Capítulo 17.
El Laberinto de los Placeres.
Mientras Rebeca le contaba a Lilén sobre sus vivencias con el doctor y su madre, Catriel y Maylén se adentraban en los oscuros túneles situados debajo de la mansión.
Avanzaban con precaución, temerosos de que en cada rincón pudiera esconderse una amenaza. Maylén chilló un par de veces al ver arañas que le parecieron gigantescas. Su hermano le dijo que en realidad no eran tan grandes y parecían inofensivas. Lo mejor era dejarlas ahí y no molestarlas. Maylén estuvo de acuerdo con esta última parte.
Pronto descubrieron que eso era un auténtico laberinto, con sus callejones sin salida y todo. En tres ocasiones tuvieron que volver sobre sus pasos al encontrarse con un muro cortando el camino.
—Pensé que esto era un búnker —dijo Maylén, avanzaba a paso lento detrás de su hermano.
—¿Y para qué iban a querer un búnker los Val Kavian?
—Quizás estaban algo paranoicos por la segunda guerra mundial. No te olvides que vinieron de Hungría justo después de la guerra. Pero… esto no parece un búnker. Nadie en su sano juicio gastaría tiempo y recursos para construir callejones sin salida en un búnker.
—Tal vez había una salida, pero la clausuraron.
—Ay, no digas eso. No quiero dar vueltas por túneles sabiendo que hay una sola salida y que ya la dejamos atrás hace rato.
—No seas miedosa. Uf… otra pared. Hay que volver —dijo dando media vuelta. Miró el escote de su hermana y se encontró con gotas de sudor corriendo entre sus tetas—. ¿Te diste cuenta que acá adentro hace más calor que afuera?
—Será porque corre poco aire.
Ahora era Maylén quien guiaba el paso. Dobló a la derecha en la primera esquina que encontró.
—Mmm la falta de aire me preocupa más que la salida. Porque sé que al menos hay una.
—¿Quién es el miedoso ahora?
—Creo que es un tema serio. Si nos falta el aire ni siquiera nos vamos a dar cuenta hasta que sea demasiado tarde. ¿Y si las ventilaciones quedaron tapadas con los años?
A Maylén le pareció una pregunta muy sensata; pero no quería pensar en esa posibilidad. Era demasiado espantosa. No creía en fantasmas pero la falta de aire era un peligro real.
—Este pasillo es el más largo que encontramos hasta ahora.
—Hay algunos caminos hacia los lados. ¿Doblamos?
—No, quiero ver qué hay al final.
Y valió la pena, porque en el fondo de este pasillo encontraron algo que reavivó el interés.
—Otra pared… —dijo Catriel.
—Sí, pero hay algo más. —Entornando los ojos mientras se acercaba, Maylén pudo distinguir unos barrotes de hierro puestos en horizontal. Estaban adheridos al viejo ladrillo del mohoso muro—. ¡Es una escalera! Se ve que llegamos a la salida.
—Entonces… salgamos. Veamos qué hay del otro lado.
————————
Aprovechando que Lilén estaba ocupada modelando para su madre, y que ya había terminado con las labores domésticas, Inara se encerró en la habitación once. Ya no necesitaba robar la llave para poder entrar. Logró convencer a Rebeca de que la dejara masturbarse allí adentro. “A los espíritus les va a gustar más si lo hago ahí”. Rebeca supuso que su hija tenía razón. Según la bruja, todo acto sexual realizado allí dentro sería más potente, gracias a las runas… y la “vibra especial” de ese dormitorio.
Inara se llevó uno de los juguetes sexuales comprados por Rebeca, lo puso en el suelo, ya que tenía una base adhesiva y se montó sobre él, completamente desnuda. Era fascinante estar en esa habitación rodeada de velas rojas y con un dildo metido en la concha. Con su mano derecha sostenía el diario íntimo de Ivonne Berkel y con la otra se frotaba el clítoris. Realmente se sentía como si estuviera realizando un ritual de magia negra. Su corazón comenzó a latir con fuerza por la emoción. No aguantaba más, quería saber en qué otras andanzas se había involucrado su monja favorita.
Las siguientes páginas las leyó rápido, sin prestar demasiada atención. Era puro palabrerío sobre la rutina eclesiástica de la monja y un poco de autoflagelo por haber pecado al tener sexo con el muchacho pelirrojo. A pesar de que ella juraba haberlo hecho para curarlo, aún así sentía algunos remordimientos.
El interés de Inara volvió a crecer cuando la monja empezó una nueva página diciendo:
«Hoy tuve una aventura fascinante con Vasil».
En este primer tramo contaba que ella y el chico pelirrojo estaban aburridos y sin ganas de dormir. Eran las dos de la madrugada y todo el convento (la mansión) estaba en silencio. Para matar el tiempo comenzaron a deambular con velas. Vasil mostró un repentino interés por el sótano. Bajaron y él comenzó a mover algunas cajas que estaban en un rincón. Ivone no tenía idea de por qué lo hacía, pero aún así lo ayudó. Según la monja, Vasil se movía como si estuviera sumergido en una especie de transe. Lo que sí estuvo a punto de sacar de quicio a la monja, fue cuando la pared de ladrillos se abrió como…
«…una puerta! ¡Lo juro! Miré esa abertura en la pared como si hubiéramos encontrado un portal al mismísimo infierno. Le pregunté a Vasil cómo había conseguido encontrarla. Él me respondió “Tuve un presentimiento. Una fuerza extraña emana de este lugar. Me atrae como a una polilla la luz”. Y la luz no era precisamente nuestra aliada. La penumbra nos envolvía y solo contábamos con dos velas cuyas llamas danzaban con el viento proveniente de la abertura».
Inara se sintió fascinada. ¿Hay una puerta secreta en el sótano? Se muere de ganas de contárselo a sus hermanos; pero antes quiere saber qué encontró Ivonne explorando con Vasil.
«Al final me convenció para que entráramos. Durante todo este primer tramo la pasé muy mal. Estuvimos deambulando por pasillos laberínticos que parecían no llevar a ninguna parte. No sé cuántos caminos sin salida nos encontramos. Perdí la cuenta. Le supliqué a Vasil que volviéramos; pero él quería seguir. Sentía que ya estábamos cerca de encontrar algo. ¡Y así fue! Llegamos a una sala circular. Estaba vacía, excepto por el centro. Allí había una columna de ladrillo rodeada por una escalera caracol. “Subamos”, dijo Vasil. ¿Y qué iba a hacer? Obviamente lo seguí».
«Lo que encontramos arriba me dejó confundida. Se trataba de una habitación pequeña, demasiado angosta. Como un pasillo, pero sin puertas. Debía tener unos cuatro metros de largo por uno de ancho. Había unas mirillas metálicas que estaban cerradas. Vasil accionó una palanquita junto a una de éstas y aparecieron unas rendijas. Esto era una pequeña ventana. A través de ella pudimos ver un dormitorio. Estaba completamente vacío, pero limpio y ordenado. Apagamos las velas para poder ver mejor el cuarto que estaba iluminado por la luz natural. No se trataba de una casa abandonada. Observamos durante varios minutos y nada ocurrió. No había nadie. Entonces a Vasil se le ocurrió abrir la ventanita que estaba frente a esta, del otro lado de ese pequeño pasillo».
«Esta vez tuvimos más suerte… si es que se lo puede llamar así. Vimos a un hombre con una calvicie incipiente y un espeso mostacho negro. Lo conocí de inmediato. Lo vi varias veces trabajando de jardinero en el convento. Un tipo bonachón, simpático llamado Héctor Celatti. Estaba sentado en el borde de la cama con su panza al descubierto. Solo tenía puesto un pantalón corto. Me sentí rara al estar espiándolo. Ese pobre hombre no tenía ni idea de que lo estábamos viendo. Lo sé porque estaba justo frente a nosotros, a pocos metros, y ni siquiera se alarmó cuando la ventanita se abrió. Imaginé que desde su perspectiva vería algún panel de madera oscura y las rendijas negras serían difíciles de notar. Me convencí de eso para no entrar en pánico. No quería explicarle a ese hombre qué hacíamos allí y por qué estábamos invadiendo su privacidad. Sé que estábamos actuando mal; pero en un lugar tan aburrido como un convento encontrar un túnel secreto que te permite espiar a los vecinos se siente como una auténtica aventura».
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Catriel y Maylén no salieron a ninguna parte. La escalera de la pared de ladrillos los llevó a un cuartito tan pequeño que parecía el interior de un ropero. Fue Catriel el primero en detectar la pequeña ventana con la manija para abrila, pero la idea de apagar las linternas fue de Maylén.
—No sabemos qué vamos a encontrar del otro lado. ¿Y si hay una persona?
—¿Y si es la tumba de un vampiro? —preguntó Catriel, en tono jocoso.
—Si eso fuera cierto, me gustaría verlo.
—¿Ah sí? Pensé que no creías en vampiros.
—Simple curiosidad científica —dijo, encogiéndose de hombros.
Maylén pasó al frente y abrió la mirilla. Ante ella vio una voluptuosa mujer completamente desnuda, rubia y algo entrada en carnes.
—Carajo —susurró—, es Cecilia, la esposa de Ciro Zapata.
—¿El tipo de la tienda?
Cuando Catriel hizo esta pregunta, se acercó más a su hermana, no había espacio para los dos en un lugar tan estrecho. El bulto de Catriel se apretó contra las nalgas de Maylén. Al sentir esto a ella se le subió la temperatura, porque le trajo el recuerdo de la gruesa verga de Ciro entrando en su culo.
—Sí, ese mismo.
—¿Qué está haciendo la señora?
La pregunta no necesitó respuesta. Cecilia y sin ningún tipo de preámbulo, se metió dos dedos en la concha.
—Epa… se va a hacer una paja. Interesante. Em… ¿te pone incómoda ver esto? Porque yo me quiero quedar a mirar… pero no quiero que te vuelvas sola.
—No digas boludeces, Catriel. Obvio que quiero ver cómo se hace la paja. ¿Cuántas veces vimos a mamá llenándose la concha de dedos?
—Bueno, sí… pero esta mujer no es mamá… y además la estamos espiando sin su consentimiento.
—Si fuera con su consentimiento, no sería espiar. Dios, mirá lo rápido que se le mojó la concha… —Cecilia observó sus dedos llenos de flujos vaginales y luego los lamió.
A Catriel se le empezó a despertar la verga, no solo por ver a la mujer chupándose los dedos, sino también por escuchar a su hermana hablar de eso sin ningún pudor.
—Sé que te gustan las mujeres —le dijo Catriel al oído—. Em… ¿se la…? Em… este…
—¿Si se la chuparía a Cecilia? —Maylén notó cómo la verga de su hermano se iba poniendo dura entre sus nalgas. La tela de la pollera era tan delgada que prácticamente no brindaba ninguna protección—. Uf… sí, claro que se la chuparía. La gordita es hermosa. Mirá las tetazas que tiene. A vos te gustan las tetonas. ¿Te cogerías a esta?
Catriel estaba experimentando un torbellino de sensaciones. Ni siquiera con sus mejores amigos pudo tener una charla tan sincera sobre sexo, y le parecía fascinante poder hablar de esta manera con Maylén. No sabía que ella pudiera ser tan directa con esa temática.
—Em… sí, claro. Es bonita.
—¿Y te calienta verla haciéndose una paja? —Maylén se inclinó hacia adelante, para poder ver mejor por la rendija. Esto provocó que su cola se pegara más al bulto de su hermano—. ¿O después de ver a mamá pajeándose tantas veces ya no te emociona?
—Como dije: esta no es mamá. Si bien ver a una mujer masturbándose ya no me produce tanto impacto como antes, ver a una bonita desconocida haciéndolo sí me gusta.
—Uf, te llevó tiempo acostumbrarte. Me acuerdo de cómo se te ponía dura la verga al ver a mamá toda abierta, metiéndose los dedos en la concha. Siempre andabas encarpado.
—Hey, no lo podía evitar.
—¿Te dio vergüenza lo que dije? Boludo, no te pongas mal. A vos se te notaba porque tenés pija. ¿Sabés cómo se me ponía la concha a mí al verla pajeándose? Para colmo mamá está re buena. ¿Por qué creés que me gustan las mujeres?
Guardaron silencio porque vieron movimiento en el cuarto de Cecilia. Alguien entró, era una joven muy hermosa de cabello corto, mojado. Estaba completamente desnuda, parecía recién salida de la ducha.
—Mamá, voy a la ciudad. ¿Necesitás que te traiga algo?
A Maylén le gustó que la bella jovencita no se escandalizara al ver a su madre haciéndose la paja y que Cecilia ni siquiera hiciera un intento por detenerse. Aunque a la hija no le hizo tanta gracia.
—¿Podés dejar de tocarte un rato al menos?
—Perdón, hija… es que ya sabés… esta maldición… no me deja en paz. Me obliga a tocarme.
—¿Otra vez con eso?
«¿Una maldición que la obliga a masturbarse? —pensó Maylén. De pronto se le ocurrió una idea macabra—. Esto se va a poner bueno».
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«A partir de este momento las cosas ocurrieron muy rápido. Ni siquiera tuve tiempo para asimilar todo lo que estaba ocurriendo. Una delgada jovencita de cabello castaño claro y muy lacio apareció en la habitación de Héctor Celatti. Debía tener más o menos mi edad. Me quedé admirando su belleza cuando de pronto ella sonrió y se quitó el vestido blanco que llevaba puesto. Así sin más. Simplemente se quedó desnuda frente a ese hombre. Sus pequeñas tetas de pezones rosados parecían tan tiernas como obscenas. La escuché decir “¿Estás listo, papá?” ¿Papá? ¡Esa era la hija de Héctor! Juro que no entendía nada. ¿Por qué se desnudaría así frente a su propio padre?»
«“Esto se va a poner bueno”, dijo Vasil a mi espalda. Me estaba preguntando a qué se refería cuando vi a la jovencita ponerse de rodillas. Su padre sacó el pene de su short y ella… Dios… no sé ni cómo decir esto. Ella se lo tragó. Sí. Así sin más. ¡Se metió en la boca la verga de su propio padre! Héctor parecía estar viviendo un momento maravilloso mientras su hija se la chupaba. Y debo reconocer que la chupaba de la misma forma en que yo lo había hecho con Norberto o Vasil. Con ese fervor, esas ganas de hacerlo bien… con toda la intención de complacerlo».
«“Esto es pecado”, le dije a Vasil en voz baja. “¿Y no es maravilloso?”, dijo él. “Pecar es divino”. Y me agarró los pechos por encima de mi sotana de monja. Luego se las ingenió para meter la mano dentro de mis ropajes. Encontró mi sexo y comenzó a acariciarlo. Tuve que morderme el labio inferior para que mis gemidos no alertaran a Héctor y a su hija».
«Desde aquí en adelante las cosas se pusieron muy intensas. No tengo excusas para explicar mi comportamiento. Solo me queda pedirle perdón al Señor. Tendría que haberme ido de ese lugar, pero en lugar de eso permití que Vasil levantara mi sotana. Metió su miembro ya erecto en mi sexo y me hizo suspirar. Fue un milagro que no nos escucharan. No podía dejar de mirar cómo subía y bajaba la cabeza esa preciosa chica. Sus labios estaban aferrados con fuerza al pene de su padre. Mi vagina era castigada por la virilidad de Vasil. Ahora que se recuperó de su letargo, el chico es insaciable. Sé que es muy distinto entregarle mi cuerpo para favorecer su sanación a hacerlo para satisfacer su lujuria. Por eso debo pedirle a Dios que me perdone. No fui capaz de detenerlo».
«Su verga era deliciosa y quería que me atravesara por completo».
«Dios, no debí escribir eso… lo hice sin pensar».
Mientras leía, Inara aceleró el ritmo con el que montaba el dildo. Imaginaba que ella era Ivonne Berkel en esa habitación secreta para espiar. ¿Podría ella encontrar a una hija que le chupara la verga a su padre?
————————
Maylén le contó su plan a Catriel. Tuvo que hablar muy bajo a su oído. No estaba segura de que él hubiera entendido todo. Además no parecía muy entusiasmado.
—Dale, boludo… va a ser divertido.
A Catriel le parecía más peligroso que divertido. Podían irse de allí en ese preciso momento y no invadir más la privacidad de esas personas o bien…
—Es arriesgado.
—Quien no arriesga…
—No gana.
—Quien no arriesga es un cagón. Acordate: tenés que sonar convincente.
—¿Y si no se lo creen?
—Entonces nos vamos corriendo. Nunca van a entender qué mierda pasó. Ah, y la rubia se llama Cecilia y la hija es Sara.
—Está bien, un poco de diversión no va a hacer daño.
Se mentalizó para la tarea que debía llevar a cabo. La actuación no es su fuerte, sin embargo recordó las palabras de la bruja. Ella afirmaba que Catriel tenía cierto… ¿poder?
«Bueno, vamos a ver si es cierto», pensó.
—¡Cecilia!
Un tremor grave retumbó en toda la habitación. La rubia se congeló y se puso pálida, su hija miró para todos lados, buscando el origen de esa repentina voz. Hasta Maylén se estremeció. No creyó que su hermano podría sacar una voz tan grave, penetrante y potente.
—¿Quie…? ¿Qué? ¿Quién? ¿Quién habla?
—¡Cecilia! ¡Sabés muy bien quién te habla!
—Ay, no… no… por dios… no puede ser.
—¿Qué carajo pasa, mamá?
—Es él, hija… es él…
—¿Quién?
—El espíritu que me maldijo. Esa maldita bruja… ella lo mandó a atormentarme.
Maylén tuvo que esforzarse para contener la risa. Supuso que Cecilia se lo creería de inmediato; pero tenía dudas sobre Sara. No sabía si ella también compraría esa mentira tan absurda.
—¿El espíritu? —Comentó la joven—. ¿E…ees…estás segura?
«¡Se lo creyó!», pensó Maylén. La chica estaba tan aterrada como su madre. Definitivamente la gente de esta isla es muy supersticiosa.
————————
«Cuando Héctor Celatti arrojó a su hija a la cama y la penetró por la vagina debería haberme sentido asqueada. Hasta yo sé que el incesto es pecado. Podría mentir, pero no serviría de nada, porque Dios sabe lo que sentí en ese momento. Me fascinó ver esa enorme verga entrando en la delicada concha de esa chica. Ella chilló de puro gusto y yo dejé salir el aire de mis pulmones. Vasil se estaba sacando las ganas conmigo y se ve que tenía mucho tiempo acumulando. Me parece irreal que hayamos sido testigos de esa secuencia sin que esas personas se hayan enterado de que los espiábamos. Me pregunté quién había construido toda esa red de túneles y por qué llevaban a mirillas secretas conectadas a las paredes de las casas».
Inara sospechaba cuál sería la respuesta. Estaba convencida de que los Val Kavian tuvieron que ver con ese proyecto. Seguramente lo hicieron antes de que toda la gente de la isla se mudara. Lo más probable es que nunca hayan sospechado que sus patrones los espiaban.
————————
—¡La maldición! —dijo Catriel con su exagerada voz que se volvía etérea por la resonancia contra las paredes—. Quizás te libere de ella, pero…
—¿Pero qué? —Preguntó Cecilia sin saber adónde mirar. La voz parecía venir de todos lados a la vez. Maylén aguantaba la risa y con sus movimientos provocaba que el pene de su hermano se pusiera aún más duro.
—Tendrás que hacerle frente —Catriel estaba improvisando lo mejor que podía—. Decí en voz alta… ¿en qué consiste la maldición?
—Pero… ya sabés…
—Mamá, no seas boluda —Sara estaba tan pálida como su madre—. Te dijo que tenés que hacerle frente. Se refiere a que tenés que decirlo en voz alta.
—Ah… em… sí… sí… la maldición. Me hace… em… me obliga a tener sexo con mujeres. —La fascinación de Maylén no hizo más que crecer—. Por favor, decime qué tengo que hacer para eliminarla.
—¡Ya te lo dije! —Exclamó Catriel con brusquedad. Sara y Cecilia se encogieron—. Demostrame que podés hacerle frente y quizás anule la maldición.
—Creo que dice que deberías tener sexo con una mujer —comentó Sara.
—¿Cuándo?
—¡Ahora! —El grito sonó tan convincente que Sara corrió hasta la cama y se abrazó a su madre.
—¿Ahora mismo? —Preguntó Cecilia—. Pero… pero… ¿con quién?
—¡Con ella!
—¿Con… con mi hija? Eso es…
—¡Es lo que tenés que hacer!
—Mamá, no seas estúpida. No lo provoques.
—Perdón, perdón… no era mi intención ofenderlo. Pero… ¿cómo podría hacer una cosa así con mi propia hija?
No hubo respuesta.
—Lo ofendiste, mamá. Lo ofendiste.
—Ay, no… no… por favor. Pido una nueva oportunidad. Por favor. Por misericordia.
—¡AHORA!
El grito de Catriel provocó que Maylén empezara a reírse. Ella se tapó la boca y sonó como un chillido agudo que retumbó contra las paredes. El pánico en las caras de esas mujeres no hizo más que crecer. No pudieron identificar ese sonido con una risa, era extraño, lejano y cercano a la vez. Escalofriante.
—Mamá… si lo tenemos que hacer… yo estoy dispuesta a ayudarte.
Cecilia asintió lentamente con la cabeza. Cuando asimiló las palabras de su hija la abrazó con fuerza.
—Gracias, Sarita… voy a estar siempre en deuda con vos. Perdón por arrastrarte a esto.
—No te preocupes… a mí también me atraen las mujeres.
—Lo sé, hija. Lo sé. Y es mi culpa. Heredaste esa maldición de mí…
—¡AHORA! ¡Ultimo aviso! —Gritó Catriel, que ya se estaba poniendo impaciente. Quería ver acción.
—Ahora, hija… ahora… no perdamos más tiempo. Y lo siento mucho, de verdad…
Sara asintió con la cabeza indicándole a su madre que estaba lista para lo que iba a pasar. Cecilia, presa del miedo y la incertidumbre, la tomó por los hombros y la acostó en la cama. Acarició su cuerpo con ambas manos de una forma en la que una madre no debería hacerlo con su hija. La lengua de Cecilia dio la primera lamida a la vagina de Sara y la jovencita se retorció. Apenas unos segundos después ya le estaba brindando una auténtica sesión de sexo oral lésbico.
Maylén observaba todo con gran atención. No le importó que su hermano le levantara la pollera y que apoyara su verga al desnudo entre sus nalgas. Él se había ganado la oportunidad de ponerse un poco “juguetón” con ella. Le había brindado la oportunidad de espiar a una madre comiéndole la concha a su hija. Los gemidos de Sara la hicieron vibrar.
Unos segundos más tarde madre e hija invirtieron roles. Sara fue la que metió la cabeza entre las piernas de Cecilia y empezó a chuparle la concha. Maylén pensó que o estas dos tenían muchísmo miedo o las motivaba el oculto deseo de tener sexo entre ellas. Por la forma en que se miraban pensó que podría tratarse de lo segundo.
Ver a la hermosa Sara lamiendo la vagina de su madre tuvo un efecto efervescente en Catriel. Su verga estaba deslizándose entre los húmedos labios de su hermana, ella colaboraba meneando lentamente la cadera. Y de pronto ocurrió lo que era obvio que iba a ocurrir: la verga se deslizó hacia adentro y no hubo nada que la detuviera.
Al tener la verga de su hermano dentro, a Maylén la invadió un recuerdo que suele visitarla sin previo aviso a veces, cuando se hace una paja. Ocurrió una noche en una fiesta en casa de una de sus amigas. Estaban jugando el clásico juego de “Verdad o consecuencia”, juego que a Maylén le parecía muy tonto. Participó solo para no ser la amargada que le arruina la fiesta a las demás. En el cuarto contiguo el hermano de la dueña de casa estaba jugando a lo mismo con sus amigos. Y la consecuencia para los que no quisieran decir la verdad era encerrarlos en un ropero en completa oscuridad.
Clarisa, la más atrevida de las amigas de Maylén, le preguntó si alguna vez había tenido sexo anal. La muy desgraciada intuía la respuesta; pero Maylén no quiso confesar eso frente a sus amigas, así que aceptó el castigo.
La metieron en la habitación en completa oscuridad y la empujaron dentro del ropero junto con otra persona. Debían quedarse allí unos quince minutos besándose, así lo mandaba el sagrado reglamento del juego. El pibe que encerraron con ella no tardó en meterle la lengua hasta la garganta. Maylén se dejó llevar, a pesar de que no sabía ni cómo tenía la cara este muchacho. Podría ser feo o medio pelotudo. No le importó mucho en ese momento, estaba algo caliente porque sus amigas jugaban en ropa interior y algunas hasta tenían transparencias. Se pasó la noche intentando adivinar cómo eran sus vaginas o sus pezones.
Cuando el pibe le hizo a un lado la tanga y le coló dos dedos en la concha, a ella no le molestó. Al contrario, le gustó que el juego se volviera tan picante. Manoseó la verga de su anónimo amante y notó que la tenía dura. Se sintió halagada. Las manos de los dos eran inquietas, se movian todo el tiempo. El pibe le apretó las tetas y le frotó el bulto. Solo para mostrar lo atrevida que era, Maylén liberó la verga del chico y él entendió esto como una invitación a ir más lejos. Ahí fue cuando Maylén comenzó a arrepentirse, pensó que el pibe se contentaría con que se la manosearan un poco, pero no… quería metérsela.
No había dónde escapar y para que no le clavara la pija, se la metió en la boca. Le dio un rápido chupón, la metió hasta el fondo de su garganta y la liberó. Esto empeoró la situación, ahora el flaco estaba convencido de que ella quería acción. Él la levantó con sus fuertes brazos y cuando la bajó, la verga ya estaba lista para introducirse en su vagina. Era grande, ancha… la hizo suspirar. Su cuerpo tembló mientras ese miembro viril la penetraba. Se dijo a sí misma que no estaba tan mal. La calentura fue en aumento. Ella se movió un poco, montando esa verga… y alguien golpeó la puerta del ropero anunciándole que ya habían pasado los quince minutos.
Maylén se apresuró a salir, aprovechó la oscuridad del cuarto para acomodarse la tanga. En cuanto salió de la habitación descubrió con pavor que su amante anónimo era su propio hermano.
Catriel parecía tan confundido como ella. Todos se reían de ellos por la “bromita” que les habían gastado. La dueña de casa explicó que había invitado a Catriel para que juegue con su hermano y a éste se le ocurrió encerrarlos en el ropero sin decirles nada.
Maylén intentó tomarse esto como una inocente broma. «Ay, qué tarados que son… hicieron que le dé un beso a mi hermano», dijo sin mucha convicción. Eso solo provocó las risas de los presentes. Nunca se enteraron que la broma había llegado demasiado lejos y que la verga de Catriel había estado dentro de la concha de su hermana.
Nunca hablaron de ese suceso. Hicieron de cuenta que nada había ocurrido. Mejor así. ¿Qué iban a hacer? ¿Preguntarse si la experiencia les había gustado?
Y ahora Maylén volvía a tener el miembro de su hermano dentro de la concha. Sabía que debía sacarlo de allí, pero… estaban tan apretados en ese pequeño cubículo. ¿O acaso estaba usando esto como una excusa? Se movió para que la verga saliera y no hubo caso, solo se metió más dentro de ella. «Definitivamente no hay lugar», se dijo.
En el otro cuarto Sara le comía la concha a su madre como lo hubiera hecho con la mejor de sus amantes. Cecilia Brunardi escuchó gemidos provenientes de algún lugar lejano, etéreo.
—¿Escuchás eso? —le dijo a su hija—. Los espíritus… están gimiendo. Esto les gusta… les gusta cómo lo hacés. Seguí chupando. Por dios… espero que esto sirva para anular la maldición.
A Sara le importaba una mierda esa supuesta maldición, solo quería seguir disfrutando de los gajos vaginales de su madre. Era una fantasía que creyó que nunca haría realidad y ahí estaba, con su madre pidiéndole que se la chupe con ganas.
—No sé si la maldición se va a terminar, mamá —dijo Sara, para seguirle la corriente—. Me gusta demasiado la concha.
—Lo sé hija, a mí también. Uf… dame la tuya, la quiero chupar. Dámela —Sara se acostó sobre ella, formando un 69—. ¡Qué hermosa que sos! —Le metió la lengua y la movió para todos lados—. A veces disfruto tanto chupando una concha que no quiero que la maldición se termine.
—Usarás el sexo de tu hija para mitigar la maldición.
La voz de Catriel sonó más gutural que antes. La verga le palpitaba y podía sentir que el cuerpo de su hermana hacía lo mismo.
—¡Sí, lo prometo! ¡Eso haré! —Exclamó Clarisa, y se mandó a chupar otra vez la concha de Sara.
El clímax estaba subiendo hasta un punto de no retorno. Eso preocupó a Maylén. No podía ignorar que el hombre que la estaba penetrando era su hermano. Le pegó un codazo a Catriel y él por fin se apartó. Los gemidos de Sara y Clarisa llenaban toda la habitación contigua.
—Aprovechemos ahora que están distraídas —susurró Maylén—. Bajemos la escalera. Volvamos a casa.
Catriel no quería volver, pero tampoco dejaría que su hermana deambulara por esos pasillos oscuros totalmente sola. Guardó la verga dentro del pantalón y bajó después de ella. Cuando Maylén encendió su linterna sintió que un líquido tibio le bajaba por el interior de los muslos. No necesitó tocarlo para saber que su hermano le había acabado dentro de la concha.
Quiso insultarlo, por ser tan imprudente; pero en lugar de eso volvió a la vieja táctica de ignorar todo el asunto y hacer de cuenta que nada pasó. Al fin y al cabo ella toma pastillas anticonceptivas y es muy raro que fallen. Se adentró en la oscuridad del laberinto con la esperanza de dejar toda la lujuria detrás.
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1 comentarios - La Mansión de la Lujuria [17].