Nunca fui de darle mucha importancia a las miradas y a los intentos de seducción de los hombres. Pero ahora, incluso mientras iba a comprar, empezaba a preguntarme si seguía pareciendo atractiva para el sexo opuesto. En esta etapa me percaté de que, en efecto, seguían dándose vuelta a mirarme. Y es que mi trasero seguía en su lugar. Obviamente no con la firmeza de hacía cinco o diez años, pero sí con una forma envidiable. Quizás se había puesto más gordo en el último tiempo, pero eso parecía gustarles aún más a los hombres. Mi rostro era mi orgullo. No despertaba tanta admiración como mi cuerpo, pero a mí me gustaba verme en el espejo y reconocerme bella.
Luego sucedió algo más concreto. Un hecho que en otro momento hubiera manejado de manera más inteligente, pero que, dada la etapa de mi vida en la que sucedió, actué de manera insensata. Bauti había llevado a unos amigos a casa. No soy una madre que está siempre encima de su hijo, pero sí me gusta estar al tanto de todo por lo que está pasando. Mucho más en ese momento, en donde de seguro ya estaba experimentando con sus primeros amores adolescentes. Además había otra cosa que me inquietaba. Los dos chicos que ahora se habían quedado a dormir, Noah y Luca, habían tenido problemas con Bauti en el pasado. En una ocasión incluso se habían ido a las manos. Y ahora estaban culo y calzón. No tenía nada en contra de las reconciliaciones entre chicos de su edad, más bien al contrario, me parecía lo más sano. Pero esa amistad con esos chicos revoltosos me tenía preocupada. Necesitaba saber en qué andaba mi hijo. Pero en esos tiempos era muy difícil sacarle una conversación, se mostraba hermético, así que debía recurrir a métodos cuestionables.
A la noche, mientras Miguel dormía, me escabullí hacia la habitación de mi hijo. Estaba convencida de que se iban a quedar hasta tarde jugando a los videos, conversando. Quizás podía enterarme de algo jugoso. Se me ocurren muchos dichos que pueden ir muy buen con el desenlace de esa decisión. El que busca encuentra. El que juega con fuego termina quemado. El que duerme con niños amanece mojado…
Por algún motivo arquitectónico o físico, o lo que fuera, por más que estuviera la puerta cerrada, se escuchaba bastante bien. Y a eso agregarle que los chicos no se molestaban en bajar la voz. Cosa que en realidad era entendible pues el dormitorio de Bauti quedaba a considerable distancia y solo se podría oír si alguien estaba detrás de la puerta, tal como lo estaba yo.
—¿Tan caro? —escuché preguntar a Luca—. Me parece que te estás pasando, amigo.
—Si no quieren pagar, está bien —lo escuché decir a mi hijo.
—Está bien. Pero más vale que sea una buena foto, y que esté totalmente desnuda —dijo Noah.
No entendía de qué iba la charla. Es decir, se entendía muy bien la conversación, pero no terminaba de comprender qué había detrás de ello. Por lo visto Bauti les estaba vendiendo fotos pornográficas. ¡Pero si en internet había todo tipo de fotos y videos para saciar la lujuria de esos adolescentes!
—¿Me estás jodiendo? —rugió Noah. Se lo oía evidentemente furioso—. No se le ve la cara.
—¿Tenés alguna idea de lo difícil que sería sacarle una foto desnuda, en donde además se le vea la cara? Estas las saqué a escondidas, y de pura casualidad. No crean que van a poder ver muchas como estas. Y si un día consigo un desnudo con el rostro expuesto, les aseguro que no va a costar lo mismo—explicó mi hijo.
Sentí que el corazón se me encogía. Ahora lo comprendía todo. Las fotos eran de alguien que los tres conocían, de ahí el particular morbo de los niños, y el precio elevado que parecía estar pidiendo Bautista. Pero ¿de quién eran esas fotos?, ¿cómo se las había arreglado mi hijo para hacerlas?
—¿No estarán hechas con inteligencia artificial, no? —preguntó Noah, receloso.
—Obvio que no. Pero entiendo si dudan. Ustedes dirán si las quieren o no—dijo bautista.
—Sabés que te podemos cagar a piñas y quitártela igual, ¿no? —preguntó Luca.
Me preparé para detener cualquier agresión contra mi hijo. Sabía que estaba haciendo algo malo, pero no iba a permitir que lo dañaran en nuestra casa.
—Pueden hacerlo, pero se van a perder cualquier otra cosa que les consiga de ella. Además, tengo una sorpresa, y tenía pensado algo para la madrugada, siempre y cuando quieran pagar, obvio.
—No te hagas el vivo con nosotros, larva —le dijo Luca.
—Tranquilo, che. Estamos entre amigos —intervino Noah, aparentemente más tranquilo—. Está bien, pero pienso hacerme una paja con la foto, y con las que ya nos mandaste.
—¿¡Acá?! —preguntó Bauti—. No. Si quieren vayan al baño.
—Yo ya tengo la pija dura —dijo Noah—. Mirá el culo que tiene esta mujer. Si fuera mi madre, sería un degenerado como este friki.
—En eso coincido con vos —dijo Luca—. Y ahora que tiene el pelo rubio se parece mucho a Evangelina Anderson. Cómo me calienta esa mina.
Me quedé petrificada, con las piernas temblando. Instintivamente llevé la mano a mi cabello. Su color natural era el castaño claro, pero cada tanto lo cambiaba, y ahora lo tenía rubio. ¿Estaba entendiendo bien? ¿Esas fotos eran mías y me las había sacado el propio Bauti?
—¡Nada que ver! Yo solo hago lo que me piden —exclamó mi hijo.
—Tranquilo, que eso no nos importa. Ya te dijimos que esto queda entre nosotros —lo tranquilizó Noah, quien parecía ser el líder de ese grupo de degenerados—. ¿Qué tenías pensado para la madrugada?
—Primero les voy a dar algo. ¡Pero más vale que me paguen! Si no tienen ahora, lo pueden hacer después, pero me tienen que pagar —explicó Bauti.
No podía moverme de ahí. Tendría que haber entrado, echar a esos degenerados de la casa y castigar a mi hijo. Pero no podía moverme. Y sentía la necesidad de escuchar todo lo que esos delincuentes tenían para decir.
—¡No me jodas! —exclamó Noah—. ¿De verdad es una tanga de tu mamá?
Si había alguna duda de que estaban hablando de mí, se acababa de disipar, y de la manera más escandalosa. ¡Esos pendejos tenían en su poder una de mis prendas íntimas!
—Sí. Y está usada —dijo Bauti, con total normalidad.
Esto iba de mal en peor. Cada detalle nuevo que conocía tornaba toda esa historia más grotesca de lo que parecía en un principio.
Recordé la tanga que había perdido hacía unos días. A veces lavo mi ropa interior mientras me baño, pero ese día tenía que poner algunas ropas a lavar, así que aproveché y puse también mi ropa interior en un canasto junto con otras prendas. Luego metí todo a lavar, pero la tanga nunca apareció. Estaba segura de que, al ser tan pequeña, se había metido en algún rincón del lavarropas, atrapada e invisible a mi vista. Pero ahora me daba cuenta de que no sucedió eso. Y era verosímil, pues, haciendo memoria, me percaté de que en realidad no recordaba haberla metido en el lavarropas. La prenda había llegado al canasto pero no al lavarropas. Algo había pasado en el medio. Bauti me la había quitado. Suspiré hondo, ofuscada.
—Hasta tiene un poco de olor a pis —exclamó Noah.
Sentí cómo el calor subía a mi cara. Ese debió ser el momento de irrumpir en el dormitorio y acabar con ese delirio. Esos nenes de mamá, esos mocosos estaban oliendo mi tanga usada. Noah y Luca con una erección, probablemente acariciándose sus genitales, y Bautista de cómplice, solo porque los otros le daban dinero.
Pero de repente tuve que contener, con mucho esfuerzo, una carcajada. La escena, por algún motivo, no dejaba de parecerme divertida. Y esa sensación estaba en pugna con mi creciente enojo y con la estupefacción de la que aún no me deshacía. Jamás había estado colmada de sentimientos tan antagónicos. Y las piernas aún me temblaban. No podía moverme. Y por si todo eso fuera poco, también ardía de curiosidad por escuchar un poco más.
—Y qué pensaste para la madrugada —insistió Luca.
Pareció contener un gemido mientras pronunciaba aquellas palabras. Y yo temblé de miedo. ¿Qué carajos pensaba hacer mi hijo en la madrugada? De pronto oí unos chasquidos. Un golpeteo húmedo y repetitivo. No cabía dudas, se estaban masturbando. Tenían fotos mías en sus celulares, y mi tanga con un leve olor a orina en su poder, y se estaban jalando la verga. ¿Qué estaba haciendo mi hijo mientras ellos hacían eso? Juraría que había tres sonidos diferentes. También se estaba masturbando, supuse. Imaginaba que lo hacía con otra musa inspiradora. Tendría fotos de otra mujer, o estaría imaginando a alguien en su cabeza. Pero no dejaba de ser extraño. Muy extraño.
—Papá duerme como un oso. Una vez que cerró los ojos, no hay quien lo despierte —explicó mi hijo—. Y mi mamá siempre duerme en la misma posición. De costado, en una pose semifetal, con la cara apuntando al lado opuesto de la puerta.
—¿Semifetal? Más despacio cerebrito —bromeó Noah.
—Algo así —dijo Bauti. Supongo que imitó la posición en la que yo dormía—. Además, el aire acondicionado de su pieza está roto. Tienen que usar ventilador. Pero no es lo mismo. Con este calor… ¿Ya vieron las fotos que les mandé ayer?
—Las estoy viendo ahora mismo. Estuviste muy bien, Bauti. Se le ve bien ese orto espectacular que tiene. Y la bombachita un poco corrida. Qué delicia. Hasta se le nota la forma de la conchita. Y pensar que vos saliste de ahí. Quién lo diría.
—Bueno. Esa vez tuve que correrle un poco las sábanas, y ahí le saqué la foto —dijo Bauti, sin darle importancia a los comentarios obscenos de su amigo. Esa noche mi honor no sería defendido por mi hijo—. Como verán, papá duerme como si nada. Y encima mamá usa esas máscaras de ojos para dormir. Si agrandan la foto la van a ver.
—Es verdad —dijo Luca, aparentemente entusiasmado.
—Bueno, la idea es que, si quieren, y si pagan un buen precio, pueden entrar al dormitorio de mamá y verla en ropa interior desde muy cerquita. Si por esas casualidades ella no tiene los ojos cubiertos y los ve, simplemente tienen que decir que se levantaron para ir al baño, y como estaban muy soñolientos se metieron en la habitación equivocada.
—Pensaste en todo —lo felicitó Noah.
Me quedé unos minutos más, por si escuchaba algo más que me pudiera interesar. Pero lo único que llegó a mis oídos fueron los gemidos de los adolescentes mientras se masturbaban con mis fotos, y las frases obscenas e incluso denigrantes que escupían, refiriéndose a mí.
—¡No vayan a ensuciar las sábanas! —lo escuché decir a Bauti.
Luego los gemidos se intensificaron, hasta que llegaron a un punto en el que era evidente que dos de ellos habían acabado, casi al mismo tiempo.
—Cómo me gustaría bañarle de leche esa carita de puta que tiene—dijo Luca.
—No es una puta —dijo Bauti—. Si lo fuera, sería más fácil para ustedes.
Sus amigos soltaron una carcajada. Después empezaron a charlar de otras tonterías. Volví a mi habitación, sigilosa. Sentía como si me hubieran dado una bofetada. Vi a Miguel. Estaba durmiendo como un oso. Bauti tenía razón en ese punto, obviamente. Su padre tenía una capacidad increíble para dormir. Incluso podía hacerlo estando parado. Le moví un poco el brazo, pero ni se inmuto. De todas formas ya lo conocía bien. Debía sacudirlo con considerable fuerza para que por fin se despertase. Podría estar cogiendo con alguien a su lado, y ni lo notaría.
Aparté esa idea de mi cabeza, reprendiéndome por haber pensado en semejante cosa.
A diferencia de Miguel, yo no dormía plácidamente con frecuencia. Creo que mi crisis de los cuarenta tenía mucho que ver con eso, pues pasaba mucho tiempo haciéndome la cabeza con un montón de tonterías. De ahí la máscara para los ojos, para que la oscuridad fuera absoluta y ni siquiera las luces del amanecer me molestaran. Eso me ayudaba a conciliar el sueño, al menos un poco.
Pero esa noche tenía otras cosas en mi cabeza. No podía terminar de procesar lo que acababa de enterarme. Bauti me sacaba fotos eróticas y se las mandaba a sus amigos. Y en una ocasión incluso había irrumpido en mi dormitorio mientras dormía. ¡Y me había corrido la sábana para que se me viera mejor!
Iba a tener que hacer algo con ese chico. Siempre fue muy particular. Muy ensimismado y pensativo. Como si todo el tiempo estuviera pensando en cómo dominar el mundo. Pero supongo que acababa de descubrir una de las cosas en que en realidad tanto pensaba. Me pregunté en qué contexto me había sacado las otras fotos y qué clase de imágenes eran. ¿Hasta eso había llegado por dinero? No éramos ricos, pero Miguel le daba todo lo que necesitaba. Se me ocurrió que quizás obtenía otros beneficios de parte de esos dos degenerados a quienes consideraba sus amigos.
Me pregunté si era oportuno contárselo a Miguel. Algo me decía que minimizaría el asunto, que diría que eran cosas de chicos y se olvidaría del tema. A lo mejor llamaría la atención a Bauti por lo de las fotos, pero nada más. Decidí que en todo caso resolvería eso al día siguiente.
Entonces medité sobre esos dos chicos. No me cabía en la cabeza que se sintieran atraídos por mí. Literalmente podrían ser mis hijos, pues tenían la misma edad que Bauti. Cuando yo tenía esa edad ellos ni siquiera habían nacido. En resumen, eran unos niños para mí.
Pero no dejaba de sorprenderme. Y me di cuenta de que, dejando de lado lo escandalizada que me sentía, no podía dejar de sentirme halagada. Culposamente halagada, pero halagada al fin.
Y es que justamente desde hacía dos meses, cuando me convertí oficialmente en una cuarentona, empecé a sentir una inseguridad que solo había sentido en mis años de preadolescencia, cuando mi cuerpo aún no se desarrollaba. Y ahora me enteraba de que era capaz de despertar la lujuria de chicos de la edad de mi hijo. Nunca había pensado en ello, pero ahora sentía una impredecible euforia y una ansiedad inquietante.
De repente me percaté de lo obvio. ¡Esos pendejos tenían pensado entrar a mi cuarto a la madrugada! Miré hacia la puerta, con un estremecimiento. Nunca habíamos acostumbrado a cerrar las puertas de los dormitorios con llave, y ahora ni siquiera sabía en dónde estaba la llave de nuestro dormitorio. Así que no podía contar con ello.
Por un momento pensé que después de todo sí tendría que despertar a mi marido y contarle lo que estaba pasando. Pero sería realmente un lío. Tendría que despertarlo a sacudidas, contarle todo, luego deberíamos echar a esos dos de la casa a mitad de la noche y finalmente regañar a Bauti. Era demasiado trabajo, y sospechaba que Miguel, quien al día siguiente debía levantarse muy temprano, preferiría no tener que lidiar con todo eso.
Así que decidí quedarme ahí, y si ellos realmente irrumpían en mi dormitorio, actuaría en consecuencias.
Pero a medida que pasaba el tiempo la cabeza me hacía ir y venir por senderos peligrosos. Nuevamente me reí ante la idea de que esos adolescentes hicieran tantas locuras por mí. Sentí el aire del ventilador sobre mi cuerpo. Por suerte no hacía tanto calor como otros días, de lo contrario, el aire que tiraría el electrodoméstico ya sería caliente. Ahora estaba tibio, y me permitía estar relativamente cómoda. No obstante, empezaba a sentir las sábanas muy pesadas, y el camisón que me había puesto para dormir ya se me hacía incómodo.
Me di una rápida ducha de agua fría. Con el cuerpo y el cabello húmedo, el aire del ventilador sería refrescante. Bajo el agua, con el cuerpo desnudo, me percaté de que mi sexo estaba húmedo.
Me lavé y volví a la cama. Pero entonces pensé en una tontería. En algo que una persona que no estuviera con el desorden emocional en el que yo me encontraba, jamás se detendría a analizar. Resulta que llevaba puesta una bombacha un tanto vieja, un poco deshilachada. Decidí ponerme una limpia. Y en un instante de estupidez elegí la tanga más provocadora que tenía.
Corrí las sábanas a un lado, para recibir el aire de lleno en mi cuerpo. Me coloqué la máscara para dormir. Suspiré hondo. Estaba exactamente en la misma posición que Bautista había descrito a sus amigos. Acurrucada, de costado. Vestía solo la tanguita y una remerita cómoda con el ombligo desnudo. Sin corpiño, obviamente. Con el trasero al aire apuntando hacia la puerta.
Fue en ese momento cuando justamente sentí que la puerta se abría. Apenas hizo ruido, pero pude percibirlo.
Me quedé petrificada, sin poder atinar a hacer nada. ¿No era que iban a ir a la madrugada? Apenas eran las doce y media de la noche. Yo me había hecho la idea de que aparecerían a eso de las tres o las cuatro. Sentí sus pasos, casi imperceptibles, avanzando hacia mi cama. Estaba todo oscuro, y yo no veía nada. Pero estaba segura de que Miguel seguía profundamente dormido. Me daba cuenta de eso por su respiración, que era muy fuerte, casi un ronquido. Y dudaba de que fuera a despertarse. Lo conocía bien. A lo sumo se levantaba a mear a la madrugada. Y de todas formas, cuando iba al baño estaba más dormido que despierto.
Imaginé que los chicos habían encendido las linternas de los celulares para observarme. Me pregunté si se encontraban los dos, o si se turnarían para entrar. Por lo visto Bautista los había instruido bien, porque no emitían el menor sonido. Y gracias al ruido del ventilador ni siquiera escuchaba sus respiraciones. Pero sabía que estaban ahí, ¿cierto?, me pregunté. Los había oído entrar. No obstante, empecé a pensar que quizás mi imaginación me había jugado una mala pasada. Tal vez jamás habían entrado. Era un buen momento para cubrir mi cuerpo y pensar en cómo evitar que esos mocosos hicieran una idiotez.
Pero entonces sucedió algo que me desengañó. Sentí unos dedos posándose en mi trasero. Fue una caricia suave y corta. Habían pasado la mano por mi culo y la habían retirado enseguida. Mi cuerpo se estremeció involuntariamente. Escuché que murmuraban algo entre ellos. No comprendí lo que decían pero parecían alarmados por mi repentino movimiento. Quizás eso los había asustado y por fin se marcharían.
No obstante, no oí que la puerta volviera a hacer ruido. ¿O sería que la habían dejado abierta justamente para hacer el menor ruido posible? Pero otra vez me había equivocado. Nuevamente sentí unos dedos deslizándose suavemente por mi trasero. Y esta vez había sido un movimiento más osado, pues me manosearon por más tiempo.
Me pregunté si el que me metía mano era Noah o Luca. Me decanté por el primero, pues parecía ser el más atrevido de los dos. Noah era un chico delgado y muy alto. Creo que medía casi dos metros. Llevaba el pelo corto, y usaba un arito en una de las orejas. Luca en cambio era un carilindo de pelo castaño claro, tan claro que casi parecía rubio. Ambos eran muy lindos, y muy arrogantes. Eran la clase de chicos por los que mi yo del pasado se volvía loca
Otra mano se posó en mi pierna. Se que era otra mano, porque la primera había vuelto a manosear mi trasero. De hecho ahora parecía enviciada con mi nalga, haciendo movimientos circulares sobre ella, animándose a pellizcarla suavemente de vez en cuando.
Me di cuenta de que mi cuerpo empezaba a traicionarme. Las caricias en mis piernas siempre fueron mi punto débil, y de todas formas el que me estaba manoseando el culo tampoco lo estaba haciendo mal. Hacía década y media que ningún hombre que no fuera mi marido accedía a esa parte de mi cuerpo. Y ahora me descubría disfrutando de esas caricias ilícitas hechas por unos niños.
Pero no podía permitirme gozar de esa situación tan aberrante. En definitiva eran dos chicos que habían irrumpido en la intimidad de mi dormitorio para abusar de mí. Debía tener eso en cuenta. Decidí que era hora de hacer como que me despertaba, para que por fin se dieran cuenta de que sus caricias no eran tan sutiles como pretendían que fueran. De hecho, a medida que pasaba el tiempo y que yo no reaccionaba, se mostraban más osados.
Pero entonces sucedió algo que me dejó estupefacta, por lo que nuevamente no atiné a moverme. Sentí otra cosa en mi glúteo. Algo más grande y rígido que un dedo. Alguien, Luca o Noah, me hincó la nalga con eso. Por el tacto, no necesité pensar mucho para adivinar de qué se trataba.
Era una verga. Una pija dura e hinchada que ahora se frotaba en mi nalga. El otro chico pareció decirle algo al que me estaba ultrajando. Algo así como “no exageres que se puede despertar”. Pero el miembro viril seguía frotándose en mi trasero. Supongo que fue muy ingenuo sorprenderme, pues no debía esperar otra cosa de unos depravados como ellos. Pero no dejaba de llamarme la atención hasta dónde llegaba el grado de perversión de esos niños. Uno de ellos se estaba masturbando con mi trasero, y mi marido estaba al otro lado de la cama. ¡Cómo podían ser tan osados!
Y entonces ocurrió el colmo de los colmos. Con la misma verga, el chico en cuestión empezó a correrme la telita de la tanga que cubría escasamente mi trasero. Después de varios intentos lo logró. Entonces empezó a frotar el glande a todo lo largo del medio de mis nalgas.
Me di cuenta de que, muy a mi pesar, mi sexo estaba segregando abundante fluido vaginal. Dicho de otra manera, estaba terriblemente caliente. Tan caliente como esos pendejos.
Pero no podía permitir que eso continuara. Además, la impertinencia de esos chicos podía envalentonarlos hasta el punto de eyacular encima de mí. Hasta ya me estaba imaginado mi piel bañada con ese líquido tan espeso y pegajoso. Así que me removí en la cama, e hice algunos gemidos como para que se dieran cuenta de que, supuestamente, me estaba despertando.
Inmediatamente después de que hice esto, retiraron el miembro viril de mi cuerpo. Al fin me había liberado de ellos.
Me sentí culpable. Los había dejado llegar muy lejos. Pero por suerte no tenían idea de que lo había hecho. En su imaginación esos chicos simplemente habían abusado de mí, lo que de hecho sucedió. Que yo estuviera consciente no quitaba que ellos pensaban que no lo estaba.
Me quité la máscara de ojos. Encendí la luz. Miré a Miguel. Seguía profundamente dormido. Su respiración sí se oía a pesar del ventilador encendido. No se había enterado de nada, evidentemente. Él siempre vivió en su mundo. En eso se parecía a su hijo.
Me di cuenta de que tenía la tanga desordenada. La tela de atrás seguía corrida a un lado. Me la acomodé. Después reparé en que seguía excitada. Muy excitada. Llevé mi mano a mi sexo y empecé a masturbarme. Un crimen sin víctimas, me dije, y después de unos minutos acabé.
(Si veo que les gusta traeré las otras partes, dejen sus puntos para saberlo o dejarlos aquí)
(Relato perteneciente a Gabriel B de TodoRelato, este relato tiene más de 10 partes es una obra pero muy larga, aquí la traigo con algunas modificaciones y recortes y por supuesto con imágenes ilustrativas para que vuelen las imaginaciones)
Luego sucedió algo más concreto. Un hecho que en otro momento hubiera manejado de manera más inteligente, pero que, dada la etapa de mi vida en la que sucedió, actué de manera insensata. Bauti había llevado a unos amigos a casa. No soy una madre que está siempre encima de su hijo, pero sí me gusta estar al tanto de todo por lo que está pasando. Mucho más en ese momento, en donde de seguro ya estaba experimentando con sus primeros amores adolescentes. Además había otra cosa que me inquietaba. Los dos chicos que ahora se habían quedado a dormir, Noah y Luca, habían tenido problemas con Bauti en el pasado. En una ocasión incluso se habían ido a las manos. Y ahora estaban culo y calzón. No tenía nada en contra de las reconciliaciones entre chicos de su edad, más bien al contrario, me parecía lo más sano. Pero esa amistad con esos chicos revoltosos me tenía preocupada. Necesitaba saber en qué andaba mi hijo. Pero en esos tiempos era muy difícil sacarle una conversación, se mostraba hermético, así que debía recurrir a métodos cuestionables.
A la noche, mientras Miguel dormía, me escabullí hacia la habitación de mi hijo. Estaba convencida de que se iban a quedar hasta tarde jugando a los videos, conversando. Quizás podía enterarme de algo jugoso. Se me ocurren muchos dichos que pueden ir muy buen con el desenlace de esa decisión. El que busca encuentra. El que juega con fuego termina quemado. El que duerme con niños amanece mojado…
Por algún motivo arquitectónico o físico, o lo que fuera, por más que estuviera la puerta cerrada, se escuchaba bastante bien. Y a eso agregarle que los chicos no se molestaban en bajar la voz. Cosa que en realidad era entendible pues el dormitorio de Bauti quedaba a considerable distancia y solo se podría oír si alguien estaba detrás de la puerta, tal como lo estaba yo.
—¿Tan caro? —escuché preguntar a Luca—. Me parece que te estás pasando, amigo.
—Si no quieren pagar, está bien —lo escuché decir a mi hijo.
—Está bien. Pero más vale que sea una buena foto, y que esté totalmente desnuda —dijo Noah.
No entendía de qué iba la charla. Es decir, se entendía muy bien la conversación, pero no terminaba de comprender qué había detrás de ello. Por lo visto Bauti les estaba vendiendo fotos pornográficas. ¡Pero si en internet había todo tipo de fotos y videos para saciar la lujuria de esos adolescentes!
—¿Me estás jodiendo? —rugió Noah. Se lo oía evidentemente furioso—. No se le ve la cara.
—¿Tenés alguna idea de lo difícil que sería sacarle una foto desnuda, en donde además se le vea la cara? Estas las saqué a escondidas, y de pura casualidad. No crean que van a poder ver muchas como estas. Y si un día consigo un desnudo con el rostro expuesto, les aseguro que no va a costar lo mismo—explicó mi hijo.
Sentí que el corazón se me encogía. Ahora lo comprendía todo. Las fotos eran de alguien que los tres conocían, de ahí el particular morbo de los niños, y el precio elevado que parecía estar pidiendo Bautista. Pero ¿de quién eran esas fotos?, ¿cómo se las había arreglado mi hijo para hacerlas?
—¿No estarán hechas con inteligencia artificial, no? —preguntó Noah, receloso.
—Obvio que no. Pero entiendo si dudan. Ustedes dirán si las quieren o no—dijo bautista.
—Sabés que te podemos cagar a piñas y quitártela igual, ¿no? —preguntó Luca.
Me preparé para detener cualquier agresión contra mi hijo. Sabía que estaba haciendo algo malo, pero no iba a permitir que lo dañaran en nuestra casa.
—Pueden hacerlo, pero se van a perder cualquier otra cosa que les consiga de ella. Además, tengo una sorpresa, y tenía pensado algo para la madrugada, siempre y cuando quieran pagar, obvio.
—No te hagas el vivo con nosotros, larva —le dijo Luca.
—Tranquilo, che. Estamos entre amigos —intervino Noah, aparentemente más tranquilo—. Está bien, pero pienso hacerme una paja con la foto, y con las que ya nos mandaste.
—¿¡Acá?! —preguntó Bauti—. No. Si quieren vayan al baño.
—Yo ya tengo la pija dura —dijo Noah—. Mirá el culo que tiene esta mujer. Si fuera mi madre, sería un degenerado como este friki.
—En eso coincido con vos —dijo Luca—. Y ahora que tiene el pelo rubio se parece mucho a Evangelina Anderson. Cómo me calienta esa mina.
Me quedé petrificada, con las piernas temblando. Instintivamente llevé la mano a mi cabello. Su color natural era el castaño claro, pero cada tanto lo cambiaba, y ahora lo tenía rubio. ¿Estaba entendiendo bien? ¿Esas fotos eran mías y me las había sacado el propio Bauti?
—¡Nada que ver! Yo solo hago lo que me piden —exclamó mi hijo.
—Tranquilo, que eso no nos importa. Ya te dijimos que esto queda entre nosotros —lo tranquilizó Noah, quien parecía ser el líder de ese grupo de degenerados—. ¿Qué tenías pensado para la madrugada?
—Primero les voy a dar algo. ¡Pero más vale que me paguen! Si no tienen ahora, lo pueden hacer después, pero me tienen que pagar —explicó Bauti.
No podía moverme de ahí. Tendría que haber entrado, echar a esos degenerados de la casa y castigar a mi hijo. Pero no podía moverme. Y sentía la necesidad de escuchar todo lo que esos delincuentes tenían para decir.
—¡No me jodas! —exclamó Noah—. ¿De verdad es una tanga de tu mamá?
Si había alguna duda de que estaban hablando de mí, se acababa de disipar, y de la manera más escandalosa. ¡Esos pendejos tenían en su poder una de mis prendas íntimas!
—Sí. Y está usada —dijo Bauti, con total normalidad.
Esto iba de mal en peor. Cada detalle nuevo que conocía tornaba toda esa historia más grotesca de lo que parecía en un principio.
Recordé la tanga que había perdido hacía unos días. A veces lavo mi ropa interior mientras me baño, pero ese día tenía que poner algunas ropas a lavar, así que aproveché y puse también mi ropa interior en un canasto junto con otras prendas. Luego metí todo a lavar, pero la tanga nunca apareció. Estaba segura de que, al ser tan pequeña, se había metido en algún rincón del lavarropas, atrapada e invisible a mi vista. Pero ahora me daba cuenta de que no sucedió eso. Y era verosímil, pues, haciendo memoria, me percaté de que en realidad no recordaba haberla metido en el lavarropas. La prenda había llegado al canasto pero no al lavarropas. Algo había pasado en el medio. Bauti me la había quitado. Suspiré hondo, ofuscada.
—Hasta tiene un poco de olor a pis —exclamó Noah.
Sentí cómo el calor subía a mi cara. Ese debió ser el momento de irrumpir en el dormitorio y acabar con ese delirio. Esos nenes de mamá, esos mocosos estaban oliendo mi tanga usada. Noah y Luca con una erección, probablemente acariciándose sus genitales, y Bautista de cómplice, solo porque los otros le daban dinero.
Pero de repente tuve que contener, con mucho esfuerzo, una carcajada. La escena, por algún motivo, no dejaba de parecerme divertida. Y esa sensación estaba en pugna con mi creciente enojo y con la estupefacción de la que aún no me deshacía. Jamás había estado colmada de sentimientos tan antagónicos. Y las piernas aún me temblaban. No podía moverme. Y por si todo eso fuera poco, también ardía de curiosidad por escuchar un poco más.
—Y qué pensaste para la madrugada —insistió Luca.
Pareció contener un gemido mientras pronunciaba aquellas palabras. Y yo temblé de miedo. ¿Qué carajos pensaba hacer mi hijo en la madrugada? De pronto oí unos chasquidos. Un golpeteo húmedo y repetitivo. No cabía dudas, se estaban masturbando. Tenían fotos mías en sus celulares, y mi tanga con un leve olor a orina en su poder, y se estaban jalando la verga. ¿Qué estaba haciendo mi hijo mientras ellos hacían eso? Juraría que había tres sonidos diferentes. También se estaba masturbando, supuse. Imaginaba que lo hacía con otra musa inspiradora. Tendría fotos de otra mujer, o estaría imaginando a alguien en su cabeza. Pero no dejaba de ser extraño. Muy extraño.
—Papá duerme como un oso. Una vez que cerró los ojos, no hay quien lo despierte —explicó mi hijo—. Y mi mamá siempre duerme en la misma posición. De costado, en una pose semifetal, con la cara apuntando al lado opuesto de la puerta.
—¿Semifetal? Más despacio cerebrito —bromeó Noah.
—Algo así —dijo Bauti. Supongo que imitó la posición en la que yo dormía—. Además, el aire acondicionado de su pieza está roto. Tienen que usar ventilador. Pero no es lo mismo. Con este calor… ¿Ya vieron las fotos que les mandé ayer?
—Las estoy viendo ahora mismo. Estuviste muy bien, Bauti. Se le ve bien ese orto espectacular que tiene. Y la bombachita un poco corrida. Qué delicia. Hasta se le nota la forma de la conchita. Y pensar que vos saliste de ahí. Quién lo diría.
—Bueno. Esa vez tuve que correrle un poco las sábanas, y ahí le saqué la foto —dijo Bauti, sin darle importancia a los comentarios obscenos de su amigo. Esa noche mi honor no sería defendido por mi hijo—. Como verán, papá duerme como si nada. Y encima mamá usa esas máscaras de ojos para dormir. Si agrandan la foto la van a ver.
—Es verdad —dijo Luca, aparentemente entusiasmado.
—Bueno, la idea es que, si quieren, y si pagan un buen precio, pueden entrar al dormitorio de mamá y verla en ropa interior desde muy cerquita. Si por esas casualidades ella no tiene los ojos cubiertos y los ve, simplemente tienen que decir que se levantaron para ir al baño, y como estaban muy soñolientos se metieron en la habitación equivocada.
—Pensaste en todo —lo felicitó Noah.
Me quedé unos minutos más, por si escuchaba algo más que me pudiera interesar. Pero lo único que llegó a mis oídos fueron los gemidos de los adolescentes mientras se masturbaban con mis fotos, y las frases obscenas e incluso denigrantes que escupían, refiriéndose a mí.
—¡No vayan a ensuciar las sábanas! —lo escuché decir a Bauti.
Luego los gemidos se intensificaron, hasta que llegaron a un punto en el que era evidente que dos de ellos habían acabado, casi al mismo tiempo.
—Cómo me gustaría bañarle de leche esa carita de puta que tiene—dijo Luca.
—No es una puta —dijo Bauti—. Si lo fuera, sería más fácil para ustedes.
Sus amigos soltaron una carcajada. Después empezaron a charlar de otras tonterías. Volví a mi habitación, sigilosa. Sentía como si me hubieran dado una bofetada. Vi a Miguel. Estaba durmiendo como un oso. Bauti tenía razón en ese punto, obviamente. Su padre tenía una capacidad increíble para dormir. Incluso podía hacerlo estando parado. Le moví un poco el brazo, pero ni se inmuto. De todas formas ya lo conocía bien. Debía sacudirlo con considerable fuerza para que por fin se despertase. Podría estar cogiendo con alguien a su lado, y ni lo notaría.
Aparté esa idea de mi cabeza, reprendiéndome por haber pensado en semejante cosa.
A diferencia de Miguel, yo no dormía plácidamente con frecuencia. Creo que mi crisis de los cuarenta tenía mucho que ver con eso, pues pasaba mucho tiempo haciéndome la cabeza con un montón de tonterías. De ahí la máscara para los ojos, para que la oscuridad fuera absoluta y ni siquiera las luces del amanecer me molestaran. Eso me ayudaba a conciliar el sueño, al menos un poco.
Pero esa noche tenía otras cosas en mi cabeza. No podía terminar de procesar lo que acababa de enterarme. Bauti me sacaba fotos eróticas y se las mandaba a sus amigos. Y en una ocasión incluso había irrumpido en mi dormitorio mientras dormía. ¡Y me había corrido la sábana para que se me viera mejor!
Iba a tener que hacer algo con ese chico. Siempre fue muy particular. Muy ensimismado y pensativo. Como si todo el tiempo estuviera pensando en cómo dominar el mundo. Pero supongo que acababa de descubrir una de las cosas en que en realidad tanto pensaba. Me pregunté en qué contexto me había sacado las otras fotos y qué clase de imágenes eran. ¿Hasta eso había llegado por dinero? No éramos ricos, pero Miguel le daba todo lo que necesitaba. Se me ocurrió que quizás obtenía otros beneficios de parte de esos dos degenerados a quienes consideraba sus amigos.
Me pregunté si era oportuno contárselo a Miguel. Algo me decía que minimizaría el asunto, que diría que eran cosas de chicos y se olvidaría del tema. A lo mejor llamaría la atención a Bauti por lo de las fotos, pero nada más. Decidí que en todo caso resolvería eso al día siguiente.
Entonces medité sobre esos dos chicos. No me cabía en la cabeza que se sintieran atraídos por mí. Literalmente podrían ser mis hijos, pues tenían la misma edad que Bauti. Cuando yo tenía esa edad ellos ni siquiera habían nacido. En resumen, eran unos niños para mí.
Pero no dejaba de sorprenderme. Y me di cuenta de que, dejando de lado lo escandalizada que me sentía, no podía dejar de sentirme halagada. Culposamente halagada, pero halagada al fin.
Y es que justamente desde hacía dos meses, cuando me convertí oficialmente en una cuarentona, empecé a sentir una inseguridad que solo había sentido en mis años de preadolescencia, cuando mi cuerpo aún no se desarrollaba. Y ahora me enteraba de que era capaz de despertar la lujuria de chicos de la edad de mi hijo. Nunca había pensado en ello, pero ahora sentía una impredecible euforia y una ansiedad inquietante.
De repente me percaté de lo obvio. ¡Esos pendejos tenían pensado entrar a mi cuarto a la madrugada! Miré hacia la puerta, con un estremecimiento. Nunca habíamos acostumbrado a cerrar las puertas de los dormitorios con llave, y ahora ni siquiera sabía en dónde estaba la llave de nuestro dormitorio. Así que no podía contar con ello.
Por un momento pensé que después de todo sí tendría que despertar a mi marido y contarle lo que estaba pasando. Pero sería realmente un lío. Tendría que despertarlo a sacudidas, contarle todo, luego deberíamos echar a esos dos de la casa a mitad de la noche y finalmente regañar a Bauti. Era demasiado trabajo, y sospechaba que Miguel, quien al día siguiente debía levantarse muy temprano, preferiría no tener que lidiar con todo eso.
Así que decidí quedarme ahí, y si ellos realmente irrumpían en mi dormitorio, actuaría en consecuencias.
Pero a medida que pasaba el tiempo la cabeza me hacía ir y venir por senderos peligrosos. Nuevamente me reí ante la idea de que esos adolescentes hicieran tantas locuras por mí. Sentí el aire del ventilador sobre mi cuerpo. Por suerte no hacía tanto calor como otros días, de lo contrario, el aire que tiraría el electrodoméstico ya sería caliente. Ahora estaba tibio, y me permitía estar relativamente cómoda. No obstante, empezaba a sentir las sábanas muy pesadas, y el camisón que me había puesto para dormir ya se me hacía incómodo.
Me di una rápida ducha de agua fría. Con el cuerpo y el cabello húmedo, el aire del ventilador sería refrescante. Bajo el agua, con el cuerpo desnudo, me percaté de que mi sexo estaba húmedo.
Me lavé y volví a la cama. Pero entonces pensé en una tontería. En algo que una persona que no estuviera con el desorden emocional en el que yo me encontraba, jamás se detendría a analizar. Resulta que llevaba puesta una bombacha un tanto vieja, un poco deshilachada. Decidí ponerme una limpia. Y en un instante de estupidez elegí la tanga más provocadora que tenía.
Corrí las sábanas a un lado, para recibir el aire de lleno en mi cuerpo. Me coloqué la máscara para dormir. Suspiré hondo. Estaba exactamente en la misma posición que Bautista había descrito a sus amigos. Acurrucada, de costado. Vestía solo la tanguita y una remerita cómoda con el ombligo desnudo. Sin corpiño, obviamente. Con el trasero al aire apuntando hacia la puerta.
Fue en ese momento cuando justamente sentí que la puerta se abría. Apenas hizo ruido, pero pude percibirlo.
Me quedé petrificada, sin poder atinar a hacer nada. ¿No era que iban a ir a la madrugada? Apenas eran las doce y media de la noche. Yo me había hecho la idea de que aparecerían a eso de las tres o las cuatro. Sentí sus pasos, casi imperceptibles, avanzando hacia mi cama. Estaba todo oscuro, y yo no veía nada. Pero estaba segura de que Miguel seguía profundamente dormido. Me daba cuenta de eso por su respiración, que era muy fuerte, casi un ronquido. Y dudaba de que fuera a despertarse. Lo conocía bien. A lo sumo se levantaba a mear a la madrugada. Y de todas formas, cuando iba al baño estaba más dormido que despierto.
Imaginé que los chicos habían encendido las linternas de los celulares para observarme. Me pregunté si se encontraban los dos, o si se turnarían para entrar. Por lo visto Bautista los había instruido bien, porque no emitían el menor sonido. Y gracias al ruido del ventilador ni siquiera escuchaba sus respiraciones. Pero sabía que estaban ahí, ¿cierto?, me pregunté. Los había oído entrar. No obstante, empecé a pensar que quizás mi imaginación me había jugado una mala pasada. Tal vez jamás habían entrado. Era un buen momento para cubrir mi cuerpo y pensar en cómo evitar que esos mocosos hicieran una idiotez.
Pero entonces sucedió algo que me desengañó. Sentí unos dedos posándose en mi trasero. Fue una caricia suave y corta. Habían pasado la mano por mi culo y la habían retirado enseguida. Mi cuerpo se estremeció involuntariamente. Escuché que murmuraban algo entre ellos. No comprendí lo que decían pero parecían alarmados por mi repentino movimiento. Quizás eso los había asustado y por fin se marcharían.
No obstante, no oí que la puerta volviera a hacer ruido. ¿O sería que la habían dejado abierta justamente para hacer el menor ruido posible? Pero otra vez me había equivocado. Nuevamente sentí unos dedos deslizándose suavemente por mi trasero. Y esta vez había sido un movimiento más osado, pues me manosearon por más tiempo.
Me pregunté si el que me metía mano era Noah o Luca. Me decanté por el primero, pues parecía ser el más atrevido de los dos. Noah era un chico delgado y muy alto. Creo que medía casi dos metros. Llevaba el pelo corto, y usaba un arito en una de las orejas. Luca en cambio era un carilindo de pelo castaño claro, tan claro que casi parecía rubio. Ambos eran muy lindos, y muy arrogantes. Eran la clase de chicos por los que mi yo del pasado se volvía loca
Otra mano se posó en mi pierna. Se que era otra mano, porque la primera había vuelto a manosear mi trasero. De hecho ahora parecía enviciada con mi nalga, haciendo movimientos circulares sobre ella, animándose a pellizcarla suavemente de vez en cuando.
Me di cuenta de que mi cuerpo empezaba a traicionarme. Las caricias en mis piernas siempre fueron mi punto débil, y de todas formas el que me estaba manoseando el culo tampoco lo estaba haciendo mal. Hacía década y media que ningún hombre que no fuera mi marido accedía a esa parte de mi cuerpo. Y ahora me descubría disfrutando de esas caricias ilícitas hechas por unos niños.
Pero no podía permitirme gozar de esa situación tan aberrante. En definitiva eran dos chicos que habían irrumpido en la intimidad de mi dormitorio para abusar de mí. Debía tener eso en cuenta. Decidí que era hora de hacer como que me despertaba, para que por fin se dieran cuenta de que sus caricias no eran tan sutiles como pretendían que fueran. De hecho, a medida que pasaba el tiempo y que yo no reaccionaba, se mostraban más osados.
Pero entonces sucedió algo que me dejó estupefacta, por lo que nuevamente no atiné a moverme. Sentí otra cosa en mi glúteo. Algo más grande y rígido que un dedo. Alguien, Luca o Noah, me hincó la nalga con eso. Por el tacto, no necesité pensar mucho para adivinar de qué se trataba.
Era una verga. Una pija dura e hinchada que ahora se frotaba en mi nalga. El otro chico pareció decirle algo al que me estaba ultrajando. Algo así como “no exageres que se puede despertar”. Pero el miembro viril seguía frotándose en mi trasero. Supongo que fue muy ingenuo sorprenderme, pues no debía esperar otra cosa de unos depravados como ellos. Pero no dejaba de llamarme la atención hasta dónde llegaba el grado de perversión de esos niños. Uno de ellos se estaba masturbando con mi trasero, y mi marido estaba al otro lado de la cama. ¡Cómo podían ser tan osados!
Y entonces ocurrió el colmo de los colmos. Con la misma verga, el chico en cuestión empezó a correrme la telita de la tanga que cubría escasamente mi trasero. Después de varios intentos lo logró. Entonces empezó a frotar el glande a todo lo largo del medio de mis nalgas.
Me di cuenta de que, muy a mi pesar, mi sexo estaba segregando abundante fluido vaginal. Dicho de otra manera, estaba terriblemente caliente. Tan caliente como esos pendejos.
Pero no podía permitir que eso continuara. Además, la impertinencia de esos chicos podía envalentonarlos hasta el punto de eyacular encima de mí. Hasta ya me estaba imaginado mi piel bañada con ese líquido tan espeso y pegajoso. Así que me removí en la cama, e hice algunos gemidos como para que se dieran cuenta de que, supuestamente, me estaba despertando.
Inmediatamente después de que hice esto, retiraron el miembro viril de mi cuerpo. Al fin me había liberado de ellos.
Me sentí culpable. Los había dejado llegar muy lejos. Pero por suerte no tenían idea de que lo había hecho. En su imaginación esos chicos simplemente habían abusado de mí, lo que de hecho sucedió. Que yo estuviera consciente no quitaba que ellos pensaban que no lo estaba.
Me quité la máscara de ojos. Encendí la luz. Miré a Miguel. Seguía profundamente dormido. Su respiración sí se oía a pesar del ventilador encendido. No se había enterado de nada, evidentemente. Él siempre vivió en su mundo. En eso se parecía a su hijo.
Me di cuenta de que tenía la tanga desordenada. La tela de atrás seguía corrida a un lado. Me la acomodé. Después reparé en que seguía excitada. Muy excitada. Llevé mi mano a mi sexo y empecé a masturbarme. Un crimen sin víctimas, me dije, y después de unos minutos acabé.
(Si veo que les gusta traeré las otras partes, dejen sus puntos para saberlo o dejarlos aquí)
(Relato perteneciente a Gabriel B de TodoRelato, este relato tiene más de 10 partes es una obra pero muy larga, aquí la traigo con algunas modificaciones y recortes y por supuesto con imágenes ilustrativas para que vuelen las imaginaciones)
3 comentarios - Emputecida por los amigos de mi hijo (Parte 1)