas, con la respiración acelerada cada vez que me tragaba más profundo.

Gemía su nombre a medida que me tomaba más y más en su boca, con mi pene deslizándose hacia adentro y hacia afuera en un ritmo que parecía imitar nuestros corazones. El salado sabor del liquido preseminal mezclado con su saliva era intoxicante, enviándole ondas de placer que parecían cruzar su cuerpo.

Parecía que el sabor de mi pene era una droga para ella, quebrando mi mente con su lujuria. Ella estaba consciente de que, con cada segundo, nos acercábamos más y más al conjunto de departamentos donde vivía, por lo que sus movimientos se volvieron extremadamente enfáticos.

Llegué al punto que tuve que hacerme a la orilla y entrar a un estacionamiento, puesto que mi conducción se había vuelto demasiado errática mientras ella me trabajaba, donde al fin la pude apartar, dejándome agitado y desesperado.

•¡Ven conmigo! Te he extrañado. - me pidió con una voz gruesa por lujuria.

No necesitaba mayores incentivos. Nos besamos y la senté en mis faldas, ubicando mi ardiente herramienta frente a su humedecida entrada.

El fresco cuero del asiento contrastaba con el calor de nuestros cuerpos mientras nos besábamos, con mis manos magreando sus pechos, pellizcando y enrollando sus pezones hasta hacerla gemir de urgencia. Sarah me devolvió el favor, apretando mi pelo con las manos mientras me besaba con todas sus fuerzas y su lengua loca bailaba junto a la mía.

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A medida que mi punta se abría camino por su estrecha y humedecida entrada, Sarah soltó un suspiro, con su cuerpo instintivamente tratando de rechazar la intrusión de algo tan grande. Sin embargo, fue solo unos segundos y ella estaba más que lista por mí, por lo que empujó sus caderas hacia abajo, empalándose a si misma con el grosor de mi herramienta.

La sensación sobre mi vara estirándola nuevamente era celestial, sabiendo que la estaba llenando como ninguno de los otros hombres con los que estuvo.

Inconscientemente me disculpé por mi ausencia y por mis acciones, puesto que, aunque debería haber sido un caballero, la calentura que tengo por el estrés es implacable. Pero al parecer, hizo que Sarah se mojase aun más: la idea que a mi pene estaba hambriento de sexo, con mis testículos hinchados de semen, desesperado de hacerla mía de nuevo, hacía que su feminidad latiera alrededor mío. Dejó soltar su cabeza, sus gemidos haciendo eco en la camioneta a medida que me cabalgaba, sus pechos rebotando con cada embestida.

Sus caderas empezaron a moverse lentamente, a un ritmo lento pero constante que se volvía cada vez más rápido con cada momento. Nuestros besos eran una orquesta de pasión, robándole el aliento a medida que brincaba sobre mi vara. La sensación era asombrosa para ella: una mezcla de dolor y de placer que no había sentido por bastante tiempo.

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Le embargó un orgasmo intenso, que hizo que todo su cuerpo convulsionara en torno a mí a razón que alcanzaba la cima. Sin embargo y a pesar de todo, quería seguirla disfrutando, por lo que mi pene hinchado se volvió todo lo que había extrañado y la idea que ella sería la primera en sentir mi corrida tras tanto tiempo se volvió intoxicante…

Nuestros cuerpos se movían conjuntamente como si nunca nos hubiésemos separado, con una pasión incontrolable que parecía sacudir toda mi camioneta. Podía darme que ella sentía cada centímetro de mí, estirándola, llenándola de una manera que era tanto divina como salvaje.

Nuestra pasión era descontrolada, con nuestros cuerpos moviéndose en armonía perfecta a medida que buscábamos satisfacer nuestra mutua hambre que había permanecido por tanto tiempo. La suspensión de la camioneta nos sacudía lado a lado con nuestros movimientos y una vez más, Sarah pudo sentir la cabeza de mi pene golpear sus partes más profundas, enviando ondas de placer que impactaban todo su cuerpo.

Mi agarre a su sudorosa cintura era fuerte, sin poder parar de mirar cómo su rostro serio, elegante y distinguido se contorsionaba con cada onda de placer que le llegaba, haciendo que mis embestidas se volvieran más erráticas y profundas, sintiendo mi propio orgasmo acercarse.

Cuando finalmente me vine, llenándola hasta los bordes, Sarah se sintió completa, como si todas las piezas de ella hubiesen caído en su lugar. El calor de mi semen, entremezclándose con nuestro sudor y calor, prometía encuentros profundos más cercanos a futuro.

Luego de besarnos y esperar que pudiésemos despegarnos, Sarah no pudo evitar mirar mi hombría, todavía semi erecta e imponente, un silencioso testigo de la pasión que permanecía entre nosotros.

•¡Hace años que no me sentía así! – susurró satisfecha, mirando mi erección todavía embelesada.

No pude evitar reírme un poco, sintiendo algo de vergüenza.

-¡Lo siento! – le dije, mirándola genuinamente arrepentido por haberme propasado.

Aun así, Sarah respondió con una gran sonrisa.

•¡No te disculpes! – me susurró al oído, besándome tiernamente en la mejilla. – Fue perfecto.

Y, aun así, se las arregló para estrujar una vez más mi hombría entre sus dedos mientras me besaba.

Luego de adecentarnos lo mejor que pudimos, la llevé de vuelta al departamento donde vivía, sin que ninguno de los dos parase de sonreír. Mientras aparcaba en el estacionamiento subterráneo, me atreví a preguntarle una vez que soltó mis labios.

-Esto no presenta un conflicto de intereses entre nosotros, ¿Cierto? – pregunté bromista.

Sarah sonrió como colegiala…

•¡Por supuesto que no! – Respondió juguetona, pero fingiendo actuar seria, con una voz sensual. – Esto es solo “confidencialidad indiscreta” entre cliente y defendido…

(This is “hush-hush” client- defendant confidentiality.)

Luego de dejarla en el estacionamiento, me pregunté cómo me cobraría Sarah sus servicios…

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