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Capítulo 2: Entrenando a C

Una noche, después de una tarde intensa en el trabajo, C llegó a casa. Al entrar a la habitación, vio que M la esperaba con su gruesa pija erecta. Sintió la mirada de M sobre su cuerpo, especialmente en su culo. Eso excitó a C. En ese momento, supo que esa noche sería especial y que M tenía algo preparado para ella.

—Desnúdate —ordenó M, con voz firme.

C obedeció de inmediato, despojándose de su ropa mientras M la observaba con deseo. Quedó completamente desnuda frente a él, su cuerpo expuesto y vulnerable.

—Acuéstate boca abajo en la cama —continuó M.

C se acostó, sintiendo cómo su piel se erizaba al contacto con las sábanas. M se acercó y comenzó a acariciar sus nalgas, disfrutando de la suavidad de su piel. Luego, sin previo aviso, levantó la mano y la dejó caer con fuerza, azotando sus nalgas con un sonido fuerte que resonó en la habitación.

—¿Te gusta esto, perra? —preguntó M, su voz cargada de autoridad.

—Sí, amo —respondió C. Su voz temblando ligeramente de excitación.

M continuó azotándola, aumentando la intensidad con cada golpe. C gemía y se retorcía de placer, su cuerpo respondiendo a cada azote con una mezcla de dolor y excitación. Después de varios minutos, M se detuvo y comenzó a pellizcar sus nalgas, disfrutando de la reacción de C.

—Eres tan puta cuando te entregas a mí —murmuró M, inclinándose para besar su espalda.

M se levantó y le indicó que levantara su culo y se pusiera en cuatro. C obedeció, su respiración se aceleraba y sus ojos brillaban de deseo. M se acercó a su rostro y comenzó a aplicar una presión suave pero firme en su cuello, controlando su respiración.

C, perdida en una ola de placer, gimió fuerte, su cuerpo estremeciéndose mientras M aumentaba la presión en su cuello. La sensación de asfixia controlada la llevaba a un nuevo nivel de excitación, sus gemidos se intensificaron.

M liberó su cuello y bajó sus manos hasta sus pechos, pellizcando con fuerza sus pezones. C arqueó la espalda, levantando aún más su culo y gimiendo más fuerte mientras sus pezones se endurecían bajo la presión de los dedos de M.

—¿Te gusta esto, perra? —preguntó M, disfrutando de la reacción de C.

—Sí, amo —respondió C, su voz llena de deseo.

M continuó pellizcando y acariciando sus pezones, aumentando la intensidad con cada movimiento. Luego, bajó una mano hasta su clítoris, comenzando a frotarlo con movimientos lentos y deliberados.

—Eres mi perra, y siempre lo serás —murmuró M, susurrando al oído de C mientras sus manos seguían explorando su cuerpo.

—Soy tuya, amo —respondió C, su voz llena de entrega y deseo.

M aumentó la intensidad de sus caricias, llevando a C al borde del orgasmo. Mientras lo hacía, recogió sus jugos vaginales con los dedos y los usó para lubricar el culo de C, queriendo seguir experimentando la apertura de ese culo virgen.

—Quiero que te acostumbres a esto, perra —dijo M, deslizando su dedo pulgar lubricado en el ano de C.

C jadeó ante la nueva sensación, sintiendo cómo el dedo de M se deslizaba dentro de ella. La combinación de la excitación vaginal y la presión anal la llevaba a un nivel de placer aún mayor.

—Relájate y disfruta —ordenó M, moviendo el dedo dentro y fuera de su ano con movimientos lentos y firmes.

C obedeció, concentrándose en relajarse y dejarse llevar por las sensaciones. Su cuerpo temblaba de placer mientras M continuaba explorando su culo virgen, sus gemidos llenando la habitación.

—Eres una buena perra, aprendiendo a complacer a tu amo —dijo M, aumentando la intensidad de sus movimientos.

—Gracias, amo —respondió C, su voz llena de gratitud y deseo.

M, viendo cómo C estaba a punto de estallar, retiró sus manos de su cuerpo, negándole el orgasmo. C gimió de frustración y deseo, su cuerpo temblando de necesidad. M la miró con una sonrisa maliciosa.

—Hoy no tendrás el placer de correrte, perra. Tienes que ganártelo —dijo M, observando su reacción con satisfacción.

M se colocó frente a ella, su erección palpitante a la vista de C. La tomó del cabello, levantando su rostro para que lo mirara directamente a los ojos.

—Mira lo que provocas en mí —dijo M, acariciando su propio miembro—. Ahora, quiero que me hagas acabar con tus manos.

C, obediente, tomó la pija de M con sus manos y comenzó a masturbarlo, siguiendo el ritmo que él marcaba. M gemía, disfrutando de la sensación, sus ojos fijos en los de C.

Finalmente, con un gemido profundo, M eyaculó sobre las tetas de C, su semen caliente cubriendo su pecho. C miró el líquido blanco sobre su piel, su respiración acelerada y sus ojos llenos de deseo.

—Así me gusta, perra —dijo M, respirando con dificultad, al ver que C probaba el semen que había quedado en su mano. Estaba empezando a gustarle el sabor del semen de su amo.

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