Mi hijo; el semental de su madre
Advertencia: este relato contiene cuernos, incesto y humillación (lo siento, pero ese era el reto)
***
Es sorprendente lo poco que puedes ser consciente de lo que sucede a tu alrededor, justo frente a tus narices, incluso a veces justo delante de tus ojos, y tú ni siquiera te das cuenta de ello. Cuando cumplí los cuarenta y cuatro años de edad, pensé que tenía todo lo esencialmente importante para mi vida. Un buen trabajo, una buena salud y una esposa y un hijo que eran mi mayor orgullo.
Mi esposa, Lizeth, de 39 años, era la mujer más hermosa que había conocido en mi vida. Era blanca de piel y le gustaba pintarse el pelo de rojo, tirando a tinto, que la hacían lucir verdaderamente sensual. De complexión era algo rellenita, pero eso se compensaba con el enorme tamaño de sus tetas y su pesado culo que hacía juego con el resto de su cuerpo.
Aunque nuestra vida sexual se había estancado durante el último año, debido a que todas las parejas llegan a un momento en la vida en que brilla la monotonía, Lizeth parecía más feliz que nunca en las semanas previas a los acontecimientos que cambiarían mi vida y mi perspectiva por completo.
Mi mujer siempre fue una hembra bastante cachonda, quería tener sexo conmigo todo el tiempo, y le gustaba experimentar en posturas que a veces, por mi tamaño promedio de pene, no podía realizar, aun así, ella se las ingeniaba para mantenerme constantemente excitado, y eso era algo que durante los primeros diez años mantuvo la llama de nuestra pasión encendida.
Sin embargo, poco a poco dejamos de tener sexo, sobre todo porque nuestro hijo iba creciendo y temía que pudiera darse cuenta de que sus padres todavía eran activos sexualmente. A mí la verdad es que eso me daba un poco de pena, y seguido le pedía a Lizeth que procurara no gritar tanto mientras fornicábamos.
—¿Por qué te pones tan pesado mientras hacemos el amor, Efrén? —me reclamó hace un año exactamente, mientras ella estaba a cuatro patas en la cama, separándose las carnosas nalgas para que yo pudiera penetrarla—. ¿Es que no quieres cogerme hoy tampoco? ¿Ya no te excito?
Se me hizo ridícula su pregunta dada la cachonda postura que tenía ella justo delante de mí: con su ardiente abertura vaginal rezumando flujos sexuales, producto de su calentura, mientras sus obesas mamas caían sobre las sábanas como una burda ramera.
—¿Cómo no vas a excitarme, querida? ¡Estás increíblemente hermosa, y eres tan cachonda como nos gusta a todos los hombres!
—¿Entonces por qué simplemente no me hundes tu pene en mi coñito hambriento y comienzas a bombearme?
Que una mujer tan decente te hable en la cama de esta forma tan guarra es de lo más excitante que un hombre puede escuchar, sin embargo, mi problema no era ella, sino Adrián.
—Recuerda que hoy nuestro hijo está en casa, justo al lado de nuestro cuarto, probablemente durmiendo en el suyo… y tú, mujer… tus gritos son tan… tan escandalosamente fuertes que me da pena que nos escuche y pierda el respeto hacia nosotros.
Mi esposa, que seguía con su vagina goteando mientras se abría las nalgas con sus manos, y al oír mi excusa jadeó con malestar.
—¡Sólo cógeme y ya, Efrén! ¿Por qué te preocupas por nuestro hijo? Adrián ya es un hombre, y no debería de extrañarle que sus padres todavía tengan una vida sexualmente activa. Es lo normal, ¿por qué habría de perdernos el respeto por escucharnos tener sexo? ¿No crees que ya nos haya oído antes hacerlo? Que una pareja de esposos que se quiere hagan el amor no tendría que ser raro, en absoluto. Debería de normalizarse el hecho de tener sexo sin el prejuicio de los hijos.
Mi esposa contoneaba sus nalgas abrumadoramente. Su abertura vaginal estaba extremadamente caldosa y algo abierta.
—Sí, Lizeth, probablemente nuestro hijo nos haya escuchado ya en alguna ocasión… pero eso no quita que esté mal o que deje de darme vergüenza. Tú misma ya lo has dicho. Adrián ya es un hombre, y aunque estuvo tres años en el colegio militar, ahora él ya está en casa, y no podemos darle la impresión de que… somos tan desconsiderados como padres. ¿Qué ejemplo le estaríamos dando?
Grumos transparentes brotaban por sobre sus pulpas vaginales, y eso que todavía ni siquiera la había penetrado. Tal circunstancia me puso tan caliente que podría haberme corrido con solo verla en esa posición.
—¡Estoy tan cachonda, Efrén! ¡Mi vagina me arde de ganas por sentir tu pene! ¡Escucha cómo chapotea mi coñito! ¡Quiero que me la metas! ¡Quiero que me hagas el amor! ¿Y tú te pones hablar de moralidades justo en este momento?¡Sólo cógeme y ya!
—¡Shhhh… Lizeth, que te va a oír!
Mi esposa volvió a emitir un quejido de reproche, pero en ningún momento dejó de contonear su culazo enorme.
—¿Entonces no vas hacer nada, Efrén?
—Sí… sí… mi amor… te la voy a meter, pero es que tú eres tan escandalosamente gritona… eres tan cachonda… sólo te pido, Lizeth, que por favor… procures no gemir ni pujar tan fuerte.
Estaba a punto de enfilar mis quince centímetros de erección dentro de la caverna acuosa de mi mujer cuando esta me empujó con el culo hacia atrás y se dio la media vuelta y se levantó de la cama, dirigiéndose al baño.
—Pero… —me sorprendí ante su reacción—, querida… Lizeth… ¿qué pasa? ¿Por qué te levantas?
—¡Porque me tienes harta, Efrén! ¡Diario es lo mismo! ¡Me pides que no puje, que no grite, como si de verdad fueras el mejor cogedor! ¡Como si tuvieras un pitote que me hiciera capaz de perder la cabeza! Ya quisieras parecerte a uno de esos hombres que aparecen en las películas porno que a veces vemos por la noche.
—¡Pero Lizeth! —grité, cuando ella se encerró en el baño—. ¡Tampoco te pases con tus comentarios!
—Déjame en paz, Efrén. Voy a meterme a la tina y me voy a tocar yo sola para aliviar la calentura que por tus moralidades tú no eres capaz de satisfacer.
—¡Perdón, cariño, perdón… no quise hacerte sentir así! Ven, vuelve conmigo a la cama, te prometo que lo arreglaremos.
—¡Contigo ya no quiero nada, Efrén! ¡Haces que se me quite la calentura con sólo oírte!
Y desde entonces, a un año de este bochornoso episodio, apenas si habías vuelto a tener contacto algunas dos o tres veces durante esos meses, y en cada uno, el aburrimiento con el que mi esposa me abrió las piernas, me hizo sentir terriblemente mal. No volvió a gemir mientras se la metía, y entonces me pregunté si los gritos que solía emitir cuando hacíamos el amor eran fingidos… y en realidad ella nunca había sentido nada mientras la cabalgaba.
***
Nuestro hijo Adrián acababa de cumplir dieciocho años y se había convertido en un hombre alto, fibroso, de hombros anchos y de una complexión bastante fornida, el clásico muchacho que es deseado por todas las chicas de la facultad. No hay nada más fascinante en la vida de un hombre que tener a una bella esposa y a un hijo apuesto y popular por el que todas las chicas babean.
Todo era casi idílico, salvo porque mi relación con mi unigénito Adrián se había vuelto un poco distante debido a que pensaba que yo trababa mal a su madre. Varias veces me reclamó que yo la hacía llorar:
—La encontré esta mañana llorando en el sofá, papá. No puedes ser tan cabrón con ella e insultarla sólo porque tiene unos kilos de más.
—¿Pero de dónde carajos has sacado esa tontería, Adrián? ¿Acaso tu madre te ha dicho eso? ¡Nunca me atrevería a decirle a Lizeth algo así…! Además… esos kilitos de más son por la edad, por la menopausia, y para nada pienso que se vea mal, al contrario… Así que si tu madre te ha dicho eso es porque…
—No hace que me lo diga nadie, papá. Yo lo sé. Uno sabe cosas. Los he escuchado. Y por eso te digo que no tienes por qué hacer sentir mal a mamá con tus estúpidos comentarios. En pocas palabras, no puedes ser tan cabrón con ella.
—A ver, Adrián, tampoco te consiento que me hables así, ¿entendido?, que te guste o no, yo soy tu padre.
—El que no te consentirá que trates mal a mamá a partir de ahora soy yo —se me reveló, y puesto que me sacaba casi dos cabezas de altura, tuve que retroceder—. Yo voy a defender a mamá de tus abusos y tus maltratos. Así que quiero que la dejes en paz.
Esa noche hablé con Lizeth y le pregunté si ella había puesto a nuestro hijo en contra mía, pero ella lo negó.
—¿Cómo se te ocurre que yo haría algo así, Efrén? Simplemente nuestro hijo se da cuenta de cosas.
—¿Qué cosas, mujer? El problema de todo esto fue por lo que ocurrió entre nosotros en la cama hace un año, tras lo cual ha derivado que nuestra relación se haya enfriado. No veo que haya otro problema, Lizeth
—Mi problema, Efrén, a últimas fechas, eres tú, y tu falta de hombría.
Sus palabras me calaron muy duro. Sentí que era injusto que mi hermosa esposa me tratara de esta manera aun sabiendo que yo trabajaba todo el día para darle a ella y a nuestro hijo las comodidades que necesitaban.
—No todo es sexo en la vida, Lizeth.
—Para ti no, porque eres un frígido que no sabe satisfacerme.
Y dicho esto se fue a la bañera, y desde allí la escuché berrear como una puta, mientras se masturbaba, sin importarle que nuestro hijo probablemente estuviera en su cuarto escuchando los vergonzosos actos de su madre.
Estuvimos un poco incómodos los tres durante los últimos días, mi esposa, mi hijo y yo, tanto en el desayuno como en la cena, que era cuando yo los veía, hasta que una noche en que llegué más tarde que de costumbre, al entrar a la cocina para ver qué había de cenar, me encontré con que mi esposa estaba sentada sobre la encimera, con un babydoll azul oscuro muy sexy que apenas cubría sus hermosos pechos.
Su enorme culo posaba en el filo de la encimera. Tenía las piernas ligeramente separadas por lo que pude ver una tanga de encaje negro que llevaba debajo de la prenda, con su centro, a la altura de su coñito, sutilmente mojado.
Lizeth tenía el cabello pelirrojo suelto, rozando su cintura, y las medias negras, con un sensual encaje que se adhería a sus gordas piernas, la hicieron lucir magistralmente seductora.
Siempre me ha encantado la lencería femenina sensual, la sensación suave de la tela contra la piel, la forma en que se adhería a los lugares correctos de un cuerpo, realzando sus curvas ya hermosas de por sí, de modo que fue algo excitante ver a Lizeth arreglada así dado que no lo había hecho desde hacía bastante tiempo.
—Joder… Lizeth… pero qué sorpresa es esta.
—Querido Efrén —me dijo mi esposa, posando sus tacones en el suelo—, estuve pensando, y creo que lo que nos falta para encender la llama de la pasión… es un tipo de sexo distinto… como esto.
Lizeth se acercó a mí y me quitó el maletín, el cual puso sobre la mesa. Luego comenzó a besarme húmedamente y acariciarme, quitándome toda la ropa de mi traje hasta que quedé completamente desnudo, incluso sin calcetines ni zapatos.
Concluí en que esta pequeña sorpresa se debía a que Adrián había salido con sus amigos por ser viernes, y Lizeth había decidido no desaprovechar su ausencia para reconciliarnos de esta manera tan sexual.
—¿Por qué no intentamos algo un poco diferente esta noche, cariño? —dijo en un tono seductor, mordiéndome el labio inferior con suavidad mientras me apretaba mi polla repentinamente dura—. Quizá algo para darle un poco de sabor a nuestra vida sexual.
—Lo que quieras —dije, increíblemente excitado por su ropa interior sexy y sus movimientos sugerentes.
El tamaño de sus mamas parecía reventar en el interior de ese minúsculo sujetador, que se balanceaba ante cada movimiento.
—Yo soy materia dispuesta, Lizeth, sólo dime qué quieres que haga.
—Nada —dijo—, no quiero que hagas nada. Soy yo la que quiero tener el control esta noche. Y para comenzar… quiero atarte a esa silla que está detrás de ti.
Mi corazón dio un vuelco de excitación, nunca antes había visto este lado pervertido de ella y realmente era algo que me estaba poniendo bastante caliente y nervioso. Siempre supe que era caliente, pero no tenía idea de sus fetiches. Obviamente Lizeth había estado planeando esto meticulosamente, lo supe cuando sacó de uno de los cajones algunos trozos cortos de cuerda.
—Siéntate, querido, vamos.
Sin hacer nada para resistirme, felizmente dejé que me llevara a una silla y me sentara en ella, mi polla ahora se estaba endureciendo mucho más. Mi cachonda esposa se sentó a horcajadas sobre mí, y sus grandes pechos se agitaban a pocos centímetros de mi boca, mientras ella se las ingeniaba para atarme.
—Oh, Lizeth, había olvidado las tetotas que tienes, son tan grandes como mi cabeza.
Miré su impresionante escote, bordeado por el fino material de su babydoll azul, sus pechos se veían aún más gordos sobre mi boca. Mi esposa tenía una sonrisa perversa que se inclinaba sobre mí, empujando sus pechos contra boca, mientras me ataba mis manos detrás de la silla. Yo usé mi lengua para lamer la parte superior de sus tetotas, incluyendo el canalillo.
—Quiero comerte tus grandes tetas, mi reina, quiero morderte tus pezones, ¡quítate el sostén y déjame mirártelas!
Pero entonces mi esposa me dio un suave azote en la cara y me dijo:
—Te recuerdo que la lleva el control esta noche soy yo.
Sonreí un poco asombrado, luego me di cuenta de que me sentía incapaz de moverme, tenía las manos fuertemente atadas y no podía levantarme, pero eso no importaba, no querría levantarme de allí, no cuando las sensuales nalgas de mi esposa en lencería sexy tocaban mi carne desnuda. Incluso podía sentir cómo su vulva mojada, oculta por su tanga, se friccionaba sobre mi pene.
—Eres tan sexy, Lizeth… me tienes tan caliente.
Y mientras ella se movía sobre mi entrepierna, contoneando sus grandes nalgas en mis muslos, su cara se puso frente a la mía, sacó su lengua como una serpiente malvada y comenzó a lamerme los contornos de mi boca.
—Y, sin embargo, querido… no has sido el mejor hombre en la cama.
—¿Eh?
Lizeth se acomodó sus tetas bajo su sostén, y con una sonrisa demoniaca, curvando esos labios gruesos pintados con el mismo tono rojo de su pelo, me dijo:
—Justo eso, querido Efrén. Me has descuidado sexualmente. A pesar de que sabes lo caliente que soy, y las necesidades sexuales que tengo, tú simplemente no me cumplías como hombre, y te escudabas diciendo lo mucho que podíamos pervertir a tu hijo… pues bien, cariño, me temo que durante el último año han pasado muchas cosas… que no sabes. Cosas que seguramente te darán una gran lección.
En ese momento, sucedió algo mucho más inesperado que tener las nalgas de mi esposa restregándose contra mi dolorida verga. Escuché que la puerta abatible de la cocina se abría y alguien entraba con grandes pasos.
Lizeth, echada sobre mi regazo, me impidió ver quién era. Sabía, sin embargo, que Adrián era la única otra persona que podría acceder a la cocina con tanta familiaridad, así que sentí un rubor de vergüenza recorrerme en las mejillas y en un instante, acabó con mi creciente erección y dejó mi polla bastante flácida una vez más.
¿Mi esposa se estaba vengando de mí? ¿La forma de hacerlo era obligándome a tener sexo con ella frente a nuestro propio hijo, cuando ella sabía que eso era mi mayor temor?
—Pero… ¿qué esto, mujer?
No podía imaginar los pensamientos y la vergüenza corriendo por la mente de mi hijo Adrián al ver a su padre desnudo, atado a su silla y a su madre en lencería sexy a horcajadas sobre él, como una vulgar puta.
—¡Joder, Lizeth…! ¿Quién entró? ¿Es Adrián?
Mi malvada esposa me dio un beso en la frente, sin dejar de sonreír.
—Sorpresa, cariño —me dijo.
Los pasos se aproximaron más hacia donde estábamos Lizeth y yo, y entonces ahora sí me di cuenta de que efectivamente era nuestro hijo, vestido con jeans y una camiseta ajustada que mostraba sus músculos marcados, quien estaba presenciando semejante vergüenza. Lejos de sorprenderse o avergonzarse de habernos descubierto así, parecía complacido y posiblemente un poco divertido.
—Vaya, vaya, mami —dijo con una pequeña risa, empleando esa voz gruesa que ya no era la de un simple niño—. Veo que eres una mujer de armas tomar. Muy bien, mami, muy bien. Has logrado someter a papá.
Ahora, justo a nuestro lado, Adrián se inclinó y pasó su mano por la carne desnuda del hombro de mi esposa, acariciándola suavemente, mientras que su otra mano acariciaba una de sus hermosas mamas ocultas por el sostén azul marino, que antes había estado pegado a mi boca. Y yo quedé perplejo ante la idea de que mi hijo estuviera manoseando de esa forma inmoral a su madre.
—Te ves increíble, mamá —dijo él sonriéndole—. Lo que llevas puesto es muy sexy y te resalta el cuerpazo de hembra en celo que tienes. Pareces una puta.
¿Qué? La garganta se me cerró de golpe. ¡¿Cómo podía Adrián hablarle así a su propia madre?!
La gran mano de mi hijo recorrió el brazo de su madre hasta su cintura estrecha y caderas anchas, donde caían los pliegues del babydoll. Entonces oí cómo nuestro hijo daba un azote a las gordas piernas de su madre y yo me estremecí, sin poder decir nada.
—Mmm hmm —jadeó Lizeth, que se rió ante los azotes de su hijo—. Me alegra que te guste, mi bebé. Lo usé especialmente para ti. Sabía que te pondría cachondo.
¿Qué? ¿Cómo que sabía que lo pondría cachondo?
—Eso hace una verdadera hembra, mami —respondió Adrián, dándole un segundo azote pero ahora en el culo—, eso hace una buena y complaciente hembra.
Mientras decía esto, la mano que le agarraba una de sus enormes tetas por arriba del sujetador subió hacia su mentón y atrajo su rostro hacia el suyo y, entonces mi hijo se inclinó para besarla. ¡Para besar a su propia madre! ¡Mi hijo estaba besando a mi esposa!
—¡Pero…! —Ni siquiera pudieron salirme las palabras, pero yo estaba temblando sobre la silla aun si mi esposa seguía sentada sobre mí.
Sus rostros estaban a sólo unos centímetros del mío y lo único que podía hacer era mirarlos con la boca abierta. Este no era un beso afectuoso como el que un hijo podría darle ocasionalmente a su amada madre, no: era un beso mucho más apasionado, prolongado y lúbrico como el que se dan los amantes.
¡Joder! ¡Joder!
Sus lenguas salían de sus bocas y hasta lograron salpicarme con la saliva que saltaba entre sus chasquidos. Sabía que la mano de mi hijo estaba estrujando una de las nalgas de su madre mientras ella le metía la lengua a su boca, como una loca desconsiderada… ¿de qué mierdas se trataba todo esto?
Luego, ambos se miraron fijamente a los ojos mientras sus labios se apretaban y sus lenguas se frotaban entre sí. No podía recordar la última vez que mi esposa me había besado así... así como estaba besando a su hijo.
Entonces, cuando rompieron el beso, mi esposa suspiró de placer.
—¡¿Qué...?! ¿Qué está pasando? —Finalmente pude tartamudear, sorprendido y horrorizado, pero lo que estaba viendo era a mi hijo besando a mi esposa, que a su vez era su madre, a solo unos centímetros de mi cara, mientras ella tenía sus nalgas sobre mis piernas.
—Vamos mamá, deja a este patético cornudo y ven aquí —dijo Adrián, autoritariamente, y Lizeth obedeció, levantándose de mi cuerpo, obediente.
Entonces ella se paró frente a nuestro corpulento hijo, dándome la espalda, regalándome las burdas imágenes de sus enormes nalgas rojizas por los azotes de Adrián. Y entonces, ambos, en el medio de la cocina, volvieron a besarse. Las manos de mi hijo amasaron las nalgotas de su madre, las cuales comenzaron a temblar como gelatinas.
—¡Hey! ¡Heeeeey! —grité completamente impactado—. ¡Adrián! ¡Lizeth! ¿Qué putas mierdas pasa?
Sus besos eran ansiosos y húmedos, ignorándome por completo, se lamían los labios con la lengua mientras las manos de mi hijo estrujaban las carnosas y abultadas nalgas de su madre, las cuales de vez en cuando azotaba y ella jadeaba de placer, moviéndose frente a él como si fuese una colegiala.
Entonces Lizeth le subió la camiseta a Adrián por la cabeza, para revelar ese torso fino y musculoso de nuestro hijo y comenzó a bajar su boca por su cuello, mientras acariciaba lujuriosamente con sus manos sus sólidos músculos. Y yo estaba temblando del horror. Las nalgas de mi mujer vibraban ante cada azote de Adrián, y ella solo se contoneaba contra su propio hijo mientras lamía sus tetillas y él jadeaba como un toro en brama.
—¡QUÉ ESTÁN HACIENDO!—grité con rabia, atado y desnudo a una silla mientras veía a mi esposa besarse con mi hijo, mientras se magreaban—. ¡PAREN! ¡PAREEEN! ¡NO PUEDEN SER TAN DEGENERADOS!
***
Esto era demasiado vívido para que se tratara de una broma, y bastante doloroso para creer que se trataba de una pesadilla. No creí que fuera algún truco cruel ya que ese contacto físico e inmoral entre los dos ya era demasiado incestuoso para ser una simple actuación. ¡Todo era real!
—¡¿Qué está pasando aquí?!
Entonces mi hijo se volvió hacia mí por primera vez, y me dijo, con un gesto desenfadado:
—Mierda, papá, ¿eres estúpido o qué te pasa? ¿No es obvio lo que está pasando? —Y mientras lo decía, su madre seguía lamiéndole las tetillas mientras él ahora metía un dedo entre la raya del culo de su madre.
—¡No! —dije, luchando por levantarme pero mi esposa me había atado bien las manos—. ¿Se han vuelto locos? ¡Son carne de su carne, y sangre de su carne!
—En realidad, es bastante simple, papá —continuó Adrián con una sonrisa desagradable mientras mi esposa se incorporaba y presionaba sus grandes tetas contra el vientre desnudo de su hijo—. Una mujer hermosa y caliente como mamá necesita un hombre de verdad para satisfacerla y es bastante obvio que no estás a la altura de la tarea, papá.
Mi corazón estaba latiendo muy fuerte.
—Los oí discutir aquella noche —continuó Adrián—, y también oí las razones por las que no quisiste cogerla, las cuales me parecieron abrumadoramente ridículas, ¿qué mierdas te importaba si yo los oía coger o no? A decir verdad, papá, mis primeras pajas me las hice oyendo los gemidos sexuales de mi madre. Siempre me gustó que gimiera como actriz porno de película barata. Aunque viéndolo bien —dijo, mirando mi polla desinflada—, no entiendo por qué tanto escándalo si no estás tan dotado como yo… Me alegra no haber heredado tu tamaño.
—¡No puede ser esto posible… Adrián… —exclamé con horror—. ¡Esto no… esto…!
—Basta, papá, ¿tú no querías coger a mamá porque no querías que yo los escuchara coger? Pues mira la lección que ahora te estoy dando. Como buen hijo, he estado ocupando tu lugar en la cama, dándole a mamá lo que una mujer como ella necesita y merece.
—Oh, querido Efrén —ronroneó Lizeth lascivamente mientras se acurrucaba contra el pecho de su hijo—. Adrián, nuestro hijo, es tan bueno en la cama. Sin duda hemos criado a un semental muy delicioso —Y me digirió una mirada triunfante.
Lizeth ahora le estaba desabrochando los vaqueros a nuestro hijo, y con horror vi cuando éstos cayeron en los tobillos. Mi hijo ahora estaba casi tan desnudo como yo, sólo que su cuerpo musculoso y fornido era algo más digno de contemplar que el mío, que era flacucho y sin gracia. Estaba luchando por asimilar lo que estaba sucediendo aquí. Todo me parecía irreal.
—No —dije—, no puede ser. ¡No puedo creer que tú, Lizeth, tuvieras sexo con tu propio hijo! ¡Es abominable! ¿Estás enferma o qué mierdas tienes en la cabeza?
Pero ella no me respondió. Se volvió con Adrián y suspiró como una golfa.
—Mmmm —suspiró mi esposa de nuevo—. Sé que está muy mal, querido, sé que es abominable y te puede sonar hasta enfermo, pero eso es lo que lo hace sentir tan morboso. Bueno, eso y que Adrián es un completo semental en la cama. No se parece a ti en absoluto, cariño, y no entiendo por qué, cuando es tu hijo.
Ella le bajó el bóxer a nuestro hijo y, para mi sorpresa, saltó su polla, tras lo que no pude evitar jadear una vez más. La polla de mi hijo era voluminosa, de un poco más de veinte centímetros de largo y enormemente gruesa, y estaba completamente dura tras las caricias de su madre. Apenas podía apartar mis ojos de la polla firme, dura y venosa de Adrián; de alguna manera consumía todos mis pensamientos por el momento. Nunca había visto algo tan fuerte, tan poderoso y tan masculino. Y mi esposa la adoraba con sus dedos tanto como si fuese una imagen religiosa.
—Es realmente deliciosa —susurró mi esposa, arrodillándose sin que nadie se lo mandara—. Es la polla más hermosa que he visto en mi vida, querido esposo. Me pregunto cómo heredó esta gran verga, porque es evidente que de ti no, Efrén.
Yo jadee con un lamento y mi hijo sonrió.
—¿Lo ves, papá? Así es como se ve un hombre de verdad —me dijo Adrián, mirando con desdén mi propia polla, que apenas se comparaba con la suya—. Durante los últimos meses le he estado mostrando a mamá de lo que se ha estado perdiendo toda su vida por no haber sido penetrada con una polla como esta. Y, por lo visto, ahora te lo mostraré a ti también. Es hora de que aprendas lo que se necesita para ser un hombre de verdad. Lo siento, papá, sin resentimientos.
Mi esposa ahora estaba besando la cabeza de la enorme polla de nuestro hijo, que ya estaba dura y erecta. Ella movía su lengua suavemente sobre el glande mientras acariciaba con su mano todo el tronco venoso. Me quedé mirando, estupefacto, la escena que tenía delante. Toda mi atención estaba puesta en la gloriosa e hinchada carne de mi hijo y en los labios rosados de mi esposa mientras la rozaban.
—¡Oh, sí, oh, vamos, mamá, chúpame la verga! —gimió mi hijo mientras su madre lamía obediente desde la base hasta la punta.
Adrián comenzó a gemir mientras su madre lamía su enorme y firme polla. Casi parecieron olvidar que yo estaba allí, obligado a contemplar esta extraña y abominable visión. De pronto Lizeth abrió los labios y dejó que la polla de nuestro hijo se deslizara entre ellos, mojándola y resbalándola hacia su interior, y éste se la clavó más y más hasta que la cara de su madre casi quedó enterrada en su entrepierna.
—¡Qué boca tan rica tiene tu esposa, papá… oh, qué bien se la clava en la garganta!
—¡No es sólo mi esposa, cabrón cerdo! ¡Ella es tu madre! ¿Estás enfermo o qué cabrones de te pasa?
Sin lugar a dudas su garganta estaba absorbiendo una cantidad increíble de su pene. Ella se echó hacia atrás completamente y pude ver la polla de mi hijo más dura que nunca, las venas palpitando, cubierta por la saliva resbaladiza y espumosa de su madre, el glande brillando con su líquido preseminal. Mi esposa se la volvió a mamar con gran pasión, y luego retirando su boca de la polla de su hijo por un segundo, Lizeth jadeó.
—Mmmm, cómo me encanta chupar tu gran pene hijo —dijo ella, pero mirándome a mí.
—Y vaya si chupas muy bien, mamá —dijo Adrián con una gran sonrisa, mientras cogía la cabeza de su madre y la empujaba hacia su miembro hinchado para que se lo volviera a tragar.
Pronto Lizeth movía la cabeza hacia adelante y hacia atrás aceleradamente, chupando ansiosamente su polla mientras su mano comenzaba a jugar con sus pelotas. Adrián tenía la cabeza hacia atrás, sus ojos estaban casi vidriosos de placer, respiraba entrecortadamente y con dificultad.
—¡Oh, oh sí, eso es mamá! ¡Chúpamela! ¡Chupa mi verga! ¡Muéstrale a tu patético marido lo que se está perdiendo por no haberte querido coger como Dios manda! —mi hijo le decía a su madre mientras ella continuaba con entusiasmo mamándosela.
Era una visión como nunca podría haber imaginado, mi esposa con un sexy babydoll azul, de rodillas dándole a mi hijo una mamada increíble y todo frente a mí, que permanecía atado a una silla. Montones de espumarajos escapaban por las comisuras de Lizeth, mojándole incluso la superficie de sus tetas sostenidas por el sostén.
Cuando menos acordé, mi esposa ya le estaba devorando los huevos a nuestro hijo. Se los lamía con la lengua de fuera. Los absorbía en su boca y luego los soltaba, escupiéndolos. Era una completa puta a manos de un cliente muy exigente, sólo que el cliente era precisamente nuestro hijo, al que había parido hacía 18 años atrás.
Quería apartar la mirada, cerrar los ojos, pero no podía, a pesar de mis sentimientos de asco e indignación, estaba absolutamente horrorizado, las hermosas nalgas de mi esposa saltando, toda ella vestida en lencería, entregándose por completo a nuestro propio hijo.
—¡Ahhh, sí, mmmm! —jadeó mi esposa mientras dejaba que la polla de Adrián se saliera de su boca nuevamente—. Necesito que me cojas, cariño. Cógeme fuerte, mi hijo semental. Muéstrale a tu papá lo mucho que amas a mami.
Y cuando dijo eso, sentí que mi mundo caería de colapso. ¡No podían tener sexo! ¡No podía pasar! ¡Eso era antinatural! ¡NOOOOO!
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Advertencia: este relato contiene cuernos, incesto y humillación (lo siento, pero ese era el reto)
***
Es sorprendente lo poco que puedes ser consciente de lo que sucede a tu alrededor, justo frente a tus narices, incluso a veces justo delante de tus ojos, y tú ni siquiera te das cuenta de ello. Cuando cumplí los cuarenta y cuatro años de edad, pensé que tenía todo lo esencialmente importante para mi vida. Un buen trabajo, una buena salud y una esposa y un hijo que eran mi mayor orgullo.
Mi esposa, Lizeth, de 39 años, era la mujer más hermosa que había conocido en mi vida. Era blanca de piel y le gustaba pintarse el pelo de rojo, tirando a tinto, que la hacían lucir verdaderamente sensual. De complexión era algo rellenita, pero eso se compensaba con el enorme tamaño de sus tetas y su pesado culo que hacía juego con el resto de su cuerpo.
Aunque nuestra vida sexual se había estancado durante el último año, debido a que todas las parejas llegan a un momento en la vida en que brilla la monotonía, Lizeth parecía más feliz que nunca en las semanas previas a los acontecimientos que cambiarían mi vida y mi perspectiva por completo.
Mi mujer siempre fue una hembra bastante cachonda, quería tener sexo conmigo todo el tiempo, y le gustaba experimentar en posturas que a veces, por mi tamaño promedio de pene, no podía realizar, aun así, ella se las ingeniaba para mantenerme constantemente excitado, y eso era algo que durante los primeros diez años mantuvo la llama de nuestra pasión encendida.
Sin embargo, poco a poco dejamos de tener sexo, sobre todo porque nuestro hijo iba creciendo y temía que pudiera darse cuenta de que sus padres todavía eran activos sexualmente. A mí la verdad es que eso me daba un poco de pena, y seguido le pedía a Lizeth que procurara no gritar tanto mientras fornicábamos.
—¿Por qué te pones tan pesado mientras hacemos el amor, Efrén? —me reclamó hace un año exactamente, mientras ella estaba a cuatro patas en la cama, separándose las carnosas nalgas para que yo pudiera penetrarla—. ¿Es que no quieres cogerme hoy tampoco? ¿Ya no te excito?
Se me hizo ridícula su pregunta dada la cachonda postura que tenía ella justo delante de mí: con su ardiente abertura vaginal rezumando flujos sexuales, producto de su calentura, mientras sus obesas mamas caían sobre las sábanas como una burda ramera.
—¿Cómo no vas a excitarme, querida? ¡Estás increíblemente hermosa, y eres tan cachonda como nos gusta a todos los hombres!
—¿Entonces por qué simplemente no me hundes tu pene en mi coñito hambriento y comienzas a bombearme?
Que una mujer tan decente te hable en la cama de esta forma tan guarra es de lo más excitante que un hombre puede escuchar, sin embargo, mi problema no era ella, sino Adrián.
—Recuerda que hoy nuestro hijo está en casa, justo al lado de nuestro cuarto, probablemente durmiendo en el suyo… y tú, mujer… tus gritos son tan… tan escandalosamente fuertes que me da pena que nos escuche y pierda el respeto hacia nosotros.
Mi esposa, que seguía con su vagina goteando mientras se abría las nalgas con sus manos, y al oír mi excusa jadeó con malestar.
—¡Sólo cógeme y ya, Efrén! ¿Por qué te preocupas por nuestro hijo? Adrián ya es un hombre, y no debería de extrañarle que sus padres todavía tengan una vida sexualmente activa. Es lo normal, ¿por qué habría de perdernos el respeto por escucharnos tener sexo? ¿No crees que ya nos haya oído antes hacerlo? Que una pareja de esposos que se quiere hagan el amor no tendría que ser raro, en absoluto. Debería de normalizarse el hecho de tener sexo sin el prejuicio de los hijos.
Mi esposa contoneaba sus nalgas abrumadoramente. Su abertura vaginal estaba extremadamente caldosa y algo abierta.
—Sí, Lizeth, probablemente nuestro hijo nos haya escuchado ya en alguna ocasión… pero eso no quita que esté mal o que deje de darme vergüenza. Tú misma ya lo has dicho. Adrián ya es un hombre, y aunque estuvo tres años en el colegio militar, ahora él ya está en casa, y no podemos darle la impresión de que… somos tan desconsiderados como padres. ¿Qué ejemplo le estaríamos dando?
Grumos transparentes brotaban por sobre sus pulpas vaginales, y eso que todavía ni siquiera la había penetrado. Tal circunstancia me puso tan caliente que podría haberme corrido con solo verla en esa posición.
—¡Estoy tan cachonda, Efrén! ¡Mi vagina me arde de ganas por sentir tu pene! ¡Escucha cómo chapotea mi coñito! ¡Quiero que me la metas! ¡Quiero que me hagas el amor! ¿Y tú te pones hablar de moralidades justo en este momento?¡Sólo cógeme y ya!
—¡Shhhh… Lizeth, que te va a oír!
Mi esposa volvió a emitir un quejido de reproche, pero en ningún momento dejó de contonear su culazo enorme.
—¿Entonces no vas hacer nada, Efrén?
—Sí… sí… mi amor… te la voy a meter, pero es que tú eres tan escandalosamente gritona… eres tan cachonda… sólo te pido, Lizeth, que por favor… procures no gemir ni pujar tan fuerte.
Estaba a punto de enfilar mis quince centímetros de erección dentro de la caverna acuosa de mi mujer cuando esta me empujó con el culo hacia atrás y se dio la media vuelta y se levantó de la cama, dirigiéndose al baño.
—Pero… —me sorprendí ante su reacción—, querida… Lizeth… ¿qué pasa? ¿Por qué te levantas?
—¡Porque me tienes harta, Efrén! ¡Diario es lo mismo! ¡Me pides que no puje, que no grite, como si de verdad fueras el mejor cogedor! ¡Como si tuvieras un pitote que me hiciera capaz de perder la cabeza! Ya quisieras parecerte a uno de esos hombres que aparecen en las películas porno que a veces vemos por la noche.
—¡Pero Lizeth! —grité, cuando ella se encerró en el baño—. ¡Tampoco te pases con tus comentarios!
—Déjame en paz, Efrén. Voy a meterme a la tina y me voy a tocar yo sola para aliviar la calentura que por tus moralidades tú no eres capaz de satisfacer.
—¡Perdón, cariño, perdón… no quise hacerte sentir así! Ven, vuelve conmigo a la cama, te prometo que lo arreglaremos.
—¡Contigo ya no quiero nada, Efrén! ¡Haces que se me quite la calentura con sólo oírte!
Y desde entonces, a un año de este bochornoso episodio, apenas si habías vuelto a tener contacto algunas dos o tres veces durante esos meses, y en cada uno, el aburrimiento con el que mi esposa me abrió las piernas, me hizo sentir terriblemente mal. No volvió a gemir mientras se la metía, y entonces me pregunté si los gritos que solía emitir cuando hacíamos el amor eran fingidos… y en realidad ella nunca había sentido nada mientras la cabalgaba.
***
Nuestro hijo Adrián acababa de cumplir dieciocho años y se había convertido en un hombre alto, fibroso, de hombros anchos y de una complexión bastante fornida, el clásico muchacho que es deseado por todas las chicas de la facultad. No hay nada más fascinante en la vida de un hombre que tener a una bella esposa y a un hijo apuesto y popular por el que todas las chicas babean.
Todo era casi idílico, salvo porque mi relación con mi unigénito Adrián se había vuelto un poco distante debido a que pensaba que yo trababa mal a su madre. Varias veces me reclamó que yo la hacía llorar:
—La encontré esta mañana llorando en el sofá, papá. No puedes ser tan cabrón con ella e insultarla sólo porque tiene unos kilos de más.
—¿Pero de dónde carajos has sacado esa tontería, Adrián? ¿Acaso tu madre te ha dicho eso? ¡Nunca me atrevería a decirle a Lizeth algo así…! Además… esos kilitos de más son por la edad, por la menopausia, y para nada pienso que se vea mal, al contrario… Así que si tu madre te ha dicho eso es porque…
—No hace que me lo diga nadie, papá. Yo lo sé. Uno sabe cosas. Los he escuchado. Y por eso te digo que no tienes por qué hacer sentir mal a mamá con tus estúpidos comentarios. En pocas palabras, no puedes ser tan cabrón con ella.
—A ver, Adrián, tampoco te consiento que me hables así, ¿entendido?, que te guste o no, yo soy tu padre.
—El que no te consentirá que trates mal a mamá a partir de ahora soy yo —se me reveló, y puesto que me sacaba casi dos cabezas de altura, tuve que retroceder—. Yo voy a defender a mamá de tus abusos y tus maltratos. Así que quiero que la dejes en paz.
Esa noche hablé con Lizeth y le pregunté si ella había puesto a nuestro hijo en contra mía, pero ella lo negó.
—¿Cómo se te ocurre que yo haría algo así, Efrén? Simplemente nuestro hijo se da cuenta de cosas.
—¿Qué cosas, mujer? El problema de todo esto fue por lo que ocurrió entre nosotros en la cama hace un año, tras lo cual ha derivado que nuestra relación se haya enfriado. No veo que haya otro problema, Lizeth
—Mi problema, Efrén, a últimas fechas, eres tú, y tu falta de hombría.
Sus palabras me calaron muy duro. Sentí que era injusto que mi hermosa esposa me tratara de esta manera aun sabiendo que yo trabajaba todo el día para darle a ella y a nuestro hijo las comodidades que necesitaban.
—No todo es sexo en la vida, Lizeth.
—Para ti no, porque eres un frígido que no sabe satisfacerme.
Y dicho esto se fue a la bañera, y desde allí la escuché berrear como una puta, mientras se masturbaba, sin importarle que nuestro hijo probablemente estuviera en su cuarto escuchando los vergonzosos actos de su madre.
Estuvimos un poco incómodos los tres durante los últimos días, mi esposa, mi hijo y yo, tanto en el desayuno como en la cena, que era cuando yo los veía, hasta que una noche en que llegué más tarde que de costumbre, al entrar a la cocina para ver qué había de cenar, me encontré con que mi esposa estaba sentada sobre la encimera, con un babydoll azul oscuro muy sexy que apenas cubría sus hermosos pechos.
Su enorme culo posaba en el filo de la encimera. Tenía las piernas ligeramente separadas por lo que pude ver una tanga de encaje negro que llevaba debajo de la prenda, con su centro, a la altura de su coñito, sutilmente mojado.
Lizeth tenía el cabello pelirrojo suelto, rozando su cintura, y las medias negras, con un sensual encaje que se adhería a sus gordas piernas, la hicieron lucir magistralmente seductora.
Siempre me ha encantado la lencería femenina sensual, la sensación suave de la tela contra la piel, la forma en que se adhería a los lugares correctos de un cuerpo, realzando sus curvas ya hermosas de por sí, de modo que fue algo excitante ver a Lizeth arreglada así dado que no lo había hecho desde hacía bastante tiempo.
—Joder… Lizeth… pero qué sorpresa es esta.
—Querido Efrén —me dijo mi esposa, posando sus tacones en el suelo—, estuve pensando, y creo que lo que nos falta para encender la llama de la pasión… es un tipo de sexo distinto… como esto.
Lizeth se acercó a mí y me quitó el maletín, el cual puso sobre la mesa. Luego comenzó a besarme húmedamente y acariciarme, quitándome toda la ropa de mi traje hasta que quedé completamente desnudo, incluso sin calcetines ni zapatos.
Concluí en que esta pequeña sorpresa se debía a que Adrián había salido con sus amigos por ser viernes, y Lizeth había decidido no desaprovechar su ausencia para reconciliarnos de esta manera tan sexual.
—¿Por qué no intentamos algo un poco diferente esta noche, cariño? —dijo en un tono seductor, mordiéndome el labio inferior con suavidad mientras me apretaba mi polla repentinamente dura—. Quizá algo para darle un poco de sabor a nuestra vida sexual.
—Lo que quieras —dije, increíblemente excitado por su ropa interior sexy y sus movimientos sugerentes.
El tamaño de sus mamas parecía reventar en el interior de ese minúsculo sujetador, que se balanceaba ante cada movimiento.
—Yo soy materia dispuesta, Lizeth, sólo dime qué quieres que haga.
—Nada —dijo—, no quiero que hagas nada. Soy yo la que quiero tener el control esta noche. Y para comenzar… quiero atarte a esa silla que está detrás de ti.
Mi corazón dio un vuelco de excitación, nunca antes había visto este lado pervertido de ella y realmente era algo que me estaba poniendo bastante caliente y nervioso. Siempre supe que era caliente, pero no tenía idea de sus fetiches. Obviamente Lizeth había estado planeando esto meticulosamente, lo supe cuando sacó de uno de los cajones algunos trozos cortos de cuerda.
—Siéntate, querido, vamos.
Sin hacer nada para resistirme, felizmente dejé que me llevara a una silla y me sentara en ella, mi polla ahora se estaba endureciendo mucho más. Mi cachonda esposa se sentó a horcajadas sobre mí, y sus grandes pechos se agitaban a pocos centímetros de mi boca, mientras ella se las ingeniaba para atarme.
—Oh, Lizeth, había olvidado las tetotas que tienes, son tan grandes como mi cabeza.
Miré su impresionante escote, bordeado por el fino material de su babydoll azul, sus pechos se veían aún más gordos sobre mi boca. Mi esposa tenía una sonrisa perversa que se inclinaba sobre mí, empujando sus pechos contra boca, mientras me ataba mis manos detrás de la silla. Yo usé mi lengua para lamer la parte superior de sus tetotas, incluyendo el canalillo.
—Quiero comerte tus grandes tetas, mi reina, quiero morderte tus pezones, ¡quítate el sostén y déjame mirártelas!
Pero entonces mi esposa me dio un suave azote en la cara y me dijo:
—Te recuerdo que la lleva el control esta noche soy yo.
Sonreí un poco asombrado, luego me di cuenta de que me sentía incapaz de moverme, tenía las manos fuertemente atadas y no podía levantarme, pero eso no importaba, no querría levantarme de allí, no cuando las sensuales nalgas de mi esposa en lencería sexy tocaban mi carne desnuda. Incluso podía sentir cómo su vulva mojada, oculta por su tanga, se friccionaba sobre mi pene.
—Eres tan sexy, Lizeth… me tienes tan caliente.
Y mientras ella se movía sobre mi entrepierna, contoneando sus grandes nalgas en mis muslos, su cara se puso frente a la mía, sacó su lengua como una serpiente malvada y comenzó a lamerme los contornos de mi boca.
—Y, sin embargo, querido… no has sido el mejor hombre en la cama.
—¿Eh?
Lizeth se acomodó sus tetas bajo su sostén, y con una sonrisa demoniaca, curvando esos labios gruesos pintados con el mismo tono rojo de su pelo, me dijo:
—Justo eso, querido Efrén. Me has descuidado sexualmente. A pesar de que sabes lo caliente que soy, y las necesidades sexuales que tengo, tú simplemente no me cumplías como hombre, y te escudabas diciendo lo mucho que podíamos pervertir a tu hijo… pues bien, cariño, me temo que durante el último año han pasado muchas cosas… que no sabes. Cosas que seguramente te darán una gran lección.
En ese momento, sucedió algo mucho más inesperado que tener las nalgas de mi esposa restregándose contra mi dolorida verga. Escuché que la puerta abatible de la cocina se abría y alguien entraba con grandes pasos.
Lizeth, echada sobre mi regazo, me impidió ver quién era. Sabía, sin embargo, que Adrián era la única otra persona que podría acceder a la cocina con tanta familiaridad, así que sentí un rubor de vergüenza recorrerme en las mejillas y en un instante, acabó con mi creciente erección y dejó mi polla bastante flácida una vez más.
¿Mi esposa se estaba vengando de mí? ¿La forma de hacerlo era obligándome a tener sexo con ella frente a nuestro propio hijo, cuando ella sabía que eso era mi mayor temor?
—Pero… ¿qué esto, mujer?
No podía imaginar los pensamientos y la vergüenza corriendo por la mente de mi hijo Adrián al ver a su padre desnudo, atado a su silla y a su madre en lencería sexy a horcajadas sobre él, como una vulgar puta.
—¡Joder, Lizeth…! ¿Quién entró? ¿Es Adrián?
Mi malvada esposa me dio un beso en la frente, sin dejar de sonreír.
—Sorpresa, cariño —me dijo.
Los pasos se aproximaron más hacia donde estábamos Lizeth y yo, y entonces ahora sí me di cuenta de que efectivamente era nuestro hijo, vestido con jeans y una camiseta ajustada que mostraba sus músculos marcados, quien estaba presenciando semejante vergüenza. Lejos de sorprenderse o avergonzarse de habernos descubierto así, parecía complacido y posiblemente un poco divertido.
—Vaya, vaya, mami —dijo con una pequeña risa, empleando esa voz gruesa que ya no era la de un simple niño—. Veo que eres una mujer de armas tomar. Muy bien, mami, muy bien. Has logrado someter a papá.
Ahora, justo a nuestro lado, Adrián se inclinó y pasó su mano por la carne desnuda del hombro de mi esposa, acariciándola suavemente, mientras que su otra mano acariciaba una de sus hermosas mamas ocultas por el sostén azul marino, que antes había estado pegado a mi boca. Y yo quedé perplejo ante la idea de que mi hijo estuviera manoseando de esa forma inmoral a su madre.
—Te ves increíble, mamá —dijo él sonriéndole—. Lo que llevas puesto es muy sexy y te resalta el cuerpazo de hembra en celo que tienes. Pareces una puta.
¿Qué? La garganta se me cerró de golpe. ¡¿Cómo podía Adrián hablarle así a su propia madre?!
La gran mano de mi hijo recorrió el brazo de su madre hasta su cintura estrecha y caderas anchas, donde caían los pliegues del babydoll. Entonces oí cómo nuestro hijo daba un azote a las gordas piernas de su madre y yo me estremecí, sin poder decir nada.
—Mmm hmm —jadeó Lizeth, que se rió ante los azotes de su hijo—. Me alegra que te guste, mi bebé. Lo usé especialmente para ti. Sabía que te pondría cachondo.
¿Qué? ¿Cómo que sabía que lo pondría cachondo?
—Eso hace una verdadera hembra, mami —respondió Adrián, dándole un segundo azote pero ahora en el culo—, eso hace una buena y complaciente hembra.
Mientras decía esto, la mano que le agarraba una de sus enormes tetas por arriba del sujetador subió hacia su mentón y atrajo su rostro hacia el suyo y, entonces mi hijo se inclinó para besarla. ¡Para besar a su propia madre! ¡Mi hijo estaba besando a mi esposa!
—¡Pero…! —Ni siquiera pudieron salirme las palabras, pero yo estaba temblando sobre la silla aun si mi esposa seguía sentada sobre mí.
Sus rostros estaban a sólo unos centímetros del mío y lo único que podía hacer era mirarlos con la boca abierta. Este no era un beso afectuoso como el que un hijo podría darle ocasionalmente a su amada madre, no: era un beso mucho más apasionado, prolongado y lúbrico como el que se dan los amantes.
¡Joder! ¡Joder!
Sus lenguas salían de sus bocas y hasta lograron salpicarme con la saliva que saltaba entre sus chasquidos. Sabía que la mano de mi hijo estaba estrujando una de las nalgas de su madre mientras ella le metía la lengua a su boca, como una loca desconsiderada… ¿de qué mierdas se trataba todo esto?
Luego, ambos se miraron fijamente a los ojos mientras sus labios se apretaban y sus lenguas se frotaban entre sí. No podía recordar la última vez que mi esposa me había besado así... así como estaba besando a su hijo.
Entonces, cuando rompieron el beso, mi esposa suspiró de placer.
—¡¿Qué...?! ¿Qué está pasando? —Finalmente pude tartamudear, sorprendido y horrorizado, pero lo que estaba viendo era a mi hijo besando a mi esposa, que a su vez era su madre, a solo unos centímetros de mi cara, mientras ella tenía sus nalgas sobre mis piernas.
—Vamos mamá, deja a este patético cornudo y ven aquí —dijo Adrián, autoritariamente, y Lizeth obedeció, levantándose de mi cuerpo, obediente.
Entonces ella se paró frente a nuestro corpulento hijo, dándome la espalda, regalándome las burdas imágenes de sus enormes nalgas rojizas por los azotes de Adrián. Y entonces, ambos, en el medio de la cocina, volvieron a besarse. Las manos de mi hijo amasaron las nalgotas de su madre, las cuales comenzaron a temblar como gelatinas.
—¡Hey! ¡Heeeeey! —grité completamente impactado—. ¡Adrián! ¡Lizeth! ¿Qué putas mierdas pasa?
Sus besos eran ansiosos y húmedos, ignorándome por completo, se lamían los labios con la lengua mientras las manos de mi hijo estrujaban las carnosas y abultadas nalgas de su madre, las cuales de vez en cuando azotaba y ella jadeaba de placer, moviéndose frente a él como si fuese una colegiala.
Entonces Lizeth le subió la camiseta a Adrián por la cabeza, para revelar ese torso fino y musculoso de nuestro hijo y comenzó a bajar su boca por su cuello, mientras acariciaba lujuriosamente con sus manos sus sólidos músculos. Y yo estaba temblando del horror. Las nalgas de mi mujer vibraban ante cada azote de Adrián, y ella solo se contoneaba contra su propio hijo mientras lamía sus tetillas y él jadeaba como un toro en brama.
—¡QUÉ ESTÁN HACIENDO!—grité con rabia, atado y desnudo a una silla mientras veía a mi esposa besarse con mi hijo, mientras se magreaban—. ¡PAREN! ¡PAREEEN! ¡NO PUEDEN SER TAN DEGENERADOS!
***
Esto era demasiado vívido para que se tratara de una broma, y bastante doloroso para creer que se trataba de una pesadilla. No creí que fuera algún truco cruel ya que ese contacto físico e inmoral entre los dos ya era demasiado incestuoso para ser una simple actuación. ¡Todo era real!
—¡¿Qué está pasando aquí?!
Entonces mi hijo se volvió hacia mí por primera vez, y me dijo, con un gesto desenfadado:
—Mierda, papá, ¿eres estúpido o qué te pasa? ¿No es obvio lo que está pasando? —Y mientras lo decía, su madre seguía lamiéndole las tetillas mientras él ahora metía un dedo entre la raya del culo de su madre.
—¡No! —dije, luchando por levantarme pero mi esposa me había atado bien las manos—. ¿Se han vuelto locos? ¡Son carne de su carne, y sangre de su carne!
—En realidad, es bastante simple, papá —continuó Adrián con una sonrisa desagradable mientras mi esposa se incorporaba y presionaba sus grandes tetas contra el vientre desnudo de su hijo—. Una mujer hermosa y caliente como mamá necesita un hombre de verdad para satisfacerla y es bastante obvio que no estás a la altura de la tarea, papá.
Mi corazón estaba latiendo muy fuerte.
—Los oí discutir aquella noche —continuó Adrián—, y también oí las razones por las que no quisiste cogerla, las cuales me parecieron abrumadoramente ridículas, ¿qué mierdas te importaba si yo los oía coger o no? A decir verdad, papá, mis primeras pajas me las hice oyendo los gemidos sexuales de mi madre. Siempre me gustó que gimiera como actriz porno de película barata. Aunque viéndolo bien —dijo, mirando mi polla desinflada—, no entiendo por qué tanto escándalo si no estás tan dotado como yo… Me alegra no haber heredado tu tamaño.
—¡No puede ser esto posible… Adrián… —exclamé con horror—. ¡Esto no… esto…!
—Basta, papá, ¿tú no querías coger a mamá porque no querías que yo los escuchara coger? Pues mira la lección que ahora te estoy dando. Como buen hijo, he estado ocupando tu lugar en la cama, dándole a mamá lo que una mujer como ella necesita y merece.
—Oh, querido Efrén —ronroneó Lizeth lascivamente mientras se acurrucaba contra el pecho de su hijo—. Adrián, nuestro hijo, es tan bueno en la cama. Sin duda hemos criado a un semental muy delicioso —Y me digirió una mirada triunfante.
Lizeth ahora le estaba desabrochando los vaqueros a nuestro hijo, y con horror vi cuando éstos cayeron en los tobillos. Mi hijo ahora estaba casi tan desnudo como yo, sólo que su cuerpo musculoso y fornido era algo más digno de contemplar que el mío, que era flacucho y sin gracia. Estaba luchando por asimilar lo que estaba sucediendo aquí. Todo me parecía irreal.
—No —dije—, no puede ser. ¡No puedo creer que tú, Lizeth, tuvieras sexo con tu propio hijo! ¡Es abominable! ¿Estás enferma o qué mierdas tienes en la cabeza?
Pero ella no me respondió. Se volvió con Adrián y suspiró como una golfa.
—Mmmm —suspiró mi esposa de nuevo—. Sé que está muy mal, querido, sé que es abominable y te puede sonar hasta enfermo, pero eso es lo que lo hace sentir tan morboso. Bueno, eso y que Adrián es un completo semental en la cama. No se parece a ti en absoluto, cariño, y no entiendo por qué, cuando es tu hijo.
Ella le bajó el bóxer a nuestro hijo y, para mi sorpresa, saltó su polla, tras lo que no pude evitar jadear una vez más. La polla de mi hijo era voluminosa, de un poco más de veinte centímetros de largo y enormemente gruesa, y estaba completamente dura tras las caricias de su madre. Apenas podía apartar mis ojos de la polla firme, dura y venosa de Adrián; de alguna manera consumía todos mis pensamientos por el momento. Nunca había visto algo tan fuerte, tan poderoso y tan masculino. Y mi esposa la adoraba con sus dedos tanto como si fuese una imagen religiosa.
—Es realmente deliciosa —susurró mi esposa, arrodillándose sin que nadie se lo mandara—. Es la polla más hermosa que he visto en mi vida, querido esposo. Me pregunto cómo heredó esta gran verga, porque es evidente que de ti no, Efrén.
Yo jadee con un lamento y mi hijo sonrió.
—¿Lo ves, papá? Así es como se ve un hombre de verdad —me dijo Adrián, mirando con desdén mi propia polla, que apenas se comparaba con la suya—. Durante los últimos meses le he estado mostrando a mamá de lo que se ha estado perdiendo toda su vida por no haber sido penetrada con una polla como esta. Y, por lo visto, ahora te lo mostraré a ti también. Es hora de que aprendas lo que se necesita para ser un hombre de verdad. Lo siento, papá, sin resentimientos.
Mi esposa ahora estaba besando la cabeza de la enorme polla de nuestro hijo, que ya estaba dura y erecta. Ella movía su lengua suavemente sobre el glande mientras acariciaba con su mano todo el tronco venoso. Me quedé mirando, estupefacto, la escena que tenía delante. Toda mi atención estaba puesta en la gloriosa e hinchada carne de mi hijo y en los labios rosados de mi esposa mientras la rozaban.
—¡Oh, sí, oh, vamos, mamá, chúpame la verga! —gimió mi hijo mientras su madre lamía obediente desde la base hasta la punta.
Adrián comenzó a gemir mientras su madre lamía su enorme y firme polla. Casi parecieron olvidar que yo estaba allí, obligado a contemplar esta extraña y abominable visión. De pronto Lizeth abrió los labios y dejó que la polla de nuestro hijo se deslizara entre ellos, mojándola y resbalándola hacia su interior, y éste se la clavó más y más hasta que la cara de su madre casi quedó enterrada en su entrepierna.
—¡Qué boca tan rica tiene tu esposa, papá… oh, qué bien se la clava en la garganta!
—¡No es sólo mi esposa, cabrón cerdo! ¡Ella es tu madre! ¿Estás enfermo o qué cabrones de te pasa?
Sin lugar a dudas su garganta estaba absorbiendo una cantidad increíble de su pene. Ella se echó hacia atrás completamente y pude ver la polla de mi hijo más dura que nunca, las venas palpitando, cubierta por la saliva resbaladiza y espumosa de su madre, el glande brillando con su líquido preseminal. Mi esposa se la volvió a mamar con gran pasión, y luego retirando su boca de la polla de su hijo por un segundo, Lizeth jadeó.
—Mmmm, cómo me encanta chupar tu gran pene hijo —dijo ella, pero mirándome a mí.
—Y vaya si chupas muy bien, mamá —dijo Adrián con una gran sonrisa, mientras cogía la cabeza de su madre y la empujaba hacia su miembro hinchado para que se lo volviera a tragar.
Pronto Lizeth movía la cabeza hacia adelante y hacia atrás aceleradamente, chupando ansiosamente su polla mientras su mano comenzaba a jugar con sus pelotas. Adrián tenía la cabeza hacia atrás, sus ojos estaban casi vidriosos de placer, respiraba entrecortadamente y con dificultad.
—¡Oh, oh sí, eso es mamá! ¡Chúpamela! ¡Chupa mi verga! ¡Muéstrale a tu patético marido lo que se está perdiendo por no haberte querido coger como Dios manda! —mi hijo le decía a su madre mientras ella continuaba con entusiasmo mamándosela.
Era una visión como nunca podría haber imaginado, mi esposa con un sexy babydoll azul, de rodillas dándole a mi hijo una mamada increíble y todo frente a mí, que permanecía atado a una silla. Montones de espumarajos escapaban por las comisuras de Lizeth, mojándole incluso la superficie de sus tetas sostenidas por el sostén.
Cuando menos acordé, mi esposa ya le estaba devorando los huevos a nuestro hijo. Se los lamía con la lengua de fuera. Los absorbía en su boca y luego los soltaba, escupiéndolos. Era una completa puta a manos de un cliente muy exigente, sólo que el cliente era precisamente nuestro hijo, al que había parido hacía 18 años atrás.
Quería apartar la mirada, cerrar los ojos, pero no podía, a pesar de mis sentimientos de asco e indignación, estaba absolutamente horrorizado, las hermosas nalgas de mi esposa saltando, toda ella vestida en lencería, entregándose por completo a nuestro propio hijo.
—¡Ahhh, sí, mmmm! —jadeó mi esposa mientras dejaba que la polla de Adrián se saliera de su boca nuevamente—. Necesito que me cojas, cariño. Cógeme fuerte, mi hijo semental. Muéstrale a tu papá lo mucho que amas a mami.
Y cuando dijo eso, sentí que mi mundo caería de colapso. ¡No podían tener sexo! ¡No podía pasar! ¡Eso era antinatural! ¡NOOOOO!
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2 comentarios - Mi hijo; el semental de su madre Cap. 1