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En sus manos

El sol apenas comenzaba a filtrarse a través de las cortinas cuando M despertó con una erección que lo llamaba a reclamar lo que era suyo. Su mirada recorrió el cuerpo desnudo de C, durmiendo boca abajo, completamente vulnerable. Su respiración tranquila y el leve movimiento de su pecho mientras dormía lo excitaban aún más, recordándole que ella estaba allí solo para su placer.
Sin hacer ruido, M se acercó a C, deslizando su mano por su espalda suave, acariciándola con una mezcla de ternura y posesividad. Su mano bajó lentamente hasta sus nalgas, donde comenzó a masajearlas, apretándolas con fuerza, disfrutando de la firmeza y la perfección de su forma. Cada apretón era un recordatorio de quién estaba en control, y quién estaba allí para obedecer.
M, sintiendo su erección endurecerse aún más, se inclinó sobre ella y comenzó a besar su cuello y espalda, su lengua trazando un camino húmedo por su piel. Sus labios viajaron más abajo, hasta que finalmente alcanzaron sus nalgas. Las besó con una devoción perversa, su lengua jugando con la entrada de su ano, preparándola para lo que estaba por venir. Su mano, mientras tanto, se movió hacia su vagina, encontrándola ya húmeda, una señal de que su cuerpo reconocía su dominación incluso antes de que su mente lo hiciera.
Con un movimiento decidido, M deslizó su primer dedo en el ano de C, abriéndolo lentamente, preparándola. Luego introdujo el segundo dedo, y finalmente, el tercero. C, aún dormida, comenzó a moverse y a gemir suavemente, sintiendo la invasión pero sin estar completamente consciente de lo que ocurría. Pero M no tenía intención de detenerse. Quería más.
A medida que el tercer dedo se adentraba en su interior, C comenzó a despertarse, su respiración se volvió más rápida y un gemido más fuerte escapó de sus labios. Abrió los ojos lentamente, encontrándose con la presión en su trasero y el dolor punzante que la hizo gemir. M la miró con una sonrisa torcida, disfrutando del poder que tenía sobre ella.
"No te muevas", murmuró M, con voz baja y cargada de autoridad. Su tono era firme, dejando claro que hoy C era su juguete, completamente bajo su control. C, ahora completamente despierta, se quedó quieta, su cuerpo temblando mientras la mezcla de dolor y placer la recorría.
M retiró sus dedos bruscamente, y antes de que C pudiera protestar o reaccionar, su mano se estrelló contra su nalga izquieda, produciendo un sonido fuerte que resonó en la habitación. C se estremeció, su cuerpo se tensó mientras el dolor se mezclaba con el placer. Su clítoris latía con cada golpe, y su mente se sumía más en la sumisión.
"Mía", susurró M, moviendo su mano hacia su vagina, insertando sus dedos en ella con la misma brutalidad. C arqueó la espalda, su boca se abrió en un grito silencioso mientras su cuerpo se ajustaba a la penetración. M movió sus dedos dentro de ella con precisión, explorando cada rincón, cada punto de placer, haciéndola temblar bajo su toque. Sin retirar los dedos índice y medio de su vagina, M deslizó su pulgar en el ano de C, empujándolo profundamente hasta sentir cómo sus dedos, separados solo por la delgada membrana, se rozaban a través de la piel que divide ambos orificios.
El orgasmo de C se acercaba rápidamente, pero justo cuando estaba al borde, M se detuvo, retirando sus dedos y dejándola temblando de necesidad. C lo miró con ojos suplicantes, deseando más, queriendo más, pero M solo sonrió. No le daría el placer tan fácilmente.
Sin decir una palabra, M la giró bruscamente, posicionándola a cuatro patas, sus nalgas elevadas y expuestas, listas para él. Sin darle tiempo a prepararse, M la penetró analmente con fuerza, arrancándole un grito de placer y dolor. C sentía cada centímetro de su pene invadiendo su trasero, estirándolo hasta su límite. La intensidad de la penetración la hizo gemir sin control, su cuerpo completamente entregado a él.
M la cogía con fuerza, sus manos aferradas a sus caderas, manteniéndola en su lugar mientras la follaba con una brutalidad que solo aumentaba su placer. C se sentía completamente sometida, cada embestida reafirmaba su papel, su lugar como su puta, su juguete para su disfrute.
El placer de C crecía con cada movimiento, su cuerpo respondía a la intensidad de la situación, al dolor mezclado con el placer. Sentía que el orgasmo se acercaba nuevamente, pero antes de que pudiera alcanzarlo, M retiró su pene bruscamente, dejándola al borde, temblando y jadeando.
M, sin decir una palabra, eyaculó sobre el cuerpo de C, cubriendo su espalda y nalgas con su semen caliente. La sensación del líquido espeso sobre su piel la hizo temblar, un recordatorio visual y táctil de su sumisión. M, con una sonrisa satisfecha, se inclinó hacia ella, susurrando en su oído: "Durante todo el día, llevarás mi semen en tu cuerpo. No te limpies. Quiero que sientas mi presencia en cada momento, que recuerdes que eres mía."
Con esas palabras, M se levantó de la cama, dejando a C allí, cubierta de semen, su cuerpo aún temblando de la intensidad de lo que acababa de suceder. Se dirigió al baño, donde se enjuagó rápidamente, y luego volvió con el desayuno en la mano. Se sentó en la cama junto a C, mirándola con una sonrisa perversa mientras ella trataba de recuperar la compostura.
Mientras comían, M notó cómo C evitaba mirarlo directamente, su mente obviamente atrapada en pensamientos. Con una sonrisa maliciosa, M le preguntó: "¿Te gustaría que reemplazara la leche de tu café por mi semen?" C lo miró con una mezcla de sorpresa y nerviosismo. La idea la excitaba y asustaba al mismo tiempo. Su mente comenzó a dudar, preguntándose si la leche que ya estaba bebiendo era realmente semen. El pensamiento la hizo estremecerse, pero no se atrevió a preguntar.
Después del desayuno, M decidió que el día de C sería completamente dedicado a su sumisión. "Hoy andarás desnuda por la casa con el collar de sumisa", le ordenó. "Y estarás a mi disposición en todo momento."
C se levantó obediente, sintiendo la piel tirante y áspera por el semen seco de M que marcaba su cuerpo y se colocó el collar de sumisa, un símbolo de su total entrega. M la observó con satisfacción, disfrutando del poder que tenía sobre ella. Durante el resto de la mañana, mientras C preparaba la comida del mediodía, M no perdió la oportunidad de abusar de ella.
Cada vez que pasaba junto a ella, M presionaba sus nalgas con fuerza, sus manos se movían por su cuerpo, apretando sus pechos, pellizcando sus pezones, disfrutando de cada segundo de su poder sobre ella. C se sentía humillada, pero también extrañamente excitada. Sabía que no había escapatoria, que hoy su cuerpo era completamente suyo.
Cuando llegó la hora de comer, M ordenó a C que se sentara a la mesa con las piernas abiertas. "Quiero ver tu concha húmeda mientras comes", le dijo con una sonrisa perversa. C obedeció, sintiéndose expuesta y vulnerable, pero también llena de una excitación que no podía controlar. 
Después de comer, M decidió que era el momento de relajarse un poco. Se dirigieron al sofá y pusieron una película porno con escenas de dominación. M, con una sonrisa torcida, observó cómo C se excitaba cada vez más con lo que veía en la pantalla. Sus pezones se endurecieron, y su respiración se volvió más rápida, indicándole a M que estaba lista para más.
La excitación de C no pasó desapercibida para M, quien sintió su erección endurecerse nuevamente. Sin previo aviso, agarró a C por los pelos y la obligó a arrodillarse frente a él. "Chupa mi verga", le ordenó, empujando su pene en su boca con fuerza. C obedeció, tomando su pene lo más profundo que podía, sus labios rodeando su grosor mientras lo succionaba con devoción.
M comenzó a mover sus caderas, cogiendo la boca de C con una intensidad que la hizo ahogarse y tener arcadas. Su verga se deslizaba dentro y fuera de su garganta, dejándola cubierta de saliva. M, disfrutando de cada momento, agarró la cabeza de C con ambas manos, controlando completamente el ritmo, empujando su verga aún más profundo en su garganta.
C se esforzaba por mantener el ritmo, su boca llena de su pija dura mientras trataba de respirar entre las embestidas. Sentía que el control de M sobre su cuerpo era absoluto, y eso la excitaba aún más, haciéndola gemir con su boca llena.
La lengua de C jugueteando con la cabeza del pene llevó a M al borde de la eyaculación. Con una mirada lasciva y una sonrisa llena de promesas, murmuró: "Tengo algo mejor para esta noche." Intrigada y ansiosa, C lo miró con una mezcla de deseo y curiosidad. Dejó que C se retirara, observándola mientras se levantaba con su cuerpo aún temblando por la intensidad de la sesión. "Descansa un rato," ordenó M, su voz más suave ahora, pero aún cargada de autoridad. C asintió, sus ojos brillando con la promesa de lo que vendría después. Se dirigió a la habitación, su cuerpo cansado pero lleno de una excitación electrizante.
M la observó mientras se acomodaba en la cama, y luego se retiró al salón, dejándola descansar. Pasaron algunas horas en silencio, cada uno en su espacio, pero ambos sabían que esto era solo una pausa, una preparación para lo que estaba por venir. M planeaba cómo llevar a C al límite de su sumisión, cómo hacer que su cuerpo y mente se rindieran por completo a él.
Finalmente, cuando sintió que era el momento, M volvió a la habitación. C estaba acostada de lado, su cuerpo ligeramente curvado, una postura que dejaba a la vista su trasero redondeado y perfecto. Se acercó a ella sin hacer ruido, su presencia llenando el espacio con una intensidad palpable.
Sin previo aviso, M agarró el plug anal que había dejado a un lado anteriormente y lo insertó bruscamente en el ano de C. La penetración fue rápida y sin piedad, haciendo que C soltara un gemido ahogado de sorpresa y dolor. Sus manos se aferraron a las sábanas mientras su cuerpo reaccionaba a la invasión repentina. El dolor era agudo, pero mezclado con una oleada de placer oscuro que la dejó jadeando.
M no se detuvo a verificar si ella estaba cómoda o lista. Eso no importaba ahora. C sabía que su rol era someterse, aceptar lo que él decidiera darle. M comenzó a mover el plug dentro y fuera de su culo, girándolo y empujándolo con movimientos firmes que la mantenían al borde del dolor y el placer. Cada empujón era un recordatorio de quién tenía el control, de quién poseía su cuerpo.
Cuando M consideró que C estaba suficientemente preparada, se colocó detrás de ella y, sin retirar el plug, la penetró vaginalmente con una fuerza que la hizo gritar. La mezcla de dolor y placer era abrumadora, una tormenta de sensaciones que la sumergía en un mar de sumisión. Sentir el plug llenando su culo mientras él la cogía vaginalmente la llevó a un estado de éxtasis pervertido.
Cada embestida de M era una declaración de su dominio, cada movimiento reafirmaba su control total sobre ella. El cuerpo de C respondió con una sumisión completa, su mente se apagó, dejándose llevar por el torrente de sensaciones. El placer crecía en su interior, expandiéndose desde su centro hasta cada rincón de su ser. Sus gemidos llenaban la habitación, una mezcla de dolor, placer, y una entrega absoluta.
El orgasmo se construyó lentamente, una acumulación imparable de sensaciones que se elevaban con cada embestida de M. Sentía que su cuerpo se partía en dos, que su mente se fragmentaba mientras el placer la consumía por completo. Finalmente, cuando el clímax llegó, fue como una explosión dentro de ella. Su cuerpo se tensó, su espalda se arqueó mientras el orgasmo la atravesaba, dejándola sin aliento, temblando bajo él.
M la siguió rápidamente, su ritmo se volvió errático ya a punto de acabar. Con un último empujón profundo, M eyaculó dentro de ella, su semen llenándola mientras sus manos apretaban sus caderas con fuerza, sosteniéndola en su lugar mientras ambos temblaban por la intensidad del momento.
C y M se quedaron inmóviles por un momento, ambos recuperando el aliento, sus cuerpos aún entrelazados en una fusión de sudor, semen, y sumisión. Finalmente, M se retiró lentamente, dejando que C se recostara sobre la cama, exhausta, pero satisfecha en su entrega.
Sin decir una palabra, M se levantó y miró a C con una satisfacción que solo se lograba al reafirmar su control absoluto. C, aún con el plug en su interior, se sentía completa, como si cada parte de su ser hubiera sido tomada y utilizada de la manera que él deseaba. Su cuerpo estaba marcado por el dominio de M, y su mente se llenaba de la paz que solo la sumisión total podía ofrecer.
Finalmente, M se retiró lentamente, dejando que C se recostara en la cama, exhausta pero satisfecha. Sin decir una palabra, C se giró y agarró la pija de M, limpiándola con su boca de cualquier rastro de semen y fluidos. Su lengua recorrió cada centímetro, asegurándose de que estaba limpia y reluciente. Luego, apoyó la cabeza sobre el vientre de M, sintiendo su piel caliente bajo su mejilla.
C cerró los ojos, dejándose llevar por el agotamiento, sabiendo que su día de sumisión había cumplido su propósito, y que, al final, ella era completamente de él.

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