Capítulo 22.
Mi Cuñada.
Hubo dos momentos en la vida en los que Silvana tuvo que hacerle frente a la depresión. El primero fue cuando entendió que ya había llegado a un límite en sus aventuras sexuales, porque ya se estaba comportando como una adicta. Cogía mecánicamente casi todos los días, solo porque le resultaba muy fácil conseguir un amante. Renzo la ayudó a superar esa depresión, aunque él no lo sepa. El segundo momento es este. Perdió a su novio, arruinó un matrimonio, quedó expuesta como una puta en redes y, lo que más la acomplejaba: fue humillada por Vanina Marchetti.
A pesar de esto, quiso mantenerse positiva (porque no le quedaba otra alternativa). «Si ya toqué fondo —se dijo—, ahora solo queda ir para arriba». «No sirve de nada lamentarse, tengo que trabajar en mejorar mi vida».
Lo primero que hizo, para recuperar un poco el buen humor, fue salir a correr por el parque Rivadavia. Eso activó su cuerpo y aceleró sus pulsaciones. Cuando volvió a su casa, ya con más confianza, le mandó un mensaje a Renzo:
«Me mandé muchas cagadas. Lo sé. Soy una pelotuda. Pero te quiero mucho. Si todavía no querés tirar esta relación a la basura, deberíamos juntarnos para charlar. Sin excusas. Admito que la culpa es mía. Te quiero pedir perdón personalmente».
Entre todas las incertidumbres que la aquejan, Silvana tiene una sola certeza: no puede recomponer su vida sin Renzo. Él fue su eje cuando tuvo que hacerle frente a su adicción al sexo y ahora lo necesita otra vez.
No recibió respuesta. Contaba con eso. Sabía que Renzo no cedería tan fácil. Por eso iría a buscarlo. Al menos con el mensaje ya anunciaba cuáles eran sus intenciones.
Llevaba tiempo sin ir a la casa de su novio. A él no le gustaba mucho. Le daba un poco de vergüenza su origen humilde. Silvana vive en un departamento de Caballito que no es un lujo, pero tiene buen nivel. En cambio Renzo vive en Flores, una zona más humilde… y su casa no es precisamente la más linda del barrio. Tampoco le gusta la forma en la que los vecinos le miran el culo y las tetas a Silvana. Y para colmo ella parece no darse cuenta de esto. Camina metida en su propio mundo sin prestar atención a las miradas lujuriosas clavadas en su anatomía.
Tocó el timbre y esperó pensando en qué le diría a su novio para romper el hielo. ¿Sería apropiado iniciar con un chiste o se lo tomaría a mal? No tuvo que responder a esa pregunta, cuando la puerta se abrió fue recibida por Yamila, la hermana de Renzo.
—¡Hey, hola! —Saludó Silvana, con una sonrisa.
—Tenés que ser muy caradura de venir hasta acá después de lo que le hiciste a mi hermano.
Recibir ese reclamo por parte de Yamila la descolocó. Su cuñada siempre fue muy tímida, de hecho ni siquiera habló con odio. Hasta había cierta cordialidad en su tono de voz, como si solamente intentara informarle de la situación. Aunque Silvana sabía que debía estar muy enojada por dentro, de otra manera no le hubiera dicho eso.
—Justamente por eso vine. Quiero hacer las paces con Renzo.
—Mi hermano no está.
—¿Sabés cuándo va a volver?
—Ni idea. Últimamente se pasa todo el día en la calle, con sus amigos.
—¿Te molesta si lo espero?
—Como quieras. Aunque no sé si va a volver. A veces se queda a dormir en la casa de uno de sus amigos.
—No importa. Le voy a mandar un mensaje…
—No te va a servir de nada. Tiene bloqueado tu número.
Eso desgarró a Silvana. No creía que el enojo de su novio hubiera llegado a tanto. Yamila la hizo pasar, le comunicó que estaba tomando sol en el patio, y hacia allá fueron. Yamila tenía puesto un pareo y la parte superior de una pequeña bikini turqueza. Su cuerpo estaba perfectamente bronceado, brillaba con la luz del sol. Antes de acostarse en una de las reposeras, se quitó el pareo, exponiendo la parte baja de la bikini. Era diminuta. A duras penas le cubría el pubis.
—Si querés tomar sol conmigo, sacate la ropa.
—No tengo bikini. Ni corpiño.
—No pasa nada, Silvana. Estamos entre chicas.
—Muy cierto.
Se tranquilizó al ver que Yamila había recobrado su amabilidad natural. Le hablaba con el mismo encanto inocente de siempre. Silvana se quitó la ropa, quedando con sus grandes tetas completamente expuestas. Debajo tenía una tanga de encaje que dejaba entrever sus labios vaginales. A Yamila no pareció importarle, ni siquiera la miró. También tuvo un gesto de complicidad: se quitó la parte superior del bikini. Silvana sí miró las tetas de su cuñada. Eran impresionantes. Firmes, redondas, con pezones duros y bien definidos… y completamente bronceadas. Era obvio que ella acostumbraba a tomar sol en topless.
Silvana acercó una segunda reposera, hasta dejarla prácticamente pegada a la de su cuñada. El patio era pequeño, rodeado por tapiales de ladrillo. No era el lugar más agradable del mundo para tomar sol, pero al menos estaba bien cuidado, con el césped prolijamente cortado. Había varias plantas en macetas, incluso algunas colgaban de los tapiales. Supuso que la misma Yamila se había encargado de embellecer un poco el lugar. No imaginaba a Renzo cuidando plantas, si a duras penas se bañaba.
Yamila le alcanzó un pomo de protector solar.
—Usalo, si no querés terminar toda quemada. Estás muy pálida.
—No acostumbro a tomar sol. ¿Tu hermano te contó por qué discutimos? —Preguntó Silvana mientras se ponía protector.
—No, pero debió ser algo muy difícil de procesar. Nunca había visto a Renzo tan… no sé cómo decirlo. Últimamente parece un zombie. Apenas come… y eso que Renzo se devoraba todo lo que había en la heladera.
Silvana sintió una opresión en el pecho. Le había causado mucho daño a su novio. Pero mientras se lamentaba por su comportamiento, observaba el fibroso cuerpo de Yamila. Parecía de bronce, las curvas de su anatomía y los abdominales ligeramente marcados le resultaron erotizantes. A esto debía sumarle todas las imágenes que tenía en su memoria de esa preciosa joven completamente desnuda. Con especial énfasis en aquellas fotos en las que aparecía metiéndose enormes dildos por el culo. La Yamila de esas imágenes no parecía encajar con la muchacha tímida que tenía a su lado, aunque… al estar en topless…
Se mordió el labio inferior sin dejar de mirarla y una voz picarona en su interior le dijo: «Silvana, podrías aprovechar para generar un vínculo más estrecho con tu cuñada».
—Te lo voy a contar, porque me gustaría saber tu opinión. Renzo descubrió que me gusta meterme dildos por el culo.
Silvana habló con los ojos cerrados, disfrutando de los tibios rayos de sol que bañaban su cuerpo. No tuvo que mirar para entender la reacción de Yamila. Escuchó su reposera chirriando y cómo se le cortaba la respiración. Podía imaginarla mirándola con los ojos tan abiertos como la boca, analizándola de pies a cabeza, haciéndose la idea de que a esa mujer le gusta el sexo anal.
—¿En serio? ¡Wow! No me lo hubiera imaginado nunca. No viniendo de vos. ¡Carajo! ¡Qué fuerte!
—Te lo cuento porque estamos en confianza, por favor no se lo digas a nadie.
—Claro, claro… quedate tranquila, es nuestro secreto. Uf, me imagino que Renzo se habrá puesto como loco. Ya sé lo que piensa sobre el sexo anal. No le gusta ni un poquito. Lo considera…
—Cosa de putos.
—Sí, y de putas. Renzo es un buen chico, pero tiene muchos prejuicios.
—En especial con el sexo —añadió Silvana—. Y yo… ¿cómo decirlo? Prefiero experimentar un poco. ¿Te parece mal?
—No, para nada. Tenés todo el derecho del mundo a experimentar esas cosas. A mí me critica por las fotos que subo a internet.
«Y eso que no vio las fotos más explícitas —pensó Silvana—. Si llega a ver cómo su hermana se mete consoladores por el orto, se muere».
—Que tenga esas diferencias conmigo me parece lógico, soy la novia. Pero a vos debería dejarte en paz. Es tu hermano, no tu papá.
—Es lo que yo le digo. Ni siquiera le gusta que tome sol en topless. ¡En mi propia casa!
—¿Sabe que tomás sol desnuda?
—¿Eh? No, no… ¿y vos cómo sabés?
—Ay, nena… es obvio —Silvana giró en la reposera, se encontró cara a cara con su cuñada. Le acarició el vientre con la mano izquierda y fue bajando lentamente hasta llegar al bikini. Lo levantó un poquito para mostrar el pubis completamente depilado—. No tenés marcas ahí abajo. Tenés un bronceado muy parejo. Es obvio que tomás sol desnuda.
Le acarició el pubis suavemente, esto hizo estremecer a Yamila. Ella no apartó la mano de su cuñada, se quedó petrificada, mirándola a los ojos.
—Si te gusta tomar sol sin ropa —continuó Silvana—, podés quitarte esto. Si querés, yo te acompaño. Nos quedamos desnudas las dos. Total, estamos en confianza…
Yamila sonrió. Silvana no tenía idea de qué tan importante era este gesto para su cuñada. Ella llevaba tiempo esperando tener una buena amiga con la que pudiera tomar sol desnuda. Aunque, por su timidez, siempre fue una solitaria. Prácticamente no sale de la casa. Las pocas interacciones que tiene con el mundo real son a través de internet. En el mundo de las redes se atreve prácticamente a cualquier cosa, aunque se cuida de que su hermano nunca sepa la verdad completa.
Yamila se quitó la parte inferior del bikini y Silvana se despojó de su tanga. Cuando las dos quedaron con la concha al aire, Silvana separó un poco las piernas, como diciéndole: “Que no te avergüence mostrarla”. Yamila hizo lo mismo.
—Me da un poco de bronca que mi hermano sea tan cerrado a las nuevas experiencias. Con una novia tan linda como vos debería ser el hombre más feliz del mundo.
—Muchas gracias.
—Aunque… hay algo que no me cuadra. O sea, sé que a Renzo no le gustan esas cosas, pero no lo creo capaz de cortar con su novia solamente porque te guste usar dildos… por atrás. Él te quiere mucho, de verdad. Tiene que haber algo más.
«La chica es muy perspicaz», pensó Silvana. Sabía que no la convencería solo con eso. Si pedía más, debía darle más.
—También descubrió que tuve sexo con mujeres.
Esta vez lo dijo mirando a Yamila a los ojos. Su cuñada se sonrojó y se tapó la boca con la mano.
—¿Sos lesbiana?
—No, chiquita. Solo estaba buscando experimentar cosas nuevas, como con el sexo anal. ¿Me vas a decir que nunca sentiste atracción por el cuerpo de una mujer?
Yamila tuvo una reacción cómica. Su respiración se cortó de golpe y sus mejillas enrojecieron al máximo, fue evidente incluso sobre su bronceada piel.
—No sé, no creo… nunca miré a una mujer de esa manera. Ni se me hubiera ocurrido.
—Yo pensaba lo mismo, antes de experimentarlo. Tenía muchos prejuicios. Cuando me animé a probarlo, le mostré el video a tu hermano. Lo hice para ofrecerle que se sumara a un trío conmigo y con una vecina de mi edificio, una chica llamada Paulina. Preciosa. Pero Renzo no quiso.
—¿Qué? ¿En serio? ¿Se perdió la oportunidad de hacer un trío con dos mujeres hermosas? Pero si es la fantasía de todo hombre… bueno, al menos de los hombres heterosexuales.
—Yo estaba convencida de que iba a aceptar; pero le molestó que yo hubiera hecho eso con una mujer.
—Qué boludo. Ni siquiera lo consideraría infidelidad, porque le mostraste lo que hiciste… y la intención era que él también participe. Aún así, me sorprende mucho que te hayas animado. Nunca me imaginé que pudieras tener ese tipo de… inclinaciones.
—¿Y vos?
—¿Yo qué?
—¿Nunca fantaseaste con la idea de acostarte con otra mujer?
—¿Eh? No, claro que no. Creo que no sentiría nada estando con una mujer.
—¿Nada de nada?
—Nada de nada. No me atraen las mujeres.
—Mmm… eso decía yo, hasta que probé.
Silvana se tomó un gran atrevimiento, pasó a la reposera de al lado, colocándose encima de Yamila. Su cuñada, que no esperaba este movimiento, se quedó petrificada. Silvana sonrió con picardía mientras hacía que sus tetas rozaran con las de Yamila.
—Decime… ¿no sentís nada?
—Emm…
—Relajate, es solo un pequeño experimento.
Acercó aún más su cara a la de Yamila, sus narices se quedaron tocando. Estaban a milímetros de besarse. La mano derecha de Silvana recorrió el vientre plano y bajó hasta la entrepierna. En el pubis se detuvo, lo acarició lentamente, sin ir más lejos. La respiración de Yamila comenzó a acelerarse.
—¿Sentís algo especial? Lo que sea.
—Mmm… puede ser, no sé… estoy confundida.
—¿Y te molesta? Porque si te molesta, salgo enseguida.
—No llega a molestarme, aunque… es raro. Sos la novia de mi hermano.
—Olvidate de eso por ahora. Técnicamente tu hermano me dejó. Ahora estoy soltera.
Yamila no dijo nada. Silvana aprovechó el silencio para besarla. Lo hizo con sensualidad, como siempre lo había soñado. La boca carnosa de Yamila le pareció tan dulce como embriagadora. Sus lenguas comenzaron a buscarse y la mano de Silvana bajó hasta dar con el clítoris. Lo acarició lentamente y Yamila, en lugar de mostrar rechazo, separó un poco las piernas, como invitándola a pasar.
—¿Qué pensás ahora de las mujeres?
—Uf… no sé qué pensar. Dios… em…
—¿Y del sexo anal? ¿Qué pensás de eso? Algo me dice que te gusta mucho.
—Te diste cuenta, ¿cierto?
—¿De qué?
—De lo que llevo puesto.
A Silvana le resultaron confusas esas palabras. Esa chica no llevaba nada puesto, a menos que…
Con una sonrisa picarona, Silvana bajó aún más hasta llegar al culo de su cuñada. Allí tanteó hasta dar con la base de un plug. Lo movió un poquito, como si intentara sacarlo; pero no lo hizo. Luego volvió a hundirlo y Yamila gimió. Volvieron a besarse, esta vez con más pasión que antes.
—Esto lo tenías bien escondido, Yamila. No sabía que te gustaran estas cosas —mintió para no tener que confesar que le había robado sus fotos privadas.
—Por favor no se lo cuentes a nadie. Renzo se moriría de un disgusto…
—Hey, ni hace falta que lo digas —le dio un corto beso en la boca—. Somos amigas. Este es nuestro secreto. Decime… ¿usás cosas más grandes que esto? Porque yo sí.
—Uf, sí… mucho más grandes.
—¡Qué picarona!
Esta vez Silvana se lanzó en busca de una de las tetas. Comenzó a chuparle el pezón. Los nervios se apoderaron de Yamila cuando uno de los dedos entró en su concha, porque en ese instante sintió un ruido lejano; uno muy tenue, que solo alguien que viviera en esa casa podría identificar. Le dio un leve empujón a Silvana y ésta se apartó. No quería que su cuñada se sintiera forzada. Yamila se puso de pie de un salto y miró para todos lados, confundida y acalorada, como si alguien la hubiera sorprendido cometiendo un delito.
—Estee… em… creo que vino mi hermano. No dejes que me vea así.
—Ah, no te preocupes.
Silvana entró a la casa, completamente desnuda. A Renzo casi le da un infarto al verla allí… y sin ropa. Ella se apresuró a contarle que estaba tomando sol con Yamila y que habían decidido desnudarse. Pidió que le diera tiempo para que se vistiera y también le pidió una tregua. Le dijo que quería hablar con él, solucionar todo el problema. Le prometió que sería completamente honesta y aceptaría su parte de la culpa. Renzo se excusó diciendo que no había tenido tiempo para prepararse mentalmente. Aún no estaba listo para mantener esa conversación. Le pidió a Silvana que se fuera de la casa y que por favor le diera tiempo para pensar. Silvana aceptó, porque no tenía otra alternativa. Le hubiera encantado quedarse a “jugar” con su bella cuñada; pero no era el momento apropiado para hacerlo.
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Al llegar al edificio vio a Osvaldo barriendo. La calentura de Silvana le nubló completamente el juicio. Actuó sin pensar, como una adicta que cede ante un impulso. Tomó al portero de la mano y lo llevó hasta el ascensor. Apretó el botón del piso diecinueve y cuando la puerta se cerró, se arrodilló en el piso. Sin decir nada, sacó la verga de Osvaldo y empezó a comérsela con devoción.
«Eso, chupala toda… chupala toda», le decía la vocecita interior, que también había perdido el control.
No pasaron ni cinco minutos que ya Silvana estaba en cuatro en su propia cama, completamente desnuda. Se abrió las nalgas y le dijo a Osvaldo:
—Ponete mucho lubricante en la pija, porque quiero que me rompas el orto.
Osvaldo, que es de pocas palabras, se limitó a obedecer. Embadurnó su miembro con abundante lubricante en gel y se colocó detrás de Silvana.
—Mandala fuerte para adentro, sin miedo. Quiero que me duela. Uyyy… ahhh… siiii… ufff… asiii… clavame toda… y dame duro. Rompeme el orto.
Empezó el bombeo rítmico y bestial. Osvaldo no tuvo clemencia de ella, la hizo chillar como una puta. Esto tenía que ser culpa de Yamila, ella la dejó tan excitada. De lo contrario no se hubiera comportado de esta forma… ¿o si?
Ya no sabía qué pensar.
Silvana estaba disfrutando del mejor sexo anal de su vida cuando sonó el teléfono. Al ver el nombre de Renzo contestó automáticamente, sin pensar en las consecuencias.
—¡Hey! Hola… uff… hola amor… ahhh… ¿cómo andás?
—Hola Sil. Te noto agitada.
—Es que estuve corriendo en el parque. Recién llego.
En ese momento se acordó que ya había usado esa excusa absurda. Pensó que esta vez no colaría, que Renzo se daría cuenta. Pero no fue así.
—Ah, ok. Em… te llamo porque mi hermana me dijo que querías hablar conmigo.
—Ah… si… mmmhhhh uff… —agachó la cabeza e intentó respirar por la nariz, la pija de Osvaldo la estaba haciendo delirar de placer—. Quería pedirte perdón por…
—Eso lo hablaremos en otro momento —interrumpió Renzo—. Yamila tiene otra idea. No sé si va a funcionar, pero… bueno, pongo el altavoz. Hablá con ella.
—Hola Silvana —saludó su cuñada—. Quería proponerte algo. Entiendo que el problema con Renzo tiene que ver con la confianza. Él dice que le mentiste mucho, que no sos sincera con él. ¿Qué te parece si esta vez sos sincera y le contás lo que pasó?
—¿Ahora mismo? —Preguntó, sintiendo ese miembro bombeando en su culo.
—Sí, ahora mismo. Para que él vea que no te estás preparando las respuestas.
—¿Y qué tengo que decirle?
—Lo que él te pida. Renzo, ¿qué querés saber?
—Quiero saber qué pasó con el portero.
—Eso mismo —coreó Yamila—. Pero tenés que ser totalmente sincera, aunque a él le duela. Porque de lo contrario no va a confiar nunca en vos.
—Mmm… ok. Renzo, ¿creés que vas a poder soportar toda la verdad?
—Sí. Lo que me mata es la incertidumbre. Prefiero saber la verdad, por más dolorosa que sea.
Silvana hizo una rápida evaluación. Podía ser absolutamente sincera y decirle que en ese preciso instante estaba manteniendo sexo anal con Osvaldo o podía aplicar un poquito de autopreservación. Contar verdades a medias. Optó por hacer lo segundo.
—¿Querés saber algo específicamente? —Le preguntó a Renzo.
—Emmm… ¿tuviste sexo anal con él?
—Sí.
Silencio. Podía imaginar el corazón de su novio quebrándose, como si fuera un vidrio a punto de romperse.
—¿Y por qué lo hiciste? —La pregunta vino de parte de Yamila.
—Porque quería saber qué se sentía —dijo, mientras cerraba los ojos y disfrutaba del bombeo rítmico del portero.
—¿Y te gustó? —Silvana supo que el interrogatorio lo haría Yamila, y sospechaba que la chica simplemente tenía una curiosidad morbosa por el sexo anal.
—Me encantó. Perdón que lo diga así, Renzo; pero me pediste absoluta sinceridad. Me encantó que Osvaldo me la diera por el culo. —La excitación comenzó a aumentar junto con el ritmo de las penetraciones—. Fue maravilloso. Una de las mejores experiencias sexuales de mi vida. Disfruté a pleno cada segundo… cada penetración.
—¿Te gustó la verga de Osvaldo? —Quiso saber Yamila. A su lado estaba Renzo, blanco como un papel, con los ojos muy abiertos.
—Siiii… —dijo, soltando un largo gemido—. La pija de Osvaldo me encantó. Perdón por la honestidad brutal, amor…
—No te disculpes por eso, es lo que te pedí —dijo Renzo, que luchaba por asimilar lo que su novia le contaba.
—Ok, ok… sinceramente, yo quería que Osvaldo me diera por el culo. Quería probar una verga grande e imponente como la de él. Me moría de ganas por sentir algo bien grande y duro dentro del culo. Además Osvaldo… uf… ah… Osvaldo es una máquina de coger. Parece que no se va a cansar nunca. Me dio con todo durante un rato largo y yo… ay, perdón Renzo… yo le pedí más. Quería más. Quería que me rompiera el orto a pijazos.
—¿Y dirías que lo consiguió? —Preguntó Yamila, Silvana pudo notar el morbo en su voz.
—Absolutamente. Me rompió bien el orto. Me dio para que tenga.
—¿Te sacaste alguna foto? Me gustaría verla —Yamila ni se molestó en explicar de qué serviría eso. Simplemente lo pidió.
—Ahora te paso.
Silvana se sintió una basura, como cada vez que hizo algo así al pobre Renzo. Sin embargo, le producía una calentura descomunal. Adictiva. Puso el celular entre sus piernas y tomó algunas fotos. Luego se las pasó por mensaje a Renzo.
—Uy, dios… sí que la tiene grande —dijo Yamila al ver ese miembro venoso entrando en el culo de Silvana—. Si alguna vez tengo una experiencia anal, yo también buscaría una verga como esa.
—¿Qué decís, Yamila? —Renzo no podía creer que esas palabras hubieran salido de la boca de su dulce hermanita.
—Perdón, Renzo. No es por echar más leña al fuego, pero acá estoy de acuerdo con Silvana. Ella quería experimentar algo… y vos, que sos su novio, no estuviste dispuesto siquiera a intentarlo. Ni siquiera lo hablaste con ella. Considero que una mujer tiene derecho a experimentar, si se le da la gana.
—Pero… pero… vos no harías una cosa así, ¿cierto?
«Uy, Renzo… si supieras», pensó Silvana.
—No lo sé. Tal vez en la situación apropiada vale la pena. ¿Vos qué opinás, Silvana? ¿Debería probar el sexo anal?
—Definitivamente.
—¡Silvana!
—Perdón, Renzo, pero es lo que opino. El sexo anal es delicioso, morbozo, vigorizante. Ahora que tuve la oportunidad de disfrutar de una buena pija en el culo, me arrepiento de no haberlo hecho antes. Quizás si me hubiera animado a experimentarlo antes de que nos conociéramos, esto no hubiera ocurrido.
—¿Pasó más de una vez? —Preguntó Renzo, con la voz quebrada.
—Sí. Osvaldo me dio por el culo dos veces.
—¿La primera vez fue cuando me mandaste las fotos con la cara llena de semen?
—Sí. Te juro que antes de eso no pasó nada —no era del todo cierto, pero al menos no hubo sexo anal—. No sé qué me pasó. Cuando me metí la verga de Osvaldo en la boca dije… ufff… quiero que me la meta toda por el orto. Y le entregué el culo sin pensarlo. Simplemente actué. Me puse en cuatro y le permití que me diera duro. Mmmm… bien duro.
—¿Te estás masturbando? —Preguntó Yamila.
Como Silvana ya no podía disimular los gemidos, dijo que sí.
—No puedo evitarlo. Me acuerdo de lo bien que la pasé con esa verga metida en el culo y me caliento…
—Describime cómo fue que te cogió —Pidió Yamila—. Si estuviste con otro hombre, Renzo merece saber lo que sentiste.
—No sé si es tan necesario…
—Está bien —dijo Silvana, ignorando las palabras de su novio—. Como dije antes, Osvaldo es una máquina. Me agarró fuerte de la cintura —solo debía describir lo que estaba experimentando en ese preciso momento—. Le ofrecí mi cola, dejandola bien paradita, y me penetró duro…
—¿Desde el primer momento?
—Sí, porque yo… yo había estado masturbándome con un dildo. Tenía el culo dilatado. Me la dio con todo desde el comienzo y… uf… qué delicia, se me moja la concha de nada más recordarlo. ¡Qué pija increíble! Es bien ancha y larga… sentía que me llenaba todo el culo, que no iba a entrar completa; pero sí que entró. Entró todita. Y después me montó como a una yegua.
—Me imagino que si sacaste fotos, también habrás hecho un video —dijo Yamila—. Digo, para guardarte un recuerdo.
—Es cierto… ahora te lo paso.
Silvana puso el celular en modo grabación y lo colocó entre sus piernas, apuntando hacia arriba. Osvaldo se encargó de que filmara la acción con detalle. Siguió metiéndole pijazos por el orto a Silvana sin ningún tipo de clemencia.
Después de un par de minutos, se lo envió a su novio.
—Ya lo encontré, perdón por la demora.
—¡Uy, dios! —exclamó Yamila—. Te la metió con todo. Y cómo se te mojó la concha… hasta te gotea juguito.
—Descubrí que eso me pasa principalmente con el sexo anal. Las cuatro veces que me dieron por el orto me pasó lo mismo.
—¿Cuatro? —La pregunta salió del fondo de la garganta de Renzo, sonó como si hubiera recibido un fuerte puñetazo en el estómago—. Me dijiste que Osvaldo te la metió dos veces. ¿Quién lo hizo las otras dos veces? ¿Eh? ¿Fue Malik?
Silvana se sintió una estúpida. Habló sin pensar y quedó expuesta. Aunque al menos podía decir una verdad:
—No, amor, no. No fue Malik. Esa verga no me entraría nunca por el culo. ¿Acaso no viste lo que es? Y ya te dije que no me calientan las vergas tan grandes.
—Sé que te calientan las vergas como la de Osvaldo…
—Bueno, sí. Esas me gustan mucho, lo admito. Pero lo de Malik ya me parece demasiado.
El sonido que le llegó a Renzo del otro lado del teléfono le puso la piel de gallina. Fue un gemido largo, profundo, que nació en lo más hondo del morbo. Fue como si el pene de Osvaldo, al hundirse lentamente fuera expulsando todo el aire de los pulmones de Silvana.
—¿Qué fue eso? —Preguntó Renzo, consternado—. ¿Qué pasó, amor?
—Acordate que se está masturbando —le dijo Yamila, al mismo tiempo que pensaba “Sos terrible, Silvana”.
—Si, perdón… —los jadeos de Silvana se volvieron más tenues y cortos, como las penetraciones de Osvaldo—. Es que… es que me metí el dildo en el culo. Sé que no te gusta, Renzo; pero…
—Ahora no me molesta que lo hagas. Si bien no soy partidario del sexo anal, prefiero que hagas eso antes que acostarte con otro hombre.
—Bien ahí, hermanito. Tenés que ceder un poco.
—Aunque… quisiera saber… esas otras dos experiencias anales…
—¿Seguro que querés saberlo? —Preguntó Silvana, solo para ganar tiempo. Debía evaluar bien lo que le iba a contar. No podía ser totalmente sincera, eso lo destruiría. Además… el morbo. Uf… cómo le daba morbo contarle las cosas a medias.
«Sos una chica muy mala, Silvana», dijo una vocecita en su interior «Sos muy mala… y lo estás disfrutando. No te detengas. Seguí hasta el final». Hasta la voz de su consciencia ya estaba perdiendo el norte.
—Sí, quiero saberlo todo. Prefiero enterarme de algo doloroso que sufrir por culpa de la incertidumbre.
«Pobre Renzo, no sabe dónde se está metiendo». Silvana sintió pena por él, y eso debió hacerla recapacitar; sin embargo siguió adelante con sus morbosas intenciones.
—Las otras dos veces —comenzó diciendo mientras deliraba de placer por las penetraciones de Osvaldo—, fueron con un compañero de trabajo. El mismo que filtró las fotos.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Acaso el tipo te obligó?
Esa versión encajaba más con lo que ocurrió realmente; pero Silvana no quería que Renzo cayera en su oficina para montar una escena.
—No, amor. Yo me entregué. O sea… estaba enojada con el tipo, por haber hecho eso, y él no dejaba de decirme cosas como “putita, te encanta la verga” o que si él me agarrara me daría la cogida de mi vida. Y yo perdí la paciencia. Se me nubló el juicio, amor… uff… hacía poco que Osvaldo me había dado por el culo y estaba muy caliente. Perdón, me dejé llevar. Le dije: “Dale, si sos tan bueno cogiendo, demostralo”.
Del otro lado de la línea solo llegó el silencio. Yamila se encargó de romperlo luego de unos segundos.
—¿Y qué pasó? Bueno, ya sabemos que sí te cogió… y por el culo; pero… ¿te gustó?
Una vez más pudo notar el morbo en la voz de su cuñada.
—Lamento decir que sí. Ay… si… uf… qué rico —gimió porque Osvaldo aceleró su ritmo—. Me encantó. A pesar de lo enojada que estaba con el tipo, me encantó su pija. Es… es grande, como la de Osvaldo. Y él también me cogió duro, como un animal. Perdón Renzo, sé que esto debe ser muy doloroso para vos; pero… me pediste que te contara todo.
—¿Y fueron dos veces? —Preguntó Renzo, con la voz rota.
—Sí, porque me gustó mucho. La segunda vez se la pedí yo: “Metemela por el culo”, le dije. “Dame duro… muy duro”. Me clavó ahí, sobre el escritorio, me la dio duro durante un buen rato. Me encantó. Me volvió loca. La experiencia anal me gustó tanto que tuve que probarla otra vez… y después intenté hacerlo otra vez con Osvaldo. Ese fue el día que vos nos sorprendiste.
—Pero… hubo otra, ¿cierto? Digo, con Osvaldo fueron dos veces.
—Así es. Después lo volví a hacer con él. Llegué a mi casa un día, muy excitada, y… y le chupé la pija en el ascensor. Lo llevé a mi pieza y le pedí que me diera directamente por el culo.
—¿Y te gustó mucho? —Preguntó Yamila.
—Sí, más que antes, porque esta vez lo disfruté sin prejuicios.
—Eso es muy lindo —dijo su cuñada—. Disfrutar del sexo sin prejuicios. ¿No opinás lo mismo, Renzo? —Su hermano no respondió. Estaba pálido, con los ojos llorosos—. Entiendo que Silvana se portó mal; pero vos también. Estas experiencias debería haberlas tenido con vos, si es que no fueras tan cerrado con el sexo. Creo que tienen que sentarse a charlar. No vale la pena tirar a la basura una relación de tantos años solo por un fallo en la comunicación.
—Gracias, Yamila —dijo Silvana—. Sos un amor.
—¿Te puedo preguntar una última cosa, Silvana? —Dijo Renzo, mientras intentaba procesar toda la información.
—Sí, claro.
—¿Qué fue lo que más te gustó de estar con Osvaldo?
—Mmm… bueno, son varias cosas. El tamaño de su pija, la energía que tiene cuando me la mete, me hace sentir que me va a partir al medio. Pero creo que lo que más me gustó fue cuando me llenó la cara de leche… le sale mucha leche de la pija. Y después de acabar… siguió dándome por el culo.
Silvana sabía que Osvaldo no entendería la indirecta, por eso lo guió para que hiciera todo esto. Ella se acostó boca arriba, le chupó la pija y recibió toda la descarga de semen en su cara. Y con la verga entre las tetas, se sacó una foto que luego le mandó a Renzo.
—Así me dejó… todita enlechada.
—Me dijiste que el semen no te gustaba mucho.
—Puede ser, pero esta vez… esa vez… me calentó. Habrá sido por el contexto… mmm… fue muy rico. Perdón que te lo diga así… solo intento ser sincera.
Le hizo señas a Osvaldo para que volviera a penetrarla por el culo y esta vez filmó las penetraciones… también mostró cómo tragaba el semen que tenía en la cara. Lo fue juntando con los dedos y se los lamió. Después le mandó el video a Renzo.
—¡Madre mía! —Exclamó Yamila—. Ese tipo es una máquina. Dios, ¿no se cansa nunca?
—Ojalá algún día consigas un hombre que te coja así, Yamila. Es hermoso —aseguró Silvana, entre gemidos.
Renzo se alejó del teléfono sin despedirse. Tenía muchas cosas en qué pensar. Cuando estuvo lo suficientemente lejos, Yamila dijo:
—Hey, Sil. ¿Te molesta si me paso estas fotos a mi celu?
—¿Te querés hacer la paja viéndome coger?
—Bueno… em…
—Claro, nena. Me sentiría muy honrada si lo hicieras.
—¡Gracias! Y disfrutá mucho con Osvaldo, técnicamente todavía estás soltera.
El corazón de Silvana se detuvo.
—¿Cómo te diste cuenta de que…?
—Ay, cuñada, se nota. Es obvio que el tipo te está cogiendo ahora mismo. Aunque creo que Renzo no se dio cuenta. Mi hermano siempre ve lo que quiere ver. Es un buen pibe, pero es medio boludo el pobrecito. Quedate tranquila que no le voy a contar nada.
—Muchas gracias… y a cambio te voy a dar fotos porno mías.
—Espero que no sean las mismas que se subieron a internet, porque a esas ya las miré como un millón de veces. Son tremendas —soltó una risita picarona.
—Uy, me lo ponés difícil. Pero sí, te puedo mandar otras cositas.
—Gracias… te mando un besito.
—¿En la boca?
—En donde quieras —otra risita.
Cuando la llamada finalizó, Silvana se quedó disfrutando en silencio de las cogidas de Osvaldo. El tipo parecía metido en su propio mundo, la conversación no fue de su interés. Se limitó a cumplir con su objetivo y lo hizo a la perfección, como una máquina. Silvana se sacudió en la cama de puro placer cuando las penetraciones se volvieron más potentes.
Mientras Osvaldo le daba por el culo, ni siquiera pensó en Renzo.
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