Mi Vecino Superdotado [23].


Mi Vecino Superdotado [23].




Capítulo 23.

Un poquito Puta.

No tenía ganas de autoflagelarse por su comportamiento. Sí, estuvo mal permitir que Osvaldo le diera por el culo mientras charlaba con Renzo. No hay excusas. Pero ya no aguanta más el castigo emocional.
Se propuso ir al supermercado y comprar algo rico para la cena. Seguramente Karina comería con ella, no creía que sus problemas con Rocío fueran a solucionarse pronto. Avanzó por el pasillo intentando pensar en otra cosa y cuando iba a presionar el botón del ascensor, este se abrió. Se encontró con una escena que la sobresaltó. Una mujer de cabello negro, de más de cuarenta y cinco años, la miraba desde adentro con los ojos desencajados. Tenía la blusa negra levantada y podían verse sus grandes tetas, ya algo caídas por el paso del tiempo. Tenía la pollera completamente levantada y justo debajo de su concha peluda había una bonita joven practicándole sexo oral. 
—Ay, por dios —dijo la mujer, como si hubiera visto un fantasma—. Esto… no es lo que parece. Em… dios… podemos explicarlo… ay… ay…
Intentó alcanzar el botón del ascensor, pero desde el fondo del mismo le resultó imposible. La chica que estaba arrodillada giró la cabeza, miró a Silvana y luego siguió con lo que estaba haciendo. Su lengua se deslizó entre esos carnosos labios vaginales. 
—Pará, Paulina, pará… —dijo la mujer.
Se sostenía de los laterales del ascensor con ambas manos, como si estuviera a punto de caerse.
—Tranquila, mamá. No pasa nada. Es Silvana.
Y siguió chupando concha.
—Hola Norma. Mucho gusto. ¿Te acordás de mí? —La mujer ni siquiera respondió. 
Silvana supo que debía hacer algo más, para que la mujer no se muriera de un infarto. También llegó a la conclusión de que ser un poquito pícara la ayudaría a superar la depresión que la está atormentando desde hace varios días. Entró al ascensor con paso seguro y lo paró, para que no subiera ni bajara. Las puertas quedaron abiertas, pero no le importó. Se arrodilló junto a su amiga Paulina y ante la mirada estupefacta de Norma, comenzó a lamerle la concha. No estaba nada mal, si bien considera que Norma es una mujer normal, no es una belleza como su hija, puede disfrutarlo mucho. Además cada vez encuentra más placer en lamer vaginas y ahora tenía el añadido de estar haciéndolo junto a Paulina… y con la puerta del ascensor abierta. Si Sonia llegaba a aparecer, tendrían que dar muchas explicaciones, en especial por el sexo incestuoso. Pero si el que aparecía en el pasillo era Silvio… uf, eso sí que se pondría interesante. Ese tipo reaccionaría muy mal ante semejante situación. Seguramente pondría una queja en la administración del edificio y estarían en serios problemas. Hasta podría ser tan hijo de puta de llamar a la policía y denunciar incesto o algo así. Saber esto elevó la calentura de Silvana. El riesgo era una droga para ella. Se prendió al clítoris de Norma y lo chupó con fuerza. La mujer suspiró, aunque aún no entendía qué carajo estaba pasando.
—Silvana lo sabe todo, mamá —explicó Paulina—. Es mi mejor amiga. Le conté todo. Absolutamente todo. Sabe que cogiste con Malik, sabe que cogemos entre nosotras… y lo aprueba. Así que no te preocupes.
Silvana se puso de pie, le dio un apasionado beso en la boca a Norma. La mujer no daba crédito a lo que estaba pasando.
—Si vienen a coger con Malik, están de suerte. Anda un poco bajoneado y le va a venir bien divertirse con un par de putitas bien dispuestas. Pasenla lindo. No se preocupen por los ruidos, no me voy a quejar. Ah… y si les da por el culo, quiero ver videos —esto último lo dijo mirando a Paulina.
—¡Por supuesto! —Respondió su amiga—. Lo vamos a grabar todo. ¿Y vos? ¿No querés sumarte?
—Te lo agradezco, pero no. Tengo visitas en casa. Karina, de la repostería, se peleó con su esposa. Se está quedando a dormir conmigo. No te preocupes, ella tampoco se va a quejar por los ruidos. Además… em… tendría que hacer buena letra. Estoy intentando arreglar mi relación con Renzo. 
—Uf… ¿de verdad vas a seguir perdiendo el tiempo con Renzo? ¿Por qué? 
Silvana no supo cómo responderle. Evadió la pregunta diciéndo que debía ir al supermercado antes de que cerrara. Se despidió de las dos mujeres. Norma se quedó tan pálida y muda como antes. Le llevaría un largo rato asimilar lo ocurrido. 
—Tenés una rica concha —le dijo Silvana, para animarla—. Algún día podemos hacer algo juntas. 
—¿Y cómo era eso de hacer buena letra? —Preguntó Paulina. 
—Bueno… decidí que las mujeres no cuentan. Eso lo voy a hablar con Renzo. Tendrá que acostumbrarse a que de vez en cuando me voy a comer una concha. Ahora que les agarré el gusto, no pienso dejarlas. 
Madre e hija abandonaron el ascensor y ella presionó el botón para descender a planta baja. Antes de que las puertas se cerraran, las vio tocando el timbre en el departamento de Malik. Al menos el senegalés va a tener una buena noche. 
Para Silvana fue un gran alivio emocional encontrarse con Norma y Paulina, porque esas dos también están atravesando un proceso de libertinaje sexual. Están haciendo locuras que antes no se les hubieran ocurrido ni de casualidad. Y el gran culpable es Malik. Sonrió al pensar en eso. No odia a su vecino, al contrario, ya lo considera un buen amigo. Pero no se puede negar que desde su llegada, el clima en el edificio se vio alterado. Ahora Norma se comporta como una adolescente, cogiendo a escondidas con su propia hija. Sonia se animó a confesarle sus inclinaciones lésbicas. Dalina tiene una aventura con el senegalés, a espaldas de su marido. Y ella… uf, ella es la peor de todas. Se preguntó si Malik había alterado, de forma indirecta, las relaciones laborales de Dalina. Porque a ella sí le pasó. Si no hubiera estado tan cachonda como para participar en los juegos de Paulina, nada de lo que ocurrió en su oficina hubiera pasado. 
Incluso se había vuelto menos rutinaria. Ya no planificaba su día a día, y estar en el supermercado improvisando algo rico para comer era una prueba de eso. Porque generalmente hasta las cenas tiene planeadas con varios días de antelación.
¿Pero puede echarle la culpa a Malik de todos sus excesos?
Obviamente no. 
«Ya eras puta antes de conocer a Malik». Esa molesta voz interna volvió para atormentarla. 
¿Y eso estaría mal? 
«Claro que sí. Vos querés una mujer respetable, Silvana. Pero en realidad sos una puta. ¿Te acordás cómo te miraban en las discotecas, cuando llegabas con tus provocativas minifaldas y tus escotes de infarto? Podías escuchar a la gente susurrando. “Ahí va esa putita, se deja coger fácil… si tenés una buena pija”. “Sí, escuché que le gustan las vergas grandes”. “Qué cara de puta que tiene, esta vino a buscar machos”. Te dolían esos comentarios… porque eran ciertos».
Cuando le contó a Renzo que él la ayudó a alejarse de esa vida de excesos no se animó a narrarle uno de los sucesos que la hizo recapacitar. Uno que le afectó mucho a nivel psicológico. Y no, definitivamente no podía culpar a Malik por ello. Ni siquiera lo conocía. Lo que ocurrió fue totalmente su culpa, y de nadie más. 
No piensa en ese suceso desde la pandemia, y no quiere hacerlo ahora. Es demasiado confuso y doloroso. Prefiere mantener ese recuerdo aprisionado en el fondo de su mente, donde no pueda hacer daño. 
Regresó al edificio y subió por el ascensor pensando en que había sido una gran idea optar por una bondiola de cerdo. Karina le explicó que además de la pastelería, se le da muy bien la cocina. Seguramente juntas se las ingeniarán para hacer un plato delicioso. 
Cuando el ascensor se abrió una vez más se encontró con dos mujeres. Aunque estas venían charlando casualmente y con la ropa puesta, lo cual ya es un montón considerando en cómo están las cosas en el edificio últimamente. Se trataba de Sonia y venía acompañada de una mujer de su edad, muy coqueta. De buenos pechos y con un escote decente, pero quizás demasiado revelador. Tenía los labios pintados de rojo carmín y el pelo corto negro prolijamente peinado en bucles. Su vestido era rojo y floreado, algo que quizás hubiera estado de moda en los ‘80. Sin embargo, a esa mujer le quedaba muy bien, acentuaba su caderona silueta. 
—Hey, hola Silvana —saludó Sonia—. Te presento a mi amiga Sandra. Sandra, ella es Silvana, mi vecina. 
Se saludaron entre “muchos gustos” y algún “encantada de conocerte”, se dieron un beso en la mejilla por formalidad y Silvana les cedió su lugar en el ascensor. Sandra entró y desde afuera Sonia le dijo: 
—¿Estás segura de que no querés que te acompañe?
—Sí, sí… dejá, no te hagás problema. El portero me abre la puerta… 
—Mirá que no me cuesta nada. 
—Está bien, Sonia. No es para tanto, en serio. Tengo que hacerle frente a estas cosas. 
—Bueno, está bien. Pensá que pasa rápido. Son solo unos segundos. Mandame un mensaje cuando llegues a tu casa. 
—Gracias por el té y las galletitas. Todo muy rico. 
Sonia se acercó a su amiga y le dio un fuerte abrazo cargado de pasión. Como si quisiera transmitirle fuerzas a su amiga para hacerle frente a un gran desafío. Además Silvana pudo notar que había algo más en ese abrazo. Un gran cariño por parte de Sonia, y también ganas de sentir su cuerpo contra el suyo. Besó a su amiga en la mejilla y se separaron. Sandra saludó con una sonrisa, agitando la mano. Parecía preocupada. La puerta del ascensor se cerró. 
—¿Pasa algo? —Preguntó Silvana.
—Es que a Sandra le dan miedo los ascensores. Es claustrofóbica. Pero esta vez quiso encararlo sola. Es una mujer muy valiente. 
—Ah, claro… che, muy coqueta tu amiga. Tiene buenas tetas —le guiñó el ojo—. ¿Pasó algo entre ustedes? —Sonia agachó la cabeza y la tristeza se instaló en su rostro—. Ups, ¿dije algo malo?
—No, no… tenés razón, Sandra es muy hermosa. Y me gusta. Me gusta mucho. Ese es el problema. 
—Oh… ¿no te animás a decírselo?
—Me da pánico. 
—Oh… pobrecita. —Le dio un fuerte abrazo, frotó un poco sus tetas contra la cara de Sonia, pensó que eso la ayudaría a sentirse un poco mejor—. Tenemos que hablar de esto, definitivamente. Aunque ahora mismo no puedo, tengo visita en casa… 
—Está bien, Silvana, no te preocupes. Te agradezco mucho el gesto… y el interés. Cuando tengas tiempo, avisame. Sos la única con la que puedo hablar de estos temas. 


La cena fue excelente. Silvana llevaba tiempo sin comer algo tan sabroso. Las papas noisette con las que acompañaron la bondiola estan espectaculares. Quizás podría acostumbrarse a tener a Karina cerca, aunque sea para comer cosas ricas.
Miraron juntas algunas recetas de pastelería en videos de YouTube, como para pasar el rato. Karina le comentó que ella haría todo lo posible para mantener el negocio abierto. Es el sueño de su vida y no va a dejarlo ir tan fácilmente. Seguiría adelante aunque tuviera que reducir la producción, aunque nunca reduciría la calidad. Silvana se preguntó si podría hacerse cargo de semejante negocio ella sola. No sería fácil, pero respetó su decisión. Dentro de poco Rocío se mudaría y Karina volvería a la repostería. 
Para terminar la noche luchando contra la depresión comenzaron a besarse frente a la pantalla de la compu. Pocos minutos después ya estaban desnudas, revolcándose en la cama. A Silvana le gustó coger con ella porque así afirmaba un pilar para su nueva vida: «De vez en cuando me voy a comer una concha. Le guste a Renzo o no». No estaba dispuesta a negociar eso. Disfrutó chupando la de Karina, la pasó bien sintiendo su cuerpo sudado contra el suyo y los gemidos de ambas se mezclaron con los que venían desde el departamento de Malik. Desde el altercado con su esposa Karina no volvió a pedir un encuentro sexual con el senegalés, aunque Silvana sabía que se moría de ganas de hacerlo. 
A pesar de que hubo genuino disfrute en el acto sexual, para Silvana fue un tanto agridulce. Sabía que lo estaba haciendo para evadir la realidad. Para refugiarse, una vez más, en el placer carnal. 
Karina cayó en un profundo letargo apenas unos segundos después de haber llegado al orgasmo. Para Silvana no fue tan fácil. Sí, los gemidos de Paulina y Norma se escuchan claramente; pero no era eso lo que le impedía dormir. Después de pasar más de una hora dando vueltas en la cama, se acordó de Sonia. Estuvo a punto de mandarle un mensaje, pero se le ocurrió una idea mejor. 
Tocó el timbre completamente desnuda. Al segundo intento la puerta se abrió de golpe. 
—¡Pasá! ¡Pasá! —Le dijo Sonia, con los dientes apretados para no gritar—. ¿Te volviste loca Silvana?
—Quedate tranquila Sonia, aunque me viera alguien, en este piso ya saben cómo soy. Les diría que estoy experimentando el nudismo. Malik es nudista y Dalina estaría de mi parte. 
—¿Y Silvio?
—Se le pararía la pija con solo verme desnuda. Protestaría solo para guardar las apariencias. 
Sonia soltó una risita. Tomó del brazo de su vecina y la atrajo hacia ella, Silvana aprovechó el envión para besarla. Sonia se quedó dura, solo intentaba hacerla entrar, no se imaginó que terminaría en un apasionado beso lésbico con una mujer desnuda en el pasillo de su departamento. 
—¿Querés tomar un tecito?
—Se me ocurre algo mejor. Vamos a la cama. 
—Ay, no sé… me da un poco de vergüenza.
—Ya me chupaste la concha, Sonia. 
—Sí, pero… me da vergüenza que vos me lo hagas a mí. Yo no tengo tu cuerpo. 
—Tenes un cuerpo hermoso, en especial para una mujer que ya pasó los cincuenta. Si te digo que vayamos a la cama es porque de verdad quiero hacerlo. 
Silvana tuvo que guiarla en todo el proceso, ella misma se tuvo que encargar de desnudarla. Sonia parecía una virgen primeriza, temerosa a cada paso. Ni siquiera se animaba a meterle los dedos en la concha. 
—Dale, dedeame fuerte… con ganas. Así… así… 
Los besos de Sonia comenzaron siendo tímidos, pero de a poco su calentura fue aumentando y se animó a más. No pasó mucho tiempo hasta que estuvo con la cabeza entre las piernas de Silvana. Le comió la concha como una posesa. Llevaba días fantaseando con volver a hacerlo y por fin ese momento había llegado. 
Cuando le tocó el turno a Silvana, evitó hacer preámbulos. No quería que Sonia cayera en otro momento de dudas. Le comió la concha tal y como lo había hecho un par de horas antes con Karina. Sonia la tenía muy rica y peluda. A Silvana le encantó y se lo hizo saber en más de una ocasión. 
—No puedo creer que esté cogiendo con una mujer como vos, Silvana. Esto… esto es ridículo…
—¿Por qué? —Preguntó mientras hacían la tijereta. Silvana era quien marcaba el ritmo desde arriba. 
—Porque sos demasiado hermosa. Estás completamente fuera de mi liga. Mujeres como vos deberían cobrarle fortuna a mujeres como yo por tener sexo. 
—No digas tonterías, Sonia. Estoy cogiendo con vos porque me calienta… y punto. No te hagas tanto la cabeza y disfrutá. 
Después pasaron a hacer un 69, a petición de la propia Sonia que no quería dejar pasar la oportunidad de hacerlo. Quería que Silvana estuviera arriba, quería sentir el peso de sus nalgas contra la cara y Silvana le dio el gusto. Sonia le metió la lengua tan adentro de la concha como le fue posible. 
Ambas alcanzaron el segundo orgasmo de la noche. El primero de Silvana fue por cortesía de Karina, y Sonia se masturbó unas horas antes de que su vecina apareciera por sorpresa. De saber que esa misma noche tendría sexo, se hubiera guardado las ganas para este momento. Aunque no se arrepiente, porque considera que un orgasmo proveniente de la genuina interacción sexual siempre es mejor que el que otorga la masturbación. 
Quedaron rendidas, mirando el cielo raso, respirando agitadamente una junto a la otra. 
—¡Wow! Eso fue intenso —Exclamó Sonia, entre risas—. Gracias, Silvana. Sinceramente no me lo esperaba. 
—No hay nada que agradecer, no te estaba haciendo un favor. Fue sexo entre amigas. 
—Veo que ya aceptaste las relaciones lésbicas. 
—Todavía me resultan extrañas, pero eso las hace aún más emocionantes. Estoy atravesando un gran descubrimiento. Por cierto ¿querés contarme sobre tu amiga Sandra? Me di cuenta que ese tema te tiene mal. 
—Mmmm… si, bastante. Para empezar, Sandra es heterosexual. Nunca me dio ni la más mínima pista de que pudiera estar interesada en mujeres. 
—¿Al menos es soltera?
—Sí, eso sí. Me gustaría ser tan valiente y tan decidida como vos. Encarás estas cosas de una forma que me deja sin palabras.
—Es que no soy decidida, soy impulsiva. Y eso es algo malo. Últimamente me metí en muchos problemas por eso. 
—¿Ah sí? ¿Querés contarme? No quiero ser la única que aturde con penurias. 
A Silvana le pareció una buena idea. Le hizo un resumen a Sonia sobre lo que le pasó en los últimos días. Le contó de las fotos que le enviaron a Renzo y de cómo su compañero de oficina se aprovechó de ella. También le contó a Sonia que Renzo la sorprendió teniendo sexo con otro hombre, aunque no mencionó a Osvaldo. Tampoco a Malik. Habló de Paulina, pero sin mencionar a su madre. Decidió dejar de lado la discusión entre las reposteras, porque no quería que el chisme se difundiera por todo el barrio. Sonia es una buena mujer, pero tiene fama de ser muy chismosa. 
—No sabía que habías tenido un pasado tan… alocado. ¿De verdad tuviste sexo con tantos hombres? O sea, por lo atractivo de tu cuerpo entiendo que nunca te hayan faltado pretendientes, pero…
—Sí, me acosté con todos esos hombres. Pero esa no es quien soy. Estoy intentando dejar eso en el pasado. Yo no soy tan puta, de verdad. Es solo que… atravesé una etapa. Hice cosas de las que me arrepiento. 
—¿Como haberte acostado con tres hombres a la vez?
—Eso y… algo más. 
—Mmmm… por la cara que pusiste puedo adivinar que es algo serio. 
—Nunca lo hablé con nadie. Ni siquiera con Paulina. Me da miedo que la gente me juzgue. 
—Podés contarme lo que sea, Silvi. Yo solo quiero ayudarte. Entiendo que querés dejar el pasado atrás y quizás lo mejor sea encarándolo, haciéndole frente, para que ya no duela tanto. 
—Es una buena forma de verlo. A ver, lo voy a intentar. 
Silvana comenzó a narrarle esa aventura que tanto la atormentó en las últimas horas. Le explicó que tenía recuerdos difusos y que últimamente volvieron a instalarse en su mente, para no dejarla en paz. Por un tiempo incluso intentó convencerse de que nada de eso había pasado, que fue solo un mal sueño… o un recuerdo falso inducido por el alcohol. Porque esa noche tomó mucho. Más de la cuenta. 
Todo empezó cuando entró a la discoteca con un vestido plateado muy ceñido al cuerpo y tan corto que se le asomaban un poco las nalgas. Tenía botas altas haciendo juego y una tanga blanca. Nada más. Fue consciente de las conversaciones a su alrededor, de pronto ella se convirtió en una acaparadora de miradas. Algunos ya la conocían y susurraban que ella era putita que venía a buscar machos. Otros la estaban viendo por primera vez y se les cortaba el aliento con solo imaginar que podrían llevársela a la cama. Tanto hombres como mujeres la deseaban, y eso la hacía sentir bien. 
Se acercó a la barra y pidió un gin-tonic con mucho hielo. Lo bebió demasiado rápido, porque tenía sed, y porque quería que el efecto llegara pronto. Se sentía algo cohibida con ese atuendo tan llamativo.
No tardó mucho hasta que dos tipos se le acercaron. Uno pasó por detrás de ella y se tomó el atrevimiento de acariciarle una nalga, el otro se inclinó sobre la barra, junto a ella, y la miró. 
—Hola, preciosa. ¡Qué rica estás! Ese vestido me vuelve loco. 
—Vamos a hacerla corta —dijo el segundo hombre, desde el otro lado. Ella se sintió rodeada—. Estamos buscando una putita dispuesta a pasarla bien, y nos contaron que vos sos de las que arrancan rápido. 
—¿Vamos al telo de acá la vuelta? Nosotros pagamos —dijo el primer tipo. 
Silvana todavía estaba sobria, recién iba por la mitad del tercer vaso. Si bien suele encarar rápido cuando está borracha, detesta que la traten de puta dos idiotas a los que ni siquiera conoce. 
—Déjenme en paz. No quiero saber nada con ustedes. Y no soy ninguna putita. Si quieren coger, vayan y paguen una. Yo no estoy disponible para ustedes. 
—Dale, amor… no te hagás la difícil, se te nota en la carita que te morís de ganas —dijo el segundo tipo—. Mirá que tenemos buenas pijas. La vas a pasar bien. —Le acarició la concha por encima de la tanga. 
—¡No me toques! 
Le dio un cachetazo tan fuerte que todo el mundo se dio vuelta para mirar. Al verse en el centro de atención, los dos hombres retrocedieron sonriendo como idiotas. Hicieron señas para dejar en claro que no buscaban problemas. La gente volvió a ignorarlos y Silvana también. 
Terminó el tercer vaso de gin-tonic y ahí fue cuando cometió el primer error de la noche: comenzó a mezclar bebidas. Se pidió un negroni y después un daikiri de durazno. Tomó un trago detrás de otro mientras bailaba con cualquiera que se le acercara. De a poco empezaron los manoseos por debajo del vestido, tanto de hombres como mujeres. Una chica rubia de ojos azules llegó a penetrarla con dos dedos durante unos minutos. Silvana ya había perdido la cuenta de cuántos tragos se había tomado. El mundo le daba vueltas. 
Se acercó a la barra para pedir otro trago y allí volvieron los dos tipos molestos al ataque.
—Te gusta que te manoseen, putita —dijo uno de ellos mientras le metía los dedos directamente en la concha, fue fácil porque tenía la tanga corrida. 
—Te vamos a llenar de pija, puta hermosa —dijo el otro, mientras la tomaba por la cintura. 
—No, ni hablar. No soy ninguna puta. 
—Vas a ver cómo te vamos a dejar chillando de puro gusto —el tipo le ofreció su trago, ella lo tomó de forma automática. 
—Si creen que con eso me van a convencer…
A partir de ese momento los recuerdos se vuelven difusos en la mente de Silvana. Estaba en la barra, hablando con esos tipos indeseables, intentando sacárselos de encima, y medio segundo después ya estaba en una cama, en la habitación de un hotel, en cuatro patas. Uno de los tipos le metía la pija por la concha y el otro por la boca. El de atrás le sostenía una mano contra la espalda y el de adelante la agarraba de los pelos mientras la hacía atragantar con su pija erecta. 
—Te hacías la difícil, mamita, pero al final sos tremenda putita.
—¿Te gusta tragar verga? ¿Eh? ¿Te gusta?  
Se vio a sí misma en distintas posiciones. Montando a uno de los tipos como desaforada, mientras sus grandes tetas saltaban de un lado a otro. Después se la cogieron en cucharita, primero uno y después el otro. Intentaba darle a Sonia todos los detalles que fuera posible, pero realmente no recordaba mucho. Solo sabía que el cuerpo le dolía porque los tipos eran demasiado bruscos, y ella no tenía fuerzas para huír. Sabe que lo intentó, pero la sujetaron con fuerza y le volvieron a clavar la pija. 
Recuerda un agudo dolor en la retaguardia y sabe que dijo: “No, por el culo no”. Siempre intentó convencerse de que su culo fue virgen, hasta el momento en que llegó el dildo a su vida. Sin embargo… esa noche… por más que quiera negarlo… 
—¡Callate, puta! 
El tipo le dio un cachetazo con el revés de la mano, tan fuerte que la dejó aún más mareada. Sintió cómo la verga se hundía en su culo y una vez más la pérdida de conocimiento. 
Recuerda a uno de los tipos montándola por atrás. La invade la sensación de la pija entrando y saliendo de su culo. Ese momento lo recuerda muy bien porque ahí fue consciente de que, a pesar de sus protestas, ya habían conseguido metérsela por atrás.
«Eso realmente ocurrió, Silvana. No podés hacer de cuenta que fue una pesadilla. Realmente ocurrió».
Después pasó el otro tipo. Se la enterró duro en el culo, entró muy fácil, ya lo tenía dilatado y bien lubricado. Mientras tanto el otro tipo le estaba metiendo la pija por la boca, y la hizo tragar todo su semen. 
Otro de esos recuerdos dolorosamente vívidos que tenía era ese instante siendo bombeada por el culo mientras luchaba para tragar esa enorme cantidad de leche. 
Le gustaría decir que ofreció más resistencia, que intentó huir; pero sabe que eso no ocurrió. Recuerda que fue ella misma la que montó a uno de los tipos, metiéndose la pija por el culo, y al otro le ofreció su concha. Sonia la mira anonadada, sin poder creer que Silvana hubiera sido forzada a una doble penetración y que, encima, ella misma hubiera terminado colaborando. 
Sabe que la doble penetración duró mucho, pasaron largos minutos. Imágenes difusas, distintas posiciones. Ella en cuatro, abriéndose las nalgas, suplicando que por favor le rompan el orto a pijazos. Le decían que era una puta que se entregaba fácil y ella decía que sí, que era la más puta de todas y que amaba las pijas grandes. Quería que se la cogieran duro por toda la noche. 
Chupó las dos pijas a la vez, con la cara llena de saliva y todo el maquillaje corrido, dando una imagen muy grotesca de sí misma. Volvieron a bañarla en semen y ella, obedientemente se lo tragó. 
Recuerda que cogieron en el baño, mientras se daban una ducha. Ella se quedó apoyada contra la pared, porque apenas podía sostenerse, y los dos tipos se turnaron para darle por el culo. 
—Me rompieron el orto —le contó a Sonia—. Ya no lo puedo negar. Estaba totalmente ebria y quise hacer de cuenta que esto nunca pasó, pero esos dos tipos me rompieron bien el orto. 
—No creo que hayas estado solamente ebria, Silvana. Estoy segura de que había algo en la bebida que te dieron. 
Silvana se quedó mirándola en silencio, con los ojos llenos de lágrimas.
—Tenés razón. No lo había pensado. Aunque si había algo, no era un somnífero. Porque aunque mis recuerdos sean difusos, por momentos estuve muy alerta. 
—No sé mucho de drogas. ¿Pudo ser éxtasis?
—No creo. No sé mucho de este tema, pero me contaron que el éxtasis te despierta, no te duerme. Te juro que yo nunca probé esas cosas, al menos no de forma voluntaria. —Sonia la miró en silencio—. Sé que mi vida es un desastre. No me mires así. 
—Perdón es que… se me hace difícil de procesar. Lo que te pasó fue una…
—No lo digas. Prefiero verlo como “sexo no del todo consentido”. Aunque… al final sí terminé consintiendo. Todo. Incluso volvimos a la pieza, me puse en cuatro en la cama, y les pedí más. Les pedí que me llenaran el culo de verga, otra vez. 
—¿Recordás algo más?
—Solo flashes difusos de los tipos turnándose para culearme una y otra vez. Al otro día me desperté en el suelo de la ducha. Los hijos de puta me dejaron ahí, abandonada como un preservativo usado. 
—Uy, dios… —Sonia se tapó la boca con una mano.
—Lo peor de todo es que ni siquiera me acuerdo de la cara de los tipos. Podría tenerlos parados delante mío ahora mismo y no los reconocería. 
—Es muy extraño cómo el cerebro puede seleccionar información y guardarla con lujo de detalle, y al mismo tiempo ignorar por completo otras cosas. Siento mucho lo que te ocurrió, Silvana. 
—Esa noche me di cuenta que ya no podía seguir viviendo de esa manera. 
—¿Esto fue antes o después de acostarte con tres tipos?
—Antes. Lo de los tres tipos fue una especie de despedida. Ahí no hubo sexo anal, al menos no mucho. Solo permití que me la metieran un poquito, aunque…
—Estabas ebria. 
—Así es. No puedo asegurarlo del todo. Quizás sí me dieron por el culo un rato. O no… ni idea. Eso es lo peor de todo. No poder recordar qué hice y qué no. 
—Por eso te pusiste de novia con Renzo. 
—Exacto. Él me ayudó a acomodar mi vida. Me sacó la adicción al sexo. Al menos por un tiempo. Ahora tengo miedo de que todo esté empezando otra vez. Pero tengo que aguantar, porque yo no soy ninguna puta. 
—Yo no estoy tan segura, Silvi. Sos un poquito puta. Y lo digo con el mayor de los respetos. Es decir, se nota que el sexo te gusta mucho. Quizás el problema sea que no querés aceptarte como sos. Me pasó lo mismo. Me llevó mucho tiempo aceptar que soy lesbiana. Sufrí mucho. ¿Qué tiene de malo si sos un poquito puta? Lo importante es que aprendas a manejar tu vida sabiendo que lo sos. 
Silvana la miró en silencio durante unos segundos, luego habló: 
—No lo había pensado de esa manera, Sonia. Tal vez… podría ser… el sexo me gusta. Es cierto. Quizás pueda aprender a controlar mis impulsos si…
—Si llevás una vida sexual satisfactoria con tu novio. Tenés que hablar con Renzo. La relación entre ustedes tiene que cambiar. De lo contrario tendrás que buscarte un novio nuevo. 
—Tenés toda la razón del mundo, Sonia. Sos la mejor —le dio un fuerte beso en la boca—. Necesito consultarlo con la almohada. ¿Te molesta si me quedo a dormir con vos?
—Para nada. Sería un placer. 
Se acurrucaron juntas en la cama. 
—Gracias por todo, Sonia. Y quiero que sepas que conmigo podés coger cada vez que quieras. Olvidate de sentirte sola. 
—Mmm… gracias, Silvana; pero no funciona así. 
—¿Por qué no?
—Porque con vos tendría sexo casual, está bueno, no lo voy a negar; pero yo… estoy buscando algo permanente. Una relación estable. 
—¿Con Sandra?
—Si soñar es gratis, sí. Con Sandra. Lástima que ella es heterosexual. 
—Si pudiera ayudarte con eso, lo haría. Te lo juro. 
—Gracias; pero sé que no se puede hacer nada. Aprecio la intención. 
Poco después se quedaron dormidas, abrazadas la una a la otra. 

 
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