C estaba muy excitada esa noche. M había sugerido una cena especial y, como siempre, había una intención oculta detrás de su sugerencia. C, conocedora de lo que eso significaba, decidió esmerarse en su apariencia. Había elegido un vestido negro, corto y ajustado, que resaltaba su figura voluptuosa. La tanga hilo dental que llevaba apenas cubría lo necesario, y las medias a juego con su lencería completaban el conjunto.
Cuando M la vio, la hizo girar lentamente, pasando sus manos por su culo firme y redondeado, subiendo hasta sus tetas, y finalmente deteniéndose en su vagina, provocando en C un escalofrío de anticipación. “Por Dios, estás increíble”, murmuró M con una sonrisa de satisfacción.
Llegaron al restaurante y se sentaron en una mesa reservada, alejada. Al frente, una pareja mayor cenaba tranquilamente. El hombre, de unos 60 años, no podía dejar de mirar a C, observándola con un deseo apenas disimulado. M, ajeno a la mirada del extraño, se concentraba en halagarla. “Esta noche te haré mía de todas las formas posibles”, le susurró M al oído. C sonrió, imaginando lo que vendría después.
Mientras disfrutaban del primer plato, M le habló de lo que planeaba hacerle más tarde. “Cuando lleguemos a casa, te pondré de cuatro y te devoraré, C. Te chuparé hasta que no puedas más, y entonces te daré por el culo como nunca antes”. C, cada vez más excitada, solo pudo responder con un “sí” entrecortado.
Después de un rato, C estaba muy mojada y sintió la necesidad de ir al baño. Quería ir a masturbarse, no aguantaba más. Mientras caminaba hacia el fondo del restaurante, sintió una mano que la detenía. Al darse la vuelta, se encontró cara a cara con el hombre de la mesa de enfrente. “No se puede creer lo hermosa que estás”, le dijo él con voz ronca, y sin esperar una respuesta, la llevó hacia el baño de hombres.
C estaba en shock, pero al mismo tiempo, la situación la excitaba de una manera que no podía explicar. El hombre la llevó a uno de los cubículos y comenzó a besarla apasionadamente. “Estás mojada, ¿verdad? Chúpamela”, ordenó, mientras sacaba su pene, grueso y erecto. C, ardiendo de deseo, se arrodilló y comenzó a succionarlo con avidez. El placer que sentía era inigualable, más intenso por el peligro de ser descubiertos.
El hombre, viendo que C estaba completamente entregada, la levantó y le bajó la parte superior del vestido, dejando sus pechos al descubierto. Los besó y los chupó con fuerza, haciéndola gemir de placer. Luego la giró, levantando su vestido para contemplar su culo perfecto. “Qué orto tienes, me vuelves loco”, murmuró mientras le corría la tanga y comenzaba a acariciarla.
“Pásate los dedos por tu concha y luego por tu culito”, le ordenó. C, completamente fuera de sí, obedeció. “Dale, rómpeme el orto”, suplicó ella, incapaz de contenerse.
El hombre la penetró lentamente, el grosor de su pene haciendo que C gimiera tanto de dolor como de placer. “¿Quieres más, putita?”, le preguntó con voz áspera. C solo pudo asentir, moviéndose contra él para recibirlo más profundamente.
En ese momento, escucharon voces fuera del cubículo. C reconoció la voz de M y sintió una oleada de excitación aún mayor. “Mira, ahí está tu novio”, le susurró el hombre mientras bombeaba más fuerte. “¿Qué diría si supiera que me estoy cogiendo a su mujer?”
La situación era más de lo que C podía soportar. El hombre lo notó y comenzó a embestirla con fuerza, mientras C se tocaba para alcanzar el orgasmo. “Acaba, hija de puta. Yo te voy a llenar de leche el culo”, gruñó él.
Y así fue. C sintió cómo él se corría dentro de ella, llenándola por completo. Jadeando, ambos se separaron rápidamente, y el hombre salió del cubículo mientras C se arreglaba la ropa apresuradamente. Salió poco después y se dirigió al baño de mujeres para limpiarse un poco antes de volver a la mesa.
M la esperaba, mirándola con preocupación. “¿Estás bien? Te ves agitada”, comentó. C, aún tratando de controlar su respiración, solo pudo sonreír débilmente. “Sí, estoy bien. Quizás deberíamos irnos”.
De camino a casa, C se sentía incómoda. Sentía el semen del hombre que aún goteaba dentro de ella, y el recuerdo de lo que acababa de hacer la llenaba de una mezcla de culpa y placer.
Cuando M la vio, la hizo girar lentamente, pasando sus manos por su culo firme y redondeado, subiendo hasta sus tetas, y finalmente deteniéndose en su vagina, provocando en C un escalofrío de anticipación. “Por Dios, estás increíble”, murmuró M con una sonrisa de satisfacción.
Llegaron al restaurante y se sentaron en una mesa reservada, alejada. Al frente, una pareja mayor cenaba tranquilamente. El hombre, de unos 60 años, no podía dejar de mirar a C, observándola con un deseo apenas disimulado. M, ajeno a la mirada del extraño, se concentraba en halagarla. “Esta noche te haré mía de todas las formas posibles”, le susurró M al oído. C sonrió, imaginando lo que vendría después.
Mientras disfrutaban del primer plato, M le habló de lo que planeaba hacerle más tarde. “Cuando lleguemos a casa, te pondré de cuatro y te devoraré, C. Te chuparé hasta que no puedas más, y entonces te daré por el culo como nunca antes”. C, cada vez más excitada, solo pudo responder con un “sí” entrecortado.
Después de un rato, C estaba muy mojada y sintió la necesidad de ir al baño. Quería ir a masturbarse, no aguantaba más. Mientras caminaba hacia el fondo del restaurante, sintió una mano que la detenía. Al darse la vuelta, se encontró cara a cara con el hombre de la mesa de enfrente. “No se puede creer lo hermosa que estás”, le dijo él con voz ronca, y sin esperar una respuesta, la llevó hacia el baño de hombres.
C estaba en shock, pero al mismo tiempo, la situación la excitaba de una manera que no podía explicar. El hombre la llevó a uno de los cubículos y comenzó a besarla apasionadamente. “Estás mojada, ¿verdad? Chúpamela”, ordenó, mientras sacaba su pene, grueso y erecto. C, ardiendo de deseo, se arrodilló y comenzó a succionarlo con avidez. El placer que sentía era inigualable, más intenso por el peligro de ser descubiertos.
El hombre, viendo que C estaba completamente entregada, la levantó y le bajó la parte superior del vestido, dejando sus pechos al descubierto. Los besó y los chupó con fuerza, haciéndola gemir de placer. Luego la giró, levantando su vestido para contemplar su culo perfecto. “Qué orto tienes, me vuelves loco”, murmuró mientras le corría la tanga y comenzaba a acariciarla.
“Pásate los dedos por tu concha y luego por tu culito”, le ordenó. C, completamente fuera de sí, obedeció. “Dale, rómpeme el orto”, suplicó ella, incapaz de contenerse.
El hombre la penetró lentamente, el grosor de su pene haciendo que C gimiera tanto de dolor como de placer. “¿Quieres más, putita?”, le preguntó con voz áspera. C solo pudo asentir, moviéndose contra él para recibirlo más profundamente.
En ese momento, escucharon voces fuera del cubículo. C reconoció la voz de M y sintió una oleada de excitación aún mayor. “Mira, ahí está tu novio”, le susurró el hombre mientras bombeaba más fuerte. “¿Qué diría si supiera que me estoy cogiendo a su mujer?”
La situación era más de lo que C podía soportar. El hombre lo notó y comenzó a embestirla con fuerza, mientras C se tocaba para alcanzar el orgasmo. “Acaba, hija de puta. Yo te voy a llenar de leche el culo”, gruñó él.
Y así fue. C sintió cómo él se corría dentro de ella, llenándola por completo. Jadeando, ambos se separaron rápidamente, y el hombre salió del cubículo mientras C se arreglaba la ropa apresuradamente. Salió poco después y se dirigió al baño de mujeres para limpiarse un poco antes de volver a la mesa.
M la esperaba, mirándola con preocupación. “¿Estás bien? Te ves agitada”, comentó. C, aún tratando de controlar su respiración, solo pudo sonreír débilmente. “Sí, estoy bien. Quizás deberíamos irnos”.
De camino a casa, C se sentía incómoda. Sentía el semen del hombre que aún goteaba dentro de ella, y el recuerdo de lo que acababa de hacer la llenaba de una mezcla de culpa y placer.
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