Subí al colectivo como cualquier otro día buscando un asiento libre, con la mente distraída en mis pensamientos. Encontré un lugar al fondo, cerca de la puerta. Me acomodé, dejé que mi mirada vagara por el vehículo, hasta que alguien, o más bien algo, la atrapó por completo.
Era su culo. Un culo perfecto, redondeado y firme, moldeado bajo unas calzas ajustadas que dejaban poco a la imaginación. Traté de apartar la mirada al principio, pero no pude. Algo en ese culo exigía ser visto, admirado. Cada vez que se movía, la tela de las calzas se estiraba sobre su piel, marcando sus curvas de una manera hipnótica. Los pensamientos triviales desaparecieron, y todo lo que existía en ese momento era ella. O mejor dicho, su culo.
Mientras la observaba, ella comenzó a inquietarse. Era evidente que se había dado cuenta de que la observaba. Movió su cuerpo, incómoda quizás, pero ese movimiento solo sirvió para que mis ojos se aferraran más a su figura. Mis pupilas la seguían como si estuvieran magnetizadas. De vez en cuando, ella se giraba ligeramente, mirándome de reojo, casi como si me pidiera que dejara de mirarla. Pero no lo hice. Por qué debería? Ese culo había capturado mi deseo, y no iba a ceder.
La incomodidad que mostraba al principio cambió de forma. Noté que sus pezones se endurecieron bajo la fina tela de su remera. Al principio pensé que tal vez era el aire acondicionado del colectivo, pero luego, a medida que sus movimientos se volvieron más lentos, más suaves, me di cuenta de lo que estaba pasando. ¿Se estaría excitando?
La idea me quemó la cabeza (las dos). Mi mirada permanecía fija en su culo, y ahora sus movimientos parecían menos nerviosos, más calculados. Se movía como si quisiera provocarme, como si estuviera ofreciendo ese culo que había intentado ocultar al principio.
Me tomé un momento para examinar cada detalle con detenimiento. La tanga que llevaba se marcaba a través de la tela de las calzas. Pude ver la ligera línea donde se hundía en su carne, y la curva donde terminaba justo encima de sus muslos. Cada centímetro de su culo estaba dibujado a la perfección. Me invadió un deseo oscuro y primitivo. Si ella se acercara un poco más, no dudaría en extender la mano y tocarla.
El trayecto se hizo eterno. Mientras el colectivo avanzaba, mi imaginación volaba. ¿Cómo sería tocar ese culo? Acariciarlo, apretarlo, hacerlo mío, sentir el calor de su piel desnuda bajo mis manos. Pero no podía, no aquí, no ahora. Solo me quedaba seguir observándola, dejando que esa excitación creciera en mi interior.
Ella seguía moviéndose, pero ya no estaba seguro de si lo hacía para esconderse de mí o para provocarme más. Cada vez que giraba la cabeza, me miraba de reojo, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Pero yo no bajaba la mirada. Mis ojos seguían fijos en su culo, explorándolo, deseándolo.
Finalmente, llegó mi parada. El colectivo se detuvo, y antes de bajar la miré una última vez, con más intensidad. Me pregunté qué estaría pensando ella en ese momento. ¿Le habría molestado? O tal vez, ¿le habría gustado?
El pensamiento me llevó a otra serie de preguntas más provocadoras. ¿Qué haría ella al llegar a su casa? ¿Se masturbaría recordando cómo la miraba, dejando que el deseo creciera entre sus piernas hasta que no pudiera aguantar más? ¿O tal vez tenía un esposo o un amante esperándola en casa, listo para satisfacerla? ¿Llamaría a alguien para que la cogiera tan pronto como cruzara la puerta?
Me bajé del colectivo con esas imágenes grabadas en mi mente. La última visión que tuve de ella fue su culo, aún moviéndose en mi dirección mientras el colectivo se alejaba. Saqué mi teléfono y envié un mensaje rápido.
"Estoy llegando. Prepárate como te dije."
Era un mensaje dirigido a mi perra. Ella sabía lo que tenía que hacer. Me esperaría en la posición que le había indicado, con el plug anal ya colocado, lubricada y lista para ser usada. Había estado deseando su culo, pero después de lo que acababa de ver en el colectivo, sabía que esta vez sería diferente.
Iba a descargar todo ese deseo acumulado en ella. Hoy la follaría con más fuerza de lo habitual, la haría gemir y gritar, porque mientras lo hacía, en mi mente seguiría imaginando el culo de la pasajera del colectivo. Le daría una cogida anal intensa, sin piedad, alimentado por la fantasía que había nacido en ese trayecto.
Caminé rápido hacia mi casa, con el pulso acelerado y la excitación a flor de piel. Sabía que mi perra estaría esperándome, obediente, como siempre, lista para recibirme. Hoy no habría lugar para la suavidad. Ella lo sabía, y yo lo sabía. Hoy sería una noche intensa.
Al llegar, el pensamiento de esa pasajera seguía en mi mente. Me pregunté, por última vez, si ella había llegado a mojarse mientras me miraba. Pero ahora no importaba. Mi perra ya me esperaba, y hoy sería su turno de recibir lo que había estado acumulando en ese viaje.
Era su culo. Un culo perfecto, redondeado y firme, moldeado bajo unas calzas ajustadas que dejaban poco a la imaginación. Traté de apartar la mirada al principio, pero no pude. Algo en ese culo exigía ser visto, admirado. Cada vez que se movía, la tela de las calzas se estiraba sobre su piel, marcando sus curvas de una manera hipnótica. Los pensamientos triviales desaparecieron, y todo lo que existía en ese momento era ella. O mejor dicho, su culo.
Mientras la observaba, ella comenzó a inquietarse. Era evidente que se había dado cuenta de que la observaba. Movió su cuerpo, incómoda quizás, pero ese movimiento solo sirvió para que mis ojos se aferraran más a su figura. Mis pupilas la seguían como si estuvieran magnetizadas. De vez en cuando, ella se giraba ligeramente, mirándome de reojo, casi como si me pidiera que dejara de mirarla. Pero no lo hice. Por qué debería? Ese culo había capturado mi deseo, y no iba a ceder.
La incomodidad que mostraba al principio cambió de forma. Noté que sus pezones se endurecieron bajo la fina tela de su remera. Al principio pensé que tal vez era el aire acondicionado del colectivo, pero luego, a medida que sus movimientos se volvieron más lentos, más suaves, me di cuenta de lo que estaba pasando. ¿Se estaría excitando?
La idea me quemó la cabeza (las dos). Mi mirada permanecía fija en su culo, y ahora sus movimientos parecían menos nerviosos, más calculados. Se movía como si quisiera provocarme, como si estuviera ofreciendo ese culo que había intentado ocultar al principio.
Me tomé un momento para examinar cada detalle con detenimiento. La tanga que llevaba se marcaba a través de la tela de las calzas. Pude ver la ligera línea donde se hundía en su carne, y la curva donde terminaba justo encima de sus muslos. Cada centímetro de su culo estaba dibujado a la perfección. Me invadió un deseo oscuro y primitivo. Si ella se acercara un poco más, no dudaría en extender la mano y tocarla.
El trayecto se hizo eterno. Mientras el colectivo avanzaba, mi imaginación volaba. ¿Cómo sería tocar ese culo? Acariciarlo, apretarlo, hacerlo mío, sentir el calor de su piel desnuda bajo mis manos. Pero no podía, no aquí, no ahora. Solo me quedaba seguir observándola, dejando que esa excitación creciera en mi interior.
Ella seguía moviéndose, pero ya no estaba seguro de si lo hacía para esconderse de mí o para provocarme más. Cada vez que giraba la cabeza, me miraba de reojo, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Pero yo no bajaba la mirada. Mis ojos seguían fijos en su culo, explorándolo, deseándolo.
Finalmente, llegó mi parada. El colectivo se detuvo, y antes de bajar la miré una última vez, con más intensidad. Me pregunté qué estaría pensando ella en ese momento. ¿Le habría molestado? O tal vez, ¿le habría gustado?
El pensamiento me llevó a otra serie de preguntas más provocadoras. ¿Qué haría ella al llegar a su casa? ¿Se masturbaría recordando cómo la miraba, dejando que el deseo creciera entre sus piernas hasta que no pudiera aguantar más? ¿O tal vez tenía un esposo o un amante esperándola en casa, listo para satisfacerla? ¿Llamaría a alguien para que la cogiera tan pronto como cruzara la puerta?
Me bajé del colectivo con esas imágenes grabadas en mi mente. La última visión que tuve de ella fue su culo, aún moviéndose en mi dirección mientras el colectivo se alejaba. Saqué mi teléfono y envié un mensaje rápido.
"Estoy llegando. Prepárate como te dije."
Era un mensaje dirigido a mi perra. Ella sabía lo que tenía que hacer. Me esperaría en la posición que le había indicado, con el plug anal ya colocado, lubricada y lista para ser usada. Había estado deseando su culo, pero después de lo que acababa de ver en el colectivo, sabía que esta vez sería diferente.
Iba a descargar todo ese deseo acumulado en ella. Hoy la follaría con más fuerza de lo habitual, la haría gemir y gritar, porque mientras lo hacía, en mi mente seguiría imaginando el culo de la pasajera del colectivo. Le daría una cogida anal intensa, sin piedad, alimentado por la fantasía que había nacido en ese trayecto.
Caminé rápido hacia mi casa, con el pulso acelerado y la excitación a flor de piel. Sabía que mi perra estaría esperándome, obediente, como siempre, lista para recibirme. Hoy no habría lugar para la suavidad. Ella lo sabía, y yo lo sabía. Hoy sería una noche intensa.
Al llegar, el pensamiento de esa pasajera seguía en mi mente. Me pregunté, por última vez, si ella había llegado a mojarse mientras me miraba. Pero ahora no importaba. Mi perra ya me esperaba, y hoy sería su turno de recibir lo que había estado acumulando en ese viaje.
0 comentarios - Miradas prohibidas: el culo de la pasajera