Me desperté sintiéndome culposa. Los rayos del sol ya se estaban filtrando por las pequeñas aberturas de la persiana. El ventilador estaba a máxima velocidad, pero aún así no apaciguaba el calor. Estaba recostada sobre la cama, sin cubrirme con las sábanas. Miguel ya se había ido a trabajar. Me pregunté si me había visto. Llevaba solo una tanguita y una remera sin mangas. Evidentemente no se había sentido tentado a despertarme y echarse un polvo. No me sorprendía, pero no por eso dejaba de sentirme frustrada por ello.
La culpa por lo que había hecho a la noche fue reemplazada por la irritación. Él tenía su buena parte de responsabilidad por las idioteces que yo estaba haciendo, y, sobre todo, por las idioteces en las que estaba pensando.
Me di una ducha y me dispuse a comenzar el día. Entonces lo recordé. ¡Los chicos aún estaban en casa! Noah y Luca habían pasado la noche ahí, y se quedarían como mínimo hasta el mediodía. Así habíamos acordado con Bauti. No tenían clase porque la escuela iba a ser desinfectada. Y Miguel en el trabajo todo el día. Es decir, tendría que pasar varias horas a solas con esos niños libidinosos. El hecho de que mi hijo estuviera con ellos no me hacía sentir más segura, más bien todo lo contrario.
Pero no me podía quedar encerrada todo el tiempo en mi dormitorio. Era mi casa y yo era la mujer adulta que estaba a cargo. No me iba a dejar intimidar. Salí del baño, desnuda, y me pregunté qué ropa me pondría. Se suponía que no debía preocuparme por eso. Nunca me había vestido de manera muy provocadora. El tema era que mi cuerpo era tan voluptuoso que igual llamaba la atención. Y sin embargo ahí estaba, con el placard abierto, sin terminar de decidirme.
Concluí que no iba a restringirme en mi propia casa por ellos. Hacía tanto calor que el simple hecho de usar un pantalón podía resultar incómodo. Así que me puse un vestido azul. Me llegaba a las rodillas, era de corte recto y no tenía escote. En sí no era especialmente provocativo, pero la tela se adhería a mi cuerpo de tal modo que resaltaba todas mis curvas. Sobre todo en las caderas y los senos, que se sentían algo apretados. Iba a atar mi pelo rubio en una cola de caballo, pero lo dejé suelto. Recordé que uno de los chicos había dicho que me parecía mucho a Evangelina Anderson. Según yo, ella es una de las mujeres más hermosas de Argentina, por lo que ese comentario resultó ser uno de los mayores halagos que me habían hecho. Claro, yo no tenía relleno en los labios ni los pómulos tan afilados, pero igual mi boca era naturalmente gruesa y mis facciones estaban bien definidas. Después de todo sí que me veía muy parecida a ella.
Me maquillé y me pinté los labios con un rojo suave, apenas más intenso que mi color natural. Me puse un delineador de ojos oscuro. Hacía poco me había depilado las cejas, por lo que esa parte de mi rostro quedaba muy bien. De hecho me había depilado por completo en el salón de belleza de mi amiga Tatiana, cosa que Miguel, para mi sorpresa, sí había notado.
Eran las nueve de la mañana. Me dirigí a la habitación de mi hijo. Golpeé la puerta. Pero esta vez no esperé a que me respondieran. Simplemente aguardé unos segundos y entré, sabiendo que podía encontrarme con una sorpresa.
Bautista y Luca estaban en la cama. Ambos con un Joystick de la PlayStation en la mano. Agradecí que no estuvieran viendo pornografía. Más aún, que no estuvieran viendo mis fotos. Todavía no me sentía psicológicamente preparada para enfrentarlos por ese asunto, pero ya lo haría más adelante,
—Ya dejen eso. Habrán estado jugando toda la noche —dije, aunque sabía muy bien que habían estado haciendo otra cosa bien distinta—. Voy a preparar el desayuno. ¿Dónde está Noah? —pregunté, pues no lo veía por ningún lado.
—Acá estoy, señora —dijo el chico, saliendo del baño. Estaba casi desnudo. Su cabello estaba mojado, y su cuerpo húmedo tenía gotitas por todas parte. Acababa de darse una ducha. Me di cuenta de que, a pesar de ser muy delgado, tenía los músculos más definidos que hubiera visto en alguien de su edad. Solo estaba tapado por una toalla que apenas cubría desde su cintura hasta sus partes pudentas—. Que linda está hoy, señora Molinari —agregó después, con total naturalidad.
El halago me tomó por sorpresa. Solía intimidar a los hombres, pero ese adolescente me tiraba un piropo de manera espontánea. Ese tarzán del conurbano, casi desnudo, me estaba comiendo con la mirada. Noté que sus muslos eran gruesos y musculosos, y no pude evitar atribuirles una potencia descomunal. Una gotita de agua se deslizaba por su barriga y se metía por los espacios que había entre los músculos de su abdomen. Sus ojos se posaron en mis senos, con un ardor inequívoco. Instintivamente me crucé de brazos, a la defensiva. Me dije, una vez más, que yo era la adulta de la casa, así que no debía dejarme intimidar por la mirada lujuriosa de un adolescente.
—Casas —corregí, sin hacer caso a su piropo—. Nunca usé el apellido de mi marido. Así que decime señora Casas.
—Claro, señora Casas —dijo Noah, con una sonrisa, ahora apartando la mirada. Por fin.
Me alegré de que no fuera tan insolente como parecía ser. Me había hecho la idea de que me iba a salir con alguna ocurrencia, y que continuaría desnudándome con la mirada, pero no fue así. Quizás si me ponía firme, podría controlar a esos niños.
—Ustedes también dense una ducha —le dije a Bauti y a Luca—. Y abran las ventanas. Acá huele muy mal. En media hora está el desayuno.
Salí del dormitorio y cerré la puerta, convencida de haber tenido una pequeña victoria con esa humillación. Realmente la habitación no olía tan mal, de hecho prevalecía el olor a desodorante que se acababa de poner Noah y por lo bajo se sentía un leve olor a encierro, y quizás a marihuana. Pero luego volví sobre mis pasos, con intención de escuchar lo que decían.
—Qué lento estuviste Luca —decía Noah—. Cuando le dije que estaba hermosa, tendrías que haber dicho que todos los días estaba hermosa, o algo por el estilo. Te la dejé picando y no fuiste capaz de meter el gol.
—Es que, parecía más seria que de costumbre —comentó Luca—. ¿No será que se dio cuenta de lo que hicimos? —preguntó después.
—No creo. Cuando recién se levanta suele estar de mal humor. Ya se le va a pasar —dijo Bauti.
Mi propio hijo, entregándome a las lascivias garras de sus amigos. Eso era algo que no podía terminar de asimilar. ¿Qué clase de persona era Bautista realmente? ¿Tan mal lo había criado?
—¿Vieron cómo se me quedó mirando? —preguntó Noah—. Creo que con un poco de paciencia me la puedo levantar. Bauti, tírame un centro, no seas malo. ¿Cómo tengo que ser con tu mamá?
Me sentí una estúpida. Había reparado en cómo me miraba él, pero yo misma no había podido desviar mis ojos de ese cuerpo delgado y trabado.
—Ni idea. Siempre estuvo con papá, y jamás vi que se fijase en otro hombre. Lo que sí tengo en claro es que le gustan los chicos maduros y educados. Haciéndote el canchero no te la vas a ganar nunca —explicó mi hijo.
—Me extraña Bauti, eso es lo que dicen todas —retrucó Noah—. Que les gustan los amables, los caballerosos, los serios, los fieles, los bien educados, los respetuosos... Pero siempre terminan con tipos como nosotros, ¿eh, Luca?
—Es verdad. Una cosa es lo que las mujeres dicen. Y otra lo que hacen —corroboró Luca.
—Puede ser. Ustedes tienen más experiencia que yo con las minas —concedió mi hijo—. Pero no creo que se fije en alguien tan joven como ustedes. Mucho menos en los dos a la vez. Se van a tener que conformar con lo que les doy.
“Lo que les doy”, repetí en mi mente, indignada. Lo que le daba a sus amigos era a su madre desnuda, a su madre indefensa mientras dormía. Eso les daba.
—Lo de ayer fue increíble —dijo Noah—. Todavía me acuerdo cómo se sintió acariciar ese orto con la pija. Miren, de solo pensarlo ya tengo otra erección.
Así que él había sido, pensé yo, sintiendo cómo se me aceleraba el corazón. Igual no me extrañaba, pues no solo era el más arrojado de los dos, sino que el tamaño del miembro que había sentido, coincidía con la estatura de Noah. No obstante no dejaba de ser un descubrimiento impactante. Ahora, aquella verga invisible tenía rostro. Y tampoco me olvidaba de que Luca había estado manoseándome un buen rato.
—Pero por hacer eso, la hiciste despertarse —dijo Luca—. Si te la hubieras aguantado, podríamos haber estado manoseándola un rato más.
—Sí, sí, ya te quejaste mucho sobre eso anoche —dijo Noah, irritado—. Es que ese culo atrajo mi verga como un imán atrae el metal. Además, seguro que a Bauti se le van a ocurrir nuevos planes para poder manosearla de nuevo. Es más, Bauti, por qué no pensás en un plan para cogérnosla. No me refiero a conquistarla, sino a buscar la manera de que no tenga otra alternativa que aceptar estar con nosotros. Por experiencia te cuento que no todas las mujeres se entregan a los tipos que les gusta. A algunas hay que apurarlas, encararlas de prepo. A otras les gusta que las sometan, que las maltraten. Debe tener un punto débil tu mami. Algo que la haga bajarse la bombachita.
Que pendejo, pensé yo, ya ni siquiera indignada, sino más bien apabullada ante la manera tan misógina que tenía ese muchachito de concebir el sexo.
—Eso Bauti, exprimí esas neuronas que tenés —lo animó Luca—. Inventate algo para caerle a doña Mariana. El día que pueda tocarle ese gordo culo sin miedo a que se despierte, vas a ser mi héroe.
—Debería penarlo mucho —dijo mi hijo, con cierta solemnidad, como si acabaran de contratarlo para un trabajo muy complejo—. Pero si puedo crear un buen plan, eso sí que les costaría un ojo de la cara. No creo que puedan pagar.
Ahí estaba de nuevo, ofreciéndome por unos billetes. Definitivamente había hecho algo mal como madre.
—No nos adelantemos. Vos pensá en algo, y después arreglamos el precio. Vamos, que tampoco tiene sentido que tengas algo que no puedas vender —dijo Noah.
—Eso es cierto —accedió mi hijo—. Pero no quiero que se quejen cuando les diga el precio.
—Bueno, me voy a bañar —dijo Luca, y después de hacer las sábanas a un lado, según deduje, agregó—: Miren, yo también la tengo dura. Solo hablar de esa mujer me pone así.
—Tranquilo, que hasta Bauti debe estar con la pija al palo —dijo Noa, riendo.
—¡Nada que ver! —exclamó Bautista. Hubo un forcejeo. Imaginé que Noah estaba tironeando de su cubrecama—. ¡No!
Escuché las estériles quejas de mi hijo. Me alejé, pues eso era lo máximo que podía oír. No podía tolerar más. En el pasillo escuché sus risas. No quise saber qué las causaban.
Bajé las escaleras, con el corazón queriendo salirse de mi pecho. Mis piernas temblaban. Todo mi cuerpo temblaba. Estaba claro que debía poner un límite. Pero no podía echarles en cara lo de anoche, porque si lo hacía dejaría en evidencia que había estado despierta mientras abusaban de mí. Lo mejor era esperar que pasara el día, que por fin se fueran de mi casa, y a partir de ahí tomar las medidas necesarias. Prohibir a Bauti relacionarse con esos chicos sería la primera. Quizás debía cambiarlo de escuela. Sí, eso haría. Más adelante mandaría a mi hijo al psicólogo, para trabajar sobre esa peculiar manera de ser.
Me metí en la cocina. Me reprendí. Todo eso estaba pasando, en parte, por culpa mía. ¿Por qué había dejado que se metieran en mi dormitorio? Fue mi propio cuerpo el que me respondió. Cuando el temblor que me había agarrado se atenuó, hasta casi desaparecer, noté el estremecimiento en toda mi ingle. El sexo parecía estar palpitando. Noté también que mis senos se sentían más apretados que cuando me puse el vestido. Estaban hinchados, y mis pezones duros.
En resumen, estaba caliente. Y era justamente eso lo que me había pasado a la noche. Me dije que no podía ser que estuviera caliente con esos críos. Mi intempestiva excitación era por la crisis que estaba pasando, sin dudas. La crisis de los cuarenta. Estaba atravesada por un montón de emociones que no había sentido en más de una década y media. Estaba confundida. Y sin embargo no podía quitarme de la cabeza la imagen del joven y alto Noah, semidesnudo, con las gotitas de agua deslizándose lentamente por su abdomen marcado.
Suspiré hondo, ofuscada. El calor no ayudaba a que mi mente funcionara correctamente. Les haría el desayuno e iría la living, bajo el aire acondicionado. Aparté a Noah y a Luca de mi cabeza. Pero recordé algo que habían dicho. Que a las mujeres les gustaban los chicos como ellos. Arrogantes, maliciosos y manipuladores, agregué yo en mi mente. Era cierto solo a medias. A la hora de pensar en una relación seria, la mayoría de las mujeres nos decantábamos por otra clase de hombres. Yo era un claro ejemplo de eso. No obstante, para echarnos un polvo, la elección era mucho más simple y primitiva. Al menos así era yo cuando aún no había conocido a Miguel. En mi adolescencia promiscua en donde me había enredado con un montón de chicos malos.
Me negué a seguir con ese hilo de pensamiento. Me puse a hacerles el desayuno. No debía molestarme en hacerlo. Si eran tan grandecitos como para estar hablando de esa manera tan denigrante de una mujer, podrían prepararse un desayuno.
En un arranque de maldad, decidí preparar leche con chocolate. Quizás así entendían que para mí eran apenas unos niños. Otra pequeña humillación, como la de hacía un rato. Saqué de un pequeño aparador de madera tres pocillos. Puse cacao en ellos. Luego largué un chorrito de leche en uno de los pocillos y empecé a batirlo.
—¿La ayudo? —escuché decir a alguien.
Pero me tomó por sorpresa. Largué un grito de terror, lo que hizo que soltara el pocillo, el cual se hizo pedazos en el piso.
—¡Perdón! —dijo Noah—. Solo soy yo. No se asuste.
Se acercó a mí, y me tomó las manos. Estaban temblando. Los vellos de mi brazo se habían erizado, cosa que me avergonzó. Me solté, luego me incliné, para empezar a juntar los pedazos del pocillo. Me percaté de la imagen que le estaba dando al chico. Yo inclinada a su pies. Mi cabeza a la altura de sus rodillas. No me extrañaría que estuviera teniendo los pensamientos más lujuriosos. Levanté la vista instintivamente y, en efecto, me encontré con sus ojos marrones clavados en mí, muy atento a ese acto tan simple que estaba haciendo, pero que para él, probablemente, fuera algo sumamente erótico.
Entonces Noah se inclinó. Nuestros rostros quedaron a una distancia muy poco conveniente. Una distancia que en sí misma era una provocación. ¿Tan carnosos eran sus labios? No lo había notado antes. Por un instante estuve segura de que me iba a besar. Me miraba los labios de tal manera que era difícil no sospecharlo, Pero en cambio llevó su mano a la mía, la cual tenía un trozo de pocillo.
—Deje. Yo me encargo de limpiar —dijo—. Encima de que se toma la molestia de prepararnos el desayuno, lo único que falta es que no le colabore con esto. Además, no quiero que se corte. Esta porcelana está filosa.
Su mano estaba encima de la mía. Noté que, con el dedo pulgar, me acariciaba lentamente. Entonces solté el trozo de porcelana. Lo hice involuntariamente, casi como una reacción defensiva. Sin embargo el chico quedó unos instantes con la mano aún apoyada en la mía, y acariciándola de una manera muy sutil, pero que no dejaba de ser evidente para mí.
Anoche no fuiste tan sutil, pensé. Anoche frotaste tu pija dura en mi culo. ¿Qué clase de mocoso depravado hacía eso? Pero una voz en mi interior me dijo algo que atenuó mi indignación con Noah. “Y vos se lo permitiste”, decía esa voz.
Me puse de pie, separándome de esa mano de dedos largos. Noah se puso a limpiar mientras yo preparaba el desayuno. Le estaba dando la espalda. Me pregunté si me estaba largando miradas furtivas a mi culo. Quizás incluso pretendía ver por debajo del vestido, aunque no era tan corto como para que pudiera vislumbrar mi ropa interior, salvo que se acercara demasiado.
—Que rico. Hace rato que no tomo chocolatada —comentó.
Había juntado el destrozo que hice y había dejado el piso limpio.
—Me alegro —dije, percatándome de que la pequeña humillación que había pretendido quedaba sin efecto—. ¿Te gusta la pastafrola? Hice una ayer.
Apenas dije eso, me reprendí por ser tan complaciente. Lo cierto es que siempre había sido así. Una ama de casa de manual, siempre lista para servir a mi marido, a mi hijo, y a cualquier invitado. Me salía por inercia.
—Claro, me encanta —respondió—. Es usted un ángel. ¿No quiere adoptarme? Le prometo que voy a ser mucho mejor hijo de lo que es Bauti—bromeó después.
—No creo que puedas verme como una madre —respondí, llenando el último vaso de leche.
—Eso es verdad —dijo él.
No agregó nada más, pero estaba claro en qué sentido había pronunciado aquella frase, y yo había sido lo suficientemente tonta como para darle pie a que la hiciera. Para él no era una madre. Era un objeto sexual y yo lo sabía muy bien. Lo que aún no sabía era si tanto él como Luca estaban al tanto de que yo conocía muy bien sus deseos. A decir verdad, no es que lo disimularan mucho. De hecho en ese mismo momento sentía cómo me desnudaba con la mirada.
Giré bruscamente y, tal como supuse, me estaba comiendo con la mirada. No pareció en absoluto contrariado por ser descubierto con las manos en la maza. Igual no dije ni hice nada al respecto. Me limité a simular que no me había dado cuenta de que me estaba observando el culo con descaro.
—¿Le avisás a tus amigos que ya bajen a desayunar? —le dije.
Noah dijo que claro que lo haría, y fue a buscar a los otros dos degenerados. Cuando se sentaron en el comedor, les llevé en una bandeja la leche chocolatada. Luego volví por la pastafrola, la cual había cortado en pedacitos. Podría llevar todo junto, pero sentí el impulso de hacerme ver la mayor cantidad de veces posible. Me dije que era para ver qué hacían, y sobre todo, para oírlos, pero no podía ocultarme a mí misma el hecho de que me generaba cierto morbo saberme observada libidinosamente por esos adolescentes hormonales. Cuando iba y volvía al comedor meneaba las caderas más de lo normal, y estaba segura de que sus ojos estaban concentrados en las partes más sensuales de mi cuerpo.
Mi excitación no dejaba de sorprenderme. Y me resultaba cada vez más incontrolable. Debía hacer algo al respecto. No sabía cómo iba a lograrlo, pero Miguel iba a tener que complacerme. Si era necesario comprarle viagra para que lo hiciera a pesar de que no tuviera ganas, lo haría. De lo contrario…
Me pregunté, consternada, qué sucedería si mi marido no contribuía a que yo sobrellevase esa peculiar etapa de mi vida. Como ya dije, la infidelidad era algo en lo que yo ni siquiera pensaba. Nunca había tenido la necesidad de meditar sobre aquello. Cuando me sentía atraída por otro hombre que no fuera mi marido, solo se trataba de una cosa superficial, casi infantil. Como quien se siente atraída por un actor de telenovela. Un sentimiento inofensivo que nunca se reflejaba en la realidad.
Me dije que si algún día le era infiel, ciertamente no lo haría con unos adolescentes, mucho menos con los amigos de mi hijo. Pero esa promesa no hacía más que afirmar el hecho de que me estaba planteando ser infiel. Era algo hipotético, algo que se veía muy lejano, y sin embargo ahí estaba.
—No se preocupe, nosotros levantamos la mesa y lavamos, faltaba más —dijo Noah, cuando terminaron de desayunar.
Su persistente condescendencia me irritó. Decidí que ya no iba a permitir que se burlara de mí. Eso de decir obscenidades sobre mí a mis espaldas y hacerse el buenito cuando estaba frente a mí, resultaba intolerable.
—Bueno, mientras tus amigos hacen eso. Andá al mercadito, Bauti —le dije a mi hijo.
Agarré una lista de compras que ya tenía preparada, y se la entregué.
—¿Ahora? —preguntó él, receloso—. Puedo hacerlo cuando ellos se vayan, por la tarde. O mejor, los espero y voy con ellos.
En sus ojillos azules había una inquietud que me divirtió.
—Pero yo necesito el líquido para lavar ahora mismo. Y de paso comprá lo demás —dije, inflexible.
—Dale, Bauti, ayudá a tu mamá, no seas vago —lo espetó Noah—. Nosotros te alcanzamos después.
Era obvio que lavar los pocillos y la bandeja de la pastafrola no podía llevarles más de cinco minutos. Bauti estaba en lo cierto, bien podría esperar e ir con ellos. Pero quise darle una dosis de su propia medicina. Tanto que había usado mis fotos íntimas a cambio de dinero, ahora se vería en la incomodidad de saber que me quedaría con sus dos amigos a solas en la casa. A ver si le gustaba que las cosas sucedieran sin él en el medio manipulando la situación.
Por fin agarró el dinero y se fue. Entonces me dirigí a la cocina. Los chicos ya estaban terminando con su tarea. Estaban cuchicheando. Mi paranoia, y también mi ego, me hizo pensar que estaban hablando de mí.
—Chicos —les dije. Me armé de valor, Puse los brazos en jarra—. Quiero serles sincera. A mí no me engañan.
Se miraron con asombro entre ellos, y luego me miraron a mí. Luca incluso se ruborizó. Hice silencio unos instantes, regodeándome de su temor. Pero no podía decirles que sabía lo que habían hecho a la noche. No me sentía con el valor de hacerlo, y tampoco quería que pensaran que les permití que me manosearan.
—Pero si nosotros no pretendemos engañarla —dijo Noah.
—Como les dije, a mí no me engañan. No sé qué se traen entre manos. Pero no me olvido de que, hasta hace unos meses, maltrataban a Bauti —dije. Sentí una gota de sudor deslizándose por mi espalda—. Hasta una vez vino golpeado, y tuve que ir a hablar con el director de la escuela. ¿Y ahora son sus mejores amigos? —agregué, con el ceño fruncido.
Me di cuenta de que mis palabras no habían salido tan firmes como hubiera querido, pero ya estaba hecho. Lo hice lo mejor que pude.
—Pero si ya hablamos con Bauti, y limamos asperezas —explicó Luca. Yo ya me imaginaba cómo habían limado asperezas, pero no iba a mencionar lo de mis fotos. En lo que a ellos respectaba, no sabía nada de eso.
—Lo siento, pero no me gusta que mi hijo se vincule con ustedes. Además, aunque tengan la misma edad, ustedes son mucho más precoces. No crean que no huelo el olor a marihuana de sus ropas. No tengo ningún interés en que le peguen sus malas costumbres.
—Pero señora Casas —dijo Noah, con unos ojitos brillosos que parecían reflejar una enorme consternación—. No es solo que ya no molestemos a Bauti. También lo defendemos. Mire.
Al principio no entendí qué me quería decir. Había extendido su mano. Luego reparé en los nudillos. Estaban lastimados. Como si alguien hubiera marcada los dientes en ellos.
—¿Se pelearon por Bauti? —dije, frunciendo el ceño.
—Sí, unos chicos del otro curso le estaban diciendo cosas sobre… —dijo Luca.
Noah lo interrumpió, golpeándole el brazo, y luego le hizo un gesto como para que hiciera silencio.
—¿Qué le estaban diciendo a Bauti? —pregunté.
De repente me percaté de que ambos se me habían acercado mucho. Y yo me había quedado contra la pared. Me sentí indefensa y acorralada, como si fuera un animalito indefenso rodeado por sus depredadores. Estaba casi segura de que me estaban mintiendo. Esas heridas podían ser de cualquier pelea. Eran unos chicos pendencieros y la violencia era algo común en sus vidas.
—Le decían vulgaridades de usted —dijo Noah, después de simular dudarlo un rato—. ¿Cómo era que decía Román? —le preguntó a Luca, aunque luego se respondió él mismo—. ¿Qué tenía un culo tan grande y redondo que hasta podrían comer en él? —soltó, reflejando indignación en esas palabras, pero sin embargo pronunciándolas con total claridad.
—Y que tiene pinta de una escort de lujo —agregó Luca, con tono inocente, para luego apartar la mirada de mí, pues se había posado de nuevo en mis tetas.
—Y creo que Geri dijo que si la agarraría, le haría cinco hijos igual de tarados que Bauti —agregó Noah.
—Okey, ya entendí —dije, ahora ruborizándome yo.
—También decían que iban a juntar plata para ofrecérsela a cambio de sexo. Y que le iban a echar diez polvos. Y que le iban a llenar esa carita de puta de leche —insistió Noah. Esta vez esbozó una sonrisa por un instante, para luego borrarla de esa arrogante cara que tenía.
—Bueno, ¡basta! —dije, escandalizada—. No puedo creer que unos mocosos de su edad me vean de esa manera. No sabrían ni cómo empezar a lidiar con una mujer como yo —agregué, e inmediatamente me arrepentí de esa última frase. No tenía por qué alimentar su imaginación pensando en cómo me poseerían.
Ahora los chicos estaban literalmente encima de mí. Si se movieran apenas unos milímetros hacia adelante, se apoyarían en mis caderas. Era obvio que todas esas frases denigrantes que supuestamente habían dicho otros alumnos, era lo que ellos pensaban de mí. Parecían sentir un morboso placer al decirme todo eso en la cara.
—Pero no son solo ellos, señora Mariana —dijo Luca, ahora ya sin ningún poco de vergüenza—. Cualquier chico de nuestra edad sueña con una mujer como usted.
Era obvio que la conversación había virado hacia lugares inadecuados. Pero seguía acorralada. Me sentía extrañamente intimidada, y dominada. Noah no era tan corpulento, si bien sí era alto. Y Luca ni siquiera era alto. Pero los dos me flanqueaban de una manera extraña, con una proximidad a todas luces inapropiadas, y yo no sentía la determinación necesaria para apartarme de ahí. Creo que me gustaba ese juego. Que se excitaran refiriéndose a mí, hablando vulgaridades, viendo el efecto que tenía esa cosificación.
No lo creo —dije, haciéndome la tonta. No podía darme el lujo de darles pie a que me declararan que sentían deseos hacia mí—. Pero gracias. Y también gracias por defender a Bauti —agregué, aunque seguía pensando que la mayor parte de toda esa historia era inventada.
Entonces ellos finalmente se arrimaron más. Sus ingles se apretaron en mis caderas. Ambos tenían una semi erección, y me la estaban haciendo sentir en mis carnes. La situación ya era insostenible. Si me quedaba ahí apenas unos segundos más, les estaría dando a entender que podrían cogerme ahí mismo. Así que me aparté, dando unos pasos hacia adelante, haciéndome lugar entre ellos. Pero ese movimiento hizo que me frotara con sus vergas con mayor intensidad. Además, Noah aprovechó para rozar mis nalgas con suavidad. Algo que fue casi imperceptible. Un roce que podría atribuirse al movimiento brusco que yo misma había hecho. Pero yo sabía muy bien que no era así.
—De todas formas, no me gusta que tengan que acudir a la violencia —dije. Apoyé mi trasero en la mesada, y me crucé de brazos. Estaba incómoda, pero también excitada.
—A nosotros tampoco. Solo la usamos como último recurso —aseguró Noah.
Hubo un tenso silencio. Vi cómo Luca tragaba saliva. Ambos me observaban. Era obvio que también se habían sentido erotizados por la situación. Incluso la erección de Noah podía verse. Debajo de la bragueta se había formado un bulto en forma de tubo que estaba inclinado a la izquierda. Me percaté de que estuve más tiempo del conveniente observando su entrepierna. Aparté la mirada, reprendiéndome por mi torpeza.
—Entonces… ¿podemos seguir siendo amigos de Bautista? —preguntó Luca.
—Por ahora sí —respondí. Me abaniqué con la mano, pues sentía mucho calor—. Pero no estoy del todo convencida. Digamos que están a prueba.
—¿Y cuándo nos toma el exámen? —preguntó Noah, con un tono lascivo.
—Siempre van a estar siendo examinados —respondí.
Bauti por fin volvió. Estuvieron un rato en la sala de estar, hasta que se hizo la hora de comer. Y luego, por fin se fueron. Me saludaron con un beso en la mejilla, aunque ambos fueron demasiado cerca de las comisuras de mis labios.
—Gracias por recibirnos, señora Casas —dijo Luca.
—Ojalá vuelva a verla pronto —comentó Noah.
—Seguro que sí —dije yo, sin prometer nada.
—Mamá, ¿estás bien? —preguntó Bauti, una vez que nos quedamos a solas—. Te ves… como alterada.
Presté atención en cómo me veía. Me sentía nerviosa, aunque no temblaba. Noté una vez más mis pechos hinchados. Los pezones estaban erectos, y se frotaban con la tela del vestido. ¿Habían notado que no llevaba brasier? Ahora me daba cuenta de que por eso me habían estado mirando las tetas. Caminé hacia la mesa, para agarrar el mantel y llevarlo a lavar, y noté cómo mi sexo se frotaba con el elástico de la bombacha. Y estaba segura de que estaba empapada. ¿Se había dado cuenta de eso mi hijo?
—Estoy bien, ¿por qué lo decís? —pregunté, a la defensiva.
—No importa —dijo él—. Escuchame. ¿Te dijeron algo mientras me fui a comprar?
—No, nada —mentí. Me regocijé ante la idea de que sus amigos le dijeran que sí habían hablado conmigo. Que se diera cuenta de que le había mentido, y de que habíamos hablado a sus espaldas. ¿Se sentiría traicionado?
De repente me pregunté qué demonios tenía pensado hacer para entregarme a sus amigos. Quizás solo estaba fanfarroneando, pensé. Quizás solo se limitaría a sacarme fotos y enviárselas, y solo había dicho lo otro para conformarlos. También me pregunté cuándo y cómo me hacía esas fotos.
—Me cayeron bien —dije, sin terminar de estar convencida de que era una buena idea decirlo—. Espero verlos pronto.
La culpa por lo que había hecho a la noche fue reemplazada por la irritación. Él tenía su buena parte de responsabilidad por las idioteces que yo estaba haciendo, y, sobre todo, por las idioteces en las que estaba pensando.
Me di una ducha y me dispuse a comenzar el día. Entonces lo recordé. ¡Los chicos aún estaban en casa! Noah y Luca habían pasado la noche ahí, y se quedarían como mínimo hasta el mediodía. Así habíamos acordado con Bauti. No tenían clase porque la escuela iba a ser desinfectada. Y Miguel en el trabajo todo el día. Es decir, tendría que pasar varias horas a solas con esos niños libidinosos. El hecho de que mi hijo estuviera con ellos no me hacía sentir más segura, más bien todo lo contrario.
Pero no me podía quedar encerrada todo el tiempo en mi dormitorio. Era mi casa y yo era la mujer adulta que estaba a cargo. No me iba a dejar intimidar. Salí del baño, desnuda, y me pregunté qué ropa me pondría. Se suponía que no debía preocuparme por eso. Nunca me había vestido de manera muy provocadora. El tema era que mi cuerpo era tan voluptuoso que igual llamaba la atención. Y sin embargo ahí estaba, con el placard abierto, sin terminar de decidirme.
Concluí que no iba a restringirme en mi propia casa por ellos. Hacía tanto calor que el simple hecho de usar un pantalón podía resultar incómodo. Así que me puse un vestido azul. Me llegaba a las rodillas, era de corte recto y no tenía escote. En sí no era especialmente provocativo, pero la tela se adhería a mi cuerpo de tal modo que resaltaba todas mis curvas. Sobre todo en las caderas y los senos, que se sentían algo apretados. Iba a atar mi pelo rubio en una cola de caballo, pero lo dejé suelto. Recordé que uno de los chicos había dicho que me parecía mucho a Evangelina Anderson. Según yo, ella es una de las mujeres más hermosas de Argentina, por lo que ese comentario resultó ser uno de los mayores halagos que me habían hecho. Claro, yo no tenía relleno en los labios ni los pómulos tan afilados, pero igual mi boca era naturalmente gruesa y mis facciones estaban bien definidas. Después de todo sí que me veía muy parecida a ella.
Me maquillé y me pinté los labios con un rojo suave, apenas más intenso que mi color natural. Me puse un delineador de ojos oscuro. Hacía poco me había depilado las cejas, por lo que esa parte de mi rostro quedaba muy bien. De hecho me había depilado por completo en el salón de belleza de mi amiga Tatiana, cosa que Miguel, para mi sorpresa, sí había notado.
Eran las nueve de la mañana. Me dirigí a la habitación de mi hijo. Golpeé la puerta. Pero esta vez no esperé a que me respondieran. Simplemente aguardé unos segundos y entré, sabiendo que podía encontrarme con una sorpresa.
Bautista y Luca estaban en la cama. Ambos con un Joystick de la PlayStation en la mano. Agradecí que no estuvieran viendo pornografía. Más aún, que no estuvieran viendo mis fotos. Todavía no me sentía psicológicamente preparada para enfrentarlos por ese asunto, pero ya lo haría más adelante,
—Ya dejen eso. Habrán estado jugando toda la noche —dije, aunque sabía muy bien que habían estado haciendo otra cosa bien distinta—. Voy a preparar el desayuno. ¿Dónde está Noah? —pregunté, pues no lo veía por ningún lado.
—Acá estoy, señora —dijo el chico, saliendo del baño. Estaba casi desnudo. Su cabello estaba mojado, y su cuerpo húmedo tenía gotitas por todas parte. Acababa de darse una ducha. Me di cuenta de que, a pesar de ser muy delgado, tenía los músculos más definidos que hubiera visto en alguien de su edad. Solo estaba tapado por una toalla que apenas cubría desde su cintura hasta sus partes pudentas—. Que linda está hoy, señora Molinari —agregó después, con total naturalidad.
El halago me tomó por sorpresa. Solía intimidar a los hombres, pero ese adolescente me tiraba un piropo de manera espontánea. Ese tarzán del conurbano, casi desnudo, me estaba comiendo con la mirada. Noté que sus muslos eran gruesos y musculosos, y no pude evitar atribuirles una potencia descomunal. Una gotita de agua se deslizaba por su barriga y se metía por los espacios que había entre los músculos de su abdomen. Sus ojos se posaron en mis senos, con un ardor inequívoco. Instintivamente me crucé de brazos, a la defensiva. Me dije, una vez más, que yo era la adulta de la casa, así que no debía dejarme intimidar por la mirada lujuriosa de un adolescente.
—Casas —corregí, sin hacer caso a su piropo—. Nunca usé el apellido de mi marido. Así que decime señora Casas.
—Claro, señora Casas —dijo Noah, con una sonrisa, ahora apartando la mirada. Por fin.
Me alegré de que no fuera tan insolente como parecía ser. Me había hecho la idea de que me iba a salir con alguna ocurrencia, y que continuaría desnudándome con la mirada, pero no fue así. Quizás si me ponía firme, podría controlar a esos niños.
—Ustedes también dense una ducha —le dije a Bauti y a Luca—. Y abran las ventanas. Acá huele muy mal. En media hora está el desayuno.
Salí del dormitorio y cerré la puerta, convencida de haber tenido una pequeña victoria con esa humillación. Realmente la habitación no olía tan mal, de hecho prevalecía el olor a desodorante que se acababa de poner Noah y por lo bajo se sentía un leve olor a encierro, y quizás a marihuana. Pero luego volví sobre mis pasos, con intención de escuchar lo que decían.
—Qué lento estuviste Luca —decía Noah—. Cuando le dije que estaba hermosa, tendrías que haber dicho que todos los días estaba hermosa, o algo por el estilo. Te la dejé picando y no fuiste capaz de meter el gol.
—Es que, parecía más seria que de costumbre —comentó Luca—. ¿No será que se dio cuenta de lo que hicimos? —preguntó después.
—No creo. Cuando recién se levanta suele estar de mal humor. Ya se le va a pasar —dijo Bauti.
Mi propio hijo, entregándome a las lascivias garras de sus amigos. Eso era algo que no podía terminar de asimilar. ¿Qué clase de persona era Bautista realmente? ¿Tan mal lo había criado?
—¿Vieron cómo se me quedó mirando? —preguntó Noah—. Creo que con un poco de paciencia me la puedo levantar. Bauti, tírame un centro, no seas malo. ¿Cómo tengo que ser con tu mamá?
Me sentí una estúpida. Había reparado en cómo me miraba él, pero yo misma no había podido desviar mis ojos de ese cuerpo delgado y trabado.
—Ni idea. Siempre estuvo con papá, y jamás vi que se fijase en otro hombre. Lo que sí tengo en claro es que le gustan los chicos maduros y educados. Haciéndote el canchero no te la vas a ganar nunca —explicó mi hijo.
—Me extraña Bauti, eso es lo que dicen todas —retrucó Noah—. Que les gustan los amables, los caballerosos, los serios, los fieles, los bien educados, los respetuosos... Pero siempre terminan con tipos como nosotros, ¿eh, Luca?
—Es verdad. Una cosa es lo que las mujeres dicen. Y otra lo que hacen —corroboró Luca.
—Puede ser. Ustedes tienen más experiencia que yo con las minas —concedió mi hijo—. Pero no creo que se fije en alguien tan joven como ustedes. Mucho menos en los dos a la vez. Se van a tener que conformar con lo que les doy.
“Lo que les doy”, repetí en mi mente, indignada. Lo que le daba a sus amigos era a su madre desnuda, a su madre indefensa mientras dormía. Eso les daba.
—Lo de ayer fue increíble —dijo Noah—. Todavía me acuerdo cómo se sintió acariciar ese orto con la pija. Miren, de solo pensarlo ya tengo otra erección.
Así que él había sido, pensé yo, sintiendo cómo se me aceleraba el corazón. Igual no me extrañaba, pues no solo era el más arrojado de los dos, sino que el tamaño del miembro que había sentido, coincidía con la estatura de Noah. No obstante no dejaba de ser un descubrimiento impactante. Ahora, aquella verga invisible tenía rostro. Y tampoco me olvidaba de que Luca había estado manoseándome un buen rato.
—Pero por hacer eso, la hiciste despertarse —dijo Luca—. Si te la hubieras aguantado, podríamos haber estado manoseándola un rato más.
—Sí, sí, ya te quejaste mucho sobre eso anoche —dijo Noah, irritado—. Es que ese culo atrajo mi verga como un imán atrae el metal. Además, seguro que a Bauti se le van a ocurrir nuevos planes para poder manosearla de nuevo. Es más, Bauti, por qué no pensás en un plan para cogérnosla. No me refiero a conquistarla, sino a buscar la manera de que no tenga otra alternativa que aceptar estar con nosotros. Por experiencia te cuento que no todas las mujeres se entregan a los tipos que les gusta. A algunas hay que apurarlas, encararlas de prepo. A otras les gusta que las sometan, que las maltraten. Debe tener un punto débil tu mami. Algo que la haga bajarse la bombachita.
Que pendejo, pensé yo, ya ni siquiera indignada, sino más bien apabullada ante la manera tan misógina que tenía ese muchachito de concebir el sexo.
—Eso Bauti, exprimí esas neuronas que tenés —lo animó Luca—. Inventate algo para caerle a doña Mariana. El día que pueda tocarle ese gordo culo sin miedo a que se despierte, vas a ser mi héroe.
—Debería penarlo mucho —dijo mi hijo, con cierta solemnidad, como si acabaran de contratarlo para un trabajo muy complejo—. Pero si puedo crear un buen plan, eso sí que les costaría un ojo de la cara. No creo que puedan pagar.
Ahí estaba de nuevo, ofreciéndome por unos billetes. Definitivamente había hecho algo mal como madre.
—No nos adelantemos. Vos pensá en algo, y después arreglamos el precio. Vamos, que tampoco tiene sentido que tengas algo que no puedas vender —dijo Noah.
—Eso es cierto —accedió mi hijo—. Pero no quiero que se quejen cuando les diga el precio.
—Bueno, me voy a bañar —dijo Luca, y después de hacer las sábanas a un lado, según deduje, agregó—: Miren, yo también la tengo dura. Solo hablar de esa mujer me pone así.
—Tranquilo, que hasta Bauti debe estar con la pija al palo —dijo Noa, riendo.
—¡Nada que ver! —exclamó Bautista. Hubo un forcejeo. Imaginé que Noah estaba tironeando de su cubrecama—. ¡No!
Escuché las estériles quejas de mi hijo. Me alejé, pues eso era lo máximo que podía oír. No podía tolerar más. En el pasillo escuché sus risas. No quise saber qué las causaban.
Bajé las escaleras, con el corazón queriendo salirse de mi pecho. Mis piernas temblaban. Todo mi cuerpo temblaba. Estaba claro que debía poner un límite. Pero no podía echarles en cara lo de anoche, porque si lo hacía dejaría en evidencia que había estado despierta mientras abusaban de mí. Lo mejor era esperar que pasara el día, que por fin se fueran de mi casa, y a partir de ahí tomar las medidas necesarias. Prohibir a Bauti relacionarse con esos chicos sería la primera. Quizás debía cambiarlo de escuela. Sí, eso haría. Más adelante mandaría a mi hijo al psicólogo, para trabajar sobre esa peculiar manera de ser.
Me metí en la cocina. Me reprendí. Todo eso estaba pasando, en parte, por culpa mía. ¿Por qué había dejado que se metieran en mi dormitorio? Fue mi propio cuerpo el que me respondió. Cuando el temblor que me había agarrado se atenuó, hasta casi desaparecer, noté el estremecimiento en toda mi ingle. El sexo parecía estar palpitando. Noté también que mis senos se sentían más apretados que cuando me puse el vestido. Estaban hinchados, y mis pezones duros.
En resumen, estaba caliente. Y era justamente eso lo que me había pasado a la noche. Me dije que no podía ser que estuviera caliente con esos críos. Mi intempestiva excitación era por la crisis que estaba pasando, sin dudas. La crisis de los cuarenta. Estaba atravesada por un montón de emociones que no había sentido en más de una década y media. Estaba confundida. Y sin embargo no podía quitarme de la cabeza la imagen del joven y alto Noah, semidesnudo, con las gotitas de agua deslizándose lentamente por su abdomen marcado.
Suspiré hondo, ofuscada. El calor no ayudaba a que mi mente funcionara correctamente. Les haría el desayuno e iría la living, bajo el aire acondicionado. Aparté a Noah y a Luca de mi cabeza. Pero recordé algo que habían dicho. Que a las mujeres les gustaban los chicos como ellos. Arrogantes, maliciosos y manipuladores, agregué yo en mi mente. Era cierto solo a medias. A la hora de pensar en una relación seria, la mayoría de las mujeres nos decantábamos por otra clase de hombres. Yo era un claro ejemplo de eso. No obstante, para echarnos un polvo, la elección era mucho más simple y primitiva. Al menos así era yo cuando aún no había conocido a Miguel. En mi adolescencia promiscua en donde me había enredado con un montón de chicos malos.
Me negué a seguir con ese hilo de pensamiento. Me puse a hacerles el desayuno. No debía molestarme en hacerlo. Si eran tan grandecitos como para estar hablando de esa manera tan denigrante de una mujer, podrían prepararse un desayuno.
En un arranque de maldad, decidí preparar leche con chocolate. Quizás así entendían que para mí eran apenas unos niños. Otra pequeña humillación, como la de hacía un rato. Saqué de un pequeño aparador de madera tres pocillos. Puse cacao en ellos. Luego largué un chorrito de leche en uno de los pocillos y empecé a batirlo.
—¿La ayudo? —escuché decir a alguien.
Pero me tomó por sorpresa. Largué un grito de terror, lo que hizo que soltara el pocillo, el cual se hizo pedazos en el piso.
—¡Perdón! —dijo Noah—. Solo soy yo. No se asuste.
Se acercó a mí, y me tomó las manos. Estaban temblando. Los vellos de mi brazo se habían erizado, cosa que me avergonzó. Me solté, luego me incliné, para empezar a juntar los pedazos del pocillo. Me percaté de la imagen que le estaba dando al chico. Yo inclinada a su pies. Mi cabeza a la altura de sus rodillas. No me extrañaría que estuviera teniendo los pensamientos más lujuriosos. Levanté la vista instintivamente y, en efecto, me encontré con sus ojos marrones clavados en mí, muy atento a ese acto tan simple que estaba haciendo, pero que para él, probablemente, fuera algo sumamente erótico.
Entonces Noah se inclinó. Nuestros rostros quedaron a una distancia muy poco conveniente. Una distancia que en sí misma era una provocación. ¿Tan carnosos eran sus labios? No lo había notado antes. Por un instante estuve segura de que me iba a besar. Me miraba los labios de tal manera que era difícil no sospecharlo, Pero en cambio llevó su mano a la mía, la cual tenía un trozo de pocillo.
—Deje. Yo me encargo de limpiar —dijo—. Encima de que se toma la molestia de prepararnos el desayuno, lo único que falta es que no le colabore con esto. Además, no quiero que se corte. Esta porcelana está filosa.
Su mano estaba encima de la mía. Noté que, con el dedo pulgar, me acariciaba lentamente. Entonces solté el trozo de porcelana. Lo hice involuntariamente, casi como una reacción defensiva. Sin embargo el chico quedó unos instantes con la mano aún apoyada en la mía, y acariciándola de una manera muy sutil, pero que no dejaba de ser evidente para mí.
Anoche no fuiste tan sutil, pensé. Anoche frotaste tu pija dura en mi culo. ¿Qué clase de mocoso depravado hacía eso? Pero una voz en mi interior me dijo algo que atenuó mi indignación con Noah. “Y vos se lo permitiste”, decía esa voz.
Me puse de pie, separándome de esa mano de dedos largos. Noah se puso a limpiar mientras yo preparaba el desayuno. Le estaba dando la espalda. Me pregunté si me estaba largando miradas furtivas a mi culo. Quizás incluso pretendía ver por debajo del vestido, aunque no era tan corto como para que pudiera vislumbrar mi ropa interior, salvo que se acercara demasiado.
—Que rico. Hace rato que no tomo chocolatada —comentó.
Había juntado el destrozo que hice y había dejado el piso limpio.
—Me alegro —dije, percatándome de que la pequeña humillación que había pretendido quedaba sin efecto—. ¿Te gusta la pastafrola? Hice una ayer.
Apenas dije eso, me reprendí por ser tan complaciente. Lo cierto es que siempre había sido así. Una ama de casa de manual, siempre lista para servir a mi marido, a mi hijo, y a cualquier invitado. Me salía por inercia.
—Claro, me encanta —respondió—. Es usted un ángel. ¿No quiere adoptarme? Le prometo que voy a ser mucho mejor hijo de lo que es Bauti—bromeó después.
—No creo que puedas verme como una madre —respondí, llenando el último vaso de leche.
—Eso es verdad —dijo él.
No agregó nada más, pero estaba claro en qué sentido había pronunciado aquella frase, y yo había sido lo suficientemente tonta como para darle pie a que la hiciera. Para él no era una madre. Era un objeto sexual y yo lo sabía muy bien. Lo que aún no sabía era si tanto él como Luca estaban al tanto de que yo conocía muy bien sus deseos. A decir verdad, no es que lo disimularan mucho. De hecho en ese mismo momento sentía cómo me desnudaba con la mirada.
Giré bruscamente y, tal como supuse, me estaba comiendo con la mirada. No pareció en absoluto contrariado por ser descubierto con las manos en la maza. Igual no dije ni hice nada al respecto. Me limité a simular que no me había dado cuenta de que me estaba observando el culo con descaro.
—¿Le avisás a tus amigos que ya bajen a desayunar? —le dije.
Noah dijo que claro que lo haría, y fue a buscar a los otros dos degenerados. Cuando se sentaron en el comedor, les llevé en una bandeja la leche chocolatada. Luego volví por la pastafrola, la cual había cortado en pedacitos. Podría llevar todo junto, pero sentí el impulso de hacerme ver la mayor cantidad de veces posible. Me dije que era para ver qué hacían, y sobre todo, para oírlos, pero no podía ocultarme a mí misma el hecho de que me generaba cierto morbo saberme observada libidinosamente por esos adolescentes hormonales. Cuando iba y volvía al comedor meneaba las caderas más de lo normal, y estaba segura de que sus ojos estaban concentrados en las partes más sensuales de mi cuerpo.
Mi excitación no dejaba de sorprenderme. Y me resultaba cada vez más incontrolable. Debía hacer algo al respecto. No sabía cómo iba a lograrlo, pero Miguel iba a tener que complacerme. Si era necesario comprarle viagra para que lo hiciera a pesar de que no tuviera ganas, lo haría. De lo contrario…
Me pregunté, consternada, qué sucedería si mi marido no contribuía a que yo sobrellevase esa peculiar etapa de mi vida. Como ya dije, la infidelidad era algo en lo que yo ni siquiera pensaba. Nunca había tenido la necesidad de meditar sobre aquello. Cuando me sentía atraída por otro hombre que no fuera mi marido, solo se trataba de una cosa superficial, casi infantil. Como quien se siente atraída por un actor de telenovela. Un sentimiento inofensivo que nunca se reflejaba en la realidad.
Me dije que si algún día le era infiel, ciertamente no lo haría con unos adolescentes, mucho menos con los amigos de mi hijo. Pero esa promesa no hacía más que afirmar el hecho de que me estaba planteando ser infiel. Era algo hipotético, algo que se veía muy lejano, y sin embargo ahí estaba.
—No se preocupe, nosotros levantamos la mesa y lavamos, faltaba más —dijo Noah, cuando terminaron de desayunar.
Su persistente condescendencia me irritó. Decidí que ya no iba a permitir que se burlara de mí. Eso de decir obscenidades sobre mí a mis espaldas y hacerse el buenito cuando estaba frente a mí, resultaba intolerable.
—Bueno, mientras tus amigos hacen eso. Andá al mercadito, Bauti —le dije a mi hijo.
Agarré una lista de compras que ya tenía preparada, y se la entregué.
—¿Ahora? —preguntó él, receloso—. Puedo hacerlo cuando ellos se vayan, por la tarde. O mejor, los espero y voy con ellos.
En sus ojillos azules había una inquietud que me divirtió.
—Pero yo necesito el líquido para lavar ahora mismo. Y de paso comprá lo demás —dije, inflexible.
—Dale, Bauti, ayudá a tu mamá, no seas vago —lo espetó Noah—. Nosotros te alcanzamos después.
Era obvio que lavar los pocillos y la bandeja de la pastafrola no podía llevarles más de cinco minutos. Bauti estaba en lo cierto, bien podría esperar e ir con ellos. Pero quise darle una dosis de su propia medicina. Tanto que había usado mis fotos íntimas a cambio de dinero, ahora se vería en la incomodidad de saber que me quedaría con sus dos amigos a solas en la casa. A ver si le gustaba que las cosas sucedieran sin él en el medio manipulando la situación.
Por fin agarró el dinero y se fue. Entonces me dirigí a la cocina. Los chicos ya estaban terminando con su tarea. Estaban cuchicheando. Mi paranoia, y también mi ego, me hizo pensar que estaban hablando de mí.
—Chicos —les dije. Me armé de valor, Puse los brazos en jarra—. Quiero serles sincera. A mí no me engañan.
Se miraron con asombro entre ellos, y luego me miraron a mí. Luca incluso se ruborizó. Hice silencio unos instantes, regodeándome de su temor. Pero no podía decirles que sabía lo que habían hecho a la noche. No me sentía con el valor de hacerlo, y tampoco quería que pensaran que les permití que me manosearan.
—Pero si nosotros no pretendemos engañarla —dijo Noah.
—Como les dije, a mí no me engañan. No sé qué se traen entre manos. Pero no me olvido de que, hasta hace unos meses, maltrataban a Bauti —dije. Sentí una gota de sudor deslizándose por mi espalda—. Hasta una vez vino golpeado, y tuve que ir a hablar con el director de la escuela. ¿Y ahora son sus mejores amigos? —agregué, con el ceño fruncido.
Me di cuenta de que mis palabras no habían salido tan firmes como hubiera querido, pero ya estaba hecho. Lo hice lo mejor que pude.
—Pero si ya hablamos con Bauti, y limamos asperezas —explicó Luca. Yo ya me imaginaba cómo habían limado asperezas, pero no iba a mencionar lo de mis fotos. En lo que a ellos respectaba, no sabía nada de eso.
—Lo siento, pero no me gusta que mi hijo se vincule con ustedes. Además, aunque tengan la misma edad, ustedes son mucho más precoces. No crean que no huelo el olor a marihuana de sus ropas. No tengo ningún interés en que le peguen sus malas costumbres.
—Pero señora Casas —dijo Noah, con unos ojitos brillosos que parecían reflejar una enorme consternación—. No es solo que ya no molestemos a Bauti. También lo defendemos. Mire.
Al principio no entendí qué me quería decir. Había extendido su mano. Luego reparé en los nudillos. Estaban lastimados. Como si alguien hubiera marcada los dientes en ellos.
—¿Se pelearon por Bauti? —dije, frunciendo el ceño.
—Sí, unos chicos del otro curso le estaban diciendo cosas sobre… —dijo Luca.
Noah lo interrumpió, golpeándole el brazo, y luego le hizo un gesto como para que hiciera silencio.
—¿Qué le estaban diciendo a Bauti? —pregunté.
De repente me percaté de que ambos se me habían acercado mucho. Y yo me había quedado contra la pared. Me sentí indefensa y acorralada, como si fuera un animalito indefenso rodeado por sus depredadores. Estaba casi segura de que me estaban mintiendo. Esas heridas podían ser de cualquier pelea. Eran unos chicos pendencieros y la violencia era algo común en sus vidas.
—Le decían vulgaridades de usted —dijo Noah, después de simular dudarlo un rato—. ¿Cómo era que decía Román? —le preguntó a Luca, aunque luego se respondió él mismo—. ¿Qué tenía un culo tan grande y redondo que hasta podrían comer en él? —soltó, reflejando indignación en esas palabras, pero sin embargo pronunciándolas con total claridad.
—Y que tiene pinta de una escort de lujo —agregó Luca, con tono inocente, para luego apartar la mirada de mí, pues se había posado de nuevo en mis tetas.
—Y creo que Geri dijo que si la agarraría, le haría cinco hijos igual de tarados que Bauti —agregó Noah.
—Okey, ya entendí —dije, ahora ruborizándome yo.
—También decían que iban a juntar plata para ofrecérsela a cambio de sexo. Y que le iban a echar diez polvos. Y que le iban a llenar esa carita de puta de leche —insistió Noah. Esta vez esbozó una sonrisa por un instante, para luego borrarla de esa arrogante cara que tenía.
—Bueno, ¡basta! —dije, escandalizada—. No puedo creer que unos mocosos de su edad me vean de esa manera. No sabrían ni cómo empezar a lidiar con una mujer como yo —agregué, e inmediatamente me arrepentí de esa última frase. No tenía por qué alimentar su imaginación pensando en cómo me poseerían.
Ahora los chicos estaban literalmente encima de mí. Si se movieran apenas unos milímetros hacia adelante, se apoyarían en mis caderas. Era obvio que todas esas frases denigrantes que supuestamente habían dicho otros alumnos, era lo que ellos pensaban de mí. Parecían sentir un morboso placer al decirme todo eso en la cara.
—Pero no son solo ellos, señora Mariana —dijo Luca, ahora ya sin ningún poco de vergüenza—. Cualquier chico de nuestra edad sueña con una mujer como usted.
Era obvio que la conversación había virado hacia lugares inadecuados. Pero seguía acorralada. Me sentía extrañamente intimidada, y dominada. Noah no era tan corpulento, si bien sí era alto. Y Luca ni siquiera era alto. Pero los dos me flanqueaban de una manera extraña, con una proximidad a todas luces inapropiadas, y yo no sentía la determinación necesaria para apartarme de ahí. Creo que me gustaba ese juego. Que se excitaran refiriéndose a mí, hablando vulgaridades, viendo el efecto que tenía esa cosificación.
No lo creo —dije, haciéndome la tonta. No podía darme el lujo de darles pie a que me declararan que sentían deseos hacia mí—. Pero gracias. Y también gracias por defender a Bauti —agregué, aunque seguía pensando que la mayor parte de toda esa historia era inventada.
Entonces ellos finalmente se arrimaron más. Sus ingles se apretaron en mis caderas. Ambos tenían una semi erección, y me la estaban haciendo sentir en mis carnes. La situación ya era insostenible. Si me quedaba ahí apenas unos segundos más, les estaría dando a entender que podrían cogerme ahí mismo. Así que me aparté, dando unos pasos hacia adelante, haciéndome lugar entre ellos. Pero ese movimiento hizo que me frotara con sus vergas con mayor intensidad. Además, Noah aprovechó para rozar mis nalgas con suavidad. Algo que fue casi imperceptible. Un roce que podría atribuirse al movimiento brusco que yo misma había hecho. Pero yo sabía muy bien que no era así.
—De todas formas, no me gusta que tengan que acudir a la violencia —dije. Apoyé mi trasero en la mesada, y me crucé de brazos. Estaba incómoda, pero también excitada.
—A nosotros tampoco. Solo la usamos como último recurso —aseguró Noah.
Hubo un tenso silencio. Vi cómo Luca tragaba saliva. Ambos me observaban. Era obvio que también se habían sentido erotizados por la situación. Incluso la erección de Noah podía verse. Debajo de la bragueta se había formado un bulto en forma de tubo que estaba inclinado a la izquierda. Me percaté de que estuve más tiempo del conveniente observando su entrepierna. Aparté la mirada, reprendiéndome por mi torpeza.
—Entonces… ¿podemos seguir siendo amigos de Bautista? —preguntó Luca.
—Por ahora sí —respondí. Me abaniqué con la mano, pues sentía mucho calor—. Pero no estoy del todo convencida. Digamos que están a prueba.
—¿Y cuándo nos toma el exámen? —preguntó Noah, con un tono lascivo.
—Siempre van a estar siendo examinados —respondí.
Bauti por fin volvió. Estuvieron un rato en la sala de estar, hasta que se hizo la hora de comer. Y luego, por fin se fueron. Me saludaron con un beso en la mejilla, aunque ambos fueron demasiado cerca de las comisuras de mis labios.
—Gracias por recibirnos, señora Casas —dijo Luca.
—Ojalá vuelva a verla pronto —comentó Noah.
—Seguro que sí —dije yo, sin prometer nada.
—Mamá, ¿estás bien? —preguntó Bauti, una vez que nos quedamos a solas—. Te ves… como alterada.
Presté atención en cómo me veía. Me sentía nerviosa, aunque no temblaba. Noté una vez más mis pechos hinchados. Los pezones estaban erectos, y se frotaban con la tela del vestido. ¿Habían notado que no llevaba brasier? Ahora me daba cuenta de que por eso me habían estado mirando las tetas. Caminé hacia la mesa, para agarrar el mantel y llevarlo a lavar, y noté cómo mi sexo se frotaba con el elástico de la bombacha. Y estaba segura de que estaba empapada. ¿Se había dado cuenta de eso mi hijo?
—Estoy bien, ¿por qué lo decís? —pregunté, a la defensiva.
—No importa —dijo él—. Escuchame. ¿Te dijeron algo mientras me fui a comprar?
—No, nada —mentí. Me regocijé ante la idea de que sus amigos le dijeran que sí habían hablado conmigo. Que se diera cuenta de que le había mentido, y de que habíamos hablado a sus espaldas. ¿Se sentiría traicionado?
De repente me pregunté qué demonios tenía pensado hacer para entregarme a sus amigos. Quizás solo estaba fanfarroneando, pensé. Quizás solo se limitaría a sacarme fotos y enviárselas, y solo había dicho lo otro para conformarlos. También me pregunté cuándo y cómo me hacía esas fotos.
—Me cayeron bien —dije, sin terminar de estar convencida de que era una buena idea decirlo—. Espero verlos pronto.
1 comentarios - Emputecida por los amigos de mi hijo (Parte 2)