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Me encanta que me mires

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Recuerdo el día que volvimos a casa, hacía mucho calor y la ciudad estaba desierta. Apenas habíamos hablado durante todo el camino, pues hay momentos en los que el alma quiere sosiego, cuando la melancolía de lo que ya no volverá se adueña de ella y la ahoga en un mar de lagrimas aunque ni una sola gota salada aflore a tus ojos. Es como un llorar por dentro.
Sacamos una lata de refresco de la nevera y la compartimos mientras permanecíamos sentados, con las persianas aún bajadas para que no entrase el calor.
— Bueno Ismael, tampoco es tan terrible, siempre podemos volver el año que viene —dijo mi madre para animarme.
— Si, supongo que sí —dije sin mucho ánimo.
— Nos echamos un rato, estoy cansada.
— Vale —asentí sin más.
Fuimos por el pasillo y cuando llegamos a la puerta de su cuarto me pidió que durmiese con ella. Como hacía tanto calor nos quitamos la poca ropa que teníamos y nos quedamos únicamente con calzoncillos y braguitas.
Nos acostamos e intentamos dormir un poco. Recuerdo que entre sueños la abracé y me pegué a su espalda, sintiendo el suave contacto de sus glúteos sobre mi pelvis y la suavidad de su piel desnuda sobre mi pecho me excité, como ya me había pasado las noches en que dormíamos en el balcón. Era algo inevitable.
Mi erección se coló por entre sus muslos y allí presionó suavemente sus braguitas, era algo muy excitante, pero al mismo tiempo me hacía sentir tremendamente culpable ante tal atrevimiento por mi parte, aunque mi madre no se mostró molesta por estos hechos y simplemente permaneció adormilada a mi lado.
Entonces fui consciente de que estaba de nuevo en casa, de que el verano, aquel maravilloso verano había pasado y ya no volvería más, y me sentí muy deprimido. Y tal vez fuese esta desesperación la que me llevó a iniciar una serie de lentos movimientos de cadera en los que fui presionando con mi erección las bragas de mi madre, justo en el triángulo que forman los muslos y sus cachetes.
— ¿Estás despierto? —susurró mi madre de repente.
Alarmado tragué saliva y retiré mi erección de entre sus muslos, pero entonces mi madre echó hacia atrás su brazo y sujetándome el culo paró mi movimiento.
— No te alejes sigue —susurró de nuevo.
Sin comprender, volví a introducir mi erección entre sus muslos y entonces fue el culo de mi madre el que se comenzó a mover sensualmente.
— ¡Oh, qué dura la tienes cariño! ¿Tú tampoco puedes dormir, verdad?
— No, me acuerdo de todo y pienso que ya ha acabado y me deprime un montón —dije con un hilo de voz, sintiendo una congoja que me ahogaba.
— Te confieso que yo también me siento fatal, me gustaría volver en el tiempo y que todo empezase de nuevo.
Quedamos en silencio y fue entonces cuando mi madre hizo algo que no podré olvidar. Introdujo sus dedos en su culo y apartó sus bragas a un lado, pegándome acto seguido su sexo desnudo sobre mi glande.
De nuevo tuve que tragar saliva mientras el corazón me bombeaba como un tambor de la selva. Y lo peor es que sentí su calentura en la punta de mi glande, haciendo que éste se deslizase libremente por entre sus jugosos labios vaginales. Así que, solo podía hacer una cosa.
Acompañé el movimiento sensual de mi madre con el de mis caderas y poco apoco mi glande encontró el camino hacia su interior. Sin apenas darnos cuenta, de repente estábamos follando, acoplados como dos cucharillas, en la oscuridad de la noche, sintiendo el calor de nuestros cuerpos bajo la brisa fresca y el cielo plomizo de la ciudad.
De repente empecé a sentir una excitación brutal y empujé con más ganas sujetando el hombro a mi madre haciendo que éste fuese mi punto de apoyo, se la metí lo más adentro que pude.
Esto despertó sus gemidos, ella gozaba, gozaba por mis embestidas y sus sonidos guturales elevaron la excitación mucho más.
Todo esto no duraría más que unos minutos, unos placenteros y largos minutos hasta que estallé en su interior, mi glande empezó a soltar su carga blanca y mientras yo me quedé quieto ella comenzó a moverse y a frotarse frenéticamente su clítoris hasta alcanzar también su clímax y fui consciente de cómo su sexo se abría y se cerraba en torno a mi ya maltrecho glande.
Nos corrimos casi a la vez y con aquella sensación tan cálida y caliente a la vez, nos quedamos dormidos hasta la mañana siguiente…
Creo que fue la depresión postvacacional la que nos llevó a ambos a consentir algo que normalmente hubiésemos parado antes de que sucediese. Sí, tuvo que ser eso, porque mi madre nunca más habló del incidente y yo guardé silencio igualmente durante años hasta hoy...

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