Sofía te estaba esperando desnuda en la cama. Su cuerpo se veía perfecto bajo la luz tenue del cuarto, su piel brillaba ligeramente. Estaba en una posición provocativa, con la cabeza colgando al borde de la cama, dejándote claro lo que quería. Su mirada te decía todo lo que necesitabas saber: estaba lista para ti, lista para lo que viniera.
Caminaste hacia ella, ya sintiendo la tensión acumulada en tu cuerpo. Sin decir una palabra, ella abrió la boca, esperándote. La imagen de su rostro, tan dispuesta, te encendía aún más. Tomaste tu pija y se la ofreciste, rozando su lengua húmeda. Sofía, sin vacilar, comenzó a lamerla, empapándola con su saliva. Su boca trabajaba con dedicación, envolviendo tu pija, mientras que sus manos jugaban en tu base, dándote una sensación aún más intensa.
—Así… mójala bien… —murmuraste, tu voz ronca por la excitación.
Sofía aumentó el ritmo, su lengua recorriendo cada centímetro de ti, sin dejar una parte seca. La saliva se acumulaba y bajaba por su cara, goteando por su mentón y empapando su cuello. Ella no parecía importar; estaba completamente concentrada en darte el placer que buscabas.
Cuando ya no podías soportarlo más, agarraste su cabeza con ambas manos, sujetándola firmemente mientras comenzabas a mover tus caderas. Entrabas y salías de su boca, mientras Sofía relajaba su garganta para dejarte entrar aún más profundo. Cada empuje era más intenso, y podías sentir cómo su lengua seguía acariciando el frenillo con cada penetración.
—Trágatela toda —le ordenaste con voz grave, mientras empujabas más fuerte.
Sofía obedecía, tragando cada centímetro de ti con una sumisión absoluta. Su respiración se entrecortaba, pero no dejaba de mirarte, sus ojos llenos de lujuria. Con cada empuje, su cara quedaba aún más mojada de saliva, su boca completamente encastrada en ti.
Después de un rato, sabías que necesitabas más. Soltaste su cabeza, permitiéndole respirar, y la giraste sin suavidad, colocándola en posición de perra. Sin dudar, levantó sus caderas, ofreciéndote su culo redondo y firme. Separaste sus piernas, asegurándote de que estuviera abierta lo suficiente para lo que venía.
—Así… abre más las piernas —gruñiste, mientras te posicionabas detrás de ella.
—Hazlo… como me gusta —respondió Sofía, su voz jadeante y cargada de deseo.
Con una mano, apartaste sus nalgas y apuntaste tu pija ya mojada y lista. El calor de su cuerpo contrastaba con el frío aire que aún sentías en la habitación. Sin previo aviso, comenzaste a penetrarla analmente, con fuerza, haciendo que Sofía soltase un gemido ronco. Su culo te envolvía de manera intensa, apretando con cada centímetro que entrabas. Cada embestida era más profunda que la anterior, y ella no tardó en pedir más.
—Más… más profundo… —jadeaba, mientras se arqueaba para ofrecerte mejor acceso.
Aumentaste el ritmo, moviendo tus caderas con fuerza, haciendo que tus pelvis chocaran contra su piel con un sonido húmedo. Sofía gemía con cada embestida, su respiración descontrolada mientras su cuerpo temblaba bajo ti. Sus manos se aferraban a las sábanas, intentando encontrar algo de equilibrio, pero la intensidad de la situación hacía que su cuerpo perdiera toda fuerza.
—Así me gusta… como una perra… —le susurraste al oído, mientras tus manos sujetaban sus caderas con más fuerza.
Cada vez que la penetrabas, podías sentir cómo su cuerpo se ajustaba a ti, su culo cediendo a cada embestida que dabas. Sofía respondía con más gemidos, su espalda arqueada, permitiéndote entrar más profundamente con cada movimiento.
El sudor cubría ambos cuerpos. Sentías que estabas a punto de acabar, pero te contuviste un poco más. Decidiste que el final sería a tu manera. Con una última embestida profunda, te retiraste de su culo, mientras Sofía se giraba con la cara todavía cubierta de sudor y saliva. Tomaste tu pija en la mano, apuntando hacia su cara.
—Abre bien… —le ordenaste, mientras tu respiración se volvía errática.
Sofía abrió la boca con los ojos llenos de deseo, y en ese momento, te dejaste ir. Eyaculaste directamente en su cara, cubriéndola con tu semen. El blanco espeso goteaba por sus mejillas, resbalando hacia sus labios, y ella, sin perder tiempo, comenzó a juntar el semen con sus manos.
Llevó sus dedos a la boca, saboreando cada gota mientras te miraba a los ojos. Lentamente, chupó cada uno de sus dedos, disfrutando del sabor de tu semen en su lengua.
La visión de Sofía tragándose todo con tanto gusto te dejó sin palabras. La satisfacción en su rostro te hizo saber que no solo lo hacía por ti, sino también por ella misma. Disfrutaba cada segundo, cada sensación.
Caminaste hacia ella, ya sintiendo la tensión acumulada en tu cuerpo. Sin decir una palabra, ella abrió la boca, esperándote. La imagen de su rostro, tan dispuesta, te encendía aún más. Tomaste tu pija y se la ofreciste, rozando su lengua húmeda. Sofía, sin vacilar, comenzó a lamerla, empapándola con su saliva. Su boca trabajaba con dedicación, envolviendo tu pija, mientras que sus manos jugaban en tu base, dándote una sensación aún más intensa.
—Así… mójala bien… —murmuraste, tu voz ronca por la excitación.
Sofía aumentó el ritmo, su lengua recorriendo cada centímetro de ti, sin dejar una parte seca. La saliva se acumulaba y bajaba por su cara, goteando por su mentón y empapando su cuello. Ella no parecía importar; estaba completamente concentrada en darte el placer que buscabas.
Cuando ya no podías soportarlo más, agarraste su cabeza con ambas manos, sujetándola firmemente mientras comenzabas a mover tus caderas. Entrabas y salías de su boca, mientras Sofía relajaba su garganta para dejarte entrar aún más profundo. Cada empuje era más intenso, y podías sentir cómo su lengua seguía acariciando el frenillo con cada penetración.
—Trágatela toda —le ordenaste con voz grave, mientras empujabas más fuerte.
Sofía obedecía, tragando cada centímetro de ti con una sumisión absoluta. Su respiración se entrecortaba, pero no dejaba de mirarte, sus ojos llenos de lujuria. Con cada empuje, su cara quedaba aún más mojada de saliva, su boca completamente encastrada en ti.
Después de un rato, sabías que necesitabas más. Soltaste su cabeza, permitiéndole respirar, y la giraste sin suavidad, colocándola en posición de perra. Sin dudar, levantó sus caderas, ofreciéndote su culo redondo y firme. Separaste sus piernas, asegurándote de que estuviera abierta lo suficiente para lo que venía.
—Así… abre más las piernas —gruñiste, mientras te posicionabas detrás de ella.
—Hazlo… como me gusta —respondió Sofía, su voz jadeante y cargada de deseo.
Con una mano, apartaste sus nalgas y apuntaste tu pija ya mojada y lista. El calor de su cuerpo contrastaba con el frío aire que aún sentías en la habitación. Sin previo aviso, comenzaste a penetrarla analmente, con fuerza, haciendo que Sofía soltase un gemido ronco. Su culo te envolvía de manera intensa, apretando con cada centímetro que entrabas. Cada embestida era más profunda que la anterior, y ella no tardó en pedir más.
—Más… más profundo… —jadeaba, mientras se arqueaba para ofrecerte mejor acceso.
Aumentaste el ritmo, moviendo tus caderas con fuerza, haciendo que tus pelvis chocaran contra su piel con un sonido húmedo. Sofía gemía con cada embestida, su respiración descontrolada mientras su cuerpo temblaba bajo ti. Sus manos se aferraban a las sábanas, intentando encontrar algo de equilibrio, pero la intensidad de la situación hacía que su cuerpo perdiera toda fuerza.
—Así me gusta… como una perra… —le susurraste al oído, mientras tus manos sujetaban sus caderas con más fuerza.
Cada vez que la penetrabas, podías sentir cómo su cuerpo se ajustaba a ti, su culo cediendo a cada embestida que dabas. Sofía respondía con más gemidos, su espalda arqueada, permitiéndote entrar más profundamente con cada movimiento.
El sudor cubría ambos cuerpos. Sentías que estabas a punto de acabar, pero te contuviste un poco más. Decidiste que el final sería a tu manera. Con una última embestida profunda, te retiraste de su culo, mientras Sofía se giraba con la cara todavía cubierta de sudor y saliva. Tomaste tu pija en la mano, apuntando hacia su cara.
—Abre bien… —le ordenaste, mientras tu respiración se volvía errática.
Sofía abrió la boca con los ojos llenos de deseo, y en ese momento, te dejaste ir. Eyaculaste directamente en su cara, cubriéndola con tu semen. El blanco espeso goteaba por sus mejillas, resbalando hacia sus labios, y ella, sin perder tiempo, comenzó a juntar el semen con sus manos.
Llevó sus dedos a la boca, saboreando cada gota mientras te miraba a los ojos. Lentamente, chupó cada uno de sus dedos, disfrutando del sabor de tu semen en su lengua.
La visión de Sofía tragándose todo con tanto gusto te dejó sin palabras. La satisfacción en su rostro te hizo saber que no solo lo hacía por ti, sino también por ella misma. Disfrutaba cada segundo, cada sensación.
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