Era tarde por la noche, pasadas las nueve, la oficina estaba cerrada, pero me había quedado a terminar un trabajo.
No tenía apuro en ir a casa, mi marido estaba cuidando a los chicos y además me había pedido un filete de pollo a la plancha con ensalada de calabaza. Ya había terminado de comer, y pensaba prepararme un café, cuando escucho que golpean la puerta. Desde afuera es obvio que ya está cerrado, la cortina está baja, las luces de la marquesina encendidas, así que no hago caso, pero insisten. Voy a ver de quién se trata, y ahí estaba el Tano, mirándome sonriente a través del vidrio.
Me saluda y me hace un gesto para que le abra.
-Tano, ¿que hacés? Ya está cerrado- le digo abriendo apenas la puerta.
-Ya sé boluda, tengo ojos...- una de sus características, aparte de ser un toro físicamente, es que es muy zarpado, pero un zarpado lindo, no de los pesados.
-Pasaba por acá, vi luz y pensé que estaban afanando...- me dice -Me acerqué a pispear, veo una melenita rubia conocida y me dije tengo que saludar a mi amiga Marisita y asegurarme que esté todo bien-
Así me llamaba siempre que venía a la oficina, en vano era que le dijera que me llamo Mariela, que me dicen Mary o Marita, para él soy Marisita.
-Está todo bien Tano, solo me quedé a terminar un laburo- le hago saber.
-Ah bueno, entonces me quedo tranquilo- me dice, y ahí cuando me habla, me parece percibir cierto tufillo a alcohol.
-Tano, ¿vos estuviste tomando?- le pregunto directa, sin vueltas.
-Una cerveza nada más, dos en realidad...- me confirma.
-¿Y así estás manejando?-
Dice que sí, poniendo cara de culpable, como un chico cuando lo agarran haciendo una travesura.
-Pasá que te preparo un café...- le digo abriendo la puerta.
Va a estacionar y a cerrar bien el taxi y entra.
El Tano es un asegurado de años, de los primeros que tuve cuando me dediqué a la producción de seguros. Es de los más fieles, ya que no se cambió ni aun en los momentos en que la pasé mal y tuve que suspender algunos servicios para amortizar gastos.
Es de esos que siempre están tirándose lances, a ver si una cae, pero hasta el momento nunca había pasado nada entre nosotros, más allá de algunas insinuaciones que quedaban en la nada.
Sería redundante decir que estaba con ganas de coger, porqué siempre estoy con ganas de coger, pero no lo hice entrar a esa hora, sabiendo que me lo iba a fifar. Solo quería que se tomara un café para despejarse y nada más. Pero cuando empezamos a hablar, y a tocar ciertos temas, empecé a ver por todos lados un cartelito de neón que decía: ¿Y porqué no?
-¿Y qué hacés acá a ésta hora solita? ¿Tú marido no te extraña?- me pregunta.
-Ya te dije, trabajando... En realidad ya estaba terminando, pero ahora estoy acá, con vos, demorándome- le digo, preparándome un café también para mí y sentándome al otro lado del escritorio, enfrente suyo.
-Sí, perdoná, termino el café y me voy- se ríe.
-Está bien, no hay apuro-
-Yo no tengo apuro...- replica -Pero me imagino que tu marido si debe estar apurado por verte, si fuera yo ya te estaría llamando para saber cuánto vas a tardar en llegar a casa para poder atenderte... Es más, te espero detrás de la puerta, y antes que des un paso, te agarro y te estampo contra la pared- agrega, haciendo con las manos un gesto de vaivén.
-No pasa nada...- le digo, como restándole importancia.
-¿Qué? ¿Hoy no toca?- se sorprende.
-No te voy a contestar eso-
-Con lo potra que sos, conmigo te tocaría todos los días, mañana, tarde y noche... Te empacharía de carne-
-No te zarpes Tano, que te conozco-
-Es la verdad, sos la fantasía de todos los que venimos acá, ¿porqué crees que algunos preferimos venir personalmente?... Solo para verte y después pensar en vos cuando nos echamos un polvo-
-No creo que sea para tanto-
-Mirá que los tacheros cuando nos juntamos hablamos...-
-Digamos que tenés razón, ¿cuál es tu fantasía?- le planteo.
-¡Uuufffff...! Son varias-
-Decime una...-
-Una podría ser la que me bailas con el tema ése... el de la película de Kim Basinger, otra potra como vos...-
-Nueve semanas y media...-
-¡Ése mismo! Me bailás con ese tema, sacándote toda la ropita-
-Y después que me saco toda la ropa, ¿qué pasa?-
-Bueno, nunca llegué hasta ahí, solo hasta que te quedás en bolas...-
-¿Y como estoy? ¿En tu fantasía?-
-¡Terrible! ¡Asesina!... Y no solo en mi fantasía-
-Hay un problema con tu fantasía, Tano-
-¿Cuál?-
-Que no tengo sombrero...- le digo, en alusión al sombrero del título de la canción.
-En el taxi tengo una gorra, puedo traerla- se ríe, creyendo que todo se trata de una broma, como las que nos hicimos tantas veces.
-Traela...- le digo, desafiante.
-¿Me lo decís en serio? Mirá que voy...- trata de advertirme.
-Dale, andá...- le insisto.
Se levanta, lo acompaño hasta la puerta, pero antes de salir se da cuenta de algo.
-No me vas a dejar afuera, ¿no?- me pregunta, sospechando que todo se trata de una artimaña para sacármelo de encima.
-El que no arriesga, no gana...- le respondo, levantando los hombros, dejándolo con la duda
Decide arriesgarse, así que sale, corre hasta el taxi que está ahí nomás en la esquina, y vuelve enseguida con una gorra roja, con el escudo de Independiente en la parte de adelante.
Cuando lo dejo entrar, pone una cara de alivio que enternece.
-Así que sos del rojo...- le digo cuando me da la gorra.
-El más grande de Avellaneda- me confirma.
Cierro la puerta, apago la luz que tenía encendida hasta ese momento, le digo que me acompañe, y bajamos al sótano, que es una especie de depósito.
-Antes me dijiste que te juntabas con los demás tacheros y hablaban...- me dice que si -De esto nada, Tano, ni una palabra- le pido.
-Muzzarella...- me asegura.
-Sentate...- le digo, señalándole una silla.
Me recojo el pelo, me pongo la gorra de Independiente, busco el tema de "Nueve semanas y media" en Spotify, le doy play, y empiezo a moverme al ritmo de la áspera voz de Joe Cocker.
El Tano abre bien los ojos, mientras se manosea el bulto de la entrepierna, que ya parece triplicar su tamaño original. No sé si se esperaba un baile así nomás, o que de verdad me pusiera en bolas, como dijo, pero a medida que me iba desprendiendo botón por botón, se iba poniendo más colorado, como que se le subía la presión.
Mientras me muevo, haciendo mi propia coreografía, me voy sacando prenda por prenda...
La blusa, la pollera, las medias... Cuando me quedo en corpiño y bombacha, doy un par de vueltas, para que pueda contemplar todo el panorama.
Me siento sobre sus piernas, de frente, y rodeándolo con mis brazos, le pregunto:
-¿Así era tu fantasía?-
-¡Esto es mucho mejor...!- exclama.
-¡Entonces ésto te va a encantar...!- le digo, y apenas con un movimiento, me desabrocho el corpiño y le planto las tetas delante de la cara.
Me agarra una con cada mano, como si quisiera deshacerlas entre sus dedos, y me las chupa con furia y entusiasmo.
A la vez que él me chupetea, me refriego contra su entrepierna, sintiendo esa dureza divina palpitando en el vórtice de mi sexo.
Le estoy mojando la bragueta del pantalón con mi humedad, pero no importa, me sigo frotando, haciendo que engorde no solo su paquete, sino también mi clítoris.
De a ratos le busco la boca, pero no lo beso, no todavía, lo hago desear, que siga acumulando calentura, para que después me explote toda junta.
Le desabrocho el pantalón, meto la mano y le saco la poronga que ya está gorda y cabezona... Se la toco, se la manoseo, se la sacudo...
-¡Chupámela Marisita, que ya no aguanto...!- me apura, con un dejo de desesperación en la voz.
Me pongo de rodillas delante suyo, y empiezo por pasarle la lengua por encima de la cabeza, que parece una frutilla en su punto máximo de maduración, tan hinchada y enrojecida que pareciera fuera a explotarme en la boca si le doy una mordida.
-¿Alguna vez te imaginaste que te iba a estar haciendo una turca, Tano...?- le pregunto sugestiva, incitante, poniéndome la chota entre las tetas y pajeándosela.
-Nunca... Ésto ya supera cualquier fantasía...- repone, la voz casi quebrada.
Se la sacudo unas cuantas veces, se la suelto, y de una me como todo el pijazo.
-¡Mmmmhhhhhh...! Tenés una pija muy rica Tano, si sabía te la chupaba mucho antes...- le digo luego de una chupada larga y jugosa.
Se la escupo por arriba, por los lados y se la como de nuevo, mamando ahora largo y tendido, sin soltársela, sobándole los huevos mientras recorro con labios y lengua todo su inflado volumen.
-Decime que trajiste forros, Tano- le digo luego de un rato, casi en tono de súplica.
-¿Que pensás, que soy boludo? La gorra no es lo único que fui a buscar al taxi- me dice sacando del bolsillo del pantalón una tira de preservativos.
Así que mientras se pone uno, me saco la tanga, y sentándome de nuevo sobre sus piernas, le agarro la poronga, me la pongo justo ahí, en dónde es tan bien recibido, y mirándolo fijamente a los ojos, me la ensarto hasta los pelos.
-¡¡¡Ggggggrrrrrrrrrrraaaaaaahhhhhhh.....!!!- lo que el Tano exhala al clavármela, es algo así como un rugido, un alarido primal e instintivo propio de una bestia en celo.
Me agarra de la cintura con sus manazas, tratando de retenerme, de manejarme a su propio ritmo, pero yo no me dejo, me muevo como a mi me gusta, sacudiéndole las tetas delante de la cara, subiendo y bajando, moviéndome de lado a lado, haciendo con la pelvis un movimiento de rotación que lo vuelve loco.
Estoy hamacándome, plácida, entusiasta, cuando empiezo a sentir como el ímpetu de la naturaleza se prepara para el estallido, los síntomas son más que notorios, así que acelero la cabalgata, más y más de prisa, tratando de alcanzarlo, pero antes de que pueda esbozar siquiera un amago de orgasmo... ¡PUMMMM!... El Tano se viene...
Pese al forro, alcanzó a percibir la calidez de la emulsión a través de las paredes de mi vagina. Y ahora sí, me saco la gorra, me sacudo el pelo y lo beso en la boca.
-Sos una bomba cogiendo, Marisita...- me elogia, en medio de las estridencias del polvo.
Me bajo, y volviéndome a acuclillar delante suyo, le saco el forro, dejando que la leche se le derrame por encima de la pija, mojándole también los huevos, así que meto la cara por entre sus piernas, y se los chupeteo, saboreando con avidez todo lo que va cayendo.
-¿Estás para más Tano, o te retirás?- le pregunto, limpiándome los labios húmedos de semen con el dorso de la mano.
-¿Te parece que estoy para tirar la toalla?- me consulta, sacudiendo amenazante la pija.
En ningún momento se le baja, pese a haber acabado, se le mantiene dura e hinchada, como si lo que eyaculó fuese apenas un aperitivo.
Se levanta, se limpia el enchastre que le hice con la leche y se pone otro forro. Nos besamos, los dos ahí parados en el sótano de la oficina. Un beso largo y efusivo, con mucha lengua y saliva de por medio. Entonces hace algo que me agarra de sorpresa. Me levanta, me sostiene entre sus brazos, y apuntándome con su pelvis, me ensarta la chota como si estuviera jugando al juego de la argolla.
Me garcha así, en upa, haciendo oscilar mis caderas en torno a esa pija que, aunque corta, parece alargarse en mi interior.
Me aferro a su cuerpo con brazos y piernas, como una araña capturando a su presa, centrando todos mis sentidos en ese punto de inflexión en dónde nuestros cuerpos se fusionan y se hacen uno.
PLAPPPP... PLAPPPP... PLAPPPP... PLAPPPP...!!!
Con sus grandes manos el Tano me bambolea con una cadencia pausada, sostenida, disfrutando no solo la metida y sacada, sino también cuando se desliza en mi interior.
PLAPPPP... PLAPPPP... PLAPPPP... PLAPPPP...!!!
AAAAAHHHHHH... AAAAAHHHHHH... AAAAAHHHHHH...!!!
El sonido de los cuerpos chocando es melodía pura, que se mezcla con los gemidos y jadeos, los suyos y los míos, cada vez más intensos y apasionados.
Luego de una una buena andanada de ensartes, el Tano me suelta.
-¡Sos una bestia Tano, que buen garche me estás dando!- le digo, dándole un beso con mucha lengua y saliva de por medio.
Enseguida me pongo a buscar unas cajas desarmadas que tenemos guardadas para cuando hay que archivar documentación, y las tiro en el suelo, una al lado de la otra.
Me pongo en cuatro en el improvisado lecho de cartón, y me acaricio la concha, que ya está como una caldera luego de tan frenética contienda.
-¿Venís...?- le pregunto, con una incitante sonrisa.
Obvio que viene.
-Resultaste muy puta, Marisita...- me dice, apuntándome con esa erección que ya está clamando una vez más por mí.
Se acomoda tras de mí, me la pone entre los gajos, y... ¡¡¡Aaaaahhhhhhhhh...!!!... me la manda a guardar hasta lo más profundo, quedándose bien acomodado adentro, disfrutando las deliciosas sensaciones que mi conchita le proporciona.
Él ya había acabado, pero yo no, por lo que me sentía en un estado desesperante.
-¡¡¡Siiiiiiiiii... Siiiiiiiiii... Así Tano... Dale... Ahhhhhhhh... Siiiiiiiiiii... Cogeme... Así... Mmmmm... Que rico... Siiiiiiiiii... Dame... Dame... No pares...!!!- le reclamo cuando entra a galoparme, fluyendo por todo mi interior, rematando cada ensarte con una clavada final que me vuelve loca.
Con cada pijazo el vértigo en mi vientre, se intensifica, se potencia, expandiéndose por todo mi cuerpo. Todo es fuego en mí, todo me quema. El orgasmo está por llegar, lo siento latiendo, golpeando las puertas de mi sexo, pero lo retengo, lo pospongo, quiero más, quiero seguir sintiendo esa sensación previa al estallido que es como una droga, una hermosa adicción de la cuál no quiero recuperarme.
Cuánta razón tuvo quién dijo que es como verle la cara a Dios, ya que eso mismo siento cuando ya no puedo controlarme más y acabo como si se me fuera la vida en ese polvo. Es como estar ante una Deidad, sin forma, sin rasgos, solo una sensación única, diferente, incomparable con ninguna otra, una avalancha de emociones que me sepultan bajo un manto de puro placer.
El Tano me sigue cogiendo mientras yo disfruto el orgasmo a mi manera, hasta que, recuperada ya del impacto, me chupo los dedos y me los meto en el culo. Por supuesto, él sabe interpretar mi "indirecta".
-No te tenía con éstas virtudes, Marisita...- me dice sobándome las nalgas.
-¡Dale Tano, haceme el orto...!- le pido, casi suplicándole.
En una rápida maniobra, me la mete por atrás, resbalando fluidamente hacia adentro gracias a lo lubricada que tiene la poronga por el flujo de mi concha.
Cuando ya está bien metido, me agarra fuerte de la cintura y me culea a mansalva, bruto, agresivo, implacable.
De nuevo el orgasmo... otro más... está al caer, vivo, latente, esperando el momento justo para estallar en toda su intensidad.
-¡¡¡Ahhhh... Ahhhhhh... Ahhhhhhhh... Ahhhhhhhhhhh... Ahhhhhhhhhhhhhhh...!!!-
Ésta vez acabamos los dos juntos, una explosión multisensorial que nos mantiene bajo su hechizo por un buen rato.
Terminamos derrumbados sobre los cartones, exhaustos, agitados, aunque inmensamente complacidos.
El Tano todavía está clavado en mí, como si su dureza se resistiera a menguar. Cuando me la saca, de nuevo le saco el forro y le chupo la pija así como está, impregnada en semen.
Nos levantamos, nos limpiamos con lo que tenemos al alcance, y empezamos a vestirnos.
-¿Vamos...?- me dice el Tano una vez que estamos listos.
-Tengo que limpiar todo esto, Tano...- le digo, señalando los cartones manchados de flujo, semen, y los forros usados tirados en el suelo -Sino cuando vengan mañana se van a dar cuenta que acá pasó algo-
Se ofrece a ayudarme, pero le digo que ya me ocupo yo. Lo acompaño hasta la puerta y antes de abrirle, le digo a modo de advertencia:
-Che Tano, ni se te ocurra andar boqueando por ahí que me cogiste...-
-¿Te parece que soy de esos que andan presumiendo sus polvos? A lo sumo puedo contar que me rechupaste bien la pija y que te comí el pavito...-
Al ver que no me causa gracia la broma, enseguida agrega:
-No te preocupes Marisita, soy un caballero, igual si lo cuento nadie me va a creer...-
Abro la puerta, pero antes de que salga nos damos un último beso como despedida. El Tano me abraza y me aprieta contra su cuerpo.
-Dale Tano, soltá que sino te hago entrar de nuevo...- le advierto, apartándolo suavemente.
-Por mí no hay problema...-
-Para mí sí, mi marido ya me está mandando mensajes...- le digo, mostrándole el celular.
Ahora sí, me suelta y sale de la oficina.
-Cuidate...- me dice antes de alejarse.
-Vos también...- le digo.
Cierro la puerta y a través del vidrio veo como se sube al taxi y se va, saludándome con la mano por ventanilla.
Bajo al sótano, y agarrando una bolsa grande de basura, empiezo a meter adentro los cartones doblados y los preservativos, los usados y los que quedaron sin usar. Tiro todo. Al final echo un poco de desodorante de ambientes para camuflar el olor a sexo, y ya está. Limpieza terminada.
Estoy por apagar la luz y subir, cuando veo en un rincón la gorra de Independiente. La levanto y me la guardo en el escritorio, para devolvérsela al Tano en otra oportunidad.
Ahora sí, una última mirada para asegurarme que esté todo en orden, apago las luces y antes de salir le envío un mensaje a mi marido:
"Ya acabé, estoy yendo a casa..."
Y ésta vez, lo de "acabé" resulta más literal que nunca...
No tenía apuro en ir a casa, mi marido estaba cuidando a los chicos y además me había pedido un filete de pollo a la plancha con ensalada de calabaza. Ya había terminado de comer, y pensaba prepararme un café, cuando escucho que golpean la puerta. Desde afuera es obvio que ya está cerrado, la cortina está baja, las luces de la marquesina encendidas, así que no hago caso, pero insisten. Voy a ver de quién se trata, y ahí estaba el Tano, mirándome sonriente a través del vidrio.
Me saluda y me hace un gesto para que le abra.
-Tano, ¿que hacés? Ya está cerrado- le digo abriendo apenas la puerta.
-Ya sé boluda, tengo ojos...- una de sus características, aparte de ser un toro físicamente, es que es muy zarpado, pero un zarpado lindo, no de los pesados.
-Pasaba por acá, vi luz y pensé que estaban afanando...- me dice -Me acerqué a pispear, veo una melenita rubia conocida y me dije tengo que saludar a mi amiga Marisita y asegurarme que esté todo bien-
Así me llamaba siempre que venía a la oficina, en vano era que le dijera que me llamo Mariela, que me dicen Mary o Marita, para él soy Marisita.
-Está todo bien Tano, solo me quedé a terminar un laburo- le hago saber.
-Ah bueno, entonces me quedo tranquilo- me dice, y ahí cuando me habla, me parece percibir cierto tufillo a alcohol.
-Tano, ¿vos estuviste tomando?- le pregunto directa, sin vueltas.
-Una cerveza nada más, dos en realidad...- me confirma.
-¿Y así estás manejando?-
Dice que sí, poniendo cara de culpable, como un chico cuando lo agarran haciendo una travesura.
-Pasá que te preparo un café...- le digo abriendo la puerta.
Va a estacionar y a cerrar bien el taxi y entra.
El Tano es un asegurado de años, de los primeros que tuve cuando me dediqué a la producción de seguros. Es de los más fieles, ya que no se cambió ni aun en los momentos en que la pasé mal y tuve que suspender algunos servicios para amortizar gastos.
Es de esos que siempre están tirándose lances, a ver si una cae, pero hasta el momento nunca había pasado nada entre nosotros, más allá de algunas insinuaciones que quedaban en la nada.
Sería redundante decir que estaba con ganas de coger, porqué siempre estoy con ganas de coger, pero no lo hice entrar a esa hora, sabiendo que me lo iba a fifar. Solo quería que se tomara un café para despejarse y nada más. Pero cuando empezamos a hablar, y a tocar ciertos temas, empecé a ver por todos lados un cartelito de neón que decía: ¿Y porqué no?
-¿Y qué hacés acá a ésta hora solita? ¿Tú marido no te extraña?- me pregunta.
-Ya te dije, trabajando... En realidad ya estaba terminando, pero ahora estoy acá, con vos, demorándome- le digo, preparándome un café también para mí y sentándome al otro lado del escritorio, enfrente suyo.
-Sí, perdoná, termino el café y me voy- se ríe.
-Está bien, no hay apuro-
-Yo no tengo apuro...- replica -Pero me imagino que tu marido si debe estar apurado por verte, si fuera yo ya te estaría llamando para saber cuánto vas a tardar en llegar a casa para poder atenderte... Es más, te espero detrás de la puerta, y antes que des un paso, te agarro y te estampo contra la pared- agrega, haciendo con las manos un gesto de vaivén.
-No pasa nada...- le digo, como restándole importancia.
-¿Qué? ¿Hoy no toca?- se sorprende.
-No te voy a contestar eso-
-Con lo potra que sos, conmigo te tocaría todos los días, mañana, tarde y noche... Te empacharía de carne-
-No te zarpes Tano, que te conozco-
-Es la verdad, sos la fantasía de todos los que venimos acá, ¿porqué crees que algunos preferimos venir personalmente?... Solo para verte y después pensar en vos cuando nos echamos un polvo-
-No creo que sea para tanto-
-Mirá que los tacheros cuando nos juntamos hablamos...-
-Digamos que tenés razón, ¿cuál es tu fantasía?- le planteo.
-¡Uuufffff...! Son varias-
-Decime una...-
-Una podría ser la que me bailas con el tema ése... el de la película de Kim Basinger, otra potra como vos...-
-Nueve semanas y media...-
-¡Ése mismo! Me bailás con ese tema, sacándote toda la ropita-
-Y después que me saco toda la ropa, ¿qué pasa?-
-Bueno, nunca llegué hasta ahí, solo hasta que te quedás en bolas...-
-¿Y como estoy? ¿En tu fantasía?-
-¡Terrible! ¡Asesina!... Y no solo en mi fantasía-
-Hay un problema con tu fantasía, Tano-
-¿Cuál?-
-Que no tengo sombrero...- le digo, en alusión al sombrero del título de la canción.
-En el taxi tengo una gorra, puedo traerla- se ríe, creyendo que todo se trata de una broma, como las que nos hicimos tantas veces.
-Traela...- le digo, desafiante.
-¿Me lo decís en serio? Mirá que voy...- trata de advertirme.
-Dale, andá...- le insisto.
Se levanta, lo acompaño hasta la puerta, pero antes de salir se da cuenta de algo.
-No me vas a dejar afuera, ¿no?- me pregunta, sospechando que todo se trata de una artimaña para sacármelo de encima.
-El que no arriesga, no gana...- le respondo, levantando los hombros, dejándolo con la duda
Decide arriesgarse, así que sale, corre hasta el taxi que está ahí nomás en la esquina, y vuelve enseguida con una gorra roja, con el escudo de Independiente en la parte de adelante.
Cuando lo dejo entrar, pone una cara de alivio que enternece.
-Así que sos del rojo...- le digo cuando me da la gorra.
-El más grande de Avellaneda- me confirma.
Cierro la puerta, apago la luz que tenía encendida hasta ese momento, le digo que me acompañe, y bajamos al sótano, que es una especie de depósito.
-Antes me dijiste que te juntabas con los demás tacheros y hablaban...- me dice que si -De esto nada, Tano, ni una palabra- le pido.
-Muzzarella...- me asegura.
-Sentate...- le digo, señalándole una silla.
Me recojo el pelo, me pongo la gorra de Independiente, busco el tema de "Nueve semanas y media" en Spotify, le doy play, y empiezo a moverme al ritmo de la áspera voz de Joe Cocker.
El Tano abre bien los ojos, mientras se manosea el bulto de la entrepierna, que ya parece triplicar su tamaño original. No sé si se esperaba un baile así nomás, o que de verdad me pusiera en bolas, como dijo, pero a medida que me iba desprendiendo botón por botón, se iba poniendo más colorado, como que se le subía la presión.
Mientras me muevo, haciendo mi propia coreografía, me voy sacando prenda por prenda...
La blusa, la pollera, las medias... Cuando me quedo en corpiño y bombacha, doy un par de vueltas, para que pueda contemplar todo el panorama.
Me siento sobre sus piernas, de frente, y rodeándolo con mis brazos, le pregunto:
-¿Así era tu fantasía?-
-¡Esto es mucho mejor...!- exclama.
-¡Entonces ésto te va a encantar...!- le digo, y apenas con un movimiento, me desabrocho el corpiño y le planto las tetas delante de la cara.
Me agarra una con cada mano, como si quisiera deshacerlas entre sus dedos, y me las chupa con furia y entusiasmo.
A la vez que él me chupetea, me refriego contra su entrepierna, sintiendo esa dureza divina palpitando en el vórtice de mi sexo.
Le estoy mojando la bragueta del pantalón con mi humedad, pero no importa, me sigo frotando, haciendo que engorde no solo su paquete, sino también mi clítoris.
De a ratos le busco la boca, pero no lo beso, no todavía, lo hago desear, que siga acumulando calentura, para que después me explote toda junta.
Le desabrocho el pantalón, meto la mano y le saco la poronga que ya está gorda y cabezona... Se la toco, se la manoseo, se la sacudo...
-¡Chupámela Marisita, que ya no aguanto...!- me apura, con un dejo de desesperación en la voz.
Me pongo de rodillas delante suyo, y empiezo por pasarle la lengua por encima de la cabeza, que parece una frutilla en su punto máximo de maduración, tan hinchada y enrojecida que pareciera fuera a explotarme en la boca si le doy una mordida.
-¿Alguna vez te imaginaste que te iba a estar haciendo una turca, Tano...?- le pregunto sugestiva, incitante, poniéndome la chota entre las tetas y pajeándosela.
-Nunca... Ésto ya supera cualquier fantasía...- repone, la voz casi quebrada.
Se la sacudo unas cuantas veces, se la suelto, y de una me como todo el pijazo.
-¡Mmmmhhhhhh...! Tenés una pija muy rica Tano, si sabía te la chupaba mucho antes...- le digo luego de una chupada larga y jugosa.
Se la escupo por arriba, por los lados y se la como de nuevo, mamando ahora largo y tendido, sin soltársela, sobándole los huevos mientras recorro con labios y lengua todo su inflado volumen.
-Decime que trajiste forros, Tano- le digo luego de un rato, casi en tono de súplica.
-¿Que pensás, que soy boludo? La gorra no es lo único que fui a buscar al taxi- me dice sacando del bolsillo del pantalón una tira de preservativos.
Así que mientras se pone uno, me saco la tanga, y sentándome de nuevo sobre sus piernas, le agarro la poronga, me la pongo justo ahí, en dónde es tan bien recibido, y mirándolo fijamente a los ojos, me la ensarto hasta los pelos.
-¡¡¡Ggggggrrrrrrrrrrraaaaaaahhhhhhh.....!!!- lo que el Tano exhala al clavármela, es algo así como un rugido, un alarido primal e instintivo propio de una bestia en celo.
Me agarra de la cintura con sus manazas, tratando de retenerme, de manejarme a su propio ritmo, pero yo no me dejo, me muevo como a mi me gusta, sacudiéndole las tetas delante de la cara, subiendo y bajando, moviéndome de lado a lado, haciendo con la pelvis un movimiento de rotación que lo vuelve loco.
Estoy hamacándome, plácida, entusiasta, cuando empiezo a sentir como el ímpetu de la naturaleza se prepara para el estallido, los síntomas son más que notorios, así que acelero la cabalgata, más y más de prisa, tratando de alcanzarlo, pero antes de que pueda esbozar siquiera un amago de orgasmo... ¡PUMMMM!... El Tano se viene...
Pese al forro, alcanzó a percibir la calidez de la emulsión a través de las paredes de mi vagina. Y ahora sí, me saco la gorra, me sacudo el pelo y lo beso en la boca.
-Sos una bomba cogiendo, Marisita...- me elogia, en medio de las estridencias del polvo.
Me bajo, y volviéndome a acuclillar delante suyo, le saco el forro, dejando que la leche se le derrame por encima de la pija, mojándole también los huevos, así que meto la cara por entre sus piernas, y se los chupeteo, saboreando con avidez todo lo que va cayendo.
-¿Estás para más Tano, o te retirás?- le pregunto, limpiándome los labios húmedos de semen con el dorso de la mano.
-¿Te parece que estoy para tirar la toalla?- me consulta, sacudiendo amenazante la pija.
En ningún momento se le baja, pese a haber acabado, se le mantiene dura e hinchada, como si lo que eyaculó fuese apenas un aperitivo.
Se levanta, se limpia el enchastre que le hice con la leche y se pone otro forro. Nos besamos, los dos ahí parados en el sótano de la oficina. Un beso largo y efusivo, con mucha lengua y saliva de por medio. Entonces hace algo que me agarra de sorpresa. Me levanta, me sostiene entre sus brazos, y apuntándome con su pelvis, me ensarta la chota como si estuviera jugando al juego de la argolla.
Me garcha así, en upa, haciendo oscilar mis caderas en torno a esa pija que, aunque corta, parece alargarse en mi interior.
Me aferro a su cuerpo con brazos y piernas, como una araña capturando a su presa, centrando todos mis sentidos en ese punto de inflexión en dónde nuestros cuerpos se fusionan y se hacen uno.
PLAPPPP... PLAPPPP... PLAPPPP... PLAPPPP...!!!
Con sus grandes manos el Tano me bambolea con una cadencia pausada, sostenida, disfrutando no solo la metida y sacada, sino también cuando se desliza en mi interior.
PLAPPPP... PLAPPPP... PLAPPPP... PLAPPPP...!!!
AAAAAHHHHHH... AAAAAHHHHHH... AAAAAHHHHHH...!!!
El sonido de los cuerpos chocando es melodía pura, que se mezcla con los gemidos y jadeos, los suyos y los míos, cada vez más intensos y apasionados.
Luego de una una buena andanada de ensartes, el Tano me suelta.
-¡Sos una bestia Tano, que buen garche me estás dando!- le digo, dándole un beso con mucha lengua y saliva de por medio.
Enseguida me pongo a buscar unas cajas desarmadas que tenemos guardadas para cuando hay que archivar documentación, y las tiro en el suelo, una al lado de la otra.
Me pongo en cuatro en el improvisado lecho de cartón, y me acaricio la concha, que ya está como una caldera luego de tan frenética contienda.
-¿Venís...?- le pregunto, con una incitante sonrisa.
Obvio que viene.
-Resultaste muy puta, Marisita...- me dice, apuntándome con esa erección que ya está clamando una vez más por mí.
Se acomoda tras de mí, me la pone entre los gajos, y... ¡¡¡Aaaaahhhhhhhhh...!!!... me la manda a guardar hasta lo más profundo, quedándose bien acomodado adentro, disfrutando las deliciosas sensaciones que mi conchita le proporciona.
Él ya había acabado, pero yo no, por lo que me sentía en un estado desesperante.
-¡¡¡Siiiiiiiiii... Siiiiiiiiii... Así Tano... Dale... Ahhhhhhhh... Siiiiiiiiiii... Cogeme... Así... Mmmmm... Que rico... Siiiiiiiiii... Dame... Dame... No pares...!!!- le reclamo cuando entra a galoparme, fluyendo por todo mi interior, rematando cada ensarte con una clavada final que me vuelve loca.
Con cada pijazo el vértigo en mi vientre, se intensifica, se potencia, expandiéndose por todo mi cuerpo. Todo es fuego en mí, todo me quema. El orgasmo está por llegar, lo siento latiendo, golpeando las puertas de mi sexo, pero lo retengo, lo pospongo, quiero más, quiero seguir sintiendo esa sensación previa al estallido que es como una droga, una hermosa adicción de la cuál no quiero recuperarme.
Cuánta razón tuvo quién dijo que es como verle la cara a Dios, ya que eso mismo siento cuando ya no puedo controlarme más y acabo como si se me fuera la vida en ese polvo. Es como estar ante una Deidad, sin forma, sin rasgos, solo una sensación única, diferente, incomparable con ninguna otra, una avalancha de emociones que me sepultan bajo un manto de puro placer.
El Tano me sigue cogiendo mientras yo disfruto el orgasmo a mi manera, hasta que, recuperada ya del impacto, me chupo los dedos y me los meto en el culo. Por supuesto, él sabe interpretar mi "indirecta".
-No te tenía con éstas virtudes, Marisita...- me dice sobándome las nalgas.
-¡Dale Tano, haceme el orto...!- le pido, casi suplicándole.
En una rápida maniobra, me la mete por atrás, resbalando fluidamente hacia adentro gracias a lo lubricada que tiene la poronga por el flujo de mi concha.
Cuando ya está bien metido, me agarra fuerte de la cintura y me culea a mansalva, bruto, agresivo, implacable.
De nuevo el orgasmo... otro más... está al caer, vivo, latente, esperando el momento justo para estallar en toda su intensidad.
-¡¡¡Ahhhh... Ahhhhhh... Ahhhhhhhh... Ahhhhhhhhhhh... Ahhhhhhhhhhhhhhh...!!!-
Ésta vez acabamos los dos juntos, una explosión multisensorial que nos mantiene bajo su hechizo por un buen rato.
Terminamos derrumbados sobre los cartones, exhaustos, agitados, aunque inmensamente complacidos.
El Tano todavía está clavado en mí, como si su dureza se resistiera a menguar. Cuando me la saca, de nuevo le saco el forro y le chupo la pija así como está, impregnada en semen.
Nos levantamos, nos limpiamos con lo que tenemos al alcance, y empezamos a vestirnos.
-¿Vamos...?- me dice el Tano una vez que estamos listos.
-Tengo que limpiar todo esto, Tano...- le digo, señalando los cartones manchados de flujo, semen, y los forros usados tirados en el suelo -Sino cuando vengan mañana se van a dar cuenta que acá pasó algo-
Se ofrece a ayudarme, pero le digo que ya me ocupo yo. Lo acompaño hasta la puerta y antes de abrirle, le digo a modo de advertencia:
-Che Tano, ni se te ocurra andar boqueando por ahí que me cogiste...-
-¿Te parece que soy de esos que andan presumiendo sus polvos? A lo sumo puedo contar que me rechupaste bien la pija y que te comí el pavito...-
Al ver que no me causa gracia la broma, enseguida agrega:
-No te preocupes Marisita, soy un caballero, igual si lo cuento nadie me va a creer...-
Abro la puerta, pero antes de que salga nos damos un último beso como despedida. El Tano me abraza y me aprieta contra su cuerpo.
-Dale Tano, soltá que sino te hago entrar de nuevo...- le advierto, apartándolo suavemente.
-Por mí no hay problema...-
-Para mí sí, mi marido ya me está mandando mensajes...- le digo, mostrándole el celular.
Ahora sí, me suelta y sale de la oficina.
-Cuidate...- me dice antes de alejarse.
-Vos también...- le digo.
Cierro la puerta y a través del vidrio veo como se sube al taxi y se va, saludándome con la mano por ventanilla.
Bajo al sótano, y agarrando una bolsa grande de basura, empiezo a meter adentro los cartones doblados y los preservativos, los usados y los que quedaron sin usar. Tiro todo. Al final echo un poco de desodorante de ambientes para camuflar el olor a sexo, y ya está. Limpieza terminada.
Estoy por apagar la luz y subir, cuando veo en un rincón la gorra de Independiente. La levanto y me la guardo en el escritorio, para devolvérsela al Tano en otra oportunidad.
Ahora sí, una última mirada para asegurarme que esté todo en orden, apago las luces y antes de salir le envío un mensaje a mi marido:
"Ya acabé, estoy yendo a casa..."
Y ésta vez, lo de "acabé" resulta más literal que nunca...
22 comentarios - La marca de la gorra...
Van 10 pts, como siempre.
Mi sueño sería conocerte... Si llegas a andar por la Costa Atlántica, tenes a un coterraneo, que gustosamente te alojaría en su morada.
Pd: las fotos una exquisitez
HIPERDIOSA !!!