Esa mañana tenía una reunión importante en el trabajo. Debido a las últimas medidas económicas y al aumento sin freno del dólar, teníamos que hacer algo para achicar costos y no seguir perdiendo plata. Íbamos a juntarnos entre los principales productores del broker a las ocho de la mañana, antes de abrir la oficina, para delinear un plan a seguir, algo que no fuera tan perjudicial para los socios.
Como debía salir temprano, mi marido se ocupó de llevar al Ro al colegio y a Romi a lo de mi suegra, que no podía venir a cuidarla en casa.
Ya con todo listo, los acompaño hasta la puerta de calle. Mi marido va con Ro de la mano y Romi en upa, cargando las mochilas de uno y otro. Espero hasta que se suben al taxi, despidiéndome de mis hijos con besitos mariposa.
Estoy volviendo al departamento, cuando se abre la puerta del ascensor y sale el nuevo vecino del noveno piso, de saco y corbata, cargando un attaché.
Abro paréntesis... Es una pareja que se mudó al edificio hace poco tiempo, tienen gemelos de menos de un año. Me los había cruzado en el ascensor un par de veces cuando subía a lo de Armando, aunque hasta ese momento no había tenido la oportunidad de cruzármelo a él solo. Cuando estaba con la esposa me parecía que ni había reparado en mi presencia, ya que, por lo menos ella, fue muy simpática y sociable, él todo lo contrario, pero ahí y ahora, en el hall de entrada, creí percibir una mirada diferente, mucho más interesada... Cierro paréntesis.
Yo estaba en desabillé, ya que todavía no me había arreglado, aunque era una prenda holgada, nada sexy, que me cubría todo el cuerpo, desde el cuello hasta los tobillos, encima estaba en pantuflas. Aún así la forma en que me miró...
-Buenos días vecino...- lo saludo.
-Buenos días... vecina- me corresponde.
Lo de "vecino" era inevitable, ya que no sabíamos nuestros nombres.
Nos sonreímos, y creo que en ese cruce de miradas, que debió durar segundos, lo decidimos todo.
Abro la puerta del departamento, quedándome en el umbral, expectante. El llega a la puerta del edificio, apoya la mano en el picaporte, pero antes de abrirla se voltea a mirarme. Entonces, me abro el desabillé, lo suficiente para que vea la ropa interior que tengo debajo.
Suelta el picaporte y se acerca.
-¿Estás sola?- me pregunta.
No le digo nada, lo único que hago es abrir aún más la puerta a modo de invitación.
Mirá para todos lados, asegurándose que no haya nadie mirando y entra. Cierro la puerta, le pongo llave, por las dudas, y me desprendo del desabillé, quedándome en corpiño y bombacha frente a mi vecino del noveno piso, el papá de los gemelos.
Deja el attaché en el suelo y me rodea con sus brazos, haciéndome sentir la energía, la tensión de su fibroso cuerpo.
-¿No te va a traer problemas que estemos acá?- me pregunta, precavido.
Por supuesto sabe que estoy casada y tengo dos hijos.
-Ningún problema...- le aseguro, mordiéndome excitada el labio inferior -Mi marido ya se llevo a los chicos al colegio y de ahí se va al trabajo, tenemos toda la mañana-
De repente, la reunión tan importante que tenía en el trabajo, había quedado en un segundo plano de interés.
Volvemos a mirarnos con esa misma intensidad que cruzamos un rato antes y ahora sí, nos besamos largo y tendido, con mucha, muchísima, lengua y saliva.
Sus manos no se quedan quietas, acariciando todo lo que tiene al alcance, mientras que yo hago lo mismo con ese bulto que ya le está latiendo por debajo de la bragueta.
Le desabrocho el pantalón, le saco la pija y se la sacudo, sintiendo esa pulsión animal que amenaza con hacer estallar todo por los aires.
Me pongo de rodillas y me la refriego por toda la cara, oliéndola, disfrutando su calidez y tersura. Está todo afeitado, aunque ya le está creciendo un poco de vello, por lo que tiene como una barbita de días.
Le paso la lengua por los huevos, lamiendo los pliegues que están debajo, y subo chupando todo lo que encuentro por el camino, que es bastante.
Me saco el corpiño, y se la pajeo con las tetas, para luego hacerle garganta profunda a full.
Se la dejo chorreando mis babas y me levanto. Caminando en forma sensual e incitante voy al dormitorio. Él viene tras de mí, sosteniéndose con una mano el pantalón para que no se le caiga.
Entramos, cierro con seguro... Nunca hay que confiarse... me saco la bombacha, y me tiendo de espalda en la cama, todavía deshecha después de habernos levantado con mi marido hace no más de una hora.
Mientras él se quita la ropa y la tiende con cuidado, para que no se arrugue, me empiezo a tocar la concha, sintiendo como comienza a gestarse en mi interior ese torbellino que con el correr de los años se hace más salvaje e incontrolable.
Ya en bolas, con una erección pletórica y rebosante, se echa entre mis piernas y me deleita con una chupada que me deja pedaleando en el aire.
Estoy a punto, al borde del estallido, pero no quiero acabar antes de que me la meta...
-¡Ahí... Ahí... En el primer cajón!- le digo con precipitada urgencia, señalándole la mesita de luz que está del lado dónde duerme mi marido.
Abre el cajón, saca un preservativo, se lo pone y ahora sí, me la manda a guardar toda entera. Enlazo mis piernas en torno a su cintura, lo retengo el tiempo justo contra mi cuerpo, y acabo como si no hubiera tenido un orgasmo en meses.
Cuando por fin logro emerger de esa catarata de sensaciones, lo miro a los ojos, lo beso en la boca y con todo el entusiasmo a flor de piel, le digo:
-¡Dale, cogeme...!- iba a llamarlo por su nombre, pero entonces me di cuenta que no lo sabía.
Ya me había echado un polvo... un muy buen polvo... y aún así, seguía sintiendo dentro de mí el fuego divino, ese ardor que amenaza con hacerme explotar una vez más.
En plena bombeada, se levanta, dejándome con un nuevo orgasmo latiendo ahí, en las puertas de mi sexo, me tiende la mano, hace que me levante también, y poniéndome de cara contra la pared, me coge de parado, llevándome, con unos cuantos pijazos, hacia un nuevo desborde.
Estoy acabando todavía, sintiendo como la humedad se hace aún más intensa en ese rincón de mi cuerpo, que me agarra de los brazos y me revolea sobre la cama. Al caer, casi instintivamente, me pongo en cuatro. Él viene, me penetra y me sigue bombeando, hasta que cuando está a punto de acabar, se saca el preservativo, se la sacude, y me eyacula en toda la cola...
¡Mmmhhh...! Qué rico sentir los lechazos calientes derramándose sobre mi piel...
Entre suspiros de placer nos derrumbamos, el uno sobre el otro, acalorados, enardecidos...
-¿Sabés qué?- me dice una vez que logra recuperar el aliento -Me acabo de dar cuenta que no sé tú nombre-
-Ni yo el tuyo...- coincido, un poco agitada todavía.
Nos reímos ante lo curioso y diferente de la situación.
-¿Alguna vez te cogiste a una completa desconocida?- le pregunto.
-Bueno, tampoco es que seamos tan desconocidos, nos cruzamos un par de veces- me recuerda.
-Si no me equivoco, ésta es la segunda vez que nos vemos desde que estás en el edificio- le aclaro.
La vez anterior había sido en el ascensor, cuando estaba con su esposa y los gemelos.
-Y debo decirte que la primera me pareciste muy antipático...- agrego.
-Jajaja... espero haber cambiado esa impresión- se ríe.
-Mmmm, un poco sí, pero vas a tener que esforzarte más- le digo, y estirando una mano, le empiezo a sobar de nuevo la pija.
Se gira hacia mí, me besa con toda la lengua, y metiéndome los dedos en la concha, empieza a moverlos en una forma que hace que me salga como una espumita de adentro.
-¿Así está bien, vecina?- me pregunta, sin dejar de hurgar en mi interior.
-¡Mmmmhhhhhh...! Es una buena forma de empezar... vecino- le digo, entre suspiros, buscando su boca para volver a fundirnos en un beso por demás intenso y desesperado.
De saborear sus labios, paso directamente a chuparle la pija, una vez más, dedicándole ahora mucho más tiempo que antes, cuando la calentura me urgía tenerla clavada en otro conducto de mi cuerpo.
Le paso la lengua a todo lo largo, subiendo, bajando, mordiéndola suavecito de costado, para luego comerla hasta llenarme toda la boca de jugosa y caliente carne de chota...
La suelto, se la escupo y de nuevo hasta el fondo... La suelto, otra escupida y otra expedición al fondo de mi garganta... Así varias veces, hasta que ya tengo la visión nublada por las lágrimas.
Ésta vez yo misma le pongo el preservativo...
-No los tendrá contados tu marido, ¿no?- me pregunta mientras ya le estoy alisando el látex en torno a su vigorosa superficie.
Me quedo un momento pensativa, tratando de recordar si en algún momento lo vi contándolos, pero me parece que no.
-No creo...- le digo subiéndome encima suyo -Igual, ya fue...- agrego, a la vez que me voy clavando de a poco en esa estaca maravillosa.
Lo hago despacio, para disfrutar el momento, para sentir en toda su intensidad las sensaciones que, surgidas desde aquel vórtice que forman nuestros sexos, se extienden a cada rincón de mi cuerpo.
El papá de los gemelos está acostado, de espalda, yo sentada encima, montándolo... Bajo un poquito y me levanto, bajo un poco más y de nuevo arriba, clavándome un pedazo más grande cada vez...
Cuando ya lo tengo todo adentro, me quedo un momento ahí, quietita, sin respirar casi, sintiendo como se expande, llenándome en todo sentido... Recién entonces me empiezo a mover, despacio, con movimientos suaves, controlados, sin dejar que se me escape, haciéndola entrar y salir en toda su extensión.
Teniéndome de frente, el papá de los gemelos me acaricia las tetas con una mano, mientras que con la otra me masajea el clítoris, que sobresale por entre los pliegues de mi sexo como si fuera un dedo.
Mis jadeos aumentan de intensidad a medida que voy acelerando la cabalgata...
¡¡¡Más... Más... Más... Más..!!!
Me gusta mirar a los ojos de quién sea mi amante en ese momento, cuándo nos estamos acercando a la cima del placer, cada cuál por su lado, a su manera, para "acabar" confluyendo en un espacio en común, el del goce absoluto, la única justificación de por qué ése hombre, al que apenas conozco, está en mi cama.
Acabamos juntos, estallados, unidos en una inevitable cacofonía de gemidos y jadeos.
Me derrumbo de espalda sobre sus piernas, sin dejar de suspirar, con el cuerpo atravesado por una sucesión de espasmos que me dejan totalmente conmovida.
Mientras él se levanta y va al baño, reviso mi celular que arde de llamadas perdidas y mensajes de mis socios del Broker, qué dónde estoy, que cuánto tardo en llegar, que la reunión ya empezó...
No puedo decirles que me quedé en casa cogiendo con un vecino, así que me invento una excusa creíble, como que uno de los chicos amaneció enfermo, y asunto resuelto.
-¿Tomamos un café?- le pregunto cuando vuelve del baño.
-Me parece perfecto...- acepta.
Me pongo el desabillé, sin nada debajo ésta vez y voy a la cocina mientras él se viste. Al rato se aparece todo impecable, tal cuál me lo crucé un rato antes en el hall del edificio, la única diferencia es que ahora tiene una sonrisa de oreja a oreja.
Le sirvo el café con unos scones y me siento con él.
-Todavía no nos dijimos los nombres...- me recuerda.
-¿Y si lo dejamos así? ¿No te parece más interesante?-
-¿Simplemente en vecinos?-
-Eso somos, ¿no?-
Lo piensa un momento, se sonríe y finalmente asiente:
-Me gusta...-
Ya terminado el café, se levanta y alega que ya debe irse a trabajar.
-Sí, yo también...- coincido, levantándome para acompañarlo a la puerta.
-Gracias por el café y todo lo demás- me dice antes de abrir.
-Gracias a usted, vecino, por aceptar la invitación- le replico.
Nos besamos, un beso cálido, jugoso, quizás no con la pasión de un comienzo, pero sí bastante intenso. Abro la puerta, me asomo para asegurarme que no haya nadie cerca y entonces le doy el okey para que salga.
Sale raudo, precipitado, obviamente como cualquiera luego de una trampa, cierro la puerta, y entonces sí, me preparo para salir. Antes, claro, ordeno el cuarto, eliminando cualquier vestigio de presencia masculina.
Cuando llego a la oficina, la reunión ya terminó, igual lo que en un principio me había parecido súper importante, impostergable, había quedado en un segundo plano.
-¡Mary, viniste, ¿está mejor tu baby?- me saluda una colega.
Reacciono a tiempo para acordarme de la excusa que había dado.
-Sí, mucho mejor, eran solo unas lineas de fiebre- la tranquilizo.
Me cuenta las medidas que decidieron adoptar para hacerle frente a éste difícil momento económico, pero casi que ni le presto atención, mi mente, mi cuerpo, todos mis sentidos, están puestos todavía en el mañanero que acabo de echarme con mi vecino, el papá de los gemelos...
Como debía salir temprano, mi marido se ocupó de llevar al Ro al colegio y a Romi a lo de mi suegra, que no podía venir a cuidarla en casa.
Ya con todo listo, los acompaño hasta la puerta de calle. Mi marido va con Ro de la mano y Romi en upa, cargando las mochilas de uno y otro. Espero hasta que se suben al taxi, despidiéndome de mis hijos con besitos mariposa.
Estoy volviendo al departamento, cuando se abre la puerta del ascensor y sale el nuevo vecino del noveno piso, de saco y corbata, cargando un attaché.
Abro paréntesis... Es una pareja que se mudó al edificio hace poco tiempo, tienen gemelos de menos de un año. Me los había cruzado en el ascensor un par de veces cuando subía a lo de Armando, aunque hasta ese momento no había tenido la oportunidad de cruzármelo a él solo. Cuando estaba con la esposa me parecía que ni había reparado en mi presencia, ya que, por lo menos ella, fue muy simpática y sociable, él todo lo contrario, pero ahí y ahora, en el hall de entrada, creí percibir una mirada diferente, mucho más interesada... Cierro paréntesis.
Yo estaba en desabillé, ya que todavía no me había arreglado, aunque era una prenda holgada, nada sexy, que me cubría todo el cuerpo, desde el cuello hasta los tobillos, encima estaba en pantuflas. Aún así la forma en que me miró...
-Buenos días vecino...- lo saludo.
-Buenos días... vecina- me corresponde.
Lo de "vecino" era inevitable, ya que no sabíamos nuestros nombres.
Nos sonreímos, y creo que en ese cruce de miradas, que debió durar segundos, lo decidimos todo.
Abro la puerta del departamento, quedándome en el umbral, expectante. El llega a la puerta del edificio, apoya la mano en el picaporte, pero antes de abrirla se voltea a mirarme. Entonces, me abro el desabillé, lo suficiente para que vea la ropa interior que tengo debajo.
Suelta el picaporte y se acerca.
-¿Estás sola?- me pregunta.
No le digo nada, lo único que hago es abrir aún más la puerta a modo de invitación.
Mirá para todos lados, asegurándose que no haya nadie mirando y entra. Cierro la puerta, le pongo llave, por las dudas, y me desprendo del desabillé, quedándome en corpiño y bombacha frente a mi vecino del noveno piso, el papá de los gemelos.
Deja el attaché en el suelo y me rodea con sus brazos, haciéndome sentir la energía, la tensión de su fibroso cuerpo.
-¿No te va a traer problemas que estemos acá?- me pregunta, precavido.
Por supuesto sabe que estoy casada y tengo dos hijos.
-Ningún problema...- le aseguro, mordiéndome excitada el labio inferior -Mi marido ya se llevo a los chicos al colegio y de ahí se va al trabajo, tenemos toda la mañana-
De repente, la reunión tan importante que tenía en el trabajo, había quedado en un segundo plano de interés.
Volvemos a mirarnos con esa misma intensidad que cruzamos un rato antes y ahora sí, nos besamos largo y tendido, con mucha, muchísima, lengua y saliva.
Sus manos no se quedan quietas, acariciando todo lo que tiene al alcance, mientras que yo hago lo mismo con ese bulto que ya le está latiendo por debajo de la bragueta.
Le desabrocho el pantalón, le saco la pija y se la sacudo, sintiendo esa pulsión animal que amenaza con hacer estallar todo por los aires.
Me pongo de rodillas y me la refriego por toda la cara, oliéndola, disfrutando su calidez y tersura. Está todo afeitado, aunque ya le está creciendo un poco de vello, por lo que tiene como una barbita de días.
Le paso la lengua por los huevos, lamiendo los pliegues que están debajo, y subo chupando todo lo que encuentro por el camino, que es bastante.
Me saco el corpiño, y se la pajeo con las tetas, para luego hacerle garganta profunda a full.
Se la dejo chorreando mis babas y me levanto. Caminando en forma sensual e incitante voy al dormitorio. Él viene tras de mí, sosteniéndose con una mano el pantalón para que no se le caiga.
Entramos, cierro con seguro... Nunca hay que confiarse... me saco la bombacha, y me tiendo de espalda en la cama, todavía deshecha después de habernos levantado con mi marido hace no más de una hora.
Mientras él se quita la ropa y la tiende con cuidado, para que no se arrugue, me empiezo a tocar la concha, sintiendo como comienza a gestarse en mi interior ese torbellino que con el correr de los años se hace más salvaje e incontrolable.
Ya en bolas, con una erección pletórica y rebosante, se echa entre mis piernas y me deleita con una chupada que me deja pedaleando en el aire.
Estoy a punto, al borde del estallido, pero no quiero acabar antes de que me la meta...
-¡Ahí... Ahí... En el primer cajón!- le digo con precipitada urgencia, señalándole la mesita de luz que está del lado dónde duerme mi marido.
Abre el cajón, saca un preservativo, se lo pone y ahora sí, me la manda a guardar toda entera. Enlazo mis piernas en torno a su cintura, lo retengo el tiempo justo contra mi cuerpo, y acabo como si no hubiera tenido un orgasmo en meses.
Cuando por fin logro emerger de esa catarata de sensaciones, lo miro a los ojos, lo beso en la boca y con todo el entusiasmo a flor de piel, le digo:
-¡Dale, cogeme...!- iba a llamarlo por su nombre, pero entonces me di cuenta que no lo sabía.
Ya me había echado un polvo... un muy buen polvo... y aún así, seguía sintiendo dentro de mí el fuego divino, ese ardor que amenaza con hacerme explotar una vez más.
En plena bombeada, se levanta, dejándome con un nuevo orgasmo latiendo ahí, en las puertas de mi sexo, me tiende la mano, hace que me levante también, y poniéndome de cara contra la pared, me coge de parado, llevándome, con unos cuantos pijazos, hacia un nuevo desborde.
Estoy acabando todavía, sintiendo como la humedad se hace aún más intensa en ese rincón de mi cuerpo, que me agarra de los brazos y me revolea sobre la cama. Al caer, casi instintivamente, me pongo en cuatro. Él viene, me penetra y me sigue bombeando, hasta que cuando está a punto de acabar, se saca el preservativo, se la sacude, y me eyacula en toda la cola...
¡Mmmhhh...! Qué rico sentir los lechazos calientes derramándose sobre mi piel...
Entre suspiros de placer nos derrumbamos, el uno sobre el otro, acalorados, enardecidos...
-¿Sabés qué?- me dice una vez que logra recuperar el aliento -Me acabo de dar cuenta que no sé tú nombre-
-Ni yo el tuyo...- coincido, un poco agitada todavía.
Nos reímos ante lo curioso y diferente de la situación.
-¿Alguna vez te cogiste a una completa desconocida?- le pregunto.
-Bueno, tampoco es que seamos tan desconocidos, nos cruzamos un par de veces- me recuerda.
-Si no me equivoco, ésta es la segunda vez que nos vemos desde que estás en el edificio- le aclaro.
La vez anterior había sido en el ascensor, cuando estaba con su esposa y los gemelos.
-Y debo decirte que la primera me pareciste muy antipático...- agrego.
-Jajaja... espero haber cambiado esa impresión- se ríe.
-Mmmm, un poco sí, pero vas a tener que esforzarte más- le digo, y estirando una mano, le empiezo a sobar de nuevo la pija.
Se gira hacia mí, me besa con toda la lengua, y metiéndome los dedos en la concha, empieza a moverlos en una forma que hace que me salga como una espumita de adentro.
-¿Así está bien, vecina?- me pregunta, sin dejar de hurgar en mi interior.
-¡Mmmmhhhhhh...! Es una buena forma de empezar... vecino- le digo, entre suspiros, buscando su boca para volver a fundirnos en un beso por demás intenso y desesperado.
De saborear sus labios, paso directamente a chuparle la pija, una vez más, dedicándole ahora mucho más tiempo que antes, cuando la calentura me urgía tenerla clavada en otro conducto de mi cuerpo.
Le paso la lengua a todo lo largo, subiendo, bajando, mordiéndola suavecito de costado, para luego comerla hasta llenarme toda la boca de jugosa y caliente carne de chota...
La suelto, se la escupo y de nuevo hasta el fondo... La suelto, otra escupida y otra expedición al fondo de mi garganta... Así varias veces, hasta que ya tengo la visión nublada por las lágrimas.
Ésta vez yo misma le pongo el preservativo...
-No los tendrá contados tu marido, ¿no?- me pregunta mientras ya le estoy alisando el látex en torno a su vigorosa superficie.
Me quedo un momento pensativa, tratando de recordar si en algún momento lo vi contándolos, pero me parece que no.
-No creo...- le digo subiéndome encima suyo -Igual, ya fue...- agrego, a la vez que me voy clavando de a poco en esa estaca maravillosa.
Lo hago despacio, para disfrutar el momento, para sentir en toda su intensidad las sensaciones que, surgidas desde aquel vórtice que forman nuestros sexos, se extienden a cada rincón de mi cuerpo.
El papá de los gemelos está acostado, de espalda, yo sentada encima, montándolo... Bajo un poquito y me levanto, bajo un poco más y de nuevo arriba, clavándome un pedazo más grande cada vez...
Cuando ya lo tengo todo adentro, me quedo un momento ahí, quietita, sin respirar casi, sintiendo como se expande, llenándome en todo sentido... Recién entonces me empiezo a mover, despacio, con movimientos suaves, controlados, sin dejar que se me escape, haciéndola entrar y salir en toda su extensión.
Teniéndome de frente, el papá de los gemelos me acaricia las tetas con una mano, mientras que con la otra me masajea el clítoris, que sobresale por entre los pliegues de mi sexo como si fuera un dedo.
Mis jadeos aumentan de intensidad a medida que voy acelerando la cabalgata...
¡¡¡Más... Más... Más... Más..!!!
Me gusta mirar a los ojos de quién sea mi amante en ese momento, cuándo nos estamos acercando a la cima del placer, cada cuál por su lado, a su manera, para "acabar" confluyendo en un espacio en común, el del goce absoluto, la única justificación de por qué ése hombre, al que apenas conozco, está en mi cama.
Acabamos juntos, estallados, unidos en una inevitable cacofonía de gemidos y jadeos.
Me derrumbo de espalda sobre sus piernas, sin dejar de suspirar, con el cuerpo atravesado por una sucesión de espasmos que me dejan totalmente conmovida.
Mientras él se levanta y va al baño, reviso mi celular que arde de llamadas perdidas y mensajes de mis socios del Broker, qué dónde estoy, que cuánto tardo en llegar, que la reunión ya empezó...
No puedo decirles que me quedé en casa cogiendo con un vecino, así que me invento una excusa creíble, como que uno de los chicos amaneció enfermo, y asunto resuelto.
-¿Tomamos un café?- le pregunto cuando vuelve del baño.
-Me parece perfecto...- acepta.
Me pongo el desabillé, sin nada debajo ésta vez y voy a la cocina mientras él se viste. Al rato se aparece todo impecable, tal cuál me lo crucé un rato antes en el hall del edificio, la única diferencia es que ahora tiene una sonrisa de oreja a oreja.
Le sirvo el café con unos scones y me siento con él.
-Todavía no nos dijimos los nombres...- me recuerda.
-¿Y si lo dejamos así? ¿No te parece más interesante?-
-¿Simplemente en vecinos?-
-Eso somos, ¿no?-
Lo piensa un momento, se sonríe y finalmente asiente:
-Me gusta...-
Ya terminado el café, se levanta y alega que ya debe irse a trabajar.
-Sí, yo también...- coincido, levantándome para acompañarlo a la puerta.
-Gracias por el café y todo lo demás- me dice antes de abrir.
-Gracias a usted, vecino, por aceptar la invitación- le replico.
Nos besamos, un beso cálido, jugoso, quizás no con la pasión de un comienzo, pero sí bastante intenso. Abro la puerta, me asomo para asegurarme que no haya nadie cerca y entonces le doy el okey para que salga.
Sale raudo, precipitado, obviamente como cualquiera luego de una trampa, cierro la puerta, y entonces sí, me preparo para salir. Antes, claro, ordeno el cuarto, eliminando cualquier vestigio de presencia masculina.
Cuando llego a la oficina, la reunión ya terminó, igual lo que en un principio me había parecido súper importante, impostergable, había quedado en un segundo plano.
-¡Mary, viniste, ¿está mejor tu baby?- me saluda una colega.
Reacciono a tiempo para acordarme de la excusa que había dado.
-Sí, mucho mejor, eran solo unas lineas de fiebre- la tranquilizo.
Me cuenta las medidas que decidieron adoptar para hacerle frente a éste difícil momento económico, pero casi que ni le presto atención, mi mente, mi cuerpo, todos mis sentidos, están puestos todavía en el mañanero que acabo de echarme con mi vecino, el papá de los gemelos...
19 comentarios - Ojalá no me haga gemelos...
Como siempre, relato que deja a uno al palo.
Con esas gemelas no tenés nada que envidiarle al vecino 😬
Saludos, y a por mas relatos.
Excelente relato.