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PDB 45 Madeleine (II)
Compendio III
(Nota de Marco: Me había puesto en campaña para escribir sobre Isabella y sus lecciones de conducir (como podrán darse cuenta, es la última que tanto Marisol y yo le damos prioridad), pero hoy se dio otro ángulo que también debo explicar. Le pido, estimado lector, que tenga paciencia, porque con la “villana” de esta historia, aún no hemos intimado…
Pero el camino parece llevarnos prontamente hacia allá…)
Todo empezó una fresca mañana de lunes en la reunión de la junta. Para variar, yo estaba aburrido y molesto de tener que asistir, pero fue el acuerdo con el que llegamos con Edith, mi CEO. Aunque la reunión estaba en su apogeo, presentando nuevas estrategias y las últimas estimaciones de producción, no aguantaba las ganas de marcharme.
De repente, sentí el pie de una mujer rozando mi pierna. Ni siquiera levanté la vista. A esas alturas, las tonterías de Madeleine me venían sin cuidado y prefería enfocarme en los reportes frente a mí.
Eso la hizo enfadar, enrojeciendo sus mejillas con ira y frustración. Pero para mí, ella ya me era tan indiferente como una planta en la habitación.
Hasta que Edith nos pidió a ambos que nos quedáramos después de la reunión…
v Madeleine, ¿Arreglaste el contrato de Marco? – preguntó, revisando uno de los reportes vistos en la reunión.
· Eh…aun no. – respondió Madeleine, preocupada.
Edith resopló y se dirigió a mí.
v ¿Y tú? ¿Has ido a preguntarle para que arregle tu situación?
Madeleine y yo nos miramos igual de preocupados.
- No. –le dije, carraspeando para mantener una voz firme. – Creí que ella podría estar ocupada.
La ira de Edith se intensificó…
v ¡Maldición! ¡Eres demasiado relajado, Marco! ¡Arréglenlo, AHORA MISMO! ¡HOY! – Demandó nuestra jefa.
La caminata hacia la oficina de Madeleine fue lenta y tensa, con el aire lleno de palabras en silencio y deseos ocultos.
Llegamos a su oficina y Madeleine se sentó en su escritorio. Me mantuve en el marco de la puerta, observándola con cautela. El silencio entre nosotros era estremecedor, pero cargado con una tensión electrizante que ninguno de nosotros podía obviar.
Madeleine dio un gran respiro y me miró.
· Entonces…¿Vemos lo de tu contrato? – me preguntó con voz baja.
- Sí, siento molestarte. – me disculpé ante ella.
Pero cuando empezó a trabajar en el papeleo, me fijé en sus piernas… y ella se dio cuenta.
- ¿Y…cómo esta Albert? – pregunté, para aliviar la tensión.
Se puso incómoda…
· Él ha… estado bien. – respondió dudosa. Como si estuviese siendo honesta consigo misma…
Pero, al parecer, eso la hizo tratar de ser más cordial.
· Así que…ahora veo que compraste una casa nueva…- comentó, actualizando mi nueva dirección.
Me sentí avergonzado…
- Sí… creo que… gracias a ti. – repliqué con humildad.
Mi comentario la desbalanceó. Supe que le causó cargo de conciencia o algo así, puesto que había sido su treta la que nos hizo vivir a Marisol, mis hijas y a mí a las afueras de la ciudad.
· ¿Sabes? No es que yo te haya obligado a tomar este trabajo. – dijo, tratando de sonar casual y enrojeciendo brevemente.
Pero yo estoy en una nueva etapa de mi vida y ya la había perdonado.
- Lo sé. Tienes razón. – le dije, sometiéndome ante ella. - Solo que… estoy agradecido por lo que has hecho por mí.
Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Me miró como si estuviera enojada porque yo no le guardaba rencor.
Pero la verdad es que lo siento así: si bien, nos hizo vivir lejos de la ciudad y sentirnos incómodos por un buen tiempo, como familia ganamos una mayor cercanía y mejoramos más nuestra relación.
· ¡No es nada! - comentó con su cinismo de siempre, en voz baja. – Solo lo hice por el bienestar de la compañía.
Pude notar que decir eso todavía le hería el orgullo, por lo que continué sin prestarle atención.
- Bueno…entiendo por qué querías desquitarte conmigo. – reconocí sumiso. – Quiero decir… entiendo por qué estás enojada, si hice que el cerdo de tu prometido lo enviaran lejos. Pero gracias a eso, hiciste que yo me esforzara más.
Pero era eso mismo lo que le molestaba. Según su visión, ella me había aplastado como una cucaracha. Pero me recuperé y compré un nuevo hogar.
· ¿Y cómo está la “señorita santurrona”? – preguntó en un tono despectivo y molesto, apenas ocultando sus celos.
- ¿Te refieres a mi esposa, Marisol? Está embarazada. – respondí sencillamente.
Me miró como si le hubiera dado un golpe bajo…
· ¡Por supuesto!… será tu cuarto…- exclamó molesta, al ver mi ficha personal.
No quise corregirla que, en realidad, sería mi quinto, porque nos habría puesto en problemas a Sonia y a mí…
Pero entonces, en un “gran gesto de su parte”, se dio cuenta lo maleducada que había sido y trató de arreglarlo.
· ¡Felicidades!– trató de sonar sincera, forzando una sonrisa. - ¡Me parece maravilloso!
Para luego, volver a mirar la pantalla con la misma cara de amargada.
- ¿Y qué hay de ti? – pregunté educadamente, devolviéndole el enfoque.
Madeleine suspiró profundamente, como intentando echar a un lado su lástima y autocompasión que parecía querer consumirla.
· ¡Estoy bien! – respondió desganada, suspirando. – Las citas son difíciles para las mujeres de mi edad.
Le miré extrañado…
- ¿Por qué? ¡Eres preciosa! – pregunté sorprendido.
Se rió amargamente.
· ¡Ay,por favor! – exclamó, pidiéndome seriedad. – Solo lo dices por decir. En realidad, piensas que soy un monstruo. Una perra. Una bruja. La mujer que te arruinó la vida.
- No, no me arruinaste la vida. – le aclaré, tomando su mano con gentileza. – Me entregaste la oportunidad de hacer algo que siempre quise hacer. Me hiciste darme cuenta de que hay más en la vida que solo seguir órdenes.
Me miró como si tratara de creerme. Como si lo que le dijera no eran simplemente “palabras bonitas”.
· ¡No sabes lo que hablas! – Me las trató de cantar claramente. – Yo soy la villana en esta historia y tú, el héroe.
Quedé sobresaltado con sus palabras…
- Quizás, yo sea el héroe y tú, la villana. – le traté de reconocer, sin antagonizar con ella. – Pero no lo veo así. Para mí, eres una mujer que cometió un error. Igual que todos.
· ¿UN ERROR? ¿UN ERROR? – repitió, sulfurando en amargura. - ¿YO COMETÍ UN ERROR? ¡Lo siento, pero yo no te forcé a tomar este trabajo! ¡Ni te obligué a dejar a tu apartamento con tu esposa y a tus hijos!
- No, pero me hiciste darme cuenta de que hay más en la vida de lo que yo creía posible. Y por eso, te estoy muy agradecido.
Podía sentir que quería que la odiara. Que ella misma se odiaba por haberme hecho la vida miserable.
Pero ya no podía hacerlo.
Gracias a la ambición de Madeleine, abrí la posibilidad de conectarme mucho más con la vida de Bastián que cuando trabajaba toda la semana; mis hijas saben que las espero con el almuerzo preparado a su manera y Marisol puede descansar mucho más en mí, encargándome de la casa.
Aun así, me miraba enferma consigo misma.
· ¡Solo firma aquí! – soltó fastidiada.
- ¿Tienes un lápiz? – pregunté, dado que escribo solo en computadora.
Molesta, empezó a buscar uno en todo su escritorio…
Sin embargo, divisé una pluma fuente en el lugar más “insospechado” …
Rocé su busto con suavidad. Cuando presionó el dorso de mi mano, sentí parte de su calor. Al darse cuenta de dónde lo estaba sacando, Madeleine quedó estática. Sin palabras.
- Lo siento. – me disculpé avergonzado, con la mujer que, en otros tiempos, ya me habría amonestado con que eso fue un “acoso sexual”. – Usaré este.
Firmé el contrato nuevo y se lo entregué, junto con la pluma fuente.
Y de una manera muy parecida a lo que nos pasó años atrás con Hannah en la faena, las relaciones entre yo y Madeleine empezaron a mejorar de a poco…
En la siguiente reunión, me di cuenta de que ya no me miraba con odio. Me prestaba atención, más que todo…
Y aproveché de quejarme con Edith con respecto a las galletas…
Como podrán imaginar, varios miembros de la junta se aprovechan de la situación para desayunar, al punto que hacen desprecios al personal de servicio si el café sabe amargo o las galletas no les gustaron, cuando se supone que debemos enfocarnos en trabajar.
- ¡Lo siento, Edith, pero esto ya me parece intolerable! – le dije, hastiado que la bola sebosa a mi lado masticara galletas como una vaca, indiferente de lo que se estaba hablando. – Cuando trabajaba en faena, teníamos reuniones como estas, donde nos indicaban el programa de la semana. Nunca nos juntamos “para desayunar” (exclamé, mirando a la bola sebosa que me miraba indiferente). Siempre lo hicimos en nuestro propio tiempo.
Ø ¿Y qué tiene que ver con nosotros? – dijo otro miembro gordito de la junta. –Espero que no nos estés comparando con esos “monos grasientos” …
Tanto yo como Sonia y Nelson nos sentimos indignados con ese comentario, habiendo vivido la vida dentro de la faena.
Edith también le fulminó con la mirada.
- ¡Cuida tus palabras, amigo! – le advertí, soltando la lengua. – Esos tipos hacen todo el trabajo pesado, con largos turnos y alcanzando metas de producción estrictas, solo para que alguien como tú se coma una galleta. Si a uno de esos tipos los despidieran, no serías capaz de reemplazarlo.
Ø Y ellos tampoco a mí, si yo me retirase…- me respondió el gordito.
- Cierto. Pero la diferencia es que cuando te retires, serás reemplazado. Si esos tipos se tiran a huelga, por ejemplo, nuestra producción caerá y no importará cuál sea tu trabajo. Serás completamente inútil para la compañía. – Lo reprendí.
Madeleine me contemplaba sin palabras…
v ¡Nos tienes que dar un punto medio, Marco!– dijo Edith, alzando la voz razonablemente. – ¡No estamos en el mismo nivel que los mineros en terreno!
- Estoy de acuerdo. Pero piensa esto: por dejarnos comer aquí, estamos desperdiciando tiempo valioso, puesto que algunos de ustedes lo ven como la oportunidad de desayunar. – protesté, mirando con desprecio al obeso. – Y en mi caso, mi tiempo ya es valioso.
Edith suspiró, comprendiendo mi lógica…
v ¡Está bien! A partir de ahora, no comeremos galletas en estas reuniones. Si alguien quiere desayunar, él o ella tendrá que hacerlo en su propio tiempo. ¿Están de acuerdo?
Y a partir de entonces, no hubo ni galletas ni bizcochos en las reuniones de los lunes.
Pero una vez que la reunión terminó, Madeleine se acercó intrigada sobre mi pasado.
· Cuando trabajabas en la mina, ¿Fue difícil? – preguntó con suavidad.
Le sonreí, con una expresión de pesar en mi rostro.
- No fue fácil, Madeleine. Pero no fue solo el trabajo físico lo que lo hizo duro. Fue el aislamiento, el miedo constante a quedar atrapado bajo tierra… Aprendes a depender de la gente que te rodea, a formar lazos más profundos de cualquier cosa que hayas conocido.
Y por primera vez, la empecé a ver como una profesional, al escuchar atentamente cada palabra que salía de mi boca…
· Y ahora que estás aquí, con nosotros, ¿Se siente extraño? – preguntó intrigada.
Pensé unos segundos antes de responder…
- A veces. Hay cosas de este trabajo que echas de menos… la camaradería, el sentimiento de propósito. Pero también sé que tomé la decisión de dejar esa vida atrás. Y debo respetarla. – le aclaré, mirándola a los ojos. – Y tengo que encontrar la forma de hacerlo funcionar con ustedes, Madeleine. Porque las vidas de muchos tipos buenos dependen de que yo haga un buen trabajo.
Pude darme que mis palabras la impactaron, puesto que respondió:
· ¡Estoy tratando de entenderte, Marco! De verdad que lo intento. – para luego, tomar mi mano.
Para la siguiente semana, el mismo tipo gordito que se peleó conmigo se acercó a reclamarme porque no había galletas.
Ø ¿Estás feliz ahora? – se quejó, mirándome desafiante.
- ¡Por supuesto que no! - le respondí. - ¡También tengo hambre! Pero probablemente, tu esposa se ponga feliz ahora.
Tanto Edith como Madeleine disimularon sus sonrisas. Pero fue en ese momento que me gané la admiración de Madeleine: puesto que yo no quería estar ahí, podía comportarme como me diera la gana, gran contraste con el resto.
Y eso lo noté cuando empecé a dar mis reportes. Su mirada me seguía cada uno de mis gestos, observaciones y comentarios, impresionada porque yo sabía bien qué estaba pasando en cada yacimiento.
Al finalizar la reunión, se apresuró a darme alcance antes de irme.
· ¿Vas a algún lado? – preguntó curiosa.
Le sonreí al verla interesada en mí…
- Solo a comer un bocadillo rápido antes de partir. Sabes cómo es.
La noté… ansiosa.
· Sí, supongo. – exclamó titubeante un momento antes de preguntarme. – Marco… ¿Puedo ir contigo?
Levanté una ceja, inseguro…
- ¿Pagarás tu comida?
Maddie se sonrojó… y sonrió.
· ¡Por supuesto que sí! ¿Quién te crees que soy? – preguntó, rebosante porque no la rechacé.
- Una feminista. -le repliqué fríamente.
Pero en realidad, disfruté comer con ella. Nos reímos un poco y tonteamos…
Hasta que se puso callada.
- ¿Pasa algo? – le pregunté, porque de un momento a otro, se apagó.
· No. –respondió Madeleine, confundida. – Es decir… ¿Por qué eres tan amable conmigo?
Le miré perplejo.
- ¿Por qué? ¿Quieres que sea un imbécil contigo? – pregunté en tono de broma.
Sus mejillas enrojecieron levemente.
· ¡Claro que no! – luchó por responderme. – Pero si alguien tiene la justificación para serlo… eres tú.
De cualquier manera, le pagué su comida.
- ¡No seas tonta! – le dije, mirándola cálidamente. – Eres una compañera de trabajo. Tienes derecho a tu propia opinión.
Y a la semana siguiente, podría decirse que Madeleine experimentó un “cambio drástico” …
A lo que me refiero es que no me quitó el ojo de encima desde que entré a la sala de reuniones hasta que terminó, al punto que tuve que acercarme a hablarle.
- ¿Estás bien? – le pregunté, al verla casi caer de la silla por acercarme a ella.
· ¡Estoy bien! ¡Estoy bien! ¿Por qué lo preguntas? – me respondió con las mejillas coloradas.
- ¡No!¡No te ves bien! – repliqué, acariciando su frente buscando señales de fiebre.
Me miró con ojos enormes…
- ¡Ven conmigo! ¡Vamos a comer! – le ordené.
Madeleine parecía volar tras mis pasos…
· ¡Sabes que no tienes que hacer esto! – me dijo finalmente, cuando nos sentamos en una esquina apartada de la cafetería.
La miré con una pequeña sonrisa en los labios.
- ¿Y por qué no? – consulté, queriendo escuchar sus propias palabras.
Sentía que le irritaba y simpatizaba a la vez…
· Porque deberías odiarme. Hice tu vida miserable. – soltó otra vez.
Me reí, porque la creí mucho más madura…
- ¡No te odio! – le repliqué, sorbiendo mi café y sujetando su mano para tranquilizarla.
Sin embargo, Madeleine tomó mi mano y me hizo acariciarla suavemente en la mejilla, con una cara que mostraba un gran alivio de su parte.
· ¿Por qué no me odias? – preguntó, al sentirse aliviada con el tacto de mi tibia palma.
- Porque eres divertida. ¡Por eso! – le respondí, todavía asombrado por su reacción.
Y entonces, empecé a acariciarla de verdad…
- No te confundas. Todavía me molesta cómo tratas a mi esposa. – le aclaré, mientras acariciaba también su cabello.
Parecía una gatita buscando cariño…
- Pero eres peleadora y testaruda y en realidad, disfruto de sacarte de tus casillas.– proseguí, mientras ella sonreía plenamente disfrutando del tacto de mi mano.
· ¿Y no quieres más? – preguntó ella, mucho más tranquila.
La miré intrigado…
- ¿Hay algo más? – le consulté, mirándola atento.
Su respuesta fue un beso suave.
Sus labios succionaban fervientemente los míos, mientras que su lengua hacía un numerito en mi boca…
No duró mucho, puesto que me pareció que trató de contenerse. De otra forma, me habría saltado encima ahí mismo.
· ¿Es por mí que no quieres volver a la oficina? – preguntó, sonriendo al menos 10 veces más bella…
- No, no es eso. – le expliqué, sujetando su muñeca. – En realidad, toma bastante tiempo mantener una casa. Además, paso tiempo con mis niñas y mi esposa. Y es cierto que puedo trabajar desde casa.
· Pero… ¿No me extrañas? – me preguntó con una vocecita levemente molesta…
Le acaricié la cabeza.
- Bueno… no tanto, para serte sincero. – Le respondí sin rodeos. – Después de todo, trabajamos en departamentos diferentes.
· ¡Pero podríamos volvernos más cercanos! – Me replicó animosa. - ¡Yo sí quiero acercarme a ti!
Definitivamente, era una oportunidad de oro… así y todo, yo dudaba, mirándola profundamente a los ojos.
- ¿Estás segura al respecto? - le pregunté, al notar que su mirada se tornaba mucho más dócil, envuelta en sorpresa y calidez. Sus labios temblaban, como si quisiera decirme algo, pero las palabras escapaban de su mente. El rubor de sus mejillas parecía cubrir el de su maquillaje. – Tengo algunas horas libres los lunes, después de nuestras reuniones. Quizás podríamos ir a…
· ¡Un motel! – me interrumpió, pareciendo que no quería perder la oportunidad. – Un motel sería el lugar perfecto para que fuéramos.
Le sonreí asombrado…
- ¡Tienes toda la razón! – le respondí, con una mirada cálida. – Solo dame una semana, para ajustar bien las cosas.
Madeleine parecía estar viviendo un sueño.
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2 comentarios - PDB 41 Madeleine (I)