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PDB 42 Lecciones de conducir (II)
Compendio III
Antes de relatar cómo empecé a enseñarle a Izzie a conducir, debo mencionar algunas cosas, empezando por decir que, en su afán por comprenderme mejor, Marisol ha visto varios videos y leído algunos artículos sobre la nomenclatura de los hombres, que la han llevado a convencerse que yo soy un hombre sigma.
Aunque amo y respeto a mi esposa y mejor amiga, le dije que yo no creía mucho en esa pseudociencia y que particularmente, no me identificaba ni con hombres alfa, beta, épsilon o cualquiera letra del alfabeto griego. Sin embargo, en lugar de desanimarla, me sonrió orgullosa y respondió:
+ ¡Eso es lo que un hombre sigma respondería!
Por lo que, para complacerla, vimos algunos videos juntos y en cierta forma, reconozco que tiene razón.
Básicamente, me dio a entender que mientras que los hombres alfas cumplen sus objetivos empleando su carisma, confianza y buscando el reconocimiento de los demás, los hombres sigma son mucho más discretos, analíticos, pragmáticos y prefieren obrar con discreción a ganar notoriedad.
Pero fue esta misma yuxtaposición de personalidades que me hizo urdir una estrategia para finalmente ganar un tiempo a solas con Izzie, sin la vigilancia de su marido.
A diferencia de mí, Victor, el esposo de Isabella cuenta con muchas más influencias y poder, por lo que tomar a su esposa de forma directa me parecía inviable.
No estoy seguro si la sigue amando o no, pero algún interés debe tener con ella. O en lo mínimo, la ve como “su propiedad”, motivo por el que la resguarda constantemente con sirvientes, guardaespaldas y la mantiene en constante vigilancia.
Pues bien, volviendo a la misma tarde donde Izzie me acompañó a encontrarme con Edith y tuvo sexo anal conmigo por primera vez, recibí una llamada por teléfono.
- ¿Aló?
Ø Hola.¿Eres Marco? Hablas con Victor, el esposo de Isabella. - contestó una voz gruesa y dominante.
No pude evitar sonreír al escuchar ese comentario, puesto que no me era del todo inesperado.
- ¡Consejero Victor! ¿Cómo está? ¿En qué puedo servirle? – repliqué en tono enérgico.
Por el cambio en su tono de voz, lo desarmé levemente.
Ø ¡Bien,bastante bien! Te llamo para consultarte sobre si acaso saliste hoy junto con mi esposa. – respondió con cautela.
- ¡Oh! ¿Ella ya le contó que el pago de mi sucursal le llegará a mediados de mes?
Ø ¡Sí, ya me lo contó! – respondió con sorpresa, aunque su voz cambió a una más dura e inquisidora. – Pero quería preguntarte por qué decidiste llevarla contigo.
- ¡Me sorprende que no se lo haya dicho ella! Solamente, comenté que debía encontrarme con Edith, para informarle que adquirí una nueva casa y su esposa, impulsiva como siempre, me obligó a que la llevara conmigo, puesto que quería consultarle a Edith sobre el traspaso de sus fondos.
Victor respiró profunda y ruidosamente por el auricular, cargando su frustración.
Ø ¡Es que ese es el punto! – respondió en un tono de voz más cargado. – A mi esposa no le importa lo que yo hago en mi trabajo y mi chofer me informó que fuiste tú el que le dijo que no necesitaría de sus servicios hasta la tarde.
Al escuchar aquello, reconocí con cierto orgullo que mi prudente estrategia había sido efectiva, demostrando la naturaleza posesiva del consejero del alcalde, quien ya estaba sospechando de mí, por lo que mi avance debía ser cauteloso.
- ¡No sabría qué decirle! – respondí con simpleza. – Isabella me lo pidió, por lo que creí oportuno informar a su chofer que ella me acompañaría. Él, lógicamente se opuso, puesto que fue un cambio de planes inesperado. Pero al contarle que Isabella me acompañaría a ver a uno de sus importantes contribuyentes, nos dejó ir. Por eso le hice entrega de mi tarjeta de presentación, para que supiese quién la acompañaba y que me imagino que usted tiene en su poder.
Quizás, comentar lo último, que Victor tuviera su tarjeta en sus manos, fue excesivo, puesto que su voz se mantuvo más cargada y sospechosa de ahí en adelante.
Ø ¿Qué pasó después?
- Pues,nos encontramos con Edith y con Madeleine y mi CEO aprovechó de responder a su esposa sobre su duda. Pero luego que le informé a Edith que había comprado una casa nueva, me subió el sueldo y me propusieron para formar parte de la junta de la compañía, algo que Isabella atribuyó erróneamente a su presencia. Si quiere, puede confirmarlo con Madeleine.
Ø ¿Por qué debería hablarlo con ella y por qué me debería importar las cosas que pasan en tu trabajo? – dejó salir hastiado su verdadero ser. - ¡Te llamo para saber por qué Isabella dice que tú le enseñarás a conducir!
- ¡Oh!– exclamé, fingiendo sorpresa, para luego, simular hastío también. - ¡No me diga que ella se lo tomó en serio!
Ø ¿Qué cosa se tomó en serio?
- Pues… usted debe saber cómo es Isabella. Cuando se le mete la idea en la cabeza de que alguien le debe algo a ella, molesta y molesta constantemente, hasta que uno la complace.
El escepticismo de Victor era palpable.
Ø ¿Y qué tiene que ver con que me diga que tú le vas a enseñar a manejar?
- Pues, eso. – respondí con genuino desgano. – En el camino de vuelta, le comenté casualmente el hecho que no supiera conducir la limitaba demasiado y que era una verdadera lástima que el ocupado estilo de vida que usted lleva le impida enseñarle, por lo que ella se aprovechó que el mío es mucho más libre, para que yo le enseñe en lugar de usted, por lo que quería pedir su autorización.
Tras unos segundos de silencio, donde pareció deliberar su decisión, me respondió de manera sombría.
Ø ¡Está bien! Tienes mi permiso. Pero déjame poner las cosas en claro, Marco. Te estaré vigilando. No pienses que las cosas cambian entre tú y yo.
- ¡Por supuesto, Victor! ¡Agradezco tu confianza! ¡Adiós! - respondí cordial.
Y aunque había logrado mi propósito, la amenaza que me dio Victor me terminó entusiasmando, en el sentido que Isabella se estaba convirtiendo en una joya preciosa y yo era el sigiloso ladrón que buscaba robarla.
Por lo mismo, acordamos dejar las clases para los jueves, lo cual aceptó gustosa, pensando que repetiríamos lo que hicimos el lunes de esa semana...
Sin embargo, aunque el chofer no puso molestias cuando llevé a Izzie a mi camioneta, no podía confiarme, porque Victor ya me había amenazado.
· Entonces, ¿De verdad me enseñarás a conducir? – Preguntó Isabella molesta, pensando que la llevaría a un lugar más divertido.
- Sí. –le respondí, notando que el chofer de Isabella nos venía siguiendo a la distancia. – Entiende que Victor nos tiene bajo vigilancia.
Salimos hacia la zona industrial de la ciudad, con el vehículo siguiéndonos el paso con discreción.
En el trayecto, aproveché de preguntarle a Izzie sobre su atuendo.
· ¿Qué tiene de malo? Me veo bien, ¿No es así? – preguntó con un tono petulante.
- Sí, pero para esto, es poco práctico. - repliqué en tono gentil.
Se cruzó de brazos y miró hacia afuera.
· ¡Ay, por favor! ¡Solo dices eso porque quieres que me vea igual de mal que Emma! –refunfuñó entre los dientes, muerta de celos.
Le sonreí sorprendido de sus celos.
- Me asombra que ya no le digas “Solterona amargada”.
Me miró de vuelta con ojos dilatados y muy avergonzada.
· ¿Qué quieres que te diga? Se impuso a ser mi amiga… y sí, es divertida y graciosa algunas veces… pero no por eso, me gusta que me quieras ver como ella.
Le tomé del hombro y la acaricié cariñosamente.
- No se trata de eso. – le conforté, hablando con suavidad. – Es solo que piensa en lo que vamos a hacer y mírate cómo estás vestida.
En efecto, esa mañana de jueves estaba vestida con una blusa ajustada roja y escotada, que demarcaba bastante bien su generoso pecho, además de una minifalda de cuero negra corta que destacaba bien su retaguardia, la complementaba con sensuales pantimedias negras, para rematar su apariencia con zapatos negros de tacón, los que como se saben, son ideales para presionar los pedales cuando uno aprende a conducir.
- No niego que te ves atractiva, pero es poco práctico para conducir. – le comenté con ternura.
Ella enrojeció levemente…
· Y según tú… ¿Cómo debería vestirme… para verme bien y poder conducir? – consultó, viéndose coqueta.
Honestamente, ese cambio de actitud lo encontraba llamativo, dado que antes, solo un par de semanas atrás, Izzie hubiese protestado por la sola idea que yo le sugiriese que vistiera distinta.
Disfrutando ella cómo yo la miraba de pies a cabeza, le respondí:
- ¡No sé! Tus piernas son muy bonitas, por lo que me gusta que uses faldas. Pero sobre tu busto, es demasiado llamativo y a veces, me distraes. Sin embargo, creo que deberías usar zapatillas para conducir.
Izzie sonrió satisfecha…
· Me hace feliz que te fijes en mí, chico malo.– replicó con malicia. – Pero no me gusta usar zapatillas. Me hacen ver más baja.
- ¿Y por qué no te gusta lucir más baja? Una gran parte de los hombres les atraen mujeres bajas que puedan proteger.
Al decirle eso, volvió a enrojecer…
· ¿Y tú… me protegerías?
Acaricié sus cabellos.
- Izzie, ya me estoy tomando la molestia para enseñarte a manejar. ¿Crees que no lo haría también?
Llegamos a un estacionamiento de una central eléctrica. Aunque había autos estacionados, teníamos 4 hileras donde podíamos practicar. A la entrada del estacionamiento, al costado de la calle, se estacionó el vehículo que nos seguía.
Luego de ajustarle el asiento y enseñarle a acomodar el espejo de la cabina al menos, le enseñé sobre los cambios. Mi camioneta es automática, pero afortunadamente, en los exámenes de conducir aquí también se pueden rendir en vehículos como este.
Simplemente, Izzie sonreía como una niña al solo dar vueltas por el estacionamiento vacío, sometiendo al vehículo con el movimiento del volante.
Pero luego de un rato, le pedí que se detuviera. Saqué del compartimiento trasero 3 conos, fijándome de los ojos que nos espiaban.
- Ok, Izzie. Lo más difícil de aprender a conducir, aparte de manejar en carretera, es estacionar en reversa, que es lo que haremos ahora.
· ¿Estás seguro? – preguntó nerviosa, a pesar de que el único obstáculo eran los endebles conos, que se deformarían con el mínimo contacto. - ¿No te preocupa que rompa tu auto?
- No. Es solo un auto. – le respondí, quitándole la importancia.
Con eso, le enseñé a ajustar los retrovisores laterales y estacioné la camioneta delante del estacionamiento vacío, de manera tal que solamente tuviese que enganchar en reversa y parquearlo, algo que la llenó de satisfacción.
Pero las cosas se pusieron interesantes cuando le pedí que sacara el auto y doblara a la izquierda.
Aprovechando que la instrucción era más complicada, tomé la oportunidad para meter mi mano en su entrepierna y empecé a tocarla.
· ¡Ahh!¿Qué me estás haciendo? – comentó complacida.
- Te dije que no podemos hacer nada demasiado llamativo, porque nos están espiando.
A la distancia, se mantenía el guardia a la espera de nosotros. Aproveché de acercarme a su rostro y nos empezamos a besar. Mi mano siniestra, aprovechando la oportunidad, empezó a manosear esos tentadores pechos, metiéndose bajo el escote de su blusa y manoseando esas opulentas y tibias carnosidades.
· ¡Gahhh!¡Chico malo! ¿Qué me haces? – logró protestar, luego de despegarse de mis labios.
Le sonreí con calidez.
- Solo te estoy relajando. – respondí, estrujando su húmedo y apretado interior. –Estás tensa y quiero que te relajes.
Lanzó otro sensual suspiro al sentir un orgasmo.
· Pero…¿Haciéndome esto?
Solté su pecho para acariciar su cabellera y obligarla a que me mirara.
- ¡Izzie, mira cómo me tienes! ¡Eres demasiado sexy! – le dije, posando su mano en mi entrepierna, mientras que ella lo apretaba con nitidez. – Si aprendes a conducir, te haré el amor igual que lo hago con Emma.
Y aunque sus labios me besaban como un pez que depende del agua para vivir, su pequeña mano no dejaba de estrujar aquello, sin dar abasto.
· ¡Pero es muy grande! – soltó en un suspiro levemente desesperado. - ¡Me harás daño!
Mi ego alcanzaba las nubes…
- ¿Es más grande que la de Victor? – pregunté, metiendo mis dedos en su anegado ser mucho más profundo.
Soltó su cuerpo una vez más…
· ¡Es la más grande que he visto! – confesó en un suspiro lastimero. – No quise decírselo a Emma… pero la encontré muy grande… y la creí una loca cuando te la comió por primera vez.
Sentía que hasta forzaba las costuras. Incluso, llegué a pensar si acaso Maddie también pensaría que la tengo más grande que el consejero del alcalde.
- Pues… también quiero que me la comas. – le dije, al ver que me estrujaba con las 2 manos de manera insidiosa.
· ¿Eh?– preguntó, mirándome atónita y deteniéndose en el acto.
- Sí, me pregunto cómo se sentirá en tus lindos labios.
Se hizo a un lado e incluso, no me dejó seguir masturbándola.
· ¡Vamos, Marco! ¡No me pidas eso! – comentó con rubor y dignidad. - ¡Yo no hago esas cosas!
Admito que, en esos momentos, me sentí frustrado, porque en efecto, a pesar de ser tan promiscua, Izzie solamente tenía sexo y básicamente, era ignorante en todos los otros aspectos.
Sin embargo, había un ángulo que no dudé en emplear…
- ¡Está bien! – le dije, retirando incluso mi diestra de su entrepierna. – No te voy a obligar, si no quieres hacerlo. De cualquier manera, Emma, Cheryl y Aisha ya lo hacen bastante bien.
Los celos la activaron como un resorte…
· ¡Espera!¡Espera! ¿Ellas ya lo hacen? – me miró con preocupación.
Le sonreí, al ver que estaba medio convencida.
- Sí. Aisha sabe hacer gargantas profundas por su esposo, pero Cheryl lo está aprendiendo por practicar conmigo… y bueno… aunque no se lo he pedido formalmente a Emma, poco a poco se ha ido esforzando.
Su rostro era un poema. No sabía qué decir.
- Pero no te preocupes. Mientras no aprendas a conducir, no tendremos sexo.
Eso fue la gota que derramó el vaso…
· ¡Eres injusto! ¡Chico malo! – exclamó, mirándome furiosa. - ¡Me hiciste masturbarme por mi culito todas las vacaciones y lo hicimos una vez! ¡Una sola vez! Y ahora, que vengo contenta y excitada, porque pienso que lo haremos de nuevo, ¿Me dices que no tendremos sexo hasta que no aprenda a conducir?
Fingí indiferencia…
- ¡Ahí está la puerta! – le señalé.
Ella protestó.
· ¡No!¿Por qué debería irme? ¿Para que te sigas acostando con Emma, Cheryl y Aisha?¡Más encima Aisha, que es mi mejor amiga! ¡No! ¡Me quedaré aquí y aprenderé a conducir, para que me cojas y me cojas bien, como lo haces con ellas!
Y diciendo eso, enganchó la reversa, apretó el acelerador y arrolló uno de los conos, estacionando perfectamente en la mitad de 2 espacios de estacionamiento.
- ¡Bien hecho, Izzie! ¡Te felicito! ¡Lo has hecho muy bien!
Me miraba confundida y cansada, viendo que, en efecto, los otros conos estaban a la distancia.
· ¿Por qué me felicitas? – preguntó con vergüenza.
- Pues, querías estacionarte en este lugar y lo conseguiste. No dudaste en un solo momento hacia dónde se te iría la camioneta y lo hiciste. Por supuesto, no lo hiciste en el espacio designado, pero no importa. Por eso necesitas práctica. –Y tomando su mano, la obligué que me mirara a los ojos. – Y lo mismo pasa con nosotros: sé lo que quieres y yo también quiero dártelo. Pero necesitas aprender más cosas, antes de conseguirlo.
Se puso colorada y enterneció como niña, tornándose más dócil a mis enseñanzas.
Practicamos el parqueo unas 5 veces más. Solamente en una, logró meter un par de ruedas en el estacionamiento que ella deseaba. Pero, aunque lo veía como un fracaso, la realidad era que había progresado mucho.
Cansada y desastrada, más por el esfuerzo y concentración de conducir bien que por mi manoseo y masturbación, accedió a sentarse en el asiento de copiloto, alistándose para buscar a nuestros hijos.
Aproveché de usar el espejo retrovisor para mostrarle el motivo de nuestra lección…
- ¿Alcanzas a ver al auto de tu chofer?
· ¡No puede ser! ¿Nos estaban siguiendo? – preguntó con temor.
- Sí. –respondí, manteniendo la calma. – No quise decírtelo antes, porque podrías haberte puesto nerviosa y de haber ido a un motel, nos hubiesen descubierto de inmediato.
Izzie se avergonzó al escucharme decir que había pensado en ir con ella a un motel…
· ¿Y qué haremos?
Yo ya tenía mi siguiente jugada planeada…
- Por ahora, nada. Pero quiero que el próximo jueves, dejes tu celular en tu auto.
· ¿Qué?¿Pero por qué? – preguntó, como si le estuviese pidiendo algo imposible.
- Porque sospecho que tu esposo también rastrea tu teléfono.
Sin embargo, ella llegó a una conclusión equivocada…
· Entonces…¿Significa que él aun me ama? – preguntó ilusa.
La miré con cierta extrañeza.
- No. Creo que no. – le dije cortante, haciendo que me mirase sorprendida. – Creo que le dan los mismos celos que te dan a ti cuando sabes que me voy con las chicas.
Pero sorpresivamente, Izzie enrojeció…
· ¡Sí!¡Tienes razón! – concordó, para esconder su rostro mirando hacia fuera. - ¡Esto no puede ser amor!
Volvimos a la escuela y las chicas, como buenas compañeras, felicitaron a Izzie, dándose cuenta de que algo había pasado con ella.
Pero como si se tratase de una burda y mala película de espías, y a pesar de la distancia que nos separaba del estacionamiento, podía sentir la mirada aguda del chofer de Isabella, quien me miraba con desagrado mientras yo esperaba a mi cachorro salir de la escuela.
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