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Mi hermana como siempre

Mi hermana como siempre

El día que le hice un masaje a mi hermano
1 año atrás
20 minutos
MASAJE A UN HERMANO
Mi hermano entró cuando mi primer cliente se había marchado y me preguntó:
– ¿Anita, qué tal te ha ido?
Se refería a mi primera sesión de masaje, que acababa de terminar con mi cliente extranjero en el salón de masajes propiedad de mi hermano Carlos.
Unos días antes yo le había explicado a Carlos que estábamos atravesando una situación económica horrorosa en casa.
–Necesitamos efectivo como sea–le había dicho desesperada. –Se nos acumulan las facturas y ya no sabemos qué hacer. Nos pueden embargar el coche, o la casa, o quién sabe si hasta el sueldo –y no pude evitar romper a llorar.
Debo aclarar que a pesar de estar casada y con dos hijos la relación con mi hermano Carlos no es sólo de hermanos. Somos amantes en secreto desde la infancia. Así que mi hermanito me tomó entre sus brazos poderosos y acogedores para consolar mi llanto.
–No llores, tonta. ¿Para qué estoy yo aquí Anita? –me consoló con su voz grave que tanta confianza me inspira. En el abrazo, él remangó mi falda con la mano derecha y me besó en la boca, largamente, haciéndome sentir la lengua mientras su mano apartaba el tanga y buscaba con un dedo la separación de los labios de mi coñito.
–No estoy de humor, Carlos –me opuse cariñosamente. Pero sin separarme, dejando que él tomase la decisión de dejarme tranquila o seguir. En pocos segundos tenía un dedo de su mano alojado entre los bembos de mi sexo, y eso siempre, siempre, me resulta agradable.
Él no sacó su dedo, pero tampoco insistió en ir mucho más allá. Me habló cariñosamente entre beso y beso.
–Con ese espectacular cuerpo que tienes, preciosa hermanita, lo último que necesitas es preocuparte por el dinero. Ven a trabajar a mi salón de masajes.
–No soy una más de tus zorras, Carlos. Ya te he dicho mil veces que me niego a eso –opuse enfadada mientras su dedo jugaba delicadamente a resbalar y penetrar cada vez un poquito más. A Carlos le daba un tremendo morbo imaginarme con otros hombres, aparte de mi marido Tomás. Así que desde que montó el salón de masajes siempre había insistido en contar conmigo como profesional, aunque fuese de forma ocasional.
–Otras veces no estabas en la situación que estás ahora, Anita. ¿No lo vas a hacer ni siquiera por las niñas? Creo que no te puedes permitir seguir despreciando la oportunidad de ganar tu propio dinero. Ya sabes que te quedarías con la totalidad de lo que saques. Soy tu hermano y nunca te cobraría comisión. También te he dicho lo que podrías sacar. Hay chicas que hacen hasta cuatro masajes por noche. A doscientos cincuenta son mil pavos. Y tú no tendrías que darme la comisión de cincuenta euros, los trescientos serían para ti.
Ahora, seis días después de aquella charla con Carlos, me encontraba sentada encima de aquel hombre de origen eslavo que había acudido al salón de masajes convirtiéndose en mi primer cliente. Yo volcaba el aceite, extendiéndolo por su espalda. Había dado finalmente el sí a la propuesta de trabajo de mi hermano.
–Iré a tu salón de masajes, pero a modo de prueba, una sola noche. Pero tú debes decirle a Tomás que estoy trabajando de camarera. Ya sabes lo celoso que es mi esposo Tomás.
Volqué el cuenco del aceite del todo, sobre mi malla blanca de trabajo. Vi como se transparentaban mis pezones con la malla pegada por el aceite a mi piel. Sentía el culo del eslavo bajo mi propio trasero. Y comencé a extender el aceite sobre una espalda musculada. En realidad Había tenido suerte con mi primer cliente, pensé, “por lo menos no me ha tocado uno de esos viejos verdes”. El hombre, como de unos treinta y cinco años de edad estaba de muy buen ver, allí, desnudo, tumbado boca abajo, con mi cuerpo encima, sentada a horcajadas sobre su culo firme y duro.
Sonreí ante el pensamiento de que mi hermano estaría deseando que le contase los detalles del masaje al terminar, a Carlos le resulta especialmente morboso, mientras mantenemos relaciones sexuales que le cuente, con todo lujo de detalle, mis experiencias sexuales.
Ahora me había convertido en una verdadera furcia. Dispuesta a follarme a aquel eslavo, mi tercer amante ocasional, por trescientos euros.
La verdad es que no me sentía nada, pero que nada mal. La temperatura de la sala en la que realizaba el masaje era muy agradable, treinta o treinta y dos grados. Pensé que, ya que había que hacerlo, aunque fuese por una sola vez, era mejor hacerlo a gusto que a disgusto.
https://drive.google.com/file/d/1Zr2dJgJTUfHA-3uRlzOViAnakbV6Lq7a/view?usp=share_link
Al terminar la sesión, Carlos entró en mi sala y me dijo: –Cuenta, cuenta Anita.
No podía creerlo, mi hermano había cerrado la puerta y venía totalmente erecto. ¿Cómo era posible?
– ¿Vienes de que te coma la verga alguna de tus zorras? –pregunté señalando con los ojos su tremendo bulto bajo el pantalón.
–Qué coño. Estoy así desde que te vi entrar con ese tiarrón imaginando todo lo que le has estado haciendo. Se me ha hecho eterno. Me lo vas a contar mientras lo repites exactamente conmigo –dijo desnudándose y tumbándose en la camilla de masajes.
– ¡Joder Carlos! Estoy trabajando –protesté. Se supone que vengo aquí a ganar dinero, no a follar contigo.
Mi hermano sacó trescientos euros de la cartera.
–Y… ¿Quién ha dicho que no vas a ganarlo?
Me subí a horcajadas sobre mi hermano, sentándome en su culo, como había hecho con el cliente anterior.
–Cuéntame –insistió.
Yo comencé a hablar:
-Tenía su espalda llena de aceite y mis pechos trasparentados bajo la malla blanca pegada a ellos.
– ¿Él no te veía no?
–No –contesté. –Estaba exactamente como tú estás ahora.
–Sintiendo tu coño sobre las nalgas, ¿No?
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– ¿Y qué hiciste después? –preguntó con la misma urgencia. Asomé la mirada entre sus muslos, el sitio exacto de donde le venían las premuras. Y continué con mi relato del masaje al militar.
–Me quité la camiseta del uniforme dejando mis senos desnudos y comencé a restregarlos con suavidad. Así. Sobre su espalda, para que sintiera mis pezones y el calor de mis tetas aliviar sus ganas de hembra.
– ¡Ufffff! ¡Qué bien lo cuentas hermanita! ¡Y qué bien lo haces! Cómo te quedes algún tiempo trabajando en este salón de masajes, los clientes van a hacer cola. Sigue Anita, sigue haciendo y contando, no pares.
–Llegué con mis tetas hasta su mejilla y las restregué por su oreja y su cuello.
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Mi hermano gimió ligeramente al sentir mis pezones jugando en su cuello y en el pabellón de su oreja. Yo había salido muy caliente de la sesión de masaje con aquel extraño, pero no había llegado al orgasmo, así que mi fiebre permanecía intacta y cada contacto de mis senos con la oreja de mi hermano, con su espalda y con su mejilla, ponía más duros mis pezones y mojaba más mi coñito.
– ¿Te has sentido como una puta trabajando con tu cuerpo sobre ese cliente? –preguntó Carlos.
Yo sé de sobra lo que excita a mi hermanito. No es la primera vez que practicamos sexo mientras le cuento alguna de mis aventuras.
–Me sentía muy guarra Carlos. Imaginaba al cornudo de Tomás en casa, durmiendo, y a las niñas. Y me veía como un ama de casa con doble vida. Sucia y cerda. Y el morbo se apoderaba de mí con el coño abierto sobre las nalgas de aquel tío.
–Anita, siempre has sido caliente –me dijo Carlos. –Desde niña, cuando sentías tanta curiosidad por mis erecciones. ¿Te acuerdas? –preguntó con la voz alterada por la excitación de sentir mis pechos resbalando por el aceite.
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– ¿Qué más hiciste con ese tío? –preguntó Carlos con urgencia.
Me encantaban sus prisas por saber y por experimentar, repetidas en sus carnes, mis atenciones en el cuerpo del cliente, un militar eslavo, según me dijo, con unas horas libres, que había venido a gastar, junto con los dólares cobrados en su paga, en mi camilla de masajes.
–Le giré sobre el soporte poniéndole boca arriba y me quité los pantalones de trabajo quedando totalmente desnuda –le dije a Carlos, invitándole a darse la vuelta y desnudándome. –Luego me subí a horcajadas, de espaldas a su cara, dejando mi coño muy cerquita de su cara, para que pudiera verlo bien, y seguí masajeando con las tetas su vientre, su pecho. Arriba y abajo hasta llegar a su verga y sus cojones con mis pezones.
– ¿La tenía ya dura? –preguntó mi hermanito con curiosidad morbosa.
–Sí –contesté. –Pero no del todo. La agarré para colocarla bien centrada, para que mis tetas pasaran a ambos lados de la polla.
–Te ha gustado tu primera experiencia en el salón de masajes. Lo noto –afirmó Carlos. –Yo sabía lo guarra que eres y también sabía que en este trabajo iba a salir la cerda que llevas dentro.
Las palabras de Carlos me incitaron a seguir replicando en él mis juegos con el cliente. A repetir, esta vez aumentada, la excitación que acababa de vivir, por culpa de los comentarios soeces de mi hermanito. Qué suele hacerlos siempre en nuestros momentos de intimidad, sabiendo que me aceleran el lívido.
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–El cliente veía ir y venir mi coño hasta casi tocarle la boca. Me agarró las nalgas.
– ¿Cómo? ¿Así? –dijo Carlos acariciando mis glúteos.
–Justo así cariño. Todo mientras yo masajeaba su pene y sus testículos con la mano, restregando todo el paquete contra mis senos.
– ¿Se le había puesto dura del todo? –preguntó mi hermano.
–Más o menos como a ti mi vida –respondí sopesando con mis manos el estado de goce en el que se encontraba su verga.
Carlos gimió bajo mis caricias. Su morbo estaba acrecentado al mil por cien sabiendo que su hermanita acababa de hacer aquello con un cliente.
–Quiero que le des a Tomás este mismo masaje. El cornudo merece que su furcia se lo haga también a él. Ya que no sabe lo zorra que eres con los demás. El pobre te imagina sirviendo copas en lugar de masajeando pollas. Por lo menos que experimente lo cachonda que eres.
–Lo haré Carlos. Te lo juro.
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Comencé a pasarme la cabeza de la polla de mi hermano, ya dura del todo por los pezones.
– ¿Te has tocado así con la verga del cliente también? –Preguntó entre jadeos.
–Si mi amor –le respondí. –Y luego agarré la polla con las dos manos antes de metérmela en la boca –dije imitando la sesión anterior.
– ¡Joder, Anita! ¡Qué puta que eres! ¡Y qué bien lo haces! –me dijo. –Ahhh, gritó al sentir el contacto de mi boca en el prepucio.
–El cliente comenzó a lamerme el coño, Carlos. No sé si quieres hacerlo tú también –le dije poniendo mi rajita sobre la boca de mi hermanito.
Yo también gemí al sentir la lengua golosa jugando entre los labios del coño. Le chupé más fuerte y mientras le masturbaba a la vez con mi mano.
–Llevas comiendo polla desde hace tantos años que no hay quien lo haga mejor que tú –dijo Carlos. –La primera polla que te comiste fue la mía ¿recuerdas?
–Si cariño –dije dejando la mamada por un momento. –A los trece años. Tú tenías quince.
–Me acuerdo perfectamente, como si hubiera sucedido ayer. Fue en la ducha.

La polla de mi hermano había alcanzado ese rigor definitivo, casi doloroso. Su lengua vibraba en movimientos rápidos sobre mi clítoris mientras los labios de mi boca acariciaban la tersa piel del capullo hinchadísimo.
– ¿Estuvisteis mucho tiempo en esta postura el cliente y tú? –preguntó Carlos.
–No –contesté. –En seguida pasé a masturbarle con el coño –dije colocando la verga de Carlos entre los bembos de mi coñito abierto.
Estaba sentada dándole la espalda y él contemplaba su verga asomar y esconderse entre los cachetes de mi culo.
–Creo que esto es lo tuyo hermanita –gimió mi hermano. –Lo haces…uf…lo haces…ahhh ¡joder como me pones! Vendrás a trabajar más días creo. ¿Verdad?
Llevaba seiscientos euros ganados en menos de dos horas. A ese paso nuestras deudas familiares se esfumarían en menos de un mes. Coloqué la polla de mi hermano como había colocado la del cliente, justo con la punta señalando la entrada de mi coño, entre los labios.
–Vendré a tu salón hasta que liquide las deudas familiares.
–Lo sabía. Te conozco Anita. No te lo tomes a mal. Sino como un cumplido. Pero es que es la pura verdad –dijo interrumpiendo su frase con un gemido al sentir como entraba en mi coño. –Has nacido para furcia de lujo –dijo agarrándome de las caderas y elevando la cabeza para contemplar cómo me entraba
Realmente las palabras de mi hermano me hacían sentir así, tal y como él había dicho: una “furcia de lujo”. Los seiscientos euros en mi bolso lo confirmaban. Había follado la polla del militar eslavo con delicadeza, penetrándome lentamente al principio, sintiendo cada milímetro del falo y moviendo las caderas aferradas por él, para hacerle sentir.
–Al cliente le dije que no se moviera –le comenté a mi hermano. –Que se dejase hacer, cerrase los ojos y se concentrase en sentirme.
Ahora era la suya, la verga de Carlos la que no se movía, la que dejaba que mi coño lo hiciese todo. Debo admitir que soy toda una artista follando. Tomás mi esposo es adicto a esa manera de realizar el coito, inmóvil, disfrutando de la creatividad que me invade cuando soy yo la que lleva la iniciativa.
– ¡Joder Anita! Eres única. Tu marido no sabe la suerte que tiene en tenerte todas las noches en su cama y follar contigo cuando le viene en gana –dijo sin parar de gemir. Yo también gemía, pero no escandalosamente, sino con ese tipo de gemido dulce, que delata lo cachonda que puede llegar a estar una hembra con un falo en su interior.
Cuando la tenía entera dentro y mi pubis chocaba contra los huevos de Carlos daba ligeros viajes rozándolo contra el vello púbico de los testículos, totalmente cargados y a punto de reventar.
Sobrevino un largo silencio en el que tan solo se escuchaban nuestros gimoteos de goce.

Durante aquel silencio lo único que sonaba era el deslizar de su polla y los choques de nuestros cuerpos. Yo le ofrecía a sus ojos la visión de mi ano, de mis muslos separados, de mi trabajo con las caderas, arriba y abajo, abajo y arriba. Apoyada en sus muslos para así, inclinada hacia delate follarlo mejor. Él fantaseando con la idea de que hacía tan sólo algunos minutos había estado así con el cliente.
–No me mientas –dijo Carlos, – ¿de verdad te lo has follado así?
–Te he dicho que iba a hacer exactamente todo lo que hice, reproduciendo cada detalle.
–Anita, eres deliciosamente guarra.

Aceleré las caderas en el mete saca, jugando a meter sólo la cabeza, pero de una forma mucho más rápida. Luego me la metí hasta el fondo y comencé a frotar mis nalgas longitudinalmente contra el pubis de mi hermano.
– ¡Me matas Anita! –gritó Carlos. ¡Me matas! ¡Qué deliciosa puta eres!
El aceite facilitaba la penetración y el patinar de nuestros cuerpos, pero yo notaba cómo mi rajita destilaba abundante flujo. Me sentía una diosa y una puta a la vez. Me concentré en darle a mi hermano todo el placer del que fuese capaz. Pensé que decir para aumentar su goce.
–Carlos, no hay otra polla como la tuya. Ningún pene me hace sentir tan cerda. ¿Soy tu furcia?
–Lo eres amor. Lo has sido desde niña y lo sigues siendo de mujer casada. ¡Ufffff como me pones puta! Tener una hermana zorra como tú, follarte así, decirte lo cerda que eres y que encima te guste. Eres lo mejor de mi vida Anita.
–Siiiiiiiii. Me gusta. Me encanta que me lo digas mientras me follas. Oír de tus labios que soy una guarra es lo más morboso de mi día.

Me eché más adelante y lo follé más rápido, mostrándole más visible el espectáculo de mis nalgas y mi coño follándole.

Carlos miraba como había mirado antes el cliente eslavo, el militar musculoso. Elevaba la cabeza de la mesa de masajes. Agarraba mis nalgas, dejándome hacer.

Carlos, quiero que sepas que me recliné hacia atrás así –dije dejando caer mi espalda sobre su pecho. Y luego le pedí algo.
– ¿Qué le pediste? Dímelo, mira como me tienes Anita.
–Le pedí que me tocara las tetas y que me agarrase del cuello fuerte, como si me estuviese forzando.
– ¿Y él lo hizo así? –dijo mi hermano repitiendo los mismos gestos. – ¡Toma zorra! Fóllame como la puta que eres.

–Cambiemos de postura –le dije a mi hermano.
–Lo hiciste con él –preguntó de nuevo.
–ya te he dicho que si –le contesté mientras nos tumbábamos de lado sobre el costado derecho, con mi hermano detrás de mí y mi pie izquierdo sobre su muslo. –Tócame el clítoris.
Mi hermano comenzó a mimarme con sus dedos entre los labios, ese botoncito que se e hincha. Según lo hacía me preguntó:
– ¿Te tocó él por propia iniciativa o se lo pediste tú?
–Fue él, aunque yo lo agradecí. Necesitaba aquellos dedos además de su polla dentro. ¡Estaba tan cerda, Carlos!
– ¿Cómo ahora conmigo? –preguntó entre gemidos al notar de nuevo las paredes de mi coñito apretando su erección.
–No hermano –contesté. –Ahora estoy a punto de correrme –respondí apretando el coño.
En unos segundos la polla de Carlos seguía bombeando mientras sus dedos excitaban mi clítoris entre mis labios del coño abiertos. Ahora era él el que follaba.

– ¿Tardó mucho más en correrse? Yo me voy cuando digas Anita.
–El aguantó un poco más –conteste orgullosa de haber puesto a mi hermanito al borde de la eyaculación.
– ¡Joder! Es que me duelen los huevos y se me sale la leche a borbotones.
–Para un minuto y bájate de la camilla –le dije sacando su verga de mí.
Me coloqué con el culo en la esquina de la camilla, casi fuera, de lado, mis piernas encogidas.
–Me folló de pie.
–Anita no te imaginas el morbo que me da meterte la verga en el mismo sito que te la ha metido ese tío hace unos minutos y ver cómo te gusta.
–Dime puta Carlos.
–Eres la reina de las putas. La puta más grande y más artística que hay –obedeció mientras me volvía a fornicar con una verga tan dura como nunca había visto en mi hermanito. Yo de lado y él con ambas manos apoyadas en mi cadera.

–Me duelen los huevos nena –volvió a repetir Carlos.
–No te corras aún –le ordené antes debes lamerme el pie. Meter tu lengua entre los dedos sin dejar de follarme.
– ¡Joder Anita! Es el mejor polvo de mi vida. Te lo juro.
Y se puso a lamerme el pie con fruición. Pensaba que entre mis dedos aún quedaban restos de las babas del otro tío. Y eso le ponía aún más cachondo. Tras lamerlo coloco mi pantorrilla sobre su hombro y continuó con el bombeo pero lentamente para no irse antes de tiempo.

–Carlos, tras esta postura mi cliente me colocó en la posición definitiva en la que me dio toda su leche.
– ¿Tú cliente terminó ya?
–Sí. Mira –dije colocándome con la cabeza fuera, doblando el cuello y abriendo la boca. –Me puse así y me penetró hasta chocar con la punta en mi garganta. Se corrió tan adentro que no pude dejar salir ni una gota de su esperma.
–Anita, Lo voy a hacer igual. ¿Sí?
–Pero no me hagas daño en la garganta. Tú la tienes más bonita, más dura y más grande que él.
–Toma, cómetela, estoy a punto de correrme –dijo mientras su verga comenzaba a follarme la boca. Era la segunda lechada en mi boca en pocos minutos, pero esta vez yo si había tenido mi primera vez


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