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Compendio III
Mientras tomaba el volante, Isabella seguía mis movimientos con atención. Como les digo, desde ese día, sus ganas y pasión por manejar se desencadenaron.
-¡Mira, lo importante es que mientras conduces, te preocupes del auto adelante tuyo! – le comenté, al sentirme observado. – Solamente, te preocupas de los espejos cuando quieres cambiar de pista. Pero lo que te tienes que preocupar es de mirar primero y cambiar de pista, después.
•¡Vamos, Marco, que eso sería de locos! – comentó mirando hipnotizada el tablero de la velocidad. – Es lógico que debo hacer eso antes de cambiar.
-Aunque no lo creas, es algo que uno hace de forma inconsciente cuando aprende a conducir. – insistí serio.
Sin embargo, escuchar aquello no le interesaba…
•¡Ok! ¡Ok! – me pidió ansiosa. – Solo enséñame sobre las luces.
Podía darme cuenta de que, de alguna manera, Isabella había desatado una pasión enviciante por conducir.
-Pues, si quieres virar a la derecha, levantas la palanca, y si quieres virar hacia la izquierda, solo la bajas. - le indiqué.
•¡Ya entiendo! – comentó encantada. - ¡Es como cuando mueves el volante!
-¿Qué? – le pregunté confundido.
•¡Sí! – prosiguió, riéndose encantada. – Cuando quieres doblar a la derecha, tu mano izquierda sube, y cuando quieres doblar a la izquierda, baja. Eso me tratas de decir, ¿No?
Honestamente, quedé asombrado, porque a pesar de que tengo casi 15 años manejando, nunca me había dado cuenta. Sin embargo, Izzie parece tener una ubicación espacial innata.
-¡Wow, Isabella, tienes un buen ojo! – Le comenté impresionado. – No muchas personas se fijan en ese tipo de detalles.
Y como siempre, sacó a relucir su vanidad…
•¡Ya lo sabes! ¡Soy una mujer de múltiples talentos! – comentó, resplandeciendo en orgullo.
Llegamos a un cruce y luego de detenernos, aproveché de besarla.
-¡Ya lo creo! – le dije, acariciándola con ternura. - ¡Serás una conductora excelente con ese tipo de atención!
Y como si fuese justicia poética, se dio cuenta que avanzábamos hacia la misma planta eléctrica de la primera lección.
-¿Te das cuenta de que, a partir de ahora, si tú quisieras, podríamos ir a un motel? – le comenté en el camino.
Isabella estaba asombrada. Al igual que yo, se moría por probar esa teoría…
Pero a medida que seguíamos los caminos campestres y el sol brillaba sobre el paisaje, destacando los pastizales, haciendo una atmósfera relativamente romántica dada la soledad, le empecé a contar toda mi estrategia.
-¿Recuerdas nuestra primera lección de conducir? – le consulté, mirando el camino e ignorando sus ojitos anhelantes. – Antes que la tuviéramos, Victor me contactó para amenazarme. Me dijo que nos estaría vigilando y no me lo tomé a la ligera.
Isabella frunció sus lindas y delicadas cejas, confundida.
•¿Te amenazó? ¿Por qué no me lo dijiste? – me preguntó con aflicción.
Suspiré y le sonreí, tomando su mano para tranquilizarla.
-No quería preocuparte. Además, realmente quería que aprendieras a conducir, para que ganaras independencia. Por eso, solamente te conté que el chofer nos siguió una vez que terminamos nuestra lección.
El paisaje se extendía vasto alrededor nuestro, con pastizales, campos de cultivo y granjas, paisaje que le ayudó a asimilar su preocupación, dado que nunca le dejé percibir el peligro que nos rodeaba y que, en esos momentos, le estaba desenmarañando.
-Para la segunda lección, estaba seguro de que Victor nos volvería a vigilar. Fue por eso por lo que te pedí que dejaras tu teléfono en el auto, sospechando que podría rastrearlo. – le comenté en un tono más sombrío.
Sus lindos ojos se abrieron de par en par.
•¿Y lo del estacionamiento del mall? ¿Eso también formaba parte de tu plan? – preguntó con ansiedad.
Le sonreí, tratando de bajarle el perfil…
-En realidad, tuve que improvisar en el momento. – le confesé, todavía arrepentido por hacerla llorar. – Necesitábamos perder al chofer para poder tener verdadera intimidad. Funcionó, ¿Verdad?
Sus lindas facciones enrojecieron, al recordar cómo terminamos haciendo el amor por primera vez.
•Sí, funcionó. – respondió sonriendo, tratando de no dejarse llevar por tan placenteros recuerdos y más movida por la curiosidad. - Pero ¿Cómo se te ocurrió todo esto?
-Oh, yo sabía que lo principal era inutilizar a nuestro perseguidor y romperte la ilusión que eras prisionera. – le comenté, mirándola a los ojos con seriedad y fijándome que me contemplaba de vuelta embelesada. – Es como con los caballos. Si encierras a un caballo con un cabo de cuerda, no se le ocurrirá saltar por encima. Se quedará ahí quieto.
Mi analogía le hizo reír y disipar parte de sus preocupaciones.
•¿Así que soy el caballo de esta historia? – me preguntó, tanto divertida como coqueta a la vez.
“Más bien, la yegua caliente…” pensé para mis adentros, contemplando ese monumento de mujer.
-En cierta forma, sí. – agregué, sometiendo mis ganas de hacerme a la orilla y tomarla ahí mismo. – Pero has demostrado que pudiste liberarte. Como cuando confrontaste al chofer para que te diera las llaves. Todo eso lo hiciste tú, Izzie.
Ella enrojeció y miró hacia afuera.
•No. – me respondió con una sonrisa entremezclada con orgullo, vergüenza y humildad. – Solo obedecí, entendiendo lo que querías.
Suspiró profundamente, contemplando la libertad frente a ella.
•¿Y ahora, qué sigue?
Reduje la velocidad, llegando a nuestro destino: el estacionamiento de la central eléctrica de nuestra primera lección.
-Pues, mientras dejes tu teléfono en otro lugar, no hay manera que Victor pueda rastrearte con precisión. – le respondí, mirándola a los ojos. – Puedes dejar tu auto y tu teléfono en casa de Aisha. Nosotros podemos usar mi camioneta, un taxi o un bus, si quieres también deseas probar el transporte público, para tener nuestra cita… (le hice sonreír) … y si Victor intenta controlarte, Aisha te cubrirá.
Sus ojos brillaron en admiración y sin contenerse por más tiempo, se desabrochó el cinturón y se montó sobre mis piernas, para besarme…
•¡Chico malo, has pensado en todo! – comentó, restregando su sexo sobre el mío, exhalando de manera sensual. - ¡Me haces sentir muy celosa de tu esposa!
Nos besamos brevemente, mientras le agarraba su trasero e Izzie restregaba sus majestuosos pechos sobre mi rostro.
Y aunque estaba más duro que un cincel, teníamos que dar paso al punto final…
Asombrada y viendo cómo aquello se remarcaba en mi pantalón, me contempló cómo me bajaba del auto y caminaba hacia la vereda.
Confundida y sin saber cómo, me vio sacar el par de baldes y los palos que acotaban su espacio de estacionamiento.
-Si te las arreglas de estacionar en paralelo, tendremos esa cita que tanto deseas.
Izzie se reía maravillada.
•¿Dónde conseguiste esto?
-Ayer por la tarde lo traje para acá. – le confesé con humildad. – Sabía que lo íbamos a necesitar.
El rostro de Izzie se enterneció, al darse cuenta de que todo, incluso su exabrupto con el chofer había sido considerado dentro de mis planes.
•¡Marco…! – trató de decir, acongojada por sus palabras. Aun así, entre lágrimas en los ojos y con una sonrisa tierna en los labios, logró decir. - ¿Te das cuenta de que no me iré de aquí si no me follas bien después de esto, cierto?
-¡Me parece bien! – le respondí. – Mientras más luego lo hagas, más tiempo tendremos para follar.
Y como podrán imaginar, no tardó más de 20 minutos en lograr su objetivo, tras solo 5 intentos.
Sobrepasada por la emoción, se bajó del auto y me dio un increíble beso.
-¡Wow, Isabella! – logré decir, al recuperar mis sentidos. – Te recuerdo que sigo siendo un hombre casado… pero no lo voy a negar. Besas bastante bien.
Y diciendo esto, me tomó de la mano. Nos sacamos la ropa ansiosos, sabiendo que el tiempo jugaba en contra nuestro.
Contemplé sus pechos, impresionado por su tamaño. No tienen mucho que envidiarle a los de Emma o de Aisha, puesto que son igual de generosos, pero al notar que mi atención se enfocaba en ellos la hacía extremadamente feliz.
Intenté agacharme y comer su mojada conchita, la cual ya empapaba con viscosos fluidos mis dedos, pero ella no me dejó.
Se apartó de mí y muy complicada, se bajó una sensual tanga negra, la cual ya brillaba por el zumo de sus jugos. A decir verdad, si me lo hubiese dicho, habría aplicado la técnica que a Marisol tanto encanta, pero no por eso iba a cuestionar sus métodos.
Ella se agachó, agarró mi erección y la guió hasta sus húmedos pliegues. Dejándose caer y de un solo empujón, la empecé a llenar completamente. Nuestras caderas se encontraron en un ritmo primitivo, con nuestros cuerpos moviéndose en perfecta armonía.
-¡Wow!- exclamé, sintiendo el interior de su cuerpo ardiente y sintiendo sus suaves, sedosas y redondas nalgas.
Ella soltó una risita coqueta…
•¿Te gustó? – Preguntó sonriendo satisfecha.
-Pues, sí… porque nunca pensé que podría tener sexo con alguien tan ardiente como tú. – Le respondí, dándole lo que por tanto tiempo quiso escuchar.
Sus mejillas enrojecieron…
•¿Qué? – me preguntó, incapaz de saber si estaba bromeando o no.
Empezó a menearse más profundamente. Se sentía ardiente y muy húmeda…
-Bueno, sí. Quiero decir, mírate: eres la milf más sexy de nuestra escuela. – le respondí, derritiéndome dentro de ella.
Estaba a punto de ponerse a llorar…
•¡Chico malo, no bromees así conmigo! – Me suplicó gimoteando.
Volvió a moverse y se sentía maravilloso. Se contraía como si me quisiera sacar la vida.
-¡Es verdad! – Insistí, ansiando que volviera a bajar otra vez. – Tienes la figura de una supermodelo y eres endiabladamente sexy… nunca pensé que podría acostarme con una chica tan sexy como tú…
Y eso, la descontroló…
•¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! - respondió, empezando a saltar sobre mi regazo, besándome cada vez que lo hacía.
Y pude darme cuenta de que Isabella estaba verdaderamente feliz.
Nos besábamos ardientemente, pudiendo agarrar esos exquisitos pechos y hacerlos míos. La empecé a embestir lentamente, mientras se regocijaba al sentir mi pene estirar su majestuosa vagina.
Había tenido a varios hombres entre sus piernas, pero podía ver que ninguno de ellos había logrado hacerle sentir lo que le hice sentir yo.
Su cuerpo temblaba, a medida que se sentía más cerca de otro orgasmo. Se mordió sus sensuales labios carmesíes, tratando de contener sus gemidos, pero era inútil. Se echó hacia atrás, sacudiendo su cabeza a medida que el placer la sobreseía.
•¡Dios mío, Marco!... ¡Me vendré otra vez! ...- Jadeó Izzie, clavando sus uñas en mis hombros.
Aumentó su ritmo, brincando y brincando más fuerte, con nuestras caderas golpeándose juntas de forma explosiva.
Mis dedos tomaron sus caderas, guiando sus rebotes arriba y abajo sobre mi pene, mientras me aguantaba mi propio orgasmo con maestría.
-¡Izzie! ...- Susurré su nombre, haciendo que se corriera salvajemente una y otra vez.
Nuestras lenguas se enfrascaban en una feroz batalla, donde nuestros labios rehusaban la retirada. Pellizcaba y retorcía sus pezones, haciéndole sentir la gracia divina sobre ella, mientras que ella misma ansiaba porque se los agarrara. Al parecer, era la primera vez que se corría en un orgasmo por culpa de sus pechos.
Mientras tanto, proseguía implacable, estirando sus entrañas más allá de lo que ella creía posible.
La estaba embistiendo de tal manera, que parecía volverse loca. Se sentía tan apretada, húmeda y caliente, que estaba seguro de que la estaba estirando mucho más allá que otro hombre antes de mí.
Y que cuando alcancé su vientre, la sorpresa la hizo llorar de felicidad.
Después, me contaría que nunca creyó que el sexo pudiera ser tan maravilloso. Que algo así nunca lo había experimentado. Y, aun así, estaba ella, con un hombre que se empeñaba en machacarla y machacarla, hasta dejarla sin sentido.
La pobre incluso babeaba y gemía, totalmente distinto a una dama. Pero se sentía viva, maravillosa.
Yo estaba logrando que la puta que llevaba dentro se fundiera con todo su ser. Izzie sabía en esos momentos, que después de aquello, seguiría siendo la madre de Lily, pero a la vez, una mujer completamente nueva.
Llegó un momento que quiso suplicarme que me apiadara de ella y la rellenase con mi semen caliente. Su cuerpo entero se contorsionaba, adolorido. Sin embargo, yo seguía embistiéndola, estoico como siempre.
Mientras más la empujaba, más imploraba ella. Nunca antes había estado ansiando tan cerca del orgasmo y solo era cuestión de tiempo antes que volviera a explotar. Su cuerpo se arqueaba sin control, inclinando su espalda, hasta que golpeé el punto que le hizo ver estrellas.
•¡Ahhh!... Marco… por favor…- gimió con un hilo de voz, apenas escuchándose con el sonido de nuestra piel chocando. – No puedo más… te necesito…
Y fue ahí que empecé a chasquear las caderas, más rápido, más fuerte, más profundo. Sentía mi pene palpitando en su interior, aplacando la entrada de su útero.
Me faltaba poco. Ya casi me venía…
Y con una estocada final, la enterré hasta la base, con sus ardientes paredes estrujándome como prensas. Nos miramos a los ojos y pude darme cuenta de que ella había encontrado en mí algo que no creía posible: amor verdadero.
A medida que nuestros cuerpos se encontraban en perfecta sincronización, experimentó una ola de éxtasis azotarla completamente, enviándola en un orgasmo tan intenso que le cortó el aire. Sus uñas se clavaban a mis sudorosos hombros, mientras que mis caderas bombeaban salvajemente y sus gemidos llenaban la cabina del auto de Izzie.
Mientras sentía chorro tras chorro de semen caliente desbordando su vientre, se sintió agradecida de usar anticonceptivos. Pensaba que la copiosa cantidad de semen que le estaba inyectando podría embarazar a cualquier mujer en un santiamén.
Pero al mismo tiempo, empezó a pensar qué pasaría si yo lo hiciera. Durante esos breves segundos, escondió una pequeña sonrisa dentro de su satisfacción, imaginando en criar nuestros hijos como una esposa normal. Por supuesto, por la noche, lo haríamos una y otra y otra vez, con tal de mantenerme feliz y satisfecho, pensamiento que le hizo correrse una vez más.
Gimió agotada, mientras su cuerpo se estremecía sobre mí. Sus músculos internos me estrujaban en un apretado abrazo, ordeñando mi pene en un intento inútil por estrujar la última gota de semen.
•Marco…- jadeó con su voz agitada, todavía luchando por recuperar el aliento. - Ha sido… ha sido increíble.
Le sonreí satisfecho, acariciando sus cabellos.
-Me alegro mucho. – susurré, también agotado, besando su frente. – La espera valió la pena.
Nos quedamos un rato pegados, mirándonos y besándonos con ternura. Pero cuando pudimos separarnos, sus ojos se clavaron en mi pene de nuevo.
Todavía se mantenía hinchada y erecta, húmeda y brillante con nuestros jugos combinados.
Era curioso. Podía verla salivar. Quería probarla, pero como le había dicho a Emma durante la fiesta de padres y apoderados y en las veces subsecuentes que vio a su amiga darme una mamada, creía que solamente las putas chupaban penes…
-¿Quieres probarla? – le pregunté, viendo que ni siquiera me miraba a la cara…
•¿Ah? ¿Qué? ¡No! ¡No!... solo… me impresiona que todavía la tengas así… tan grande…- respondió, perdiendo el hilo.
Traté de no reírme y mantenerme serio…
-¡Está bien! ¡Te sientes curiosa! ¡Puedes usar solo la punta de tu lengua! – le insté, meneándola un poco.
Se mordió el labio, riendo…
•¡Chico malo! – Comentó, sonriendo traviesa. – No le cuentes a Emma…
Y diciendo eso, acomodó su cabello…
•¡No te hagas ilusiones! ¡Solo usaré mi lengua! – me dijo, mientras le contemplaba asombrado.
Restregó su lengua sobre el glande…
•Mhm… es salado… slurp… sabe bien…- comentó, dándome una sonrisa.
¡No lo podía creer!
-Este… ¿No quieres asegurarte si el resto sabe igual? – pregunté, prácticamente babeando.
Me miró con una sonrisa maliciosa.
•¡Chico malo! ¡No lo voy a hacer! – me reprendió exquisita. – Pero te ves tierno, así que probaré solo la cabeza.
Su cálida boca me estaba matando. Su lengua curiosa, por otra parte, exploraba todo el contorno del frenillo.
•Mhm… debo decir que el sabor es más intenso…- señaló, haciéndome morir cuando la sacó de su boca. – Pero no todo tu pene debe saber tan bien, ¿Cierto?
Estaba jugando conmigo…
Solo tenía que seguirle el juego…
-No podría decirte. Nunca la he probado. – le dije con una amplia sonrisa.
Me miró con desconfianza…
•Mhm… ok… pero no te hagas ideas…- me dijo antes de hacerlo.
No pude contener mi gemido. Empezó a mamarme, forzando el glande sobre su garganta.
Por supuesto, su falta de práctica la hacía ahogarse.
•¡Esto es horrible! – protestó, limpiándose mi liquido preseminal. - ¿Dices que Aisha y Emma se la tragan? ¡Es demasiado grande!
-¡Lo sé! – respondí, sonriendo satisfecho. – Pero no te preocupes. Ya has hecho mucho hoy.
•¡No! - reclamó enfadada. - Si ellas pueden hacerlo, yo también…
Y empezaba a darle de nuevo.
Le costaba llegar hasta la base. Cada vez que lo intentaba, se empezaba a ahogar, se le humedecían los ojos y necesitaba recuperar el aliento. Una vez que lo hacía, volvía a intentarlo, una y otra vez.
Sentía mi pene crecer, alargarse e hincharse.
Tuvo que sujetarla con ambas manos. Era demasiado grande para ella. Empezó a lubricar la cabeza continuamente, de manera tal que cuando alcanzara la garganta, pudiera pasar de largo.
Pero no pude ayudarle mucho. Mi pene empezó a palpitar y entonces, una enorme y cálida ola de semen salado inundó su boca, al punto que no le quedó más opción que tragársela, porque de lo contrario, se ahogaría.
No obstante, a medida que tragaba y tragaba mi semen, Isabella llegó a la conclusión que todo en mí era delicioso.
Mi pene. Mi semen. Mis labios. Mi cuerpo. Le encantaba todo.
Soltó mi pene con un sonoro sorbo y se limpió la boca con el dorso de la mano.
Le miré confundido, sin entender lo que acababa de suceder.
Izzie me sonrió lujuriosa y picara.
•¡Retiro lo dicho! - sentenció coqueta. – Estoy enamorada de ti.
A lo que no me quedó más opción que responder con un “¿Qué?”, además de contemplarla asombrado.
Luego de arreglarnos, abrir las ventanas y limpiar el auto lo mejor que pudimos, la dejé conducir durante el camino de vuelta y me fue contando su versión de la historia (la cual narré en la entrega anterior).
Para cuando llegamos a la escuela, Emma, Aisha y los niños estaban ahí, sorprendidos y con admiración al contemplar a Isabella hábilmente estacionar su auto.
Luego de bajar y que Lily abrazara contenta a su madre, Izzy y yo nos miramos una vez más.
-Te he enseñado lo más difícil. – le dije, mirándola a los ojos. – Ahora, debes decirle a Victor que te inscriba en una escuela de conducir, para obtener la licencia.
Izzy me sonrió conmovida…
-¡No debería costarte! ¡Ten confianza en ti! - le animé, acariciando su hombro.
Para terminar, durante las 2 semanas siguientes, Isabella tomó un curso intensivo para conducir, aunque no le fue difícil, pues es una conductora innata.
Aprobó el examen al primer intento, impresionando a Victor al demostrarle que es capaz y competente y alivianando sus sospechas sobre mí…
Aunque eso no quita que cada jueves, me la lleve al hotel con el que poco a poco, se ha empezado a encariñar.
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2 comentarios - PDB 44 Lecciones de conducir (IV y Final)