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Nuestro primer anal

Nuestro primer anal


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[ sexo anal]

¿Qué tiene que hacer un hombre para que su pareja le deje entrar por la puerta de atrás? En el caso de Aldo, prácticamente de todo. Version para imprimir
El amor más puro y verdadero no tiene por qué estar reñido con ser un auténtico pervertido en la cama, siempre que toda práctica sexual sea consensuada con tu pareja. Para mí eso siempre estuvo claro, pero me fui a enamorar de una chica que no compartía en absoluto mi forma de pensar. Por eso tuve que tomarme tan en serio la misión de hacerle cambiar de opinión.

Siempre me consideré un entusiasta del sexo, desde muy joven, pero durante la mayor parte de mi vida me había dedicado a ser como un tenista que se tiene que conformar con el frontón, como un cantante que jamás ha pasado del karaoke. Todas mis experiencias sexuales las había coprotagonizado junto a mi mano derecha.

En un mundo cada vez más digital, los feos con capacidad para convencer a las chicas a través de la palabra estábamos en serio peligro de extinción. Llegué a los veinte años sin más experiencia con las hembras que la vez que estuve a punto de correrme cuando una me dio varias palmadas en el hombro. Mi vida apuntaba a fiasco.

No había tenido mejor suerte en otros aspectos, hasta que me contrataron en una famosa y enorme cadena de electrodomésticos. Tenía un sueldo de mierda y un horario que podía considerarse prácticamente esclavitud, pero nadie me quitaba la alegría por poder socializar con otras personas de mi edad. Quizás alguien llegara incluso a reírme las gracias.

Además puede tener la oportunidad de charlar con los clientes, allí había tantos trabajadores que muy mal se me tenía que dar para no hacer al fin un amigo. En mis días más optimists, también pensaba que era posible que acabara encontrando novia, pero prefería ir paso a paso y no ilusionarme antes de tiempo, como siempre me solía ocurrir.

Fue así cómo conocí a Ramón, un chaval más bien tímido al que me unía el inexistente éxito con las mujeres. Nos hicimos amigos por descarte, porque lo contrario hubiera sido seguir siendo unos parias sociales de por vida. Ese muchacho era todo lo que necesitaba, alguien que al estar a mi lado me hiciese parecer casi guapo.

- Aldo, mira esa que está donde los portátiles.

- Le metía el pendrive y le descargaba todos mis archivos.

- Una tía así nunca nos haría caso.

- A ti ni así ni de ninguna manera.

- Mira quien fue a hablar...

- No te piques, macho, que era una broma.

- Disimula un poco, que viene la jefa.

- Tampoco nos va a pasar nada por estar pendientes de una clienta.

- El que estaba aquí antes que tú acabó en recursos humanos.

- A ver qué quiere esta ahora.

- Mírala a los ojos o estás muerto.

Nuestra jefa, que debía de tener como mucho un par de años más que yo, era la fantasía de cualquier sádico. Estaba buena como no había otra en cien kilómetros a la redonda, pero tenía un carácter imposible. Su mala leche era legendaria allí, por eso la mayoría trataban de pasar inadvertidos, para no tener que enfrentarse a ella.

El problema era que a mí me daba un morbo terrible, sobre todo porque tenía un par de tetas del tamaño de dos melones bien jugosos, pero sabía que solo con que me pillara mirándoselos ya me podía meter en un problema. Por suerte, yo siempre fui bastante más admirador de los culos, aunque eso no me impidió que me hiciera unas cuantas pajas a su salud.

Al final, mi vida no distaba demasiado de la de cualquier otro chaval sin demasiada suerte, trataba de salir adelante como cualquiera, intentando impedir que cundiera la desesperanza. Aunque, a pesar de la imagen que me empeñaba por dar, a menudo me sentía triste por lo mal que me iba casi todo. No confiaba demasiado en que llegara el golpe de suerte del que siempre hablaba.

Sin embargo, resultó que el destino sí que me deparaba algo. Quizás no era aquello con lo que siempre había fantaseado, pero, como solía decir mi padre, menos da una piedra. A pesar de lo mucho que me metía con él, siempre de broma, que quede claro, ese clavo ardiendo al que aferrarme llegó gracias a mi cada vez más querido Ramón.

- Podríamos quedar este domingo para hacer algo.

- No puedo, mi madre ha invitado a Sara a comer.

- ¿A quién?

- Es mi prima, acaba de volver de estudiar en el extranjero.

- ¿Está buena o es como tú?

- Nunca lo sabrás.

- No seas así, hombre.

- Te aguantas, por meterte conmigo.

- Tú también puedes decirme lo que quieras.

- Eres un cretino, Aldo.

- Eso me ha dolido muchísimo, ya estamos en paz.

- ¿Lo que quieres es que te presente a mi prima?

- Sí, a no ser que me digas que es para salir corriendo.

- A ver... no creo que la premien en un certamen de belleza, pero no está mal.

- Con eso me vale.

- Pues hablaré con ella y si quiere quedamos los tres un día.

Era mucho más sencillo conseguir una cita cuando no tenía que hablarlo directamente con la chica, sobre todo si ella ni siquiera lo sabía. Pese a estar bastante desesperado, siempre fui muy selecto con las mujeres, pero había algo que me decía que con la prima de Ramón quizás me llevaba una sorpresa. Solo esperaba que no se pareciese a él.

No fue nada sencillo conseguir esa cita. Mi amigo me hizo sudar de lo lindo para concederme la oportunidad. Cada vez que parecía que lo tenía convencido, mi maldita verborrea y ese impulso irrefrenable de meterme siempre con él hacía que acabara retrocediendo varios pasos. Se notaba que Ramón estaba disfrutando.

Estaba a punto de rendirme, ninguna mujer con serio riesgo de parecerse a él merecía tanto esfuerzo por mi parte, pero entonces me pidió un favor. Ramón necesitaba urgentemente que le cambiara un turno y enseguida le dejé claro cuál era la condición a cumplir. Aunque a regañadientes, aceptó presentarme al fin a su prima.

Le había dado mucha importancia al hecho de si Sara sería más o menos atractiva, pero, como no lo veía aún cercano, no me había parado a pensar en que seguramente sería ella la que no querría nada conmigo. Era lo que me ocurría siempre, y que Ramón le hubiese hablado de mí seguro que no me favorecía en absoluto.

Aun así, acudí a esa cita, o quedada de amigos, según como se viera, más arreglado que nunca. Ramón casi se muere de la risa al verme, pero no me importó, porque en aquel momento yo ya estaba centrado el examinar a Sara de pies a cabeza. Esa muchacha parecía ser una mezcla entre lo que había temido y deseado.

No diría que era fea, pero de guapa tenía más bien poco, y a eso había que sumarle que sí que tenía cierto parecido a Ramón. Tenía sentimientos encontrados al respecto, pero quería esperar a conocer su personalidad antes de juzgarla y decidir si, en el hipotético caso de que quisiera, tendría algo con ella. No fue necesario que eso ocurriera.

De frente era una chica del montón, tenía una cara normal y corriente y los pechos de un tamaño que no incitaban demasiado, pero cuando se dio la vuelta todo cambió. Nunca me hubiera imaginado que una chica como ella ocultara detrás un culo como ese. Las dudas se disiparon, tenía que hacer lo que fuera para llegar a tocar esa maravilla.

Todo empezó de esa manera, con bastante superficialidad por mi parte, pero cuando la conocí me di cuenta de que era mucho más que un trasero grande y redondo. Sara era agradable y divertida, aunque escondía un punto de mala leche, como nuestra jefa, que hacía que me gustara más todavía. En cuanto pude, me deshice de Ramón para quedarme a solas con ella.

- Así que estabas estudiando fuera, ¿no?

- Sí, en Londres.

- ¿Por algún motivo en especial?

- Para perfeccionar el inglés.

- A mí me vendría bien, a veces entran guiris en la tienda.

- Yo puedo ayudarte.

- ¿En serio?

- ¿Por qué no? Pareces bastante majo.

- Seguro que tu primo no te ha dicho eso de mí.

- No te creas, por sus palabras está claro que te considera un gran amigo.

- Y yo a él, lo que pasa es que me gusta picarle un poco.

- No te preocupes, yo también lo hago, está acostumbrado.

- ¿Y qué es lo que has estudiado?

- Administración y dirección de empresas.

- Vaya, Ramón y yo debemos parecerte unos mindundis.

- ¿Por qué dices eso?

- Porque apenas tenemos estudios y tú apuntas muy alto.

- Pero me caéis bien, eso es lo más importante.

- Es tu primo, no te queda más remedio que aceptarlo.

- Cierto, pero tú no lo eres y aquí estoy contigo.

Si hubo algunas indirectas por su parte, yo no la pillé, pero sí podía decir que me había tratado mejor que ninguna chica con la que hubiese hablado, de hecho, era la primera que me aguantaba durante tanto tiempo seguido. Conforme iba pasando el rato, cada vez la veía un poco más guapa, menos parecida a Ramón, cosa muy importante.

La tarde pasó volando y cada uno regresó a su casa, pero con la promesa de volver a vernos. Yo tenía la esperanza de que eso no incluyera a mi amigo, aunque, en caso de ser así, me podía conformar. Sin que me hubiese atrevido a pedírselo, Sara me dio su número de teléfono. Tampoco iba a tener el valor de llamarla o escribirle algún mensaje.

En el trabajo intenté disimular mi entusiasmo todo lo posible, no quería que Ramón supiera que volvía a tenerme en sus manos, pero era muy complicado. Casi sin pretenderlo, le hablaba a mi amigo una y otra vez de su prima. Aunque esperaba que eso lo enfadara, la verdad es que se mostraba bastante comprensivo al respecto.

- Tu prima dijo que nos volveríamos a ver.

- Ya lo sé, cuando los tres podamos.

- Yo puedo este fin de semana.

- Pero quizás ella no, tiene muchas entrevistas de trabajo.

- Es mucho más agradable de lo que me esperaba.

- Se parece a mí.

- ¡Qué va!

- Los dos tenemos la nariz característica de la familia.

- Pero a ella le sienta bien, a ti no.

- Tío, no me digas que te has enamorado de Sara.

- ¿Enamorarme yo? Qué tontería...

- Entonces ¿no quieres que me borre de la próxima quedada para dejaros solos?

- ¿Harías eso?

- ¿Por un amigo enamorado? Claro que sí.

- Es pronto para hablar de amor, pero acepto que me gusta mucho.

- Si sucediera algo entre vosotros, ¿la tratarías siempre bien?

- Como a una reina.

- Vale, te doy mi bendición.

- Espera, ¿ella te ha dicho algo de mí?

- Lo suficiente para creer que tienes oportunidades.

Sabía que Ramón era un tío legal, por eso éramos amigos, pero no esperaba que tanto. Tal y como me prometió, se las ingenió para concretar una nueva cita entre los tres de la que luego él se borró para que su prima y yo nos viéramos a solas. Fue aún mejor que la anterior, tenía la sensación de que saltaban chispas entre nosotros.

Yo quería hacerme el interesante con Sara, pero era muy evidente que ella tenía mucha más experiencia que yo en todo. Cada palabra suya me enamoraba, y si a eso le sumábamos el escalofrío que sentía por todo el cuerpo cuando se daba la vuelta y podía mirarle disimuladamente el culo, ya podía darme por perdido.

Al terminar esa cita solo podía pensar en que ojalá me concediera otra. Lo que me dio fue mucho mejor. Tirando de una valentía hasta entonces desconocida en mí, al despedirme en su portal me atreví a darle dos besos, pero ella giró la cara y me plantó voluntariamente uno él los morros. Volviendo hacia mi casa tenía la sensación de que iba levitando.

Esa noche sí que me atreví a escribirle un mensaje, iniciando una conversación que se volvería eterna. No hizo falta hablar de formalismos, por lo visto, ese beso era suficiente para dar por hecho que entre nosotros había algo. A partir de ese momento empezamos a vernos con frecuencia, a besarnos y, lo más importante: a tocarnos.

Los morreos que nos dábamos me ponían más caliente que el palo de un churrero, pero fue al agarrarle por primera vez el culo a dos manos cuando sentí que el cuerpo entero me entraba en ebullición. Había fantaseado tantas veces con algo así... y encima con ese toque de romanticismo que no esperaba, pero que lo potenciaba todo tanto.

No quería pensar en ello para no volverme loco, pero todos esos pasos nos llevaban, de manera tan feliz como irremediable, al sexo. Aparecieron todos mis miedos a hacer el ridículo, a que Sara pensara, tal y como le dije la primera vez que nos vimos, que era un mindundi. Seguramente no era el más indicado, pero no pude evitar hablarlo con Ramón.

- ¿Crees que tu prima me quiere?

- Es difícil de entender, pero sí.

- ¿Estás seguro?

- Mi prima no es de las que se lía con cualquiera, si está contigo es por algo.

- Eso pienso yo también.

- Te veo muy nervioso, Aldo.

- Llevamos juntos dos meses.

- ¿Y qué?

- Los pasos que hemos dado últimamente hacen indicar que el sexo es inminente.

- Me alegro por ti, pero ahórrate los detalles.

- Estoy acojonado, tío.

- ¿Por qué?

- Porque no creo que pueda estar a la altura.

- Para todo hay una primera vez, no creo que Sara te vaya a exigir que lo bordes.

- ¿Y si me corro enseguida? No me pasa cuando me toca, pero podría ocurrir.

- Llevarás el condón puesto, ¿no?

- Sí, supongo que me lo exigirá.

- Pues tú disimula y sigue empujando.

- ¿Eso se puede hacer?

- Yo qué sé, colega, tengo todavía menos experiencia que tú.

Lo intenté con las pajas, seguir meneándomela después de haberme corrido, pero no me parecía del todo viable. Al final opté por encomendarme al "que sea lo que Dios quiera", al fin y al cabo, todos los hombres pasan por un momento así y no se acaba el mundo. Cualquier caso, estaba muy cerca de comprobar hasta qué punto iba a ser un éxito o un fracaso.

La tarde que Sara me dijo que fuese corriendo a su casa porque sus padres acababan de irse, supe que iba a suceder. Siempre llevaba un preservativo en la cartera, pero ese día cogí un par más, por si se me daba bien la velada. Sin tiempo que perder, mi chica me llevó a su habitación y me comió a besos como siempre, con la novedad de ir quitándome la ropa a la par.

Como si fuera un muñequito en sus manos, dejé que Sara hiciese conmigo lo que creyera oportuno. Tras desnudarme, me pidió que hiciese lo mismo con ella. En ese momento mis nervios fueron a más, a mucho más, pero cumplí como se esperaba de mí. Aunque había tenido la suerte de tocarle muchas veces las tetas, esa fue la primera vez que se las vi y que pude llevármelas a la boca.

Aun siendo lo más morboso que había hecho en mi vida, tenía la mente en todo lo que podía disfrutar de su culo. En cuanto me llegó el momento de desnudarla de cintura para abajo, no dudé en sobarlo, por primera vez sin tela de por medio, y tampoco me lo pensé a la hora de agacharme para besarlo e incluso darme el gusto de morderlo.

Parecía que a Sara le gustaba, pero no podía retrasar más el verdadero motivo por el que ambos estábamos allí completamente desnudos. Con mucha gentileza y caballerosidad, la tumbé sobre su cama y cubrí su cuerpo entero de besos, incluida la entrepierna, antes de llegar a la boca, ya estirado sobre ella, dispuesto a penetrarla.

Me puse el preservativo y Sara tuvo que ayudarme a encontrar el agujero. Fue un poco vergonzoso, pero supongo que es de esas cosas que se pueden perdonar la primera vez. Una vez dentro de su cálido y empapado coño, empecé a bombear como nuestro instinto (y lo aprendido en el porno) nos empuja a hacerlo. Pensé que ese momento jamás me llegaría.

Pensé que era una putada estar tan nervioso, pero acabó siendo una bendición. Fue eso lo que hizo que consiguiera aguantar, a ratos a costa de cierta flojera en mi erección, aunque Sara no dijo nada, simplemente se limitaba a gemir. A tenor de sus eróticos jadeos, mis torpes movimientos estaban resultando ser efectivos.

Pero ni siquiera ni nerviosismo me iba a permitir aguantar eternamente. Llegó un momento en que noté que mi corrida era poco menos que inminente. Intenté recurrir a trucos clásicos como pensar en cosas nada este antes, al menos hasta que Sara llegara al orgasmo. En cuanto sus gemidos y temblores me indicaron que el gozo de mi chica había llegado a su punto álgido, dejé que todo mi semen fluyera dentro del condón.

- Ramón me había dicho que temías hacer el ridículo.

- Joder, no se le puede contar nada.

- No deberías, pero tranquilo, has estado muy bien.

- ¿De verdad?

- Sí, no me hubiese apostado ni un céntimo a que lograras que me corriera.

- Pues ahora estoy seguro de que puedo conseguirlo de muchas maneras más.

Esa tarde no me concedió más oportunidades de darle placer porque temía que sus padres llegaran en cualquier momento y nos pillaran en plena acción. Pero no había problema, teníamos por delante cinco años para hacernos el uno al otro prácticamente de todo en la cama... o en cualquier sitio que se nos ocurriera.

Ese fue el tiempo que tardé en atreverme a pedirle que me dejara explorar una vía alternativa de entrada a su cuerpo, concretamente la trasera. Para entonces ya llevábamos un año viviendo juntos y todo iba genial entre nosotros. Teníamos una relación idílica, mil veces mejor de lo que jamás me hubiera atrevido a imaginar.

Seguía enamorado de Sara, mucho más que el primer día. Aún me costaba creer que una chica tan increíble siguiera queriendo estar conmigo. Ese sentimiento de incredulidad me acompañó siempre, pero aumentaba conforme ella iba ascendiendo en su trabajo y yo seguía estancado en el mismo sitio de mierda.

Unos meses atrás también había logrado un ascenso, me lo dieron cuando mi jefa, la de la mala leche, consiguió un puesto en dirección. Eso me colocó por encima de Ramón, algo que a mi amigo no le hizo ninguna gracia, pero lo encajó como pudo. Por entonces ya éramos casi como hermanos, o más bien primos, pero seguía teniendo que soportar mis bromas.

Como iba diciendo, al fin me había atrevido a pedirle a Sara que probáramos el sexo anal. No me sorprendió en absoluto que recibiera mi propuesta de mala manera, siempre me había dejado claro que esa era una puerta que prefería no abrir. Pero no me rendí. Tiré de humor y de lo mucho que sabía que me quería para tratar de convencerla.

- Solo digo que podríamos intentarlo.

- Eso no se intenta, Aldo, me rompes el culo o no.

- Es que dicho así me suena fuerte hasta a mí.

- Claro que te suena fuerte, porque tú no dejarías que te lo hicieran.

- No es lo mismo, mujer.

- Porque tú eres un machito y tu culo no se toca.

- No quiero obligarte, cariño, si no sientes ni curiosidad, se acaba la conversación.

- El caso es que un poco curiosidad sí que me despierta.

- Interesante...

- Vamos a hacer una cosa.

- Te escucho.

- La virginidad de mi santo trasero será tuya si me das diez buenas razones.

- No sé si te estoy entendiendo.

- Quiero que me convenzas, con hechos o con palabras, pero tendrán que ser diez.

- ¿Te vale lo muchísimo que te quiero?

- Por supuesto, pero te siguen faltando nueve.

- Sarita mía, eres el amor de mi vida, mi luz, mi todo...

- Más de lo mismo no te va a servir.

Me gustaba esa parte de Sara, cuando trataba de darle emoción a la pareja con juegos. En ese caso, lo que podía obtener a cambio de seguirle la corriente bien merecía que me estrujara el cerebro pensando. No era yo hombre de tener grandes ideas, pero eso tendría que cambiar si pretendía que me permitiera cumplir con la mayor de mis fantasías.

Empecé recurriendo a los clásicos. Un día le compré flores, otro, bombones y al siguiente me puse un lazo en el pene. Esto último no le pareció un motivo suficiente, pero le hizo tanta gracia que accedió a contarlo, de modo que ya solo tenía que darle seis razones más. La conocía más que a mí mismo, no podía ser tan difícil encontrarlas.

Un masaje fue el quinto motivo e intenté que el sexto fuera hacer todas las tareas del hogar durante un día, pero me dijo que por menos de una semana no lo tendría en cuenta. Obviamente, accedí, cualquier cosa para estar un poquito más cerca de meterla en ese portentoso culo. A partir de ese momento ya casi no se me ocurría nada.

Nunca tuve problemas para expresarle mis sentimientos, más bien lo contrario, pero sí era cierto que no solía utilizar grandes palabras para ello. Tuve la idea de escribirle una carta con todo lo bonito que se me pasara por la cabeza, a pesar de que mi vocabulario no era demasiado extenso. Debí dar en el clavo, porque además de convertirse en el séptimo motivo, conseguí que llorara de emoción.

- ¿De verdad piensas todo eso de mí?

- ¿No te lo he demostrado estos cinco años?

- Sí, pero nunca me lo habías expresado de esta manera.

- Sabes que soy más de actos que de palabras.

- Me has emocionado, pero me da pena pensar que solo lo has hecho por...

- No digas eso, mi amor.

- Es que nunca me habías dicho esas cosas, solo ahora que está mi culo en juego.

- Ya te dije que solo lo haremos si tú quieres.

- Los tres motivos que faltan tienen que ser muy buenos.

- Estoy convencido de que en un rato solo me quedarán dos.

Si a algo no le ponía yo nunca pegas era al sexo oral, ya fuera a darlo o a recibirlo. Eso hacía que mis posibilidades de sorprender a Sara con la lengua fuesen bastante limitadas, pero aun así estaba dispuesto a darlo todo para que esa noche fuese memorable. Incluso había buscado por internet algunos trucos que pudieran servirme.

Después de cenar llevé a Sara a nuestra cama, la dejé caer sobre el colchón, le abrí las piernas y metí la cabeza en medio. Si al infalible truco de ir de menos a más le sumábamos todo lo aprendido, el resultado solo podía ser exitoso. Con dos dedos metidos en el húmedo coño de mi novia y los labios rodeando su clítoris para succionar, logré que me dijera entre gritos de placer que aquel era uno de los más grandes motivos.

Solo me faltaban dos razones, pero no se me ocurría absolutamente nada. Además, Sara exigía que fuesen motivos de mucho peso o de lo contrario no le valdrían. Pasé más de una semana atascado, todo lo que le decía o hacía le parecía insuficiente. Entonces surgió una oportunidad que sabía que me tendría que dar por válida.

Un día que tenía libre decidí pasarlo en casa, vagueando y tratando de dar con algo que al fin me abriera las compuertas. A media mañana mi suegra llamó por teléfono, preguntando por Sara. Resultó que la mujer se acababa de caer y necesitaba ayuda urgente. Sin pensármelo, como es lógico, salí corriendo hacia allí.

Se hizo un daño considerable en la cadera, cosa que yo lamentaba bastante, pero no podía obviar que me vino bien, ya que Sara, nada más conocer mi heroica acción, me dijo que ya solo tenía que darle un motivo más. Eso sí, me dejó claro que debía ser el más emotivo de todos. Desesperado, recurrí a Ramón para ver si podía ayudarme.

- Tu prima y yo tenemos una especie de juego.

- Recuerda, Aldo, sin detalles.

- La cuestión es que tengo que lograr que se emocione.

- Cómprale flores.

- Ya lo he hecho.

- Escríbele una carta bonita.

- También. ¿No recuerdas algo que de pequeña le hiciera especial ilusión?

- ¿Como qué?

- Algún juguete que nunca le compraran o sitio al que no lograra ir.

- Es de la parte rica de la familia, nunca le faltó de nada.

- Tengo que darle un buen motivo para... para una cosa, y ya no se me ocurre nada.

- Si prometes no volverte loco, te digo una cosa.

- ¿Loco? No, tío, dime lo que sea.

- Hace tiempo que corre el rumor de que ya está deseando dar el paso.

- ¿Te prefieres a que quiere pasar de mí?

- No, hombre, quiere casarse.

- No jodas... pero si todavía somos muy jóvenes.

- Tú verás, pero parece que es la llave de lo que sea que quieres conseguir.

Había pensado en aproximadamente mil cosas que podía hacer para convencerla, aunque esa ni siquiera se me había pasado por la cabeza. No tenía la más mínima sospecha de que Sara tuviese el deseo de casarse, desde luego, yo no lo tenía, pero no podía desechar esa oportunidad como si nada. Tenía que sopesar todos los pros y los contras.

No me imaginaba la vida sin ella, quería estar a su lado hasta mi último aliento, así que no había motivo para negarle la boda, si realmente era lo que deseaba. Llegados a ese punto, solo el asunto económico me echaba hacia atrás, pero quedó en un segundo plano cuando Sara, que parecía estar deseando que le diera esa poderosa razón, empezó a pasearse por la casa en tanga.

Hasta ese día había podido hacer con su espectacular culo todo lo que me diera la gana, menos penetrarlo, y ya no aguantaba más. Quizás fui demasiado impulsivo, pero me fui directo a comprarle un anillo, uno bien caro, ya que estábamos. Convencido de que un paso así hay que hacerlo en condiciones, le preparé una cena en casa para ir creando atmósfera.

Tampoco le caracterizaba por ser un gran cocinero, pero había un par de cosas que las dominaba bien y que a Sara le gustaban. Eso, junto a unas velas, música de ambiente y esperarla bien elegante a que llegara de trabajar para sorprenderla tenía que ser la antesala del momento más épico de nuestra relación. Ya solo la cena parecía haberle hecho mucha ilusión.

- Estaba todo buenísimo, cariño.

- Mi reina se merecía algo así.

- Qué zalamero eres cuando te interesa.

- ¿Interesarme a mí?

- Ya sabes por qué lo digo, pero una cena no va a ser suficiente.

- ¿No te ha emocionado?

- Mucho, pero espero algo más de la última razón.

- Está bien. - Le dije mientras hincaba la rodilla en el suelo.

- Dios mío, Aldo, ¿lo estás haciendo de verdad?

- Sara, amor de mi vida, ¿quieres casarte conmigo?

- Por supuesto que sí, cariño. Ya tengo las diez razones.

La emotividad del momento nos llevó directos a la cama. Su reacción hizo que llegara incluso a ilusionarme con la boda, se me saltaron un par de lágrimas, pero eso no iba a hacer que se me olvidara que ya tenía su permiso para practicar sexo anal por primera vez. Nos besamos con muchísimo sentimiento, como siempre, y la desnudé con la misma sutileza de la primera vez.

Con los años había aprendido a amar sus pechos, aunque no fueran como aquellos tan grandes con los que fantaseaba de chaval. Esa noche los sostuve entre mis manos, los acaricié, los besé y los lamí para hacer que mi prometida se excitara tanto como yo lo estaba. Me juré a mí mismo que se lo iba a hacer con todo el amor del mundo, no quería que le doliera.

Sin querer ir deprisa, una de mis manos descendió lentamente hasta su entrepierna para estimular su ardiente vagina mientras nos seguíamos besando con pasión. Nuestras lenguas solo se separaban para decirnos lo mucho que nos queríamos, para regalarnos también besos en la cara y en el cuello, por todas partes.

Estábamos colocados de lado, así que pensé que era una buena posición para hacer una primera incursión que allanara el terreno. Tras meterle un dedo en la boca para humedecerlo, bajé por su parte trasera y se lo introduje en el culo. Sara tensó todos y cada uno de los músculos de su cuerpo, pero no dijo nada, me siguió besando.

Como tantas veces había hecho en su coñito, metí y saqué el dedo del ano con la intención de que se fuera acostumbrando. Me parecía demasiado estrecho, no sabía cómo me las iba a apañar para no hacerle daño. Como si me estuviera leyendo la mente, Sara abandonó mis labios, me besó en el pecho y en el vientre, y posteriormente se metió mi polla en la boca.

Estaba convencido de que lo que buscaba era lubricar mi verga con su saliva, así que debía de estar ya preparada para darme lo que tanto esfuerzo me había costado conseguir. No dejé que me la mamara demasiado, estaba muy caliente por todo lo ocurrido y podía correrme en cualquier momento, así que le pedí que se pusiera a cuatro patas.

Sara obedeció sin rechistar, poniéndome el culo a mi disposición. Volví a colmar mis manos con él, lo pellizqué y refregué la tranca en sus carnosas nalgas. Tras separarlas, volví a introducirle un dedo, justo antes de disponerme a penetrarla. Pero en el momento en que Sara notó mi glande en su ano, se apartó a toda prisa.

- ¿Qué haces?

- Es evidente, ¿no?

- ¿Me la ibas a meter por el culo sin hablarlo antes?

- Pensé que no hacía falta.

- Joder, Aldo, esto no es cualquier cosa, podrías hacerme daño.

- Por eso te he metido primero el dedo.

- Pues no estoy preparada.

- Vale, lo entiendo.

- Me has pedido matrimonio, ¿no? Pues lo haremos la noche de bodas.

Continuará...

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