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El matafuego de Ernesto (2)


- ¡Pero mira quien volvió a aparecer! yo te dije que Ernesto era especial.
Me dijo guiñándome un ojo y dándome un golpe con su codo mucho más fuerte de lo que creyó que hacía, luego volvió a abrazarme y llevarme, casi a la rastra hasta el mismo sillón de la vez anterior.
- Fernando, un Amargo Obrero al pibe, y unos manises también.
Grito, mientras se alejaba de mí, no sin antes darme un golpe con la mano abierta sobre mi espalda, otra vez calculando mal tanto su exceso de fuerza, como mi poca resistencia física.

No estaba seguro de porque había vuelto realmente. Como el hombre bien lo había dicho, Ernesto tenía algo que me había cautivado, creando una necesidad de verlo otra vez, incluso a riesgo de mi propia salud física. Allí sentado en aquel lugar, rodeado de un poco del bullicio de la concurrencia del lugar, con música de tonos notoriamente cariocas de fondo, miraba con la mente en blanco aquel baso alto lleno de esa emblemática bebida Rosarina y Peronista, junto a lo que parecía una lata de sardinas llena de maníes rebosando en cantidades definitivamente poco saludables de sal y humedad, el apareció. Llevaba puesto un vestido del mismo estilo que la vez anterior, pero este tenía un patrón de lunares naranja sobre un fondo blanco. Lo mire y en silencio esboce una pequeña sonrisa.
- ¿Cómo andas papi?
Me dijo haciendo alarde de su gran boca, y exagerada cantidad de dientes extremadamente blancos.

- Estaba pensando en juguetes papi.
Por alguna razón, mi inconsciente rebosante de inocencia me llevo por un momento a mi infancia, a los recuerdos de aquellas figuras de acción de personajes de caricaturas que tantas alegrías supieron darme. Como aquel pequeño Mazinger que recibí a mis tiernos ocho años, el cual, como su contra parte televisiva, lanzaba sus brazos como proyectiles, y tantas alegrías supo darme por al menos dos horas, hasta que aquellas extremidades plásticas se perdieron debajo de una mesada de la cocina, donde estuvieron escondida, hasta entrada mi adolescencia, cuando finalmente mis padres remodelaron aquella habitación. Volví a la realidad, al presente, cuando pude notar como Ernesto retiraba de un pequeño ropero que allí se encontraba, un gran bolso de cuero negro y lo depositaba sobre la cama.
- No estoy seguro.
Me queje muy despacio, mientras una gran preocupación de a poco se iba apoderando de todo mi ser. Ernesto, haciendo gala de su personalidad tranquila, se me acerco y coloco suavemente su inmensa mano sobre mi rostro.
- Vos quédate tranquilo, vas a ver que nos vamos a divertir los dos.
Me dijo muy relajadamente y con una sonrisa, la cual me regalo una vista en primera fila de aquellas blancas perlas de su boca.

- Date vuelta papi, empiezo con vos.
Lo que en ese momento tenía en sus manos desafiaba cualquier tipo de descripción, cualquiera que se pudiera dar quedaría corta para describir aquel diabólico artilugio, lo único que se podría decir era que su material parecía de plástico tan negro como una noche sin luna, de al menos un metro de extensión, un grosor de un puño cerrado, y listo para sembrar terror en el alma de cualquier cristiano temeroso de dios. Aquello dolía de solo verlo.
- Date vuelta papi.
Volvió a pedirme muy amablemente, y sin esperar ningún tipo de respuesta, Ernesto simplemente con una de sus manos, con una facilidad y velocidad que solo la experiencia y conocimiento podía darle, me dio vuelta y coloco toda mi humanidad blanca, débil y desnuda en el suelo sobre mis cuatro extremidades, cual gato en celo.
- Vos relájate.
Me dijo, y seguidamente escuche como juntaba, con un extraño sonido de succión, toda la saliva que su boca podría contener y la escupía cual escopeta, sobre aquel maligno artefacto. Respire hondo, y mentalmente salude a todos mis seres queridos. Hasta ese momento había vivido toda mi existencia sin arrepentimientos y habiendo logrado todo lo que me había propuesto, así que, si aquella iba a ser la forma en que esta terminaba, no podía pensar en un mejor verdugo que Ernesto.

La mente es un órgano misterioso y honrado, esta, tal vez para mi protección psicológica había decidido en su inteligencia, eliminar la mayor parte de los sucesos que allí se acontecieron, pero pequeños detalles, marcas y dolores en mi cuerpo fueron los que me dejaron reconstruir en parte lo ocurrido. Aquel artilugio había entrado en mi cuerpo mucho más de lo que las leyes convencionales de la física dirían que podría. Lo había hecho de la misma forma en el cuerpo de Ernesto, quien se encontraba en la misma posición que yo, en cuatro patas en el piso, pero detrás mío, dándome la espalda, o la cola para ser más específico. Este, con movimientos ya ensayados otras veces, con movimientos de adelante hacia atrás, lograba la mayor cantidad de daño, así como de placer, en los dos.

Allí, en esa ya conocida cama, intentando recuperar mi destruido cuerpo y alma, intentando inútilmente en ese momento reconstruir lo ocurrido, lo único que vi fue, una vez más, a Ernesto, vuelto a vestir y con su tranquila humanidad darme un beso en el rostro y salir de la habitación, dejándome solo a mi confusión y dolor, así como emociones más intensas hacia aquel arlequín oscuro repartidor de placer.

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