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Compendio III
Acordamos encontrarnos en un restaurant fino, sin necesidad de compartir teléfonos, dado que ella tenía la confianza que yo era un hombre de palabra.
Lo que no contaba era que vestiría de una forma tan llamativa. Para empezar, llevaba un mini vestido ajustado con lentejuelas verdes que destacaba con las luces del local. El vestido en sí, adornado con llamativos adornos,escotes pronunciados y una falda a mitad del muslo, contrastaban bastante con mi conjunto clásico de traje y corbata, literalmente llamando la atención como una baliza policíaca, ante las miradas de repudio del resto de los comensales.
Como descubriría esa tarde, lo más seguro que Brigitte creyó que ese conjunto la haría ver elegante y llamativa, pero completamente inapropiado para la ocasión, contrastando notablemente con el refinado ambiente del restaurante.
El elegante restaurante destilaba sofisticación, con grandes mesas de madera de arce adornadas con finos acabados y sillas acolchadas de felpa. El suelo, alfombrado con ricos tejidos, absorbía el sonido de los pasos, otorgando serenidad al entorno. Las paredes estaban decoradas con adornos intrincados y cuadros de buen gusto, lo que brindaba un mayor potencial a veladas románticas y memorables. Arriba, las lámparas de cristal proyectaban un suave y cálido resplandor, iluminando el comedor con un toque adicional de opulencia. En resumen, era el lugar ideal para una cita romántica, solo para ser empañada por Brigitte y su falta de decoro.
La cita empezó con el Maitre guiándonos hasta nuestra mesa en el fastuoso restaurante. Brigitte, con sus llamativos ojos verdes, parecía enamorada del distinguido entorno, pero toda promesa de un encuentro maravilloso se desvaneció rápidamente. Una vez acomodada en su asiento, dejó descuidadamente su móvil sobre la mesa, mucho más atenta de las notificaciones que compartir nuestra compañía.
Sin tomar en cuenta mis preferencias, Brigitte ordenó una extravagante mariscada para tres personas, acompañada de un vino añejo carísimo, sin reparar en el hecho de que ni me gustan los mariscos ni bebo alcohol. Por mi parte, opté por un sencillo rosbif con puré de patatas y coliflor, acompañado por un refrescante zumo de piña.
Nuestra conversación carecía de profundidad e interés. Brigitte alcanzó a durar 2 años como casada, puesto que su ex no parecía reconocer “su dedicación y compromiso abnegado hacia el gimnasio”, siendo interrumpida ocasionalmente por el zumbido del teléfono, el cual respondía sin disculparse.
Posteriormente, expuso sus quejas sobre las parejas subsecuentes, a quienes citaba como hombres inseguros y faltos de comprensión hacia su pasión por el fitness y por el gimnasio que, si bien la satisfacían “moderadamente” en lo físico, carecían de profundidad espiritual, motivo por el que inexplicablemente, se encontraba saliendo una y otra vez con la misma calaña de hombres.
No obstante, confesó que sentía una atracción distinta por mí, dado que me percibía como una persona financieramente estable y responsable, evidenciada por mi atuendo y mi comportamiento.
Por otra parte, se había dado cuenta de que, para mí, me resultaba completamente indiferente que gran cantidad de sus amigos fueran varones, tema que ha sido el mayor conflicto en sus relaciones, desde el tiempo que estuvo casada.
Tomándome de la mano, me confesó que veía potencial en nuestra relación y dejó entrever su deseo por establecer una conexión mucho más profunda, mostrando descaradamente su interés monetario, falta de modales y refinamiento.
Afortunadamente, antes que me obligara a darle una respuesta, llegaron nuestros pedidos, en donde la falta de delicadeza de Brigitte se hizo más evidente. La manera de devorar los mariscos me parecía la de un vikingo asaltando un banquete, carente de cualquier atisbo de sofisticación: Para empezar, tomando 2 almejas y exprimiéndolas como si fueran nueces o castañuelas, las comprimía para romper las conchas, para después sorber ruidosamente sus contenidos. Con la langosta, sucedió algo similar, sorbiendo su relleno como si se tratase una pajilla de jugo.
Sin embargo, en un gesto que todavía no comprendo bien del todo, se apiadó de mí y me ofreció para que la imitara probando la langosta, gesto que me rehusé tanto asqueado por el espectáculo, como por mi aversión por la comida de mar, oportunidad que no desperdició para llamarme una persona extraña.
Luego de una media hora de incómodo silencio, interrumpido por sonidos de sorbos, chasquidos, sonidos guturales y poco atractivos, pedí la cuenta, con ella solicitando ansiosa un paquete para llevarse el resto de su comida y su botella de vino.
A pesar de todo, yo seguía caliente, en especial, recordando a Cassidy, por lo que estaba ansioso por llevarla y tomar a Brigitte en su hogar.
Sin embargo, lo que no tomé en cuenta es que, al parecer, la comida puso bastante caliente a Brigitte, al punto que, cruzando por fuera de un callejón de servicio, me arrastró hacia él y como si fuera una verdadera mujer de la calle, se arrodilló y me desabrochó el pantalón.
· ¡Sabía que eras diferente! –comentó mirándome dichosa, al liberar lo que colgaba pesado en sus manos.
Y sin ningún recato, se la metió a la boca muy entusiasmada. Si bien, al principio me incomodaba su vestimenta porque era poco acorde con el restaurant, en esos momentos estaba bastante agradecido, puesto que se había descubierto los pechos con relativa facilidad.
Le sujetaba la cabeza, disfrutando cómo su dedicada boca se encargaba de degustar mi hinchado miembro viril, meneando habilidosa su tibia lengua por los costados de mi congestionado pene.
Muy ansiosa, sin atisbo de asco, me succionó el glande con sus seductores y gruesos labios, bebiéndose mi eyaculación completamente encantada. A pesar de que rastros de mi semen colgaban de sus labios y que ella había comido generosamente en el restaurant, su mirada y su sonrisa seductora sugerían que aquello solo había sido un bocadillo y que el plato de fondo, lo encontraríamos en su hogar.
Entrar en su casa fue como adentrarse tras el paso de un huracán. Para empezar, la pequeña sala de estar nos recibía abarrotada con ropa esparcida desordenadamente por el suelo, prueba de su naturaleza desorganizada. En una esquina había un sofá de cuero marrón desgastado, adornado con prendas arrugadas y revistas, mientras que una mesita de centro luchaba por destacarse por encima del desorden de papeles y prendas de vestir. Un televisor de pantalla plana montado en la pared cubierto parcialmente por una blusa strapless-blanca ofrecía un moderado atisbo de normalidad en medio de ese caos.
La cocina tenía unas encimeras elegantes, que estaban estropeadas por derrames y manchas de comida, prueba del abandono en su cuidado. Ollas, sartenes, platos y vasos yacían sin lavar en el fregadero, junto una colección de utensilios cubiertos con restos de comida seca, brindando una atmósfera maloliente y grasienta. Los fogones, que alguna vez estuvieron limpios, mostraban ahora las cicatrices de innumerables percances culinarios, con sus superficies manchadas erráticamente con salpicaduras de aceite y grasa.
Solamente el baño se veía levemente limpio, por encima del desorden general. Una cabina de ducha de vidrio, cuyos ventanales aislaban naturalmente la intimidad del interior; un lavabo manchado con restos de dentífrico, cremas y otras sustancias; y un retrete cuya pulcritud quedaba a especulación, parecía ser el único sector donde los signos reveladores de negligencia ocasional eran medianamente manejables.
Pero claramente se percibía en el ambiente que la acción ocurría mayormente en el dormitorio. Una cama matrimonial dominaba la habitación, con sus sábanas y frazadas arrugadas en el suelo, con olorosas manchas de orígenes cuestionables. Una miríada de prendas femeninas (e incluso, algunas masculinas)adornaban todas las superficies disponibles, al punto que no se podía dar un paso seguro sin perturbar algún tipo de prenda, que variaban desde sostenes y prendas de lencería, hasta camisetas de gran tamaño y al menos, 2 pares de calzoncillos masculinos, con manchas dudosas y accesorios olvidados. La cama estaba flanqueada por una cómoda y mesillas de noche, donde paquetes de preservativos vacíos, botellas de agua y alcohol medio vacías y productos de maquillaje y limpieza desechados copaban los espacios.
Para mí, fue una experiencia interesante: por primera vez, quería acostarme con una mujer, fantaseando estar con otra, sin ninguna de ellas siendo mi esposa.
La ironía es que ella podrá haber argumentado que era una novia enfocada en el físico culturismo, pero que me esperase en su dormitorio con un preservativo en la mano echaba por tierra ese argumento.
Brigitte estaba caliente. Me agarró el paquete desde el momento que entramos a la casa, empujándome hasta el dormitorio y a pesar de que ella me iba desabrochando la ropa a medida que avanzábamos hacia el dormitorio, la verdad es que estaba tan asqueado con el ambiente, que no me atrevía a sacarme la ropa.
Todo eso cambió al llegar hasta el cuarto en cuestión: si bien, estaba rodeado por una cantidad de ropa desordenada que no dejaba lugar a dudas que tanto su marido como sus otras parejas estaban en lo correcto y que Brigitte, en efecto, era una come-hombres, donde el mustio y tenue aroma a sexo lo evidenciaba, por otra parte, me resultaba extremadamente excitante, dado que ese mismo volumen de ropa descuidada que se apreciaba a los costados debió en algún momento haberla ella vestido, haciéndola ver como una mujer insaciable y una bestia en la cama, por lo que haciendo un pequeño espacio al lado del velador, fui dejando mis prendas de vestir una por una, sobre la superficie que proporcionaban mi par de zapatos.
Para cuando me terminé de desvestir, ella no solamente estaba acostada desnuda, sino que abiertamente se estaba masturbando, mientras me contemplaba cómo me desvestía.
El movimiento de sus piernas inquietas y su constante sobeteo sobre su hinchado y húmedo clítoris, mientras se dedeaba ansiosa me tenían duro como un toro.
Una vez que me puse el condón, enfilé a su vagina humedecida y resbalosa, cuya penetración me resultó tan fácil como cortar mantequilla con un cuchillo. Sin embargo, cuando logré meter casi un tercio de mi glande, el avance disminuyó levemente, al punto que Brigitte bufó de placer.
Recuerdo que sus pechos se mecían gelatinosos, al punto que me recordaban claras de huevo. Al presionarlos, eran mucho más suaves que los maravillosos pechos de Marisol, pero con la misma esponjosidad de los pechos de mi suegra.
Incluso, llegué a endurecerme un poco más, pensando si acaso mi suegra habrá tenido el mismo número de amantes que Brigitte o si era producto de los años.
Pero lo que no me quedaba dudas es que Brigitte le gustaba mi tamaño. Entrecerraba los ojos y gemía, lo que para mí era una especie de alivio, dado que no quería besarla.
No obstante, yo también hice lo mismo, puesto que, después de todo, había quedado caliente por Cassidy.
Me la imaginaba en la cama, penetrándola de la misma manera. Sus ojos entrecerrados, mientras la lamía y besaba por el cuello, haciendo que gimiera deliciosamente.
La besaba frugalmente, imaginando que habría tenido varios noviecitos mediocres, pero nada comparables conmigo. A ratos, la ilusión se rompía, porque el vaho de Brigitte era distinto al que me imaginaba y me hacía darme cuenta de que estaba con una mujer madura.
Sus pechos, por otra parte, colgaban de otra manera y no eran tan tersos como los que tienen las mujeres de su edad, sino que mucho más maleables como malvaviscos.
Sin embargo, eran sus piernas las que sí reforzaban la ilusión. Los muslos de Brigitte se cernían sobre los míos de la misma manera que Cassidy debía montar un caballo, lo que me hacía montarla con más ganas. Su culo, redondo y fibroso, era fenomenal, sintiéndose incluso más grande de lo que se apreciaba entre las pantallas.
Pero era tal mi nivel de calentura por Cassidy, que a pesar de que Brigitte también se quejaba, imaginaba sus intensos gemidos en su acento tejano.
Imaginaba un dormitorio cálido, iluminado con un resplandor amarillo y discreto, con muros de adobe y pintado. Estábamos en un catre parecido a los que compartía con Hannah en la faena, acostados uno encima del otro, satisfaciéndola como ella lo deseaba.
§ ¡Ah, cariño! ¡Ah, cariño! ¡Sí! ¡Sigue así! ¡Sigue así! ¡Ahh! ¡Ahhh!¡Llena mi copa, corazón! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Lo tienes! ¡Lo tienes! ¡Sí! ¡Sí!¡Vamos, osito! ¡Vamos, campeón! ¡hazme gozar! ¡hazme gozar! ¡Doma tu hembra!¡Doma tu hembra, mi semental! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Vamos, cielito! ¡Márcame con tu fierro! ¡Así! ¡Así! ¡Quémame con tu fierro ardiente! ¡Eso! ¡Eso! ¡Hazme tuya,rayo de sol! ¡Llena a tu hembra!¡Llénala con todo lo que puedes dar! ¡Agghhh!
Y me vine con todo. Sentía que hasta las costillas se me contraían mientras eyaculaba, aunque eran los brazos de Brigitte que me envolvían por la cintura.
Imaginen mi sorpresa al verme abrazado junto a ella, en el mismo dormitorio asqueroso, con nuestros cuerpos entrelazados y sudados.
· ¡Dios mío, Marco! ¿Qué pasó contigo? ¡Te hablaba y te hablaba y parecías no escuchar! - preguntó Brigitte,todavía alterada y resoplando.
- ¿Lo…siento? -respondí disculpándome, todavía sintiendo cómo seguía eyaculando en el preservativo.
Brigitte se rió y soltó un suspiro.
· ¿Lo sientes? ¿Lo sientes?¡Marco, de haber sabido que cogías así, lo habríamos hecho de antes! – comentó,mirándome dichosa, acariciando mi labio inferior. – Sabía que eras bueno… no imaginaba que fueras el mejor.
Y diciendo eso, empezamos a besarnos. En esta oportunidad, sí estaba besando a Brigitte, que también disfrutaba que mi hombría no se disipase al instante luego de eyacular.
Fue más lento, tierno y suculento. Si antes, sentía asco o repulsión por besarla, no era el caso en esos momentos. No puedo decir que le hice el amor, porque en realidad, no sentía aquello
Para cuando terminamos, eran las 10. Pero a diferencia de las otras veces, yo quería todavía más.
Cuando saqué mi preservativo de ella, me recordaba una bolsa de té, aunque me llamaba la atención la cantidad de semen. Brigitte, en cambio, estaba toda sudada y destemplada, a pesar de que lo hicimos sin abrigarnos.
Con algo de orgullo, lo dejé en el velador, luego de botar un par de botellas de trago al piso. Luego me volví a ella y le di una fuerte palmada en la nalga.
- Supongo que no eres virgen por el ano.
· ¿Quieres más? – preguntó encantada, sonriendo ampliamente.
Pero como les digo, más que ver a Brigitte como una amante, la veía más como una muñeca sexual. Sin mucho preámbulo, la di vuelta, le puse el culo en pompa y empecé a meterlo.
En efecto, no costó casi nada deslizar mi glande por su ano y empecé a darle fluido con rapidez. Poniéndola en cuatro, no pasó mucho para que yo cerrase los ojos y en mi mente, una vez más empecé a fantasear que estaba con Cassidy.
§ ¡Ah, cariño! ¡Ah, cariño! ¡Más duro! ¡Más duro! ¡Agghh! ¡Augh! ¡Doma mi culo! ¡Dómalo! ¡Sí! ¡Sí! ¡Profundo, calabacita! ¡Con fuerza, semental!¡Vamos, dulzura! ¡Vamos, corazón! ¡Lléname con leche! ¡Vente con todo! ¡Hazme tu hembra! ¡Agghhh! ¡Agghhh! ¡Ahhhh!
Y una vez más, me encontré acostado sobre el cuerpo de Brigitte, mientras seguía eyaculando sin control.
· ¡Dios, Marco! ¡Nunca había cogido así! ¡Y sigues tan duro!
De esa manera, fuimos pasando las horas de la mañana.
Luego de descansar unos minutos, le di por el culo de nuevo, esa vez, disfrutando de hacerlo con Brigitte.
Posteriormente, me puse otro condón y la obligué que me montara encima, estrujando sus pechos.
Alrededor de las 5, fui yo encima de ella, sepultándola implacable encima de la cama y para las 7, estábamos ambos exhaustos.
Dormimos 3 horas y para las 10, ya estaba dándole por el culo de nuevo. Cerca del mediodía, nos fuimos a la ducha, donde lo hicimos a lo perrito, le di por el culo de nuevo y la monté sobre mi sexo de la manera que a Marisol le gusta.
En el excusado, lo hicimos una vez más, con ella cabalgándome exquisita y para las 5, los 2 estábamos famélicos, por lo que ordenamos comida china y lo hicimos una vez más, tras cenar.
Obviamente, tuvimos pausas para ir al baño y para tomar agua, pero honestamente, no las recuerdo.
Ya eran casi las 7 de la tarde. Estaba oscuro y empecé a recoger mis cosas.
· ¡Wow, Marco! ¡Tú y yo debimos empezar a coger antes! ¡Fuiste increíble!
- ¡Gracias! – le respondí parco y un tanto cansado.
· ¿Tienes tiempo el miércoles o el jueves? Debo encontrarme con un par de chicos el lunes y el martes. Ya sabes. Arreglos que hice antes. Pero el miércoles, tendré la noche libre, o si quieres, también puedo el jueves. ¡Dios! Sería estupendo que pudieses los 2 días seguidos. Podría conocer tu casa… y no sé… podrías llevarme a comprar ropa.
Y fue eso que me dio la nota disonante. Ciertamente, Brigitte es atractiva e insaciable en la cama. Pero más que unos polvos de una noche, no daba para más.
Para ella, no fui más que un número más dentro de esa incontable estadística, al igual que ella lo fue para la mía. Sin embargo, en esos momentos, me encontré extrañando a más a mi esposa.
Aunque no niego que mi mujer es una mujer sexy y excelente en la cama, es solo una de sus facetas. Con Marisol, por ejemplo, me dan ganas de sentarme en la sala de estar y abrazarla, mientras vemos televisión. O cuando tiene antojos por comer helado y tanto ella como mis hijas me miran con ojitos brillantes esperando que las malcríe.
Con Brigitte, en cambio, todo tendría que ver con el sexo y dinero, y a la larga, se pondría aburrido pronto.
Como fuese, nunca más volví a ir a ese gimnasio: mi membresía expiraba a finales de enero, por lo que fueron 2 semanas después.
Afortunadamente, habiendo pagado en línea por adelantado y en efectivo, entregar mi número de celular era optativo en esa época. Además, la dirección archivada no seguía siendo válida, puesto que pertenecía al apartamento vecino al de Sarah. Por ese motivo, pensé que sería el plan de escape perfecto, asegurándome que Brigitte no podría volver a rastrearme.
Interesantemente, durante nuestra última vacación de verano junto con Brenda y Matt, ella mencionó un evento peculiar. Al parecer, una mujer se había aparecido en el lobby de nuestro antiguo edificio de departamento, causando una escena. Según lo que le dijo el conserje, la mujer había demandado hablar conmigo y trató de colarse a la fuerza, por lo que tuvo que intervenir y removerla.
Mientras que Marisol la contemplaba atónita y extrañada, un escalofrío molesto recorrió mi espalda, haciéndome considerar la posibilidad que hubiese sido Brigitte…
Pero tras el caótico encuentro con Brigitte, la verdadera entretención empezaría la semana siguiente. Poco podía imaginar que mis recuerdos más preciados de aquella inesperada experiencia procederían del inexplicable extravío de un pequeño aparato radiactivo del porte de una moneda, perdido en medio de una carretera. ¿Quién lo hubiera pensado?
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