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viejo cine porno

Llegué al viejo cine porno, un lugar oscuro y medio olvidado que me daba una mezcla de nervios y emoción. La marquesina titilante anunciaba una función triple de esas películas que ya casi no se ven en ningún lado. Cuando entré, el aire estaba cargado con el olor a pochoclo rancio y algo más, algo que no podía negar: el inconfundible aroma del deseo.
Me ubiqué en una butaca en el medio, un lugar estratégico para observar sin llamar demasiado la atención. El cine estaba casi vacío, con algunos hombres dispersos, cada uno en su mundo, mirando la pantalla con concentración. Sus movimientos eran sutiles, pero inconfundibles: manos que iban y venían, tratando de ser discretos pero sin mucho éxito.
Mientras miraba la pantalla, mi atención empezó a desviarse hacia los susurros y gemidos bajos que venían de las sombras. La película en sí era intensa, con escenas que hacían que mi piel se erizara. Pero era la atmósfera del lugar, ese morbo compartido, lo que realmente me estaba excitando.
Comencé a sentir una calidez que me recorría el cuerpo. Mi respiración se aceleró y, sin darme cuenta, mis manos empezaron a explorar, primero por encima de mi ropa, luego, con más audacia, por debajo. Cerré los ojos por un momento, dejándome llevar por las sensaciones y los sonidos a mi alrededor.
Uno de los hombres se dio cuenta de mi excitación. Me miró con una sonrisa lasciva, sus movimientos volviéndose más descarados. Ese contacto visual me encendió aún más. Supe en ese instante que no estaba allí solo para mirar. Mis dedos encontraron su camino entre mis piernas, moviéndose rítmicamente mientras el hombre me observaba, su mano también trabajando intensamente.
El ambiente se volvió más denso. Otros hombres empezaron a notar lo que estaba pasando y se acercaron discretamente. Podía sentir sus miradas sobre mí, y lejos de incomodarme, eso me excitó aún más. Mi respiración se volvió jadeante y mi cuerpo temblaba con la anticipación.
Uno de ellos se acercó más, y sin decir una palabra, tomó mi mano y la llevó a su erección. Me mordí el labio, sintiendo su dureza mientras lo masturbaba. El hombre gemía suavemente, sincronizándose con los sonidos de la película. Pronto, otro se unió, y me encontré con una mano en cada hombre, masturbándolos mientras ellos jadeaban y se retorcían de placer.
La sensación de poder y deseo era abrumadora. Podía sentir el calor de sus cuerpos, el ritmo frenético de sus respiraciones. Los hombres a mi alrededor se masturbaban con más fuerza, alimentados por la vista de mí dándoles placer. Estábamos todos unidos en un ciclo de deseo que parecía no tener fin.
Las cosas empezaron a escalar rápidamente. Uno de los hombres me susurró al oído, "Sabemos quién sos, Luciana. Te vimos en tus videos. Siempre fantaseamos con tenerte para nosotros." La revelación me sorprendió y excitó aún más. Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo con más audacia, desabrochando mis jeans y deslizándolos hacia abajo.
Sentí la invasión de sus dedos, tocándome y explorando cada rincón mientras sus respiraciones se volvían más pesadas. "Te vamos a hacer gritar de placer, nena," me dijo otro hombre mientras me levantaba y me ponía sobre su regazo. Su dureza era innegable, y cuando me penetró por detrás, un gemido profundo escapó de mis labios.
Otro hombre se colocó frente a mí, su miembro erecto a pocos centímetros de mi cara. "Chupala, nena. Mostranos lo que sabes hacer," ordenó. Obedecí, tomando su grosor en mi boca y succionando con avidez. Mis movimientos se sincronizaban con los empujones del hombre detrás de mí, llevándome al borde del éxtasis.
La sala se llenó de gemidos y jadeos, el olor del sexo y el deseo impregnando el aire. Más hombres se unieron, sus manos rudas y ansiosas arrancando mi ropa y tocándome sin piedad. Me levantaron y me pusieron en una posición que permitía una doble penetración. Sentí cómo ambos miembros me llenaban completamente, estirándome y llevándome a nuevos niveles de placer.
"Te encanta, ¿verdad? Ser nuestra putita," me susurró uno al oído, mientras otro me mordía suavemente el cuello. Cada uno de sus movimientos era más brusco y decidido, sus manos dejaban marcas en mi piel mientras me follaban con fuerza.
La escena se repetía, una y otra vez, con los hombres turnándose para poseerme y hacerme gritar su nombre. Sus eyaculaciones eran abundantes y constantes, llenando mi boca, mi cuerpo, cada rincón que podían. Mi cuerpo se convulsionaba con cada orgasmo, la intensidad de la situación llevándome a un estado de frenesí puro.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, sentí cómo las embestidas se detenían y el ritmo se desaceleraba. Mi cuerpo estaba exhausto, cubierto de sudor y otros fluidos. Me dejaron caer suavemente en una butaca, mientras recuperaban el aliento y se acomodaban la ropa.

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