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El Collar

C se despertó esa mañana sintiendo la ligera incomodidad del plug que M le había ordenado usar durante la noche. A medida que sus pensamientos se aclaraban, recordó las instrucciones que él le había dado antes de dormir. Sin embargo, lo que captó su atención fue la vibración de su teléfono en la mesa de noche. Lo tomó y leyó el mensaje de M:

—Buenos días, perra. Puedes sacarte el plug ahora. Quiero que me envíes una foto para ver cuanto se ha abierto tu culo.
C sintió una oleada de excitación recorrer su cuerpo al leer esas palabras. No había pasado mucho tiempo desde que M la había instruido para que usara el plug durante la noche, y ahora él quería ver el resultado de su obediencia. Con cuidado, deslizó sus dedos hacia abajo y comenzó a extraer el plug lentamente. El proceso era una mezcla de alivio y placer, algo que siempre le recordaba cuánto disfrutaba cumplir las órdenes de M.
Una vez que el plug estuvo fuera, C se sintió intrigada. No pudo resistir la tentación de explorar un poco más, deseosa de complacer a M y demostrarle cuánto había trabajado su cuerpo. Se llevó los dedos a la boca, los ensalivó generosamente, y comenzó a introducirlos en su ahora relajado ano. El primer dedo entró con facilidad, seguido rápidamente por el segundo. Al introducir el tercero, sintió una ligera resistencia, pero logró sobrepasarla con algo de esfuerzo.
Observó la hora en el reloj de su mesita de noche y se dio cuenta de que ya estaba retrasada para comenzar su rutina matutina. No obstante, sabía que no podía dejar de cumplir con la orden de M. Se posicionó frente al espejo de su habitación, separó ligeramente las nalgas, y tomó una foto de su trasero abierto, asegurándose de que se viera claramente el trabajo que había hecho con sus dedos.
Envió la foto a M, sintiendo una mezcla de nervios y excitación mientras esperaba su respuesta. Luego, rápidamente se preparó para el día, arreglándose y vistiéndose para el trabajo con la mente todavía ocupada en lo que había sucedido.
El día transcurrió lentamente, con C inmersa en sus responsabilidades laborales. A media mañana recibió un nuevo mensaje:
—Esta noche, quiero que me demuestres cuánto valoras nuestra relación. Y recuerda que debes obedecer mis órdenes al pie de la letra, o enfrentarás las consecuencias.
C se quedó mirando el mensaje, su corazón latiendo con fuerza. ¿Qué había hecho mal? ¿Había algo que no había cumplido a la perfección? De repente, un recuerdo cruzó su mente: la tanga que había dejado en el cajón de su oficina. ¿Estaría todavía ahí? Abrió el cajón rápidamente y para su tranquilidad, la tanga todavía estaba ahí. Sin querer llamar la atención, la tomó y la guardó en su bolso.
El resto de la mañana la incertidumbre la invadió mientras intentaba recordar si había olvidado algo más.
Más tarde C recibió un nuevo mensaje:
—Al llegar a casa quítate toda la ropa. Quiero que me esperes desnuda, arrodillada en el centro de la sala, con los ojos vendados y las manos detrás de tu espalda. No te muevas ni hagas ruido hasta que yo te lo indique.
C obedeció al pie de la letra, sintiendo su excitación crecer con cada paso que daba. Después de desnudarse completamente, se arrodilló en el centro de la sala, colocó la venda en sus ojos, y colocó sus manos tras su espalda. La excitación era casi insoportable.
Cuando finalmente escuchó la puerta abrirse, su corazón se aceleró. Sintió la presencia de M cuando él se acercó, pero no emitió ningún sonido. M se movió alrededor de ella en silencio, observándola. Luego, rompió el silencio con voz firme:
—Parece que introdujiste los dedos en tu culo, yo no te autoricé a hacerlo —dijo M, su tono de autoridad claro.
Antes de que C pudiera responder, M añadió:
—Silencio, perra. No te he dado permiso para hablar.
M le colocó un collar frío y metálico alrededor de su cuello. El clic del cierre resonó en la sala, y C supo en ese momento que su sumisión había alcanzado un nuevo nivel.
—A partir de ahora, este collar te recordará quién tiene el control. Lo llevarás solo cuando yo te lo indique —dijo M, acariciando el borde del collar antes de apartarse.
La presencia del collar la hacía sentir más conectada a M que nunca. Él le ordenó que se masturbara frente a él, y C obedeció sin dudarlo, deseosa de complacerlo. Comenzó a acariciarse lentamente, sus dedos mojados deslizándose entre sus pliegues. C recordó la foto que le había enviado a M y llevó sus dedos húmedos de su vagina a su ano, usándolos como lubricante mientras se penetraba lentamente. El placer se intensificaba con cada movimiento, y M comenzó a masturbarse también. C sabía que él disfrutaba viéndola explorar su cuerpo, y eso la excitaba aún más.
C continuó tocándose, su respiración se hizo más pesada mientras se acercaba al orgasmo. Finalmente, llegó al orgasmo, un placer explosivo que la hizo gemir profundamente. Su cuerpo se estremeció con la intensidad del momento, mientras M la observaba con satisfacción.
M, aún masturbándose, se acercó a C y lentamente le retiró la venda de los ojos, permitiéndole ver su expresión de dominio absoluto.
—¿Dónde quieres que acabe, perra? —le preguntó M con voz ronca.
C lo miró directamente a los ojos, sin vacilación en su respuesta:
—En mi boca, amo.
M se acercó más, y C abrió la boca con sumisión, lista para recibir su recompensa. Con un último gemido profundo, M eyaculó, llenando su boca con su semen. C lo saboreó, dejando que el sabor se impregnara en su lengua antes de tragarlo con gratitud.
—Buena chica —murmuró M, acariciando su rostro con ternura.
C, satisfecha y exhausta, supo en ese momento que su entrega era total, y que haría cualquier cosa por seguir complaciendo a M. El collar alrededor de su cuello era un símbolo de su vínculo, uno que ahora llevaba con orgullo y que marcaba su total devoción.

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