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Hice el amor con mi Madre

Siempre he estado muy cerca de mamá. Papá trabaja de noche, así que la casa es casi siempre solo para nosotros. Mamá tiene 42 años, y para mí, está buenisima.
 
Es bajita, con unas piernas gruesas y firmes que me vuelven loco. Sus caderas son amplias y su trasero es enorme y redondeado, siempre se marca con esas faldas ajustadas que usa. Sus pechos son grandes y su cintura está perfectamente definida. Su cabello negro y rizado, combinado con esos lentes, le da un aire aún más seductor. La forma en que se mueve, cómo su ropa se ajusta a cada curva, me hace sentir un ardor que no puedo ignorar.
 
Últimamente, mamá ha estado más cansada y sola. Papá llega a casa a las tantas de la mañana, y ella pasa muchas noches sola. Así que comencé a hacer cosas para animarla: llevarle flores, invitarla a cenar. Al principio era solo por cariño, pero pronto me di cuenta de que me gustaba mucho más estar cerca de ella de lo que había imaginado.
 
Una tarde, mientras estábamos en la cocina, le dije:
 
—Oye, mamá, ¿cómo te va hoy?
 
—Uf, ha sido un día terrible. Estoy hecha polvo. —dijo, dándose un masaje en la espalda—. Me vendría bien un buen masaje.
 
Me ofrecí a darle uno. La vi en el sofá, usando una camisa suelta de algodón que normalmente cae floja, pero cuando se sentó, se ajustó a sus pechos sin sostén. La tela fina se pegaba a sus curvas, y podía ver cómo sus pechos se moldeaban, con el escote apenas cubierto. Sus caderas amplias y su trasero redondeado se notaban aún más. Cada vez que se movía, la tela de su camisa se tensaba y se ajustaba, revelando más de su figura. No podía evitar fijarme en cómo su ropa resaltaba cada curva, haciéndome sentir un deseo intenso que no podía controlar.
 
—¿Estás lista? —le pregunté mientras me preparaba para comenzar.
—Sí, por favor, hazlo con firmeza. —dijo, estirando los brazos detrás de su cabeza, haciendo que su camisa se estirara y su escote se volviera más visible. Sus pechos se notaban aún más prominentes con la tela estirada, y mi mente no podía dejar de pensar en cómo se veía.
 
Comencé a trabajar en sus hombros, aplicando una presión firme pero cuidadosa. Sus músculos estaban tensos, y pude sentir cómo se relajaban bajo mis dedos.
 
—Mmm, eso se siente tan bien. —dijo con un suspiro profundo—. Llevo días sintiendo este nudo en la espalda y no sabía qué hacer.
 
—Me alegra que te esté ayudando. —le respondí, concentrado en cada movimiento—. ¿Te duele mucho?
 
—Un poco, pero es soportable. —dijo, moviéndose un poco para acomodarse—. Lo que realmente necesito es que alguien me cuide un poco.
 
Mientras trabajaba en su espalda, sus pechos se movían ligeramente con cada respiración, y la tela de su camisa se pegaba a su piel. La forma en que se estiraba, con su cintura marcada y sus caderas acentuadas, me hizo darme cuenta de cuánto estaba disfrutando el masaje.
 
—Eso es exactamente lo que necesitaba. —dijo, dejando escapar un gemido de satisfacción—. Sigue así, por favor.
 
Mis manos se movían con cuidado y atención, y sus suspiros se volvían más frecuentes y profundos. Cada vez que encontraba un nudo, aplicaba un poco más de presión. Sus sonidos de alivio se mezclaban con el leve roce de la tela contra su piel.
 
Cuando bajé hacia su espalda baja, noté cómo la tela de su camisa se movía con mis manos, revelando la piel suave y cálida que se escondía debajo. Ella se estiraba y sus pechos se moldeaban aún más en la camisa, sus suspiros se hacían más intensos, y sus gemidos de satisfacción se volvían más frecuentes.
 
—Sigue, por favor. —dijo, casi en un susurro—. No sabes cuánto necesitaba esto.
 
Al terminar el masaje, me senté junto a ella en el sofá. La miré a los ojos, y nos abrazamos. Ella me dio un beso suave en el cachete, y sentí un calor que se extendió por mi cuerpo.
 
Mientras se levantaba lentamente, su camisa se movía y se ajustaba a cada curva, revelando su trasero redondeado que se movía con un ritmo seductor mientras caminaba hacia su habitación. Cada movimiento de su figura me hizo arder de deseo. La seguí con la mirada, notando cómo su trasero se meneaba de un lado a otro, y sentí cómo el deseo que había estado creciendo en mí se hacía casi insoportable.
 

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