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La testigo de Jehová

La verdad es que nunca imaginé, que una mujer con una biblia bajo el brazo, de falda larga, con piernas velludas, y axilas sin depilar, fuera tan increíblemente incitante y que me llegase a excitar tanto...

Un domingo por la mañana, tocaban mi puerta. Al asomarme para ver de quien se trataba, me di cuenta de que eran un par de mujeres algo mayores, acompañadas por otra más joven de unos treinta y cinco años o más.

Por su manera de vestir de inmediato supe que eran de alguna congregación ó iglesia evangélica que se dedica a predicar los domingos con la ayuda de los hermanos de su asamblea.

Así que para no hacerles perder su tiempo ni el mío, vestido únicamente con mi bata de baño, les abrí la puerta, y antes de que alguna de las tres abriese la boca para decir algo, les dije:
- Señoras, lamentablemente recién me levanto, y debo salir urgentemente, así que, si en otra ocasión gustan pasar, yo con todo gusto las atenderé.
Tras decir eso cerré la puerta, y me fui a dar un baño para luego realmente ir a almorzar.

Ya se me había olvidado su visita dominical, cuando el lunes como a eso de las dos de la tarde escuché que tocaban la puerta. Al abrir me encontré en la puerta a una mujer de hermoso rostro. Su rostro me parecía conocido, y no fue hasta que ella habló que supe de quién se trataba.
- Hola. Buenas tardes. Usted nos comentó el día de ayer que si en otra ocasión gustaba pasar usted con gusto nos atendería. Pues aquí me encuentro el día de hoy para hablarle de la palabra de Dios.

Realmente no tenía nada que hacer, era mi semana de vacaciones, pero al verla con esa manera de vestir tan recatada, estuve a punto de inventar algo para salir del compromiso. Pero algo en sus bellos ojos aceitunados y su sonrisa me hiso invitarla a pasar.

Se presentó como precursora regular de los testigos de Jehová. Su nombre era María Antonieta. Disculpó a sus dos compañeras por no haberla podido acompañar. (Como si eso realmente me importara). Le pedí amablemente que tomase asiento en el sofá. Se sentó inmediatamente y comenzó a hablar sobre la Biblia y Jehová. Algo sobre la gran tribulación y un cierto número de fieles que se salvarán.

No apartaba mi vista de sus piernas, las que tenía cubiertas por una larga falda café que le llegaba muy por debajo de sus rodillas. Pero a pesar de lo discreta que era su manera de vestir, no pude dejar de ponerle a tención a sus velludas y blancas piernas.

Después de varios minutos me sentía fastidiado con su plática y sus preguntas. Así que en un par de ocasiones la interrumpí. En una ocasión fue para ofrecerle un vaso con agua, el cual aceptó con una gran sonrisa de agradecimiento. Y en la segunda ocasión para preguntarle, si no tenía calor con ese suéter que llevaba puesto.

María Antonieta sin dejar de sonreír me indicó que si tenía calor. Y pidiéndome permiso se quitó el suéter tejido que traía. Realmente esa no era mi idea, aunque la blusa que llevaba era bastante encubridora, no podía ocultar que bajo esa tela blanca, se encontraban un buen par de senos.

Llegó a tal punto mi desesperación por el tema que, tuve la brillante idea de acosarla para incomodarla. Entonces se me ocurrió que si me acercaba y le daba un beso, aparte de callarse la boca, se marcharía corriendo de mi casa. Al primer descuido de ella, uní mis labios a los suyos, al tiempo que la tomaba entre mis brazos.

Yo esperaba que de inmediato ella me rechazara, pero no sucedió de esa manera. Todo lo contrario. Para mi mayor sorpresa, ella a su vez me apretó con mayor fuerza contra su cuerpo, así que, en vista de lo sucedido, continué besándola.

A medida que seguí besando a María Antonieta, de manera muy apasionada, comencé a desabrochar los botones de su blusa. Y ella aun besándome intensamente, no le prestó la menor atención a la acción de mis manos.

En pocos momentos tras retirarle la blusa, pude ver y palpar ese hermoso par de senos cubiertos por un brasier feo y de gran tamaño mientras continuaba besándola. Así que me di a la tarea de desabrochar su horrible brasier, cosa que hice con mucha facilidad y habilidad. Al retirárselo levantó sus brazos y me di cuenta de que sus axilas, al parecer jamás habían sido depiladas.

María Antonieta, no le daba la menor importancia a que yo la fuera desnudando. Por lo que continué soltando el lazo de su larga falda, la que al retirar, me permitió observar sus velludas piernas. Así como una oscura mancha debajo de las grandes y blancas pantaletas que traía, que no era otra cosa más que los pelos de su vulva.

A medida que yo seguí besando y acariciando como un loco todo el cuerpo de María Antonieta, ella respondía de la misma manera. No dejaba de acariciar mi espalda y mi pecho. Permitiendo que yo tocase, acariciase ó besase todo aquello que se me antojara. Únicamente sus suaves gemidos y nuestra acelerada respiración se escuchaba en la sala.

Sin pedir permiso, comencé a quitar las grandes pantaletas que ella usaba, y al irlas bajando, fue apareciendo ante mis ojos esa peluda y tupida zona vaginal. Sin prisa una vez que María Antonieta se quitó los zapatos de estilo como de abuelita y sacó sus pies de las pantaletas. Coloqué mis manos sobre sus rodillas, e impulsado por el deseo de saborear su intimidad, abrí sus piernas y dirigí mi rostro a su peluda y suave vagina.

Por unos instantes, María Antonieta se quedó paralizada. Pero al colocar mi cara sobre su vagina y usar mi lengua para abrirme paso entre sus vellos hasta su clítoris, ella dejó escapar un fuerte gemido de placer.

A medida que seguía lamiendo y chupando deliciosamente toda su vagina, mis manos mantenían aún más separadas sus piernas. El aroma que brotaba de su zona íntima era embriagador, era el verdadero olor a mujer que tanto desquicia a un hombre. Por lo general la mayoría de las mujeres con quien últimamente me he acostado, se depilan todo y no tienen ese aroma tan peculiar.

Pero María Antonieta no. Ella no es como todas. Los vellos sobre su cuerpo eran alucinantes, sus axilas por donde no me cansé de pasar mi lengua. No tenían sabor a desodorantes químicos, al tacto eran algo mejestuoso, el poder sentir todos y cada uno de sus vellos era una experiencia única.

A medida que seguí lamiendo su vagina, María Antonieta se dejó llevar por el placer, así que comenzó a mover sus anchas caderas contra mi rostro. Restregándome continuamente su húmeda vagina contra mi cara, mientras yo no dejaba de lengüetear.

En un instante ella me agarró por el cabello intentando separar mi rostro de su cuerpo. Trato de cerrar sus piernas, al mismo tiempo que disfrutaba de un inusitado orgasmo. Comenzó a gritar y a temblar sin control.

Apenas María Antonieta comenzó a recuperarse, me miró y se lanzó a mí como poseída por un salvaje demonio. Comenzó prácticamente a arrancarme la ropa, hasta que yo quedé tan desnudo como lo estaba ella.

Sin pérdida de tiempo se recostó sobre el sofá abriendo sus hermosas piernas peludas, mientras se tocaba intensa e insinuantemente su vagina. Sin palabras, nada más con su mirada me invitó a continuar.

No es por presumir lo que voy a decir, pero en mi vida me he acostado con un sin número de mujeres, pero ninguna tan excitante como lo es María Antonieta.

Comencé a penetrarla, era un placer casi indescriptible. Sus enormes caderas se movían divinamente de un lado a otro, al tiempo que yo me dediqué a besar sus grandes y rosados pezones. Que al morderlos con mis labios la hacían gemir a causa de un placentero dolor.

Sobre el sofá de la sala estuvimos quien sabe por cuánto tiempo. Cambiamos de posiciones unas cuantas veces, colocándose ella sobre mí yo sobre ella y poniéndose en cuatro, sin que para ello disminuyera en nada el placer que su cuerpo me hacía sentir.

De repente María Antonieta comenzó a decir cosas inteligibles para mí. Gritaba salmos del antiguo testamento mientras gemia y temblaba de placer, no dejaba de gritar el nombre de Jehová sin dejar de mover todo su cuerpo de forma sensual. Así estuvimos hasta que los dos disfrutamos de un éxtasis grandioso. Sentí como de su vagina, brotaba una gran humedad, llegando a empaparme completamente mientras ella gemia sin control. Mi semen escurría junto con sus fluidos como si de una cascada se tratase.

Por un buen, y largo rato nos quedamos tendidos y sin fuerzas en el sofá, uno al lado del otro, hasta que ambos lentamente nos levantamos. Y así desnudos como nos encontrábamos nos miramos y la invité a recorrer la casa, ella sonrió y acento con la cabeza. Pero antes de subir a las habitaciones, la llevé a la cocina para beber algo donde sin hacerse del rogar entró junto conmigo tomada de mi brazo.

Ya en la cocina después de hidratarnos, nos volvimos a besar. Sin que se lo pidiera o insinuase, María Antonieta se puso de rodillas y tomó mi pene de forma tierna con sus manos. Con su boca se dedicó a succionarlo y frotar mi pene suavemente en su bello rostro. A pedido mío salimos de la cocina y en el mismo sillón continuamos besándonos nuevamente, hasta que ella abriendo nuevamente sus peludas piernas, pidio que la volviera a penetrar.

Fue entonces cuando vimos el reloj en la pared. Casi eran las seis de la tarde, ella debía regresar a su casa. Nos vestimos rápidamente y limpiamos nuestros cuerpos con toallitas húmedas. Me ofrecí a llevar a María Antonieta hasta su casa en mi auto. Durante el camino platicamos un poco y me invitó a su culto, yo le prometí que asistiría únicamente por qué ella me lo pedía y no por que quisiera unirme a los testigos de Jehová y, con la condición de que ella siempre estuviera ahí. Al llegar a su casa me pidió que bajase junto con ella del auto y dijo:
- Me haría muy feliz que conociera a mí familia.

Suspiré y acepte bajar junto con ella. Al primero que le estreché la mano fue a un hombre mayor que pensé que por su edad sería su padre. Pero me equivoqué. Ella lo presento como su marido, quien con una sonrisa me dijo, que estaba encantado de que su mujer me estuviera enseñando a estudiar la biblia. Luego me presento a su madre quien agradeció a Jehová por traerme al camino de la verdad. Pase a su casa y luego de platicar un poco de temas bíblicos me retire mientras María Antonieta y yo, no dejábamos de mirarnos fijamente.

Han pasado 6 meses y María Antonieta y yo hemos seguido teniendo nuestros encuentros de aprendizaje bíblico, y ocasionalmente asisto a su congregación para que nadie sospeche de nuestra relación. Pero por alguna extraña razón ya me siento testigo de Jehová y agradezco por conocer el camino a la verdad.

5 comentarios - La testigo de Jehová

mike20C
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Quiten todas las (z) y entren al grupo contenido de TJ
Comotas12
Dice que el grupo no existe
Machohot79
Esaa hace tiempo un amigo mío me dijo que la mejor mamada que recibió fue de una evangelista
logan624
Esta historia me recordo cuando quise platicar con una, que la vi en una estación de metro varios días, pero su compañero nunca nos dejo a solas y pues solo la veía de paso a ir a la oficina después creo la cambiaron porque ya no la volví a ver