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Azulino

Pasaron los años, Amelia se había puesto de novia con un chico dos años más
grande que ella. Le tenía miedo a su primera vez en el sexo. Pero ya habían
estado casi en eso en varias oportunidades. Pasaban varias horas juntos y
jugaban mucho a tocarse y lamerse.
En vacaciones el tiempo ocioso era más aún y sin la supervisión de los
mayores. Ella había tomado casi un vicio el tocarse hasta llegar a tener
orgasmos. Siempre encontraba un buen motivo, quizás el gran estímulo era
quedarse sola.
Las tardes que sabía que él podía pasar, ella lo esperaba en shorts y ropas
“anchas” para tener un rápido acceso a sus zonas más sensibles.
Ella tenía un “ juego” en el baño que la llevaba a pasar varias horas debajo de
la ducha.
Fantaseaba con tener público detrás de la cortina celeste con hongos de
humedad abajo. El baño era todo en tonos azules y negro. Azulejos azules,
techo celeste o blanco, piso negro y blanco, artefactos azules.
Entraba a la ducha con la vagina hinchada y los pezones afiebrados, el agua
caliente y el vapor aumentaban más cada una de esas sensaciones. Hacía el
primer lavado con shampoo y al buscar la crema de enjuague empezaba a
volar y volar con la imaginación.
Empezaba a tocarse, se ponía crema en los senos y espuma en los azulejos,
se mojaba el clítoris con saliva que era más espesa que el agua. Se daba
vuelta mirando contra la pared de frente a la canilla y sus tres manijas,
montaba la canilla cuál jinete desesperado pero cuidadoso, ya que solo
llegaba haciendo un poco de puntas de pie. Y giraba su cabeza mirando hacia
la cortina imaginando detrás de ella a un grupo de salvajes, hombres
grandotes, toscos, con sus manos sucias con grasa de motores, con sus ropas
de trabajo de tela rígida, también sucia como sus manos. Se los imaginaba
desesperados, queriendo correr la cortina para verla, tomando bebidas
alcohólicas que ayudaba al desmadre.
La miraban y gritaban cosas inentendibles, alguno que otro pasaba la línea y
tocaba sus nalgas fuerte y la empujaba más contra la canilla y la pared, otro pasaba y le dejaba una marca morada en su cuerpo, otro le metía su dedo
sucio en la boca mientras le daba una palmada en la cola y se la dejaba
colorada. Y así siguieron y la interrumpieron en su afán de llegar al tan
deseado orgasmo. Ella se desconcentraba y le costaba más llegar al máximo
placer, ellos gritaban pidiendo esa convulsión final. El reto era llegar al
orgasmo, sino sufriría una cogida en banda feroz por esos seres sucios y
brutos.
Y ella cabalgaba y cabalgaba la canilla, apretando sus tetas sobre los azulejos
fríos, resbalando con la espuma y la crema…así hasta el golpe de puerta de
algún miembro de la familia, apurando la salida de la caliente ducha.

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