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Mi secreto.

Él estaba desnudo, sobre mí, con su cadera sobre mis nalgas descubiertas, empujándose dentro de mí.
Mi secreto.

Comenzó a sacar su pene de mi esfínter. Las paredes de mi recto quedaron abiertas y dolidas tratando de cerrarse con mucha dificultad. La cabeza hinchada y ardiente de aquel manjar carnal quedo brevemente en la puerta de mi ano.
Metió la lengua en mi oreja. “¿te gusta?”; me preguntó.
Me ardía mucho su penetración, yo aún tenía miedo, tanto de entregarme a un hombre por vez primera, como por haber revelado a alguien el secreto cuidadosamente guardado por tantos años, ese de desear que la mujer que tenía escondida dentro de mí, saliera de su escondite y me revelara yo, vestido como toda una dama, para alguien.
A pesar del ardor y el dolor, mi deseo era más intenso: “me duele tanto”, respondí, “Pero tu verga es un deleite, te lo suplico, hazme más mujer”. Y empiné mi trasero, ofreciéndoselo para que lo poseyera más.
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Me dio una fuerte nalgada, me dijo “libérate, no tengas más miedo, entrégate completa” y arremetió de nuevo, una y otra y otra vez, en cada metida mis pulmones exhalaban excitados el aire en forma de gemidos. Él era un semental y yo me sentía una princesa virgen. Abrí más mis piernas y su pene me entró con mayor comodidad, doblé las rodillas y mis talones se posaron en sus nalgas, empujándolo hacia dentro de mí. No quería que disminuyera ese placer.
En el calor de las embestidas que me daba, sonreí recordando como hace apenas dos horas ni siquiera pensaba en entregar mi secreto a alguien, mucho menos, además, que luego me estuviera poseyendo completamente.
Antes del climax tuve que despertar!? No porque? Ojalá pueda soñar de nuevo este momento. Quede húmeda y arrecha, todo parecía tan real. Necesito aplacar este calor urgente.
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