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PDB 60 Asistencia legal




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Compendio III


El lunes, fui gratamente recibido en la recepción del edificio. Me llamó la atención lo poco que había cambiado con los años.

Los pisos de mármol brillaban tal cual los recordaba y la intoxicante esencia a café fresco, siempre tentadora, revitalizaba mis sentidos, proveniente de la tienda de la esquina.

Pero con solo verme, George, el antiguo conserje del edificio, un hombre enorme y fornido, cuyas canas endulzaban su rostro ancho y curtido, saltó de su puesto con una agilidad sorpresiva para sus años.

Su intimidante físico de oso contrastaba con la calidez de sus profundos ojos. Su alegría al verme era evidente, creyendo que mi suerte había cambiado para mal al ver que la última dirección para contactarme se encontraba en Fawkner, a las afueras de Melbourne.

Le tranquilicé, diciéndole que había sido algo temporal. Que incluso ahora, estábamos viviendo en Hawthorn, dado que, con nuestros ahorros, Marisol y yo pudimos finalmente comprar una casa.

La noticia le alegró todavía más, al saber que al menos, volvíamos a estar más cerca de Richmond. Al preguntarme por las niñas, le informé que estaban bien, al igual que la noticia que Marisol está nuevamente embarazada y que esta vez, será un niño.

George tenía buenos recuerdos de nuestras niñas, destacando lo educadas, respetuosas y bien comportadas que eran, especialmente con el personal del edificio, contrastando con la arrogancia de los otros vecinos.

Pero finalmente, preguntó el motivo de mi visita. Expliqué que venía a ver a Sarah, buscando asistencia legal, dado que es la única abogada que conozco. Haciendo memoria, el conserje recordó ver a alguien del departamento, pero me pidió unos segundos para confirmar por interno desde su oficina.

Mientras esperaba, me inundó la nostalgia. Durante la pandemia, además de ser nuestro hogar, en ese complejo de departamentos vivían muchos adultos mayores, los cuales Sarah, George y yo ayudamos con las compras de alimentos y trámites, con tal de mantenerlos seguros. George estuvo siempre ahí, supervisando, incluso cuando las situaciones lo exponían a él mismo a riesgos.

PDB 60 Asistencia legal

Tras un par de minutos, George me concedió el acceso y me señaló el acceso a los ascensores. Me despedí y le agradecí su ayuda. Su amistosa y cordial sonrisa me siguió, hasta que las puertas del ascensor se cerraron.

Toqué la puerta de mi antigua vecina, mirando con añoranza la puerta del antiguo departamento donde vivíamos con Marisol y las pequeñas, gesto que me tomó por sorpresa, porque la que abrió la puerta no fue precisamente Sarah…

•¡Marco! ¿Qué haces aquí? – me preguntó Brenda, sorprendida al verme.

Quedé impactado con solo verla. Aunque la había visto en casa de Aisha semanas antes, en mi memoria todavía recordaba a la chiquilla que tomaba leche con chocolate junto con Marisol y que se avergonzaba cuando le pagaba con propinas cuando nos cubría como niñera.

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Su flequillo rubio y su piel blanca como la leche fue lo primero que me llamó la atención. Su generoso busto estaba suavemente contenido por un jersey de punto color pastel, cuyo ajustado modelo ensalzaba su inocencia juvenil. Su tentativo escote redondeado dejaba entrever sus clavículas, aumentando su inocente atractivo. Sus jeans ajustados por encima de la cintura acentuaban sus redondeadas y pequeñas nalgas y sus tentadoras curvas, insinuando la madurez que ha ido adoptando con elegancia. Sus ojos azul claro, enmarcados por el pelo suelto que rodeaba su rostro, me miraban asombrados y curiosos a la vez. Los pocos mechones sueltos que bailaban en torno a sus carnosos y esponjosos labios destacaban aún más su belleza natural, los cuales denotaban su sorpresa.

Pero, aunque en esos momentos, su vestimenta reflejaba una armoniosa combinación de comodidad y estilo, cuyas largas mangas amplificando su aura de inocencia, en un cuerpo agraciado como el suyo, resultaba una visión de feminidad en desarrollo y la promesa de una seducción floreciente.

Cuando pude recuperar el habla, le expliqué el motivo de mi presencia.

-¡Hola, Brenda! Siento molestarte. Esperaba encontrar a tu madre. Recuerdo que solía regresar alrededor de esta hora. – Me disculpé.

Pero sin darme tiempo para reaccionar, me tomó del brazo y me metió al departamento. Me daba la impresión de que quería atraparme, antes que intentara escapar.

-¿Qué haces? ¿Estás sola? - pregunté, sospechando sus intenciones.

Su respuesta fue un ferviente y acalorado beso, cuya lengua buscaba la mía con locura. Sus manos ansiosas me obligaban a explorar su tierno cuerpo de mujer…

Luego de apartarnos, su mirada se tornó lujuriosa.

•Mi madre está en la firma y Matty está practicando. – comentó con una voz cautivadora.

Entonces, divisé los papeles y libros de la universidad. Estaba estudiando cuando la interrumpí, pero en esos momentos, su interés era otro.

Una vez más, el cuerpo de esta hermosa mujer 20 años menor que yo se lanzó sobre el mío, haciendo que mi cuerpo reaccionase con muchas contradicciones.

La situación me trajo recuerdos de cómo Amelia, la hermana de Marisol, y yo nos involucramos. Al igual que con Brenda, nunca la vi más allá de la (voluptuosa) hermana de mi ruiseñor.

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Su suéter quedaba extremadamente ajustado a la altura de su pecho, sugiriendo las bondades generosas bajo él, mientras que sus jeans ajustaban las curvas de tal manera que hacían mi pene latir.

Y ella, como una mano que juega con un ratón, deslizó su mano en torno a mi ingle, tanteando con una gran sonrisa lo que se empezaba a destacar bajo él.

•¡Te necesito! - susurró en una voz erótica, sedienta y excitante, que me cautivaba y estremecía como el canto de las sirenas, mientras que su mano atendía mi necesitada hombría.

La miraba complicado, sabiendo lo que había en juego. Mi conciencia hacía que mirase la puerta, pero sabía que ella no me dejaría ir. La atracción que ella siente por mí, que durante años Marisol me señaló, era demasiado fuerte.

Y su cuerpo lujurioso, virginal e inocente ejercía una atracción magnética de la cual, mi cuerpo era incapaz de resistir.

Pero de la misma manera que reaccioné años atrás con Amelia, mi mente tenía que intentarlo...

-¡Brenda, no podemos hacer esto! – alcancé a protestar, al apartarme de la enviciante trampa en sus labios, mientras que ella se empezaba a desvestir. - ¡Estás saliendo con Matty!

Pero al apreciar el volumen de esos imponentes melones bajo ese tenso sostén, supe que mi suerte estaba echada. Apenas pude ver su molesto puchero al escuchar el nombre de su novio.

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•¡Lo sé! – respondió simplemente, sin justificar sus acciones.

Sus manos temblorosas empezaron a desabrochar mi cinturón, con sus ojos fijos en mí. Aunque intentaba comandar a mis brazos para que la detuvieran, la visión cautivante de sus pechos blanquecinos y sus desafiantes ojos celestes, los cuales buscaban demostrarme que no era la tierna jovencita que años atrás cuidaba a nuestras hijas, me tenían completamente paralizado.

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Cuando los pantalones cayeron, se sorprendió y sonrió complacida: el contorno de mi pene erecto tensaba la tela de mis boxers, con la cabeza amenazando por escurrirse en la cintura.

Sin siquiera pensarlo, aspiró profundamente el olor de mi hombría, apretando en el intertanto mis hinchados testículos, haciéndome cerrar los ojos y mandar todo remordimiento al carajo.

Sus labios carnosos brillaban, mientras que su lengua se encargaba de humedecerlos, dejando bien en claro lo que buscaba hacer.

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-¡Brenda, no podemos! – insistí de nuevo, mi súplica un esfuerzo inútil ante oídos ensordecidos por sus deseos.

Deslizó lentamente mi pene en su ardiente boca, su lengua tanteando sobre la punta, degustando el sabor de mi carne.

En esos momentos, el mundo se deshizo para mí. La sensación obnubilaba mis sentidos y pensamientos.

Lamía y chupaba con firmeza. Con ansiedad.

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En mi mente, el recuerdo de cómo Amelia buscaba complacerme bajo la ducha volvían en eléctricos destellos, porque al igual que mi joven e inexperta cuñada de ese entonces, Brenda se ahogaba al intentar darme una garganta profunda

-¡No podemos! ¡No podemos! – insistí con suplicas vacías y sin convicción, entregándome al placer.

Pero la triste realidad era que lo necesitaba: con el embarazo de Marisol a últimas semanas, nuevamente paramos de tener relaciones, dado que mi cónyuge se agota mucho más rápido.

Por lo mismo, acordé con las chicas (Emma, Izzie y Aisha) a parar por un tiempo, dado que podía pasar horas y horas junto con ellas, dejando a Marisol sola en casa, conformándome con echarle 4 polvos a la semana a Cheryl, mientras esperamos las lecciones de natación de Bastián.

Y, por otra parte, dado que, en nuestra oficina, estamos ya preparando nuestra ofensiva contra Victor, nuestros encuentros con Maddie han cesado temporalmente.

A Brenda le costaba tragarla entera. Lo intentaba, pero le era difícil. Mis caderas se empezaron a mover por su cuenta, deslizando mi pene dentro y fuera de su boca con un ritmo que le dificultaba respirar.

En esos momentos, mi mente se acordaba de mi cuñada, Amelia, y cómo a ella tampoco la pude reconocer como una mujer, cuando en esos tiempos, estaba igual de enamorada que mi ruiseñor.

Ahora, ella se casó con su pololo de la universidad, Ramiro y tiene 2 hijos. Sin embargo, mi ruiseñor me ha dicho que eso no le impide tener amantes ocasionales, mientras su marido trabaja.

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Pero una vez que me dejó duro y listo, Brenda intentó cabalgarme en el sofá, por lo que tuve que detenerla.

-¡Brenda, no podemos hacerlo! – le dije, haciéndole a un lado.

•¿Por qué no? – preguntó casi llorando, al ver que la rechazaba.

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-Porque estás enamorada de Matty y yo no te amo. – le respondí en un tono maduro y serio.

•Pero yo tampoco te amo. – protestó, sorprendiéndose con sus propias palabras. – Esto es calentura.

-¡Ese es el problema! – insistí. – Si cogemos, siempre lo compararás conmigo.

Mis palabras tuvieron su impacto, puesto que, a pesar de nuestros esporádicos encuentros espaciados por meses e incluso años, se estaba quejando cada vez más del mediocre desempeño de Matty en el dormitorio.

•¡Pero necesito tu verga! – insistió, con lágrimas en los ojos. - ¡Amo a Matty, pero necesito que me cojas!

Sin embargo, ya no veía a Brenda, sino a la actual Amelia en sus ojos: había sido mi culpa que Amelia no se pudiera conformar con el sexo con su esposo y la obligase a calmar esa ansiedad, buscando aventuras extramaritales.

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Era claro ya en mis ojos que Brenda seguiría un destino parecido, pero por lo mismo, debía intentar oponerme.

-Podemos arreglar esto. Pero no puedo hacerte el amor. – insistí, siendo inflexible.

Sin mucho recato, marchamos a medio vestir hacia su dormitorio. No había dudas que Brenda y Matty llevaban una vida sexual activa, dada la cantidad de preservativos usados en el tarro de la basura y el leve olor a sexo que permeaba el dormitorio.

-¿Estás segura de que Matty no volverá pronto? – pregunté, al momento que ella se ponía en cuatro.

•¡Sí! – respondió dura, ansiosa e indiferente.

Me quedaba claro que me necesitaba dentro de ella y que, en esos momentos, Matty le venía sin cuidado.

Apenas la empecé a dedear, Brenda empezó a gemir. La lubricaba con mi saliva, lo cual parecía excitarla mucho más.

Mi solución le pareció brillante: Matty nunca había mostrado interés por el sexo anal, pero yo sí, por lo que le hacía sentido que le diera duro por el culo.

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-¡Estás tan mojada! – le susurré en voz baja.

Brenda asintió, su respiración acompasada cuando le metí el segundo dedo. La sensación era exquisita, su culito apretándome con bastante elasticidad.

Llegó un momento que me arrodillé tras ella, estirando sus cachetes para lamer su agujero. La punta de mi lengua lamía su anillo, tanteando su apretado agujerito y le hizo gemir de placer.

•¡Oh, dios, Marco! – gimió, enterrando su voz bajo la almohada.

Para entonces, estaba duro e hinchado y Brenda se estremecía al sentirme presionando su muslo, preparándose para mí. La anticipación era intolerable, su cuerpo sacudiéndose de la ansiedad.

Y con un último, suave empuje, mi glande penetró su apretado anillo, sintiendo cómo la iba estirando. Le quemaba, pero trataba de hacerlo lo más placentero posible para ella.

Mis embestidas fueron ganando mayor consistencia, a medida que mi pene pistoneaba dentro y fuera de ella a un ritmo que le robaba la respiración.

•¡Sí! ¡Sí! ¡Dame más duro! ¡Como cuando estabas con Marisol! ¡Ah! ¡Ahh! – me alentaba, su cuerpo meneándose al paso de un arco de un violín movido por el placer.

(Yes! Yes! Give it to me harder! Like when you were with Marisol! Ah! Ahh!)

Mi estilo era más fiero que Matty, mis manos afirmando su cintura mientras la embestía, con movimientos más salvajes y crudos. La estaba marcando, dejando como mía, de la misma manera que lo hice con la hermana de mi ruiseñor.

Sus gemidos se volvieron mucho más potentes, resonando en el dormitorio y probablemente, atravesando la pared hacia mi antiguo departamento, con sonidos que revelaban nuestra unión ilícita. Sus pechos rebotaban salvajemente a medida que se embestía hacia mí, encontrando con cada una de mis embestidas con un mayor entusiasmo que incluso sorprendía a Brenda.

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Mis caderas azotaban su trasero, el sonido haciendo eco en la habitación. Podía incluso sentir mis testículos azotándola y el placer para ella era incomparable.

Y cuando me vine dentro de ella, fueron con embestidas profundas y salvajes, que buscaban marcar su culo como mi propiedad, haciéndola rugir de placer de tal manera que parecía sacudir todo el apartamento.

Brenda sentía mi semilla caliente rellenarla, haciéndola colapsar sobre la cama agotada y satisfecha.

Por un momento, nos quedamos acostados en la cama, jadeando y desechos, nuestros cuerpos apegados tras la consecuencia de nuestra pasión.

Pero no pasó mucho para que la realidad se impusiera en nosotros: soy un padre y esposo, con una hermosa mujer esperando a mi primer hijo varón, y Brenda es una hermosa universitaria e hija, viviendo con su novio y madre.

-¡No podemos decirle a nadie! – ordené, temiendo que Aisha se enterase por oídos de su hija.

Brenda asintió, comprendiendo. Sin embargo, los dos compartíamos un sentimiento entre arrepentimiento y satisfacción. Sería para ella un secreto que tendría que ocultar de su madre y de su novio, si quería mantener su actual felicidad.

Pero, aun así, nos besamos. Un último sorbo de una bebida que nunca más debíamos probar…

•¡Gracias! – susurró Brenda, con una voz dulce y culposa.

Le di una sonrisa triste, comprendiendo su mirada.

-¡No tienes que agradecer, Brenda! – le dije, acariciando sus cabellos. – Pero esto no puede volver a ocurrir.

Nos empezamos a vestir en silencio, aunque ocasionalmente, nuestros ojos se encontraban, explorando el contorno de nuestros cuerpos.

Ayudé a ventilar la habitación y cambiar las sábanas, aunque Brenda confesó que probablemente, Matty no se daría cuenta, con la vida amorosa y activa que llevaban.

Pude notar en sus ojos que, aun así, ella lo amaba y no planeaba dejarlo.

Nos despedimos con último y final beso. Un beso que iba con todas las intenciones de cementar nuestra atracción mutua de forma definitiva…

Pero que, en el fondo, yo mismo sabía que sería algo temporal.

-Dile a tu madre que necesito hablar con ella y volveré. – le dije, mientras me despedía fuera de su puerta.

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Curiosamente, no pudo contener su suspiro al escuchar que regresaría…


1 comentarios - PDB 60 Asistencia legal

lenguafacil
Tardabas tanto en postear que temia algo duro sucediendo con el embarazo. Me alegro que esten bien y que solo la frecuencia del "material de escritura" bajo.
Un abrazo y fuerte crecimiento para ese niño