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Sherezade al Desnudo.


Sherezade al Desnudo.




Sherezade al Desnudo. 


—Es la tercera vez que cometés el mismo error.
Esa pomposa rubia es Clarisa, mi jefa. Me gustaría poder decir que es una pesada insoportable (porque a veces lo es), pero esta vez es mi culpa. 
—Lo siento mucho, yo…
—Agustina, es la tercera vez. No la primera, ni la segunda… ¡La tercera! ¿Cuántas veces te dije que verifiques bien antes de reservar una suite? Lo peor es que esto no es todo. ¿Cuántas veces te confundiste de número de habitación al hacer una reserva? Ya perdí la cuenta. Sos muy distraída. Lamento informarte que de repetirse otra vez, me veré forzada a despedirte.
—Le prometo que voy a ser más atenta.
Trabajo como recepcionista en un hotel, y en mi defensa debo decir que prácticamente nadie reserva las suites. Son muy costosas y este no es un hotel de lujo, aunque sí debo reconocer que las tres son muy bonitas. Por lo general, quien puede gastar más prefiere ir a otro establecimiento. Por eso no suelo revisar cuando alguien llama para reservar una, es muy raro que eso ocurra. Pero… en los dos años que llevo acá me pasó tres veces que ya estaban todas reservadas cuando yo le prometí a otro huésped que podía hospedarse en una de ellas. 
—Ésta es tu última oportunidad Agustina. Una vez más y te vas. 
Me quedé sola detrás del mostrador de recepción, al borde de las lágrimas, tenía ganas de correr hasta mi casa, encerrarme en mi cuarto y llorar durante el resto del día. Necesito mucho este empleo, vivir de forma independiente a los veintisiete es muy difícil. Nadie te regala nada y las deudas se acumulan. Sí, quizás a veces me paso un poco de la raya con la tarjeta de crédito. Mis amigas siempre me dicen que gasto demasiado en ropa; pero… ¿de qué sirve trabajar tanto si no puedo darme un gusto de vez en cuando? 
Para serenarme un poco fui hasta el baño y me lavé la cara. Me miré al espejo y vi que mis ojos estaban vidriosos, debía esperar unos segundos hasta que regresaran a la normalidad, noté que también estaba algo pálida. Soy morena, pero los colores de mi cara parecen haberse tomado vacaciones. Me peiné un poco para arreglar mi aspecto demacrado. Tengo el cabello negro y lo mantengo bien lacio a base de cuidados. No me considero una hermosura pero los hombres suelen gritarme muchas barbaridades en la calle. Eso se debe principalmente a mi culo que es bastante grande. Me da un poco de vergüenza porque cualquier pantalón medio ajustado en mí parece obsceno. Al menos puedo decir que mi cola está bien formada. Sin embargo, para que no se vea tanto uso blusas largas, que me tapen un poco la cola. Prefiero caminar escuchando música para no tener que escuchar las barbaridades que me gritan.
A mi jefa le gusta mucho mi aspecto físico, siempre me está halagando «Por eso te contraté para que te encargues de la recepción. A la gente le gusta ver una cara bonita cuando entran a un establecimiento». Mi uniforme de trabajo lleva un pantalón de vestir muy ajustado y Clarisa no me permite taparme la cola, algo que a mí me pone un poquito incómoda. A veces puedo sentir los ojos de los huéspedes clavados en mis posaderas. «Dejalos mirar —suele repetirme, mientras me acaricia una nalga—. Es bueno para el negocio». 
Por suerte el resto del día se desarrolló sin altercados y pude volver a mi departamento a descansar. Allí vivo con mi novio desde hace tres meses y no es nada barato llevar esta vida, aunque los dos trabajemos casi todo el día. 
Una semana más tarde comenzaron los problemas. Se iniciaron con la llegada de un nuevo huésped al hotel, se trataba de un hombre alto y atlético, de piel oscura con evidente ascendencia africana, no tendría más de treinta y cinco años. Hablaba español de manera fluida pero pronunciaba con cierta dificultad, un problema típico en las personas que hablan inglés y luego aprenden español.
Se acercó al mostrador y me dijo que había realizado una reserva a nombre de Arthur Duncan, recordé inmediatamente que él había llamado el día anterior para realizar dicha reserva, yo misma la había ingresado al sistema.
—Bienvenido señor Duncan, efectivamente aquí está su reserva. Tenemos listo su cuarto, es el número 168, con cama individual. Tal como usted lo pidió.
—Creo que hay un error señorita — su voz era grave pero cordial — yo pedí el cuarto número 178, lo pedí justamente porque es el que suelo utilizar cuando vengo de vacaciones a este país, además ese cuarto tiene cama doble.
—¿El 178? —Me quedé helada, no podía ser, había metido la pata otra vez—. ¿Está usted seguro? En mi registro aparece el número 168. —No debía desesperarme, tal vez aún estaba disponible la habitación que él pedía. Revisé el registro pero me llevé una desilusión tremenda al ver que ya estaba ocupada por un matrimonio que había ingresado en el turno de la mañana. Si yo hubiera anotado bien el número de registro a tiempo, esa habitación le correspondería al señor—. Le ruego que me disculpe señor Duncan, el cuarto número 178 ya está ocupado y no nos quedan más habitaciones con cama doble disponibles.
—¿Pero cómo puede ser? —su rostro pasó de amable a intrigado en pocos segundos— si yo pedí claramente ese cuarto, ¿cómo es posible que no esté disponible? Exijo hablar con el encargado.
—No señor Duncan, por favor, sea considerado. Fue sólo un error de tipeo o tal vez oí mal el número. Pudo haber sido una interferencia en la línea telefónica. Si usted habla con el encargado me van a despedir, ya me lo dijeron. Intentemos buscar otra solución, por favor.
—No se me ocurre ninguna —a pesar de eso se veía sereno otra vez— pero no soy un ogro, no quiero dejarla sin trabajo. Déjeme pensar en algo —meditó durante unos segundos hasta que por fin dijo:— Quería ese cuarto porque planeaba llamar a una “dama de compañía”. ¿Sabe a qué me refiero? —asentí con la cabeza—. Podría arreglármelas con la cama individual, haría ese cambio sólo si usted corre con los gastos de esta “dama de compañía”.
—Me parece justo, permítame compensarlo por mi error. Yo cubro los gastos señor —prefería perder algo de dinero a perder mi empleo.
—Está bien… ¿cómo es su nombre? 
—Me llamo Agustina.
—Encantado, Agustina. Llame a este número y pida que manden a una muchacha pelirroja a las 21 hs.
—Pelirroja, 21 hs. Prometo no equivocarme esta vez.
Ya más calmada ingresé al señor Duncan a la habitación número 168 y continué trabajando hasta que terminó mi turno, a las 20 hs. Fui hasta el bar del hotel y desde allí llamé al número en la tarjeta. Me atendió una mujer que parecía ser madura. Le pregunté si aún le quedaban disponibles muchachas pelirrojas, cuando me contestó que sí consulté por el precio y cuando me lo dijo me dio un ataque de pánico. Era una fortuna, no creía que pudiese costar tanto una prostituta. Por los nervios terminé cortando el teléfono sin despedirme. Me encontraba en un grave problema. 
Por segunda vez en el día le había fallado al señor Duncan. Seguramente se enojaría mucho conmigo y esta vez si me delataría. Intenté calmarme y pensar en alguna solución pero no se me ocurría ninguna buena. Pasaron los minutos sin que me diera cuenta y ya eran casi las 21 hs, debía hacer frente a mis problemas. Fui hasta la habitación de Arthur Duncan a confesarle lo ocurrido.
—Hola… Agustina —recordaba mi nombre— pensé que era la “dama de compañía”
—Justamente sobre eso vengo a hablarle —me mordí el labio inferior, ya no había vuelta atrás—, Discúlpeme otra vez señor Duncan pero no dispongo de tanto dinero. No puedo pagar por su chica —clavé la mirada al piso.
—Esto cambia las cosas, ahora tendré que hacerme cargo de los gastos de la chica y quedarme en una habitación que no es la que pedí. Está bien, no se preocupe. Puede retirarse.
—Perdóneme señor. Sé que no es justo que usted salga perdiendo por culpa de mis errores, por eso quiero proponerle algo. Permítame ser su “dama de compañía” sin costo alguno.
—¿Qué, tu niña? No es posible. De ninguna manera. Eres muy bonita, no lo voy a discutir; pero a mí me gustan las mujeres experimentadas en el sexo. Tú no pareces tener mucha experiencia. Además nunca estarías dispuesta a hacer ciertas cosas.
—Haría lo que fuera necesario, por favor permítamelo. Y… no soy virgen precisamente. Sé cómo hacerlo. 
—Te noto muy convencida. ¿De verdad quieres hacer esto? Veremos que tan dispuesta estás, entra. —se hizo a un lado permitiéndome pasar y así lo hice, aunque casi temblando por los nervios—. Como verás la cama es muy pequeña, habrá que ingeniárselas un poco.
—Eso no es problema, hay lugar suficiente —le aseguré, sabía de lo que hablaba porque durante varios meses visité a mi novio en su casa y él tenía una cama individual, eso no nos impedía tener relaciones. 
—¿Tienes novio Agustina? —me sobresalté porque parecía que estaba leyendo mis pensamientos.
—Si tengo, desde hace casi un año, vivimos juntos en un departamento desde hace tres meses.
—¿Y aún así estarías dispuesta a hacer esto? 
Contesté que sí con la cabeza. Me dolía mucho tener que engañar a mi novio pero conservar mi trabajo era lo más importante en ese momento. 
—Le cuento que me agradan las mujeres sumisas, que hacen lo que yo les pido cuando se lo pido. Pero no tengas miedo, no le voy a pedir nada fuera de lo normal, así que no tenga miedo. 
Asentí nuevamente con la cabeza, sus palabras me tranquilizaban un poco. Me quedé quieta aguardando que me indicara lo que debía hacer.
—Esto es un poco extraño. Hay una razón por la que suelo frecuentar mujeres con experiencia en el tema, pero eres muy bonita y no me gustaría desperdiciar una oportunidad como ésta. 
—¿Cuál es esa razón?
—Me gusta que me cuenten de sus vivencias sexuales. A veces eso me estimula más que el sexo. ¿Usted estaría dispuesta a hacer eso?
—Em… sí, claro. Por supuesto —dije, ruborizándome. 
Debo admitir que el señor Duncan es atractivo y tiene mucho encanto. Empecé a sentirme más cómoda en su presencia.
Sin decir otra palabra comenzó a desvestirse, primero se quitó la camisa y pude ver unos definidos pectorales con poco bello, seguramente hacía mucho ejercicio. Su piel era brillosa lo cual resaltaba el contorno de sus músculos. Luego se sacó los zapato y acto seguido se bajó los pantalones junto con su ropa interior, me quedé anonadada con la mirada fija en su miembro, era grueso y colgaba como la trompa de un elefante, a pesar de estar en estado de reposo, ya era más grande que el de mi novio.
—Puedes quitarte la ropa —me dijo amablemente.
Sin dejar de mirarle el pene comencé a quitarme todo, no quería demorarme, era más fácil desvestirse sabiendo que otra persona ya lo había hecho. Mis pechos no eran muy grandes, pero si eran redondos con los pezones color marrón oscuro, mi cadera era ancha y mi entrepierna había sido afeitada varios días atrás por lo que se veían algunos pelitos cortos recién crecidos. Sólo comencé a depilarme porque mi novio actual me lo pide, antes no lo hacía tan seguido, sólo ocasionalmente. Mis labios vaginales eran robustos y hacían resaltar mi clítoris, el cual se asomaba un poquito para afuera. Noté que Arthur me estudiaba con la mirada.
—Podrías comenzar por tenderte en la cama —titubeé unos segundos pero luego obedecí, me acosté en la cama —me gustaría ver cómo te tocas.
Me sorprendió un poco su pedido ¿acaso quería que me masturbara frente a él? Pensé que sólo tendría que abrir las piernas y ser penetrada. No quería desilusionarlo, por lo que no me negué. Aunque me moría de la vergüenza pasé suavemente los dedos sobre mi vagina, él se paró cerca de mí, con sólo estirar el brazo hubiese podido tocarlo pero en lugar de eso me concentré en tocar mi cuerpo. Masajeé suavemente mis pechos y recorrí mi entrepierna con los dedos, como suele ocurrirme, no pasó mucho tiempo hasta que estuve completamente mojada, suelo lubricar mucho, lo cual a veces agrada a los hombres. 
—Mete tus dedos —me pidió Arthur, su pene seguía colgando ante mis ojos. Obedecí nuevamente, introduje un dedo en mi vagina y lo moví dentro, supuse que mientras más era mejor, por eso metí un segundo dedo y estimulé mi clítoris usando mi otra mano. 
Todavía me resultaba difícil de creer que estaba masturbándome frente a un completo desconocido, pero mi cuerpo estaba reaccionando en forma positiva, ya podía sentir el líquido fluyendo entre mis piernas y mi respiración agitándose, aunque me esforzaba para que no se notara. 
—Quiero conocer mejor a Agustina —y eso que ya me estaba viendo completamente desnuda. Tomó su grueso pene con una mano y comenzó a estimularlo suavemente—. ¿Qué podrías contarme de tu vida sexual? ¿Practicas el sexo oral? —El tipo no andaba con rodeos, sólo llegué a asentir con la cabeza—. Cuéntame sobre eso ¿con quién lo haces?
—Con mi novio, a veces… si me lo pide —respondí en voz baja.
—¿Alguna vez lo hiciste con alguien que no fuera tu novio? Quiero que me cuentes sin dejar de tocarte. —Estaba intentando recordar las veces que lo había hecho. No eran pocas, no sé por qué me acordé especialmente de una ocasión.
—Una vez se lo hice a un chico que no conocía —era cierto, aunque en ese entonces era más joven e imprudente—. Fue en una discoteca. —Mientras recordaba ese momento metía y sacaba los dedos de mi concha, me veía a mi misma arrodillada entre el gentío apenas oculta bajo una escalera mamándosela a este chico, la música estaba a todo volumen y yo me sentía algo atontada por el alcohol.
»Esa noche yo había tomado más de la cuenta y el chico me había provocado todo el tiempo, se pegaba a mi mientras bailaba o me tocaba indiscretamente, en un momento tomó mi mano, la introdujo en su pantalón y me hizo tocar su pene, desde ese momento ya no pude resistirme, lo guié hasta la escalera que subía al segundo piso y nos escondimos debajo, siempre había gente haciendo chanchadas allí porque era el punto más oculto y oscuro del lugar.
Mientras veía el pene de Arthur creciendo me sentía más promiscua, quería contarle sobre mis experiencias más eróticas.
—Estaba muy excitada, lo admito. Así que me arrodillé, le abrí el pantalón y comencé a chupársela. No sé durante cuánto tiempo estuve haciéndolo, sólo recuerdo que en un momento él terminó dentro de mi boca.
—Cuéntame más —insistió Arthur—. ¿Qué otra experiencia de ese tipo has tenido? —Su mano masajeaba su pene a lo largo, éste estaba completamente afeitado y brillaba ante mis ojos.
—¿Con el sexo oral? Bueno, en una ocasión, con mi novio. Emm… con otro novio, uno que tuve antes. El de ahora no sabe nada sobre esto. En fin, estaba con ese chico en la casa de uno de sus amigos… —me estaba masturbando cada vez más rápido—. La cosa se puso un poco picante, ambos me halagaban, especialmente por mi cola y mi ex comenzó a tocármela como para mostrarle a su amigo lo firme que estaba, hasta lo invitó a que tocara. Entonces empezaron a manosearme entre los dos. Se zarparon bastante. Me pasaron la mano por acá —deslicé mis dedos por la raya de mi vagina—. E intentaron meter los dedos dentro del pantalón, entonces el que era mi pareja se bajó el pantalón y me pidió que se la chupe. Así nomás… adelante de su amigo. “Haceme un pete”, me dijo. “Mostrale lo bien que chupás pija y lo mucho que te gusta”. 
»Normalmente me hubiese rehusado a ese pedido de no haber estado tan excitada. Presa de la calentura le indiqué que se sentara en un sillón y me arrodillé, comencé a mamársela con ganas. Su amigo se quedó mirándonos un rato, aunque no parecía sorprendido, simplemente se deleitaba con la vista, en un momento él se sentó al lado de mi ex, sacó su pene y comenzó a tocarse. Sonreí porque entendí perfectamente lo que me sugería, no lo hice esperar, se la chupé a él también. Era muy lindo tener dos vergas para mi solita, chupaba un rato cada una y también los masturbaba, lo disfruté mucho. Me sentí especial, había visto videos porno de mujeres chupando dos vergas a la vez; pero no creí que yo pudiera ser esa clase de chica. ¿Entiende a qué me refiero?
—Entiendo perfectamente.  
Arthur Duncan se acercó más hacia mí, me ofreció su venoso y oscuro miembro, incliné un poco la cabeza hacia atrás y abrí grande la boca. Su falo se clavó hasta mi garganta. Tenía un sabor agradable y se sentía muy firme, le pasé la lengua como si fuese un helado. Se me electrizó todo el tiempo. ¿De verdad estaba actuando como una prostituta? Técnicamente este es un intercambio por dinero. Yo debía pagarle su puta, pero no me alcanza, por eso ahora la puta soy yo… 
Carajo. Siempre creí que si algún día me ofrecían dinero por sexo, me ofendería, diría que no de inmediato. Pero… mírenme. Me estoy comiendo la inmensa verga del señor Duncan y ni siquiera lo dudé. 
Al principio me había masturbado manteniendo las piernas juntas, pero ahora con tanta excitación, lo hacía con las piernas bien abiertas y metiéndome los dedos sin miramientos. La saliva chorreaba por la comisura de mi boca ya que con semejante pedazo de carne dentro me era imposible retenerla. Me debatía entre la decencia y la lujuria, nunca había estado con un hombre mientras estaba de novia, siempre había sido fiel… bueno esa vez con mi ex y su amigo no cuenta, porque al fin y al cabo mi novio estaba presente, esta era la primera vez que engañaba a mi pareja y me sentía culpable de estar disfrutándolo. El placer que me producía el sexo muy a menudo me llevaba a cometer locuras y a no medir mis actos. Saqué el pene de mi boca y volví a recorrerlo con la lengua, especialmente en la zona del glande. Bajé un poco y lamí sus testículos, me gustaba hacer eso y estos tenían buena pinta. Eran grandes bolsas negras con un pesado relleno, colgaban plácidamente y me provocaba tocarlos. Arthur acercó su mano a mi vagina y comenzó a introducirme sus gruesos dedos.
—¿Pasó algo más con tu ex novio y su amigo? —quiso saber.
Para responderle me vi obligada a dejar de mamársela, pero eso me permitió disfrutar mejor de sus toqueteos. Recordé que él me había dicho que le gustaba que las mujeres hicieran lo que les pida y como no quería fallarle decidí contarle la historia completa, nunca antes se lo había contado a nadie.
—Pasó algo más —continué relatando—. Estuve un rato largo chupándosela a los dos pero antes de que acaben me puse de pie dando por terminado lo que yo tomé como una simple broma o un juego divertido, pero ellos no lo veían de la misma manera. Se pararon a mi lado y comenzaron a toquetearme, ya eran mucho más insistentes que la vez anterior, pasaban mis dedos por la zona de mi vagina o intentaban meter sus manos dentro del pantalón, a veces lo lograban y me tocaban el clítoris o la cola. Yo me reía pero intentaba que se detengan, pero con esos manoseos y el ver sus penes erectos, me estaba poniendo cachonda. Hasta que no aguanté más. Como loca comencé a desprenderme el pantalón y lo bajé hasta las rodillas, me puse dándole la espalda al amigo de mi ex y con una mano guié su verga hasta que quede en la entrada de mi concha, luego empujé con mi cadera hacia atrás, me entró toda muy fácil ya que estaba muy mojada. Mientras este chico me cogía, yo aproveché para seguir chupando la verga que me quedaba disponible —el recordar cómo me penetraban me hizo desearlo mucho, por eso interrumpí mi relato y me puse en cuatro sobre la cama apuntando mi trasero hacia el negro—. Métamela señor Duncan —le rogué abriendo mis nalgas con las manos. Él sostuvo su verga apuntando hacia mí.
—Métela tú —me ordenó. 
No me negué, tal como había hecho con el amigo de mi ex, comencé a retroceder a medida que la verga se me metía, se sentía de maravilla, me estaba abriendo en dos, pero yo la quería más adentro. Nunca había sentido mi concha tan dilatada, parecía que iba a rasgarse en cualquier momento, pero no me importaba, me moví para adelante y para atrás haciendo que se me clave bien duro. Me fue imposible no gemir cuando la verga se clavaba en mí. 
—Cuéntame más —me pidió el moreno.
—Luego ellos intercambiaron lugares, mi ex se sentó en el sillón y yo me acomodé sobre él dándole la espalda, su amigo me ofreció su verga y comencé a mamársela. Recuerdo que al chico le gustaba mucho cuando le lamía los testículos, tanto que cuando se los estaba chupando sentí como un líquido tibio caía sobre mi rostro, estaba acabando, antes de que todo el semen salga, me metí la verga en la boca y ésta se me llenó de leche. Me la tomé toda mientras meneaba mi cadera para sentir más adentro el otro pene. —Arthur me sostenía por la cintura mientras bombeaba suavemente—. Estaba disfrutando mucho, tanto que quise experimentar algo con lo que fantaseaba en mis ratos de calentura. Se la chupé un rato al que recién había acabado hasta que se puso dura nuevamente, entonces me di vuelta mirando de frente a mi novio, me monté sobre él y con las manos abrí mis nalgas. Su amigo entendió perfectamente lo que le pedía y yo me preparé para la embestida. Sentí inmediatamente como la verga se metía en mi culito, me provocó un dolor punzante pero yo estaba tan caliente que le pedía más, él seguía empujando como si quisiera partirme al medio. Parecía un conejo en celo dándome embestidas cortitas y rápidas, me dolía bastante pero de a poco sentí como se deslizaba con más suavidad dentro de mí y comencé a sentir placer. Ahí me dispuse a disfrutar de la doble penetración. Me gustó tanto que gemí como una loca en celo, me partieron por los dos lados y tuve un delicioso orgasmo. Para colmo luego fue mi novio el que quiso darme por la colita y no me pude negar. Me arrodillé en el piso y ahí quedé a merced de ellos, primero me penetró mi ex y luego le cedió el lugar a su amigo, así estuvieron los dos dándome por el culo por turnos, no sé cuánto tiempo pasó porque me dejé llevar por el enorme placer que me producía la penetración anal, a veces acababan ahí dentro, aunque eso no le impedía al otro seguir dándome y cuando se recuperaban volvían a metérmela, todo eso sirvió para que mi colita quedara bien abierta y dispuesta.
—Al parecer no te has privado de nada —dijo Arthur mientras me metía el pene más adentro. Se lo notaba muy excitado pero su respiración apenas se había alterado —dime Agustina, ¿has tenido experiencia con mujeres? — la pregunta me tomó por sorpresa.
—¿Eh?... no… no tuve —respondí mientras mi vagina se abría cada vez más.
—Es una lástima, me hubiese gustado escuchar la historia.
—Lo más parecido a una experiencia lésbica que tuve en mi vida son los toqueteos de mi jefa. 
—¿Ah sí? ¿Le gusta tocarte?
—Sí, y últimamente lo hace cada vez más seguido. Será porque yo no le digo nada. 
—¿Y de qué forma te toca?
—Mmm… me acaricia las nalgas y a veces mete su mano debajo de mi pollera. Me roza la vagina con los dedos; pero no mucho más.
—¿Y por qué se lo permitís? ¿Te gusta que una mujer te toque?
—No me disgusta. Creo que se lo permito porque me siento culpable por todos los errores que cometí en mi trabajo. Es mi forma de compensarla. Oiga, señor Duncan ¿Por qué le gusta tanto que le cuenten anécdotas sexuales?
—Es lo que más me estimula. —Su acento era extraño pero agradable, me cogía con mucha suavidad pero era muy efectivo—. Es como vivir varias experiencias sexuales al mismo tiempo y me gusta conocer a las mujeres con las que me acuesto. Además tú las narras de maravilla. —Me sentí halagada con su comentario aunque un poco avergonzada por haberle revelado tantos detalles de mi vida íntima.
Me tendí en la cama, quedé mirando el techo, abrí las piernas y volví a recibir esa gran serpiente negra en mi interior.
—Seguramente has tenido más experiencias como esa —dijo Arthur con su voz profunda—. Cuéntame más.
Lo miré directamente a los ojos, no podía rehusarme, pensé en alguna de mis tantas experiencias o experimentos con el sexo, tenía que ser alguna muy especial, mientras pensaba comencé a masajearme los pechos y a pellizcar mis pezones, no pude evitar gemir al hacerlo. Supe de inmediato qué historia debía contarle.
—Esto sucedió un tiempo después de la “aventura” con mi ex que te relaté anteriormente. —El negro comenzó a cogerme más lento como para permitirme hablar más cómoda—. Una tarde fui a una tienda de ropa y aunque la tienda ya estaba cerrada cuando llegué, pude convencer al dueño de que me dejara comprar algo, que era urgente. Necesitaba un pantalón nuevo y bonito para poder salir a bailar con mis amigas esa misma noche.
»“Las mujeres tardan mucho tiempo en elegir ropa”, me dijo el tendero con tono serio. “Le prometo elegir algo rápido y me voy”, le aseguré. Cuando por fin accedió me dejó pasar pero cerró la tienda para que no siguieran entrando potenciales clientes. El comerciante era un hombre de unos 40 años, algo canoso, pero en buen estado físico. Llevaba un cartelito en el bolsillo de su camisa que decía Jorge, supuse que ése sería su nombre. Me tendió unos cuantos pantalones ideales para fiestas poco formales, me decidí casi sin pensarlo para no demorar, era blanco y tenía algunos brillitos, nada muy exagerado. Le pregunté si podía medírmelo y me miró con cara de pocos amigos pero le dije que si me lo probaba era la única forma de irme rápido. De mala gana me señaló donde estaban los probadores. 
»Tuve que esforzarme para ponerme el pantalón, era mucho más pequeño de lo que yo creía pero no quería salir y decirle al tipo que mejor llevaba otro, me mataría. Hasta llegué a sacarme la bombacha porque me incomodaba mucho a la hora de ponerme el diminuto pantalón, luego de un poco de esfuerzo y sin ropa interior, logré abrocharlo con un botón que se pasaba por un ojal, como el botón de un jean. No me quedó mal, pero estaba sumamente ajustado. No me molestaba usar pantalones ajustados, resaltan mucho mi cola, pero éste ya se excedía. Me marcaba toda. Mi cola estaba levantada y apretada dentro de él, hasta me marcaba la división de la vagina y eso ya me parecía demasiado atrevido. De inmediato intenté quitármelo, debería decirle al hombre que necesitaba otro igual pero con un par de talles más, pero hubo un problema. El botón no se movía ni un milímetro, estaba apretado contra mi vientre y era imposible volver a pasarlo por el ojal. Lo forcé durante un rato hasta que el dueño del negocio me preguntó si tenía algún problema, parecía muy molesto. No me quedó otra alternativa que decirle lo que ocurría. 
»Salí del probador y le pedí que me ayudara a desprender el pantalón, me moría de vergüenza ya que mi figura estaba totalmente expuesta, hasta parte de mi pubis podía verse ya que el pantalón no llegaba muy arriba en mi cintura. El tipo me miró detenidamente y no dijo nada, se acercó a mí y se arrodilló quedando frente a mi vulva marcada, yo temía que la blanca tela del pantalón le permitiera ver qué había debajo, yo misma podía ver una zona más oscura, donde se encontraba mi vello púbico. Agarró el botón con la punta de sus dedos e intentó desprenderlo, sin éxito. Inspiré para meter un poco la panza esperando que eso ayude en algo, él intentó bajar el pantalón tirando por los lados pero también fue inútil. 
»“No quiere salir”, dijo poniéndose de pie y rascándose la cabeza. “Tendremos que probar otra cosa”. Al decir esto se colocó detrás de mí y me rodeó con sus brazos hasta agarrar el botón, supuse que de esa forma podría agarrar mejor el botón y ejercer más fuerza. Su pecho quedó contra mi espalda, me pegué a él para que no tuviera que estirar tanto sus brazos. Me daba la impresión de que mi cola parecía más grande de lo normal e intentaba mantenerla alejada de él, pero fue tan inútil como desabrochar el botón. Mi cola rozaba constantemente contra su bulto. 
»Me di cuenta que mientras él intentaba desprender el pantalón aprovechaba la oportunidad para frotarse contra mi cola, aunque lo hacía de forma un poco disimulada. En ocasiones, con ese mismo disimulo, estiraba sus dedos un poco más de la cuenta y rozaba mi zona más íntima. Lo peor de todo era que ya podía sentir su miembro creciendo, me moví incómoda pero eso sólo provocó que el tipo se pegue más a mí. Comenzó a tirar del pantalón con fuerza hacia abajo y gracias a estos movimientos bruscos tenía la oportunidad de tocar mi entrepierna. Al tener el pantalón tan ajustado sentía como si me tocara directamente. Cerré mis ojos intentando escapar de la situación pero eso empeoró las cosas, con los ojos cerrados era mucho más consciente de esos toqueteos. Podía sentir su miembro, ya más grande, entre mis nalgas y parecía estar creciendo cada vez más. Por una reacción instintiva yo también tiré del pantalón hacia abajo y moví mi cadera de un lado a otro intentando bajarlo pero ese movimiento rítmico provocó que el pene del comerciante se pusiera totalmente duro y se encajara entre mis nalgas con poca resistencia. 
»De pronto noté que el pantalón se deslizaba un poco hacia abajo, no mucho, sólo unos centímetros pero como no tenía ropa interior mi vello púbico quedó expuesto en parte. El hombre no podía verlo desde atrás pero sí pudo sentirlo cuando volvió con sus dedos al botón, sus pulgares rozaban mis negros pelitos. Mi cola estaba parada y recibí un par de embestidas de su parte directamente en la zona de mi vagina, la tela parecía meterse dentro de mí agujero cuando él presionaba. Pude sentir como mi sexo se humedecía y se abría hasta que se me escapó un gemido. En cuanto tuve ese acto fallido el hombre pasó uno de sus dedos todo a lo largo de mi concha, pude sentir la presión en mi clítoris. La tela del pantalón parecía ser más delgada de lo que yo creía. 
»El tipo dio otro tirón al pantalón desde atrás y logró que éste bajara dejando expuesta la mitad de mi cola, esto fue un problema ya que ahora él podía presionar más contra ella con menos obstáculos por delante. Todo pasaba muy rápido y yo no pensaba con claridad. No me aparté de él. Sentí uno de sus dedos tocando la zona de mi clítoris aunque seguía intentando desprender el botón. Mis pezones se estaban endureciendo y rozaban contra la tela de mi corpiño. 
»Con un ágil movimiento, el hombre logró sacar su pene de su pantalón, me sobresalté un poco cuando lo sentí directamente contra la piel de mi cola, pero tenía un nudo en la garganta, no pude decirle nada. Empujó hasta que su miembro se metió entre mis nalgas y lo sentí presionando contra el agujero de mi culo. Intentó avanzar un poco más como si intentara penetrarme pero me tranquilicé, su pene y mi cola estaban sin lubricar, no podría meterla fácilmente. Él notó esto, entonces apuntó hacia otro lado, su pene se introdujo hacia abajo quedando muy apretado entre mi cola y el pantalón, pero su glande quedó justo donde estaba mi conchita húmeda y me asusté, hasta sentí mi vagina abriéndose como si quisiera dejarlo entrar. Rápidamente me aparté de él, pero sin hacer un escándalo, ni siquiera me di vuelta porque no quería ver su verga parada, pero si subí el pantalón y éste quedó como al principio.  
»“Deberías agacharte”, me dijo “Eso hace que la tela del pantalón se estire, eso podría ayudar un poco”.  La idea parecía tener sentido, le obedecí y me agaché como una rana. Esto fue un gran error. Escuché el sonido que produjo la tela al rasgarse, había roto el pantalón. Me pare rápidamente para no empeorar los daños. Me sentí más avergonzada aún. Le pedí perdón y le pregunté si se había roto mucho. Cuando lo escuché decir “Mmm… a ver” me di cuenta de que sonaba un tanto molesto. Empujó mi espalda suavemente hacia adelante, esto hizo que me inclinara bajando mi pecho y levantando mi cola, me vi obligada a separar levemente mis piernas para no perder el equilibrio. Ni siquiera quería pensar en lo que el vendedor debería estar viendo. “Parece que no se rompió mucho”. Sentí sus dedos muy cerca de mi vagina, estaba tocando la tela del pantalón justo donde ésta se había rasgado, sus dedos rodearon mi vulva por completo. Me puse colorada al saber que mi sexo había quedado expuesto. Él intentaba inspeccionar la rasgadura y movía la tela lo poco que podía ya que aún se mantenía muy apretado, comencé a sentir como ésta presionaba toda mi vulva y la hacía sobresalir por el agujero, seguramente se vería hinchada y jugosa, tal vez algo rosada y con algunos pelitos negros asomándose. “Al parecer la tela no se rompió”, dijo “Sólo se soltaron las costuras”. Me apretó la concha por los lados usando sus fuertes dedos como una tenaza. “Nada que una máquina de coser no pueda arreglar”, me decía mientras tocaba. Sus dedos trabajaban rápidamente y con precisión, era como si intentara quitar los hilos rotos uno por uno, pero al mismo tiempo tocaba mis labios vaginales. Podría haberme ido corriendo del local y no volver nunca más, pero mi excitación me impedía hacerlo. Mi concha estaba toda mojada. 
»“Espero que lo pueda arreglar”, dije a manera de disculpa. “Con tanta carne es lógico que la tela no aguante” ¡Qué descarado! Me acusó de ser culona…
—Y tenía razón —dijo Duncan entre risas. 
—Bueno, sí… soy culona. Pero en ese momento me molestó un poco. Para colmo aprovechó para pellizcar uno de mis labios vaginales. El muy caradura lo hizo como si fuera una tía pellizcando los cachetes de sus sobrinos. Seguramente sus dedos se habían humedecido con mis fluidos. Me vi obligada a apoyar las manos sobre mis rodillas por culpa de la incómoda posición, esto hizo que mi cola quedara más parada. “Puede que el pantalón se haya aflojado un poco”, continuó diciendo “Todavía no sé cómo pudiste ponértelo, a ver si lo abrimos con cuidado sin que se rompa mucho”
»Al decir esto comenzó a hurgar con sus dedos, con movimientos minuciosos intentaba seguir abriendo el agujero del pantalón intentando no romperlo de más, pero sus dedos no paraban de rozar mi zona íntima, a veces agarraba uno de mis labios vaginales y lo movía hacia adentro, como si quisiera apartarlo, yo me mojaba cada vez más y ya era evidente. “Se te está saliendo el juguito”, me dijo al mismo tiempo que uno de sus dedos tocaba el agujero de mi concha. Lo movió en círculos y hasta yo pude sentir lo mojada que estaba. No le dije nada por su impertinencia. Siguió con su “trabajo” de abrir más el pantalón y cuando tiró de la tela hacia afuera sentí sus pulgares en el centro de mi concha, introduciéndose lentamente, escuché la tela rasgándose otra vez y los dedos se me metieron por completo de un solo empujón, me hizo estremecer pero cuando estaba por decirle algo él los sacó, ahora el pantalón dejaba parte de mi cola a la vista pero él pareció ignorar este detalle, en su lugar dijo: “Estás chorreando como una canilla rota” Y yo por dentro aguantándome las ganas de putearlo. Qué hijo de puta, cómo me tocaba. 
—¿Y qué hizo después?
—El muy degenerado acercó su cara a mi sexo y me chupó con fuerza, sentí como se tragaba mis fluidos. “No haga eso”, le reproché e intenté apartarlo con una mano pero él no se movió. Atrapó uno de mis labios vaginales entre los labios de su boca y apretando fuertemente lo chupó. Sentí como mi labio se estiraba hacia atrás cuando yo le empujaba la cabeza— ¡Ahhhhhhh! —se me escapó un gemido de placer y cerré mis ojos automáticamente.  
—Puedo tomar esto como parte de pago por el pantalón roto — me dijo antes de volver a darme otra lamida, recordé que debería pagarle por un pantalón que ya no serviría para nada ni podría usar y además debía comprarme uno nuevo, no tenía tanto dinero así que decidí hacerme la tonta y lo dejé chupar, pero me era imposible no notar su lengua hurgando todo mi agujero y clavándose en él con mucha facilidad me daba chupadas firmes que me hacían mojar al instante, no podía parar de gemir de placer. Su lengua comenzó a subir y me lamió la cola, eso me hizo calentar más. 
A mi derecha había un taburete que servía para que la gente pueda sentarse, era bajito y con la forma de un cubo, instintivamente subí mi pierna derecha a él quedando bien abierta, el tipo se colocó debajo de mí y siguió lamiéndome toda, desde el clítoris hasta la cola. Nunca me la habían comido con tanta destreza, pero después de unos segundos me aparté y le dije: “Ya es suficiente”. volví a pararme, podía ver toda mi concha al aire y completamente mojada, hasta los pelitos negros estaban húmedos. “Todavía no”. Él tenía otros planes. Se sentó en el pequeño taburete con la pija parada agarrada con una mano. “Ahora tenés que…” 
»Ni siquiera esperé a que terminara de hablar, me arrodillé delante de él, aparté mi cabello hacia un lado para que no me molestara y me metí la verga en la boca. Empecé a mamársela con fuerza, comiéndome su glande e introduciéndolo bien adentro. Lamí sus testículos para hacerlo excitar más y seguí lamiéndole el tronco. No era una verga muy larga, pero si era ancha y me costaba tragarla. Movía mi cabeza de arriba abajo frenéticamente como si fuera una actriz porno, estaba muy excitada. Me toqué el clítoris sin parar de chupar y tuve un jugoso orgasmo que intenté disimular manteniendo la verga bien metida en mi boca. Pocos segundos después sentí el espeso y tibio semen emanando a chorros dentro de mi boca, intenté tragar todo lo que pude pero no podía contenerlo todo, parte del semen terminó chorreando fuera de mi boca y bajando por mi barbilla y goteando sobre mis pechos. El tipo soltó un suspiro cuando acabó y yo me puse de pie. 
»“Me quiero sacar el pantalón” le dije “Me cambio y me voy”. Ya no me interesaba comprar nada, me sentía sumamente avergonzada y quería irme a mi casa. “Qué lastima”, me dijo el tendero. “Con lo bien que te queda el pantalón así, todo roto”. Volvió a pararse detrás de mí y me aferró con sus brazos. “Sería una pena que te lo saques”. Sentí su verga entre mis nalgas, aún se mantenía erecta, con sus dedos comenzó a tocarme el clítoris, cerré mis ojos y comencé a gemir, su verga estaba húmeda por la chupada que le di y mientras me tocaba podía sentir el sabor a semen fresco en mi boca, me estaba excitando muchísimo. “Este culo es una mantequita”. Me dijo mientras ponía su pene directamente contra el agujero de mi culo. “Pide a gritos que le metan un buen pedazo, mirá  se te abre solito”. Podía sentir como el glande iba abriéndose camino de a poco pero el tipo dejó de empujar, solo sentía una puntita queriendo entrar y sus dedos masturbándome. 
»No aguantaba más, quería que me partiera al medio, de a poco comencé a empujar con mi cola hacia atrás y podía sentir cómo mi agujero se iba abriendo a medida que la pija entraba. De golpe el glande entró como un corcho en una botella, me dolió un poco pero a la vez me llenó de placer, solté un gemido de placer. Seguí presionando hasta que toda la verga me quedó bien metida en el orto y ahí fue cuando el tipo comenzó a darme con fuerza. 
»Decidí ponerme de rodillas sobre el taburete y ofrecerle mi culo abierto al vendedor que no tardó en metérmela toda otra vez y agarrarme de la cintura para darme una cogida monumental. Su ritmo era constante y su verga se deslizaba suavemente, entrando y saliendo de mi colita con total facilidad. Me quité la remera y el corpiño tan rápido como pude y él me agarró las tetas con firmeza y comenzó a masajearlas. El jugo chorreaba por mis piernas, estaba muy mojada y con ganas de tener más orgasmos. Mis deseos se cumplieron repetidas veces. Estuvimos cogiendo mucho rato, no sé exactamente cuánto, pero el tipo me dio por la cola todo el tiempo, me puse de espalda contra la alfombra y me hizo abrir las piernas para recibir nuevamente su verga por el agujero de atrás, me hizo gozar aún más que mi propio novio, el tipo parecía tener mucha experiencia en el tema. 
»Cuando estuvimos ambos satisfechos, me permitió lavarme en el baño y me regaló dos pantalones muy bonitos, pero estos eran de mi talla. Le agradecí y antes de salir de la tienda le di una rápida chupada a la verga, a manera de despedida. 
Terminé de contarle mi relato al señor Duncan y me quedé montando su dura verga, dándole la espalda. Gemí como una puta, nunca había gozado tanto con un miembro masculino. Justo en ese momento mi celular sonó. Era mi novio. Me di cuenta de que él se estaría preocupando por mí. Cuando atendí me preguntó por qué no había llegado a casa todavía. Ya casi era media noche. 
—Perdón, amor… es que… ufff… uff… tuve que trabajar hasta tarde…
—¡Mentira! —Chilló—. Recién hablé con tu jefa y me dijo que tu turno terminó hace rato. Además… te noto agitada. ¿Estás con otro tipo?
En una situación normal hubiera evaluado mi respuesta; sin embargo estaba tan excitada que hablé sin pensar.
—Sí. Me está cogiendo un negro con la pija enorme. 
—¿Me estás cargando?
—No, amor… no es broma. Es la pura verdad. Lo conocí en la recepción del hotel y… estamos en la cama. —Pensé que me gritaría mil barbaridades. En lugar de eso se quedó mudo—. Amor… lo nuestro… em… ya no tiene sentido. ¿Sabés? Ni siquiera es la primera vez que te pongo los cuernos. Sos buena persona, pero… yo quiero vivir un poco la vida. Quiero tener mil anécdotas sexuales interesantes. Con vos no tengo ninguna. Ni una sola. Ya no me llames más. Te podés quedar en el departamento, yo me voy a quedar unos días en el hotel y después buscaré algo para alquilar. Hasta siempre.
No le di tiempo a responder. No quería escucharlo más. Mi relación con él ya estaba terminada y me sentí libre. Me puse en cuatro sobre la cama y abrí mi cola con las manos.
—Señor Duncan ¿le conté de la vez que dejé a mi novio para entregarle el culo a un negro pijudo en un hotel?
—Esa parece una historia de lo más interesante…
Acercó su enorme miembro viril y me ensartó hasta el fondo. Chillé de dolor y placer. Algún día le contaré a alguien más mis anécdotas sexuales y lo que pasó esta noche con el señor Duncan será la mejor de todas, sin lugar a dudas.

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A la mañana siguiente me desperté con un dolor de culo tremendo. El negro no me tuvo piedad… y yo tampoco se la pedí. Me dio tan duro y me gustó tanto que ahora solo quiero que me metan pijas enormes por el orto. No voy a perder el tiempo con pequeñeces. Él ya se había retirado de la habitación. Me pareció bien, estaba claro que yo era la aventura de una sola noche y no esperaba más. Me di una ducha, me vestí y fui directo hasta la oficina de mi jefa. 
La encontré sentada detrás de su escritorio hablando por teléfono. Me hizo una seña con el dedo al verme indicando que en breve me atendería. No esperé. Me acerqué y me senté en el escritorio, justo frente a ella. Levanté mi pollera para mostrarle que no me había puesto ropa interior y levanté mis piernas al mismo tiempo que abría la concha con los dedos. Ella se quedó anonadada. Cortó la llamada sin despedirse, me miró a los ojos y preguntó:
—¿Y esto?
—Es una compensación, por todos los errores que cometí. Sé que le gusto… y usted no está nada mal, para ser sincera. No puedo evitar cometer errores, soy muy distraída. Cada vez que me mande una macana, ésta será mi forma de agradecerle. Si quiere que estemos más cómodas, hasta tengo una habitación que ya está pagada por el resto del día.
—¿Qué pasa con tu novio? ¿No le molestará esto?
—Ya no tengo novio. No rindo cuentas a nadie… excepto a mi jefa. 
—Es la mejor noticia que podrías haberme dado, Agustina. 
Y se lanzó hacia adelante para comerme la concha. Se notó mucho que llevaba tiempo fantaseando con hacerlo y eso me hizo sentir halagada. 
—¿Por qué tenés el culo tan dilatado?
—Es una larga historia, como la pija que me metieron. Cuando quiera se la cuento. Ahora métame la lengua por atrás… quiero saber cómo se siente. 
Lo hizo con maestría, regalándome una nueva y hermosa sensación. 
Minutos más tarde nos trasladamos a la habitación 168. 
Allí tuve mi primera experiencia lésbica. Supe lo que es probar una mujer… y me encantó. ¿Por qué carajo no lo hice antes? Uf… de solo pensar en todas las chicas lindas que se me insinuaron y yo rechacé como una boluda. ¡Qué bronca!
—¿Dónde tenías escondida a esta Agustina tan puta? —Me preguntó Clarisa, cuando quedamos rendidas en la cama, desnudas y cubiertas de sudor. 
—Siempre estuvo ahí… detrás del mostrador de recepción, esperando a que le dieran permiso para salir. Pero esta puta ya no vuelve a pedir permiso. 
Y me lancé a chuparle la argolla una vez más.  
Me pregunto si el señor Duncan volverá algún día. Me encantaría poder contarle cómo le chupé la concha a mi jefa. 





FIN


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2 comentarios - Sherezade al Desnudo.

mca19000
Un placer leerte de nuevo.