Cuándo viví en Bolivia para estudiar medicina, hubo un tiempo en que alquilé en una iglesia. En ella trabajaba una señora como secretaria. Se llamaba María, era blanca con cabello teñido de rubio, gordita y bajita, muy alegre, me trataba muy bien. Tendría unos 40 años. Yo ocupaba solo un cuarto y la cocina de la casa, en los otros cómodos se guardaban archivos y cosas de la iglesia.
Un día yo empecé con una corteja que era hija de una de las hermanas principales. Esa corteja iba a visitarme y el sereno que vigilaba la calle le chismeó a la hermana Marita. Ella vino a hablar conmigo muy amablemente para decirme que eso no podía pasar, que ella tendría que decirle al pastor y a la mamá de la chica. Yo le imploré que no contase nada, hasta que ella accedió, desde que no se volviera a repetir.
Días después, yo estaba en el baño haciéndome una paja cuando escuché ruidos en la casa. Me asusté y fui a ver qué era, pensaba que podría ser una rata u otro animal. Una puerta que siempre estaba cerrada ese día estaba abierta y era la hermana Marita. Ella me vió totalmente desnudo y con la verga parada. Fue un momento muy incómodo. Pedí disculpas y salí volando. Ella no sabía que yo estaba en casa. Fue una sorpresa para ambos.
Pese a la incomodidad de aquél momento, cuando yo me quedaba solo me acordaba de ese instante y me daba morbo. La señora Marita no era muy atrayente para mí, pero empecé a pensar en ella. En la iglesia ella me trataba normalmente.
Una mañana que no fui a la Universidad ella volvió a entrar en la casa, pero de esa vez por la puerta trasera y la entrada a mi corredor estaba cerrada. Yo sabía que era ella y fui allá. Toqué la puerta. Ella vino y me abrió. Estaba sonriendo y charlando mucho mientras buscaba en unos archivos. Estuvimos un rato charlando y yo la miraba, ella estaba de espaldas, con una falda hasta la rodilla y una blusa formal con saco, mi mente empezó a volar y mi verga se paró. Yo no sabía por dónde empezar y le dije: Hermana, lo del otro día… Perdón, no sabía que era usted… Ella sin voltearse me dijo que no se preocupara, que ella creyó que no había nadie, pero su reacción y su tono de voz me hicieron tener la confianza de acercarme por detrás y tocarle la cintura. Con nervios yo le dije que no se cayera, aunque no había riesgo de eso. Ella sonrió sin gracia y comentó algo sobre las cucarachas. Uh, ni digas hermana, qué yo las odio. Me pegué a ella con la verga dura y ella me preguntó que hacía. No lo sé, le dije, y se hizo un silencio incómodo. Empecé a subirle la falda y después le dije: ¿Puedo? Ella empezó a decir cómo pues hermano, que estás haciendo, pero no me impidió. Subí su falda hasta la cintura, su calzón me sorprendió, no era de abuela, era un cachetero blanco bastante bonito, que yo jalé hacia un costado y traté de penetrarla sin ninguna lubricación. Le decía en su oído, Ay hermana Marita. Ella contestaba que aquello no estaba bien. Pero seguía sin impedirme. Yo lubriqué mi verga con saliva y empecé a meterla. La hermana me dejó cogerla, así no más. Después empezó a jadear, yo agarré sus tetas. Me descontrolé un poco y empecé a darle muy duro, metiendo hasta el fondo. Ella me frenó diciendo: ¡dónde más querés entrar! Entonces me calmé. Me aguanté para no venirme muy pronto, pero tardé más de lo esperado y ella me apuraba diciendo que el pastor la podría buscar, o peor, su hija (una adolescente de 15 años) qué estaba allá en su oficina. Yo aceleré hasta que me vacié en su interior. Luego de eso, la Hermana solo se subió el calzón, bajó la falda y se fue con prisa de allí.
Yo me quedé preocupado de que ella le dijera a alguien, o que me denunciara, pero no pasó nada. Después de unos días en que no me miraba a los ojos, ella volvió a tratarme normalmente, lo que me hizo pensar en intentar otra vez. Lo cierto es que ella no me atraía mucho, solo fue cosa del momento, pero volvió a pasar.
Un día yo empecé con una corteja que era hija de una de las hermanas principales. Esa corteja iba a visitarme y el sereno que vigilaba la calle le chismeó a la hermana Marita. Ella vino a hablar conmigo muy amablemente para decirme que eso no podía pasar, que ella tendría que decirle al pastor y a la mamá de la chica. Yo le imploré que no contase nada, hasta que ella accedió, desde que no se volviera a repetir.
Días después, yo estaba en el baño haciéndome una paja cuando escuché ruidos en la casa. Me asusté y fui a ver qué era, pensaba que podría ser una rata u otro animal. Una puerta que siempre estaba cerrada ese día estaba abierta y era la hermana Marita. Ella me vió totalmente desnudo y con la verga parada. Fue un momento muy incómodo. Pedí disculpas y salí volando. Ella no sabía que yo estaba en casa. Fue una sorpresa para ambos.
Pese a la incomodidad de aquél momento, cuando yo me quedaba solo me acordaba de ese instante y me daba morbo. La señora Marita no era muy atrayente para mí, pero empecé a pensar en ella. En la iglesia ella me trataba normalmente.
Una mañana que no fui a la Universidad ella volvió a entrar en la casa, pero de esa vez por la puerta trasera y la entrada a mi corredor estaba cerrada. Yo sabía que era ella y fui allá. Toqué la puerta. Ella vino y me abrió. Estaba sonriendo y charlando mucho mientras buscaba en unos archivos. Estuvimos un rato charlando y yo la miraba, ella estaba de espaldas, con una falda hasta la rodilla y una blusa formal con saco, mi mente empezó a volar y mi verga se paró. Yo no sabía por dónde empezar y le dije: Hermana, lo del otro día… Perdón, no sabía que era usted… Ella sin voltearse me dijo que no se preocupara, que ella creyó que no había nadie, pero su reacción y su tono de voz me hicieron tener la confianza de acercarme por detrás y tocarle la cintura. Con nervios yo le dije que no se cayera, aunque no había riesgo de eso. Ella sonrió sin gracia y comentó algo sobre las cucarachas. Uh, ni digas hermana, qué yo las odio. Me pegué a ella con la verga dura y ella me preguntó que hacía. No lo sé, le dije, y se hizo un silencio incómodo. Empecé a subirle la falda y después le dije: ¿Puedo? Ella empezó a decir cómo pues hermano, que estás haciendo, pero no me impidió. Subí su falda hasta la cintura, su calzón me sorprendió, no era de abuela, era un cachetero blanco bastante bonito, que yo jalé hacia un costado y traté de penetrarla sin ninguna lubricación. Le decía en su oído, Ay hermana Marita. Ella contestaba que aquello no estaba bien. Pero seguía sin impedirme. Yo lubriqué mi verga con saliva y empecé a meterla. La hermana me dejó cogerla, así no más. Después empezó a jadear, yo agarré sus tetas. Me descontrolé un poco y empecé a darle muy duro, metiendo hasta el fondo. Ella me frenó diciendo: ¡dónde más querés entrar! Entonces me calmé. Me aguanté para no venirme muy pronto, pero tardé más de lo esperado y ella me apuraba diciendo que el pastor la podría buscar, o peor, su hija (una adolescente de 15 años) qué estaba allá en su oficina. Yo aceleré hasta que me vacié en su interior. Luego de eso, la Hermana solo se subió el calzón, bajó la falda y se fue con prisa de allí.
Yo me quedé preocupado de que ella le dijera a alguien, o que me denunciara, pero no pasó nada. Después de unos días en que no me miraba a los ojos, ella volvió a tratarme normalmente, lo que me hizo pensar en intentar otra vez. Lo cierto es que ella no me atraía mucho, solo fue cosa del momento, pero volvió a pasar.
3 comentarios - La hermana Marita