Continuaré relatando sobre los incidentes incestuosos que tuve con mi madre en mi juventud. Yo viví con mi abuela desde que mi padre falleció y mi mamá formó una nueva familia en otro Estado. Es un relato verídico, pero las fotos no son reales (y los nombres tampoco, excepto algunos).
***
Desde la piscineada en la casa de mi tía, me volví más intenso con mi madre. Todo el tiempo trataba de ver su ropa interior. Solía usar la excusa de que era lo mismo que verla en bikini, y de hecho, su bikini era más chico que sus cacheteros. Después de decirme que no unas cuantas veces, ella tiró la toalla y una noche, para mi sorpresa, se cambió de ropa delante de mí.
No se quedó completamente desnuda, solo se quitó la ropa muy rápido, y solo porque su calzón era grande , pero me quedé muy excitado y mi verga se puso dura en un instante. Aún así, logré controlarme.
Ves, ma, no hay nada de más, es una ropa cualquier. Pues la verdad que sí, Matheus, espero que ahora te calmes.
Pero esa conquista solo me dió más confianza para avanzar. Me puse más atrevido. Entiendo que si ella hubiera sido más firme yo no hubiese continuado, pero la comprendo, pues en el futuro, cuando me tocó estar en una situación similar, reaccioné peor.
Ahora todo el tiempo le pedía para ver su bombacha, y llegué al punto de levantar faldas y vestidos para ver. Por alguna razón ella no solo empezó a permitir como incluso facilitaba. Hacía parecer que era por miedo de que mi abuela me viera en mis intentos, pero a veces parecía que le gustaba.
Lo de verle los calzones se tornó una práctica diaria en las dos últimas semanas de su estadía. Sólo cuando me pasaba mucho de la raya se ponía más enérgica. Y cuando se enojaba, yo la abuenaba siendo tierno. Funcionaba. Mi mamá era cariñosa conmigo y le gustaba que fuera así con ella. Sentía esa necesidad porque me había dejado para volverse a casar. Noté que ella era más propensa a ceder cuando yo me ponía tierno. Y fue con ese plan que me animé a pedirle que me enseñase algunas cosas.
¿Cómo qué cosas, Matheus? No lo sé, ma, me podrías enseñar a besar. Pero que dices, una madre no enseña eso a su hijo. No me podés pedir algo así, además estoy segura de que ya lo sabes. Un manazo me hubiera frenado, pero una respuesta así dejaba en abierto, y llegué al extremo de preguntarle cómo debía tocar los senos a una chica. Ella me regañó, y yo le conté que su hermana Andrea vivía diciéndonos esas cosas, a mí y a otro primo. Ah, pero tu tía es loca, Matheus, y era cierto, era medio pícara y mi abuela siempre le llamaba la atención, de hecho mi tía se hacía la que no veía mis juegos con sus hijas, Rebeca y Raquel.
En la última semana de su viaje, hubo un día en que llegué más temprano del colegio y mi abuela no estaba. Busqué a mi madre y la encontré bañándose en el cuarto de mi abuela. La puerta del baño no estaba cerrada, porque yo nunca entraba en aquel cuarto sin tocar. Mi madre no lo esperaba. La pillé enjabonándose y ella se asustó. Me dijo que me vaya, que no la mire. Se tapó la concha y los senos. Yo fingí que había sido sin querer, le pedí perdón, pero no pude cambiar la mirada.
¿Y… no te vas a mover? ¡Soy tu madre! Lo sé, ma. No sabía qué más decir. Solo me quedé mirándola y luego de un rato ella se resignó. Siguió renegando, estaba molesta, pero sabía que yo me iba a quedar allí. Entonces dejó de taparse y se puso a quitar el jabón bajo la ducha. Yo estaba paralisado, memorizando cada palmo de su cuerpo. Mi madre lo notó, creo que pensaba qué hacer y cuando volvió a verme había algo distinto en su mirada.
Cerró la ducha y me pidió que le pase su ropa interior. Obedecí sin quitarle los ojos de encima. Tenía un seno mayor que el otro y la vagina bien peluda, y todo eso me encantó. Se puso el sostén mirándome fijamente, como analizando. Cuando iba a ponerse la bombacha escuchamos el ruido de la puerta de la casa. Trás un momento de silencio y aprehensión, mi madre me mandó salir. Mi prima Brisa aún me vió saliendo del cuarto. Me quedé con la intriga sobre qué significaba aquella actitud distinta que había notado en mi madre. Hoy me parece muy obvio que allí cruzamos la línea.
Al día siguiente traté de repetir lo mismo, pero esta vez la puerta del cuarto estaba cerrada. Yo quería aprovechar que mi abuela no estaba y me fui al cuarto de mi madre a esperarla. Ella se asustó al verme, ¿Qué hacés aquí? Quiero verte más, ma. No podés, viste lo que pasó ayer, alguien puede llegar. Nadie va a llegar, ma. Pero hijo, ya llegaste muy lejos, ya no ya. Solo quiero verte poner la bombacha, ma. Pero eso no es correcto, ¿qué te pasa? Es que ya te vas, ma. Nos callamos un poco y noté aquella mirada del día anterior. No sé porqué, pero me ponía muy ansioso. Entonces para variar ella cedió, dejó caer la toalla y me dijo que le buscase ropa. Agarré un calzón que me gustaba, en el que ya me había pajeado y le dí. Ella estaba tensa, pero luego se rió, se sentó al lado mío, me agarró el rostro con las dos manos, así con las tetas al aire, y me dijo sonriendo, ¿Qué hago contigo mi amor? Eres muy travieso!
Sus tetas me tenían hipnotizado, y ese día ella estaba de buen humor, tanto que las balanceó jugando y me dijo, ¿Qué tanto las ves? Son solo tetas, Matheus, y ya las viste antes, las chupaste hasta los dos años! Son hermosas, ma, ¿Puedo chuparlas de nuevo? Esa petición la agarró de sorpresa, me miró sorprendida y esperé una buena llamada de atención, pero solo se rió y me preguntó: ¿Te crees un bebé? Yo jugué que sí, que siempre sería su bebé. Eso es cierto, pero ya estás muy grandecito para mamar. Seguí insistiendo. Habíamos cruzado la línea, había complicidad y subestimamos los riesgos. Mi madre terminó diciendo que sí, Pero al primer ruido te vas corriendo a tu cuarto, ¿ya?
Es imposible describir la excitación que yo tuve al sentir su pezón en mi boca. Me puse muy voraz y ella me dijo, Tranquilo, más despacio. Me perdí durante un tiempo y me desperté cuando ella puso la otra teta en mi boca, diciendo que aquella estaba celosa. Luego de un rato ella empezó a dar pequeños gemidos y hablar. Ay mi hijo, ¡que pícaro que sos! ¿Sabés que no se hace eso, no? Mamar así a tu madre. Pero si soy tu hijo, ma. Pero ya estás grande. ¿Acaso no te gusta, ma? Ese es el problema, creo que me está gustando… lo estás haciendo muy bien… que sea la última vez, ya fue suficiente ya, dejá! Pero continué hasta que ella tuvo el valor de frenar.
Una cosa que yo estaba aprendiendo, no solo con respecto a las mujeres, pero con la vida en general, era la necesidad de ser corajoso e insistente, además de cauteloso. Con una combinación y equilibrio de esas tres cosas se consigue mucho. Claro que en ese momento yo era poco más que un crío inexperiente, pero ya entendía que con las mujeres, tener miedo no lleva a nada, y ahora que había logrado mamar a mi madre, perdí los frenos y fui por más.
Nuestra casa paraba llena, sobretodo ahora que faltaba poco para su viaje, mucha gente quería verla. Había poco margen para conseguir algo, pero yo estaba a la espreita y fue así que en la noche, mientras mi abuela estaba en el baño, me acerqué y le pedí que me dejase mamarla de nuevo. Ella dijo que no, como siempre, pero mi insistencia daba resultados y más tarde, cuando mi abuela se fue a dormir, mi mamá fue a mí habitación a darme buenas noches y se quedó a charlar un ratito.
Yo estaba ansioso. Le dije lo que quería, pero ella estaba relutante. Me dejó acariciarla, primero su brazo, después su muslo, como si fuera algo inocente. Charlábamos sobre cualquier cosa, pero sin poner mucha atención. Hecho el opa llevé mi mano a su barriga. Ella no la quitó, solo comentó que estaba gorda. Aproveché para llevar mi mano un poquito más arriba, por dentro de la blusa. Ella puso la mano sobre la mía y me miró muy seria. Tenía aquella mirada misteriosa. No me me frené. Yo sabía lo que quería y ella no sabía cómo evitar.
Volví a pedirle que me dejase mamarla como en la tarde anterior. Ay que sos terrible, que insistente! Pero cuando yo menos esperaba ella tomó la decisión y levantó la blusa poniendo una teta en mí boca.
Empecé a chuparla tratando de contenerme. Le gustó. Me indicó que mame a la otra, y solita empezó a intercalar. Le salió un gemido más fuerte, y las palabras, Me estás poniendo loca, ¿sabés? Ay que chupas tan bien hijo mío. Pero no chupes solo una teta, cámbiate a la otra. Aprovechá, que mañana no va haber. Eso tiene que parar.
Yo la chupé un buen rato, hasta que de la nada ella quitó su seno de mi boca y me dijo que ya no más, que era hora de dormir. Se agachó para darme un beso en la mejilla, pero yo le busqué la boca. Hubo solo un instante de indecisión, y luego ella se entregó. Nos besamos en los labios por primera vez y ya no hubo vacilación alguna de su parte.
Nuestros besos fueron mojados y profundos. Su lengua no paraba. Mi madre estaba fuera de sí. Aún recuerdo que su piel y su aliento estaban muy calientes.
Le agarré las tetas y de a poco me bajé a sus nalgas. Ella se subió a horcajadas sobre mí, sin apartar la boca. Estaba con una falda ancha que le quité. Busqué su calzón y abrí su cola con las dos manos. Ella jadeaba. Bajó a besar mi cuello. Metí mi mano adentro de su calzón, y en lugar de ponerle un dedo en el coño le puse en el culo. Ella hizo un movimiento rápido, mi dedo estaba seco y le había clavado una falange así de golpe. La inexperiencia… Pero no paramos, solo me miró sorprendida y sonrió diciendo que no era allí. Es más abajo, me pusiste un dedo en el culo. Nos reímos entre besos, pero el dedo allí se quedó. Se sentía muy aprieto. No era la primera vez que le ponía el dedo al culo a una mujer, pero era otra cosa con mi madre.
Entonces me animé a decirle que la quería coger. Ay hijo, ni digas eso… no podemos. Pero mamá, quiero que mi primera vez sea contigo. Ella se resistía, pero no paraba de besarme con mucha pasión. Bajó a besar mi pecho y subió hacia mi boca con lengüetazos y chupetones. Porque me pones tan loca, Matheus? Me dijo que no iba se dejar coger, pero que me iba enseñar una cosa nueva.
Le pregunté qué era y no se animaba a decir. Solo siguió besándome y cuando tuvo la coraje me preguntó si alguna vez había chupado a una mujer. Le dije que nunca. Querés… No necesitó terminar la frase y respondí que sí.
Se levantó y me mandó al cuarto de la abuela a escuchar si dormía. Cuando retorné ella había apagado la luz y me mandó echar en la cama. Volvió a ponerse a horcajadas sobre mí, pero ahora sobre mi cabeza. Puso la vagina a la altura de mí boca y jaló la bombacha a un costado.
Me enseñó a chuparle el clítoris y los labios. Jadeaba y me preguntaba si le gustaba su concha. Era la primera vez que tenía un coño en mi boca, y era justo el de mi madre. Ella trató de ser paciente, pero estaba tan caliente que se olvidó y empezó a moverse con prisa soltando algunos chillidos tan fuertes que me daba miedo de que nos escuche la abuela.
Se vino rápido y siguió moviéndose despacio hasta que se relajó, entonces se dió la vuelta y se sentó nuevamente en mi rostro, pero ahora se agachó y yo tuve la mejor sensación de mi vida hasta aquel momento. Mi mamá empezó a hacerme la primera mamada de mi vida, infelizmente yo no duré ni medio minuto y exploté. Chorros y más chorros de esperma llenaron su boca. Cuando terminé ella se levantó y se fue al grifo de la cocina a escupir. No le gustaba tragar.
Al otro día fui al colegio pisando las nubes, era increíble. Mi madre aún no se había despertado, pero al retornar la noté avergonzada. Mi abuela le había preguntado qué hacíamos despiertos hasta tan tarde. Mi mamá le dijo cualquier cosa, pero era obvio que la policía estaba encima.
Mi mamá se iba en tres días, y yo quería aprovechar, pero no pudo ser así. La casa estaba llena, los parientes iban y venían, y lo peor era mi abuela, que incluso dejaba la puerta de su cuarto abierta.
Recién en la última noche tuvimos algo de suerte, si es que puedo llamar así. Mi tía Celia, que era una de las hermanas menores de mi madre, la invitó a dormir en su departamento y mi madre me llevó. El depa era pequeño. Yo me quedé a dormir en el sofá y mi madre en el cuarto de huéspedes.
Cuando mi tía al fin se fue a dormir, yo esperé un tiempito antes de ir al cuarto de mi madre, pero ella me sorprendió viniendo hacía mí. No hubo charla. Apenas me senté y ella se subió sobre mí. Me besó la boca con mucho ardor. Estaba caliente como el otro día. Solita volvió a poner sus tetas en mi boca y empezó a restregarse en mi verga. Yo le apretaba y abría la cola con ganas y hasta le puse un dedo en el coño. Volví a decirle que la quería coger y estoy seguro de que hubiese sucedido si no fuera por un incidente infeliz.
Mi tía apareció en la sala. Yo no la vi, pero mi madre se levantó en un instante. Casi le da un paro. Miré hacía el corredor y ya se había ido. Mi madre se fue corriendo al cuarto. Nos quedamos con insomnio y preocupación. Al otro día ella estaba pálida y no nos despedimos bien antes del vuelo. Mi tía fue la única testigo de lo que hicimos, excepto por mi abuela que tenía sus sospechas, y el secreto quedó guardado durante un tiempo, después les contaré lo que pasó. Mi historia con mi madre tuvo una larga pausa, pero abrió la puerta para que otras aventuras incestuosas sucedan en mi vida. Es posible que las cuente muy en breve.
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Desde la piscineada en la casa de mi tía, me volví más intenso con mi madre. Todo el tiempo trataba de ver su ropa interior. Solía usar la excusa de que era lo mismo que verla en bikini, y de hecho, su bikini era más chico que sus cacheteros. Después de decirme que no unas cuantas veces, ella tiró la toalla y una noche, para mi sorpresa, se cambió de ropa delante de mí.
No se quedó completamente desnuda, solo se quitó la ropa muy rápido, y solo porque su calzón era grande , pero me quedé muy excitado y mi verga se puso dura en un instante. Aún así, logré controlarme.
Ves, ma, no hay nada de más, es una ropa cualquier. Pues la verdad que sí, Matheus, espero que ahora te calmes.
Pero esa conquista solo me dió más confianza para avanzar. Me puse más atrevido. Entiendo que si ella hubiera sido más firme yo no hubiese continuado, pero la comprendo, pues en el futuro, cuando me tocó estar en una situación similar, reaccioné peor.
Ahora todo el tiempo le pedía para ver su bombacha, y llegué al punto de levantar faldas y vestidos para ver. Por alguna razón ella no solo empezó a permitir como incluso facilitaba. Hacía parecer que era por miedo de que mi abuela me viera en mis intentos, pero a veces parecía que le gustaba.
Lo de verle los calzones se tornó una práctica diaria en las dos últimas semanas de su estadía. Sólo cuando me pasaba mucho de la raya se ponía más enérgica. Y cuando se enojaba, yo la abuenaba siendo tierno. Funcionaba. Mi mamá era cariñosa conmigo y le gustaba que fuera así con ella. Sentía esa necesidad porque me había dejado para volverse a casar. Noté que ella era más propensa a ceder cuando yo me ponía tierno. Y fue con ese plan que me animé a pedirle que me enseñase algunas cosas.
¿Cómo qué cosas, Matheus? No lo sé, ma, me podrías enseñar a besar. Pero que dices, una madre no enseña eso a su hijo. No me podés pedir algo así, además estoy segura de que ya lo sabes. Un manazo me hubiera frenado, pero una respuesta así dejaba en abierto, y llegué al extremo de preguntarle cómo debía tocar los senos a una chica. Ella me regañó, y yo le conté que su hermana Andrea vivía diciéndonos esas cosas, a mí y a otro primo. Ah, pero tu tía es loca, Matheus, y era cierto, era medio pícara y mi abuela siempre le llamaba la atención, de hecho mi tía se hacía la que no veía mis juegos con sus hijas, Rebeca y Raquel.
En la última semana de su viaje, hubo un día en que llegué más temprano del colegio y mi abuela no estaba. Busqué a mi madre y la encontré bañándose en el cuarto de mi abuela. La puerta del baño no estaba cerrada, porque yo nunca entraba en aquel cuarto sin tocar. Mi madre no lo esperaba. La pillé enjabonándose y ella se asustó. Me dijo que me vaya, que no la mire. Se tapó la concha y los senos. Yo fingí que había sido sin querer, le pedí perdón, pero no pude cambiar la mirada.
¿Y… no te vas a mover? ¡Soy tu madre! Lo sé, ma. No sabía qué más decir. Solo me quedé mirándola y luego de un rato ella se resignó. Siguió renegando, estaba molesta, pero sabía que yo me iba a quedar allí. Entonces dejó de taparse y se puso a quitar el jabón bajo la ducha. Yo estaba paralisado, memorizando cada palmo de su cuerpo. Mi madre lo notó, creo que pensaba qué hacer y cuando volvió a verme había algo distinto en su mirada.
Cerró la ducha y me pidió que le pase su ropa interior. Obedecí sin quitarle los ojos de encima. Tenía un seno mayor que el otro y la vagina bien peluda, y todo eso me encantó. Se puso el sostén mirándome fijamente, como analizando. Cuando iba a ponerse la bombacha escuchamos el ruido de la puerta de la casa. Trás un momento de silencio y aprehensión, mi madre me mandó salir. Mi prima Brisa aún me vió saliendo del cuarto. Me quedé con la intriga sobre qué significaba aquella actitud distinta que había notado en mi madre. Hoy me parece muy obvio que allí cruzamos la línea.
Al día siguiente traté de repetir lo mismo, pero esta vez la puerta del cuarto estaba cerrada. Yo quería aprovechar que mi abuela no estaba y me fui al cuarto de mi madre a esperarla. Ella se asustó al verme, ¿Qué hacés aquí? Quiero verte más, ma. No podés, viste lo que pasó ayer, alguien puede llegar. Nadie va a llegar, ma. Pero hijo, ya llegaste muy lejos, ya no ya. Solo quiero verte poner la bombacha, ma. Pero eso no es correcto, ¿qué te pasa? Es que ya te vas, ma. Nos callamos un poco y noté aquella mirada del día anterior. No sé porqué, pero me ponía muy ansioso. Entonces para variar ella cedió, dejó caer la toalla y me dijo que le buscase ropa. Agarré un calzón que me gustaba, en el que ya me había pajeado y le dí. Ella estaba tensa, pero luego se rió, se sentó al lado mío, me agarró el rostro con las dos manos, así con las tetas al aire, y me dijo sonriendo, ¿Qué hago contigo mi amor? Eres muy travieso!
Sus tetas me tenían hipnotizado, y ese día ella estaba de buen humor, tanto que las balanceó jugando y me dijo, ¿Qué tanto las ves? Son solo tetas, Matheus, y ya las viste antes, las chupaste hasta los dos años! Son hermosas, ma, ¿Puedo chuparlas de nuevo? Esa petición la agarró de sorpresa, me miró sorprendida y esperé una buena llamada de atención, pero solo se rió y me preguntó: ¿Te crees un bebé? Yo jugué que sí, que siempre sería su bebé. Eso es cierto, pero ya estás muy grandecito para mamar. Seguí insistiendo. Habíamos cruzado la línea, había complicidad y subestimamos los riesgos. Mi madre terminó diciendo que sí, Pero al primer ruido te vas corriendo a tu cuarto, ¿ya?
Es imposible describir la excitación que yo tuve al sentir su pezón en mi boca. Me puse muy voraz y ella me dijo, Tranquilo, más despacio. Me perdí durante un tiempo y me desperté cuando ella puso la otra teta en mi boca, diciendo que aquella estaba celosa. Luego de un rato ella empezó a dar pequeños gemidos y hablar. Ay mi hijo, ¡que pícaro que sos! ¿Sabés que no se hace eso, no? Mamar así a tu madre. Pero si soy tu hijo, ma. Pero ya estás grande. ¿Acaso no te gusta, ma? Ese es el problema, creo que me está gustando… lo estás haciendo muy bien… que sea la última vez, ya fue suficiente ya, dejá! Pero continué hasta que ella tuvo el valor de frenar.
Una cosa que yo estaba aprendiendo, no solo con respecto a las mujeres, pero con la vida en general, era la necesidad de ser corajoso e insistente, además de cauteloso. Con una combinación y equilibrio de esas tres cosas se consigue mucho. Claro que en ese momento yo era poco más que un crío inexperiente, pero ya entendía que con las mujeres, tener miedo no lleva a nada, y ahora que había logrado mamar a mi madre, perdí los frenos y fui por más.
Nuestra casa paraba llena, sobretodo ahora que faltaba poco para su viaje, mucha gente quería verla. Había poco margen para conseguir algo, pero yo estaba a la espreita y fue así que en la noche, mientras mi abuela estaba en el baño, me acerqué y le pedí que me dejase mamarla de nuevo. Ella dijo que no, como siempre, pero mi insistencia daba resultados y más tarde, cuando mi abuela se fue a dormir, mi mamá fue a mí habitación a darme buenas noches y se quedó a charlar un ratito.
Yo estaba ansioso. Le dije lo que quería, pero ella estaba relutante. Me dejó acariciarla, primero su brazo, después su muslo, como si fuera algo inocente. Charlábamos sobre cualquier cosa, pero sin poner mucha atención. Hecho el opa llevé mi mano a su barriga. Ella no la quitó, solo comentó que estaba gorda. Aproveché para llevar mi mano un poquito más arriba, por dentro de la blusa. Ella puso la mano sobre la mía y me miró muy seria. Tenía aquella mirada misteriosa. No me me frené. Yo sabía lo que quería y ella no sabía cómo evitar.
Volví a pedirle que me dejase mamarla como en la tarde anterior. Ay que sos terrible, que insistente! Pero cuando yo menos esperaba ella tomó la decisión y levantó la blusa poniendo una teta en mí boca.
Empecé a chuparla tratando de contenerme. Le gustó. Me indicó que mame a la otra, y solita empezó a intercalar. Le salió un gemido más fuerte, y las palabras, Me estás poniendo loca, ¿sabés? Ay que chupas tan bien hijo mío. Pero no chupes solo una teta, cámbiate a la otra. Aprovechá, que mañana no va haber. Eso tiene que parar.
Yo la chupé un buen rato, hasta que de la nada ella quitó su seno de mi boca y me dijo que ya no más, que era hora de dormir. Se agachó para darme un beso en la mejilla, pero yo le busqué la boca. Hubo solo un instante de indecisión, y luego ella se entregó. Nos besamos en los labios por primera vez y ya no hubo vacilación alguna de su parte.
Nuestros besos fueron mojados y profundos. Su lengua no paraba. Mi madre estaba fuera de sí. Aún recuerdo que su piel y su aliento estaban muy calientes.
Le agarré las tetas y de a poco me bajé a sus nalgas. Ella se subió a horcajadas sobre mí, sin apartar la boca. Estaba con una falda ancha que le quité. Busqué su calzón y abrí su cola con las dos manos. Ella jadeaba. Bajó a besar mi cuello. Metí mi mano adentro de su calzón, y en lugar de ponerle un dedo en el coño le puse en el culo. Ella hizo un movimiento rápido, mi dedo estaba seco y le había clavado una falange así de golpe. La inexperiencia… Pero no paramos, solo me miró sorprendida y sonrió diciendo que no era allí. Es más abajo, me pusiste un dedo en el culo. Nos reímos entre besos, pero el dedo allí se quedó. Se sentía muy aprieto. No era la primera vez que le ponía el dedo al culo a una mujer, pero era otra cosa con mi madre.
Entonces me animé a decirle que la quería coger. Ay hijo, ni digas eso… no podemos. Pero mamá, quiero que mi primera vez sea contigo. Ella se resistía, pero no paraba de besarme con mucha pasión. Bajó a besar mi pecho y subió hacia mi boca con lengüetazos y chupetones. Porque me pones tan loca, Matheus? Me dijo que no iba se dejar coger, pero que me iba enseñar una cosa nueva.
Le pregunté qué era y no se animaba a decir. Solo siguió besándome y cuando tuvo la coraje me preguntó si alguna vez había chupado a una mujer. Le dije que nunca. Querés… No necesitó terminar la frase y respondí que sí.
Se levantó y me mandó al cuarto de la abuela a escuchar si dormía. Cuando retorné ella había apagado la luz y me mandó echar en la cama. Volvió a ponerse a horcajadas sobre mí, pero ahora sobre mi cabeza. Puso la vagina a la altura de mí boca y jaló la bombacha a un costado.
Me enseñó a chuparle el clítoris y los labios. Jadeaba y me preguntaba si le gustaba su concha. Era la primera vez que tenía un coño en mi boca, y era justo el de mi madre. Ella trató de ser paciente, pero estaba tan caliente que se olvidó y empezó a moverse con prisa soltando algunos chillidos tan fuertes que me daba miedo de que nos escuche la abuela.
Se vino rápido y siguió moviéndose despacio hasta que se relajó, entonces se dió la vuelta y se sentó nuevamente en mi rostro, pero ahora se agachó y yo tuve la mejor sensación de mi vida hasta aquel momento. Mi mamá empezó a hacerme la primera mamada de mi vida, infelizmente yo no duré ni medio minuto y exploté. Chorros y más chorros de esperma llenaron su boca. Cuando terminé ella se levantó y se fue al grifo de la cocina a escupir. No le gustaba tragar.
Al otro día fui al colegio pisando las nubes, era increíble. Mi madre aún no se había despertado, pero al retornar la noté avergonzada. Mi abuela le había preguntado qué hacíamos despiertos hasta tan tarde. Mi mamá le dijo cualquier cosa, pero era obvio que la policía estaba encima.
Mi mamá se iba en tres días, y yo quería aprovechar, pero no pudo ser así. La casa estaba llena, los parientes iban y venían, y lo peor era mi abuela, que incluso dejaba la puerta de su cuarto abierta.
Recién en la última noche tuvimos algo de suerte, si es que puedo llamar así. Mi tía Celia, que era una de las hermanas menores de mi madre, la invitó a dormir en su departamento y mi madre me llevó. El depa era pequeño. Yo me quedé a dormir en el sofá y mi madre en el cuarto de huéspedes.
Cuando mi tía al fin se fue a dormir, yo esperé un tiempito antes de ir al cuarto de mi madre, pero ella me sorprendió viniendo hacía mí. No hubo charla. Apenas me senté y ella se subió sobre mí. Me besó la boca con mucho ardor. Estaba caliente como el otro día. Solita volvió a poner sus tetas en mi boca y empezó a restregarse en mi verga. Yo le apretaba y abría la cola con ganas y hasta le puse un dedo en el coño. Volví a decirle que la quería coger y estoy seguro de que hubiese sucedido si no fuera por un incidente infeliz.
Mi tía apareció en la sala. Yo no la vi, pero mi madre se levantó en un instante. Casi le da un paro. Miré hacía el corredor y ya se había ido. Mi madre se fue corriendo al cuarto. Nos quedamos con insomnio y preocupación. Al otro día ella estaba pálida y no nos despedimos bien antes del vuelo. Mi tía fue la única testigo de lo que hicimos, excepto por mi abuela que tenía sus sospechas, y el secreto quedó guardado durante un tiempo, después les contaré lo que pasó. Mi historia con mi madre tuvo una larga pausa, pero abrió la puerta para que otras aventuras incestuosas sucedan en mi vida. Es posible que las cuente muy en breve.
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