Hackee el celu de mi mujer, y el resultado fue esto escrito en su word...
AL FIN ME ESCAPÉ CON ÉL.
No suelo dar mucha importancia a los mensajes que recibo de mis amigos. La mayoría busca llevarme a la cama, creyendo que soy muy fácil – No se rían, no lo soy – Pero si realmente prestaran atención a las fotos que subo a mis redes, se darían cuenta, de que, salvo contadas excepciones, soy yo la que eligiría con quién me fuera a encamar. Además, suelen decirme cosas vulgares o mandarme fotos XXX, con las que ni en sueños me seducirían.
Pero con M. fue diferente. Me intrigó que sólo me escribiera para felicitarme por la última foto que subí. Le di las gracias, y le pregunté si no le parecía mal que una mujer casada actúe como yo. Él se sorprendió, porque estaba convencido de que mis poses eran ficticias, que sólo lo hacía para divertirme y hasta insinuó que le estaba mintiendo. Eso hirió un poco mi orgullo, así que le aseguré que mis fotos eran cien por ciento reales, y que todavía no había visto nada. Él me respondió que, si de verdad era tan putita, le parecía perfecto.
Durante varias semanas chateamos, hablando de cosas ajenas al sexo. Yo le expliqué de lo mal que estaba mi matrimonio, de mi necesidad de conocer a otros hombres. Me invitó a salir varias veces, pero lo rechacé. No es que dudara de serle infiel a J. Aunque sólo mentalmente, ese límite ya lo había cruzado hacía rato. Pero ¿Qué pasaba si no me atraía físicamente? Le confesé esto, y me propuso encontrarnos en un café, para charlar un poco, y si nos atraíamos físicamente igual que nos atraíamos virtualmente, quizá podríamos pasar un buen momento juntos. “¿Y vos no tenés miedo de que yo no sea lo que esperas?”, le pregunté, para chicanearlo. “No lo creo, pero si fuese así, también tengo derecho a dar marcha atrás, jaja” contestó M.
Acordamos encontrarnos al día siguiente, en un café de Palermo. Yo sabía que a dos cuadras había un hotel alojamiento. La comodidad ante todo jeje.
Le dije a J. que me iba a la clase de zumba. Me miró con su carita de perro herido. Se notaba que desde hace rato sospechaba algo, pero nunca me dijo nada concreto. Me puse una calza negra bien ajustada, y un top blanco.
– A lo mejor vuelva tarde, gordi. Acordate que los viernes salimos con las chicas a tomar algo después de clase.
– Sí, pasala bien. – me dijo.
Ya conté varias veces lo exasperante que me resulta la cara bovina de mi marido cuando salgo sola, vestida de manera sensual. Sus ojos miopes se abren desmesuradamente detrás de su anteojo cuadrado de marco negro. Parece querer decirme algo, pero no se anima a hacerlo. Allá él, si no tiene los pantalones para retener a su mujer, se merece todo lo que le hago.
Perdón el exabrupto. Como venía diciendo, me fui de casa, dejando a J. solo. Para cuando volviese, seguro me estaría esperando una rica comida en el horno, y él estaría durmiendo como un bebé.
M. era un cuarentón de rasgos marcados. Era alto, tenía la mandíbula cuadrada, el pelo canoso a lo George Cloney, espalda ancha, brazos musculosos, ojos verdes y avispados. En fin, estaba muy bueno.
Él me sonrió cuando me acerqué a la mesa donde estaba sentado.
– hola, M. – dije – solo un pervertido usa una camisa como esa. – agregué, refiriéndome a la horrible camisa a cuadros con la que me había dicho que iba a estar vestido.
– Por fin te tengo, L. – dijo él.
– Debés sentirte privilegiado, a muchos de los amigos de J. les gustaría meterse entre mis pantalones.
– ¿Eso significa que este encuentro va a tener un final feliz?
– Salvo que no sea de tu gusto.
– Siempre tan directa. – dijo él sonriendo. – No solo sos de mi gusto, sino que superaste todas mis expectativas.
– Me gusta que me digas esas cosas, tengo un ego insaciable.
– ¿Tu marido no te dice esas cosas?
– Mi marido no hace nada.
– ¿Estamos lejos de tu casa?
– ¿Tenés miedo? – lo provoqué.
– Para nada, sólo preguntaba.
– ¿Y tu mujer dónde piensa que estás? – inquirí, señalando con la mirada su anillo.
– haciendo horas extras.
– Que chamuyo poco original.
– Pero muy efectivo. Mis compañeros me cubren en caso de que llame o aparezca en el local.
– Así que sos un pirata con experiencia. – bromeé. El rió.
– No te creas, sólo cubrí mis espaldas por esta ocasión especial.
– No hace falta que mientas.
– No te miento.
– No importa. ¿Vamos?
– ¿A dónde?
– Pagá la cuenta y llévame al telo de acá a la vuelta. – ordené. – si te portás bien, puede que nos sigamos viendo.
Subimos al auto, porque preferimos dejarlo en el estacionamiento del hotel. En el trayecto, no paró de manosearme las piernas y las tetas, como probando la mercancía. Yo comencé a excitarme. la sensación de vileza se apoderaba de mí, y me embriagaba. Me gustó, como tantas otras veces, sentirme una cualquiera, una puta. Me gustó sentir esos dedos ásperos y fuertes sobre mi cuerpo, mientras mi novio preparaba la cena en casa. Mis pezones se endurecieron, y mi sexo comenzó a lubricarse.
Entramos a la habitación, mientras M. no dejaba de manosearme el culo. Yo palpé su pene, y noté que ya estaba hinchado.
– parece que ya estamos listos. – dije.
Me abrazó por la cintura y me atrajo hacía él. Su erección se apretaba en mi abdomen. Acaricié su rostro, áspero por la barba que comenzaba a crecer después de una reciente rasurada. Mientras sus manos enormes se abrían para acariciar mis nalgas en su totalidad. Mis pechos erectos también se frotaban en él.
– Mi marido cree que estoy en la clase se zumba. – susurré. – Está cocinando.
– Sos una atorranta. - dijo riendo.
– Soy muy mala. – dije a sus oídos, empalagosa – Soy muy mala.
Me abrazó con mas fuerza. Cada músculo de su cuerpo se sentía con dureza sobre el mío. Parecía estar atrapada en una cárcel de músculos de la que no quería escapar. Me besó. Su lengua se metió con audacia en mi boca. Mientras lo hacía, se quitaba los zapatos. Yo lo imité. Me quitó el top.
– ¿Esta ropita usas en la clase de zumba? – Me preguntó.
– Sí. ¿Te gusta? – sus dedos bajaron hasta el elástico de la calza. – Me vas a tener que hacer transpirar. Así Andrés no sospecha.
– Así que sos de las puerquitas que salen transpiradas del gimnasio. – dijo, comenzando a bajarme la calza. – Cada vez me gustás más.
Cuando quedé solo en ropa interior, me arrodillé, y le abrí la bragueta del pantalón.
Como ya dije muchas veces, los hombres que más me gustan son los que mas se diferencian de mi marido. M. era unos años mayor que J., y su físico era imponente al lado del abandonado cuerpo de mi marido. Y si faltaba algo para terminar de seducirme, era la pija corta, pero gruesa, ancha en la base y de cabeza pequeña, con una ligera curva hacia arriba, que salió como un resorte cuando bajé el bóxer. Acerqué mis labios a la cabeza, y arrodillada, lo miré a los ojos, sabiendo que no hay hombre al que no le fascine ese detalle. Sin dejar de observarlo, me llevé ese tronco macizo a la boca. Mi lengua saboreó el espeso presemen que ya salía de su deliciosa verga. Observé cómo cambiaba su rostro al sentir la lengua y los labios trabajando. Hizo la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y apretó los dientes, al tiempo que apoyaba una mano en mi nuca, y empujaba, cada vez que quería que me la meta más adentro. Luego se sacó la camisa y la tiró a un costado.
Me levanté, apoyé mis manos en sus pectorales, y lo empujé con suavidad hacia la cama. M., totalmente desnudo, cayó boca arriba sobre el colchón. Me subí encima de él. Besé su cuello, mordí su pezón, bajé hacia su abdomen, y me reencontré con la verga venosa, colorada, que temblaba cuando mi boca volvía a su encuentro. Acaricié sus testículos, mientras lo pajeaba, y no paraba de lamer y succionar sus partes más sensibles. Los chorros calientes de semen no tardaron en inundar mi boca.
Fui al baño a escupir el semen.
– Sos un infierno de mujer. – me dijo cuando volví.
– Ahora espero que me complazcas como yo lo hice.
– Vení, acercate putita. – me dijo.
Se arrodilló sobre la cama. Yo fui a su encuentro. Me quitó el corpiño, y después la diminuta tanga. Besó mis tetas. Apretó con los labios mis pezones. Acarició mis nalgas, y cada tanto, los dedos se metían, tímidamente, unos centímetros en mi ano. Su sexo comenzaba a despertarse lentamente, a medida que jugaba con mi cuerpo.
– Llamá a tu marido. – me dijo. – Llamalo mientras te toco. No te preocupes, no te voy a hacer gemir. Sólo quiero escuchar cómo hablás con tu marido mientras te toco.
– Ya sabía que me ibas a pedir eso. – dije, recordando que M. Me había contado que tenía ese morboso fetiche.
Fui a buscar el celular, y volví a la cama, a los brazos de M.
– Si me llegás a hacer gritar o gemir, te juro que te dejo con las ganas y no me ves más. – amenacé, aunque sabía que, si me iba de ahí, la que saldría perdiendo sería yo, ya que todavía no tuve mi orgasmo.
– No te preocupes putita. Vos llamalo.
Marqué el número de J.
M. me abrazó. Sos manos recorrieron una y otra vez, sin detenerse, todo mi cuerpo. El teléfono sonaba, pero nsdie contestaba.
– Parece que no tenés suerte. Habrá dejado el teléfono cargando. – dije, pero cuando terminé de hablar, mi marido contestó.
– Hola amor ¿pasó algo?
M., al escuchar la voz de J., bajó sus manos hacia mis glúteos. Los dedos se hundieron en mi piel, causándome dolor.
– Nada gordi. Te quería recordar que hoy salgo con las chicas. – dije. Los labios de M. se deslizaron por el cuello.
– Sí mi amor, ya me habías dicho.
Ahora bajaban hacia mis tetas.
– No no no, yo recuerdo bien que te dije que quizá volvía tarde, ahora te lo confirmo, pero quedate tranquilo que en un par de horas vuelvo.
Los dientes apretaron delicadamente mi pezón, haciendo que suelte un débil gemido.
– ¿Pasó algo? – preguntó miarido, y., con la boca llena con mis mamas, rió perversamente.
– No nada. – Nos vemos en un rato.
– Divertite amor. – dijo J..
– De eso no tengas dudas. – dije, y luego colgué.
M. me tumbó en la cama.
– Sos un idiota, te dije que no me hagas gemir. – le recriminé, al tiempo que palpaba su hermoso tronco, que ya estaba completamente erecto.
– No te preocupes, no fue nada. Ni cuenta se dio el cornudo de tu esposo. – me di cuenta de que no se puso preservativo y me penetró. – ¿Sos mi puta? – me preguntó.
– Hoy lo soy.
– Entonces decilo.
– SI!! SOY TU PUTA!!! – grité, mientras me metía la verga en su totalidad.
– repetilo.
– ¡Soy tu puta, soy tu puta, soy tu puta! – dije una y otra vez, mientras me penetraba, hasta que me hizo acabar a chorros, como nunca antes.
Después pudo aguantar un polvo más. Nos duchamos juntos. Me cambié de ropa, y puse las prendas de zumba en la cartera.
– Le voy a decir que me bañé en el gimnasio. No suelo hacerlo, pero no quiero que sienta tu olor en mi cuerpo.
Me dio un beso apasionado.
– Me encantó lo que hicimos. ¿sabes?
– Obvio que lo sé.
– ¿tu marido nunca sospecha nada?
– Supongo que en el fondo ya lo sabe. ¿Me acercás unas cuadras?
– Claro. – dijo M.
Nos despedimos a cinco cuadras de casa. Cuando llegué, había olor a carne al horno, pero no tenía apetito.
– ¿Cómo la pasaste? – me preguntó J., cuando entré al cuarto.
– Re divertido. – dije. – Qué raro que estés despierto.
– Sí, a veces me pasa. – me agarró del brazo y me atrajo hacia él.
– No gordi, hoy no tengo ganas. – Me desvestí, y me acosté desnuda a su lado. Lo abracé y se durmió en mis brazos. Lo miraba a J. muy culposa. Me quedé pensado en M., y decidí que volvería a verlo.
Y así fué.
Esa foto de arriba estaba en su celu, en una carpeta oculta.
AL FIN ME ESCAPÉ CON ÉL.
No suelo dar mucha importancia a los mensajes que recibo de mis amigos. La mayoría busca llevarme a la cama, creyendo que soy muy fácil – No se rían, no lo soy – Pero si realmente prestaran atención a las fotos que subo a mis redes, se darían cuenta, de que, salvo contadas excepciones, soy yo la que eligiría con quién me fuera a encamar. Además, suelen decirme cosas vulgares o mandarme fotos XXX, con las que ni en sueños me seducirían.
Pero con M. fue diferente. Me intrigó que sólo me escribiera para felicitarme por la última foto que subí. Le di las gracias, y le pregunté si no le parecía mal que una mujer casada actúe como yo. Él se sorprendió, porque estaba convencido de que mis poses eran ficticias, que sólo lo hacía para divertirme y hasta insinuó que le estaba mintiendo. Eso hirió un poco mi orgullo, así que le aseguré que mis fotos eran cien por ciento reales, y que todavía no había visto nada. Él me respondió que, si de verdad era tan putita, le parecía perfecto.
Durante varias semanas chateamos, hablando de cosas ajenas al sexo. Yo le expliqué de lo mal que estaba mi matrimonio, de mi necesidad de conocer a otros hombres. Me invitó a salir varias veces, pero lo rechacé. No es que dudara de serle infiel a J. Aunque sólo mentalmente, ese límite ya lo había cruzado hacía rato. Pero ¿Qué pasaba si no me atraía físicamente? Le confesé esto, y me propuso encontrarnos en un café, para charlar un poco, y si nos atraíamos físicamente igual que nos atraíamos virtualmente, quizá podríamos pasar un buen momento juntos. “¿Y vos no tenés miedo de que yo no sea lo que esperas?”, le pregunté, para chicanearlo. “No lo creo, pero si fuese así, también tengo derecho a dar marcha atrás, jaja” contestó M.
Acordamos encontrarnos al día siguiente, en un café de Palermo. Yo sabía que a dos cuadras había un hotel alojamiento. La comodidad ante todo jeje.
Le dije a J. que me iba a la clase de zumba. Me miró con su carita de perro herido. Se notaba que desde hace rato sospechaba algo, pero nunca me dijo nada concreto. Me puse una calza negra bien ajustada, y un top blanco.
– A lo mejor vuelva tarde, gordi. Acordate que los viernes salimos con las chicas a tomar algo después de clase.
– Sí, pasala bien. – me dijo.
Ya conté varias veces lo exasperante que me resulta la cara bovina de mi marido cuando salgo sola, vestida de manera sensual. Sus ojos miopes se abren desmesuradamente detrás de su anteojo cuadrado de marco negro. Parece querer decirme algo, pero no se anima a hacerlo. Allá él, si no tiene los pantalones para retener a su mujer, se merece todo lo que le hago.
Perdón el exabrupto. Como venía diciendo, me fui de casa, dejando a J. solo. Para cuando volviese, seguro me estaría esperando una rica comida en el horno, y él estaría durmiendo como un bebé.
M. era un cuarentón de rasgos marcados. Era alto, tenía la mandíbula cuadrada, el pelo canoso a lo George Cloney, espalda ancha, brazos musculosos, ojos verdes y avispados. En fin, estaba muy bueno.
Él me sonrió cuando me acerqué a la mesa donde estaba sentado.
– hola, M. – dije – solo un pervertido usa una camisa como esa. – agregué, refiriéndome a la horrible camisa a cuadros con la que me había dicho que iba a estar vestido.
– Por fin te tengo, L. – dijo él.
– Debés sentirte privilegiado, a muchos de los amigos de J. les gustaría meterse entre mis pantalones.
– ¿Eso significa que este encuentro va a tener un final feliz?
– Salvo que no sea de tu gusto.
– Siempre tan directa. – dijo él sonriendo. – No solo sos de mi gusto, sino que superaste todas mis expectativas.
– Me gusta que me digas esas cosas, tengo un ego insaciable.
– ¿Tu marido no te dice esas cosas?
– Mi marido no hace nada.
– ¿Estamos lejos de tu casa?
– ¿Tenés miedo? – lo provoqué.
– Para nada, sólo preguntaba.
– ¿Y tu mujer dónde piensa que estás? – inquirí, señalando con la mirada su anillo.
– haciendo horas extras.
– Que chamuyo poco original.
– Pero muy efectivo. Mis compañeros me cubren en caso de que llame o aparezca en el local.
– Así que sos un pirata con experiencia. – bromeé. El rió.
– No te creas, sólo cubrí mis espaldas por esta ocasión especial.
– No hace falta que mientas.
– No te miento.
– No importa. ¿Vamos?
– ¿A dónde?
– Pagá la cuenta y llévame al telo de acá a la vuelta. – ordené. – si te portás bien, puede que nos sigamos viendo.
Subimos al auto, porque preferimos dejarlo en el estacionamiento del hotel. En el trayecto, no paró de manosearme las piernas y las tetas, como probando la mercancía. Yo comencé a excitarme. la sensación de vileza se apoderaba de mí, y me embriagaba. Me gustó, como tantas otras veces, sentirme una cualquiera, una puta. Me gustó sentir esos dedos ásperos y fuertes sobre mi cuerpo, mientras mi novio preparaba la cena en casa. Mis pezones se endurecieron, y mi sexo comenzó a lubricarse.
Entramos a la habitación, mientras M. no dejaba de manosearme el culo. Yo palpé su pene, y noté que ya estaba hinchado.
– parece que ya estamos listos. – dije.
Me abrazó por la cintura y me atrajo hacía él. Su erección se apretaba en mi abdomen. Acaricié su rostro, áspero por la barba que comenzaba a crecer después de una reciente rasurada. Mientras sus manos enormes se abrían para acariciar mis nalgas en su totalidad. Mis pechos erectos también se frotaban en él.
– Mi marido cree que estoy en la clase se zumba. – susurré. – Está cocinando.
– Sos una atorranta. - dijo riendo.
– Soy muy mala. – dije a sus oídos, empalagosa – Soy muy mala.
Me abrazó con mas fuerza. Cada músculo de su cuerpo se sentía con dureza sobre el mío. Parecía estar atrapada en una cárcel de músculos de la que no quería escapar. Me besó. Su lengua se metió con audacia en mi boca. Mientras lo hacía, se quitaba los zapatos. Yo lo imité. Me quitó el top.
– ¿Esta ropita usas en la clase de zumba? – Me preguntó.
– Sí. ¿Te gusta? – sus dedos bajaron hasta el elástico de la calza. – Me vas a tener que hacer transpirar. Así Andrés no sospecha.
– Así que sos de las puerquitas que salen transpiradas del gimnasio. – dijo, comenzando a bajarme la calza. – Cada vez me gustás más.
Cuando quedé solo en ropa interior, me arrodillé, y le abrí la bragueta del pantalón.
Como ya dije muchas veces, los hombres que más me gustan son los que mas se diferencian de mi marido. M. era unos años mayor que J., y su físico era imponente al lado del abandonado cuerpo de mi marido. Y si faltaba algo para terminar de seducirme, era la pija corta, pero gruesa, ancha en la base y de cabeza pequeña, con una ligera curva hacia arriba, que salió como un resorte cuando bajé el bóxer. Acerqué mis labios a la cabeza, y arrodillada, lo miré a los ojos, sabiendo que no hay hombre al que no le fascine ese detalle. Sin dejar de observarlo, me llevé ese tronco macizo a la boca. Mi lengua saboreó el espeso presemen que ya salía de su deliciosa verga. Observé cómo cambiaba su rostro al sentir la lengua y los labios trabajando. Hizo la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y apretó los dientes, al tiempo que apoyaba una mano en mi nuca, y empujaba, cada vez que quería que me la meta más adentro. Luego se sacó la camisa y la tiró a un costado.
Me levanté, apoyé mis manos en sus pectorales, y lo empujé con suavidad hacia la cama. M., totalmente desnudo, cayó boca arriba sobre el colchón. Me subí encima de él. Besé su cuello, mordí su pezón, bajé hacia su abdomen, y me reencontré con la verga venosa, colorada, que temblaba cuando mi boca volvía a su encuentro. Acaricié sus testículos, mientras lo pajeaba, y no paraba de lamer y succionar sus partes más sensibles. Los chorros calientes de semen no tardaron en inundar mi boca.
Fui al baño a escupir el semen.
– Sos un infierno de mujer. – me dijo cuando volví.
– Ahora espero que me complazcas como yo lo hice.
– Vení, acercate putita. – me dijo.
Se arrodilló sobre la cama. Yo fui a su encuentro. Me quitó el corpiño, y después la diminuta tanga. Besó mis tetas. Apretó con los labios mis pezones. Acarició mis nalgas, y cada tanto, los dedos se metían, tímidamente, unos centímetros en mi ano. Su sexo comenzaba a despertarse lentamente, a medida que jugaba con mi cuerpo.
– Llamá a tu marido. – me dijo. – Llamalo mientras te toco. No te preocupes, no te voy a hacer gemir. Sólo quiero escuchar cómo hablás con tu marido mientras te toco.
– Ya sabía que me ibas a pedir eso. – dije, recordando que M. Me había contado que tenía ese morboso fetiche.
Fui a buscar el celular, y volví a la cama, a los brazos de M.
– Si me llegás a hacer gritar o gemir, te juro que te dejo con las ganas y no me ves más. – amenacé, aunque sabía que, si me iba de ahí, la que saldría perdiendo sería yo, ya que todavía no tuve mi orgasmo.
– No te preocupes putita. Vos llamalo.
Marqué el número de J.
M. me abrazó. Sos manos recorrieron una y otra vez, sin detenerse, todo mi cuerpo. El teléfono sonaba, pero nsdie contestaba.
– Parece que no tenés suerte. Habrá dejado el teléfono cargando. – dije, pero cuando terminé de hablar, mi marido contestó.
– Hola amor ¿pasó algo?
M., al escuchar la voz de J., bajó sus manos hacia mis glúteos. Los dedos se hundieron en mi piel, causándome dolor.
– Nada gordi. Te quería recordar que hoy salgo con las chicas. – dije. Los labios de M. se deslizaron por el cuello.
– Sí mi amor, ya me habías dicho.
Ahora bajaban hacia mis tetas.
– No no no, yo recuerdo bien que te dije que quizá volvía tarde, ahora te lo confirmo, pero quedate tranquilo que en un par de horas vuelvo.
Los dientes apretaron delicadamente mi pezón, haciendo que suelte un débil gemido.
– ¿Pasó algo? – preguntó miarido, y., con la boca llena con mis mamas, rió perversamente.
– No nada. – Nos vemos en un rato.
– Divertite amor. – dijo J..
– De eso no tengas dudas. – dije, y luego colgué.
M. me tumbó en la cama.
– Sos un idiota, te dije que no me hagas gemir. – le recriminé, al tiempo que palpaba su hermoso tronco, que ya estaba completamente erecto.
– No te preocupes, no fue nada. Ni cuenta se dio el cornudo de tu esposo. – me di cuenta de que no se puso preservativo y me penetró. – ¿Sos mi puta? – me preguntó.
– Hoy lo soy.
– Entonces decilo.
– SI!! SOY TU PUTA!!! – grité, mientras me metía la verga en su totalidad.
– repetilo.
– ¡Soy tu puta, soy tu puta, soy tu puta! – dije una y otra vez, mientras me penetraba, hasta que me hizo acabar a chorros, como nunca antes.
Después pudo aguantar un polvo más. Nos duchamos juntos. Me cambié de ropa, y puse las prendas de zumba en la cartera.
– Le voy a decir que me bañé en el gimnasio. No suelo hacerlo, pero no quiero que sienta tu olor en mi cuerpo.
Me dio un beso apasionado.
– Me encantó lo que hicimos. ¿sabes?
– Obvio que lo sé.
– ¿tu marido nunca sospecha nada?
– Supongo que en el fondo ya lo sabe. ¿Me acercás unas cuadras?
– Claro. – dijo M.
Nos despedimos a cinco cuadras de casa. Cuando llegué, había olor a carne al horno, pero no tenía apetito.
– ¿Cómo la pasaste? – me preguntó J., cuando entré al cuarto.
– Re divertido. – dije. – Qué raro que estés despierto.
– Sí, a veces me pasa. – me agarró del brazo y me atrajo hacia él.
– No gordi, hoy no tengo ganas. – Me desvestí, y me acosté desnuda a su lado. Lo abracé y se durmió en mis brazos. Lo miraba a J. muy culposa. Me quedé pensado en M., y decidí que volvería a verlo.
Y así fué.
Esa foto de arriba estaba en su celu, en una carpeta oculta.
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