Cuando la gente en mi promoción de la escuela bordeaba ya los 18 años, una chica con la que había estudiado los últimos siete años y que en ese lapso se había vuelto mi mejor amiga, tuvo que viajar fuera del país. La razón era sencilla y no dependía de ella. Su padre vivía fuera hace años y su madre por fin había encontrado la oportunidad de reunir a la familia: no era un viaje temporal.
Poco antes de que viajara salimos a dar un paseo juntos. Hasta ese momento nunca había tenido intenciones sexuales con ella, éramos amigos muy inocentes. Pero ese día vi algo que hizo cambiar todo. Cuando estábamos sentados en el césped de un parque, ella abrió las piernas, de manera natural, por comodidad, sin ninguna doble intención, asumo. Entonces, por los bordes de sus shorts empezó a asomar su vello púbico. Siempre he sido un fanático de las vaginas peludas, y esa sola y leve aproximación fue suficiente para despertar mi instinto, como el olor de una presa. Por ese día, no le dije nada más. Nos tomamos algunas fotos, como era normal siendo amigos, e intenté que en algunas se pudiera apreciar su vello para guardar no solo un recuerdo, sino un estímulo. No fue posible. Cuando llegué a mi casa esa noche, lo primero que hice fue desvestirme y darme una buena paja, imaginando su carita y su cuerpo de siempre pero con una concha peluda siendo sometida por mí.
El día anterior a su viaje organizó una fiesta de despedida e invitó a varios amigos que teníamos en común. Yo estaba con mi grupo de amigos tomando unos tragos cuando la vi aparecer escoltada por sus amigas. Me saludó con un abrazo y cuando se distanció, ¡Dios! Nunca la había visto tan sexy, con su vestido de fiesta que le marcaba las nalgas, su piel reluciente y su escote que mostraba el contorno interior de sus tetas. Quizás siempre se había visto así de provocativa, pero era la imagen del día anterior lo que recién me permitía notarlo. Antes éramos amigos adolescentes, ahora es mi ilusión carnal.
Ella se quedó en grupo con sus amigas y yo en grupo con mis amigos, pero no podía dejar de mirarla. No sé si ella lo notó, aunque me dirigió un par de miradas risueñas. Cuando la vi entrar al baño, algo tembló dentro de mí. Le encargué mi vaso al amigo que tenía al lado y sin pensarlo fui tras de ella. Abrí la puerta sin tocar.
Ella solo se estaba arreglando el cabello frente al espejo, pero aún así, obviamente, se sorprendió de verme entrar.
-¿Qué haces, oye? Toca la puerta.- Me reclamó empujándome, pero sin verdadero enojo, incomodidad a lo sumo, que aún despertaba en su linda carita un poco de risa.
Como respuesta, toqué la puerta, ya con medio cuerpo dentro del baño, terminé de pasar y la cerré con seguro tras de mí.
-Quieto, ¡¿qué haces?!- empezó a ponerse nerviosa y retroceder. Cada paso que yo daba hacia ella era un paso atrás que ella daba hacia la pared. Cuando por fin la alcancé, su espalda pegada contra la pared, la tomé de la cadera.
Siguió gritando, aunque ya no podía entender qué decía. Su cuerpo forcejeaba contra el tacto del mío sin poder desprenderse. Yo solo pensaba en una cosa. Tomé su vestido desde lo más bajo y lo levanté hasta la cintura. Tomé sus bragas entre mis manos. Ella gritaba, forcejeaba, pero yo no podía escucharla. Las bajé hasta sus tobillos, levanté la mirada. Y la tuve por fin.
Ante mí tenía el coño con el que había fantaseado todos estos días, con el aderezo natural de los vellos que me habían vuelto loco. Creo que ella lloraba. Me tomé unos segundos para admirarlo y luego empecé a palparlo e introducir los dedos, sintiendo a cada centímetro el calor y la humedad de los labios, pero más que eso, la fricción del vello. Cuando ya no pude contenerme más, llevé mi lengua a su vagina.
Puntúen la historia para saber que les gustó y publicar la segunda parte con la cogida ;)
Poco antes de que viajara salimos a dar un paseo juntos. Hasta ese momento nunca había tenido intenciones sexuales con ella, éramos amigos muy inocentes. Pero ese día vi algo que hizo cambiar todo. Cuando estábamos sentados en el césped de un parque, ella abrió las piernas, de manera natural, por comodidad, sin ninguna doble intención, asumo. Entonces, por los bordes de sus shorts empezó a asomar su vello púbico. Siempre he sido un fanático de las vaginas peludas, y esa sola y leve aproximación fue suficiente para despertar mi instinto, como el olor de una presa. Por ese día, no le dije nada más. Nos tomamos algunas fotos, como era normal siendo amigos, e intenté que en algunas se pudiera apreciar su vello para guardar no solo un recuerdo, sino un estímulo. No fue posible. Cuando llegué a mi casa esa noche, lo primero que hice fue desvestirme y darme una buena paja, imaginando su carita y su cuerpo de siempre pero con una concha peluda siendo sometida por mí.
El día anterior a su viaje organizó una fiesta de despedida e invitó a varios amigos que teníamos en común. Yo estaba con mi grupo de amigos tomando unos tragos cuando la vi aparecer escoltada por sus amigas. Me saludó con un abrazo y cuando se distanció, ¡Dios! Nunca la había visto tan sexy, con su vestido de fiesta que le marcaba las nalgas, su piel reluciente y su escote que mostraba el contorno interior de sus tetas. Quizás siempre se había visto así de provocativa, pero era la imagen del día anterior lo que recién me permitía notarlo. Antes éramos amigos adolescentes, ahora es mi ilusión carnal.
Ella se quedó en grupo con sus amigas y yo en grupo con mis amigos, pero no podía dejar de mirarla. No sé si ella lo notó, aunque me dirigió un par de miradas risueñas. Cuando la vi entrar al baño, algo tembló dentro de mí. Le encargué mi vaso al amigo que tenía al lado y sin pensarlo fui tras de ella. Abrí la puerta sin tocar.
Ella solo se estaba arreglando el cabello frente al espejo, pero aún así, obviamente, se sorprendió de verme entrar.
-¿Qué haces, oye? Toca la puerta.- Me reclamó empujándome, pero sin verdadero enojo, incomodidad a lo sumo, que aún despertaba en su linda carita un poco de risa.
Como respuesta, toqué la puerta, ya con medio cuerpo dentro del baño, terminé de pasar y la cerré con seguro tras de mí.
-Quieto, ¡¿qué haces?!- empezó a ponerse nerviosa y retroceder. Cada paso que yo daba hacia ella era un paso atrás que ella daba hacia la pared. Cuando por fin la alcancé, su espalda pegada contra la pared, la tomé de la cadera.
Siguió gritando, aunque ya no podía entender qué decía. Su cuerpo forcejeaba contra el tacto del mío sin poder desprenderse. Yo solo pensaba en una cosa. Tomé su vestido desde lo más bajo y lo levanté hasta la cintura. Tomé sus bragas entre mis manos. Ella gritaba, forcejeaba, pero yo no podía escucharla. Las bajé hasta sus tobillos, levanté la mirada. Y la tuve por fin.
Ante mí tenía el coño con el que había fantaseado todos estos días, con el aderezo natural de los vellos que me habían vuelto loco. Creo que ella lloraba. Me tomé unos segundos para admirarlo y luego empecé a palparlo e introducir los dedos, sintiendo a cada centímetro el calor y la humedad de los labios, pero más que eso, la fricción del vello. Cuando ya no pude contenerme más, llevé mi lengua a su vagina.
Puntúen la historia para saber que les gustó y publicar la segunda parte con la cogida ;)
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