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La catequista 2 - A través del espejo

Con el correr de las semanas fui profundizando mi dominio sobre Luz, sus barreras de moralina se iban cayendo una a una. Me la cogía cómo y cuándo quería. No lo verbalizaba, simplemente vivía con mi pija dentro suyo. Paso de poner reparos para chuparla a comerme los huevos y el culo con devoción. Me hacía unas turcas de peli porno y, sedienta, se llevaba a la boca hasta la última gota de leche. 

Pero no solo estaba hecha una puta hermosa, estaba cada vez más sumisa. De a poco fue desarrollando un gusto por las ataduras, azotes, humillaciones y dominación. Incluso había llegado a estimular su culito de diversas formas sin recibir rechazo. Algo que cuando la conocí hubiera sido un escándalo por degenerado y pecaminoso, lo venía trabajando de a poco, colateralmente, en ráfagas mientras estaba muy exitada. 

Fui reprogramando su cuerpo como a un perro de Pavlov lujurioso. Rápidamente me di cuenta que todo esto no podía ser hablado. No había mermado su compromiso religioso, al contrario había aumentado sus actividades semanales en la parroquia, ayudando en el comedor y se había ofrecido como voluntaria a misionar en el norte del país en un viaje próximo. 
Llevaba sus sacrificadas jornadas laborales y quehacer con estoicismo y un aura angelical. Pero cuando quedábamos solos ese ángel descendía para incendiarse en los placeres que ese cuerpo de diosa le habilitaba. Como si necesitara renovarse en la depravación para continuar siendo la santa después. 

No se podía hablar en un ámbito de lo que pasaba en el otro. A su vez, ver a la impoluta catequista en escena potenciaba mi lujuria que descargaba cuando era solo mía. La santa y la puta, Luz y su sombra, y en las fronteras se endulzaba el morbo. Estos avances, sumado a que había conseguido un muy buen laburo remoto, hacían que pase mucho más tiempo en la casa de Luz. Así, a cada oportunidad que estábamos solos la cogía como un condenado. 

Muchas veces trabajaba desde ahí, para aprovechar cuando las horas que tenía desde que volvía del laburo hasta que la vieja volvía del suyo. Así fue que un martes a la mañana, esperamos a que la madre saliera a pasear a la perra y nos metimos a coger en la ducha. Rebotaba bien fuerte contra esas nalgas carnosas mientras le tiraba de los pezones. Lu no medía sus gritos, estábamos solos y la ducha tapaba bastante el sonido por si llegaba a volver su madre antes de tiempo. Ya que su recorrido cronometrado para llegar al trabajo era entrar a la perra, agarrar su cartera del perchero y salir. Mientras que el baño estaba en la otra punta de la casa, al fondo. 

Mientras bajaba besando la espalda de mi amante para aterrizar a chuparle la cola y colarle los dedos, vi a través del vapor y la ventana empañada una sombra que coincidía con el contorno de los bucles castaños de mi suegra parando la oreja al otro lado de la puerta. La situación disparó mi lívido. Reaccioné dejando la vida en el beso negro que estaba dando, y aceleré de mis dedos. Por el ritmo de su respiración, como apretaba en espasmos su concha sumado al temblequeo de las piernas noté que se venía un fuerte orgasmo de mi musa endiablada. 

Paré en seco, y cerré la canilla. Luz me miró confundida.

 -Ya te tenés que ir a trabajar y así escuchamos si entra tu vieja.

 Asintió convencida, pero yo sólo quería darle más show a mi suegrita. ¡PLAF! Le di una fuerte nalgada a mi amante y se le escapó un gritito. 

-Te voy a hacer acabar solo si aguantas sin hacer un sonido. No te quiero escuchar ni respirar entendiste?! Si no te vas a ir a trabajar todo el día con la concha caliente, putita.

 Le tire del pelo para que me mire. 

-Entendiste? 

Cerró los ojos y asintió. Ya había notado una bombacha colgando de la canilla para secarse y sabía que no era de Luz. Me voló la cabeza notar que tenía manchitas de flujo fresquito de mi suegra. Sin dudar la agarre y se la metí en la boca. Sin darle tiempo a reaccionar, tomándola del pelo y desde los dedos incrustados en su concha la arrié fuera de la ducha, frente al espejo empañado encima del lavamanos.

-Qué van a decir en tu trabajo cuando llegués con aliento concha?

¡PLAF!

-Gusto a flujo de la concha de tu vieja.

¡PLAF! ¡PLAF!

El compromiso de Luz con la consigna era admirable, su esfuerzo por no gritar me calentaba más y más. Nada más emitía un sonido ronco ahogado en la prenda íntima de su madre, María, que escuchaba desde primera fila esta sinfonía perversa.
El lavamanos tenía los típicos accesorios y chucherías de perfumería esperables en un baño de una casa con mujeres, que se sacudían a cada nalgada. Vi que había unas hebillas de gancho para pelo, tome una y le apreté el pezón izquierdo. Tiré hacia afuera estirándolo.

-Hnnjjj

-Shh bonita, o te querés ir chorreando por la calle?

Abrí apenas el agarre del broche para que vaya raspando el pezón al soltarlo. Hice un recorrido similar en el pezón derecho.

Fueron pasando los minutos y la criatura frente a mí tenía mis manos marcadas en sus carnosas nalgas, los pezones parados a tope y un broche en cada uno clavando sus dientes. Le agregué uno  grande en su labio inferior, que le impedía cerrar bien la boca y provocó que se comience a babear.

El espejo fue ganando nítidez a medida que se desempañaba y devolvía una mujer hermosa con la cara deformada y babeando de forma degradante. Un Picasso morboso que me ponía la pija como un fierro.
Que Luz se vea en estas situaciones me da una sensación de poder infinita. Que cualquier narrativa remanente en su cabeza de chica bien y puritana colapse con la crudeza del morbo y la humillación, que esté tan caliente que ni considere parar sino que haría lo que sea por llegar al clímax y saberse tan sumisa y trola es solo un paso más hacia el paraíso.

Le di momento para que se viera con claridad. Temblaba de calentura y su respiración era fuerte. Puse una mano debajo de su boca con la palma hacia arriba en forma de cuenco.

La miré fijo a través del espejo.

-Mostrame qué gusto tiene María.

No tuve que esperar mucho hasta que tenía un charquito de baba en mi mano que llevé a mi boca.

-Mmmh qué rica que está. Algún día tendré que probar de la fuente.

Fui entrando en su concha despacio, era impresionante lo mojada que estaba. Sabía que estaba al borde hace tiempo, desesperada. Le dí una palmaditas en sus labios vaginales y presionaba con intermitencia, me había vuelto mi bueno en subir su excitación y negarle el premio, mantenerla en la cornisa. Al filo del placer.
La cogía con movimientos lentos y profundos. Tomé ambos broches de sus pezones y los estiré mucho. Aplicada como siempre, comprimía su cara para no gritar. Cerraba los ojos con fuerza, tal vez para no mirarse.

-Abrí los ojos.

Quería que viera como le sacaba los broches de los pezones. Se los mostré en el espejo. Bajé con paciencia criminal mis manos. Cuando pasé la línea de la cadera supo lo que se venía.
Puse uno en cada labio, tiré hacia los costados.

-HHUUUUFFFJJ

Fui probando distintos puntos de presión, tironeos y alguna palmada pero creo que ya tuvo suficiente.

Le saqué los broches y la bombacha de la boca. Le tiré del pelo hacia atrás para que me vea.

-Estuviste muy bien, bonita, entonces hay premio.

Le escupí en la boca. Sonrío sincera.
Le indiqué que se apoyé bien en el lavamanos. Con cada mano levanté sus piernas haciendo que pasen a los costados de mi cadera. Un poco incómodo pero mi control de su peso era total y yo ya era un cavernícola.

-Gritá lo que quieras.

Me la cogí a un ritmo frenético, con potencia desproporcionada. Luz gritaba tan fuerte que me hubiese preocupado que vengan los vecinos si me preocupara algo en ese momento.

-AAAH AAAH AAAAAAH DAME SÍ SÍ SÍ NJJ AAH HIJO DE PUTA

Mi cerebro estaba en blanco, solo había traerla hacía mí con más fuerza, empujar más a fondo con la pelvis. Me dolían los huevos en cada golpe de sus nalgas. Dios que placer. Que cola hermosa para enrojecer a golpes de cadera.

Las cosas del lavamanos se sacudían y caían sin excepción.

Luz gritaba como una bruja en la hoguera. Veía su boca abierta de par en par, las venas a los costados de su garganta. Pensar en mi suegra escuchando todo me daba me hacía cogerla más frenéticamente, gritaba más, aumentaba mi morbo en un espiral que no parecía terminar.

Un grito aún más fuerte que fue deformando en aullido y apagándose me indicó que había llegado su retrasado orgasmo. Sus brazos se aflojaron y terminó de tirar todo lo que quedaba sobre la pequeña superficie que le hacía de soporte. Cayeron desodorantes, cepillos y algo más. Con el estruendo la perra empezó a ladrar o había estado ladrando todo este tiempo y recién la escuchamos. Luz me miró con pánico, le indicaba que su mamá había vuelto.

-Tranquila, voy a ver.

Salí del baño con una toalla atada en la cadera. Recorrí el pasillo que conecta los ambientes, hacia la entrada. Llegué a ver el movimiento de la puerta cerrándose, frenó un instante. Me crucé con la mirada de mi suegra, era intensa pero no supe interpretarla. La puerta se cerró.

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