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Compendio III
A medida que Maya me montaba, sus caderas se movían en una rítmica danza de pasión, encontrándose completamente indefensa ante mi cálido abrazo y la dulzura de nuestros besos. Mis caricias parecían una droga para ella, haciéndole desear más y más de mis atenciones. Podía sentir el amor y el cariño en cada embestida de mi pene y la llenó de un sentimiento de pertenencia y satisfacción que no había sentido antes.
La ira contra Krishna crecía con cada una de mis embestidas, el contraste entre el frío, amargo matrimonio y la ardiente pasión que sentía conmigo era obvio. La culpa que había sentido antes fue sustituida por un profundo sentimiento de traición.
¿Cómo pudo Krishna negarle eso? ¿Cómo pudo negarse a darle a lo que necesitaba?
Por eso, me miró a los ojos buscando respuestas que nunca me preguntó. La miré confundido, mostrándole un amor, aprecio y respeto tan sorprendente como abrumador.
>Nunca pensé que pudiese ser así. – me susurró en voz baja y avergonzada, casi escuchable por el sonido de nuestros cuerpos chocar.
Nos empezamos a besar cada vez más, mientras que sus caderas se iban acostumbrando a mi tamaño. Empezó a entender por qué Cheryl y yo nos veíamos casi todos los sábados y la razón por la que me acompañaba tan ansiosa a dejar a Bastián a sus clases de natación.
A medida que cerraba sus ojos, jadeando por mis poderosas embestidas taladrándola y llenándola de satisfacción, le hizo entender la constante impuntualidad de su amiga.
Posteriormente, nos admitiría bromeando que si ella tuviese la oportunidad de hacer el amor conmigo todos los días, no le importaría llegar a la hora a ningún lado, puesto que el placer era demasiado abrumador.
Cuando sintió su primer orgasmo, comprendió incluso el cambio de atuendo de Cheryl. La idea de tenerme a mí, contemplando su cuerpo la hizo mojarse más. Alcanzó un segundo orgasmo, recordando en esos momentos que ya la había visto en traje de baño y ropa deportiva.
Pero, aun así, ella recordaba que mantuve mi compostura. Lo que sí recuerdo es que para ese punto, sus besos eran locamente apasionados.
Sintió un gran placer al sentir mis manos estrujando sus pechos, mirándome de manera diferente…
El placer parecía aumentar con cada beso, con cada caricia. Maya cerró los ojos y se dejó llevar por el placer. Su situación matrimonial ya no importaba; vivíamos en esos momentos el aquí y el ahora y el amor que en esos momentos estábamos compartiendo.
Cuando alcanzó el orgasmo, supo que estaba enganchada. La forma en que mi pene la rellenaba la hacía sentir viva, era todo lo que podía desear. El sonido de nuestros cuerpos chocando era muestra de nuestra pasión desenfrenada.
Maya se echó para atrás, jadeando, con sus ojos encontrándose con los de Cheryl. La estupenda pelirroja la contempló con una sonrisa cómplice, reflejando sus deseos en su mirada.
>Ahora te entiendo. – le comentó a Cheryl, con una voz emocionada. – Entiendo por qué te gusta tanto.
Cheryl extendió su mano y acarició la mejilla de Maya, con una mirada afectuosa y gentil.
•Es un tipo especial. – le dijo en voz baja. – Y tenemos suerte de tenerlo.
Maya asintió, sus ojos brillando con lágrimas sin derramar.
>Él me gusta. – respondió en una voz enternecida, sus palabras escapando antes de poder detenerlas.
Nos miramos a los ojos y sus ojos cambiaron de temor y vergüenza, pero se endulzaron al ver que los míos reflejaban amor, también. Acaricié su mejilla, limpiando una lágrima que escapó
-Tú también me gustas. – le dije, presionando su nariz con ternura.
Habíamos cruzado la barrera, pero Maya sabía que no quería volver atrás. Estaba enamorada con un hombre casado y no se arrepentía.
Nuestros besos se hicieron más profundos, más desesperados, como si trataran de mostrarme todo el amor y la lujuria que tenía en esos momentos. Maya parecía estar ahogándose en un mar de placer, pero no quería escapar.
Cheryl nos contemplaba, con sus propias emociones en un remolino de felicidad y una pizca de posesividad. Ella sabía que este momento llegaría, habiendo visto la chispa entre nosotros desde el principio y habiéndola vivido ella misma. Sin embargo, no había anticipado la profundidad de sus propios sentimientos.
Con un suave empujón, animó a Maya a que se inclinara hacia atrás, permitiéndole ver cómo mi pene entraba y salía de ella.
•¡Maya, eres demasiado linda! – comentó con una voz ronca por el deseo. - ¡Mira cuánto te quiere!
Los ojos de Maya se dilataron en sorpresa, con su respiración agitada. La pobre nunca se había sentido tan expuesta ni vulnerable. Sin embargo, con las palabras de aliento de Cheryl, la experiencia le pareció increíblemente erótica.
La mano de la diosa pelirroja se deslizó por el cuerpo de Maya y sus dedos encontraron su clítoris, devolviendo el favor recibido antes. Empezó a frotarlo en círculos lentos y deliberados, observando cómo Maya ponía los ojos en blanco en placer.
Mis embestidas se hicieron más frenéticas, con mi orgasmo finalmente llegando. Podía sentir cómo la vagina de Maya se estrechaba alrededor mío, con sus músculos contrayéndose a un ritmo que me estaba volviendo loco.
Con una última y desesperada embestida, me corrí dentro de ella, llenándola con lo último de mi semilla. El cuerpo de Maya se tensó y gritó su liberación, con su vagina apretándome exquisitamente mientras ella se estremecía de placer.
Cuando finalmente se calmó la intensidad de nuestro sexo, los tres nos tumbamos en el sofá enredados, con los cuerpos empapados en transpiración y corazones acelerados. La habitación estaba repleta por nuestra respiración agitada y el leve aroma a sexo.
Maya sintió una profunda sensación de paz, con su cuerpo saciado y el corazón lleno. Nunca se había sentido tan viva, tan deseada. Volvió a mirarme y al verme que la miraba con el mismo cariño, supo que había tomado la decisión correcta.
Cheryl se acurrucó junto a nosotros, con la mano apoyada en la cadera de Maya.
•Se ven lindos juntos. – murmuró, con una voz amistosa que sorprendió a Maya.
Le sonreí también con dulzura. Sin embargo, la mirada placentera de Maya cambió a una mucho más triste y preocupada.
>¡No puedo creer que esto esté pasando! – exclamó Maya, con una voz contrita. - ¡Estoy casada, pero me gustas!
Tomé su mano, acariciando su palma para calmarla.
-Lo sé. – respondí suavemente. – Yo también estoy casado. Pero no podemos evitar lo que siento.
Cheryl se acercó y nos besó a ambos en los labios, sus labios suaves, gentiles y cálidos.
•El amor no siempre sigue las reglas, amiga. – explicó la cautivante pelirroja. – A veces, encuentra una manera.
Permanecimos en silencio por un rato, asimilando la gravedad de las confesiones. Pero luego de un rato, Cheryl y yo empezamos a sonreír, asumiendo que nuestras vidas habían cambiado para siempre.
Maya se sorprendió ante la comprensión y honestidad de Cheryl, quien no dudó en revelarle abiertamente sus sentimientos y le hizo sentir un profundo sentimiento de gratitud hacia ella por haberle presentado este mundo nuevo de libertad sexual. A pesar de la complejidad de la situación, haciendo que la unión entre ellas se volviese más fuerte.
Por mi parte, expresé con franqueza mis propios problemas matrimoniales (el hecho que tengo que llevar una doble vida por mis hijas, organizar tiempos y oportunidades, etc.) y cómo la empatía y honestidad me habían permitido mantener una profunda conexión con Marisol, aunque fuese ella misma la que me incitase a tener un estilo de vida más libertino.
Maya nos escuchó atentamente, con el corazón adolorido por el amor que nunca le dio Krishna. Sintió un extraño consuelo en la compañía de Cheryl y la mía. Nos habíamos convertido en sus confidentes, compañeros de baile en una danza de pasión y placer que no quería que terminase jamás.
Las horas habían volado con rapidez. Por las luces de la calle, estimaba que eran pasadas las 10 PM. Estábamos cansados, transpirados y deslumbrados. Una vez que pude sacar mi pene del cálido interior de Maya, Cheryl no dudó en limpiarme usando su boca. Maya estaba asombrada. Se preguntó si acaso en algún punto, sería capaz de tragar algo así entero por sí misma.
Sin embargo, todavía manteníamos esa jovialidad cálida, simpática y cariñosa. Se veía en la forma con la que Cheryl y yo bromeábamos, mientras trozaba los rollos que traería a mi hogar. La manera afectuosa de la que hablábamos de Marisol y de mis hijas. Aunque al principio, le había enfadado saber que Cheryl tenía un amorío conmigo, después de haberlo experimentado en persona, Maya se dio cuenta que mis proezas sexuales y mi personalidad eran 2 cosas completamente diferentes.
El cálido apoyo del abrazo de Cheryl en torno a ella hizo sentir a Maya segura, incluso mientras luchaba con la multitud de emociones experimentadas durante el transcurso del día. Había cruzado una línea que nunca pensó cruzar, pero el amor y aceptación que sentía de nosotros le parecía intoxicante.
Mientras me duchaba, las chicas se acostaron desnudas en la cama de Cheryl, con sus cuerpos enredados.
Las 2 suspiraron al verme salir envuelto en una toalla, algo que me sobresaltó, puesto que insisto, no me encuentro tan atractivo. Les sonreí con gentileza a ambas.
-Me tengo que ir. – les informé, con una voz lastimera. – Marisol debe estar preocupada.
Maya asintió, comprendiendo, aunque su mirada se empezó a apagar a medida que me vestía. Sin embargo, Cheryl la abrazaba por la cintura y le besaba la oreja, en una mezcla entre juego y consuelo por tratar de animarla.
>Gracias. – susurró, con su voz temblorosa. – Por todo.
Me incliné para besarla y besar a Cheryl en los labios.
-De nada. – le susurré de vuelta. – Las veré pronto.
Y mientras iba llegando a la puerta, escuché a Maya preguntar:
>¿Fue esto real?
Esperé unos segundos, para escuchar la respuesta de Cheryl.
•Tan real como puede ser, cariño. – le respondió de vuelta, con una voz densa por la emoción. - Pero esto es solo el principio.
Al volver a casa, me sorprendí al ver a mi ruiseñor despierta. Llevaba un camisón blanco de seda que le remarcaba bastante bien las curvas, dejando poco para la imaginación. La tela era tan delgada que parecía casi transparente, dejando ver su seductora mata de vellos entre sus piernas y las puntas endurecidas de sus pezones.
+¡Mi amor! – exclamó mi ruiseñor, tirándose a mis brazos y presionando su cuerpo sobre el mío. - ¿Cómo te fue?
Nos besamos apasionadamente, saboreando el refrescante sabor a limón de sus besos.
-Fue… intenso. – tuve que admitir, rememorando las experiencias de ese día. – Ellas dos… son asombrosas.
Sin embargo, noté un leve tono de reproche en los ojos de mi mejor amiga, quien creyó que me refería a sus habilidades en la cama. A causa de esto, acaricié su mejilla y la miré a los ojos.
-Gracias, ruiseñor. - le agradecí con una voz ronca por el cansancio. - Por todo.
Mi ruiseñor buscó en mis ojos.
+¡No tienes que agradecerme! – Me dijo entre besos. - ¡Quiero que seas feliz!
Solté un suspiro, sonriéndole extrañado…
-¡Marisol, ya soy feliz contigo! – le expliqué, haciendo que se sonrojara y me besara aún más, colgándose de mis hombros. - Solo que ahora estoy cansado.
Pero mis lamentos no habían sido suficientes para ella. Me había esperado durante el transcurso del día, por lo que sus besos eran intensos, al igual que sus caricias y la cercanía de nuestros cuerpos y lo revelador de su vestimenta terminaron sorprendiéndonos a ambos…
Marisol me sonrió traviesa, reconociendo aquello que rozaba su cintura. Con mucha naturalidad, acarició mi erección, la que nuevamente forzaba mis pantalones.
+¡Déjame cuidarte! – me ordenó, con una voz cargada con lujuria.
No me pude oponer, contemplando cómo se ponía de rodillas y me desabrochaba el pantalón. En efecto, me sentía excitado y Marisol me miraba con unos ojos que combinaban la lujuria, el orgullo y la malicia, lamiendo sus labios antojadiza. Empezó a mamarla profundamente, buscando trazos de efluvios de otra mujer, haciéndome pedir piedad.
Marisol se lo metió a la boca, con su lengua trazando remolinos sobre la cabeza, haciéndome gemir de placer. Podía sentir que cada segundo, se me ponía más hinchada en los labios de mi amada y mis manos sujetaban su cabeza de forma frenética.
Haciendo un lujurioso sorbido y apartándose un par de segundos de mi erección, Marisol me habló.
+¡Dime! ¡Dime qué le hiciste! ¡Dime cómo se sintió! – demandó mi mujer, tomando la punta de mi erección como si fuese un cetro.
Mientras que la boca de Marisol me tragaba con avidez, daba mi mejor esfuerzo por contarle lo acontecido aquella tarde. Le describí los ojos sorprendidos y placenteros de Maya mientras la tocaba, cómo había temblado sobre mí mientras reclamaba su inocencia.
La calentura de mi esposa era desbordante en esos momentos, al punto que por si misma su feminidad se comprimía, buscando sentir alivio y conformándose con el frenético de sus lindas manos sobre su clítoris hinchado. Se subió a la cama, ubicándose a horcajadas sobre mí, con el camisón subido lo suficiente para dejar ver su sexo reluciente.
+¡Tómame! - Suplicó mi ruiseñor, con voz temblorosa. - Hazme sentir como lo hiciste con ella.
Los imponentes pechos de mi esposa se notaban lujuriosos y los necesitaba con locura. La agarré de la cintura, tirando de ella para penetrarla bien, rebalsándola de una sola estocada. Ella jadeó, sus paredes estirándose a medida que empecé a penetrarla.
Hicimos el amor de una manera feroz y desenfrenada, alimentando el morbo de Marisol al contarle sobre mi última conquista. Mi ruiseñor gemía y movía sus caderas de forma desenfrenada, su orgasmo creciendo mientras le iba susurrando el nombre de Maya al oído.
Cuando alcanzamos el orgasmo junto a mi amada, cerca ya de las 2 de la mañana, Marisol se veía esplendida, agotada y satisfecha. Aquel era el fruto de nuestro amor, crudo y sin filtros, fortaleciéndose cada vez más con cada secreto compartido.
Y mientras apagaba la luz y mi ruiseñor se acomodaba a dormir bajo mis brazos, el resplandor del celular cargando de Marisol me llamó la atención.
Un mensaje entrante de texto alrededor de la medianoche, con la foto de un rollo de sushi que conozco bastante bien, resplandecía en la pantalla.
•Gracias, Marisol. Tu marido fue sorprendente como siempre. Mi amiga y yo lo disfrutamos bastante. -leía el mensaje.
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Al día siguiente, mis gemelas contemplaron los nuevos rollos California con desconfianza y algo de frustración. Pero eso duró hasta que los probaron. Después de eso, empezaron a saltar alrededor mío, preguntándome cuando vería de nuevo a "la otra señora de los sushi".
Marisol y yo nos miramos con una cálida, tierna sonrisa.
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2 comentarios - PDB 53 Yo también quiero probar tu sushi… (XI)
Excelente relato amigo.