A veces se necesita más que buen sexo con tu pareja. A veces, hace falta ponerle un poco de picante a la relación. Cuando tu novio deja de ser protagonista para convertirse en espectador.
El sexo con mi novio Lucas había sido el mejor por años, desde nuestra primera vez, cuando éramos unos jóvenes: yo de 19 años y él de 21.
A Lucas lo conocí en Porto Soho, un boliche de Palermo, CABA, una noche donde ambos estábamos casualmente de "cacería". Recuerdo haber asistido con mi mejor outfit: un top rojo cubriéndome los pechos, la panza al descubierto, una minifalda de cuerina negra muy cortita y ajustada, y unas botas con tacón negras. No dedico mucho al maquillaje, a excepción de los labios, siempre rojos, y un fino delineado de ojos para hacerlos resaltar. Es hasta el día de hoy que Lucas me sigue diciendo que fui para él la chica más hermosa que había visto esa noche, y que había quedado enloquecido al verme. Yo no reparé en él hasta que se decidió acercarse a chamuyarme. Había sido muy dulce y caballero. Previo a nuestro encuentro, se me habían acercado otros chicos (y algunos bastante mayores) a intentar seducirme y poder llevarme a un hotel de la zona, incluso alguno que otro se había atrevido a pedirme que se la chupara en el propio establecimiento. De haber tenido unas copas de más hubiera accedido sin muchos rodeos (con un par de bebidas se me afloja la ropa interior, es mi talón de Aquiles). Incluso había estado mirando con muchas ganas a un hombre sentado con su grupo de amigos, pero fue Lucas quien se llevó el premio esa noche.
Me llevó al Caravelle poco antes de que el boliche cerrara sus puertas, y allí consumamos nuestra historia de amor, envueltos entre las sábanas de una cama, húmedos bajo la ducha, contemplando nuestros cuerpos desnudos frotándose desenfrenadamente frente al espejo. Lucas me garchó con las ganas de un hombre que parecía haberse estado reservando para el encuentro con una mujer que, sabíamos ambos, permanecerían juntos de ahí en adelante.
Y así lo fue. Transcurrieron 5 hermosos años de noviazgo, volviéndonos inseparables. La relación en sí era buena, sana, tuve esa suerte. Su predecesor, con quien tuve mi primera vez, era un odioso manipulador que cuestionaba desde la ropa que usaba hasta con quien salía, a dónde iba y por qué le daba likes a fotos de otros chicos. Este tipo, cuyo nombre no voy a mencionar, era ocho años mayor que yo y solo tenía algo rescatable que me impedía dejarlo sin dudar: una pija increíble, gruesa y venuda, cabezona. Los amigos la llamaban "la rompecajetas" (no voy a negarlo, era poderosa y su solo roce provocaba que se me inundara la vagina). Pero tras dejarlo definitivamente, y conocer a Lucas, supe que no se requería de un miembro de tamaño exagerado. Así y todo, las medidas de Lu son generosas y me dejan exhausta después de largo rato cogiendo y cogiendo. Lucas supo siempre cómo hacerme el amor, supo qué susurrarme al oído para encenderme mientras me coge en cuatro. Sabe cómo tratarme en la cama, sabe que luchar por la dominación fue siempre la clave, que no debe dejar que yo consiga siempre lo que quiero, que debe someterme y demostrarme quién manda, quién es mi hombre y quién soy yo durante el acto sexual: su puta, su puta calentona, gritona y gemidora.
Sin embargo, fue a partir de principios del año pasado que comencé a percibir un notable desgano de su parte. En primera instancia, creía que había perdido el deseo, que ya no le resultaba atractiva. Cosa rara si así lo hubiera sido, ya que yo soy como el buen vino, más tiempo pasa, mejor me pongo. Tengo una mejor figura ahora a mis 24 años, unos pechos naturales bien creciditos, un torso atlético (resultado de 5 horas semanales de gym), unas caderas anchas de 87cm, y unas piernas que, en palabras del propio Lucas, se ven sabrosas.
Una noche, mirando juntos en la cama una mala película de Netflix, decido recostarme sobre su velludo cuerpo desnudo y comienzo a masturbarlo. Su pija crece ante el primer estímulo, pero sigo notando que su mirada, aunque ahora puesta en mi mano jalándole el tronco, se encontraba en otra parte. Estaba distraído, meditabundo. Me preocupaba al mismo tiempo que frustraba. ¡¿Qué mierda le estaba pasando?!
-Últimamente estás raro -acusé, finalmente, soltándole el miembro y cruzándome de brazos sobre su pecho-. ¿Hay algo que deba saber?
Lucas se quedó pensativo unos instantes y luego soltó:
-Sí. Necesito confesarte una cosita, amor.
Mi mente imaginó lo peor. Había otra mina dándole vueltas a la cabeza... ya no le calentaba como antes... salió del clóset...
Suspiré profundo, preparándome para lo que fuera que se viniera, y le dije:
-Ok. Largalo. Te voy a entender, o eso espero.
No. No estaba preparada para lo que estaba por decir. Ni en un millón de probabilidades.
-Tengo la fantasía de verte con otro hombre.
Mis ojos se abrieron como platos mirándolo fijo a esos ojos de un acuoso azul penetrante. Levanté levemente la cabeza y solo atiné a responder:
-¿¿Ehh??
Lucas soltó una risita seca y nerviosa. Casi seguro que se esperaba que fuera a levantarme de la cama e irme, indignada o algo así. La verdad es que no lo hice; me quedé ahí mismo, contemplándolo perpleja. Como dije antes, ni en un millón de probabilidades se me hubiera ocurrido imaginar que algo así podría salir de esos labios expertos en besarme tanto la boca como cualquier otra parte de mi cuerpo.
-¿Es enserio?
Lucas asintió con la cabeza. Su mirada, aunque culposa, se veía segura de cada palabra que había expresado hace unos segundos.
-¿Desde cuándo, amor?
-Desde siempre. Desde que te conocí que me calentás tanto que... no sé si será por una cuestión de morbo o qué, pero te tengo que confesar que también te dediqué unas cuántas pajas imaginándote con otro hombre. En esta cama.
El corazón me dio un vuelco. Cada palabra que soltaba era un paso cada vez más lejos del hombre que había conocido. Y, aunque atónita e increíblemente sorprendida, no me disgustaba ese pensamiento. Llegué a considerarlo rápidamente, y agradecí que no haya sido la pérdida del deseo, ni una confesión de homosexualidad, ni tampoco una infidelidad. Conforme procesaba la información obtenida, la idea iba volviéndose más y más... atractiva.
-Una cuestión de morbo...
-Si, me parece que si -respondió.
-Y... ¿vos decís que eso no nos podría afectar? O sea, como pareja.
Lucas se encogió de hombros, ahora visiblemente relajado ante mi reacción positiva.
-Mirá, estuve investigando en internet sobre el tema. Pensé que era cosa de enfermo mental o algo así, pero resulta que es algo bastante normal, especialmente en parejas consagradas de años. Dicen que incluso ayuda en las relaciones que se van desgastando.
-¿Y la nuestra se está desgastando?
-No, no -se apresuró a responder. Aunque yo ya intuía hacia dónde quería llegar, elegí hacerme la tonta y continuar escuchándolo-. Eso es lo que dicen los expertos. Tiene incluso un nombre: Cuckolding.
Fruncí el ceño e indagué:
-¿Cómo?
-Significa "cornudo". Literalmente. Un trío amoroso de un, eh, episodio ponele, donde todas las partes se benefician: yo, el "cornudo", encuentro el placer en la humillación viendo a mi mujer siéndome infiel con otro hombre, básicamente, haciendo de mí mujer un objeto sexual, viéndola tener sexo duro e imaginando que la está pasando mejor con ese nuevo hombre que conmigo. Ella lo encuentra viendo a su pareja excitarse viéndola con otro hombre, esforzándose por tener un mejor sexo con este "invitado" que con su pareja estable. Y, por supuesto, el invitado se place de la situación en sí.
Yo escuchaba atentamente la explicación de mi novio sintiéndome ridícula por nunca haber oído ni el término ni todo lo que eso significaba. Pero parecía tener sentido. Solo faltaba que lo pudiera digerir y asimilar.
-Todos salen ganando -repetí en voz baja.
Lucas esbozó una sonrisa pícara.
-Exacto.
-Bueno, y.… no sé.
No pude contener la risa y enterré la cara en su abdomen.
-No es necesario hacerlo, amor. Pero querías saber qué me pasaba. Esto es.
-Es que... creo que podríamos hacerlo.
Lucas abrió muy grande los ojos y se inclinó hacia mí, quedándonos cara a cara tan cerca que nuestras narices chocaron.
-¿Lo decís en serio?
Asentí con la cabeza y le sonreí.
-Pero bancá: ¿con quién? no me voy a coger a cualquiera solo para darte el gusto a vos.
-No, obvio que no, de ninguna manera. Es que incluso ya tengo posible candidato.
-¿Ah sí?
-Ajam.
-¿Quién?
-Iván.
Otra vez la sorpresa me llevó puesta. Iván era uno de sus amigos de antaño. Formaba parte del grupito en Porto Soho, incluso me había parecido fachero cuando lo había visto al lado de Lucas antes de que éste se me acercara a hablarme, pero no me había dado el tiempo para encontrarle atractivo. Al menos no en aquel momento.
Iván era de esos obsesionados con el gym, pasando horas diarias ahí dentro, sacándose selfies frente al espejo mostrando los músculos y vistiendo siempre musculosas. Era lindo, sí. Era chamuyero y tenía labia con las chicas. Y sí, también estaba partible. Aunque a mí siempre me pareció un pito corto tratando de esconder un arbustito con un bosque. Pero no sé. Por una buena razón supongo que, según Lucas, siempre conseguía encamarse con una mina distinta todas las semanas.
Lucas ladeó la cabeza sin quitarme la mirada y preguntó:
-¿Y? ¿Qué te parece la opción?
-Se vería raro. No sé. Bah, así lo siento yo.
-Sí, lo sé. No es un random, es un amigo mío.
Me quedé en silencio unos instantes y le dije:
-Dejame pensarlo ¿sí?
-Obvio, amor. Sea cual sea la decisión que tomes, la voy a comprender.
Me incliné hacia él de nuevo y le di un beso.
-Gracias, dulce.
Recuerdo que para entonces la película había terminado, pero no cuál era. No importaba. Lo que restaba de esa noche la dedicamos a coger un rato y luego nos dormimos. Bueno, en realidad yo no había podido conciliar el sueño por una hora o más. La idea era arriesgada al mismo tiempo que tentadora. Y a mí lo arriesgado siempre me tentó.
Por la mañana desperté sola en la cama, Lucas ya se había ido al trabajo. Me encontré desnuda enredada en blancas sábanas revueltas cuyo aroma a limpio se contaminaba con el de la evidencia de sexo sudoroso, mi flujo y semen de mi novio. El primer pensamiento matutino que me abordó fue “¿vamos a hacerlo, entonces? ¿Voy a tener sexo con su amigo Iván mientras él nos mira y se masturba? ¿Acaso no va a participar?”.
Y luego me sobrevinieron los pensamientos más morbosos: “¿La tendrá grande o será un pito corto como yo pensaba? ¿Será que también voy a tener que chupársela? ¿Y si me pide el culo, o que me trague su semen?”
Tarde me di cuenta de que, mientras recitaba en mi cabeza estas preguntas, yo ya estaba introduciéndome dos dedos en mi sexo. Gemí involuntariamente, mordiéndome el labio inferior y comprimiendo el cuerpo en posición fetal por la excitación.
-Iván…
Retiré la mano con los dedos embadurnados de mi flujo, los limpié con un pañuelo y tomé bruscamente el celular de la mesita de noche. Abrí el chat de mi novio y le escribí:
“Amor, amanecí re caliente. Hablá con tu amigo y contale lo que hablamos. Estoy dispuesta.”
Y después un segundo mensaje: “Cuando estés desocupado, háblame. Te amo mucho”.
Volví a dejar el teléfono en la mesa y me arrodillé en la cama. Con la mano izquierda acaricié mis nalgas redondas y firmes, y con la derecha volví a autosatisfacerme, inclinando la cabeza hacia arriba con los ojos cerrados, gimiendo suavemente mientras manoseaba los labios de mi concha con ritmo ascendente.
Volví a tomar el teléfono y busqué el Instagram de Iván. Lo tenía en modo público por suerte, podía ver sus fotos. Busqué entre varias fotos con amigos y selfies en distintos puntos del país, hasta que encontré la ideal: Él de frente a la cámara, trabando sus músculos y con una mirada seria. Enormes pectorales y abdominales sobresalían de su fornido torso, brazos robustos y fuertes, un cuello ancho que sostenía una cabeza rígida en la que se veía una cara aún inmadura, sin vestigios del paso del tiempo ni ninguna protuberancia masculina. Un joven atrapado en el cuerpo de un superhéroe.
Imaginé que lo tenía en esta misma cama, tomándome de los brazos y afianzándome al colchón. Luego me abría las piernas y me introducía su miembro hasta que nuestras entrepiernas desprovistas de vello hicieran contacto.
Luego empezaba a cogerme. Primero despacio, luego acelerando, luego impactándome cada vez con más potencia. Casi podía sentir su carne en contacto con mi interior húmedo. Yo gimiendo y gritando enloquecida; él, tomándome de la cintura con una mano y aferrándome un pecho con la otra. No paraba de cogerme. Parecía hacerlo no como un favor para su amigo; parecía que lo hubiera estado esperando desde siempre.
Pero toda esa fantasía me fue arrebatada con el sonar de mi teléfono. Un mensaje nuevo: Lucas.
“Me pone contento que hayas aceptado. Ya mismo le hablo”.
El fin de semana llegó, y con ello la ansiedad. Habíamos acordado el encuentro para el sábado por la tarde. Según me contó mi novio, la reacción de Iván no pudo ser otra que la misma que tuve yo. De hecho, le tuvo que dar la misma explicación que a mí sobre el fenómeno y por qué ocurría y todo eso. No obstante, luego de una larga conversación, Iván había aceptado también.
La respuesta del amigo había sido espontánea y sincera:
-No sé si están locos o aburridos, pero bueno, viéndola a tu novia… y, ¿quién podría negarse un polvo con semejante hembra?
Me ruboricé al escuchar lo último, pero no era nada que no me hubieran dicho antes. Lo que lo hacía diferente e impactante era el contexto.
Se hicieron las 15:30 y el timbre del departamento sonó. Miramos por el monitor de la cámara de seguridad conectado a la TV y confirmamos que era él, esperando frente al portero eléctrico a que le abriéramos. Lucas bajó a buscarlo, mientras yo me preparaba. Decidí que lo mejor era que la primera impresión fuera determinante: busqué mi falda más corta y ajustada, de tela fina y sensible al tacto. Me miré frente al espejo de nuestro cuarto y, a la vez que sentía cómo apretaba, chequeé que mis nalgas sobresalieran al menos un poco, como si intentaran liberarse. La tanguita roja tipo hilo dental que ya llevaba puesta estaba bien. Me puse una remera blanca de hombro caído corta por encima del ombligo. Mis senos prominentes elevaban la remera permitiendo un hueco entre el borde de la prenda y mi abdomen. Era perfecto.
Luego me pinté los labios de rojo carmesí y me rocié con un perfume especial que casi nunca usaba. Ya podía imaginarlo a Lucas lamentándose de que había elegido esta ocasión para ponérmelo.
Me senté a esperarlos en el sofá frente a la TV, con aire desinteresado, como si toda esa preparación en tiempo récord no hubiera sido meticulosamente premeditada, sino más bien un acto casual.
Entraron por la puerta riéndose, seguramente hablando de fútbol o inmersos en alguna otra conversación básica de hombres. Tardaron unos instantes en concluir la charla y acercárseme.
-Emm, amor -habló Lucas, visiblemente ansioso-. Llegó Iván.
Aún recostada en el sofá giré la cabeza hacia arriba y miré a mi novio, y luego al amigo. Era evidente que iba a venir con una musculosa, lisa y de color negro. Vestía unos pantalones cortos que me parecieron ridículos pero que ayudaban a poner en tono esas piernas fibrosas.
-Hola -saludé.
-Hola -me correspondió Iván.
Me senté y me crucé apropiadamente de piernas, inclinando con sutileza el cuerpo para que se pudiera visualizar desde su altura mi escote. Al instante, noté que Iván se frotaba los labios sin darse cuenta. Un gesto instintivo e inevitable.
Luego miró a su amigo con una expresión casi similar a la de un nene que veía a una chica por primera vez, y, con un tono nervioso, le preguntó:
-¿Eh, lo hacemos ahora? ¿o… ?
Lucas sonrió.
-Yo diría que sí. Mirala: se hace la desentendida pero se estuvo preparando antes de que subiéramos.
Mi novio, además de que no era ningún tonto, me conocía bien.
Me puse en pie, me acomodé la falda y luego el pelo, suspirando suavemente un gemido. Rodeé el sofá hasta llegar a él y, posándole una mano en el pecho, le ordené:
-Vamos a la habitación.
Entramos, encendí la luz y me senté en la cama. Miré a Iván y, con una palmadita al borde del colchón, le indiqué que se sentara a mi lado. Él se acercó, recuperando de a poco esa confianza propia suya. Tras hacerlo, nos quedamos mirándonos en silencio unos instantes, y él acercó su mano izquierda para tocarme el muslo cerca del borde de la falda.
Pronto reparé en mi novio que seguía de pie a unos pasos de la cama, observándonos con curiosidad.
-Amor, no te quedes ahí parado. Traete algo para ponerte cómodo.
-Es verdad -respondió, y fue a buscar una silla del comedor.
Para cuando volvió, su amigo y yo ya nos estábamos besando calurosamente. Nuestros labios y lenguas se conocieron lentamente, sin apuros. Aliento fresco mentolado, sin el amargor característico del tabaco que sí suele tener Lucas.
Me tomó de la nuca y me afianzó hacia él, acariciándome la piel. La otra mano seguía ocupada en mi pierna, aproximándose muy de a poco al hueco de la falda. La piel se me erizó de repente, un calor atravesaba mi cuerpo hasta concentrarse en mi entrepierna. Tenía dedos gruesos. Ya deseaba que…
Que hiciera lo que ya estaba haciendo.
Dos robustos dedos hicieron a un lado mi tanga y acariciaron mi vulva caliente. Al instante me sentí mojada y ya no pude concentrarme en seguir besándolo. Solo podía jadear y respirar en pausas.
-¿Te gusta? -me preguntó.
Lo miré con los ojos entrecerrados y asentí. Luego lo tomé de la nuca y lo besé con mayor intensidad. Él seguía sin retirar sus dedos de mi interior.
Jadeé más fuerte, gemí, e incluso se me soltó un ligero gritito. Esos dedos me estaban haciendo los mismo que Lucas con su pija todas las noches.
Abrí un ojo y miré a mi novio. Estaba sentado, con los ojos fijos en mí y visiblemente excitado. Se había bajado el cierre del pantalón para masturbarse. Lo hacía despacio para no tener una eyaculación repentina que lo finalizara todo.
Al ver esto, me hice a un lado en la cama, quitándome la mano de Iván de mi vagina inundada, y me dejé caer sobre su entrepierna. Le bajé el cierre a su pantaloncito, estiré el bóxer hacia afuera, y tomé su miembro.
Nada de pito corto. Era un pedazo de carne asombroso. Culposamente he de admitir que superaba las medidas generosas de Lucas. Como esperaba, estaba totalmente afeitada. Su piel era suave como la de un bebé. Cuando tomé el tronco con mi mano, sentí la firmeza de un palo de amasar, erecto y ligeramente inclinado hacia arriba, señal de que era un frecuente fornicador. La experiencia hace al macho.
Le bajé suavemente la piel y contemplé el glande. Un prominente casco de soldado rosado, cubierto por una capa brillosa. Ahora se me hacía agua pero a la boca del solo ver esa cabeza gruesa y…
Me acerqué más y me la llevé a la boca, hasta que mis labios chocaron con la base y el escroto. Cerré mi boca y apreté su verga con la lengua y el paladar, para luego deslizarme hacia atrás, llegar al glande y mamarlo fuerte, como si deseara extraerle jugo.
-¡Ay, Diosss! -exclamó Iván.
Seguí con lo mío. Repetí la acción muchas veces, cada vez con más premura, gimiendo despacio mientras él me agarraba del pelo para asegurarse de que no se la fuera a soltar.
-Hermosa tu novia, amigo -comentó Iván entre jadeos- ¡Y cómo la chupa! Es increíble.
Lucas se rio.
-¿No te dije yo que hacía los mejores petes?
-Si amigo, pero… ¡Ay, Dios, es demasiado bueno esto!
Empecé a lamerle el tronco y a gemir un poco más alto, pero no demasiado. Francamente, no quería que concluyera todo ahí.
-Hmmm… así, hermosa. Así, putita, así.
Quise ver lo que hacía Lucas una vez más. Se la jalaba con ímpetu, le gustaba lo que veía, lo que había conseguido. Se relamía y respiraba agitado.
Me recosté un poco más, encorvando hacia abajo la cintura, dejando en alto mis nalgas a punto de escaparse de la falda. Sentí la mano recia de Iván hurgando ahí, frotando, corriendo para abajo la falda para dejar al descubierto mi culo. Volvió a hacer a un lado la tanga y metió sus dedos en mi sexo, otra vez. Ahora dedeaba más rápido. Se podía escuchar un lejano chapoteo.
La concentración volvió a abandonarme. Los músculos de esa zona se me contraían por la excitación, y las caderas se empezaron a mover involuntariamente a un ritmo sensual.
Le escupí el glande, le froté el tronco del pene y volví a metérmelo en la boca, hasta la garganta. Era casi como chupar un pepino curvado.
Iván inspiró profundo y exhaló ruidosamente, con un gemido grave que venía desde lo profundo de sí. En ese momento, sacó sus dedos y me propinó una sonora nalgada, haciéndome gemir de dolor placentero. Sentí después una humedad caliente justo por debajo de un cachete, donde había dado el golpe. Parte del flujo vaginal que había extraído con sus dedos ahora se había adherido a mi piel.
Dejé de chupársela pasados unos cuántos minutos (sospecho que lo habré estado haciendo por casi media hora, estoy segura, no controlé el tiempo), me puse en pie y le di la espalda. Lo miré por encima del hombro y le ordené:
-Desnudame.
Iván posó sus manos sobre la parte trasera de mis muslos y empezó a frotar de arriba hacia abajo. Se escurrió por debajo de mi falda y me acarició la cola. Me bajó la tanga con suavidad, y luego deslizó las manos hacia mi entrepierna, llevándome hacia él, hacia su cara, enterrándose entre los cachetes. Comenzó a lamerme la vagina, a sorber. Arqueé la espalda hacia delante y sentí que se me cerraba el pecho, haciendo que no pudiera dejar escapar ni una gota de aire.
Liberé un gemido, casi un aullido. Lo tomé de los cabellos con una mano y aferré su cabeza como si no quisiera que me soltara.
-Rica la conchita de mi novia, ¿no? -comentó Lucas.
Iván respondió solo con un gemido aprobador, sin dejar lo que estaba haciendo.
Luego me miró a mí, sonriendo mientras se la jalaba cada vez más rápido.
-¿Y a vos te gusta lo que te está haciendo, amor?
-Hmm, sí…
Iván volvió a nalguearme, más fuerte. Lo sentí succionando y tragándose mi flujo. Agitó la cabeza de lado a lado, con frenesí. Estaba muy caliente. Abrió los labios de mi vulva con los pulgares y me propinó un escupitajo, para luego frotarme frenéticamente con los dedos.
-¡Ay sí, sí! Así, hmmm…
Estaba enloquecida. Ya no aguantaba más. Ya quería que… ya lo quería…
Lo miré por encima del hombro y le dije, casi como un ruego:
-Metémela.
Iván se puso de pie y, conduciéndome con sus manos, me dejó caer boca abajo sobre la cama. Alcé las caderas y empecé a menearme de lado a lado. Las nalgas se abrían y cerraban, como si estuviesen pidiendo comida.
Iván se quitó los pantalones y la musculosa. Luego el bóxer, y se acercó con la dura pija en su mano. Me dio otra nalgada y yo me moví más ligero. Se lubricó el glande con su saliva y lo aproximó a la entrada de mi concha. Podía sentir todo humedad ardiente en esa zona.
Luego la fue introduciendo de a poco. Sentí primero la cabecita, abriéndose paso, después el resto del duro tronco llenándome por completo. Se echó hacia atrás, presumiblemente para extraerla, pero embistió sorpresivamente metiéndola de nuevo hasta el fondo.
Emití un grito de placer que, seguramente, pocas veces Lucas habrá escuchado durante el tiempo que llevamos juntos.
Subió un pie a la cama para estar más cómodo y me tomó de la cintura con una mano y de los pelos con la otra, echándome la cabeza hacia atrás, haciéndome ver el cielo raso.
-Qué calentito se siente ahí dentro… -jadeó Iván.
Empezó a embestirme tan fuerte y sin pausa que se podía escuchar el impacto de su entrepierna contra mis ancas, como si fueran fuertes aplausos acompasados.
Le dije, entre jadeos y gemidos, que no se detuviera, que siguiera así. Que me gustaba como me estaba cogiendo y que quería que lo hiciera más fuerte. Iván hizo caso y me dio más duro. Me tomó del cuello con la otra mano y, sin dejar de penetrarme, se acercó a mi boca y me dio un beso invertido.
Nos miramos al revés, nos quedamos así unos segundos y le dije:
-Sos hermoso. Y esa pija dura…
-¿Te gusta? ¿Está dura como te gusta a vos?
-Ajam.
Así me estuvo dando otro rato más. Entre jadeos, gemidos, gritos, sonidos de aplausos fuertes, de la carne haciendo fricción. De vez en cuando cambiaba de lugar las manos, esas inquietas manos que todo lo querían conocer a través del tacto: mis nalgas, mis piernas, mi espalda, mi cuello. Mis tetas. Manoseaba mis tetas enérgicamente, acariciándome los pezones.
Su pija entraba y salía con el movimiento ondulante, casi danzarín, de sus caderas. Me agarró de los brazos y me llevó hacia él, uniendo mi espalda a su pecho. Me rodeó con los brazos y se agarró de mis pechos. Giré para mirarlo. Nuestras miradas se cruzaron, y yo le sonreí mordiéndome los labios. Él se acercó y me besó con pasión. Luego me besó las mejillas y bajó por el cuello.
-Sos un dulce -le dije en voz baja.
-Vos sos preciosa. Me está encantando cogerte.
-A mí también. Seguí así, no frenes. Está re dura.
Unos minutos después, me la sacó, me volteó y me arrojó a la cama. Separó mis piernas y volvió a metérmela.
Volví a gritar.
-¡Ay, la puta madre! ¡Sí, así por favor! ¡Dale, no parés, hermoso! Hmmm…
Se inclinó hacia delante, deslizó las manos detrás de mí, rodeándome con esos brazos fuerte, fibrosos, y, mientras me cogía, me besaba el cuello.
-Se pueden ver bien esas ganas en ambos -comentó Lucas.
Giré la cabeza y lo miré.
-Fue tu idea, mi amor.
-Sí. Y no me vas a decir que no la estás pasando bien ¿no?
Me reí y le respondí con picardía:
-Me encanta. Me encanta tu amigo.
Recordé entonces la explicación del cucoo, cock… bueno eso de Internet. Lo de la humillación al cornudo.
¿Será que también debía decirle cosas que lo hicieran sentir “humillado”?
-Creo que la tiene más grande que vos, amor. Y está más dura.
Lucas se la jalaba cada vez más fuerte.
-¿Ah sí? ¿Te calienta más?
-SÍ. ¡Ay, cómo se mueve! ¡No tiene freno!
Miré a su amigo. Aunque escuchaba lo que hablaba con mi novio, seguía concentrado en lo suyo. No se detenía ni cambiaba el ritmo.
-Cómo me gusta cómo te movés… -le dije.
Iván no respondió a eso, pero me miró, meneó la cabeza y me anunció que estaba por acabar.
-Ya viene ¿Dónde la querés?
Abrí grande la boca y le enseñé la lengua.
Iván sonrió.
-¿Toda?
-Toda.
Cuando llegó el momento, retiró su miembro de mi sexo y avanzó de rodillas sobre la cama de modo que sus piernas quedaron a los costados de mis hombros. Agarró su verga y la apuntó hacia mí. La agarré con la mano y me la llevé a la boca. En el mismo instante en que emitió un último y sonoro gemido que llenó el cuarto, sentí la espesura del líquido viscoso disparado que embadurnó mi lengua, mi paladar, la totalidad de mi boca. Su intensa excitación produjo mucha cantidad de semen que no paraba de entrar. No lo tragué al momento, sino que lo dejé unos segundos asentándose para saborearlo. A diferencia del amargo gusto que me deja siempre en la boca mi novio (supongo será por su hábito fumador y la comida chatarra), el semen de Iván se sentía dulce y suave, resultado evidentemente de su estilo de vida sano.
En cuanto lo tragué, y después de chuparle el glande un poco más para limpiárselo bien, le admití que me había gustado. Que todo de él me había gustado.
Volví mi atención a mi novio y vi que él ya había terminado hacía por lo menos unos minutos antes. Me dijo que cuando ocurrió se había levantado para ir al baño a limpiarse con papel higiénico, que ninguno de nosotros nos habíamos percatado. Y era cierto; al menos yo no me había dado cuenta.
Después de que Iván hubo terminado de higienizarse y volver a vestirse en el baño, regresó al cuarto y nos miró a ambos. Yo seguía en la cama, desnuda, sin el más mínimo deseo de vestirme. Estaba disfrutando el momento de descanso, con mi pareja contemplando mi desnudez.
-Esto fue increíble -reconoció Iván.
-¿No la habías pasado así de bien antes? -pregunté, sonriendo.
Iván meneó la cabeza en gesto de negación.
-No, definitivamente fue la mejor experiencia que viví.
Vi cómo Lucas me miraba con una cálida sonrisa, y supe que estaba a punto de decirme algo en respuesta a eso.
-Bueno, creo que para vos fue igual ¿nocherto?
Me reí en seco y me ruboricé. Ya me había salido del papel de la novia infiel y ahora no tenía razones para seguir haciendo declaraciones humillantes.
Aunque, pensándolo seriamente, no creo recordar que mi novio me hubiera hecho ver tan de cerca las estrellas como esa tarde. Me apena pensarlo. Pero mientras permaneciera en mi cabeza, nadie saldría lastimado.
Lucas acompañó a su amigo hasta abajo luego de que charláramos un poco más al respecto, aunque yo no había querido expresarme demasiado, sea por la pequeña incomodidad que iba creciendo, sea porque, además, estaba todavía un poco agitada. Habían hablado de un próximo encuentro, aunque sin acordar un día específico. Claro, si yo aceptaba. Acepté, con fingido aire desinteresado, aunque por dentro yo estaba deseando que se repitiera cuanto antes. Ese chico, ese hombre. Cogía como un semental. Dichosas las chicas que se comerá de acá hasta que volvamos a juntarnos.
Y como decía en Internet, esa noche Lucas y yo tuvimos sexo por casi tres horas sin pausa. En cierto momento me preguntó si mientras lo hacía con él, yo estaba pensando en Iván. Respondí que no, que son dos situaciones distintas.
Pero qué difícil fue concentrarme sin que su rostro, sus músculos y ese gran garrote no se me cruzaran por la mente mientras mi novio y yo lo hacíamos. Qué difícil iba a ser también esperar a la próxima vez.
El sexo con mi novio Lucas había sido el mejor por años, desde nuestra primera vez, cuando éramos unos jóvenes: yo de 19 años y él de 21.
A Lucas lo conocí en Porto Soho, un boliche de Palermo, CABA, una noche donde ambos estábamos casualmente de "cacería". Recuerdo haber asistido con mi mejor outfit: un top rojo cubriéndome los pechos, la panza al descubierto, una minifalda de cuerina negra muy cortita y ajustada, y unas botas con tacón negras. No dedico mucho al maquillaje, a excepción de los labios, siempre rojos, y un fino delineado de ojos para hacerlos resaltar. Es hasta el día de hoy que Lucas me sigue diciendo que fui para él la chica más hermosa que había visto esa noche, y que había quedado enloquecido al verme. Yo no reparé en él hasta que se decidió acercarse a chamuyarme. Había sido muy dulce y caballero. Previo a nuestro encuentro, se me habían acercado otros chicos (y algunos bastante mayores) a intentar seducirme y poder llevarme a un hotel de la zona, incluso alguno que otro se había atrevido a pedirme que se la chupara en el propio establecimiento. De haber tenido unas copas de más hubiera accedido sin muchos rodeos (con un par de bebidas se me afloja la ropa interior, es mi talón de Aquiles). Incluso había estado mirando con muchas ganas a un hombre sentado con su grupo de amigos, pero fue Lucas quien se llevó el premio esa noche.
Me llevó al Caravelle poco antes de que el boliche cerrara sus puertas, y allí consumamos nuestra historia de amor, envueltos entre las sábanas de una cama, húmedos bajo la ducha, contemplando nuestros cuerpos desnudos frotándose desenfrenadamente frente al espejo. Lucas me garchó con las ganas de un hombre que parecía haberse estado reservando para el encuentro con una mujer que, sabíamos ambos, permanecerían juntos de ahí en adelante.
Y así lo fue. Transcurrieron 5 hermosos años de noviazgo, volviéndonos inseparables. La relación en sí era buena, sana, tuve esa suerte. Su predecesor, con quien tuve mi primera vez, era un odioso manipulador que cuestionaba desde la ropa que usaba hasta con quien salía, a dónde iba y por qué le daba likes a fotos de otros chicos. Este tipo, cuyo nombre no voy a mencionar, era ocho años mayor que yo y solo tenía algo rescatable que me impedía dejarlo sin dudar: una pija increíble, gruesa y venuda, cabezona. Los amigos la llamaban "la rompecajetas" (no voy a negarlo, era poderosa y su solo roce provocaba que se me inundara la vagina). Pero tras dejarlo definitivamente, y conocer a Lucas, supe que no se requería de un miembro de tamaño exagerado. Así y todo, las medidas de Lu son generosas y me dejan exhausta después de largo rato cogiendo y cogiendo. Lucas supo siempre cómo hacerme el amor, supo qué susurrarme al oído para encenderme mientras me coge en cuatro. Sabe cómo tratarme en la cama, sabe que luchar por la dominación fue siempre la clave, que no debe dejar que yo consiga siempre lo que quiero, que debe someterme y demostrarme quién manda, quién es mi hombre y quién soy yo durante el acto sexual: su puta, su puta calentona, gritona y gemidora.
Sin embargo, fue a partir de principios del año pasado que comencé a percibir un notable desgano de su parte. En primera instancia, creía que había perdido el deseo, que ya no le resultaba atractiva. Cosa rara si así lo hubiera sido, ya que yo soy como el buen vino, más tiempo pasa, mejor me pongo. Tengo una mejor figura ahora a mis 24 años, unos pechos naturales bien creciditos, un torso atlético (resultado de 5 horas semanales de gym), unas caderas anchas de 87cm, y unas piernas que, en palabras del propio Lucas, se ven sabrosas.
Una noche, mirando juntos en la cama una mala película de Netflix, decido recostarme sobre su velludo cuerpo desnudo y comienzo a masturbarlo. Su pija crece ante el primer estímulo, pero sigo notando que su mirada, aunque ahora puesta en mi mano jalándole el tronco, se encontraba en otra parte. Estaba distraído, meditabundo. Me preocupaba al mismo tiempo que frustraba. ¡¿Qué mierda le estaba pasando?!
-Últimamente estás raro -acusé, finalmente, soltándole el miembro y cruzándome de brazos sobre su pecho-. ¿Hay algo que deba saber?
Lucas se quedó pensativo unos instantes y luego soltó:
-Sí. Necesito confesarte una cosita, amor.
Mi mente imaginó lo peor. Había otra mina dándole vueltas a la cabeza... ya no le calentaba como antes... salió del clóset...
Suspiré profundo, preparándome para lo que fuera que se viniera, y le dije:
-Ok. Largalo. Te voy a entender, o eso espero.
No. No estaba preparada para lo que estaba por decir. Ni en un millón de probabilidades.
-Tengo la fantasía de verte con otro hombre.
Mis ojos se abrieron como platos mirándolo fijo a esos ojos de un acuoso azul penetrante. Levanté levemente la cabeza y solo atiné a responder:
-¿¿Ehh??
Lucas soltó una risita seca y nerviosa. Casi seguro que se esperaba que fuera a levantarme de la cama e irme, indignada o algo así. La verdad es que no lo hice; me quedé ahí mismo, contemplándolo perpleja. Como dije antes, ni en un millón de probabilidades se me hubiera ocurrido imaginar que algo así podría salir de esos labios expertos en besarme tanto la boca como cualquier otra parte de mi cuerpo.
-¿Es enserio?
Lucas asintió con la cabeza. Su mirada, aunque culposa, se veía segura de cada palabra que había expresado hace unos segundos.
-¿Desde cuándo, amor?
-Desde siempre. Desde que te conocí que me calentás tanto que... no sé si será por una cuestión de morbo o qué, pero te tengo que confesar que también te dediqué unas cuántas pajas imaginándote con otro hombre. En esta cama.
El corazón me dio un vuelco. Cada palabra que soltaba era un paso cada vez más lejos del hombre que había conocido. Y, aunque atónita e increíblemente sorprendida, no me disgustaba ese pensamiento. Llegué a considerarlo rápidamente, y agradecí que no haya sido la pérdida del deseo, ni una confesión de homosexualidad, ni tampoco una infidelidad. Conforme procesaba la información obtenida, la idea iba volviéndose más y más... atractiva.
-Una cuestión de morbo...
-Si, me parece que si -respondió.
-Y... ¿vos decís que eso no nos podría afectar? O sea, como pareja.
Lucas se encogió de hombros, ahora visiblemente relajado ante mi reacción positiva.
-Mirá, estuve investigando en internet sobre el tema. Pensé que era cosa de enfermo mental o algo así, pero resulta que es algo bastante normal, especialmente en parejas consagradas de años. Dicen que incluso ayuda en las relaciones que se van desgastando.
-¿Y la nuestra se está desgastando?
-No, no -se apresuró a responder. Aunque yo ya intuía hacia dónde quería llegar, elegí hacerme la tonta y continuar escuchándolo-. Eso es lo que dicen los expertos. Tiene incluso un nombre: Cuckolding.
Fruncí el ceño e indagué:
-¿Cómo?
-Significa "cornudo". Literalmente. Un trío amoroso de un, eh, episodio ponele, donde todas las partes se benefician: yo, el "cornudo", encuentro el placer en la humillación viendo a mi mujer siéndome infiel con otro hombre, básicamente, haciendo de mí mujer un objeto sexual, viéndola tener sexo duro e imaginando que la está pasando mejor con ese nuevo hombre que conmigo. Ella lo encuentra viendo a su pareja excitarse viéndola con otro hombre, esforzándose por tener un mejor sexo con este "invitado" que con su pareja estable. Y, por supuesto, el invitado se place de la situación en sí.
Yo escuchaba atentamente la explicación de mi novio sintiéndome ridícula por nunca haber oído ni el término ni todo lo que eso significaba. Pero parecía tener sentido. Solo faltaba que lo pudiera digerir y asimilar.
-Todos salen ganando -repetí en voz baja.
Lucas esbozó una sonrisa pícara.
-Exacto.
-Bueno, y.… no sé.
No pude contener la risa y enterré la cara en su abdomen.
-No es necesario hacerlo, amor. Pero querías saber qué me pasaba. Esto es.
-Es que... creo que podríamos hacerlo.
Lucas abrió muy grande los ojos y se inclinó hacia mí, quedándonos cara a cara tan cerca que nuestras narices chocaron.
-¿Lo decís en serio?
Asentí con la cabeza y le sonreí.
-Pero bancá: ¿con quién? no me voy a coger a cualquiera solo para darte el gusto a vos.
-No, obvio que no, de ninguna manera. Es que incluso ya tengo posible candidato.
-¿Ah sí?
-Ajam.
-¿Quién?
-Iván.
Otra vez la sorpresa me llevó puesta. Iván era uno de sus amigos de antaño. Formaba parte del grupito en Porto Soho, incluso me había parecido fachero cuando lo había visto al lado de Lucas antes de que éste se me acercara a hablarme, pero no me había dado el tiempo para encontrarle atractivo. Al menos no en aquel momento.
Iván era de esos obsesionados con el gym, pasando horas diarias ahí dentro, sacándose selfies frente al espejo mostrando los músculos y vistiendo siempre musculosas. Era lindo, sí. Era chamuyero y tenía labia con las chicas. Y sí, también estaba partible. Aunque a mí siempre me pareció un pito corto tratando de esconder un arbustito con un bosque. Pero no sé. Por una buena razón supongo que, según Lucas, siempre conseguía encamarse con una mina distinta todas las semanas.
Lucas ladeó la cabeza sin quitarme la mirada y preguntó:
-¿Y? ¿Qué te parece la opción?
-Se vería raro. No sé. Bah, así lo siento yo.
-Sí, lo sé. No es un random, es un amigo mío.
Me quedé en silencio unos instantes y le dije:
-Dejame pensarlo ¿sí?
-Obvio, amor. Sea cual sea la decisión que tomes, la voy a comprender.
Me incliné hacia él de nuevo y le di un beso.
-Gracias, dulce.
Recuerdo que para entonces la película había terminado, pero no cuál era. No importaba. Lo que restaba de esa noche la dedicamos a coger un rato y luego nos dormimos. Bueno, en realidad yo no había podido conciliar el sueño por una hora o más. La idea era arriesgada al mismo tiempo que tentadora. Y a mí lo arriesgado siempre me tentó.
Por la mañana desperté sola en la cama, Lucas ya se había ido al trabajo. Me encontré desnuda enredada en blancas sábanas revueltas cuyo aroma a limpio se contaminaba con el de la evidencia de sexo sudoroso, mi flujo y semen de mi novio. El primer pensamiento matutino que me abordó fue “¿vamos a hacerlo, entonces? ¿Voy a tener sexo con su amigo Iván mientras él nos mira y se masturba? ¿Acaso no va a participar?”.
Y luego me sobrevinieron los pensamientos más morbosos: “¿La tendrá grande o será un pito corto como yo pensaba? ¿Será que también voy a tener que chupársela? ¿Y si me pide el culo, o que me trague su semen?”
Tarde me di cuenta de que, mientras recitaba en mi cabeza estas preguntas, yo ya estaba introduciéndome dos dedos en mi sexo. Gemí involuntariamente, mordiéndome el labio inferior y comprimiendo el cuerpo en posición fetal por la excitación.
-Iván…
Retiré la mano con los dedos embadurnados de mi flujo, los limpié con un pañuelo y tomé bruscamente el celular de la mesita de noche. Abrí el chat de mi novio y le escribí:
“Amor, amanecí re caliente. Hablá con tu amigo y contale lo que hablamos. Estoy dispuesta.”
Y después un segundo mensaje: “Cuando estés desocupado, háblame. Te amo mucho”.
Volví a dejar el teléfono en la mesa y me arrodillé en la cama. Con la mano izquierda acaricié mis nalgas redondas y firmes, y con la derecha volví a autosatisfacerme, inclinando la cabeza hacia arriba con los ojos cerrados, gimiendo suavemente mientras manoseaba los labios de mi concha con ritmo ascendente.
Volví a tomar el teléfono y busqué el Instagram de Iván. Lo tenía en modo público por suerte, podía ver sus fotos. Busqué entre varias fotos con amigos y selfies en distintos puntos del país, hasta que encontré la ideal: Él de frente a la cámara, trabando sus músculos y con una mirada seria. Enormes pectorales y abdominales sobresalían de su fornido torso, brazos robustos y fuertes, un cuello ancho que sostenía una cabeza rígida en la que se veía una cara aún inmadura, sin vestigios del paso del tiempo ni ninguna protuberancia masculina. Un joven atrapado en el cuerpo de un superhéroe.
Imaginé que lo tenía en esta misma cama, tomándome de los brazos y afianzándome al colchón. Luego me abría las piernas y me introducía su miembro hasta que nuestras entrepiernas desprovistas de vello hicieran contacto.
Luego empezaba a cogerme. Primero despacio, luego acelerando, luego impactándome cada vez con más potencia. Casi podía sentir su carne en contacto con mi interior húmedo. Yo gimiendo y gritando enloquecida; él, tomándome de la cintura con una mano y aferrándome un pecho con la otra. No paraba de cogerme. Parecía hacerlo no como un favor para su amigo; parecía que lo hubiera estado esperando desde siempre.
Pero toda esa fantasía me fue arrebatada con el sonar de mi teléfono. Un mensaje nuevo: Lucas.
“Me pone contento que hayas aceptado. Ya mismo le hablo”.
El fin de semana llegó, y con ello la ansiedad. Habíamos acordado el encuentro para el sábado por la tarde. Según me contó mi novio, la reacción de Iván no pudo ser otra que la misma que tuve yo. De hecho, le tuvo que dar la misma explicación que a mí sobre el fenómeno y por qué ocurría y todo eso. No obstante, luego de una larga conversación, Iván había aceptado también.
La respuesta del amigo había sido espontánea y sincera:
-No sé si están locos o aburridos, pero bueno, viéndola a tu novia… y, ¿quién podría negarse un polvo con semejante hembra?
Me ruboricé al escuchar lo último, pero no era nada que no me hubieran dicho antes. Lo que lo hacía diferente e impactante era el contexto.
Se hicieron las 15:30 y el timbre del departamento sonó. Miramos por el monitor de la cámara de seguridad conectado a la TV y confirmamos que era él, esperando frente al portero eléctrico a que le abriéramos. Lucas bajó a buscarlo, mientras yo me preparaba. Decidí que lo mejor era que la primera impresión fuera determinante: busqué mi falda más corta y ajustada, de tela fina y sensible al tacto. Me miré frente al espejo de nuestro cuarto y, a la vez que sentía cómo apretaba, chequeé que mis nalgas sobresalieran al menos un poco, como si intentaran liberarse. La tanguita roja tipo hilo dental que ya llevaba puesta estaba bien. Me puse una remera blanca de hombro caído corta por encima del ombligo. Mis senos prominentes elevaban la remera permitiendo un hueco entre el borde de la prenda y mi abdomen. Era perfecto.
Luego me pinté los labios de rojo carmesí y me rocié con un perfume especial que casi nunca usaba. Ya podía imaginarlo a Lucas lamentándose de que había elegido esta ocasión para ponérmelo.
Me senté a esperarlos en el sofá frente a la TV, con aire desinteresado, como si toda esa preparación en tiempo récord no hubiera sido meticulosamente premeditada, sino más bien un acto casual.
Entraron por la puerta riéndose, seguramente hablando de fútbol o inmersos en alguna otra conversación básica de hombres. Tardaron unos instantes en concluir la charla y acercárseme.
-Emm, amor -habló Lucas, visiblemente ansioso-. Llegó Iván.
Aún recostada en el sofá giré la cabeza hacia arriba y miré a mi novio, y luego al amigo. Era evidente que iba a venir con una musculosa, lisa y de color negro. Vestía unos pantalones cortos que me parecieron ridículos pero que ayudaban a poner en tono esas piernas fibrosas.
-Hola -saludé.
-Hola -me correspondió Iván.
Me senté y me crucé apropiadamente de piernas, inclinando con sutileza el cuerpo para que se pudiera visualizar desde su altura mi escote. Al instante, noté que Iván se frotaba los labios sin darse cuenta. Un gesto instintivo e inevitable.
Luego miró a su amigo con una expresión casi similar a la de un nene que veía a una chica por primera vez, y, con un tono nervioso, le preguntó:
-¿Eh, lo hacemos ahora? ¿o… ?
Lucas sonrió.
-Yo diría que sí. Mirala: se hace la desentendida pero se estuvo preparando antes de que subiéramos.
Mi novio, además de que no era ningún tonto, me conocía bien.
Me puse en pie, me acomodé la falda y luego el pelo, suspirando suavemente un gemido. Rodeé el sofá hasta llegar a él y, posándole una mano en el pecho, le ordené:
-Vamos a la habitación.
Entramos, encendí la luz y me senté en la cama. Miré a Iván y, con una palmadita al borde del colchón, le indiqué que se sentara a mi lado. Él se acercó, recuperando de a poco esa confianza propia suya. Tras hacerlo, nos quedamos mirándonos en silencio unos instantes, y él acercó su mano izquierda para tocarme el muslo cerca del borde de la falda.
Pronto reparé en mi novio que seguía de pie a unos pasos de la cama, observándonos con curiosidad.
-Amor, no te quedes ahí parado. Traete algo para ponerte cómodo.
-Es verdad -respondió, y fue a buscar una silla del comedor.
Para cuando volvió, su amigo y yo ya nos estábamos besando calurosamente. Nuestros labios y lenguas se conocieron lentamente, sin apuros. Aliento fresco mentolado, sin el amargor característico del tabaco que sí suele tener Lucas.
Me tomó de la nuca y me afianzó hacia él, acariciándome la piel. La otra mano seguía ocupada en mi pierna, aproximándose muy de a poco al hueco de la falda. La piel se me erizó de repente, un calor atravesaba mi cuerpo hasta concentrarse en mi entrepierna. Tenía dedos gruesos. Ya deseaba que…
Que hiciera lo que ya estaba haciendo.
Dos robustos dedos hicieron a un lado mi tanga y acariciaron mi vulva caliente. Al instante me sentí mojada y ya no pude concentrarme en seguir besándolo. Solo podía jadear y respirar en pausas.
-¿Te gusta? -me preguntó.
Lo miré con los ojos entrecerrados y asentí. Luego lo tomé de la nuca y lo besé con mayor intensidad. Él seguía sin retirar sus dedos de mi interior.
Jadeé más fuerte, gemí, e incluso se me soltó un ligero gritito. Esos dedos me estaban haciendo los mismo que Lucas con su pija todas las noches.
Abrí un ojo y miré a mi novio. Estaba sentado, con los ojos fijos en mí y visiblemente excitado. Se había bajado el cierre del pantalón para masturbarse. Lo hacía despacio para no tener una eyaculación repentina que lo finalizara todo.
Al ver esto, me hice a un lado en la cama, quitándome la mano de Iván de mi vagina inundada, y me dejé caer sobre su entrepierna. Le bajé el cierre a su pantaloncito, estiré el bóxer hacia afuera, y tomé su miembro.
Nada de pito corto. Era un pedazo de carne asombroso. Culposamente he de admitir que superaba las medidas generosas de Lucas. Como esperaba, estaba totalmente afeitada. Su piel era suave como la de un bebé. Cuando tomé el tronco con mi mano, sentí la firmeza de un palo de amasar, erecto y ligeramente inclinado hacia arriba, señal de que era un frecuente fornicador. La experiencia hace al macho.
Le bajé suavemente la piel y contemplé el glande. Un prominente casco de soldado rosado, cubierto por una capa brillosa. Ahora se me hacía agua pero a la boca del solo ver esa cabeza gruesa y…
Me acerqué más y me la llevé a la boca, hasta que mis labios chocaron con la base y el escroto. Cerré mi boca y apreté su verga con la lengua y el paladar, para luego deslizarme hacia atrás, llegar al glande y mamarlo fuerte, como si deseara extraerle jugo.
-¡Ay, Diosss! -exclamó Iván.
Seguí con lo mío. Repetí la acción muchas veces, cada vez con más premura, gimiendo despacio mientras él me agarraba del pelo para asegurarse de que no se la fuera a soltar.
-Hermosa tu novia, amigo -comentó Iván entre jadeos- ¡Y cómo la chupa! Es increíble.
Lucas se rio.
-¿No te dije yo que hacía los mejores petes?
-Si amigo, pero… ¡Ay, Dios, es demasiado bueno esto!
Empecé a lamerle el tronco y a gemir un poco más alto, pero no demasiado. Francamente, no quería que concluyera todo ahí.
-Hmmm… así, hermosa. Así, putita, así.
Quise ver lo que hacía Lucas una vez más. Se la jalaba con ímpetu, le gustaba lo que veía, lo que había conseguido. Se relamía y respiraba agitado.
Me recosté un poco más, encorvando hacia abajo la cintura, dejando en alto mis nalgas a punto de escaparse de la falda. Sentí la mano recia de Iván hurgando ahí, frotando, corriendo para abajo la falda para dejar al descubierto mi culo. Volvió a hacer a un lado la tanga y metió sus dedos en mi sexo, otra vez. Ahora dedeaba más rápido. Se podía escuchar un lejano chapoteo.
La concentración volvió a abandonarme. Los músculos de esa zona se me contraían por la excitación, y las caderas se empezaron a mover involuntariamente a un ritmo sensual.
Le escupí el glande, le froté el tronco del pene y volví a metérmelo en la boca, hasta la garganta. Era casi como chupar un pepino curvado.
Iván inspiró profundo y exhaló ruidosamente, con un gemido grave que venía desde lo profundo de sí. En ese momento, sacó sus dedos y me propinó una sonora nalgada, haciéndome gemir de dolor placentero. Sentí después una humedad caliente justo por debajo de un cachete, donde había dado el golpe. Parte del flujo vaginal que había extraído con sus dedos ahora se había adherido a mi piel.
Dejé de chupársela pasados unos cuántos minutos (sospecho que lo habré estado haciendo por casi media hora, estoy segura, no controlé el tiempo), me puse en pie y le di la espalda. Lo miré por encima del hombro y le ordené:
-Desnudame.
Iván posó sus manos sobre la parte trasera de mis muslos y empezó a frotar de arriba hacia abajo. Se escurrió por debajo de mi falda y me acarició la cola. Me bajó la tanga con suavidad, y luego deslizó las manos hacia mi entrepierna, llevándome hacia él, hacia su cara, enterrándose entre los cachetes. Comenzó a lamerme la vagina, a sorber. Arqueé la espalda hacia delante y sentí que se me cerraba el pecho, haciendo que no pudiera dejar escapar ni una gota de aire.
Liberé un gemido, casi un aullido. Lo tomé de los cabellos con una mano y aferré su cabeza como si no quisiera que me soltara.
-Rica la conchita de mi novia, ¿no? -comentó Lucas.
Iván respondió solo con un gemido aprobador, sin dejar lo que estaba haciendo.
Luego me miró a mí, sonriendo mientras se la jalaba cada vez más rápido.
-¿Y a vos te gusta lo que te está haciendo, amor?
-Hmm, sí…
Iván volvió a nalguearme, más fuerte. Lo sentí succionando y tragándose mi flujo. Agitó la cabeza de lado a lado, con frenesí. Estaba muy caliente. Abrió los labios de mi vulva con los pulgares y me propinó un escupitajo, para luego frotarme frenéticamente con los dedos.
-¡Ay sí, sí! Así, hmmm…
Estaba enloquecida. Ya no aguantaba más. Ya quería que… ya lo quería…
Lo miré por encima del hombro y le dije, casi como un ruego:
-Metémela.
Iván se puso de pie y, conduciéndome con sus manos, me dejó caer boca abajo sobre la cama. Alcé las caderas y empecé a menearme de lado a lado. Las nalgas se abrían y cerraban, como si estuviesen pidiendo comida.
Iván se quitó los pantalones y la musculosa. Luego el bóxer, y se acercó con la dura pija en su mano. Me dio otra nalgada y yo me moví más ligero. Se lubricó el glande con su saliva y lo aproximó a la entrada de mi concha. Podía sentir todo humedad ardiente en esa zona.
Luego la fue introduciendo de a poco. Sentí primero la cabecita, abriéndose paso, después el resto del duro tronco llenándome por completo. Se echó hacia atrás, presumiblemente para extraerla, pero embistió sorpresivamente metiéndola de nuevo hasta el fondo.
Emití un grito de placer que, seguramente, pocas veces Lucas habrá escuchado durante el tiempo que llevamos juntos.
Subió un pie a la cama para estar más cómodo y me tomó de la cintura con una mano y de los pelos con la otra, echándome la cabeza hacia atrás, haciéndome ver el cielo raso.
-Qué calentito se siente ahí dentro… -jadeó Iván.
Empezó a embestirme tan fuerte y sin pausa que se podía escuchar el impacto de su entrepierna contra mis ancas, como si fueran fuertes aplausos acompasados.
Le dije, entre jadeos y gemidos, que no se detuviera, que siguiera así. Que me gustaba como me estaba cogiendo y que quería que lo hiciera más fuerte. Iván hizo caso y me dio más duro. Me tomó del cuello con la otra mano y, sin dejar de penetrarme, se acercó a mi boca y me dio un beso invertido.
Nos miramos al revés, nos quedamos así unos segundos y le dije:
-Sos hermoso. Y esa pija dura…
-¿Te gusta? ¿Está dura como te gusta a vos?
-Ajam.
Así me estuvo dando otro rato más. Entre jadeos, gemidos, gritos, sonidos de aplausos fuertes, de la carne haciendo fricción. De vez en cuando cambiaba de lugar las manos, esas inquietas manos que todo lo querían conocer a través del tacto: mis nalgas, mis piernas, mi espalda, mi cuello. Mis tetas. Manoseaba mis tetas enérgicamente, acariciándome los pezones.
Su pija entraba y salía con el movimiento ondulante, casi danzarín, de sus caderas. Me agarró de los brazos y me llevó hacia él, uniendo mi espalda a su pecho. Me rodeó con los brazos y se agarró de mis pechos. Giré para mirarlo. Nuestras miradas se cruzaron, y yo le sonreí mordiéndome los labios. Él se acercó y me besó con pasión. Luego me besó las mejillas y bajó por el cuello.
-Sos un dulce -le dije en voz baja.
-Vos sos preciosa. Me está encantando cogerte.
-A mí también. Seguí así, no frenes. Está re dura.
Unos minutos después, me la sacó, me volteó y me arrojó a la cama. Separó mis piernas y volvió a metérmela.
Volví a gritar.
-¡Ay, la puta madre! ¡Sí, así por favor! ¡Dale, no parés, hermoso! Hmmm…
Se inclinó hacia delante, deslizó las manos detrás de mí, rodeándome con esos brazos fuerte, fibrosos, y, mientras me cogía, me besaba el cuello.
-Se pueden ver bien esas ganas en ambos -comentó Lucas.
Giré la cabeza y lo miré.
-Fue tu idea, mi amor.
-Sí. Y no me vas a decir que no la estás pasando bien ¿no?
Me reí y le respondí con picardía:
-Me encanta. Me encanta tu amigo.
Recordé entonces la explicación del cucoo, cock… bueno eso de Internet. Lo de la humillación al cornudo.
¿Será que también debía decirle cosas que lo hicieran sentir “humillado”?
-Creo que la tiene más grande que vos, amor. Y está más dura.
Lucas se la jalaba cada vez más fuerte.
-¿Ah sí? ¿Te calienta más?
-SÍ. ¡Ay, cómo se mueve! ¡No tiene freno!
Miré a su amigo. Aunque escuchaba lo que hablaba con mi novio, seguía concentrado en lo suyo. No se detenía ni cambiaba el ritmo.
-Cómo me gusta cómo te movés… -le dije.
Iván no respondió a eso, pero me miró, meneó la cabeza y me anunció que estaba por acabar.
-Ya viene ¿Dónde la querés?
Abrí grande la boca y le enseñé la lengua.
Iván sonrió.
-¿Toda?
-Toda.
Cuando llegó el momento, retiró su miembro de mi sexo y avanzó de rodillas sobre la cama de modo que sus piernas quedaron a los costados de mis hombros. Agarró su verga y la apuntó hacia mí. La agarré con la mano y me la llevé a la boca. En el mismo instante en que emitió un último y sonoro gemido que llenó el cuarto, sentí la espesura del líquido viscoso disparado que embadurnó mi lengua, mi paladar, la totalidad de mi boca. Su intensa excitación produjo mucha cantidad de semen que no paraba de entrar. No lo tragué al momento, sino que lo dejé unos segundos asentándose para saborearlo. A diferencia del amargo gusto que me deja siempre en la boca mi novio (supongo será por su hábito fumador y la comida chatarra), el semen de Iván se sentía dulce y suave, resultado evidentemente de su estilo de vida sano.
En cuanto lo tragué, y después de chuparle el glande un poco más para limpiárselo bien, le admití que me había gustado. Que todo de él me había gustado.
Volví mi atención a mi novio y vi que él ya había terminado hacía por lo menos unos minutos antes. Me dijo que cuando ocurrió se había levantado para ir al baño a limpiarse con papel higiénico, que ninguno de nosotros nos habíamos percatado. Y era cierto; al menos yo no me había dado cuenta.
Después de que Iván hubo terminado de higienizarse y volver a vestirse en el baño, regresó al cuarto y nos miró a ambos. Yo seguía en la cama, desnuda, sin el más mínimo deseo de vestirme. Estaba disfrutando el momento de descanso, con mi pareja contemplando mi desnudez.
-Esto fue increíble -reconoció Iván.
-¿No la habías pasado así de bien antes? -pregunté, sonriendo.
Iván meneó la cabeza en gesto de negación.
-No, definitivamente fue la mejor experiencia que viví.
Vi cómo Lucas me miraba con una cálida sonrisa, y supe que estaba a punto de decirme algo en respuesta a eso.
-Bueno, creo que para vos fue igual ¿nocherto?
Me reí en seco y me ruboricé. Ya me había salido del papel de la novia infiel y ahora no tenía razones para seguir haciendo declaraciones humillantes.
Aunque, pensándolo seriamente, no creo recordar que mi novio me hubiera hecho ver tan de cerca las estrellas como esa tarde. Me apena pensarlo. Pero mientras permaneciera en mi cabeza, nadie saldría lastimado.
Lucas acompañó a su amigo hasta abajo luego de que charláramos un poco más al respecto, aunque yo no había querido expresarme demasiado, sea por la pequeña incomodidad que iba creciendo, sea porque, además, estaba todavía un poco agitada. Habían hablado de un próximo encuentro, aunque sin acordar un día específico. Claro, si yo aceptaba. Acepté, con fingido aire desinteresado, aunque por dentro yo estaba deseando que se repitiera cuanto antes. Ese chico, ese hombre. Cogía como un semental. Dichosas las chicas que se comerá de acá hasta que volvamos a juntarnos.
Y como decía en Internet, esa noche Lucas y yo tuvimos sexo por casi tres horas sin pausa. En cierto momento me preguntó si mientras lo hacía con él, yo estaba pensando en Iván. Respondí que no, que son dos situaciones distintas.
Pero qué difícil fue concentrarme sin que su rostro, sus músculos y ese gran garrote no se me cruzaran por la mente mientras mi novio y yo lo hacíamos. Qué difícil iba a ser también esperar a la próxima vez.
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