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Compendio III
Si tuviera que elegir una sola mujer con quien acostarme, aparte de mi esposa Marisol, de las que ya conozco, mi elección sería Emma.
Aunque Cheryl es inocente, dulce y la más tetona de todas, le falta la chispa que muestra iniciativa en una relación. Es decir, ella haría cualquier cosa para mantener al hombre con el que está saliendo lo cual, si bien es entrañable, no incita el tipo de conexión que busco en una mujer.
Aisha e Isabella, por otra parte, poseen un atractivo único que viene de mano de su elegancia. No obstante, me hacen creer que estoy fuera de su clase. Son mujeres acostumbradas a las cosas refinadas de la vida y sin importar qué tan abierta Aisha pueda ser, no puedo quitarme la idea de estar fuera de lugar.
Pero entre ellas, está Emma. Ella se destaca en maneras que me recuerdan tanto a los primeros días con mi ruiseñor. Su naturaleza considerada hacia mí, su habilidad para decir no cuando es necesario, esas virtudes resuenan profundamente conmigo, trayendo a mi memoria los tiempos cuando Marisol y yo empezamos a salir.
Una instancia marcada en mis recuerdos fue cuando quise comprarle a Marisol un par de botas, puesto que sus zapatillas eran heladas para el invierno. Mi “polola” en ese entonces me disuadió de hacerlo, argumentando que recién estábamos empezando a salir en citas y no quería que desperdiciara dinero en ella. La abnegación y apoyo de Marisol brillaron en esos momentos, permitiéndome ver que mi ruiseñor tenía madera para ser una buena esposa, y veo la misma cualidad en Emma, sobre todo en la forma en que cuida de su hija, Karen.
Emma posee una clase que me recuerda a Marisol. Para mí, llevarla a comer a un lugar elegante sería un placer, no porque ella lo demande, pero porque ella, al igual que mi ruiseñor, se sentiría que no se lo merece. Y esa humildad, combinada con esa fortaleza, la hace extremadamente atractiva para mí.
La mañana del martes, en el hotel, la empezamos haciéndole sexo anal. Estaba excitada. Después de haber escuchado las historias de Aisha y de Izzie y haberla vivida por primera vez durante nuestro trío con Marisol, le estaba empezando a ganar el gusto.
Aunque le estaba estirando una parte de ella que nadie antes le había hecho, tenía la confianza que soy un tipo disciplinado, asegurándole que la experiencia sea lo suficientemente placentera e intrigante para que ella siga queriendo más.
Emma dobló su espalda, recibiendo mi pene como una campeona. Cuando comencé a penetrarla lentamente, su cabellera dorada se agitaba con cada vaivén de sus caderas, volviéndose más y más intensa con cada embestida. Sus uñas se aferraban a las sábanas, clavándolas en el suave tejido, mientras trataba de afianzarse en este momento de sumisión. Su cuerpo se tensaba y relajaba, acompasando cada uno de mis movimientos con un ritmo propio.
Mis manos exploraban todo su cuerpo, agarrando sus pechos, pellizcando sus pezones mientras la culeaba. Apegaba mi cuerpo hacia ella, con mis labios rozando suavemente su oreja a medida que le susurraba palabras de aliento y deseo apasionado.
La sensación de mis manos ásperas sobre su suave piel le causaba escalofríos, haciéndola que se mojara más por mí.
Nuestros movimientos se volvieron fuertes y urgentes, una danza de placer y castigo que nos estaba dejando sin respiración y adoloridos. A medida que nuestros cuerpos se encontraban sincronizados, nos dejamos ir en el momento, olvidando el mundo exterior y todo lo que en él existía. En esos pocos y preciados momentos, éramos libres de explorar nuestros deseos mutuos y capaces de encontrar la liberación en las profundidades de nuestra unión.
Nuestra pasión encontró el momento álgido y con una embestida final, me vine, con mi cuerpo tensándose a medida que me liberaba profundamente en su interior.
Emma también gritó, sintiendo mi cálida semilla derramándose en el interior de su ano, llenándola y dejándola cansada. Cuando las últimas oleadas de placer le impactaban, colapsó en la cama, respirando agitada y mirándome con una mezcla de amor y lujuria en los ojos.
Caí a su lado, jadeando pesadamente, con el pecho agitado tratando de recuperar el aliento. Alargué mi mano, apartando uno de sus mechones dorados, con la intención de susurrarle un “Te quiero”, a lo que ella interrumpió con su índice en mis labios.
o¡Cállate! – ordenó, muerta de la risa y con las mejillas coloradas, bajo su sudor. - ¡No lo arruines!
No tuve más opción que guardar silencio.
Pero al sentir mi hinchado pedazo de carne pegado a su trasero, Emma no podía evitar sonreír. Nunca había hecho algo tan depravado con otro tipo. Y, sin embargo, haciéndolo conmigo le hacía sentir bien.
Mientras que con sus manos me buscaban para que manoseara sus pechos y que mi boca besara su cuello, creo que ambos sentíamos la experiencia de estar enamorados y de ser una pareja.
De un tipo calentón que no puede aguantarse más las manos, y de una putita golosa que le encanta que la manoseen…
Era como un recuerdo de un pasado juvenil, donde el amor era simple, apasionado y animal, y no teníamos que responder a nadie más.
Empezó a menearse discretamente, apretándose más cerca de mí, queriendo sentir cada centímetro de mi cuerpo dentro de ella. Nuestros movimientos volvieron a recuperar la fiereza y urgencia de antes, como si intentasen compensar el tiempo perdido, de todos esos años que estuvimos separados sin conocernos.
Con cada profunda embestida, sentía que nuestra fusión ya estaba trascendiendo de lo físico. Era como si se metiera debajo de nuestra piel, hacia nuestras propias almas y nos proclamásemos mutuamente como propio.
Le susurraba obscenidades al oído, diciéndole cuánto la deseaba, cuánto la necesitaba. Mis manos exploraban su cuerpo con propiedad, pellizcando sus pezones y trazando la figura de sus costillas. Le chuponeaba el cuello, succionando su preciosa piel hasta que enrojeciera y se hinchara. El dormitorio giraba en torno a nosotros, en huracán enviciante de placer y deseo.
Y cuando volvimos a tocar el cielo, se sintió que el mundo entero se detuvo. El tiempo desaceleró y todo lo que existía era la sensación de piel contra la piel, el ritmo de nuestros húmedos suspiros mezclándose en el aire. Fue un momento de puro éxtasis, donde compartimos una experiencia mucho más allá de la que habíamos compartido antes.
El orgasmo de Emma le golpeó como un relámpago, con su cuerpo tensándose sobre la cama mientras iba gritando mi nombre. No pasó mucho para que siguiera su ejemplo, con mi cuerpo tensándose a medida que acababa dentro de ella, con mi cuerpo colapsando sobre el suyo, apretándola sobre el colchón.
Por un momento, los dos quedamos demasiado cansados para movernos. Demasiados consumidos por nuestra pasión.
A medida que nuestra respiración se normalizaba, me di cuenta de los otros ruidos de la habitación: algunas hojas sacudiéndose por el viento fuera de la ventana, el tictac del reloj de la mesilla de noche…
El mundo me parecía surrealista, como si hubiésemos salido de la realidad y creado temporalmente nuestro propio universo paralelo, donde los 2 fuimos sus únicos moradores.
Pero de repente, escuché el suspirar de Emma combinarse con su risa.
o¡Debes creer que soy una tremenda puta! – confesó, enterrando su rostro bajo la almohada. - ¡Honestamente, no puedo parar de pensar en ti! ¡Tu verga es sorprendente! Y si no estoy pensando en chuparla, montarla o tenerla pegada en mi culo, estoy comiendo, durmiendo o jugando con mi hija.
Me reí, acariciando sus cabellos dorados con mis dedos.
-Emma, no eres una puta. – comenté dichoso. – Eres solo una mujer que descubrió lo que verdaderamente quiere y desea.
La besé en el cuello, sintiendo el sabor de su sudor y el intenso aroma de su pelo.
-Y te prometo que también me siento igual. No puedo parar de pensar en ti, tampoco. Es como si mi cuerpo se programó para desearte.
Noté en sus ojos algo de tristeza. Como si estuviera arrepentida. La acomodé entre mis brazos y le obligué a que me mirara.
-¡Emma, entiendo que esto es difícil para ti! Imagino que te sientes culpable y avergonzada. Pero por favor, trata de recordar que no se trata solo sobre nuestras necesidades. Es de nuestro amor por el otro. De encontrar la felicidad en un mundo que nos busca vencer.
Sus ojos me miraban llenos de emoción.
o¡Lo sé! - susurró. – solo quisiera que… las cosas pudieran ser diferentes.
Tomé su mano y la besé.
-Las cosas pueden ser diferentes. Podemos hacerlas diferentes. Juntos.
Me incliné hacia ella, presionando sus labios con los míos, su boca se abrió y nuestras lenguas se encontraron con ternura y llenados con promesa.
-Podemos hacer que las cosas funcionen, Emma.- la alenté. – Solo debes creer en nosotros.
Pude ver que mis palabras tuvieron su efecto, por la forma que sus brazos me envolvieron y me acercaron.
oYo creo en nosotros. – me susurró, refugiando su rostro sobre mi pecho. – Quiero creerte…
Y mientras reposábamos ahí, envueltos en los brazos del otro, aquella maravillosa idea que ha ido tomando espacio en mi cabeza se hizo presente…
Lo había fantaseado por bastante tiempo y con mi ruiseñor al tanto de nuestra situación, parecía mucho más posible que nunca. Por lo que decidí conversar el tema con Emma, con mi corazón acelerado por su posible reacción.
Me aparté un poco de su abrazo y tomé su suave y delicado rostro entre mis manos, mirándola a los ojos.
-¿Emma? – susurré, temeroso por su respuesta. - ¿Qué opinas de pasar la noche juntos? Es algo que he estado deseando por un buen tiempo… y ahora que Marisol conoce a tu hija… pues, parece más factible que nunca.
Mis palabras colgaron en el aire entre nosotros, con la posibilidad de compartir una noche completa de intimidad y de pasión, como una florecilla delicada, esperando ser cuidada o aplastada. Aguantaba la respiración, esperando su reacción.
oHonestamente, no lo sé. – respondió impactada por la idea.
Habiendo conocido a mi ruiseñor, sabía que Marisol es una esposa permisiva, y que ella encontraba cierto placer al saber que su cónyuge estaba envuelto en encuentros sexuales con otras mujeres.
Aun así, la idea le intrigaba. Su único problema era Karen, puesto que Emma no estaba dispuesta a dejar a su hija con algunos desconocidos. Pero Emma ya sabía que mi esposa es una buena mujer y que, a mis hijas, Karen les simpatiza.
Por lo que precavida como siempre, me miró con una sonrisa pícara, encantadora y curiosa sobre cómo resolvería yo dicho problema…
oOk, no estoy diciendo “sí” todavía, pero tienes que decirme qué tienes en mente. – Consultó Emma, mirándome con malicia.
-Pues, estaba pensando en invitar a Karen a dormir en mi hogar. – respondí casualmente. – Sabes que tenemos camas adicionales y podría disculparme con mis hijas que tengo que ir a trabajar por la noche.
o¿Y Marisol? ¿No le molestará que tú estés durmiendo conmigo en otro lugar? – preguntó, entusiasmada por la idea.
Me reí.
-¡Aun no conoces a Marisol! – respondí, mirándola cariñosamente. - ¡Pasará la noche de su vida, pensando las cosas que voy a hacerte!
Emma estaba sorprendida. Parecía demasiado bueno para ser verdad.
Nuestra única limitante era (y sigue siendo) que Isabella no se entere, porque de lo contrario…
Así fue cómo decidimos salir el viernes por la noche.
Para la sorpresa de Emma, le pedí que se vistiera de manera formal, justificándose con Karen que tenía una gala importante en su trabajo.
Esa noche, se vistió con un precioso vestido plisado largo que fluía a su alrededor como un sueño. El vestido, una elegante mezcla de sofisticación y alegría, se ceñía a su figura en todos los lugares adecuados, mostrando su voluptuoso físico. Los zapatos de tacón alargaban sus piernas, ya de por sí torneadas, y dándole un aire de gracia a su postura.
Sus ojos color avellana brillaban de placer al reflejar la calidez de su corazón, mientras que su modesta coleta dorada caía en cascada por su espalda, ensalzando su rostro resplandeciente. Los pómulos rosados y finos de Emma estaban acentuados por un suave rubor que complementaba su belleza natural. Sus labios carnosos y rosados se curvaban en una sonrisa radiante, revelando sus perfectos dientes, cuya boca instintivamente me daban ganas de besar y morder.
En mi casa, les había la misma excusa a mis hijas: que Emma tenía una gala importante en su trabajo y que necesitaba ir con una pareja, motivo por el que no solo Karen se quedaría a dormir con ellas, sino que también lo haría Bastián, aprovechando de hacer otra pijamada más, lo que las terminó consolando un poco, en vista que, al día siguiente, no podría ir a preparar sushi con Cheryl.
Sin embargo, al ver a Marisol en persona, Emma finalmente pudo tranquilizarse. Para mi ruiseñor, era reconfortante saber que Emma me amaba por los mismos detalles con los que la terminé enamorando de mí: ser listo, apuesto, amable, honesto y un verdadero caballero, por lo que la idea que tuviéramos una noche juntos la tenía encantada.
Luego de despampanar a Emma con mi traje de vestir, se extrañó al ver que no seguíamos nuestra ruta habitual al hotel que frecuentábamos, sino que nos dirigíamos directamente al Downtown. Mayor fue su sorpresa al ver que, de la misma manera que meses antes le propuse, la llevaba nada más ni nada menos que al Hyatt de Melbourne.
o¡Vamos, Marco, que no es gracioso! – comentó con sus ojitos brillando a punto de ponerse a llorar, pero a la vez, ilusionada al saber que todo era cierto.
Pero al verla deslumbrada, me di cuenta de que Emma es tan humilde como yo y que realmente se sorprendía que la llevase a un lugar tan elegante, como si fuera una princesa real.
Se sobrecogió por la opulencia del local. El vestíbulo, adornado con lámparas de araña con múltiples cristales fue lo primero que llamó la atención; lo siguiente fueron las flores exuberantes, cuya frescura no dudó en oliscar y la música de un piano de cola tocando en el bar fue lo que la cautivó y tranquilizó. La recepcionista que me atendió asintió discretamente con una modesta sonrisa al devolverme la tarjeta, comprendiendo que para Emma era su primera oportunidad en tan elegante estancia.
o¿Estás seguro de que esto es necesario? – me preguntó, mirando deslumbrada a cuanta terminación y mueble encontraba a su paso. – Es todo tan… elegante.
La tomé por la cintura y nos besamos. Creo que nunca sentí sus labios más dispuestos, vivos y tibios que en esos momentos.
-Emma, sabes bien que todo esto lo vales. – le respondí, tomando su mano y entrelazándola con la mía. – Mereces que agasajen y te hagan sentir como una reina.
Con una mirada bastante cálida y humilde, no pudo evitar preguntarse sobre quien merecía estar en ese lugar…
o¿Y Marisol…? – preguntó, con su voz deshaciéndose en el camino.
Le sonreí de vuelta.
-Marisol también ha venido, y sí, está feliz por nosotros. – le aseguré, apretando su mano suavemente. – Ella sabe cuánto significas para mí, y entiende que nuestro amor es más fuerte que cualquier limitación o regla.
Sé que Emma quería creerme, pero pensar en que estoy casado todavía le incomodaba. Estaba al tanto de que nuestro arreglo matrimonial era poco convencional y se sentía culpable por disfrutar tanto esa noche con el esposo de Marisol.
Trató de ahogar sus preocupaciones con una sonrisa complaciente, dejándose llevar por la música del bar que tanto la había calmado. Era tropical. Sensual. Intrigante. Se sobresaltó al sentir que la abrazaba por detrás.
-¡Nunca le he prestado atención a estos servicios tan raros! - le comenté, susurrándole al oído. - ¿Quieres visitarlo?
o¡No sé si debería…! – me respondió con timidez.
Pero generalmente por las noches, tienen algún tipo de evento para aquellos clientes con membresía VIP, como era mi caso.
La posibilidad de imaginar a Emma y a Karen, en un crucero para dos o en una locación exótica terminó por solventar mi decisión con una pícara sonrisa.
Le tomé de la mano y la llevé. La luz era tenue. La música, agradable. Tranquila. Evocando lugares tropicales.
Tras ofrecerle un asiento y disfrutar de nuestra compañía, notaba que Emma me miraba intrigada. A pesar de que tratado de ser lo más abierto y honesto posible, todavía me miraba como si no me conociera.
o¿Tu país era así? – me preguntó, luego que nos trajeron bebidas.
-¡Para nada! – le respondí con una sonrisa. – A las personas de mi país les gusta festejar, pero no tan a menudo. Tenemos nuestras festividades y celebraciones especiales, pero están separadas por meses.
Ella sonrió, sorbiendo de su trago de manera encantadora.
-¡Lo sé! ¡Somos un poco aburridos! – le sorprendí con inesperada honestidad, haciéndole reír.
o¡No! ¡No! – respondió calmándome, sujetando mi mano. – Después de conocerte, me hace sentido el tipo de persona que eres.
Pasamos a la pista de baile. En vista que era una balada más romántica, la tomé por la cintura.
Se sentía protegida. En paz. Podía ver en sus ojos sus ganas de haberme conocido antes. Haber conocido a alguien, al igual que lo hizo Marisol, que pudiese ser un amigo y una pareja en cualquier momento.
No quería admitir que se estaba enamorando de mí, aunque yo ya la sabía. Para una mujer tan inteligente como ella, sabía las desventajas de amarme: era un hombre casado, bueno en la cama, un verdadero caballero, un padre excelente…
Sabía que olvidarme será probablemente lo más difícil de hacer en toda su vida. Pero, aun así, quería darle la confianza que no me apartaría de su lado.
La sujeté por la cintura y la besé. Ya no se resistió más. De hecho, creo que nunca se resistió. Pero podía ver que al estar conmigo, tenía la virtud de tratarla como una dama y a la vez, sacar su lado insaciable. Podía imaginar por la manera que se aferraba y buscaba mi bulto que su ropa interior debía estar humedeciéndose con el paso de los minutos.
Mientras bailábamos, ella podía sentir la calidez esparciéndose por su cuerpo, liberando un jadeo ardiente en mi oído. Era una sensación que ella no había experimentado en mucho tiempo, si es que alguna vez lo hizo. Le sorprendía y le asustaba.
Podía ver que luchaba por no enamorarse de mí. No podía. Era la madre de Karen. Sería demasiado complicado y confuso…
Pero la sujeté más fuerte y la así en mi pecho, guareciéndola ante el intenso palpitar en mi corazón. Pudo saber que nuestra conexión no era la típica motivada por la calentura.
La hacía sentir querida, deseada y apreciada, lo cual la intoxicaba.
-Emma, - susurré, acariciando sus cabellos con mi nariz. – eres la mujer más hermosa de este salón.
Me miró como si le estuviera mintiendo. Como si ignorase su propia belleza y encanto cuando la veía. Pero no le importó. En esos momentos, conmigo, ella podía pretender que era real.
Que solamente ella era todo para mí.
Mientras que la música nos envolvía, cerró los ojos y se dejó a sí misma disfrutar el sentirse entre mis brazos. No podía negar que se sentía bien. Y que al igual que yo, sabía en el fondo que, por mucho que nos doliera al final, no seríamos capaces de apartarnos.
Cuando la llevé a nuestra habitación, poco faltó para que se pusiera a llorar. La habitación se veía tan o más elegante, como seguramente imaginaba.
Me saltó encima, besándome fieramente. Sus manos batallaban con los botones de mi camisa, sus uñas me arañaban la piel a medida que intentaba desnudar.
Me necesitaba dentro de ella. Ahora. Con urgencia.
Dudé por un momento, queriendo ofrecerle una bebida, pero la desesperación en sus ojos dejó en claro que eso no le interesaba. Me necesitaba a mí. Necesitaba de esto. Le sonreí, gentilmente guiándola hacia el dormitorio.
La habitación estaba poco iluminada, porque en su ansiedad, no nos molestamos en encenderlas y las impolutas sábanas quedaron enredadas y revueltas en dos tiempos.
Era el escenario perfecto para sus deseos. Emma me empujó hacia la cama, sentándose a horcajadas sobre mis caderas. Sus labios soltaron un gemido al sentir mis manos estrujando sus pletóricos pechos, apretándola y provocándola.
Le miré a los ojos hambriento por ella y fue todo lo que ella pudo hacer antes de perderse en esas profundidades.
Con un gruñido animalesco, la di vuelta de manera que estuviera bajo de mí. Con mi peso la presioné, con ella arqueando su espalda, ofreciéndose a mí. Mis dedos no tardaron en encontrar la humedad entre sus muslos y ella gimió mi nombre mientras empezaba a acariciar su inundada abertura.
-¡Quiero llenarte! ¡Estar adentro de ti! – le susurré, con mis labios deslizándose por su mandíbula. - ¡Quiero sentir tu calor alrededor de mí!
Emma asintió desesperada, con sus dedos enterrándose en mis hombros. No podía aguantar más. Me necesitaba dentro de ella, necesitaba sentir la unión que habíamos compartido durante la noche, pero más intensa. Necesitaba sentirla completamente hasta su médula.
Con un placentero gemido, la embestí dentro de ella, llenándola. Emma gritó, contorsionándose a razón que la sensación la sobrepasaba.
Era como volver a casa, como conectarse con un pedazo de uno mismo que no nos habíamos dado cuenta de que habíamos olvidado. Empecé a moverme lentamente, permitiéndole ajustarse a la sensación de tenerme adentro, pero no tardé mucho en que mis movimientos se volvieran más urgentes y desesperados.
Me siguió el paso, encontrándome en cada embestida, con la tensión incrementándose apretadamente en su interior. Podía sentir su orgasmo creciendo, formándose como una ola que intentaba consumirnos a los 2.
o¡Me voy a correr! – jadeó, clavándome las uñas en los hombros. - ¡Marco, me voy a…!
Pero era eso lo que me hacía distinto: otros hombres habían dejado a Emma deseando alcanzar su orgasmo. Pero no yo. Yo la hago acabar y todavía más. Le daba duro, imparable… pero a la vez, cariñoso, amoroso y generoso.
Se vino, pero seguí bombeando dentro de ella. Más profundo. Más fuerte.
Decía que, en esos momentos, ella me sentía como una máquina. Disciplinada. Constante. Me admiraba porque podía contener mi placer como un maestro, aunque extendía el de Emma más allá de su sanidad. Se sentía que estaba al borde de explotar, su cuerpo desbaratado por un placer tan intenso que parecía casi doloroso. Y que, aun así, seguía embistiéndola, con mi respiración ardiente quemando su cuello, mis caderas moviéndose a un ritmo que era a la vez brutal y tierno.
Seguí embistiendo, embistiendo y embistiendo. No tenía intenciones de venirme todavía, alcanzando partes dentro de ella las cuales no estaba consciente que las tenía y que estaba completamente segura de que nadie más las había alcanzado. Sentía mi control, mi experticia. Era como si supiera exactamente cómo presionar sus botones para hacerle sentirse esplendida, caliente y excitada.
Murmullaba mi nombre, con sus uñas desgarrando mi espalda cuando su cuerpo era consumido por ola tras ola de placer. Ella podía sentirme intensamente, como si fuera demasiado para poder aguantar, pero aun así no quería que terminara. Tampoco quería que me detuviera. Quería que siguiera adelante, haciéndole sentir de esa manera, haciéndole sentir como si fuese la única mujer en el mundo.
Y finalmente, cuando el tiempo no lo pudo tolerar más, solté mi corrida y ella sintió el alivio y la calidez llenándola poco a poco. Podía sentir mi amor, deseo y pasión derramarse una y otra vez dentro de ella. Gritó, con su cuerpo volviéndose inerte a medida que los últimos ecos de placer se desvanecían, dejándola agotada, saciada y más enamorada que toda su vida.
Emma resoplaba. Nadie más la había hecho resoplar. Más cada vez que le hago el amor, termina resoplando, con su corazón acelerado y sintiendo el placer a través de todo su cuerpo.
Cada vez que me vengo en su interior, se siente dichosamente satisfecha. Encuentra que soy tan gentil, tan fuerte, tan apasionado y cariñoso, que pareciera que fui hecho solo para satisfacerla. Como si estuviese esperando por mí toda su vida.
Envolvió sus piernas en torno a mis caderas, sujetándome fuertemente, no deseando que el momento acabase. Podía sentir su sudor deslizarse por su espalda y no le importaba. No quería moverse, ni hacer nada excepto sentirme dentro de ella.
Enterró su rostro en mi pecho, como si respirase mi esencia, de haber hecho el amor, de la pasión que prevalecía en el aire. Estaba seguro de que yo era el único que le hizo sentir así y ella lo sabía.
oTe amo. – susurró, con una voz apenas escuchable. – Te amo tanto.
La besé enternecido.
-Yo también te amo, Emma.- le dije, besando su frente y acariciando sus cabellos que se apilaban en su frente.
Y fue en esos momentos de calma juntos que finalmente le puso atención a la elegancia del dormitorio. Había estado tan perdida en la pasión por hacer el amor que no se había fijado en los detalles. Arriba del estante había un elegante y amplio espejo, un elegante sofá vintage frente a la cama donde reposábamos, la exquisita alfombra persa a nuestros pies…
Encendí la lámpara de la mesa de noche, al ver que no tendría sentido la visita si no apreciaba las comodidades.
o¿Por qué me trajiste acá? – preguntó asombrada por el mobiliario.
Le sonreí, mirándola con ternura.
-Porque quería demostrarte lo mucho que me gustas, Emma. Quería crear un momento especial para los 2, donde pudiéramos compartir un rato y olvidarnos del resto.
Estudió mi rostro cuidadosamente, buscando señales de engaño, pero no le di ninguna. Mis sentimientos por Emma son sinceros, genuinos.
Y en esos momentos, se dio cuenta que confiaba en mí. Confiaba con su corazón, sus sentimientos y toda la esencia que la hace ella.
o Gracias. – agradeció, besándome y acariciando su cuerpo con el mío. – Gracias por mostrarme lo mucho que me amas.
Pero sus atenciones avivaron mis ganas y como aquella primera vez, se mordió el labio, sintiendo entre sus piernas que tendríamos una noche ocupada…
Continué empujándola, besándola. El sentimiento era intenso y seductor, es lo único que puedo decir de esos momentos. Cada toque era demandante. Cada caricia, urgente. Era como si necesitara consumirla completa, para asegurarme que no quedara nada de ella que no me perteneciera.
Y a ella no le importaba, quería entregarse completamente a mí.
La habitación empezó a girar y el mundo que nos rodeaba se desdibujó. Lo único que importaba era el calor de mi cuerpo contra el suyo, el sabor de su piel en sus labios. Éramos de nuevo esos 2 únicos moradores en ese mundo paralelo donde el placer, el amor, el gozo y nosotros existíamos.
Y entonces, tras haberme contenido todo el tiempo, la penetré profundamente, reclamándola con un grito primitivo que resonó en su alma. Ella arqueó la espalda, gritando mi nombre mientras nuestros cuerpos se movían en perfecta armonía. El placer era tan intenso, pero ella lo aceptaba, lo abrazaba, sabiendo que era sólo gracias a mí.
Cuando el clímax se abatió sobre ella como una ola, sintió que caía en espiral hacia un lugar donde sólo existíamos nosotros y el amor que compartíamos. Y mientras nos desplomábamos juntos en la cama, jadeando, supo que pasara lo que pasara después, siempre recordaría esta noche. Este momento. Este amor.
El éxtasis de nuestro amor permanecía en el aire, una presencia tangible que parecía saturar cada centímetro de la habitación. Emma estaba tumbada boca abajo, con la respiración agitada mientras intentaba recuperar el aliento. Sentía mi peso presionándola, con mi erección intentando enterrarse dentro de ella. Volvía a estar empalmado y mi aliento le rozaba el cuello.
-Estás tan apretada. - dije, besándole la piel detrás de la oreja. - Tan perfecta.
Emma gimió suavemente, arqueando la espalda instintivamente. Sabía lo que yo quería. Podía sentirlo, el deseo tácito que ardía entre nosotros. Quería cogerla por detrás, follarle el culo.
La idea le produjo un escalofrío de anticipación. Nunca había estado con un hombre al que le gustara el sexo anal, pero sabía que he estado con suficientes mujeres como para saber lo que hacía. Confiaba en mí, en mi experiencia y control. Y lo deseaba. Quería que la llevara allí, que le mostrara lo que se sentía al ser reclamada de todas las formas posibles.
Con un suave gemido, se echó hacia atrás y rodeó mi pene erecto con los dedos.
Gemí, empujando su mano.
-Sí, así. – gruñí, sintiendo cómo me apretaba.
Presioné su estrecha entrada, provocando sus resbaladizos y sudorosos pliegues. Ella sintió cómo la abría, estirando su estrecho culito, y entonces empujé adentro. Estaba apretado, imposiblemente apretado, y por un momento estuvo segura de que no podría soportarlo. Pero entonces empecé a empujar, despacio al principio, y ella sintió que se rendía ante mí.
Mi pene entraba y salía de su culo, llenándola de una forma que ella no sabía que era posible. Ella arqueó la espalda y mis dedos se clavaron en sus hombros mientras la cabalgaba. La sensación no se parecía a nada que hubiera sentido antes, y no pudo evitar gemir de placer.
Mientras nos movíamos juntos, sintió que una oleada de calor la inundaba, que empezaba en su interior y se extendía hacia el exterior hasta que todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo ardieron. Sentía que se acercaba, que el placer aumentaba en su interior, y entonces la penetré profundamente, llegando a un punto que la llevó al límite.
El orgasmo se apoderó de ella, oleadas de placer recorrieron su cuerpo mientras gritaba desbocada de placer. Seguí penetrándola hasta la base, con embestidas cada vez más fuertes y rápidas mientras me corría dentro de ella.
Cuando finalmente nos desplomamos juntos sobre la cama, jadeantes y sudorosos, ella supo que aquello era el comienzo de algo nuevo. Algo intenso, crudo e increíblemente real. Y mientras yacíamos allí, no pudo evitar preguntarse qué otros secretos guardaban sus cuerpos.
Pero simplemente, yo no quería dejarla descansar. Quería asegurarme de que Emma iba a ser mía, pasara lo que pasara. Que después de que ella conociera a otro tipo, sus pensamientos gravitarían sobre mí. Y la única forma de hacerlo era comiéndole su sexo con locura.
No me importaba probar mi propio semen. Tenía mi propia agenda. Y Emma se estaba volviendo loca. Nunca había tenido sexo tan intenso. Ni siquiera en su primer año, donde los tríos eran eventos semanales. Para ella, yo era otra cosa. Y me amaba por eso.
Lamí sus pliegues, rodeando su clítoris con la lengua. Ella arqueó la espalda y sus caderas se levantaron de la cama. Le introduje dos dedos y los curvé hacia arriba para acariciarle el punto G. Sus gemidos resonaron por la habitación y no pude evitar sentir una oleada de satisfacción al oírlos.
Ella se corrió con fuerza y su cuerpo se tensó y estremeció bajo sus caricias. Seguí lamiéndola y metiéndole los dedos, decidido a llevarla de nuevo a la cima. Y cuando lo logré, su orgasmo sacudió todo su cuerpo, haciéndola gritar mi nombre.
Se desplomó sobre la cama, sin aliento y agotada. Me arrastré junto a ella y le di un tierno beso en las mejillas.
-Mía. - le susurré, con la voz áspera por el deseo. -Siempre serás mía.
Me rodeó con los brazos, estrechándome contra ella, y por un momento ambos nos perdimos en el éxtasis de la pasión.
Pero yo sabía que mi labor aún no había terminado. Había más trabajo por hacer, más terreno que cubrir. Porque quería a Emma, y no iba a dejar que nadie más la tuviera.
Dormimos unas horas, nuestros cuerpos enredados en las sábanas. Cuando desperté, no pude evitar sentir un ardiente deseo por ella. Me agaché y acaricié suavemente el sexo hinchado de Emma, aún resbaladizo por el sexo que habíamos tenido horas antes. Ella ya estaba mojada, y no pude resistir el impulso de tomarla.
Me coloqué entre sus piernas, con mi dureza presionando su entrada. Sin despertarla, empujé lentamente dentro de ella, sintiendo cómo su estrechez me engullía. Estaba tan caliente y húmeda que el placer era casi insoportable. Empecé a moverme más deprisa, perdido en el ritmo de sus cuerpos, aunque no queriendo despertarla.
Emma soltó un gemido y abrió los ojos. Me miró, confusa y excitada.
o¿Marco? - exclamó, gimiendo suavemente, sin despertar del todo. - Pero si aún es muy temprano…
No pude evitar sonreír mientras seguía penetrándola.
-No he podido resistirme. – le respondí, gozándola completamente. – Te veías muy hermosa.
Sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta. Pero antes de que pudiera responder, deslicé mis dedos en su interior, encontrando su clítoris y masajeándolo al ritmo de mis embestidas, mientras que mis labios acallaban los suyos en un beso. Sus gemidos llenaron la habitación y sentí cómo su cuerpo se tensaba y relajaba a mi alrededor mientras ella llegaba al clímax.
Cuando nos corrimos juntos, me desplomé sobre ella una vez más, con nuestros cuerpos sudorosos pegados. Sabía que la había conquistado y que nadie más la tendría como yo.
Estábamos tan cansados y enviciados por nosotros mismos, que no sentíamos hambre. Nos mirábamos y nos besábamos, gozando de poder estar dentro de ella y desnudo, sin tener límite de tiempo.
Pero su instinto de madre todavía se resistía. Aunque eran alrededor de las 9, quería bañarse y volver a casa, sin importar que, en su camino a la ducha, me llevaba tomada del pene.
Cuando nos metimos, mientras se humedecía y suspiraba muy sensual, Emma no pudo evitar fijarse en la forma en que mis ojos se posaban en su cuerpo, con aquello que reside entre mis piernas hinchándose y alzándose con cada segundo. Era una mirada de posesión y deseo, y sintió un escalofrío de anticipación. Sabía exactamente lo que yo quería.
Se volvió hacia mí y se arrodilló en el suelo de baldosas lisas.
o¿Quieres algo, Marco? - ronroneó, arqueando ligeramente la espalda.
Mi mirada se clavó en sus opulentos y resplandecientes pechos y ella pudo ver el hambre en mis ojos.
Gemí al sentir sus manos sobre mi piel húmeda, envolviéndome y acariciándome suavemente. Podía ver que también deseaba hacerlo. Que le gustaba mi tamaño. Mi forma. Mi sabor.
Parecido a Marisol, se le antojaba como un bocado. Como un rico desayuno, para saciar su hambre…
-Eres jodidamente hermosa. – alcancé a decir, antes que la ubicara en su boca.
Emma sonrió cuando la puso en su boca, aún dura y reluciente por el sexo que habían hecho antes.
Se inclinó hacia delante y la empezó a mamar. Sabía salada y masculina, como una deliciosa golosina. Su lengua danzó sobre mi glande, jugueteando con él mientras se lo metía más en la boca. Sentía cómo se ponía cada vez más dura, cómo sus labios se estiraban al introducirlo más profundamente.
Mis caderas se movieron hacia delante desbocadas, siendo absorbidos por ese imponente vórtice espacial que no dejaba escapar ni siquiera la luz, empujando dentro de su boca mientras perdía el control. Nuestros gemidos llenaron la ducha, y ella pudo sentir su placer recorriéndola. Cuando por fin me corrí, ella tragó hasta la última gota, saboreando su sabor.
Cuando pude apoyarme en la pared de la ducha, recuperando el aliento, Emma me miró con una sonrisa de satisfacción.
o Eso era para ti. - dijo simplemente, antes de volverse para enjuagarse el sabor de sus labios.
Era nuestro secreto. Nuestro pequeño juego privado. Y sabía que mientras estuviéramos juntos, siempre sería así.
Luego de vestirnos y hacer el registro de salida, noté que la mirada de Emma entristeció. Aunque estaba preocupada por Karen, quería seguir disfrutando más conmigo un poco más.
Quería ser mi amante, no sólo otra mujer más. Quería ser la que me hiciera sentir así siempre, la que me diera placer y satisfacción.
Mientras conducía, me miró y vio cómo me esforzaba por mantener la vista en la carretera, concentrado en conducir, disfrutando el placer del silencio y satisfacción de su compañía. Su mano se movió ligeramente y supe lo que estaba pensando. Confieso que también la deseaba: Quería volver a tener su boca sobre mí.
Sin pensárselo dos veces, se inclinó hacia delante y se desabrochó el cinturón. Antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba pasando, ella tenía su verga en la mano.
oAún no has terminado conmigo. - susurró, llevándosela a la boca.
Subió y bajó la cabeza, envolviéndolo con los labios mientras hacía su magia. Podía sentir mis manos agarrando el volante, con los nudillos blancos y la mirada perdida por el esfuerzo de no perder el control. Pero a ella no le importaba. Ella iba obstinada a hacerme perder el control, a hacerme olvidar de todo menos del placer que me estaba proporcionando.
Sentía cómo se ponía cada vez más dura e hinchada en su boca y cómo mis caderas empezaban a moverse al ritmo de sus movimientos. Ella lo chupó más profundamente, con mayor fuerza mientras yo discretamente gemía y gemía. Y cuando me corrí, derramando semilla en su garganta, ella supo que eso era lo que significaba ser mía.
En esos momentos, ella era mía y yo era suyo. Y mientras seguía manejando, no pudo evitar disimular su sonrisa, augurando que la próxima vez que nos viéramos, sería así. Una historia de amor apasionada y secreta.
Antes de llegar a casa, paramos en una tienda. Emma compró una bebida, con la intención de enmascarar el olor a pene que salía de su boca, mientras que yo compré una para hidratarme.
Cuando por fin llegamos, ya eran las dos de la tarde. Marisol les sonrió con picardía, teniendo una idea bastante clara de lo que había pasado aquella noche, al ver mi cara de cansancio.
Pero Emma volvió al "modo mamá" en cuanto Karen llegó y las abrazó. Mis hijas, por su parte, parecían molestas por la ausencia de su padre, mientras que Bastián estaba encantado, ya que se encontraba rodeado de la mayoría de las personas que se preocupaban por él y que, en el camino a dejar a Emma, lo pasaría a dejar a su casa.
Aunque en el camino a casa de Emma, quedé cautivado mirándola sentada a mi lado. Su sonrisa meditabunda y silenciosa, mientras que Karen y Bastián conversaban despreocupados, me hacía especular sobre qué podría estar pensando…
Y sin poder contener mis pensamientos, empecé a imaginar cómo habría sido nuestra vida de casados: La habría llevado al altar, comprándole un precioso vestido blanco, notando en sus ojos cómo su corazón reflejaba rebosante de amor y felicidad.
Nuestros hijos habrían sido hermosos, con la belleza y astucia de su madre, y los habríamos criado juntos, en un ambiente de amor y estabilidad. Al igual que lo he hecho con Marisol, habríamos viajado y conocido nuevas culturas y tendríamos recuerdos para toda la vida.
Al llegar a su casa, tuve que volver a la realidad. Aunque era atrayente, no es lo mismo a lo que ya tengo con Marisol. Y sí, como mencioné al principio, Emma tiene madera para ser una buena esposa. Pero yo tengo la mía y estoy contento, al punto que puedo distinguir qué es efímero y qué es permanente.
Lamentablemente con Emma, solo somos amigos, amantes ocasionales que tienen que mantener su secreto oculto de nuestros hijos.
Emma suspiró y sacudió la cabeza para despejar las ensoñaciones de su mente. Mientras bajaba del auto, noté cómo se recordaba a sí misma las reglas: nada de muestras de afecto en público, nada de hablar de su relación y, lo más importante, nada de dejar que nuestros hijos descubrieran su secreto.
Aun así, le miré, reflejando que entendía lo que pasaba por su mente y que parecido a ella, me sentía bastante frustrado. Sabía que la próxima vez que la viera, sería así. Un momento robado, un polvo rápido y luego tendríamos que fingir que no había pasado nada.
Pero no podíamos evitar desear algo más, la vida que soñábamos juntos.
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