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PDB 32 La trastienda





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Compendio III




Luego de estacionar mi auto, caminé los pocos pasos que me separaban de mi destino. El aroma de pan fresco recién horneado permeaba el ambiente, picándome la nariz e incitando mi apetito. Seguí el rastro de mis sentidos hasta la pintoresca pastelería donde un mes antes, me había vuelto a encontrar con Doris.

Era enero y había ido a verla bajo la excusa de comprar un pastel de cumpleaños para mi esposa. El amarillo chillón de la tienda contrastaba con la monotonía de los grises edificios que la rodeaban. La puerta de cristal dio el típico campaneo holístico que anuncia la llegada de un nuevo cliente, revelando un aire cálido y acogedor dentro de la panadería.

Una hilera de mesas y sillas de acero estaban dispuestas a lo largo de la pared, ordenadamente adornadas con un jarrón de flores frescas o con algún pequeño cartel que indicaba las especialidades del local, para recibir comensales que buscaban degustar un bocado caliente guarecidos bajo un techo.

Detrás del mostrador, con mirada de águila, la mujer morena, de cabello corto y rizado y con una cálida sonrisa permanecía atenta a mis movimientos.

PDB 32 La trastienda

·        ¿Puedo ayudarle en algo? – preguntó la mujer, simulando no haberme reconocido después de nuestro encuentro el mes anterior.

-         ¡Buenas tardes! -Saludé cordial. – No sé si me recuerda, pero ando buscando a Doris.

Su mirada tomó un tono distinto.

·        ¡Lo lamento mucho, pero Doris tiene el día libre hoy! ¿Le puedo ayudar yo en algo?

Traté de disimular mi decepción de la forma más educada que pude.

-         ¡No, gracias! En ese caso, solo deseo ordenar un pastel de chocolate.

Pero la mujer no aceptó un no como respuesta…

·        ¡Comprendo! Pero hay algo que me gustaría hablar contigo a solas. Tiene que ver con Doris, por lo que si me puedes seguir a la trastienda.

Me hizo pasar al otro lado de los estantes. Para sorpresa de ambas, las otras 2 jóvenes compañeras de trabajo de Doris me reconocieron de la última vez y atónitas, me saludaron. Aunque la vez anterior, no pude verlas, vi que eran jóvenes de unos 23 años, a lo sumo, y bastante atractivas, por lo que imaginaba que Irene capitaliza con la belleza de sus empleadas para lograr sus ventas.

Katie tiene 23 años. Tiene cabello negro, corto y liso colgando hasta los hombros. Ojos color verde, complementados con una sonrisa lujuriosa y ensalzado con un magnánimo busto, que no la cohíben para tentar a los hombres a pesar de estar ya casada.

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Linda tiene 24 años. Tiene cabello color café y bastante largo, con algunos rizos. Ojos color café claro. Una linda figura, con un trasero redondo y seductor. Soltera, aunque saliendo con alguien.

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Como fuese, ordenó a las 2 pasteleras que se encargaran del local, porque necesitaba hablar algo conmigo en privado y no quería ser interrumpida. Sin embargo, admito que sus rostros no me pusieron en alerta sobre lo que se me avecinaba, ya que ellas parecían intuir las verdaderas intenciones de su empleadora.

A diferencia de la última vez, la trastienda estaba un poco más sombría, porque el área de manufactura a la vuelta del pasillo estaba desocupada en esos momentos, por lo que si bien, no estábamos a oscuras, sí tornaba el ambiente más íntimo.

Una vez que me aseguré de que estábamos a solas, procedí a preguntarle:

-         ¿Y bien? ¿Sobre qué querías hablarme?

Su respuesta fue colgarse a mis labios en un suculento beso, mientras que sus inquietas manos exploraban ansiosas lo que se ocultaba entre mis piernas.

Aunque la sorpresa me impactó, no pude dudar de la experticia de Irene en esas lides, dado que no pasó mucho tiempo para ocasionarme una erección. Si bien, estaba un poco rellena, sus pechos color chocolate, levemente menos oscuros que los de Aisha, se notaban enormes y gelatinosos, mientras me presionaba indefenso hacia la pared. Su cola, redonda y rotunda, se marcaba bastante bien bajo esos jeans apretados, que ayudaron aun más a mi estado de indefensión.

·        ¡Oh, nada! – dijo ella, mientras desabrochaba ansiosa mi pantalón y bajaba mi cremallera. – Solo quería saber si esto era realmente grande como lo vi aquella vez.

Y diciendo eso, me la empezó a sacudir a un ritmo demoledor. La presión de su mano era impresionante, dándome a entender lo habilidosa que es con el uslero, a medida que estrujaba mi base. Aun así, no paraba ella de sonreírme al notar lo hinchada que se ponía mi cabeza, besando el glande ocasionalmente, como si disfrutase de mi sabor.

·        ¡Entiendo por qué le gustas tanto a Doris! – comentó, luego de darle una probada a la punta de mi pene con su ardiente y viscosa lengua. - ¡Tienes una apariencia tierna!

Y luego de decir eso, engulló mi falo hasta la mitad dentro de su tibia boca, confirmando mi primera impresión que Irene era una puta.

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Para esas alturas, ya no podía hacer nada. Su boca y su lengua eran enviciantes y su cabeza subía y bajaba con mayor ansiedad. Pero a pesar del ruido incesante de su succión, escuché claramente el discreto rechinar de una puerta mal aceitada. Estábamos a la vuelta del pasillo que llevaba ala zona de preparación, cuando alcancé a distinguir las sombras del perfil de 2 figuras femeninas que aparentemente, estaban entrando por la misma puerta que Irene y yo habíamos ingresado momentos antes.

Si bien mi intención originalmente era informar a la jefa de Doris que teníamos compañía con sobarle la cabeza, no pasaron 3 segundos para que la presionara con la intención con que se la metiera en la garganta, dado que me la estaba chupando de una manera sobrenatural.

Y aunque al principio, las 2 empleadas nos contemplaban impactadas sobre cómo su jefa estaba atendiendo viciosamente mi hombría sin poder creerlo, poco a poco empezaron a seguir con la mirada el ritmo irrefrenable que lleva su jefa con mi apéndice.

En un momento que intentó hacerme una garganta profunda, se ahogó y se la sacó enteramente de los labios, para resumir mi masturbación incesante con sus formidables manos.

·        ¡Es bastante grande y gorda!¡Me gusta! – exclamó, mirándome viciosa antes de resumir su labor.

Sus empleadas, movidas por la calentura y excitación, se acercaron levemente hacia nosotros, despreocupándose que pudiésemos verlas a pesar de tratar de ocultarse en las sombras. Más que mirarme a mí, se enfocaron en su jefa, quien, como una verdadera puta, estaba arrodillada abrazando mi torso y devorando mi falo con una gran devoción.

Aprovechando que mi rostro para ellas quedó temporalmente oculto por un pequeño estante que contenía algunas herramientas, pude darme cuenta de que el espectáculo les atraía y les empezó a ser excitante, por la manera que empezaron a acariciarse sus propios cuerpos.

Recuerdo que fueron en esos momentos en donde mis caderas empezaron a menearse de forma involuntaria, tratando de alcanzar la úvula de Irene, con su lengua revoloteando en torno a mi miembro.
 
Sentí que me iba a venir en cualquier momento, pero la boca viciosa de Irene no me dejaba escapar. Nos miramos brevemente por un par de segundos y con sus lujuriosos ojos, me sonrió con autorización, tragándome con mayor ahínco en su garganta. Entonces, sentí que mi mente se nublaba a medida que el inminente orgasmo dentro de mí me embargaba plácidamente.

Lo encajé en su garganta con furia, detonando generosamente cuatro veces antes que pudiera soltar su cabeza. Estoicamente, se tragó gran parte de mi corrida con gula, aun estrujando mi falo con codicia, aunque luego de mi acabada y que retirase mi falo de su boca, algunas gotitas de mi semen escaparon de sus labios, mientras que el puente de baba aun conectaba nuestros cuerpos.

Aun así, no dudó limpiarse los labios con su lengua de una manera sugerente.

·        ¡Sorprendente! – exclamó ella, mirándome insaciable. - ¡Eres un verdadero semental! ¡Acabaste en mi garganta de esa forma y sigues excitado!¡Ahora, no me caben dudas por qué Doris está tan enamorada de ti!

Nos besamos una vez más, con ella acariciando mi pene y estrujándolo levemente, ansiosa por continuar.

A la distancia, nuestras espías habían avanzado un poco más, escondiéndose entre las cajas, aunque pareciera que ellas también estaban alcanzando el orgasmo, al ver que su viciosa jefa parecía no tener suficiente de probar mi rabo, impresionada por su largo y el grosor, pudiendo escuchar levemente sus discretos gemidos ahogados de placer.

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·        ¡Lo siento, querido! Pero tengo que sentirla. ¡Necesito que me folles ya! – comentó ella, agarrándome de la base y de mis testículos, por lo que no tuve más opción que seguirla a la zona de manufactura.

Las mesas de trabajo estaban desocupadas, aunque restos de harina se veían por el suelo y por las superficies. Se apoyó sobre el mueble, desabrochándose apresuradamente el delantal y dejando caer sus pantalones. 2 enormes y redondos muslos me esperaban, protegidos en su intimidad por una delgada tanga negra de encaje.

Y aunque estaba finalmente libre y recuperaba la compostura, me di cuenta de que la situación se volvió mucho más complicada de lo que esperaba. Miraba a los alrededores, sintiendo una mezcla de sorpresa, culpabilidad y calentura. Incluso, por unos segundos, no supe qué hacer.

Pero no pude negar que estar con Irene me atraía, por lo que carraspeé un poco en un vano esfuerzo por recuperar mis sentidos.

-         ¡Irene… no sé qué decir! -Titubeé en mi voz. – No esperaba que hoy, pasara esto.

Escuché reírse agraciada.

·        ¡Cariño, es obvio que nunca has estado con una mujer como yo antes! Y sí, entiendo que Doris te atrae por su juventud y su cuerpo, pero no tienes la mínima idea lo que una mujer experimentada como yo te puede hacer sentir. – comentó con arrogancia, meneando sus caderas de forma tentadora, sin voltear a mirarme. - Además, imagino que los 2 buscamos la misma cosa, ¿No es verdad?

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Y aunque yo admitía que ella tenía razón escuchando su voz baja y seductora, también ella no había considerado la falla fatal de subestimarme, puesto que efectivamente, sabía de primera fuente lo viciosas que pueden ser las mujeres mayores, viniendo a mi memoria los insaciables encuentros de cómo mi suegra y posteriormente, la tía de mi esposa, me cabalgaron incesantemente, buscando drenar mi hombría.

Porque efectivamente, el semen de un hombre joven pasa a ser para ellas un elixir de la vida. Por lo que si bien, Irene y yo tenemos aproximadamente la misma edad, el régimen diario que mantenemos con Marisol ya la había impresionado con un ligero aperitivo, por lo que decidí seguirle el juego.

-         Sí, también quiero lo mismo. -respondí, sonriendo para mis adentros.

Irene procedió a abrir las piernas. Sus empleadas, una vez más, se habían acercado curiosas, notando que sus delantales ya revelaban más ropa interior que antes.

PDB 32 La trastienda

Pero en vista que como Doris me lo había solicitado, ya no traía condones, solamente tenía una opción para calmar nuestra calentura.

·        ¿Qué haces? – preguntó sorprendida, al intentar penetrarla por su apretado asterisco.

-         Nada. No traje condones y pensé que una mujer como tú debería ser experta para el sexo anal, ¿No? – pregunté desafiante, mientras la masturbaba por el ano.

·        ¡Sí!... pero no con una tan gruesa como la tuya…-espetó con voz fatigosa.

Y empecé a masajear y a escupir su ano, además de embadurnarlo con sus jugos vaginales. Imagino que, a nuestras espías, les parecía prácticamente como un truco de magia, dado que el grosor de mi tronco lo estimaba el triple de grueso que su apretado ojete.

Pero a pesar de ello, empecé a bufar, forzando el glande en su interior.

·        ¡Espera! ¡Espera! ¡Me duele!¡Es muy grueso! ¡Sácalo! – protestaba Irene, aleteando en vano, dado que yo hacía oídos sordos.

Eventualmente, mi esfuerzo dio fruto y logré introducir todo el glande en su apretado esfínter.

·        ¡Es… muy grande! -replicó Irene, resoplando por el esfuerzo.

Sin embargo, no le di mucho tiempo para descansar. Me afirmé a sus caderas y empecé a embestir suavemente. Aunque su delantal colgaba, aproveché de manosear sus regordetas tetas, las cuales estaban extremadamente cálidas bajo su blusa.

De a poco, los gemidos de dolor se transformaron en gritos de placer y fue la misma Irene la que empezó a forzar su cuerpo hacia atrás, ofreciéndome un mejor acceso, oportunidad que aproveché para manosear con mayor detalle bajo su blusa.

·        ¡Sí! ¡Sigue así! ¡Agh! ¡Sigue así! ¡Uhm! ¡La quiero más adentro! ¡Sí! ¡Es muy grande! ¡Estoy sintiendo cómo estiras mi culo! ¡Ahh! ¡Ahhh! ¡No pares! ¡Es grande! ¡Ahhh! ¡La quiero sentir toda en mi culo! ¡Ahh, vamos! ¡Dámela entera! ¡La quiero toda! ¡Sí! ¡Me estás quemando tan bien! ¡Sigue así! ¡Sigue así! ¡Ahhh!

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Y mientras seguía en mi trabajo, me doy vuelta para ver a nuestras espías. Pero para mi sorpresa, están muy enfrascadas atendiéndose mutuamente.

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Las febriles manos de Katie se adentraban dentro del tierno cuerpo de Linda, que mientras tanto, se encargaba de mamar la teta enorme de su compañera.

Sus manos seguían nuestro ritmo implacable, apresándose mutuamente para aplacar el deseo, adosando sus cinturas y sus pechos. El aire se tornó denso y pesado, con el aroma a sudor y a lujuria y donde podían ellas sentir la inminente explosión de energía que eventualmente, nos consumiría a todos.

No podía quitarles los ojos de encima, dado que la belleza de ambas me llenaba de codicia, por querer disfrutarlas también, haciendo que Irene pagase los platos rotos, gimiendo sin control.

·        ¡Sí! ¡Me gusta! ¡Más profundo!¡Dámelo! ¡Sí! ¡Tu cosa es enorme!¡Más duro! ¡Más duro! ¡Dámelo!

Y fue entonces que el momento mágico llegó: La conexión quedó completa cuando Katie y Linda me miraron, sin duda alguna deseando poder cambiar de lugares con Irene.

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Por ende, mis embestidas se volvieron más profundas, mientras que sus miradas brillaban en asombro, a medida que Irene se iba enderezando poco a poco.

·        ¡Vamos! ¡Sí! ¡Dámelo! ¡Dame duro! ¡Dame duro! ¡Sí! ¡Lo quiero! ¡Rompe mi culo! ¡Rompe mi culo! ¡Sí! ¡Justo así! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Ya casi llego!

Y fue entonces que pude meterla por completo por su culo. Los gritos de Irene eran jubilosos, a medida que sentía mis testículos rozar la entrada de su ano. Al igual que yo, sabía que me faltaba poco, porque podía sentir la presión creciendo en su interior.

El agarre de la cintura de Irene se volvió titánico y eché mi cabeza para atrás, soltando un gruñido que remeció mi garganta. Podía sentir mi miembro pulsar dentro de ella, llenándola de mi cálido y espeso semen. La sensación entre nosotros era abrumadora e Irene sintió que respondía con un maravilloso orgasmo entre sus piernas y con su cuerpo estremeciéndose placenteramente a causa de esto.

Aunque seguíamos pegados, Irene se las arregló para darse vuelta y mirarme satisfecha.

·        ¡Eres maravilloso! – Me dijo y al darse cuenta de que no estábamos solos, les dijo a sus empleadas. – Ya me preguntaba dónde estaban ustedes.

Ya en mayor confianza, Katie y Linda se acercaron a nosotros.

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Sin mucho recato ni asco ante ellas, Irene volvió a arrodillarse y a lamer mi falo, con la intención de limpiármelo.

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En vista que las otras 2 la miraban como si se les hiciera agua la boca, Irene me agarró el pene y le dio la oportunidad a cada una.

La primera fue Katie, cuyos labios gruesos le dieron un suave beso, a medida que ella misma iba forzando su cabeza para irme sentir en pleno esplendor dentro de su boca, donde su tibia y salivosa lengua me esperaba ansiosa por sentir mi sabor.

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Luego siguió Linda, quien, mucho más codiciosa que su compañera, no solo me chupó, sino que, además se dio el gusto de estrujarme los testículos y masajear mi vara, como si intentara también sacar los remanentes de mi semen que Irene no logró rescatar.

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En vista que las 3 estaban de rodillas y ansiosas delante de mí, Irene no encontró más oportuno que empezar a masturbarme una vez más. Mientras que Katie me estrujaba los testículos, Linda me chupeteaba mi cabeza hinchada y Irene masajeaba enérgicamente mi tronco, no pasaron muchos minutos hasta que me hicieran acabar.

Cada una pudo llevarse un impacto de semen en la cara, mientras que fue la jefa la que se llevó uno adicional entre sus regordetas tetas.

Exhaustos y con los ánimos carnales más calmados, procedimos a vestirnos. Irene me contó que luego del relato que les contó Doris, la realidad era que las 3 estaban curiosas si acaso yo era el amante prolífico que su compañera les describió, motivo por lo que, de ahí en adelante, la invitación quedaba abierta y si durante mi visita, Doris no estaba presente, podía pasar con cualquiera de ellas a la trastienda, para hacerles gozar.

Finalmente, tras hora y media de constante placer, salimos los 4 de la trastienda y retomamos nuestras vidas cotidianas. No sé si lo hicieron de forma adrede, pero tanto Linda como Katie no limpiaron completamente sus rostros y el olor de mi semen era levemente perceptible en el ambiente, junto con sus sonrisas cómplices.

Por mi parte, compré una preciosa torta de chocolate con algunas decoraciones, ante la mirada sonriente de Irene y me fui del local.

Posteriormente, fui en 2 oportunidades y por suerte, Doris sí estuvo presente.

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Le pregunté si acaso podía darme su teléfono, de manera de coordinar mejor nuestros encuentros, a lo que ella se rehusó, puesto que “la tentación era demasiado fuerte y no se creía capaz de resistir verme una vez a la semana”.

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Pero volviendo al presente, se me avecina una tentadora encrucijada: Se viene el día de “las madres” y también, el décimo cumpleaños de mis gemelas, por lo que no me decido si comprar una tentadora y contundente torta rellena de crema con chocolate...

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O bien, conformarme con 3 exquisitas tortas de crema de leche pura.

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1 comentarios - PDB 32 La trastienda

eltrozo896 +1
Muy buen relato.
Debo aclarar que el uslero es el tipico palo de amasar, nombre mas genérico de dicho artefacto usado en las cocinas y tambien en panaderias.
Un abrazo trasandino.
metalchono
Cierto. Para serte sincero, culturas como nosotras, que consumimos pan frecuentemente, es lo que más extrañamos afuera. Hemos intentado con Marisol prepararlo acá, pero sin mucha suerte. Y aunque podemos comprar pan, no tiene el mismo sabor ni la variedad que uno consigue en su país de origen. Gracias por comentar y complementar.