Volví, en forma de… ¿usuario frustrado? No, eso ya lo era, ¿usuario enojado? Tal vez. Como sea, porque me cuestan aprender las cosas, y más importante, me gusta sufrir, vuelvo con los relatos, acá esta Rocio haciendo cosas con alguien que puede ser cualquiera.
No voy a volver a subir los relatos anteriores, si alguien quiere alguno, mándame un mensaje y se la mando sin problemas.
Hacía ya varios años que trabajaba en aquel lugar, así que puedo decir que había en mí una suerte de acostumbramiento a la visión de mujeres hermosas, de cuerpos atléticos y envueltas en calzas y demás ropa deportiva que dejaban poco a la imaginación. Con esto no quiero decir que sea inmune ante estos seres, y que el espectáculo que día a día ofrecían las instalaciones no era algo que no disfrutara. Pero aquella cotidianeidad me llevo a no ser alguien fácil de sorprenderse, eso es, por supuesto, hasta que conocí a Rocio.
Tenía un cuerpo perfecto, y un rostro angelical que irradiaba luz y felicidad; es difícil de explicar que era, pero simplemente verla uno sonreía, como si ella pudiera afectar el subconsciente de las personas, un acto reflejo. Algo en sus ojos no solo podía ver tu alma, sino que lograba decirle, de una manera muy convincente, que todo iba a estar bien. Rocio siempre estaba en su mundo, era la clase de persona que solo iba a los gimnasios a ejercitarse y nada más. Sus movimientos eran quirúrgicos y metódicos, eran solo para ella, no intentaba ser sexy, o alimentarse del deseo y la admiración de los demás, no sociabilizar ni aparentar. Como toda mujer hermosa, que no sabe que es hermosa, y, por lo tanto, termina siendo mucho más hermosa.
Solía admirarla a lo lejos, con lo que imagino era la expresión más estúpida del mundo, una extraña mezcla de deseo por que me notara, así como terror de que lo llegara a hacer. Una rara contradicción que solo mujeres como ella podían despertar en los seres humanos.
Ese día la notaba más perfecta de lo habitual, algo que no creí que fuera físicamente posible. Se encontraba frente a un gran espejo, tal vez admirándose en silencio y levantado dos pequeñas pesas, una en cada mano. Sus pequeños y delicados movimientos resonaban en todo el lugar, en especial dentro de todo mi ser. Mi cuerpo, desconectado de mi mente, por alguna razón camino hasta quedar a su lado. Cuando me noto tan cerca pude leer en su rostro su sorpresa y extrañeza hacia mi actitud. Dentro de mí, al volverme consiente de mis acciones, un terror me recorrió por dentro, esboce una sonrisa de lo más idiota que solo ayudo a empeorar la situación. Ella no dijo nada, no sé si por curiosidad o miedo. A medida que los segundos pasaban sabía que tenía que hacer o decir algo, lo que sea. En ese momento, iluminado por algún dios misericordioso, o el simple instinto de preservación de los seres humanos, con una sonrisa y tranquilidad fingida me ofrecí a ayudarla con aquellas pesas; ella sonrió y pude sentir a mi corazón luchar desesperadamente por salir volando de mi pecho hacia la libertad. Se dio vuelta, dándome la espalda, y le tome suavemente sus brazos, ayudándola a mejorar una postura que ya era perfecta. Jamás había estado tan cerca de ella, su piel era blanca y suave, todo su ser desprendía un leve aroma a flores y transpiración, el cual estaba haciendo desastres con todos mis sentidos. Con cada movimiento podía sentir como su cuerpo se acercaba peligrosamente al mío. Su cola se veía perfecta en esas calzas, redonda y dura, desafiando a la gravedad. Después de un par de repeticiones la hice parar para que descanse un poco los brazos, y yo pudiera recuperarme también.
En silencio caminamos juntos hasta unos bancos y nos sentamos, uno al lado del otro. Ella comenzó a estirar sus piernas y masajearse un poco los músculos de estas, yo de reojo disfrutaba del espectáculo. Luego, con la pierna estirada en el aire y un gesto con su rostro, me pidió que le ayudara con el masaje. Trague saliva, intente tranquilizarme lo más que pude y muy despacio me arrodille en el suelo frente a ella, le tome con mis dos manos la pierna y comencé a masajearla. Iba desde los tobillos hasta la rodilla al principio, pero de a poco mis manos subían cada vez más, pasaron por sus suaves y duros muslos hasta casi llegar a su entrepierna, yo la miraba nervioso a cualquier tipo de reacción que pudiera tener. Temblaba cada vez más, me costaba respirar y estaba seguro que todo el mundo podía escuchar mi corazón. Tuve que detenerme y con una sonrisa me ofrecí a traerle agua, más allá de que yo la necesitaba más.
Entre en un pequeño y alejado cuartito que funcionaba de cocina, necesitaba toda la intimidad posible para recuperar el aliento. Me serví un vaso de agua, y mientras bebía el primer sorbo, intentando volver a la realidad, sentí aquellos dedos en mi espalda. No tenía que darme vuelta para saber que era ella. Me congele en el lugar mientras sentía como aquella mano recorría mi cuerpo hasta llegar a mi pecho. Había pegado su cuerpo en mi espalda, sentía su dulce respiración sobre mi cuello. Despacio me di vuelta, temiendo que aquello no fuera más que una ilusión, una fantasía, pero allí estaba ella, con su rostro casi pegado al mío. Tenía los ojos más verdes que jamás había visto, labios rojos y húmedos, no muy gruesos, esbozaban las más leve y hermosa sonrisa, le mía no fue equitativa, pero definitivamente hice mi mayor esfuerzo. Puso una mano sobre mi rostro y movió la punta de los dedos hasta tocar mis labios, en ese momento cualquier tipo de autocontrol que mi mente tenía sobre mi cuerpo simplemente desapareció, me abalance sobre ella y la bese como jamás bese a una mujer en mi vida. Rodeamos nuestros cuerpos en el más salvaje abrazo, recorriéndolos violentamente, nuestras lenguas se movían rítmicamente dentro de nuestras bocas, quería saborearnos mutuamente lo más posible. Comencé a bajar y besarle el cuello, quería, necesitaba probar todo su cuerpo, toda su piel. Mis manos masajeaban con fuerza sus pechos, eran grandes, carnosos y suaves, podía sentir sus pezones erectos a través de la tela, tenía que verlos y morderlos, en ese momento eso era lo más importante para mí. Como leyendo mi mente, Rocio levanto su top, dejándolos completamente libres y expuestos, en una suerte de ofrenda hacia mí. Eran perfectos, grandes y redondos, blancos como la leche y coronados por pequeños y rosadas puntas. Ella puso su mano en mi nuca, invitándome a hundir mi rostro en aquel paraíso. Lamí, mordí y bese todo a mi alcance y desee quedarme allí para siempre.
De pronto, de la misma forma que en un momento me había invitado a aquel lugar, alejo mi rostro, me volvió a mirar con aquella sonrisa que había aprendido que significaba todo, y se arrodillo frente a mí. Despacio bajo un poco mi pantalón, de espaldas casi me pegue a la mesa, mientras con mis manos me aferre fuertemente a los bordes de esta y cerré los ojos, temía que mi cuerpo le fallara a mi hombría. Lo primero que sentí fueron sus suaves y delicadas manos tomándome con fuerza, llevando mi virilidad a limites completamente nuevos para mí, luego fue su tibia lengua recorriéndome, y finalmente aquella tierna, pero poderosa succión, que me llevo a temblar hasta lo más profundo de mi. Requirio un esfuerzo sobrehumano contener todo mi ser, sus manos aferrándose a mis muslos solo elevaba la experiencia.
Finalmente se levantó, una humedad de lo más sensual cubría su perfecta sonrisa, me tomo por los hombros y nos dimos vueltas, colocándose ella en la misma posición que yo antes me encontraba, se sentó sobre la mesa, y separo un poco sus piernas, ofreciéndome una invitación imposible de negar. Me arrodille y muy despacio lleve sus calzas hasta sus tobillos, luego hice lo mismo con su delicada ropa interior, acompañando todo el camino con pequeños besos. Allí estaba, el más tierno y hermoso sexo que jamás había visto, me acerqué temblorosamente y le di un pequeño beso, se encontraba húmedo y tibio, con un aroma que me llego a lo más profundo y primitivo de mi alma. Me arrojé a él con un deseo animal, hundí allí mi lengua, rostro y todo mi ser, ella con sus manos en mi nuca, ofreciéndome lo más profundo de sus entrañas. Sentí que si de ahí venia toda la vida nueva al mundo, sería muy poético y correcto terminar con la mía allí, en ese momento lo único que me importaba era su placer, mi sacrificio era para cumplir ese propósito, si esa era, después de todo mi razón de existir, podía morir feliz y completo.
Cuando pude sentir como mi cuerpo no soportaba más, me incorpore, la admire por unos momentos, sonreía y toda un aura de cansancio y placer emanaba de su cuerpo. Me acerque a ella, puse una de mis manos tomándola del muslo y la otra la apoye sobre su hombro, sin quitarle la vista de su rostro, queriendo contemplar cada expresión de ella, de un golpe nos unimos en cuerpo y alma, de forma animal y primitiva, transformando nuestros dos cuerpos en uno. Entre todos aquellos movimientos, gemidos, espasmo y besos, nuestras miradas nunca se separaron, nuestra conexión era mucho más que física, en ese momento lo supe todo de ella y ella de mí, no éramos más extraños, éramos los únicos habitantes del planeta, y nada más importaba. Después de una danza que duro unos minutos, o tal vez años, explotamos en un abrazo final, muriendo juntos, quietos y en silencio en aquel lugar.
Siempre me sorprendió el poder de recuperación de las mujeres a tales eventos, y Rocio por supuesto no era la excepción. Mientras se acomodaba la ropa, vi un nuevo y aún más brillante halo de luz a su alrededor, mientras yo seguía intentando recuperar el aliento, semidesnudo, casando, transpirado y más feliz de lo que alguna vez creí posible ser.
No voy a volver a subir los relatos anteriores, si alguien quiere alguno, mándame un mensaje y se la mando sin problemas.
Hacía ya varios años que trabajaba en aquel lugar, así que puedo decir que había en mí una suerte de acostumbramiento a la visión de mujeres hermosas, de cuerpos atléticos y envueltas en calzas y demás ropa deportiva que dejaban poco a la imaginación. Con esto no quiero decir que sea inmune ante estos seres, y que el espectáculo que día a día ofrecían las instalaciones no era algo que no disfrutara. Pero aquella cotidianeidad me llevo a no ser alguien fácil de sorprenderse, eso es, por supuesto, hasta que conocí a Rocio.
Tenía un cuerpo perfecto, y un rostro angelical que irradiaba luz y felicidad; es difícil de explicar que era, pero simplemente verla uno sonreía, como si ella pudiera afectar el subconsciente de las personas, un acto reflejo. Algo en sus ojos no solo podía ver tu alma, sino que lograba decirle, de una manera muy convincente, que todo iba a estar bien. Rocio siempre estaba en su mundo, era la clase de persona que solo iba a los gimnasios a ejercitarse y nada más. Sus movimientos eran quirúrgicos y metódicos, eran solo para ella, no intentaba ser sexy, o alimentarse del deseo y la admiración de los demás, no sociabilizar ni aparentar. Como toda mujer hermosa, que no sabe que es hermosa, y, por lo tanto, termina siendo mucho más hermosa.
Solía admirarla a lo lejos, con lo que imagino era la expresión más estúpida del mundo, una extraña mezcla de deseo por que me notara, así como terror de que lo llegara a hacer. Una rara contradicción que solo mujeres como ella podían despertar en los seres humanos.
Ese día la notaba más perfecta de lo habitual, algo que no creí que fuera físicamente posible. Se encontraba frente a un gran espejo, tal vez admirándose en silencio y levantado dos pequeñas pesas, una en cada mano. Sus pequeños y delicados movimientos resonaban en todo el lugar, en especial dentro de todo mi ser. Mi cuerpo, desconectado de mi mente, por alguna razón camino hasta quedar a su lado. Cuando me noto tan cerca pude leer en su rostro su sorpresa y extrañeza hacia mi actitud. Dentro de mí, al volverme consiente de mis acciones, un terror me recorrió por dentro, esboce una sonrisa de lo más idiota que solo ayudo a empeorar la situación. Ella no dijo nada, no sé si por curiosidad o miedo. A medida que los segundos pasaban sabía que tenía que hacer o decir algo, lo que sea. En ese momento, iluminado por algún dios misericordioso, o el simple instinto de preservación de los seres humanos, con una sonrisa y tranquilidad fingida me ofrecí a ayudarla con aquellas pesas; ella sonrió y pude sentir a mi corazón luchar desesperadamente por salir volando de mi pecho hacia la libertad. Se dio vuelta, dándome la espalda, y le tome suavemente sus brazos, ayudándola a mejorar una postura que ya era perfecta. Jamás había estado tan cerca de ella, su piel era blanca y suave, todo su ser desprendía un leve aroma a flores y transpiración, el cual estaba haciendo desastres con todos mis sentidos. Con cada movimiento podía sentir como su cuerpo se acercaba peligrosamente al mío. Su cola se veía perfecta en esas calzas, redonda y dura, desafiando a la gravedad. Después de un par de repeticiones la hice parar para que descanse un poco los brazos, y yo pudiera recuperarme también.
En silencio caminamos juntos hasta unos bancos y nos sentamos, uno al lado del otro. Ella comenzó a estirar sus piernas y masajearse un poco los músculos de estas, yo de reojo disfrutaba del espectáculo. Luego, con la pierna estirada en el aire y un gesto con su rostro, me pidió que le ayudara con el masaje. Trague saliva, intente tranquilizarme lo más que pude y muy despacio me arrodille en el suelo frente a ella, le tome con mis dos manos la pierna y comencé a masajearla. Iba desde los tobillos hasta la rodilla al principio, pero de a poco mis manos subían cada vez más, pasaron por sus suaves y duros muslos hasta casi llegar a su entrepierna, yo la miraba nervioso a cualquier tipo de reacción que pudiera tener. Temblaba cada vez más, me costaba respirar y estaba seguro que todo el mundo podía escuchar mi corazón. Tuve que detenerme y con una sonrisa me ofrecí a traerle agua, más allá de que yo la necesitaba más.
Entre en un pequeño y alejado cuartito que funcionaba de cocina, necesitaba toda la intimidad posible para recuperar el aliento. Me serví un vaso de agua, y mientras bebía el primer sorbo, intentando volver a la realidad, sentí aquellos dedos en mi espalda. No tenía que darme vuelta para saber que era ella. Me congele en el lugar mientras sentía como aquella mano recorría mi cuerpo hasta llegar a mi pecho. Había pegado su cuerpo en mi espalda, sentía su dulce respiración sobre mi cuello. Despacio me di vuelta, temiendo que aquello no fuera más que una ilusión, una fantasía, pero allí estaba ella, con su rostro casi pegado al mío. Tenía los ojos más verdes que jamás había visto, labios rojos y húmedos, no muy gruesos, esbozaban las más leve y hermosa sonrisa, le mía no fue equitativa, pero definitivamente hice mi mayor esfuerzo. Puso una mano sobre mi rostro y movió la punta de los dedos hasta tocar mis labios, en ese momento cualquier tipo de autocontrol que mi mente tenía sobre mi cuerpo simplemente desapareció, me abalance sobre ella y la bese como jamás bese a una mujer en mi vida. Rodeamos nuestros cuerpos en el más salvaje abrazo, recorriéndolos violentamente, nuestras lenguas se movían rítmicamente dentro de nuestras bocas, quería saborearnos mutuamente lo más posible. Comencé a bajar y besarle el cuello, quería, necesitaba probar todo su cuerpo, toda su piel. Mis manos masajeaban con fuerza sus pechos, eran grandes, carnosos y suaves, podía sentir sus pezones erectos a través de la tela, tenía que verlos y morderlos, en ese momento eso era lo más importante para mí. Como leyendo mi mente, Rocio levanto su top, dejándolos completamente libres y expuestos, en una suerte de ofrenda hacia mí. Eran perfectos, grandes y redondos, blancos como la leche y coronados por pequeños y rosadas puntas. Ella puso su mano en mi nuca, invitándome a hundir mi rostro en aquel paraíso. Lamí, mordí y bese todo a mi alcance y desee quedarme allí para siempre.
De pronto, de la misma forma que en un momento me había invitado a aquel lugar, alejo mi rostro, me volvió a mirar con aquella sonrisa que había aprendido que significaba todo, y se arrodillo frente a mí. Despacio bajo un poco mi pantalón, de espaldas casi me pegue a la mesa, mientras con mis manos me aferre fuertemente a los bordes de esta y cerré los ojos, temía que mi cuerpo le fallara a mi hombría. Lo primero que sentí fueron sus suaves y delicadas manos tomándome con fuerza, llevando mi virilidad a limites completamente nuevos para mí, luego fue su tibia lengua recorriéndome, y finalmente aquella tierna, pero poderosa succión, que me llevo a temblar hasta lo más profundo de mi. Requirio un esfuerzo sobrehumano contener todo mi ser, sus manos aferrándose a mis muslos solo elevaba la experiencia.
Finalmente se levantó, una humedad de lo más sensual cubría su perfecta sonrisa, me tomo por los hombros y nos dimos vueltas, colocándose ella en la misma posición que yo antes me encontraba, se sentó sobre la mesa, y separo un poco sus piernas, ofreciéndome una invitación imposible de negar. Me arrodille y muy despacio lleve sus calzas hasta sus tobillos, luego hice lo mismo con su delicada ropa interior, acompañando todo el camino con pequeños besos. Allí estaba, el más tierno y hermoso sexo que jamás había visto, me acerqué temblorosamente y le di un pequeño beso, se encontraba húmedo y tibio, con un aroma que me llego a lo más profundo y primitivo de mi alma. Me arrojé a él con un deseo animal, hundí allí mi lengua, rostro y todo mi ser, ella con sus manos en mi nuca, ofreciéndome lo más profundo de sus entrañas. Sentí que si de ahí venia toda la vida nueva al mundo, sería muy poético y correcto terminar con la mía allí, en ese momento lo único que me importaba era su placer, mi sacrificio era para cumplir ese propósito, si esa era, después de todo mi razón de existir, podía morir feliz y completo.
Cuando pude sentir como mi cuerpo no soportaba más, me incorpore, la admire por unos momentos, sonreía y toda un aura de cansancio y placer emanaba de su cuerpo. Me acerque a ella, puse una de mis manos tomándola del muslo y la otra la apoye sobre su hombro, sin quitarle la vista de su rostro, queriendo contemplar cada expresión de ella, de un golpe nos unimos en cuerpo y alma, de forma animal y primitiva, transformando nuestros dos cuerpos en uno. Entre todos aquellos movimientos, gemidos, espasmo y besos, nuestras miradas nunca se separaron, nuestra conexión era mucho más que física, en ese momento lo supe todo de ella y ella de mí, no éramos más extraños, éramos los únicos habitantes del planeta, y nada más importaba. Después de una danza que duro unos minutos, o tal vez años, explotamos en un abrazo final, muriendo juntos, quietos y en silencio en aquel lugar.
Siempre me sorprendió el poder de recuperación de las mujeres a tales eventos, y Rocio por supuesto no era la excepción. Mientras se acomodaba la ropa, vi un nuevo y aún más brillante halo de luz a su alrededor, mientras yo seguía intentando recuperar el aliento, semidesnudo, casando, transpirado y más feliz de lo que alguna vez creí posible ser.
1 comentarios - Rocio Guirao Diaz