El mundo cambió para siempre el día en que el virus de género comenzó a propagarse. Para muchos, fue una catástrofe; para otros, una revelación. Para mí, fue ambas cosas. En cuestión de semanas, mi cuerpo se transformó de manera radical e irreversible, dejándome atrapado en una nueva forma que nunca hubiera imaginado.
La transformación de mi torso fue especialmente impactante. Mis pectorales, que alguna vez habían sido planos y firmes, comenzaron a hincharse y redondearse. Observaba, incrédulo, cómo mis senos crecían día tras día, llenando lentamente mis camisetas de una manera que me resultaba desconcertante. La sensación de su peso y su movimiento era algo completamente nuevo para mí. Mis pezones se volvieron más sensibles, y el contorno de mis senos se definía cada vez más, dándome un busto pleno y femenino.
Mi cintura se fue estrechando, dándome una figura más curvilínea, mientras mis caderas se ensanchaban notablemente. La estructura de mi pelvis también se modificaba, y con el tiempo, mis caderas se volvieron más anchas, proporcionándome una silueta típicamente femenina. Mis piernas se afinaban y alargaban, y notaba que incluso mi andar cambiaba, adaptándose a esta nueva distribución de mi cuerpo. Sentía una ligereza y una gracia que nunca había experimentado antes. Cada paso que daba, sentía cómo mis caderas se balanceaban suavemente, y mi nueva figura atraía miradas que me hacían sentir una mezcla de vergüenza y orgullo.
Pero lo más doloroso no fue el cambio físico, sino la reacción de mis propios padres.
Profundamente religiosos y arraigados en sus creencias, mis padres no vieron mi condición como una enfermedad o un cambio desafortunado. Para ellos, era una abominación, un castigo divino. La noche que me echaron de casa, el frío y la oscuridad no fueron nada comparado con la helada indiferencia en sus ojos. Sin un lugar a dónde ir, me sentí completamente sola.
Fue entonces cuando los Wilson, mis vecinos, intervinieron. Siempre habían sido una pareja amable y generosa, pero nunca había imaginado cuán lejos llegarían para ayudarme. Me ofrecieron un hogar, un refugio seguro en medio de la tormenta que era mi vida. El señor Wilson, con su voz grave y reconfortante, me dijo que siempre había deseado tener una hija. En sus palabras encontré un consuelo que no sabía que necesitaba. Comencé a sentirme aceptada, querida, e incluso protegida.
La señora Wilson también fue increíblemente amable. Me ayudó a crear mi nueva identidad como “Connie”. Me enseñó a maquillarme, a elegir la ropa adecuada, a caminar con gracia. Todo lo que hacía era con una dulzura genuina, aunque a veces no podía evitar notar la sombra de tristeza en sus ojos. Sabía que el señor Wilson y ella habían intentado tener hijos durante años sin éxito. Me preguntaba si, en cierto modo, yo estaba llenando ese vacío en sus vidas.
Con el tiempo, me acomodé en mi nueva vida. Pero algo empezó a cambiar. Yo comencé a pasar más tiempo con el señor wilson , mucho más de lo que una "hija" normalmente haría. Empecé con pequeños gestos: un roce de la mano, una mirada que duraba un poco más de lo necesario, una sonrisa que parecía tener un significado oculto. Al principio, el troto de ignorarlo, convencido de que era calidades.
Una tarde, mientras paseaba por el parque, noté que muchos hombres me quedaban mirando el culo, y la verdad es que si tenía un enorme culo sin mencionar mis enormes tetas que se balanceaban a cada paso quedaba incluso varios chicos, me chulearon y me silbaban algo. Dentro de mí se encendió. Me gustaba la sensación de ser deseada por los demás, cuando de repente a lo lejos. vi a una madre jugando con su hijo pequeño.
Algo en esa escena despertó en mí un profundo deseo de ser madre, un anhelo que jamás había sentido como hombre. No podía apartar la vista de ellos. Más tarde, la madre se sentó en un banco y comenzó a amamantar a su bebé. Al ver cómo el niño se alimentaba y cómo la madre lo sostenía con amor y ternura, un instinto maternal se apoderó de mí de una manera abrumadora. Sentí una necesidad física y emocional de cuidar y alimentar a un bebé, como si ese fuera mi propósito más profundo y natural. Sentí un vacío en mi interior, un deseo ardiente de experimentar esa conexión única
Y conforme pasaban los días noté que el señor Wilson no paraba de ver mi escote cuando yo usaba blusas, y cuando lavaba los platos vi reflejado en una ventana, como me quedaba mirando el culo inmediatamente supe que él me deseaba un día terminaba de bañarme y sin darme cuenta el señor Wilson entró al baño y me vio completamente desnuda puso sus ojos como platos, al ver mis enormes tetas en ese momento. Algo dentro de mí despertó.
Un deseo que nunca antes había sentido. El señor Wilson no era solo un hombre mayor que me había dado un hogar; era atractivo, en una forma madura y poderosa. Su presencia me hacía sentir cosas que no había experimentado antes. Sabía que estaba mal, que era inapropiado, pero no podía evitarlo. La nueva “Connie” era una mujer, y esa mujer estaba empezando a descubrir su propio poder.
La señora Wilson, ocupada con sus actividades, no notó cómo las cosas entre su marido y yo se volvían más intensas. Pero yo lo noté. Y él también. El agradecimiento que sentía hacia él por haberme salvado de la miseria se transformó en algo más oscuro, más peligroso. Empecé a vestirme de manera más provocativa cuando él estaba cerca, a inclinarme un poco más cuando recogía algo, a reírme de sus chistes de una manera que sabía que lo excitaba.
Entonces, una noche, cuando la señora Wilson se fue de viaje a visitar a unos parientes, sucedió lo inevitable. Estábamos solos en la casa, y el ambiente estaba cargado de tensión. Me acerqué a él en la cocina, con un camisón de seda que me había comprado días antes, uno que sabía que él notaría. Nuestras miradas se cruzaron, y en ese momento, supe que había cruzado un punto sin retorno. Con un suspiro tembloroso, me acerqué a él, sintiendo cómo su respiración se aceleraba.
No tienes que hacer esto, Connie,” susurró, aunque sus manos ya se movían hacia mi cintura.
“Quiero hacerlo,” respondí, mi voz apenas un murmullo. Era cierto. No solo quería, lo necesitaba. Necesitaba sentirme deseada, amada de una manera que mis padres nunca me habían dado. Y así, detono todo con un beso, luego una caricia, el agradecimiento se transformó en algo mucho más profundo y prohibido
Tras un buen rato tocándonos mutuamente, mi padre me atrajo hacia él, haciendo que quedara estirada sobre su cuerpo. Comenzó a frotar su pene contra mi coñito y yo ya no sabía cómo reaccionar. Si lo dejaba, me la iba a meter... y lo deseaba se sujetó la verga y me la metió. No hice nada por impedirlo, solo disfruté de cada centímetro que entraba en mi vagina. Comencé a moverme tímidamente, pero él embestía con fuerza desde debajo. Me fui acostumbrando a su ritmo y rebotaba
Sujetó con fuerza mis pechos mientras yo seguía cabalgando. Su dura estaca y su rudeza me ponían a mil en la cama se mostraba como la misma bestia que era en el escenario. Coloqué mis manos sobre su pecho para reafirmar mis movimientos, cada vez más veloces. Él no daba señales de estar llegando, pero mi orgasmo era inminente
En ese momento, me agarró el culo y desde su posición comenzó a follarme con mucha fuerza. Me dejé caer sobre su cuerpo y me corrí como nunca lo había hecho. Estaba agotada y me recosté sobre su pecho, pero él seguía dándome con dureza
A la mañana siguiente, me desperté en sus brazos, sintiéndome atrapada entre la culpa y mis deseos. Sabía que había traicionado a la señora Wilson, la mujer que me había acogido como una hija. Pero también sabía que no podía detenerme. La idea de darle al señor Wilson lo que siempre había deseado, los hijos que su esposa nunca pudo tener, comenzó a obsesionarme. ¿Qué pasaría si quedara embarazada? ¿Cómo reaccionaría él? ¿Cómo cambiaría eso nuestras vidas?
Mientras el tienpo pasaba. Sabía que estaba jugando un juego bastante peligroso, pero no podía evitarlo. Me había convertido en “Connie”, la hija perfecta para los Wilson, pero también en algo más. Algo que podía destruir su matrimonio… o transformarlo en algo nuevo...
La transformación de mi torso fue especialmente impactante. Mis pectorales, que alguna vez habían sido planos y firmes, comenzaron a hincharse y redondearse. Observaba, incrédulo, cómo mis senos crecían día tras día, llenando lentamente mis camisetas de una manera que me resultaba desconcertante. La sensación de su peso y su movimiento era algo completamente nuevo para mí. Mis pezones se volvieron más sensibles, y el contorno de mis senos se definía cada vez más, dándome un busto pleno y femenino.
Mi cintura se fue estrechando, dándome una figura más curvilínea, mientras mis caderas se ensanchaban notablemente. La estructura de mi pelvis también se modificaba, y con el tiempo, mis caderas se volvieron más anchas, proporcionándome una silueta típicamente femenina. Mis piernas se afinaban y alargaban, y notaba que incluso mi andar cambiaba, adaptándose a esta nueva distribución de mi cuerpo. Sentía una ligereza y una gracia que nunca había experimentado antes. Cada paso que daba, sentía cómo mis caderas se balanceaban suavemente, y mi nueva figura atraía miradas que me hacían sentir una mezcla de vergüenza y orgullo.
Pero lo más doloroso no fue el cambio físico, sino la reacción de mis propios padres.
Profundamente religiosos y arraigados en sus creencias, mis padres no vieron mi condición como una enfermedad o un cambio desafortunado. Para ellos, era una abominación, un castigo divino. La noche que me echaron de casa, el frío y la oscuridad no fueron nada comparado con la helada indiferencia en sus ojos. Sin un lugar a dónde ir, me sentí completamente sola.
Fue entonces cuando los Wilson, mis vecinos, intervinieron. Siempre habían sido una pareja amable y generosa, pero nunca había imaginado cuán lejos llegarían para ayudarme. Me ofrecieron un hogar, un refugio seguro en medio de la tormenta que era mi vida. El señor Wilson, con su voz grave y reconfortante, me dijo que siempre había deseado tener una hija. En sus palabras encontré un consuelo que no sabía que necesitaba. Comencé a sentirme aceptada, querida, e incluso protegida.
La señora Wilson también fue increíblemente amable. Me ayudó a crear mi nueva identidad como “Connie”. Me enseñó a maquillarme, a elegir la ropa adecuada, a caminar con gracia. Todo lo que hacía era con una dulzura genuina, aunque a veces no podía evitar notar la sombra de tristeza en sus ojos. Sabía que el señor Wilson y ella habían intentado tener hijos durante años sin éxito. Me preguntaba si, en cierto modo, yo estaba llenando ese vacío en sus vidas.
Con el tiempo, me acomodé en mi nueva vida. Pero algo empezó a cambiar. Yo comencé a pasar más tiempo con el señor wilson , mucho más de lo que una "hija" normalmente haría. Empecé con pequeños gestos: un roce de la mano, una mirada que duraba un poco más de lo necesario, una sonrisa que parecía tener un significado oculto. Al principio, el troto de ignorarlo, convencido de que era calidades.
Una tarde, mientras paseaba por el parque, noté que muchos hombres me quedaban mirando el culo, y la verdad es que si tenía un enorme culo sin mencionar mis enormes tetas que se balanceaban a cada paso quedaba incluso varios chicos, me chulearon y me silbaban algo. Dentro de mí se encendió. Me gustaba la sensación de ser deseada por los demás, cuando de repente a lo lejos. vi a una madre jugando con su hijo pequeño.
Algo en esa escena despertó en mí un profundo deseo de ser madre, un anhelo que jamás había sentido como hombre. No podía apartar la vista de ellos. Más tarde, la madre se sentó en un banco y comenzó a amamantar a su bebé. Al ver cómo el niño se alimentaba y cómo la madre lo sostenía con amor y ternura, un instinto maternal se apoderó de mí de una manera abrumadora. Sentí una necesidad física y emocional de cuidar y alimentar a un bebé, como si ese fuera mi propósito más profundo y natural. Sentí un vacío en mi interior, un deseo ardiente de experimentar esa conexión única
Y conforme pasaban los días noté que el señor Wilson no paraba de ver mi escote cuando yo usaba blusas, y cuando lavaba los platos vi reflejado en una ventana, como me quedaba mirando el culo inmediatamente supe que él me deseaba un día terminaba de bañarme y sin darme cuenta el señor Wilson entró al baño y me vio completamente desnuda puso sus ojos como platos, al ver mis enormes tetas en ese momento. Algo dentro de mí despertó.
Un deseo que nunca antes había sentido. El señor Wilson no era solo un hombre mayor que me había dado un hogar; era atractivo, en una forma madura y poderosa. Su presencia me hacía sentir cosas que no había experimentado antes. Sabía que estaba mal, que era inapropiado, pero no podía evitarlo. La nueva “Connie” era una mujer, y esa mujer estaba empezando a descubrir su propio poder.
La señora Wilson, ocupada con sus actividades, no notó cómo las cosas entre su marido y yo se volvían más intensas. Pero yo lo noté. Y él también. El agradecimiento que sentía hacia él por haberme salvado de la miseria se transformó en algo más oscuro, más peligroso. Empecé a vestirme de manera más provocativa cuando él estaba cerca, a inclinarme un poco más cuando recogía algo, a reírme de sus chistes de una manera que sabía que lo excitaba.
Entonces, una noche, cuando la señora Wilson se fue de viaje a visitar a unos parientes, sucedió lo inevitable. Estábamos solos en la casa, y el ambiente estaba cargado de tensión. Me acerqué a él en la cocina, con un camisón de seda que me había comprado días antes, uno que sabía que él notaría. Nuestras miradas se cruzaron, y en ese momento, supe que había cruzado un punto sin retorno. Con un suspiro tembloroso, me acerqué a él, sintiendo cómo su respiración se aceleraba.
No tienes que hacer esto, Connie,” susurró, aunque sus manos ya se movían hacia mi cintura.
“Quiero hacerlo,” respondí, mi voz apenas un murmullo. Era cierto. No solo quería, lo necesitaba. Necesitaba sentirme deseada, amada de una manera que mis padres nunca me habían dado. Y así, detono todo con un beso, luego una caricia, el agradecimiento se transformó en algo mucho más profundo y prohibido
Tras un buen rato tocándonos mutuamente, mi padre me atrajo hacia él, haciendo que quedara estirada sobre su cuerpo. Comenzó a frotar su pene contra mi coñito y yo ya no sabía cómo reaccionar. Si lo dejaba, me la iba a meter... y lo deseaba se sujetó la verga y me la metió. No hice nada por impedirlo, solo disfruté de cada centímetro que entraba en mi vagina. Comencé a moverme tímidamente, pero él embestía con fuerza desde debajo. Me fui acostumbrando a su ritmo y rebotaba
Sujetó con fuerza mis pechos mientras yo seguía cabalgando. Su dura estaca y su rudeza me ponían a mil en la cama se mostraba como la misma bestia que era en el escenario. Coloqué mis manos sobre su pecho para reafirmar mis movimientos, cada vez más veloces. Él no daba señales de estar llegando, pero mi orgasmo era inminente
En ese momento, me agarró el culo y desde su posición comenzó a follarme con mucha fuerza. Me dejé caer sobre su cuerpo y me corrí como nunca lo había hecho. Estaba agotada y me recosté sobre su pecho, pero él seguía dándome con dureza
A la mañana siguiente, me desperté en sus brazos, sintiéndome atrapada entre la culpa y mis deseos. Sabía que había traicionado a la señora Wilson, la mujer que me había acogido como una hija. Pero también sabía que no podía detenerme. La idea de darle al señor Wilson lo que siempre había deseado, los hijos que su esposa nunca pudo tener, comenzó a obsesionarme. ¿Qué pasaría si quedara embarazada? ¿Cómo reaccionaría él? ¿Cómo cambiaría eso nuestras vidas?
Mientras el tienpo pasaba. Sabía que estaba jugando un juego bastante peligroso, pero no podía evitarlo. Me había convertido en “Connie”, la hija perfecta para los Wilson, pero también en algo más. Algo que podía destruir su matrimonio… o transformarlo en algo nuevo...
3 comentarios - La necesidad femenina de una tetona a embarazarse🍒🍑