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Emputecida por los amigos de mi hijo (parte 3 con imágenes)

—No vayas a acabar. Un poco más y me vengo. No se te ocurra acabar —dije, jadeante, con una nota de amenaza en mi voz que me sorprendió a mí misma.

Veía el techo, tembloroso. Miguel estaba encima de mí. La vena de la frente estaba marcada, y pequeñas gotas de sudor perlaban todo su rostro, así como su torso desnudo. Tenía apenas sobrepeso, y aún era muy joven. La dureza de su miembro viril no era tan contundente como cuando habíamos empezado a salir, hacía mil años, pero igual se mantenía sólido, y cogía bien.
Emputecida por los amigos de mi hijo (parte 3 con imágenes)

Tenía la falda levantada hasta la cintura. Ni si quiera había querido esperar a desvestirme. Miguel había vuelto del trabajo, se había duchado, y cuando salió del baño me le tiré encima. Había tenido pavor ante la idea de que no tuviera ganas de hacerlo. Ya habíamos cogido los dos días anteriores. Ya ni me acordaba de cuándo había sido la última vez que tuvimos sexo tres días seguidos. En el último tiempo había logrado la proeza de que, en algunas ocasiones, tuviéramos relaciones hasta tres veces en la semana. Pero siempre había al menos un día sin intimidad en el medio.

Pero ahora lo estaba haciendo. Mi hombre lo estaba haciendo. Me había puesto una minifalda y una camisa. Me maquillé y me pinté, y me puse unos anteojos que había comprado en el chino, y que tenían apenas aumento. Estaba disfrazada de secretaria ejecutiva. Había visto una película porno el día anterior (últimamente veía muchas), y me tentó la idea. Aunque en la película la secretaria era sometida por dos ejecutivos.
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Bauti había salido, así que era buen momento para aprovechar. Miguel se había dado cuenta de mis intenciones. Pero como estaba algo sudado quiso asearse. Lo aguardé, solo para disfrutar del goce de la espera.

—No puedo. Ya no puedo —dijo Miguel—. Voy a acabar, voy a…

Y entones soltó su semen en mí. Unos segundos después el pene ya estaba fláccido. ¿Tan rápido se ablandaba? Hice memoria, y recordé que los jovencitos mantenían la solidez por cierto tiempo una vez que acababan. Y ni hablar de que la solidez de un adolescente era incomparable con la de un hombre que ya estaba en sus cuarenta y cinco años.

Yo seguía terriblemente caliente, con el orgasmo inminente ahora contenido.

—Chupámela —dije, separando más las piernas, mientras él sacaba su miembro y se acostaba a mi lado—. Chupame la concha —largué, percatándome de que era la primera vez en la vida que había pronunciado esa frase.

—Mi amor, sabés que no me gusta eso —dijo él—. Largaste mucho flujo…

Su tono suplicante me exasperó. ¿Cuántas veces se la había chupado y me había tragado su semen? Giré, dándole la espalda. Llevé mi mano a la entrepierna, y empecé a masturbarme. Faltaron apenas un par de minutos para alcanzar al clímax.

—¿Estás enojada? —me preguntó Miguel. Apoyó la mano en mi hombro. La aparté de una sacudida—. Perdón. Es que… el sabor nunca me gustó.

—¿Y pensás que a las mujeres nos gusta el sabor de la pija? ¿Del semen? —pregunté, dándome vuelta—. Lo hacemos solo para complacer a los hombres.

—¿Qué te pasa? —me preguntó, con el ceño fruncido.

Era lógico que se sintiera extrañado, pues nunca le había hablado de esa manera.

—Nada. Estoy muy sensible últimamente —le respondí.

—¿Por sensible te referís a que estás muy caliente? —dijo él.

—No me hagas caso. Es solo por los cuarenta años. Me siento vieja e insegura. Ya se me va a pasar —comenté, con total sinceridad.

—No seas tonta. Sos hermosa, y tenés un cuerpo perfecto —comentó él.

Pero no reafirmó sus palabras con hechos. Era muy raro que se echara más de un polvo en una noche. Y yo no quería enfrentarme a la frustración de intentar pararle la pija sin éxito. Había comprado algunas pastillas de viagra en la farmacia, pero tampoco quería enfrentarme a una negativa de Miguel en ese sentido. Mucho menos en ese momento. Me quedé con esa victoria a medias, pues al menos había logrado que se le parara por tercer día consecutivo.

—No te preocupes. Es solo algo pasajero —afirmé, esforzándome por convencerme yo misma de ello.

Después de unos minutos él ya estaba entretenido con un programa de política en la televisión. Envidiaba esa despreocupación natural que lo caracterizaba.

—No me gusta que bautista se junte con esos chicos —dije, de repente.

—Con quiénes —preguntó él.

Tuve que contarle de Noah y de Luca, limitándome a lo de su anterior pelea y de lo descarados que parecían ser, cosas de las que se suponía que él ya estaba al tanto. Por ahora lo que había descubierto lo mantendría en secreto. Sabía que debía compartir esa información con él en algún momento, pero el único motivo por el que se lo contaría sería por las convenciones sociales. Era mi marido, y se suponía que debía contarle ciertas cosas. No obstante, Miguel no era cualquier hombre, y por ahora tenía la impresión de que no me serviría de nada que supiera los planes que tenían esos adolescentes conmigo. Y tal vez sentía cierto disfrute por estar atravesando esa situación a solas.

—Son chicos. Se pelean y se vuelven a amigar. Es normal —comentó él.

Vamos, cariño, ayudame a alejar a esos degenerados de esta casa, dije en mi mente. Bauti no es el que verdaderamente corre peligro, pensé. Un intempestivo estremecimiento atravesó todo mi cuerpo.
—Es que no eran amigos. Nunca lo fueron —insistí—. Este chico, Noah, tenía los nudillos lastimados. Se sigue peleando con otros chicos. Además, fuman marihuana. No son buena influencia.

Recordé que a Bautista le había dicho que quería volver a ver a sus amigos. Esperaba que no intercambiaran información con su padre, si no, quedaría expuesta.

—Pero Bauti no fuma. Si no, te hubieras dado cuenta —dijo él. Estaba en lo cierto, y eso me irritó—. Además… entiendo que puedan ser mala influencia. Pero no está mal que se junte con chicos fuertes. Siempre tuviste miedo de que los chicos de su entorno lo maltrataran. Ahora está con esos chicos ¿Noah y Lucas se llaman? Y bueno, hay que dejar que se curta. Además, Bauti no es tan indefenso como creés. No será de los que se paran de mano, pero es inteligente. Sabe moverse en el mundo a su manera. En eso se parece a mí.

—Luca —lo corregí—. El amigo de Bauti, el que no es Noah, se llama Luca, sin ese.

Pero no le dije lo que tenía en mi mente: que ya sabía perfectamente que Bautista no era tan indefenso como había creído la mayor parte de su vida. Que de hecho era un manipulador, y que sacaba provecho de la voluptuosa madre que tenía.

—Dejalo que se relacione con quien quiera. Te aseguro que es el propio Bauti el que va a terminar influyendo en ellos —soltó él.

Esta afirmación me alteró de tal manera, que tuve que apartar la mirada de él. Bauti parecía el pelele de los otros dos, pero por momentos demostraba ser el titiritero detrás de toda esa extraña historia. No quería pensar en eso. No ahora.

—Bueno, como digas —dije, rindiéndome—. Pero que conste que te avisé.

En los días que siguieron me percaté de que lo que me pasaba iba más allá de echarme o no echarme algunos polvos en la semana. Había algo que tenía que ver con la piel, con el tacto. Sentirme deseada iba más allá de que me mi marido me metiera la pija durante quince minutos. Y para colmo ni siquiera me hacía sexo oral. Y en lo que respecta a la seducción cotidiana, a los gestos de amor y de deseo espontáneos que suelen tener las parejas, Miguel era mucho peor que con el sexo, pues ni siquiera parecía percatarse de que una mujer necesitaba de esos detalles.

Una tarde ocurrió un hecho a priori no muy significativo, pero que de todas formas resultó el puntapié para que yo hiciera algo inusual. Se cortó la luz.

Era viernes, a la hora de la siesta. Bautista bajó, para ver si solo era cosa de su dormitorio. Efectivamente, la cosa era en toda la casa, y supuse que en todo el barrio. Hacía mucho calor, y yo había empezado a limpiar la casa. Mi hijo se quedó en el living, por donde al menos pasaba una suave brisa a través de la puerta del fondo que estaba abierta.

Yo llevaba un vestido floreado, algo viejo, que usaba especialmente para hacer esas tareas del hogar. Pronto empecé a sudar, por lo que la prenda se adhería a mi cuerpo. Incluso tuve que sacarme la tela del trasero varias veces, pues se me metía entre las nalgas y los muslos.

Miraba a Bauti de reojo, mientras iba y venía por la sala de estar, limpiando con una gamuza el polvillo de los muebles. Él tenía todo el tiempo el celular en la mano, mirando la pantalla. Supuse que estaba en Instagram o TikTok. Era increíble el tiempo que los adolescentes podían pasar en esas aplicaciones.

Pero entonces recordé que mi hijo tenía la extraña costumbre de sacarme fotos eróticas sin que me diera cuenta. Me pregunté si lo estaría haciendo ahora mismo. Increíblemente, el primer sentimiento que apareció no fue la indignación ni el enojo, sino la vergüenza. No me sentía para nada sexy. Estaba sudada, y el pelo estaba hecho un desastre. Me imaginé a Noah y a Luca, recibiendo esas fotos mías. ¿De verdad podían sentirse excitados con eso?

—Esto es insoportable —dije, suspirando profundamente. Me abaniqué con la mano.

—¿Por qué no limpias después? Ahora hace demasiado calor. Seguro que enseguida vuelve la luz —comentó Bauti.
Tenía su punto. Pero hacía ya media hora que se había cortado la luz. Normalmente los cortes eran o muy cortos o muy largos. Y si el suministro eléctrico no había regresado a los pocos minutos, lo más probable era que el apagón durase algunas horas.

Entonces hice algo absurdo. Algo que solo podía atribuirle a esa crisis existencial que estaba sufriendo, y quizás también al calor abrumador que me impedía razonar con claridad. Fui a mi habitación. Me peiné, dejando más prolijo mi cabello, y después lo até en un rodete, para estar más cómoda, dejando mi cuello libre. Y luego me quité el vestido. Pero lo raro no fue que me lo quitara, sino que no me pusiera nada en su lugar.

Volví a la sala de estar. Llevaba un conjunto de ropa interior roja como únicas prendas. Bautista abrió los ojos como platos cuando me vio.
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Las persianas estaban abiertas, y así entraba suficiente luz en el interior, por lo que se podía ver con claridad. Pero no tenía que preocuparme porque me vieran desde afuera, porque justamente en línea con la ventana tenía un frondoso jardín que impedía que nos vieran.

—¿No te vas a poner nada? —preguntó Bautista, intrigado, aunque para nada escandalizado. Es más, parecía haber un goce contenido en él. Y yo suponía por qué.

—Sí. Y si te da vergüenza ver a tu madre en ropa interior, simplemente desviá la mirada —le dije.

—No me da vergüenza. Solo me sorprendí. Podés andar como quieras. Es tu casa —dijo él
Empecé a limpiar cada rincón de la sala de estar. Bauti fingía estar muy atento al celular, pero yo sabía que estaba esperando el momento oportuno para sacarme una foto. Me pregunté por cuánto dinero las vendería a sus depravados amigos. No estaba completamente desnuda, pero se me hacía que el contexto cargaba de una sensualidad especial a las imágenes. Las hacía especiales.

Incluso le di el gusto de ponerme en determinadas posiciones como para que sacara buenas fotos. En un momento, mientras limpiaba el mueble de la televisión, extendí mis brazos, por lo que mi cuerpo quedó en su totalidad estirado, y me puse de perfil. Miré furtivamente a Bautista, quien supuestamente estaba tecleando en el celular, aunque la cámara apuntaba sospechosamente a mí.

Luego me incliné, y expuse mi trasero de una manera sumamente obscena. Vi a través de la pantalla del televisor que la cámara del celular de mi hijo seguía apuntándome. Me sentí totalmente expuesta. La bombacha ya estaba húmeda por el calor, y estaba levemente corrida para adentro. Y sin embargo me quedé así durante un rato, fingiendo que limpiaba concienzudamente el mueble, maneando sutilmente el trasero ante ese celular del que pronto serían enviadas las fotos, para el goce de esos atrevidos adolescentes.
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¿Por qué lo hacía? Me parecía divertido, y me generaba un enorme morbo la idea de que esas imágenes fueran a parar a manos de esos pequeños lujuriosos. Que soñaran conmigo todo lo que quisieran. Igual jamás me tendrían. Además tenía algo a mi favor. Ellos no sabían que yo conocía sus intenciones. Así que podía provocarlos todo lo que quisiera, y nadie podría criticarme por ello. En lo que a Bautista respectaba, yo era su inocente madre que se veía obligada a estar en ropa interior por el calor insoportable que hacía. Era un crimen sin víctimas
Recordé la solidez de la verga de mi marido, y de su imposibilidad de echarse más de un polvo en una misma noche. Evidentemente aquellos chicos no tendrían ese problema. Recordaba muy bien cómo eran los de su edad. Y recordé también los gruesos muslos de Noah, que contrastaban con la delgadez de su torso. La potencia que anunciaban esos muslos, y la virilidad que se reflejaba en sus erecciones espontáneas me confirmaban que esos chicos, o al menos él, carecían de los defectos de mi marido. Me pregunté, siempre en el plano hipotético, cómo sería intimar con jovencitos como ellos, recargados de energía sexual que de hecho no podrían contener. Me dije que probablemente no podría seguirles el ritmo.

Me percaté de mi excitación, y me sentí culpable por ello. Pero la culpa no servía para apagar la lujuria. Sentía los senos hinchados dentro del brasier. Me dije que qué importaba lo que pasaba por mi cabeza. Eran solo fantasías de una ama de casa aburrida. Mientras todo quedara en mi imaginación, nadie saldría lastimado.

Así que rememoré la situación de la cocina, ya sin culpas. Los dos chicos apoyándose en mis caderas, haciéndome sentir sus vergas semierectas. Y luego la mano casi imperceptible de Noah, palpando mi culo. Si les daba apenas una oportunidad, esos mocosos serían capaces de poseerme por la fuerza.

Esa idea, la de ser poseída por la fuerza, por violenta que fuera, me produjo un incontrolable regocijo. Algunas veces había estado con hombres dominantes. Tipos que te encaraban de un momento a otro y en cuestión de segundos te bajaban la bombacha pese a tus quejas. Cuando fui creciendo hice lo posible por mantenerme alejada de esa clase de hombres, aunque igual disfrutaba de recrear en mi mente esa manera poco ética que tenían de poseerme. Me recordaba tumbada en el pasto, quejándome, incluso con algunas lágrimas en los ojos, mientras un compañero de escuela (¿Se llamaba Nico?) me levantaba la falda y me corría la bombacha a un lado. Unos segundos después mis quejas eran reemplazadas por gemidos.
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¿Noah y Luca serían capaces de semejante cosa? Si lo fueran, no se los permitiría.
Hacía días que no tenía noticias de ellos. Pero yo sabía muy bien que pronto aparecerían. Y no me olvidaba del supuesto plan que debía trazar mi propio hijo para que yo no tuviera más remedio que entregarme a sus amigos. Me había dicho que eran puras fanfarronerías de Bauti, pero no podía estar segura.

Y la luz seguía sin regresar. Estuve por largo rato desfilando semidesnuda ante las narices de mi hijo, permitiendo que me sacara cientos de fotos. ¿Será que se las quedarían ellos solos? ¿O la compartirían con otros amigos?, me pregunté. La idea de ser el objeto de deseo de todos los compañeros de Bauti me generaba un temor extraño. Un temor que se mezclaba peligrosamente con el morbo.

—De ayudarme ni hablar, ¿no? —le recriminé a Bautista.

Lo tomé por sorpresa. Se sonrojó levemente, cosa que no comprendí. No es que lo estuviera regañando con dureza.

—Pero si ya estás terminando —dijo él, sonrojándose aún más—. Además, vos quisiste limpiar con este calor. No te costaba nada esperar a que vuelva la luz y hacerlo con el aire acondicionado encendido.

No comprendía por qué se había puesto tan a la defensiva. Suspiré hondo. Decidí no decirle nada. Algo de razón tenía. Entonces lo miré de nuevo. Seguía viéndose raro. ¿Por qué de pronto se avergonzaba?

Entonces lo descubrí. Se había acomodado en el sofá, justamente para que yo no notara lo que le pasaba, pero obtuvo el efecto opuesto. En su entrepierna se había formado un bulto. Uno muy similar al que había descubierto en su amigo Noah hacía unos días. Mi hijo tenía una erección.

Aparté la mirada, escandalizada, haciendo lo posible para que él no notara que yo descubrí su excitación. Me dije que no debía ser algo tan raro como parecía. Seguramente mi semidesnudez lo hizo pensar en otras mujeres. O quizás por un momento ni se acordó de que la mujer que estaba menando el culo frente a él era su propia madre. Al final, un lindo culo es un lindo culo, independientemente de quién sea su portadora. Me rehusé a seguir enredándome en algo tan complejo como eso. Me dije que seguro había tenido sus motivos para que su cuerpo reaccionara así, y no pensé más en ello.

Cuando por fin terminé de limpiar, me fui a dar una ducha de agua fría. Mi sexo estaba hinchado y ya había largado abundante flujo. Me masturbé, e inevitablemente la imagen de esos dos adolescentes aparecieron en mi cabeza, mientras estimulaba con vehemencia mi clítoris. Cuando acabé largué un grito muy fuerte. Esperaba que Bauti no me hubiera escuchado.
Cuando salí del baño regresó la luz. Parecía una pésima broma.

Los días siguieron pasando. Entre los polvos intermitentes con Miguel y la tensa espera a volver a ver a los amigos de mi hijo, mi ánimo se vio alterado. Estaba cada vez más dominada por la lascivia.

—Mamá, ¿pueden venir los chicos a la tarde? —me preguntó Bautista—. Tenemos que ver una película para la escuela.

Una repentina euforia arremetió en mi interior. Los chicos. Vienen los chicos, pensé. Había pensado tantas veces en ellos, y en su descarado deseo hacia mí, que no pude más que estremecerme al escuchar esas palabras.

—Claro. De hecho prefiero que se vean acá antes de que vos andes en quién sabe dónde —dije.

Respiré hondo. Me reprendí por ponerme así. Y sin embargo mis senos se hincharon casi al instante. ¿Qué me estaba pasando? Quizás no era buena idea recibir de nuevo a ese par. Pero ya estaba hecho. Además, no iba a pasar nada, ¿cierto?

Llegaron a las tres de la tarde. Miguel estaba trabajando, obviamente. Esta vez me vestí con un pantalón de jean elastizado, que marcaba mi trasero como pocas prendas lo hacían, y una ceñida blusa con botones.
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Estaba ridículamente ansiosa. Ni siquiera recordaba la última vez en que me había puesto así. Me pregunté cómo habían tomado ese roce que tuvimos en la cocina. Yo había fingido que no pasó nada y apostaba a que el movimiento de mis caderas rozando sus vergas había durado apenas unos instantes. Pero a lo mejor se estaban haciendo ideas equivocadas conmigo. Quizás estaban seguros de que los había provocado.

Cuando sonó el timbre sentí que mi corazón daba un salto. Me pregunté por enésima vez qué demonios me estaba pasando. Y por primera vez pude encontrar una respuesta: me sentía viva. Todo ese asunto extraño y retorcido era lo más emocionante que me había pasado desde que me había casado. Así que tomé la decisión de seguir el juego, aunque fuera un poco más. Un crimen si víctimas, me repetí.

Pero cuando Bautista abrió la puerta me encontré con una sorpresa. ¿Pueden venir los chicos a la tarde?, había preguntado mi hijo. Y yo había dado por sentado que se refería a Luca y a Noah. Y efectivamente, ambos atravesaron el umbral de la puerta. No obstante, había un tercer invitado. Un chico de pelo largo castaño, tan alto como Noah. Tenía un rostro precioso, de facciones un tanto afeminadas. Llevaba el pelo atado a una cola de caballo, y se había dejado el bigote. Nunca había conocido a un chico tan joven que usara bigote, y de hecho no conocía a mucha gente a la que le quedara bien. No obstante él era una excepción. De alguna manera combinaba a la perfección con su rostro un tanto alargado. Fruncí el ceño. Parecía ser más grande que los otros tres. ¿De verdad era compañero de curso de ellos?

—Hola, un gusto. Soy Abel —se presentó el chico.

A diferencia de los otros, no parecía estar fingiendo su respeto hacia la madre de su compañero de escuela. Se me ocurrió que quizás él no formaba parte de ese trío de degenerados. Quizás simplemente terminó de casualidad en el mismo grupo de estudio que ellos. Me sentí un poco más segura con su presencia. Aunque el hecho de que fuera tan atractivo me producía sensaciones encontradas.

—¿Por qué no mira la película con nosotros, señora Casas? —preguntó Noah.

Sentía que había una trampa en esa invitación. Los miré a los cuatro. Se acababan de sentar en el living, y yo les había llevado agua saborizada helada. El televisor ya estaba encendido y la película comenzaba a reproducirse. Bautista y Abel se habían sentado cada uno en los dos sofás individuales, mientras que Noah y Luca se encontraban en el sofá de tres cuerpos. ¿Esa era la trampa? ¿Querían que me sentara con ellos?

Me dije que ya había decidido jugar con ellos, así que no me iba a replantearme todo de nuevo. Es más, deseaba dejarlos con las pijas bien duras, y que volvieran a sus casas habiéndose quedado con las ganas de estar conmigo. De hecho ese me parecía un excelente castigo para ellos.

Así que me senté entre los dos. Me sentí nerviosa al tenerlos a mi lado. El sofá era bastante grande, pero sin embargo estaban pegados a mí. Sus caderas rozaban las mías. Me pareció raro que la película que le habían mandado a mirar fuera un thriller. Se trataba de “Perros de paja”. Una pareja se mudaba a la ciudad natal de la chica, y ahí se reencontraba con algunos turbios personajes de su pasado.

—Y por qué tienen que ver esta película —pregunté.

—Es por un trabajo práctico de ESI —dijo Bauti—. Teníamos que hacer algo sobre la cuestión del “no es no”, y esta película era una opción.

Nunca me gustó el adoctrinamiento en las escuelas, pero me pareció una bella casualidad que obligaran a pensar sobre ese tema, justamente a ellos que estaban planeando cómo llevarme a la cama incluso si yo no sentía ganas de hacerlo.

El desenlace del filme era obvio. El protagonista, un hombre amanerado de la ciudad, debía enfrentarse a muerte al macho alfa que alguna vez fuera el compañero sexual de su mujer. Pero en el medio sucede una escena super subida de tono. El ex de la mujer, junto con otros pueblerinos, fingen hacerse amigos del novio. Lo llevan de caza, y lo hacen perderse en el bosque. Mientras el pobre infeliz busca cómo volver, el ex, sediento de revancha, va a la cabaña en donde la inocente chica espera a su pareja.

Apenas lo vio supo a qué iba. Primero se enojó, lo golpeó, lo insultó. Pero unos segundos después estaba gimiendo mientras el hermoso rubio escultural la montaba con salvajismo. No pude más que hacer un paralelismo con los recuerdos que había tenido hacía unos días, en relación a mis amantes dominantes.
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Estaba excitada. Últimamente me pasaba con mucha frecuencia, y con mucha facilidad. Me sentí incómoda viendo esa película con los compañeros de mi hijo. ¿Qué pensarían sus padres si se enteraran? ¿Debía decir algo?

De pronto sentí que Noah rozaba suavemente mi cadera. Lo hizo por un corto tiempo, fingiendo que metía la mano en su bolcillo para sacar el celular. Pero ni siquiera se molestaba en sacarlo. Estaba tan atento a la película como yo. Pronto sentí también la mano de luca, que, apoyada en su pierna, la frotaba cada tanto, frotando a su vez la mía. Los miré de reojo. No podía estar segura, pues llevaban bermudas que eran bastante holgadas, pero juraría que tenían una erección. ¡Si yo misma tenía los pezones duros! Miré a Abel. Tragué saliva, nerviosa. Su erección sí que era más evidente. Entonces él me miró con una sonrisa perfecta. Era hermoso. Se parecía al cantante de Airbag. Sentí vergüenza al ser atrapada con las manos en la maza. No estaba nada bien que una señora anduviera viendo la verga de un adolescente. Aunque su sonrisa cálida me daba ciertas esperanzas.
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—Creo que está claro que esa no fue sexo no consentido, ¿no? —preguntó.

Sentí que me ruborizaba. ¿Qué debía decir? En el fondo tenía razón. La chica de la película se había mostrado reticente, pero luego había gozado. No obstante, me pregunté qué hubiera hecho el tipo si ella se hubiera resistido más. La respuesta era clara: la hubiera violado.
Estuve a punto de responderle eso, cuando la propia película vino a mi rescate. La chica había quedado recostada en el sofá, desnuda. El hombre estaba en una silla, observándola con lujuria. Pero entonces entró en escena otro pueblerino. La chica se asusta. Pero el pueblerino se le acerca, sin importarle. La hermosa nueva vecina está desnuda e indefensa. Ella mira a su amante. Pronuncia su nombre. Él se queda donde está. Se ve molesto por lo que su colega va a hacer, pero no mueve un dedo. El nuevo corneador la agarra de los tobillos, separa sus piernas y la arrastra hacia él. Ella le suplica al amante, pero él ni se inmuta. Entonces la cámara apunta a una mesa. Ya no se ve a los personajes copulando, pero eso es incluso más morboso que si mostraran la escena explícita, porque se escucha el ruido del sofá moviéndose, el plac plac de las penetraciones, el llanto de la chica, consumido por sus propios gemidos.
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Bueno, ahora está claro que es una violación —comentó Bautista.

—Pero al final ella lo está disfrutando —soltó Noah.

Iba a reprenderlo por decir eso, pero en ese instante me di cuenta de algo terrible.

Dedos. Sentía muchos dedos ajenos en mi cuerpo. Más concretamente en mi culo. Tanto Noah como Luca me estaban acariciando las nalgas con descaro.

Me quedé petrificada ante semejante atrevimiento. Me pregunté desde cuándo lo habían estado haciendo. Estuve tan concentrada en la última escena, que no había notado el suave movimiento de sus dedos invasores en mi cuerpo. La dura tela de jean también contribuía a que hayan pasado desapercibidos. Pero ahora las caricias, si bien seguían siendo suaves, ya resultaban evidentes. Yo por mi parte, no podía fingir que no me daba cuenta de que me estaban manoseando en mi propia casa.

Me puse de pie, sintiendo impotencia.

—¿Está bien, señora Mariana? —me preguntó Abel.

Me di cuenta de que ahí parada les estaba dando a los otros dos una excelente visión de mi culo. De hecho, la mesa ratona estaba justo frente a nosotros, por lo que, para salir de ahí, me veía obligada a prácticamente restregarle el trasero a Luca, que estaba a mi derecha.

—Sí, solo me acordé de que tenía que hacer una llamada —mentí.

Me fui de ahí, y efectivamente, mi culo rozó la nariz de Luca, que no se había molestado en correr la cara. Al contrario, la había adelantado un poco a propósito.

Me encerré en la cocina. Me pregunté una vez más si Abel era parte de ese grupito, o solo estaba unido a ellos por el trabajo práctico. La situación se me estaba yendo de la mano. Era hora de poner un punto final a todo eso.

Entonces Luca entró a la cocina. El lindo muchachito de pelo castaño parecía un ejemplo, un chico del que cualquier madre podía estar orgullosa. Llevaba el pelo prolijamente peinado con gel, a un costado. Podría parecer un ñoño cualquiera si no fuera tan bonito. Llevaba el vaso vacío en la mano. Imaginé que se había inventado la excusa de que tenía sed para ir a verme. Entonces apareció Noah.

—¿Estás bien? —me preguntó.

No se me escapó que ya no me trataba de usted.

Me arrimé a la salida de la cocina, y corroboré que Bauti estaba muy entretenido con Abel. Entonces me le fui al humo a esos pendejos.

—Escúchenme, pendejos. Más vale que inventen una excusa y desaparezcan de acá. No quiero volver a verlos en esta casa. Buitres.

Noah miró a su amigo, como sopesando entre ambos qué decir.

—Pero si pensamos que le estaba gustando —dijo Noah, haciéndose el inocente.

—Eso, estuvimos como cinco minutos tocándola —aseveró Luca.

—No. Es que yo… yo… no me di cuenta —balbuceé—. ¡De todas formas no tienen ningún derecho a tocarme! —agregué después, elevando la voz más de lo conveniente.

—Bueno, en eso tiene razón la señora —admitió Luca—. Es que creo que todos estábamos un poco distraídos por la película.

—Sí. Parece que todo fue un simple accidente —dijo Noah—. No creo que valga la pena hacer un escándalo por esto.

Fruncí el ceño. De verdad, siempre había sentido aversión por los escándalos. Aunque eso más bien fue en mi etapa adulta. Pensé en Abel. ¿De verdad quería que ese chico se fuera de la casa sabiendo que sus amigos me habían estado manoseando? De seguro se lo contaría a alguien, y luego toda la escuela terminaría enterándose.

—Un accidente, claro —dije, a regañadientes—. Pero cuando termine la película, los quiero fuera de esta casa.

—Vamos a estar un rato definiendo cómo vamos a encarar el trabajo práctico —dijo Luca, haciendo caso omiso a mi orden.

—Ah, señora Casas —dijo Noah.

—¿Qué?

—Realmente tiene un hermoso culo —soltó, dejándome con la boca abierta.
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8 comentarios - Emputecida por los amigos de mi hijo (parte 3 con imágenes)

Jmdp4 +1
Muy bueno!!!!
Para cuando la parte 4??
alfa827
Listo
Jmdp4 +1
Me encantó!!! Fue +10 sin duda 😃