Esa noche empezó como cualquier otra, con mi pareja y yo discutiendo nuestras fantasías mientras compartíamos una copa de vino. Ambos estábamos de acuerdo en que queríamos llevar nuestra relación abierta a otro nivel, y él tenía a alguien en mente: Martín, un amigo suyo, alto y musculoso, conocido por su virilidad. Lo que no esperaba era lo que esa noche me depararía.
Cuando Martín llegó, el ambiente se cargó de una tensión sexual palpable. Después de algunas conversaciones ligeras, nos dirigimos a la habitación. Mi pareja se acomodó en un sillón, preparado para observar, mientras Martín se acercaba a mí con una sonrisa traviesa. "Te voy a hacer sentir cosas que nunca has sentido antes, Luciana", murmuró Martín al oído mientras comenzaba a desvestirme lentamente. Cuando me desnudó por completo, sus ojos recorrieron mi cuerpo con avidez. "¡Mirá ese culo y esas tetas! No puedo creer que hayas estado escondiendo este cuerpo", dijo, manoseándome el trasero con ambas manos.
Me giró hacia mi pareja y le mostró mi trasero, abriendo mis nalgas con sus manos. "Mirá esto, ¿Cómo pudiste mantener esto oculto tanto tiempo? Tu mujer es una verdadera joya." Sentí una mezcla de excitación y vergüenza, pero sobre todo una oleada de deseo que me consumía. No podía creer lo mucho que me estaba gustando ser tratada así.
Mi pareja solo podía asentir, excitado y sin palabras, mientras Martín seguía acariciándome y diciéndole cosas degeneradas sobre mi cuerpo. "La voy a hacer gritar de placer, y vas a disfrutar cada segundo." Martín me tomó por la cintura, girándome de espaldas a él. Sentí su miembro rozando mi entrada y gemí de anticipación. Con un movimiento decidido, me penetró lentamente, llenándome por completo. El placer y el dolor se mezclaron, pero pronto el placer predominó. Su tamaño me estiraba de una manera que nunca había experimentado, y mis gemidos de placer resonaban en la habitación.
Martín me levantó y me sostuvo en el aire mientras me penetraba con fuerza. Su resistencia era increíble; no se detenía ni bajaba el ritmo. Cada embestida me llevaba más y más cerca del éxtasis, y mis gritos de placer eran incontrolables. En ese momento, supe que esto era lo que quería. Quería sentirme deseada y usada por todos los amigos de mi pareja.
Martín me puso de rodillas y me tomó desde atrás, empujando sus dedos en mi boca mientras me penetraba con fuerza. "¿Te gusta ser mi puta esta noche?", susurró con una voz ronca. Sus palabras me encendieron aún más, y no pude evitar gritar su nombre mientras llegaba al orgasmo una vez más. Mientras tanto, mi pareja se masturbaba frenéticamente observando la escena. En menos de media hora, él ya había terminado, su respiración entrecortada mientras observaba cómo Martín seguía sin detenerse. Esto solo resaltaba la diferencia entre ellos: Martín era un verdadero semental, y estaba determinado a demostrarlo.
Martín me tomó en todas las posiciones imaginables: de pie, de rodillas, sobre la cama, en el suelo. Cada embestida era más intensa que la anterior, y no se detenía. Me penetraba con una fuerza y una intensidad que me llevaban al límite una y otra vez. No solo era incansable, sino que también sabía cómo humillarme de la manera más excitante. "Tu pareja no puede satisfacerte como yo, ¿verdad?", murmuró Martín mientras me tomaba con fuerza. "Dime quién es el verdadero hombre aquí." "¡Tú eres el verdadero hombre, Martín!", gemí, completamente entregada al placer y la humillación.
En un momento, Martín me agarró del pelo y me obligó a arrodillarme frente a él. Su pene enorme estaba frente a mi cara, y sin previo aviso, lo empujó en mi boca. Me atraganté con su tamaño, pero él no se detuvo. Empujaba con fuerza, llenando mi garganta mientras gemía de placer. "¿Te gusta tragarme, perra?", dijo con una voz ruda, mientras mi saliva y sus fluidos se mezclaban, corriendo por mi barbilla. Cada vez que me penetraba más profundamente, sentía que mi deseo de ser dominada crecía. Quería más, necesitaba más.
Martín me levantó y me llevó hacia mi pareja, que estaba sentado en el sillón, observando. "Mirá", dijo Martín, separando mis piernas y mostrando mi humedad evidente. "Está empapada por mí. ¿Te das cuenta de lo cachonda que está por todo esto?" Mi pareja asintió, su rostro rojo de excitación y vergüenza.
"Dile lo que piensas", ordenó Martín, apretando mis pechos mientras me sostenía abierta. "Dile lo que te hace sentir verla así." "Luciana...", gemí, sintiendo una mezcla de humillación y placer. "Me encanta verte así", balbuceó mi pareja. "Me encanta verte disfrutar tanto." "Eso es, buen chico", se burló Martín, empujándome hacia abajo nuevamente y penetrándome con fuerza. "Ella es una puta insaciable, y tú lo sabes."
Martín continuó humillándome y dándome órdenes mientras me tomaba sin piedad. "Decile a tu pareja cuánto te gusta", exigió Martín mientras sus embestidas se volvían más salvajes. "Me encanta, me encanta lo que Martín me hace", grité, mis palabras apenas audibles entre mis gemidos de placer.
Pasamos toda la noche así. Martín me poseyó durante más de cinco horas sin parar, llenándome de placer una y otra vez. Incluso cuando mis piernas ya no podían sostenerme, él me mantenía en posición, asegurándose de que cada segundo fuera tan intenso como el primero. En un momento, Martín me agarró del pelo y me obligó a arrodillarme frente a él. Su pene enorme estaba frente a mi cara, y sin previo aviso, lo empujó en mi boca. Me atraganté con su tamaño, pero él no se detuvo. Empujaba con fuerza, llenando mi garganta mientras gemía de placer. "¿Te gusta tragarme, perra?", dijo con una voz ruda, mientras mi saliva y sus fluidos se mezclaban, corriendo por mi barbilla.
Finalmente, cuando el amanecer comenzó a filtrarse por las ventanas, Martín terminó una última vez, llenándome con su semen caliente. Me dejó exhausta y temblando, pero también completamente satisfecha. Mi pareja, que había estado observando toda la noche, se acercó a mí y me besó suavemente en la frente. "Eres increíble, Luciana", susurró.
Martín se vistió y se despidió con una sonrisa de satisfacción. "Espero que podamos repetir esto pronto", dijo antes de salir. Esa noche cambió nuestra dinámica para siempre. No solo había experimentado el mejor sexo de mi vida, sino que también había descubierto una nueva faceta de mí misma, una que estaba deseosa de explorar más a fondo. Sabía que, a partir de ese momento, quería tener sexo con todos y cada uno de los amigos de mi pareja.
Cuando Martín llegó, el ambiente se cargó de una tensión sexual palpable. Después de algunas conversaciones ligeras, nos dirigimos a la habitación. Mi pareja se acomodó en un sillón, preparado para observar, mientras Martín se acercaba a mí con una sonrisa traviesa. "Te voy a hacer sentir cosas que nunca has sentido antes, Luciana", murmuró Martín al oído mientras comenzaba a desvestirme lentamente. Cuando me desnudó por completo, sus ojos recorrieron mi cuerpo con avidez. "¡Mirá ese culo y esas tetas! No puedo creer que hayas estado escondiendo este cuerpo", dijo, manoseándome el trasero con ambas manos.
Me giró hacia mi pareja y le mostró mi trasero, abriendo mis nalgas con sus manos. "Mirá esto, ¿Cómo pudiste mantener esto oculto tanto tiempo? Tu mujer es una verdadera joya." Sentí una mezcla de excitación y vergüenza, pero sobre todo una oleada de deseo que me consumía. No podía creer lo mucho que me estaba gustando ser tratada así.
Mi pareja solo podía asentir, excitado y sin palabras, mientras Martín seguía acariciándome y diciéndole cosas degeneradas sobre mi cuerpo. "La voy a hacer gritar de placer, y vas a disfrutar cada segundo." Martín me tomó por la cintura, girándome de espaldas a él. Sentí su miembro rozando mi entrada y gemí de anticipación. Con un movimiento decidido, me penetró lentamente, llenándome por completo. El placer y el dolor se mezclaron, pero pronto el placer predominó. Su tamaño me estiraba de una manera que nunca había experimentado, y mis gemidos de placer resonaban en la habitación.
Martín me levantó y me sostuvo en el aire mientras me penetraba con fuerza. Su resistencia era increíble; no se detenía ni bajaba el ritmo. Cada embestida me llevaba más y más cerca del éxtasis, y mis gritos de placer eran incontrolables. En ese momento, supe que esto era lo que quería. Quería sentirme deseada y usada por todos los amigos de mi pareja.
Martín me puso de rodillas y me tomó desde atrás, empujando sus dedos en mi boca mientras me penetraba con fuerza. "¿Te gusta ser mi puta esta noche?", susurró con una voz ronca. Sus palabras me encendieron aún más, y no pude evitar gritar su nombre mientras llegaba al orgasmo una vez más. Mientras tanto, mi pareja se masturbaba frenéticamente observando la escena. En menos de media hora, él ya había terminado, su respiración entrecortada mientras observaba cómo Martín seguía sin detenerse. Esto solo resaltaba la diferencia entre ellos: Martín era un verdadero semental, y estaba determinado a demostrarlo.
Martín me tomó en todas las posiciones imaginables: de pie, de rodillas, sobre la cama, en el suelo. Cada embestida era más intensa que la anterior, y no se detenía. Me penetraba con una fuerza y una intensidad que me llevaban al límite una y otra vez. No solo era incansable, sino que también sabía cómo humillarme de la manera más excitante. "Tu pareja no puede satisfacerte como yo, ¿verdad?", murmuró Martín mientras me tomaba con fuerza. "Dime quién es el verdadero hombre aquí." "¡Tú eres el verdadero hombre, Martín!", gemí, completamente entregada al placer y la humillación.
En un momento, Martín me agarró del pelo y me obligó a arrodillarme frente a él. Su pene enorme estaba frente a mi cara, y sin previo aviso, lo empujó en mi boca. Me atraganté con su tamaño, pero él no se detuvo. Empujaba con fuerza, llenando mi garganta mientras gemía de placer. "¿Te gusta tragarme, perra?", dijo con una voz ruda, mientras mi saliva y sus fluidos se mezclaban, corriendo por mi barbilla. Cada vez que me penetraba más profundamente, sentía que mi deseo de ser dominada crecía. Quería más, necesitaba más.
Martín me levantó y me llevó hacia mi pareja, que estaba sentado en el sillón, observando. "Mirá", dijo Martín, separando mis piernas y mostrando mi humedad evidente. "Está empapada por mí. ¿Te das cuenta de lo cachonda que está por todo esto?" Mi pareja asintió, su rostro rojo de excitación y vergüenza.
"Dile lo que piensas", ordenó Martín, apretando mis pechos mientras me sostenía abierta. "Dile lo que te hace sentir verla así." "Luciana...", gemí, sintiendo una mezcla de humillación y placer. "Me encanta verte así", balbuceó mi pareja. "Me encanta verte disfrutar tanto." "Eso es, buen chico", se burló Martín, empujándome hacia abajo nuevamente y penetrándome con fuerza. "Ella es una puta insaciable, y tú lo sabes."
Martín continuó humillándome y dándome órdenes mientras me tomaba sin piedad. "Decile a tu pareja cuánto te gusta", exigió Martín mientras sus embestidas se volvían más salvajes. "Me encanta, me encanta lo que Martín me hace", grité, mis palabras apenas audibles entre mis gemidos de placer.
Pasamos toda la noche así. Martín me poseyó durante más de cinco horas sin parar, llenándome de placer una y otra vez. Incluso cuando mis piernas ya no podían sostenerme, él me mantenía en posición, asegurándose de que cada segundo fuera tan intenso como el primero. En un momento, Martín me agarró del pelo y me obligó a arrodillarme frente a él. Su pene enorme estaba frente a mi cara, y sin previo aviso, lo empujó en mi boca. Me atraganté con su tamaño, pero él no se detuvo. Empujaba con fuerza, llenando mi garganta mientras gemía de placer. "¿Te gusta tragarme, perra?", dijo con una voz ruda, mientras mi saliva y sus fluidos se mezclaban, corriendo por mi barbilla.
Finalmente, cuando el amanecer comenzó a filtrarse por las ventanas, Martín terminó una última vez, llenándome con su semen caliente. Me dejó exhausta y temblando, pero también completamente satisfecha. Mi pareja, que había estado observando toda la noche, se acercó a mí y me besó suavemente en la frente. "Eres increíble, Luciana", susurró.
Martín se vistió y se despidió con una sonrisa de satisfacción. "Espero que podamos repetir esto pronto", dijo antes de salir. Esa noche cambió nuestra dinámica para siempre. No solo había experimentado el mejor sexo de mi vida, sino que también había descubierto una nueva faceta de mí misma, una que estaba deseosa de explorar más a fondo. Sabía que, a partir de ese momento, quería tener sexo con todos y cada uno de los amigos de mi pareja.
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