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El anciano de mí congregación

El domingo después de haber tenido diferentes discursos, presentaciones y actividades programadas en la asamblea, noté que el anciano de la congregación no dejaba de mirarme. Yo usaba un vestido ligero y fresco color café y zapatos de tacón bajo color blanco. No era ropa provocativa pero creo que con el calor que hacía sudaba mucho y ese vestido se me pegaba al cuerpo marcando ligeramente mi figura.

La mirada del anciano era cada vez más insistente y comenzaba a sentirme algo incómoda, pero no dije nada. Después de algunos minutos cuando todos nos despedimos, el anciano me pidió esperar un poco más por qué quería platicar conmigo. Me puse un poco nerviosa, creí que me regañaría por haber cometido algún error o por hacer algo inapropiado durante la asamblea...

Cuándo por fin estuvimos solos me dijo que quería pedirme un favor, quería que lo acompañara a su casa para ayudarlo a organizar unos documentos que necesitaba para una ayuda del gobierno. Dijo que me pagaría con una rica comida y que me llevaría a mi casa cuando finalicemos el trabajo. Me dio pena decirle que no y acepté acompañarlo y ayudarle.

Durante el trayecto fue muy educado y respetuoso, platicamos de temas de la asamblea y escuchamos música en el auto. Ya en su casa no pude evitar notar que estábamos completamente solos, me invitó a pasar a su recámara y me ofreció beber algo. Acepté beber un poco de agua y el me ofreció algo más fuerte, dijo que tenía un Sake que un hermano japonés le había regalado y que tenía muchas ganas de probarlo pero no quería hacerlo solo. Me encogí de hombros y le dije que no bebía alcohol, pero el insistió tanto que acepté beber un poco.

Después de buscar documentos, beber Sake y soportar un calor infernal en esa habitación, nos sentamos en la orilla de su cama para descansar un poco. Fue entonces que el Sake hizo su trabajo, comencé a sentirme un poco mareada y mis mejillas se pusieron rojas, comencé a reír por cualquier cosa y mi piel se puso muy sensible. Fue entonces que el anciano rozó suavemente mi pierna con el dorso de su mano y comenzó a mirarme fijamente sin parpadear.

Me besó sin decir nada y me recostó amablemente sobre su cama. Aún estaba consciente pero me dejé llevar por el momento, me quitó los zapatos y los arrojó cerca de la puerta. Levantó mi vestido hasta dejar expuesta mi ropa interior húmeda por el calor y la excitación del momento. A partir de ese momento el hombre educado y respetuoso desapareció dando lugar a un hombre lujurioso y mal hablado.

Bajó lentamente mi panty, y levantó mis piernas por encima de sus hombros mientras respiraba fuertemente y olía el aroma de mi entrepierna sudada. Colocó su rostro entre mis piernas y comenzó a lamer mi vagina de arriba a abajo sin detenerse. Yo daba ligeros gemidos de placer que lo excitaban cada vez más y, entre esos gemidos habían pequeños susurros en los que rogaba ser penetrada.

El anciano no quería dejar de lamer mi vagina. Me hizo llegar al orgasmo con su lengua, grité y me retorcía de placer y el no paro ni un instante de lamer. Cuando yo estaba agotada y deje de moverme, me volteo bruscamente. Me hizo levantar mi trasero dejando expuesta mi zona íntima. Creí que por fin iba a penetrarme pero en vez de eso comenzó a lamer mi ano y a acariciar mis nalgas. Era una sensación muy satisfactoria, sentía como su lengua entraba en mi ano y como lo lamía haciendo círculos en su interior. El no dejaba de decir que tenía un culo muy rico. En ese momento pude sentir la vibración de sus palabras, y su respiración en mi ano humedecido, mientras mis ojos se ponían en blanco. No podía evitar hacer muecas y gestos raros, mientras apretaba fuertemente una almohada con mis manos.

Comenzó a meter un dedo en mi vagina mientras seguía disfrutando de mi ano. En ese momento quise moverme pero no me lo permitió. Me agarró fuertemente y de forma brusca comenzó a estimularme con sus dedos. Mis gemidos se volvieron gritos de placer, podía sentir que estaba cerca de otro orgasmo. Intenté apretar pero no pude... Un chorro de líquido salía de mi y no lo podía controlar, mi cuerpo estaba temblando y mi cara estaba desencajada por el placer. No tenía control sobre mi.

El anciano me puso boca arriba y acercó su pene a mi boca, lo frotó en mis labios y me pedía que se lo chupara. Pero me encontraba en un estado de parálisis, solo pude succionar un poco la cabeza de su pene. Sentí como se desesperaba porque no hacía lo que el quería, pero no es que no quisiera, de verdad no me podía mover...

Me jaló hasta la orilla de la cama y puso mis piernas en sus hombros. Levantó mi vestido hasta poder ver mis senos. Sentía como los acariciaba salvajemente mientras desabrochaba mi brassier. De pronto pude sentir como su pene entró en mi vagina y., fue entonces que reviví con un grito de un placentero dolor.

El anciano no dejaba de penetrarme salvajemente. Mis senos rebotaban, y mi cuerpo sudaba cada vez más. Mis piernas perdían la poca fuerza que les quedaba, y mis gemidos se apagaban con tanto placer. Un Tercer orgasmo venía en camino. Mis gemidos parecían aullidos y mi cuerpo parecía convulsionar. Pero mi alma se encontraba flotando en un paraíso de placer. Nuevamente comencé a sacar líquido sin control, líquido que el anciano bebía con rostro de satisfacción.

Bajó mis piernas y me levantó como si de una muñeca de trapo se tratará, para arrojarme a media cama. Se puso de rodillas frente a mi cara y comenzó a masturbarse. Yo intentaba ayudarle pero no tenía energía, me pidió que abriera mi boca para meter su pene en ella. Continuó masturbándose hasta que por fin eyaculó dentro de mi boca.

Pasaron 20 minutos para que pudiera recuperarme, ese tiempo estuvimos acostados en su cama sin decir nada hasta que se rompió el silencio con una pregunta.

-¿Qué quieres comer?.

4 comentarios - El anciano de mí congregación

logan624
Ah lo resubiste, que bien me gusto el relato