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Mi madre madura me la pone dura

-No sé hijo. ¿Tú crees que sea necesario? ¿Aquí en el pueblo quien va a entrar en casa? Si aquí todo el mundo se conoce nene.

-Bueno mamá, si no cuesta nada y está chupado de instalar. Así tenemos la casa controlada cuando está vacía y así te tenemos a tu controlada cuando estés en el pueblo jaja.

-Si, a mí me vas a controlar, jaja que tonto eres hijo, si yo ya no tengo nada que controlar. Bueno mira haz lo que quieras.

 Con aquella pequeña conversación dos veranos atrás quedó zanjada la cuestión. Instalé tres cámaras de vigilancia para poder echar un ojo a la casa del pueblo y desmotivar a cualquier posible intruso. Una de las cámaras estaba en el recibidor, apuntando a la puerta de la entrada. Otra en la segunda planta controlando la terraza y una tercera que daba al hermoso y soleado patio interior que tanto le gusta a mi madre.

 Por cierto, esta no es la típica historia de madre milf e hijo veinteañero si es lo que estas esperando querido lector. Aquí los protagonistas somos todos maduros y nuestros cuerpos se corresponden con nuestras edades. Mi madre es una preciosa señora regordeta de sesenta y cuatro espléndidos añitos, yo por mi parte tengo ya cuarenta y cinco, sí me tuvo bien joven y es que eran otros tiempos. Mi padre era mayor y la enfermedad se lo llevó hace cuatro años. Desde entonces mi madre vive entre Barcelona, donde vivimos sus hijos y nietos, y su casita en un pueblecito de la sierra jiennense de donde tanto ella como mi padre son oriundos y donde seguimos teniendo numerosa familia, incluyendo a sus hermanas y mis primas.

 La verdad es que desde que se instalaron aquellas camas las tenia un poco olvidadas, pero este verano, este verano ha sido distinto sin duda.

 Mi madre se marchó al pueblo a finales de mayo con la intención de pasar allí todo el verano, suele ser la tónica habitual los últimos años y me alegro de que así lo haga. Aquello es mucho más saludable que estar todo el día metida en el piso en Barcelona, más sol, más naturaleza, tiene contacto diario con sus hermanas, es un ambiente más sano. 

 Yo por mi parte acostumbro a quedarme solo el mes de Julio ya que mi mujer se marcha con los niños al apartamento que tienen mis suegros en primera línea de la costa malagueña hasta que hago vacaciones y nos juntamos en agosto. Y así transcurría mi monótono mes de Julio, trabajo por la mañana, algo de ejercicio por la tarde y una soledad tan apacible como tranquila.

 Una de esas tardes a mediados de Julio llamé a mi madre para ver que tal estaba. Y estuvimos un buen rato al teléfono.

 -Hola mamá. ¿Qué, como estas? ¿Qué haces?

-Hola hijo, pues bien ¿cómo voy a estar? ¿Y tú? Ayer estuve hablando con los niños ya veo que se lo están pasando la mar de bien.

-Pues claro, de eso se trata. Yo estoy bien, solo, pero tranquilos que eso también se disfruta de vez en cuando.

-Claro, no tienes perrito que te ladre jaja. Pues mira, yo esta mañana quedé con tu tía Antonia para ir al mercado y desayunamos en la churrería. Me dijo que quedase a comer con ellos, pero yo no tenia hoy muchas ganas de jaleo, así que me vine para casa y ahora estoy aquí en el patio tomando el sol tan agustico.

-Anda que bien, cuidado no te vayas a quemar.

-Que va hijo no me quemo. Si es un decir, a estas horas ya comiemza dar la sombra al fondo y se está ma mar de agusto. 
 Pues mira, es que tu tía tiene ahora allí cada tarde a sus nietos porque tu prima resulta que está de turno de tardes y claro están allí los niños que no veas lo revoltosos que son y claro...

 Típica conversación de madre e hijo en la que mi madre básicamente hablaba y yo escuchaba, no tiene mayor interés. Finalmente nos despedimos y me vino a la memoria la cámara del patio. ¿Seguiría funcionando? Hacía más de un año que no las miraba. 

-Vamos a ver que hace esta mujer tomando el sol- Me dije.

 Y así fue como mi curiosidad, sin la menor malicia en aquel momento, me llevó a conectarme a la dichosa cámara instalada dos años antes de la que ya nadie se acordaba.

 En efecto, allí plácidamente tumbada en su hamaca estaba mi madre, entre sol y sombra, ojeando distraídamente una revista del corazón y lo mejor de todo, lo que no me hubiera esperado nunca, lo que me dejó con la boca totalmente abierta, desnuda.

-¡COOOÑO!- Me salió en voz alta. -Y tanto que está en la gloria.

 Sí, allí estaba ella tan a gusto. Con su precioso cuerpo de mujer madura, sus kilitos de más, sus michelines, sus flácidas, pero generosas tetas reposando contra su cuerpo, cayendo hacia los lados y sus piernas ligeramente entreabiertas coronadas por un pubis que sin estar depilado sí estaba escasamente poblado. 

 Que queréis que os diga, será amor de hijo, pero mi madre estaba preciosa y perfecta en su madurez. Me quedé observándola embobado por un buen rato mientras viejos recuerdos y fantasías que creía ya olvidadas volvían a mi mente. Más de veinte años atrás mi madre ya había sido el blanco de mis fantasías incestuosas y fueron muchas las pajas en su honor, igualmente numerosas las veces en las que aspiré su aroma de alguna de sus bragas o sujetadores robados para dar rienda suelta a mi perversión. Vamos que estaba más caliente que el rabo de un cazo como bien diría mi amada madre. Pero aquellos tiempos pasaron y la vida te lleva por donde te lleva quedando mi inconfesable deseo aparcado en el pasado sin que nadie más que yo llegase a conocerlo.

 Pero allí estaba, allí la tenía ahora desnuda como tantas veces quise tenerla. Tan cerca para mis ojos y a la vez tan lejos, 820 kilómetros. Observaba sus movimientos, sus manos pasando las páginas de la revista, sus piernas deslizándose arriba y abajo por la hamaca, separándose, juntándose, dejándome ver sus labios vaginales fugazmente. Debería haber desconectado, ya lo sé, pero admito que no lo hice. Me pasé pegado a la pantalla más de una hora hasta que mi madre decidió concluir con su sesión de nudismo y poniéndose un camisón veraniego desapareció en el interior de la casa totalmente ignorante de que su hijo la contemplaba empalmado a más de ochocientos kilómetros de distancia.

 Aquella tarde cayeron dos pajas, y por la noche otro par, apenas puede pegar ojo. Volvía a estar tan caliente como a los 18 y sintiendo el mismo deseo hacia ella de antaño. La mañana en el trabajo se me hizo eterna, no veía el momento de que llegase la tarde para intentar repetir con suerte la sesión del día anterior.

 En cuanto pude me conecté, pero nada. Mi madre no estaba allí. Pasé más de una hora esperando, pensando que no volvería a tener la misma suerte del día anterior, ya casi lo daba ñor perdido, pero al fin mi madre apareció en el patio con su camisón veraniego y sus chanclas. La espera fue larga, pero mereció la pena mejorando incluso lo del día anterior.

 Mamá se quitó el camisón dando la espalda a la cámara y lo extendió en el respaldo de la hamaca quedando totalmente desnuda. Caminó hasta la esquina donde está el desagüe y la manguera del patio y ya de frente a la cámara separó ligeramente las piernas y sin más orinó. El chorro de líquido caliente resbaló en parte por sus piernas hasta el suelo sin que a ella le importase y tras humedecerlo y formar un charquito discurrió en forma de riachuelo camino del desagüe. Empalmé al instante, no puedo negarlo.

 No fue la primera vez en la que veía algo parecido. Ya de joven la vi orinar en aquel desagüe separando las piernas y agachándose, pero aquellas veces fue con la ropa puesta y yo solo podía ver sus piernas.

-¡Que cochina mamá!- Le decía yo disimulando a pesar de resultarme erótico.

-Anda ya niño, si todo va a parar al mismo sitio. Ahora se le da un manguerazo y listo. A ver como piensas que lo hacían antiguamente las mujeres en el campo.- Contestaba ella.

 Y vaya si le dio un manguerazo esta vez. Ni corta ni perezosa agarró la manguera y tras abrir el grifo se puso a regar el patio en cueros, regó las macetas y cada metro del patio arrastrando toda suciedad hasta el desagüe, con los restos de su meada incluidos. Por último, bajó la presión del agua y apuntándose a si misma se pegó una ducha a manguerazo limpio. El agua brotaba junto a su cuello y caía deslizándose por su cuerpo, espalda, tetas, vientre y por supuesto su sexo que recibió la descarga directa mientras mamá se frotaba el conejo con la mano libre. Por último, cerro el grifo y tras enrollar la manguera la dejó colgada en su sitio antes de tumbarse en su hamaca quedando tanto el patio como ella bien mojados y fresquitos.

 Para entonces yo ya tenía la polla fuera y me estaba masturbando ante el espectáculo. Pero esa tarde lo mejor estaba por llegar. Mu madre se sentó en la hamaca y comenzó a acariciar su mojado cuerpo extendiendo las gotas de agua. Primero su brazo izquierdo, desde el hombro hasta la mano para detenerse en esta con automasaje en los dedos, después el derecho. Hizo lo propio con sus piernas levantándolas una a una, totalmente rectas y con el pie estirado estilizándolas, las recorrió con ambas manos desde el muslo hasta la punta de los dedos, siempre me sorprendió su agilidad y flexibilidad a pesar de ser una mujer entrada en carnes. 

 Finalmente se tumbó relajada y acarició su vientre con ambas manos antes de pasar a sus tetas donde se detuvo masajeándolas especialmente. Se apreciaban grandes y blanditas en sus manos, las frotaba, las juntaba y separaba acariciando los pezones con la punta de los dedos. A mi se me caía la baba, deseaba estar allí para acariciarlas y apretarlas con mis manos, quería besarlas, lamerlas, llevarme los duros pezones a la boca y succionarlos entre los labios.

 Y la cosa mejoraba porque mamá deslizó la mano derecha en dirección al pubis mientras la izquierda continuaba ocupada en sus tetas. En un primer momento solo frotó su pubis regordete, pero a continuación separó ligeramente las piernas y comenzó a acariciarse los labios del coño.  
 
-¡Ay que se pajea!- Me salió en voz alta.

 Yo desde luego ya me la estaba cascando y ella me iba a acompañar sin saberlo. Mamá cerró los ojos y se concentró en sentir las caricias de sus dedos, el índice y el anular estimulaban los labios mientras el corazón se deslizaba al interior de su sexo. Separó más las piernas para mi goce y siguió acariciándose así mientras se sobaba las tetas con la mano libre. La postura de mi madre se podría describir como abierta de piernas, perfectamente lista para una buena comida de coño o la clásica penetración frontal, de tal forma que los labios de su chocho se separaban fácilmente ante las caricias de sus dedos. El dedo corazón traspasaba la entrada de su cálida cueva y lo arrastraba hacia arriba hasta llegar a su clítoris acariciándolo en círculos. 

 Ufff, como me hubiese gustado estar allí de rodillas, con la cabeza entre sus piernas comiéndole toda la almeja y deslizar la lengua por su coño saboreando sus jugos maduros y dulces. Estaba muy excitado, acariciaba mi polla parando repetidamente para no correrme antes de lo deseado.

 Poco después su mano izquierda también descendió hasta el abultado pubis para apretarlo y estirarlo hacia atrás a la vez que separaba ligeramente los labios vaginales con los dedos. El clítoris resultaba de esta forma mucho más accesible y tras llevarse los dedos de la derecha a la boca para lamerlos y lubricarlos mamá se dedicó a estimular su botoncito del placer con ellos. Así estuvo durante un buen rato, sin prisa, acariciándose, apretando más o soltando, metiendo un par de dedos o solo rozando el clítoris con la punta, abriendo los ojos para mirar hacia abajo, cerrándolos luego para mirar hacia el cielo, abriendo la boca, relamiéndose los labios, mordisqueando el inferior. Yo por mi parte tenia la polla apunto de explotar, pero quería evitar correrme antes de tiempo, deseaba hacerlo junto a ella y compartir así el clímax aun sin ella saberlo.

 Aceleró el ritmo de sus dedos, algo me decía que estaba cercana el deseado orgasmo. Yo hice lo propio, sacudiendo mi polla arriba y abajo con mayor ímpetu. Abrió más las piernas, un gesto de placer se apoderó de su rostro y de repente cerró las piernas atrapando la mano que quedó inmovilizada contra su coño, las oleadas de placer recorrieron su sexo y mi polla la acompañó al instante disparando chorros de semen en su honor, hacía tiempo que no me corría tanto y tan a gusto.

 Mamá aguantó con la mano atrapada entre sus piernas durante un minuto, relajándose y recuperando la respiración entrecortada. Cuando finalmente las volvió a abrir me sorprendió auto propinándose un par de palmetazos cariñosos en el chocho, casi parecía estar felicitando a una mascota por su buen comportamiento. Estaba preciosa me la hubiese comido entera.

 Mi madre se relajó entonces en su hamaca totalmente estirada hacia arriba y con los ojos cerrados, parecía que iba a quedarse dormida de un momento a otro. Entonces la idea de llamarla y hablar con ella mientras la contemplaba desnuda me llevó a tomar el teléfono. Mamá giró la cabeza al oír la llamada, agarró el teléfono y tras observarlo durante unos segundos dibujó un gesto en la pantalla antes de llevarlo junto a su oreja.

- Hola hijo, dime, ¿Qué pasa?

-No pasa nada mamá. ¿Qué quieres que pase? Solo te llamó a ver que haces.

- ¿Tú llamándome dos días seguidos? Tienes que estar muy aburrido jaja.

-Hombre un poco aburrido sí que estoy la verdad jaja. ¿Y tú qué haces?

-Pues yo como cada tarde, he estado viendo la novela un rato y ahora me he salido al patio tomar un ratillo el sol.

-Si que tomas tú el sol últimamente. ¿Ya te pones crema? No veas que marcas del bikini se te van a quedar señora.

-Claro que me pongo crema hijo, no se me quedan marcas ni del bikini ni de la bikina jaja. ¿Cuándo me habrás visto tú a mí usar un bikini? 

-¿Ah no? No me digas que te has vuelto moderna y ahora eres nudista jajaja.

-Si claro, a la vejez, que tonto eres hijo. Aunque ya sabes tú que aquí en el patio si uno quiere estar desnudo no le ve nadie, así que si no me vuelvo nudista es porque no quiero jaja.

-Bueno, bueno que tampoco eres tan vieja. A ver si voy a tener yo que vigilarte ahora, so moderna.

 La conversación transcurrió divertida, yo tiraba mis tiritos y ella, creyéndome ignorante de sus secretos, jugaba conmigo mientras se acariciaba el cuerpo con la mano libre.

-Sí, una chavalilla estoy hecha. Poco vas a vigilarme tú desde Barcelona hijo.

-Uy, claro que te vigilo si quiero chavalilla. Que ya no te acuerdas de las cámaras de seguridad que pusimos por lo que parece.

 Mi madre pareció sorprendida, estaba claro que ni se acordaba de aquella cámara. Levantó la cabeza y la miró, en la pantalla parecía mirarme directamente a los ojos.

- ¿No me estarás viendo ahora?

-Pues claro que sí. ¡Qué va! Si no estoy ni en casa ahora jaja, pero no descarto vigilarte los próximos días, si es que siguen funcionando claro, jajaja. - Contesté disimulando.

 Pareció relajarse, aunque no dejó de mirar a la cámara durante toda la conversación.

-Lo que te faltaba, ser voyeur a estas alturas. Anda déjate de ya tonterías. ¿Al final cuando comienzas las vacaciones, este viernes o el que viene?

-Tonto es el que dice tonterías. El que viene.

- ¿Y este año que vas a hacer? ¿Te irás directo para Málaga o vas a pasar primero por aquí? 

. Pues yo creo que como el año pasado. El viernes al medio día cuando salga de trabajar me voy directo con el coche y me tienes allí por la noche y paso contigo el fin de semana. Luego el lunes por la mañana me voy ya para Málaga que es cuando nos dan nuestro apartamento, yo no me meto en apartamento de mis suegros allí todos amontonados. 

-Muy bien hijo, así también se te hace el viaje menos cansado. 

 -Eso también mamá. 

 La conversación continuó durante algunos minutos más hasta que nos despedimos, ella desnuda, yo con los pantalones bajados y la polla flácida tras haberme corrido abundantemente. Ni que decir tiene que tras lo vivido no pensaba perderme un fin de semana a solas junto mi madre por nada del mundo. Quedaba semana y media de por delante hasta ese viernes, semana y media que pasé imaginado todo tipo de situaciones a su lado para esos dos días- 

 Lo que faltaba del mes de julio se me iba a hacer muy largo, pero como decía mi abuela en esta vida todo llega. Eso sí, a veces llega con la segunda parte... 

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