Series de Relatos Publicados (Click en el link)
Capítulo 18.
No soy tan puta.
Silvana se sentía fatal. En un arrebato de calentura dejó que Osvaldo se la cogiera (y por el culo). Y, para colmo, le mandó fotos a Renzo con la pija en la boca y la cara llena de semen. Se estaba haciendo la idea de que su novio la iba a dejar y eso la mortificaba.
Le recordó a la vez que perdió un celular. No fue el aparato en sí lo que echó de menos. Eso lo pudo reemplazar, y por un modelo más nuevo. Lo que extrañó fueron las fotos y videos que tenía guardados allí. Era un material bastante comprometedor. Cuando lo tenía en su poder, no sentía un gran apego por él, aunque lo revisaba a menudo… en especial cuando quería masturbarse. Era mejor que el porno de internet. Verse a ella misma en situaciones sexuales le provocaba algo especial.
Un par de días después de perder el celular sintió ganas de pajearse… y fue recién ahí cuando entendió el valor de esas fotos y videos… y sintió genuina bronca. Al día siguiente preguntó a cada compañero de trabajo si no habían visto su celular por alguna parte, porque ella estaba segura de que tuvo que perderlo ahí… o en la calle, cuando volvía a su casa. Nadie sabía nada. Tuvo que aceptar, con mucho dolor, que había perdido esa fuente de inspiración masturbatoria. Pero Silvana no sabía que pronto esas fotos y esos videos volverían para jugarle una mala pasada.
«¿Qué voy a hacer si Renzo me deja?», se preguntó mientras se bañaba. La ducha aún no había sido reparada. Era domingo, para comprar los repuestos debía esperar un día más. Su comportamiento inapropiado la hizo considerar por qué Renzo es tan importante para ella. Se acostumbró a él. Necesita alguien que esté con ella en esos días en los que no aguanta estar sola. También desea mantener viva la esperanza de poder formar una familia algún día, como están haciendo Dalina y Silvio… bueno, más o menos. Silvana pensó que no tiene sentido iniciar una familia con una relación en la que hay infidelidad.
«Esta vez sí le fuiste infiel. No lo podés negar. Y con Malik también». La voz de su consciencia estaba siendo muy crítica con ella. Por eso prometió portarse bien con Renzo, si es que no la deja. «Ya llegaste demasiado lejos, Silvana ¿qué te pasa? Tenés que enderezar tu vida».
Quería pasar un domingo sin sobresaltos. Se vistió con una de sus calzas deportivas, un top negro y salió a trotar por parque Rivadavia. A los pocos minutos se dio cuenta de que correr no estaba brindándole esa desconexión mental que tanto le gustaba. Por eso decidió caminar un poco, quizás eso la ayudaría.
No había hecho ni dos cuadras cuando pasó por la pastelería Vesubio, la de sus amigas lesbianas. Le sorprendió verla abierta un domingo. Entró para comprar algo rico. Si no podía matar la angustia con ejercicio físico, lo haría con exceso de azúcares.
Al ver que no había clientes ni tampoco nadie detrás del mostrador, Silvana sonrió. Sabía exactamente dónde tenía que buscar a Rocío y Karina. Llegó hasta la puerta trasera y al abrirla se encontró con una escena de lo más peculiar. Rocío estaba de rodillas en el suelo, completamente desnuda. Su pelo negro y alborotado estaba manchado con algo blanco que parecía crema. Esa misma crema estaba esparcida sobre la concha de Karina. La rubia estaba sentada en una silla, también desnuda, con las piernas bien abiertas.
—Oh, Silvana… ¡qué susto! —Exclamó la rubia.
—Perdón si las interrumpo.
—No pasa nada —siguió diciendo Karina—. Vení, entrá. Rocío está probando nuevas recetas de crema, para los postres.
—¿Siempre prueban así las nuevas recetas?
Rocío soltó una risita entre tierna y picarona.
—Sí —dijo—. Es una costumbre que tenemos desde hace tiempo.
—Esta es una crema chantillí con algo de canela. También hicimos una con un toque de vainilla. Me gustaría que Rocío la pruebe. ¿Te ofrecés como voluntaria?
Silvana se quedó pasmada. No esperaba una invitación tan directa. «Obviamente vas a decir que no, ¿cierto? Ya te portaste muy mal con Renzo».
—Si no les molesta, me encantaría ofrecerme como voluntaria. Pero… ¿están seguras?
—Sí, claro —dijo Karina—. Con Rocío tenemos un “contrato de matrimonio” algo particular. Con nuestras propias reglas.
—Y a las dos nos encantaría que participes.
—¿Y qué tengo que hacer?
—Acercá esa silla —señaló una que estaba contra la pared del depósito—. Y sacate el pantalón.
Silvana obedeció. Mientras se desnudaba de la cintura hacia abajo contempló a Rocío, que estaba limpiando la concha de su esposa con la lengua, tragando toda esa crema con canela.
—¿Y? ¿Qué tal está? —Preguntó Karina.
—Muy buena, aunque creo que tiene demasiada canela.
—Te dije que le estabas poniendo mucha. Ok, después hagamos una receta con menos canela. Dios, Silvana… qué cuerpazo tenés. ¡Mirá lo que son esas nalgas!
—Me muero de ganas de probar con vos —dijo Rocío. Sus preciosos ojos grises brillaron de deseo.
—Muchas gracias.
Silvana se sentía como una diosa. Esas mujeres la miraban con genuina admiración. Se sentó junto a Karina y abrió sus piernas, enseñando con orgullo toda su vagina. Karina agarró una manga repostera que estaba sobre una pequeña mesa a su izquierda. Apuntó a la entrepierna de Silvana y descargó esa mencionada crema con vainilla.
Rocío no esperó a que le dieran una orden. Se lanzó directamente contra la concha de Silvana y empezó a recolectar la crema con su lengua. Lamió y lamió cada rincón, hasta dejarla completamente limpia… y luego siguió lamiendo. Silvana la observó todo el tiempo con una sonrisa en los labios. Karina se puso más crema en la concha y Rocío volvió a chupársela a ella. Silvana aún no había tenido suficiente, quería más. Por eso tomó la crema con cacao y volvió a esparcirla sobre su sexo.
Así estuvieron un buen rato, con Rocío chupando una concha y luego la otra. A veces con crema, y otras veces sin. «Lo importante —pensó Silvana—, es que me la chupe». Por eso los últimos minutos Rocío los pasó brindándole sexo oral a las dos, pero ya sin crema.
Al finalizar dio su veredicto:
—La crema con cacao es más rica.
—Mmm… espero que sea solo la crema lo que más te gustó —dijo Karina.
—Sí, sonsa —Rocío soltó una risita—. Aunque la concha de Silvana no está nada mal.
—Ya lo creo. Es preciosa. Sil, no es que te esté echando; pero ahora me gustaría pasar un rato a solas con mi esposa.
—Sí, claro… lo entiendo. Ya me parece un montón que me hayan invitado a participar de ésto.
—Algún día tendrías que volver —dijo Rocío—. Podríamos hacer algo juntas… las tres.
Silvana entendió perfectamente a qué se refería con ese “algo juntas”. Se despidió de las reposteras y se quedó pensando en si aceptaría su invitación. ¿Realmente estaba dispuesta a dar ese salto? Meterse coger con una mujer ya es algo muy lésbico, hacerlo con dos es demasiado. Pero… la idea le resultaba sumamente atractiva.
«¿Por qué? Si no sos lesbiana», dijo su voz interna.
Silvana no supo cómo responder a eso.
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Rogelio DiLorenzo, el jefe del departamento contable, entró en la oficina de Silvana. Lo primero que hizo fue mirarle las tetas, ese escote era de infarto. Rodeó el escritorio y fijó la mirada en las piernas, que sobresalían debajo de una corta minifalda.
—¿Se te perdió algo, Rogelio? —Preguntó Silvana, sin apartar la mirada de su computadora.
—A la que se le perdió algo es a vos.
—¿De qué hablás?
—Eso ahora no importa. Quiero que hablemos. —El tipo agarró la silla que estaba del lado contrario del escritorio y la acercó a Silvana. Se sentó junto a ella y puso una mano sobre la pierna de la mujer.
—Me parece que estás entendiendo mal —dijo Silvana—. Lo que pasó la otra vez no se va a repetir.
—Se va a repetir, y todas las veces que yo lo pida —los anteojos de Rogelio brillaron con la luz de la lámpara y su rechoncha cara se hinchó cuando él sonrió. Era una sonrisa perversa, casi maníaca. Silvana se puso tensa y lo miró en silencio—. Sé lo que hiciste en la sala de reuniones. Sé que sos tremenda putita.
—Si le chupé la verga a David fue porque ustedes…
—Se la chupaste a David y me la chupaste a mí. Cómo te gusta tragar poronga, mamita —metió la mano debajo de la minifalda y tocó la vagina por sobre la tela de la tanga—. Seguramente sos de las que se mojan rápido.
—¿Pero qué te pasa, pelotudo?
—Shh… silencio, putita. Más te vale que nos llevemos bien. Ya te dije: sé lo que hiciste en la sala de reuniones. Lo que hiciste antes de que nosotros lleguemos —volvió a mostrar esa sonrisa despiadada.
Silvana se puso pálida. Se le cortó la respiración y ni siquiera reaccionó cuando los dedos de Rogelio le apartaron la tanga y empezaron a acariciar sus labios vaginales.
—¿De qué hablás? —Preguntó ella, para ganar tiempo. Necesitaba pensar.
—No te hagás la boluda. Sé perfectamente que te encanta meterte cosas por el orto…
Le mostró la pantalla de su celular y Silvana se quedó boquiabierta. Vio una foto de ella misma, con las piernas bien abiertas y un dildo metido en el culo. Lo que más le sorprendió fue que llevaba más de un año sin ver esa foto. Era una de las que perdió junto con su celular. De pronto entendió todo.
—Vos encontraste mi teléfono.
—Bueno, encontrar es una forma de decir. Digamos que lo tomé prestado por tiempo indefinido. —Metió un dedo en la concha. Silvana tuvo un pequeño sobresalto; pero no dejó de mirarlo a los ojos—. Si no querés que estas fotos lleguen a quienes no te conviene, me vas a chupar la pija.
Rogelio se puso de pie y liberó su gruesa verga. La dejó colgando frente a la cara de Silvana. Ella le dio un golpecito con la mano, como si quisiera apartarla de allí.
—No te la voy a chupar. Si le mandás las fotos a mi jefe, te comés una denuncia por acoso. Lo sabés muy bien.
—Me estás subestimando, chiquita. Sabía que esto iba a pasar, por eso vine preparado. —Tocó la pantalla de su celular varias veces, sin dejar de sonreír—. Revisá tu correo.
Asustada, Silvana abrió su casilla de correos y se encontró con un mensaje que decía: “Mirá esto, cornudo”. Al abrir el mail se encontró con todos los archivos de imagen y video que habían estado en su celular extraviado. Todo estaba allí, ni siquiera tuvo que revisarlo para darse cuenta. Sabía que Rogelio no había dejado nada afuera. Horrorizada, descubrió que el mismo e-mail había sido enviado al correo de su novio. Se preguntó de dónde pudo haberlo sacado Rogelio; pero luego entendió. Tiempo atrás ella había proporcionado datos de su novio a la empresa, por si debían contactarlo por alguna emergencia.
—Sos un hijo de puta.
—Y vos sos una reverenda puta. Esas fotos lo demuestran.
Algunas de las imágenes mostraban a Silvana con una verga en la boca e incluso con semen en la cara. En otras se la estaban metiendo. Había sacado la mayoría de esas fotos antes de conocer a Renzo. Durante sus pequeños “deslices”.
—Yo no soy así. Esos fueron eventos aislados.
—Tuviste varios “eventos aislados”, putita. No sé cómo le vas a explicar esto a tu novio, ni me importa. Solo quiero que sepas que, además, tengo esto:
Le mostró un video. Era una grabación de la sala de reuniones. Sintió mucha vergüenza al verse a sí misma lidiando con el dildo en el culo. Más que puta, parecía una boluda.
—Me tomé la molestia de borrar las copias de seguridad —aclaró Rogelio—. Básicamente te salvé de quedar expuesta. Pero… si no te portás bien, le puedo mandar esto a José Nahuelpán. Eso ya no cuenta como acoso, querida. Nadie te obligó a hacer esto. Y si Nahuelpán no te echa, los que están arriba de él lo van a hacer. Además todavía tengo la oportunidad de subir todas tus fotos y videos a internet. Estoy seguro de que, con lo buena que estás, te vas a volver muy popular en poco tiempo.
Silvana sintió un nudo en la garganta. Todo eso era cierto. Se quedaría sin trabajo y seguramente su material porno sería furor en internet. Todo el mundo asumiría que ella es una puta. Y eso era muy injusto. Sí, cometió varios deslices. Intentó resistir la tentación, pero en algunas noches de alcohol (y desenfreno) terminó haciendo cosas que normalmente no haría. Y por alguna estúpida razón decidió guardar recuerdos de esos momentos, en fotos y videos. Incluso llegó a sacarse fotos usando el dildo en el culo, durante la pandemia. ¿Para qué se sacó esas fotos, si nunca las compartió con nadie? Es algo que aún no entiende… tampoco entiende por qué se masturbó tantas veces mirando esas fotos.
Sintió una bronca infinita al ver el pene flácido de Rogelio meneándose frente a ella. El muy hijo de puta la tenía acorralada. Él empezó a frotar su miembro contra los labios de Silvana, ella giró la cara hacia un lado, luego hacia el otro. Rogelio siguió insistiendo, pasando el glande por encima de su boca. Finalmente Silvana tragó la verga, junto con su orgullo.
—Eso, así me gusta. No hace falta que te hagas la difícil conmigo, ricura. Yo sé muy bien lo mucho que te gusta la pija. Me hice un millón de pajas mirando tus fotos, me las conozco de memoria. Y siempre comés pijas de buen tamaño. ¿Tu novio está bien dotado?
Silvana siguió mamando el pene, que poco a poco se fue endureciendo. No quiso responder la pregunta de Rogelio. Es cierto que en el pasado estuvo con hombres que tenían la verga más grande que la de Renzo; pero eso no era importante. ¿O si?
Fue impresionante cómo esa verga se puso dura en cuestión de segundos. Silvana no pudo retenerla completa y Rogelio, sabiendo esto, la tomó de los pelos y empezó a moverse.
«Hijo de puta, me está cogiendo por la boca». El mentón se le empezó a llenar de saliva. Con cada embestida sentía que se iba a ahogar. Rogelio comenzó a filmar esta pornográfica escena y ella no pudo hacer nada para evitarlo. Simplemente miró al lente de la cámara con los ojos muy abiertos y dejó que él hiciera lo que se le diera la gana. Mientras tanto ella se preguntó cómo haría para arreglar la situación con Renzo. Seguramente lo destruiría ver las fotos que le mandó el jefe de contabilidad.
La tomó con fuerza de los pelos y dijo:
—Ahora vas a ser obediente y me vas a mostrar esa concha tan linda que tenés.
—Hijo de puta.
—Hey, hey… más respeto. ¿O querés que le mande este lindo video al cornudo de tu novio?
Silvana sabía que la situación con Renzo ya estaba en el borde de un abismo. No podía permitirse empeorarla. Con la bronca concentrada en su pecho se inclinó hacia el escritorio. Podría haber presentado un poco más de resistencia, pero se dijo que lo mejor era terminar con esto rápido. Sabía perfectamente lo que buscaba Rogelio (o al menos creía saberlo). Se quitó la tanga, dejándola caer en el piso, y levantó su minifalda. Cuando apoyó las manos en el escritorio, toda su concha quedó expuesta.
Rogelio puso una mano sobre su espalda, obligándola a levantar más el culo. Luego, sin misericordia, la penetró por la concha. Ella sintió el agudo dolor de esa verga que era tan gruesa como la de Osvaldo.
—Despacito, por favor… soy estrecha.
—¿Qué vas a hacer estrecha, mamita? Tenés la concha lista para pijas grandes.
—No, no… te juro que soy estrecha… auch…
La penetró más fuerte. Empezó a bombear dentro de su sexo.
—Ya cogí con minas estrechas y te puedo asegurar que vos no lo sos. No sé de dónde sacaste eso.
—Pero me duele cuando me meten vergas grandes… uff… lo juro. ¡Ay! ¡Ay!
Silvana podía sentir cómo se le estaba estirando la concha con cada una de las embestidas de Rogelio.
—A ver, mamita… dejame que te explique. Si te duele todavía no dilataste. Yo podría darte tiempo a dilatar, pero no quiero. Me gusta sentir la concha apretadita cuando la meto. Y con las pijas que te comiste vos, mamita, la única forma de sentirla apretada es si te clavo antes de que dilates.
Silvana se quedó confundida. Nunca nadie le había explicado eso. Sabía que la vagina necesitaba tiempo para dilatar. Pero cuando le explicó a una amiga que las penetraciones le dolían, ella le planteó esa hipótesis: «Capaz que te duele tanto porque sos estrecha». Y Silvana simplemente lo asumió.
—Pero me sigue doliendo… ay, despacito por favor.
—Ay, mamita… ¿todo te tengo que explicar? ¿De verdad sos tan boluda?
—No me digas boluda. Ni me digas puta. Y si sabés por qué me pasa esto, decimelo.
Rogelio suspiró. No parecía muy dispuesto a darle una clase de educación sexual a nadie; pero quería que esa puta colabore.
—Te pasa porque te ponés nerviosa, mamita. Pensás que la pija te va a romper toda, y se te cierra de los nervios nomás. —Silvana pensó en la verga de Malik y en cómo le entró una buena parte, a pesar de lo enorme que es. Ahora estaba comenzando a entender. Por alguna razón, con Malik no se sintió nerviosa como con otros hombres—. Relajate un poco y vas a ver cómo te entra toda y no te duele nada.
—¿De verdad? —Estaba intrigada, podría haber encontrado la solución a un problema que le viene aquejando desde su debut sexual—. Entonces sacala.
—No te la saco nada.
—En serio, solo un ratito. Quiero ver si es cierto. Solo quiero que me la metas despacito, para poder relajarme.
—Uf, mamita… si me lo pedís así, con mucho gusto.
Rogelio sacó su pene y comenzó a frotar los labios vaginales usando su glande. Silvana recordó que algunos de sus amantes habían hecho algo parecido y quizás esas veces le había dolido menos. Aunque no podía asegurarlo. Cerró los ojos, tomó aire e intentó calmarse. Por un momento no le importó estar siendo sometida por Rogelio. Solo quería poner en prueba lo que él le había dicho.
—Ahora sí, metela… pero de a poco.
Al verla tan entregada, el tipo la volvió a penetrar con más suavidad. Dejando tiempo para que su glande dilate la concha. Quería demostrarle a esa puta que él le podía dar una buena cogida, que la podía hacer disfrutar de verdad.
Silvana se sorprendió con el resultado.
—Ya no me duele tanto. Entrá un poco más…
—Con mucho gusto.
Ella sonrió. Estaba sorprendida. Le estaban metiendo una verga tan grande como la de Osvaldo, y no le dolía. Parecía un milagro.
—No me duele nada, no lo puedo creer.
—Y cuando se te dilate bien, te la puedo meter fuerte… y vas a ver que no te duele.
—¿En serio? A ver… dilatame.
Rogelio no lo podía creer. No solo tenía a su merced esa espectacular mujer, sino que además ella le estaba pidiendo que le diera una buena cogida. Quizás debía cambiar un poco la táctica y no ser tan agresiva con ella. La prefería dócil y participativa… aunque también tenía ganas de decirle unas cuantas verdades.
—Qué hermosa concha tenés, putita. Es un desperdicio que acá la meta un solo tipo. Por eso me encanta que lo hagas cornudo a tu novio.
—Yo no hago cornudo a mi novio.
—Sí, claro. Y yo soy el presidente de la nación. No mientas, mamita… ya vi todas las pijas que te comiste.
Silvana no quiso seguir discutiendo. No tenía sentido explicarle a Rogelio que la mayoría de las fotos porno fueron tomadas antes de conocer a Renzo. Igual no le iba a creer.
—Mmmpppfff… —Los gemidos de Silvana se hicieron oír en la habitación. La verga ya entraba y salía a buen ritmo—. A ver… metela un poco más fuerte.
—¿Tenés ganas de pija? Yo te la voy a dar toda.
—Sí, sí… callate y metela fuerte.
Rogelio empezó a darle más duro y Silvana se arrepintió de lo que había dicho. Ese “sí, sí” fue irónico; pero quizás el tipo no lo había entendido así.
—Uf… está entrando muy bien. Impresionante.
—¿Te gusta mi pija, putita? —Le preguntó mientras le daba aún más duro.
—Uy… ah… no digo que me guste; pero al menos puedo decir que no me duele. Por lo general cuando me meten vergas como ésta, me duele un montón. Quiero probar algo. Agarrame fuerte de la cintura y metela lo más rápido que puedas.
—¿Querés que te coja bien duro?
—No dije eso…
—Pero me lo vas a decir.
—Uf… qué pesado que sos. Está bien, si total igual me vas a coger toda. Quiero que me cojas bien duro. Metemela fuerte.
Rogelio cumplió con la petición de Silvana. Estrujó su cintura con ambas manos y empezó a darle tan duro como su físico se lo permitía, que era bastante, por empleaba su peso corporal para caer sobre ella. Silvana quedó con las tetas apoyadas en el escritorio y se tuvo que aferrar al borde opuesto con ambas manos. El mueble se sacudía todo con cada embestida. Era bestial… ella no podía parar de gemir. El tipo le estaba dando una cogida tremenda y…
—Uy… no me duele. No me duele nada… uff… no lo puedo creer. Entra toda, hasta el fondo, y no me duele.
—¿Te gusta mi verga, putita? ¿Te gusta?
—Uff… mmmhh, puedo decir que no está tan mal. Ahhh… ah…
En ese momento sonó su celular. Era Renzo, no podía ser nadie más. Dudó si responderle y se dio cuenta de que si no lo hacía quizás él no volvería a llamarla.
—Hola… hola… —lo saludó entre jadeos.
—Silvana. Me mandaron un mail…
—Sí, lo sé. A mí me llegó lo mismo… uf… ay… lo acabo de ver…
—Te noto agitada.
—Em… estoy en el trabajo. Tuve que subir rápido las escaleras. Como te decía, no le des bola a esas fotos, mi amor. Un hijo de puta te las mandó para joderme. Ay… ay… despacito —dijo en un susurro, tapando el celular con su pecho.
—¿Estás con alguien?
—No, no… ¿con quién voy a estar? —El muy hijo de puta de Rogelio sacó la verga y apuntó al otro agujero—. No… por el culo no. Por el culo no.
—¿Con quién hablás? ¿Qué es eso de “por el culo no”?
—Ah, perdón… perdón. Lo decía porque estoy mirando los videos… hay uno en el que digo eso. —Estaba segura, conocía esos videos de memoria.
—No vi los videos… ¿de verdad te la metieron por el culo?
—Ay… uf… —la verga de Rogelio ya estaba entrando, y ella no podía hacer nada para evitarlo—. Em… después te explico, amor. Es una historia larga. No puedo hablar ahora, puede entrar mi jefe. Te pido perdón con todo, sé que me porté mal con vos. Pero, creeme, amor… yo no te fui infiel. Puedo explicar esas fotos… y esos videos.
—Mmm… te voy a creer porque confío en vos.
Renzo no sabía qué pensar. Escuchaba claramente los gemidos de su novia del otro lado de la línea y un topetazo rítmico, como si alguien se la estuviera cogiendo. Pero… podía ser el audio de uno de los videos.
—Muchas gracias, mi amor… ¡Ay! ¡Carajo!
—¿Te pasó algo?
—Nada, nada. Después te explico…
Antes de que la llamada se corte, Renzo pudo escuchar claramente la voz de su novia diciendo: «Pará un poquito, pelotudo… me vas a romper el orto». Asumió que era el audio de un video.
—Por el culo pasa lo mismo, mamita —dijo Rogelio—. Si no te relajás, es obvio que te va a doler. ¿Querés que probemos?
—No, no… no quiero probar por el culo… ay… sacala.
Ya era medio tarde para pedirlo, la verga había logrado entrar lo suficiente como para iniciar el bombeo rítmico. Pronto se la podría meter completa.
—Aflojá las nalgas, mamita… y vas a ver cómo te entra toda. Y no me vas a decir que sos virgen del culo, porque vi el dildo que te metiste en las fotos… y en la sala de reuniones. Además, en uno de los videos…
—Eso no lo pedí yo. Uf… sacala…
—¿Ah sí? Decime la verdad, mamita, ya que sos tan sincera. ¿Alguna vez te cogieron por el culo?
El primer instinto de Silvana fue decir que no; pero inmediatamente supo que eso sería una mentira. Habían pasado apenas dos días desde que Osvaldo le dio su primera experiencia anal completita. No fue algo “a medias”. Fue sexo anal puro y duro.
—Sí, me dieron por el culo.
—¿Viste? Yo sabía. Te encanta que te rompan el orto.
La verga comenzó a entrar completa, Silvana sintió un dolor agudo que se disipó rápidamente. Intentó relajarse un poco, porque sabía que no podría convencer a Rogelio. El tipo se la iba a meter sí o sí…
—Pará un poquito, solamente te pido que lo hagas despacio. Dame tiempo para dilatar, por favor. Solo te pido eso.
—Okis, si vas a colaborar, te puedo dar tiempo.
—Voy a colaborar. Yo te aviso, te prometo que te aviso cuando la podés meter más fuerte.
—Muy bien, pero si no me avisás… igual te la voy a meter fuerte.
Rogelio le dio un poco de tregua. Movió lentamente su cadera, logrando penetraciones suaves, pero profundas. Silvana sintió cómo todo dentro de ella se convirtió en un extraño remolino. No sabía qué le estaba pasando. Era una sensación que solo había experimentado con Osvaldo.
—Mmm… así, así… despacito. Ya puedo sentir cómo me estás dilatando. A ver… metela toda. —La penetración llegó hasta que los huevos de Rogelio rebotaron en sus nalgas—. Mmhh… no me dolió tanto. Igual dale un poquito más así… despacito.
Esto era como una continuación de la “clase” que tuvo con Malik. Recordó los consejos del senegalés y comenzó a masturbarse. Eso la ayudaría a relajarse.
—Mmm… se nota que te está gustando, putita. Me encanta que seas tan pajera. Tenés un montón de videitos colándote los dedos.
Silvana no podía argumentar contra eso. Durante la pandemia se grabó un montón de veces masturbándose, en distintos lugares de la casa.
—Te la quiero chupar.
—¿Tenés ganas de comer pija?
—Quiero lubricarla.
—Sí, claro —dijo Rogelio, con sarcasmo.
Aún así, permitió a Silvana hacerlo. Ella se arrodilló y tragó su verga sin chistar. La chupó con ganas y usó mucha saliva, para dejarla bien mojada. Luego volvió a ofrecerle el culo. Él la penetró con más fuerza que antes…
—Uf… así está mucho mejor —dijo ella—. Entra más fácil. Duele menos.
—Se nota que te está gustando mucho mi verga, putita.
—Nunca dije eso. Con que no me duela, me alcanza. —Volvió a frotarse el clítoris con los dedos.
—Pero no vas a decirme que no sentís nada.
—Mm… sí, claro que siento algo. No soy de madera. Y no me desagrada… pero tampoco es que me vaya a volver loca por tu verga. ¿Está claro?
—Lo único que me queda claro, es que sos tremenda puta.
—Ahora sí podés metérmela fuerte —anunció Silvana, ignorando esas palabras.
Rogelio no le tuvo clemencia. La penetró como si fuera un toro en celo. La montó por el culo sin detenerse ni un segundo. Ella gimió con cada una de las penetraciones, en especial las que llegaron bien al fondo de su culo. Silvana tuvo que reconocer que durante los próximos minutos sería sometida analmente por el jefe de contaduría. Y eso la hizo sentir muy puta.
--------------
Regresó a su departamento abatida y humillada. Por suerte Osvaldo ya había arreglado la ducha. Ella le dejó la llave antes de ir a trabajar y le permitió que hiciera la reparación en su ausencia. Confiaba en el portero. El tipo ya había revisado su departamento, ya la había visto desnuda… e incluso le metió toda la verga por el culo. Recordó este episodio mientras se bañaba y automáticamente comenzó a masturbarse. Aún le dolía el culo, por lo brusco que fue Rogelio con ella. «¿Te gusta mi verga, putita? ¿Te gusta?». Podía escuchar el eco de su voz rebotando en su mente. ¿Y si le hubiera gustado? ¿Y si sus gemidos no fueron de dolor, sino de simple y puro placer? Al fin y al cabo, disfrutaba al meterse el dildo. ¿Por qué no iba a hacerlo con una verga real, que es mucho mejor que un juguete plástico? No podía negar el placer físico, aunque eso destruyera su orgullo.
—Dios, ese hijo de puta me dio tremenda culeada —dijo, mientras se frotaba la concha con furia—. ¡Ay! Cómo me abrió el orto a pijazos…
Casi podía sentir esas violentas penetraciones sucediendo otra vez. No fueron muy distintas a las que le dio Osvaldo; pero las de Rogelio venían con algo especial: la humillación de estar siendo sometida por el chantaje.
Cuando empezó a sufrir un orgasmo, se arrodilló en el piso del baño y, sin dejar de pajearse, abrió la boca. Imitó el momento en que Rogelio descargó todo su semen y de cómo ella se lo tragó todo sin emitir ni una sola queja. Ni siquiera apartó la cara, y podría haberlo hecho, porque él no la tenía sujeta del pelo. Debería haber esquivado la eyaculación, sin embargo no lo hizo. Incluso se metió la verga en la boca y empezó a darle fuertes chupones, mientras los últimos chorros de leche llegaban hasta el fondo de su garganta.
Y después hizo algo aún más humillante e incomprensible: volvió a apoyar las manos en el escritorio y le ofreció su culo una vez más.
«¿Te quedaste con ganas, putita?», le preguntó Rogelio mientras volvía a penetrarla.
Ella no respondió, sólo chilló de dolor cuando él la clavó.
—¿Por qué te dejaste culear otra vez? Pelotuda —se recriminó mientras se pajeaba en la ducha—. ¿Por qué te sometiste a esa humillación? Él ya había acabado… podías irte.
Sin embargo se abrió las nalgas con ambas manos y permitió que Rogelio reclamara su culo como un trofeo de guerra. Ella resistió cada dura embestida con las tetas apoyadas en el escritorio. Todo el mueble se movió con cada topetazo.
—Desde hoy en adelante vas a ser mi puta —le dijo Rogelio.
—Partime el culo, si querés. Llename de pija. Pero yo nunca voy a ser tu puta.
A pesar de ese pequeño intento por recuperar algo de dignidad, Silvana tuvo que esperar varios minutos hasta que Rogelio acabó otra vez. Tanta penetración anal la dejó sumamente confundida.
Finalizó su orgasmo tirada en el piso, con el agua de la ducha cayéndole sobre las tetas.
Pasó las siguientes horas intentando distraerse con algo. Probó mirando series en Netflix y escuchando música. Incluso consideró la opción de jugar a algo en la computadora. Ya desesperada, estaba dispuesta a hacerlo cuando el timbre sonó.
Al abrir la puerta se encontró con un muchacho apuesto al que conocía muy bien.
—Tenemos que hablar —le dijo Renzo.
Silvana lo abrazó con fuerza y se dio cuenta de que no quería perderlo.
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Capítulo 18.
No soy tan puta.
Silvana se sentía fatal. En un arrebato de calentura dejó que Osvaldo se la cogiera (y por el culo). Y, para colmo, le mandó fotos a Renzo con la pija en la boca y la cara llena de semen. Se estaba haciendo la idea de que su novio la iba a dejar y eso la mortificaba.
Le recordó a la vez que perdió un celular. No fue el aparato en sí lo que echó de menos. Eso lo pudo reemplazar, y por un modelo más nuevo. Lo que extrañó fueron las fotos y videos que tenía guardados allí. Era un material bastante comprometedor. Cuando lo tenía en su poder, no sentía un gran apego por él, aunque lo revisaba a menudo… en especial cuando quería masturbarse. Era mejor que el porno de internet. Verse a ella misma en situaciones sexuales le provocaba algo especial.
Un par de días después de perder el celular sintió ganas de pajearse… y fue recién ahí cuando entendió el valor de esas fotos y videos… y sintió genuina bronca. Al día siguiente preguntó a cada compañero de trabajo si no habían visto su celular por alguna parte, porque ella estaba segura de que tuvo que perderlo ahí… o en la calle, cuando volvía a su casa. Nadie sabía nada. Tuvo que aceptar, con mucho dolor, que había perdido esa fuente de inspiración masturbatoria. Pero Silvana no sabía que pronto esas fotos y esos videos volverían para jugarle una mala pasada.
«¿Qué voy a hacer si Renzo me deja?», se preguntó mientras se bañaba. La ducha aún no había sido reparada. Era domingo, para comprar los repuestos debía esperar un día más. Su comportamiento inapropiado la hizo considerar por qué Renzo es tan importante para ella. Se acostumbró a él. Necesita alguien que esté con ella en esos días en los que no aguanta estar sola. También desea mantener viva la esperanza de poder formar una familia algún día, como están haciendo Dalina y Silvio… bueno, más o menos. Silvana pensó que no tiene sentido iniciar una familia con una relación en la que hay infidelidad.
«Esta vez sí le fuiste infiel. No lo podés negar. Y con Malik también». La voz de su consciencia estaba siendo muy crítica con ella. Por eso prometió portarse bien con Renzo, si es que no la deja. «Ya llegaste demasiado lejos, Silvana ¿qué te pasa? Tenés que enderezar tu vida».
Quería pasar un domingo sin sobresaltos. Se vistió con una de sus calzas deportivas, un top negro y salió a trotar por parque Rivadavia. A los pocos minutos se dio cuenta de que correr no estaba brindándole esa desconexión mental que tanto le gustaba. Por eso decidió caminar un poco, quizás eso la ayudaría.
No había hecho ni dos cuadras cuando pasó por la pastelería Vesubio, la de sus amigas lesbianas. Le sorprendió verla abierta un domingo. Entró para comprar algo rico. Si no podía matar la angustia con ejercicio físico, lo haría con exceso de azúcares.
Al ver que no había clientes ni tampoco nadie detrás del mostrador, Silvana sonrió. Sabía exactamente dónde tenía que buscar a Rocío y Karina. Llegó hasta la puerta trasera y al abrirla se encontró con una escena de lo más peculiar. Rocío estaba de rodillas en el suelo, completamente desnuda. Su pelo negro y alborotado estaba manchado con algo blanco que parecía crema. Esa misma crema estaba esparcida sobre la concha de Karina. La rubia estaba sentada en una silla, también desnuda, con las piernas bien abiertas.
—Oh, Silvana… ¡qué susto! —Exclamó la rubia.
—Perdón si las interrumpo.
—No pasa nada —siguió diciendo Karina—. Vení, entrá. Rocío está probando nuevas recetas de crema, para los postres.
—¿Siempre prueban así las nuevas recetas?
Rocío soltó una risita entre tierna y picarona.
—Sí —dijo—. Es una costumbre que tenemos desde hace tiempo.
—Esta es una crema chantillí con algo de canela. También hicimos una con un toque de vainilla. Me gustaría que Rocío la pruebe. ¿Te ofrecés como voluntaria?
Silvana se quedó pasmada. No esperaba una invitación tan directa. «Obviamente vas a decir que no, ¿cierto? Ya te portaste muy mal con Renzo».
—Si no les molesta, me encantaría ofrecerme como voluntaria. Pero… ¿están seguras?
—Sí, claro —dijo Karina—. Con Rocío tenemos un “contrato de matrimonio” algo particular. Con nuestras propias reglas.
—Y a las dos nos encantaría que participes.
—¿Y qué tengo que hacer?
—Acercá esa silla —señaló una que estaba contra la pared del depósito—. Y sacate el pantalón.
Silvana obedeció. Mientras se desnudaba de la cintura hacia abajo contempló a Rocío, que estaba limpiando la concha de su esposa con la lengua, tragando toda esa crema con canela.
—¿Y? ¿Qué tal está? —Preguntó Karina.
—Muy buena, aunque creo que tiene demasiada canela.
—Te dije que le estabas poniendo mucha. Ok, después hagamos una receta con menos canela. Dios, Silvana… qué cuerpazo tenés. ¡Mirá lo que son esas nalgas!
—Me muero de ganas de probar con vos —dijo Rocío. Sus preciosos ojos grises brillaron de deseo.
—Muchas gracias.
Silvana se sentía como una diosa. Esas mujeres la miraban con genuina admiración. Se sentó junto a Karina y abrió sus piernas, enseñando con orgullo toda su vagina. Karina agarró una manga repostera que estaba sobre una pequeña mesa a su izquierda. Apuntó a la entrepierna de Silvana y descargó esa mencionada crema con vainilla.
Rocío no esperó a que le dieran una orden. Se lanzó directamente contra la concha de Silvana y empezó a recolectar la crema con su lengua. Lamió y lamió cada rincón, hasta dejarla completamente limpia… y luego siguió lamiendo. Silvana la observó todo el tiempo con una sonrisa en los labios. Karina se puso más crema en la concha y Rocío volvió a chupársela a ella. Silvana aún no había tenido suficiente, quería más. Por eso tomó la crema con cacao y volvió a esparcirla sobre su sexo.
Así estuvieron un buen rato, con Rocío chupando una concha y luego la otra. A veces con crema, y otras veces sin. «Lo importante —pensó Silvana—, es que me la chupe». Por eso los últimos minutos Rocío los pasó brindándole sexo oral a las dos, pero ya sin crema.
Al finalizar dio su veredicto:
—La crema con cacao es más rica.
—Mmm… espero que sea solo la crema lo que más te gustó —dijo Karina.
—Sí, sonsa —Rocío soltó una risita—. Aunque la concha de Silvana no está nada mal.
—Ya lo creo. Es preciosa. Sil, no es que te esté echando; pero ahora me gustaría pasar un rato a solas con mi esposa.
—Sí, claro… lo entiendo. Ya me parece un montón que me hayan invitado a participar de ésto.
—Algún día tendrías que volver —dijo Rocío—. Podríamos hacer algo juntas… las tres.
Silvana entendió perfectamente a qué se refería con ese “algo juntas”. Se despidió de las reposteras y se quedó pensando en si aceptaría su invitación. ¿Realmente estaba dispuesta a dar ese salto? Meterse coger con una mujer ya es algo muy lésbico, hacerlo con dos es demasiado. Pero… la idea le resultaba sumamente atractiva.
«¿Por qué? Si no sos lesbiana», dijo su voz interna.
Silvana no supo cómo responder a eso.
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Rogelio DiLorenzo, el jefe del departamento contable, entró en la oficina de Silvana. Lo primero que hizo fue mirarle las tetas, ese escote era de infarto. Rodeó el escritorio y fijó la mirada en las piernas, que sobresalían debajo de una corta minifalda.
—¿Se te perdió algo, Rogelio? —Preguntó Silvana, sin apartar la mirada de su computadora.
—A la que se le perdió algo es a vos.
—¿De qué hablás?
—Eso ahora no importa. Quiero que hablemos. —El tipo agarró la silla que estaba del lado contrario del escritorio y la acercó a Silvana. Se sentó junto a ella y puso una mano sobre la pierna de la mujer.
—Me parece que estás entendiendo mal —dijo Silvana—. Lo que pasó la otra vez no se va a repetir.
—Se va a repetir, y todas las veces que yo lo pida —los anteojos de Rogelio brillaron con la luz de la lámpara y su rechoncha cara se hinchó cuando él sonrió. Era una sonrisa perversa, casi maníaca. Silvana se puso tensa y lo miró en silencio—. Sé lo que hiciste en la sala de reuniones. Sé que sos tremenda putita.
—Si le chupé la verga a David fue porque ustedes…
—Se la chupaste a David y me la chupaste a mí. Cómo te gusta tragar poronga, mamita —metió la mano debajo de la minifalda y tocó la vagina por sobre la tela de la tanga—. Seguramente sos de las que se mojan rápido.
—¿Pero qué te pasa, pelotudo?
—Shh… silencio, putita. Más te vale que nos llevemos bien. Ya te dije: sé lo que hiciste en la sala de reuniones. Lo que hiciste antes de que nosotros lleguemos —volvió a mostrar esa sonrisa despiadada.
Silvana se puso pálida. Se le cortó la respiración y ni siquiera reaccionó cuando los dedos de Rogelio le apartaron la tanga y empezaron a acariciar sus labios vaginales.
—¿De qué hablás? —Preguntó ella, para ganar tiempo. Necesitaba pensar.
—No te hagás la boluda. Sé perfectamente que te encanta meterte cosas por el orto…
Le mostró la pantalla de su celular y Silvana se quedó boquiabierta. Vio una foto de ella misma, con las piernas bien abiertas y un dildo metido en el culo. Lo que más le sorprendió fue que llevaba más de un año sin ver esa foto. Era una de las que perdió junto con su celular. De pronto entendió todo.
—Vos encontraste mi teléfono.
—Bueno, encontrar es una forma de decir. Digamos que lo tomé prestado por tiempo indefinido. —Metió un dedo en la concha. Silvana tuvo un pequeño sobresalto; pero no dejó de mirarlo a los ojos—. Si no querés que estas fotos lleguen a quienes no te conviene, me vas a chupar la pija.
Rogelio se puso de pie y liberó su gruesa verga. La dejó colgando frente a la cara de Silvana. Ella le dio un golpecito con la mano, como si quisiera apartarla de allí.
—No te la voy a chupar. Si le mandás las fotos a mi jefe, te comés una denuncia por acoso. Lo sabés muy bien.
—Me estás subestimando, chiquita. Sabía que esto iba a pasar, por eso vine preparado. —Tocó la pantalla de su celular varias veces, sin dejar de sonreír—. Revisá tu correo.
Asustada, Silvana abrió su casilla de correos y se encontró con un mensaje que decía: “Mirá esto, cornudo”. Al abrir el mail se encontró con todos los archivos de imagen y video que habían estado en su celular extraviado. Todo estaba allí, ni siquiera tuvo que revisarlo para darse cuenta. Sabía que Rogelio no había dejado nada afuera. Horrorizada, descubrió que el mismo e-mail había sido enviado al correo de su novio. Se preguntó de dónde pudo haberlo sacado Rogelio; pero luego entendió. Tiempo atrás ella había proporcionado datos de su novio a la empresa, por si debían contactarlo por alguna emergencia.
—Sos un hijo de puta.
—Y vos sos una reverenda puta. Esas fotos lo demuestran.
Algunas de las imágenes mostraban a Silvana con una verga en la boca e incluso con semen en la cara. En otras se la estaban metiendo. Había sacado la mayoría de esas fotos antes de conocer a Renzo. Durante sus pequeños “deslices”.
—Yo no soy así. Esos fueron eventos aislados.
—Tuviste varios “eventos aislados”, putita. No sé cómo le vas a explicar esto a tu novio, ni me importa. Solo quiero que sepas que, además, tengo esto:
Le mostró un video. Era una grabación de la sala de reuniones. Sintió mucha vergüenza al verse a sí misma lidiando con el dildo en el culo. Más que puta, parecía una boluda.
—Me tomé la molestia de borrar las copias de seguridad —aclaró Rogelio—. Básicamente te salvé de quedar expuesta. Pero… si no te portás bien, le puedo mandar esto a José Nahuelpán. Eso ya no cuenta como acoso, querida. Nadie te obligó a hacer esto. Y si Nahuelpán no te echa, los que están arriba de él lo van a hacer. Además todavía tengo la oportunidad de subir todas tus fotos y videos a internet. Estoy seguro de que, con lo buena que estás, te vas a volver muy popular en poco tiempo.
Silvana sintió un nudo en la garganta. Todo eso era cierto. Se quedaría sin trabajo y seguramente su material porno sería furor en internet. Todo el mundo asumiría que ella es una puta. Y eso era muy injusto. Sí, cometió varios deslices. Intentó resistir la tentación, pero en algunas noches de alcohol (y desenfreno) terminó haciendo cosas que normalmente no haría. Y por alguna estúpida razón decidió guardar recuerdos de esos momentos, en fotos y videos. Incluso llegó a sacarse fotos usando el dildo en el culo, durante la pandemia. ¿Para qué se sacó esas fotos, si nunca las compartió con nadie? Es algo que aún no entiende… tampoco entiende por qué se masturbó tantas veces mirando esas fotos.
Sintió una bronca infinita al ver el pene flácido de Rogelio meneándose frente a ella. El muy hijo de puta la tenía acorralada. Él empezó a frotar su miembro contra los labios de Silvana, ella giró la cara hacia un lado, luego hacia el otro. Rogelio siguió insistiendo, pasando el glande por encima de su boca. Finalmente Silvana tragó la verga, junto con su orgullo.
—Eso, así me gusta. No hace falta que te hagas la difícil conmigo, ricura. Yo sé muy bien lo mucho que te gusta la pija. Me hice un millón de pajas mirando tus fotos, me las conozco de memoria. Y siempre comés pijas de buen tamaño. ¿Tu novio está bien dotado?
Silvana siguió mamando el pene, que poco a poco se fue endureciendo. No quiso responder la pregunta de Rogelio. Es cierto que en el pasado estuvo con hombres que tenían la verga más grande que la de Renzo; pero eso no era importante. ¿O si?
Fue impresionante cómo esa verga se puso dura en cuestión de segundos. Silvana no pudo retenerla completa y Rogelio, sabiendo esto, la tomó de los pelos y empezó a moverse.
«Hijo de puta, me está cogiendo por la boca». El mentón se le empezó a llenar de saliva. Con cada embestida sentía que se iba a ahogar. Rogelio comenzó a filmar esta pornográfica escena y ella no pudo hacer nada para evitarlo. Simplemente miró al lente de la cámara con los ojos muy abiertos y dejó que él hiciera lo que se le diera la gana. Mientras tanto ella se preguntó cómo haría para arreglar la situación con Renzo. Seguramente lo destruiría ver las fotos que le mandó el jefe de contabilidad.
La tomó con fuerza de los pelos y dijo:
—Ahora vas a ser obediente y me vas a mostrar esa concha tan linda que tenés.
—Hijo de puta.
—Hey, hey… más respeto. ¿O querés que le mande este lindo video al cornudo de tu novio?
Silvana sabía que la situación con Renzo ya estaba en el borde de un abismo. No podía permitirse empeorarla. Con la bronca concentrada en su pecho se inclinó hacia el escritorio. Podría haber presentado un poco más de resistencia, pero se dijo que lo mejor era terminar con esto rápido. Sabía perfectamente lo que buscaba Rogelio (o al menos creía saberlo). Se quitó la tanga, dejándola caer en el piso, y levantó su minifalda. Cuando apoyó las manos en el escritorio, toda su concha quedó expuesta.
Rogelio puso una mano sobre su espalda, obligándola a levantar más el culo. Luego, sin misericordia, la penetró por la concha. Ella sintió el agudo dolor de esa verga que era tan gruesa como la de Osvaldo.
—Despacito, por favor… soy estrecha.
—¿Qué vas a hacer estrecha, mamita? Tenés la concha lista para pijas grandes.
—No, no… te juro que soy estrecha… auch…
La penetró más fuerte. Empezó a bombear dentro de su sexo.
—Ya cogí con minas estrechas y te puedo asegurar que vos no lo sos. No sé de dónde sacaste eso.
—Pero me duele cuando me meten vergas grandes… uff… lo juro. ¡Ay! ¡Ay!
Silvana podía sentir cómo se le estaba estirando la concha con cada una de las embestidas de Rogelio.
—A ver, mamita… dejame que te explique. Si te duele todavía no dilataste. Yo podría darte tiempo a dilatar, pero no quiero. Me gusta sentir la concha apretadita cuando la meto. Y con las pijas que te comiste vos, mamita, la única forma de sentirla apretada es si te clavo antes de que dilates.
Silvana se quedó confundida. Nunca nadie le había explicado eso. Sabía que la vagina necesitaba tiempo para dilatar. Pero cuando le explicó a una amiga que las penetraciones le dolían, ella le planteó esa hipótesis: «Capaz que te duele tanto porque sos estrecha». Y Silvana simplemente lo asumió.
—Pero me sigue doliendo… ay, despacito por favor.
—Ay, mamita… ¿todo te tengo que explicar? ¿De verdad sos tan boluda?
—No me digas boluda. Ni me digas puta. Y si sabés por qué me pasa esto, decimelo.
Rogelio suspiró. No parecía muy dispuesto a darle una clase de educación sexual a nadie; pero quería que esa puta colabore.
—Te pasa porque te ponés nerviosa, mamita. Pensás que la pija te va a romper toda, y se te cierra de los nervios nomás. —Silvana pensó en la verga de Malik y en cómo le entró una buena parte, a pesar de lo enorme que es. Ahora estaba comenzando a entender. Por alguna razón, con Malik no se sintió nerviosa como con otros hombres—. Relajate un poco y vas a ver cómo te entra toda y no te duele nada.
—¿De verdad? —Estaba intrigada, podría haber encontrado la solución a un problema que le viene aquejando desde su debut sexual—. Entonces sacala.
—No te la saco nada.
—En serio, solo un ratito. Quiero ver si es cierto. Solo quiero que me la metas despacito, para poder relajarme.
—Uf, mamita… si me lo pedís así, con mucho gusto.
Rogelio sacó su pene y comenzó a frotar los labios vaginales usando su glande. Silvana recordó que algunos de sus amantes habían hecho algo parecido y quizás esas veces le había dolido menos. Aunque no podía asegurarlo. Cerró los ojos, tomó aire e intentó calmarse. Por un momento no le importó estar siendo sometida por Rogelio. Solo quería poner en prueba lo que él le había dicho.
—Ahora sí, metela… pero de a poco.
Al verla tan entregada, el tipo la volvió a penetrar con más suavidad. Dejando tiempo para que su glande dilate la concha. Quería demostrarle a esa puta que él le podía dar una buena cogida, que la podía hacer disfrutar de verdad.
Silvana se sorprendió con el resultado.
—Ya no me duele tanto. Entrá un poco más…
—Con mucho gusto.
Ella sonrió. Estaba sorprendida. Le estaban metiendo una verga tan grande como la de Osvaldo, y no le dolía. Parecía un milagro.
—No me duele nada, no lo puedo creer.
—Y cuando se te dilate bien, te la puedo meter fuerte… y vas a ver que no te duele.
—¿En serio? A ver… dilatame.
Rogelio no lo podía creer. No solo tenía a su merced esa espectacular mujer, sino que además ella le estaba pidiendo que le diera una buena cogida. Quizás debía cambiar un poco la táctica y no ser tan agresiva con ella. La prefería dócil y participativa… aunque también tenía ganas de decirle unas cuantas verdades.
—Qué hermosa concha tenés, putita. Es un desperdicio que acá la meta un solo tipo. Por eso me encanta que lo hagas cornudo a tu novio.
—Yo no hago cornudo a mi novio.
—Sí, claro. Y yo soy el presidente de la nación. No mientas, mamita… ya vi todas las pijas que te comiste.
Silvana no quiso seguir discutiendo. No tenía sentido explicarle a Rogelio que la mayoría de las fotos porno fueron tomadas antes de conocer a Renzo. Igual no le iba a creer.
—Mmmpppfff… —Los gemidos de Silvana se hicieron oír en la habitación. La verga ya entraba y salía a buen ritmo—. A ver… metela un poco más fuerte.
—¿Tenés ganas de pija? Yo te la voy a dar toda.
—Sí, sí… callate y metela fuerte.
Rogelio empezó a darle más duro y Silvana se arrepintió de lo que había dicho. Ese “sí, sí” fue irónico; pero quizás el tipo no lo había entendido así.
—Uf… está entrando muy bien. Impresionante.
—¿Te gusta mi pija, putita? —Le preguntó mientras le daba aún más duro.
—Uy… ah… no digo que me guste; pero al menos puedo decir que no me duele. Por lo general cuando me meten vergas como ésta, me duele un montón. Quiero probar algo. Agarrame fuerte de la cintura y metela lo más rápido que puedas.
—¿Querés que te coja bien duro?
—No dije eso…
—Pero me lo vas a decir.
—Uf… qué pesado que sos. Está bien, si total igual me vas a coger toda. Quiero que me cojas bien duro. Metemela fuerte.
Rogelio cumplió con la petición de Silvana. Estrujó su cintura con ambas manos y empezó a darle tan duro como su físico se lo permitía, que era bastante, por empleaba su peso corporal para caer sobre ella. Silvana quedó con las tetas apoyadas en el escritorio y se tuvo que aferrar al borde opuesto con ambas manos. El mueble se sacudía todo con cada embestida. Era bestial… ella no podía parar de gemir. El tipo le estaba dando una cogida tremenda y…
—Uy… no me duele. No me duele nada… uff… no lo puedo creer. Entra toda, hasta el fondo, y no me duele.
—¿Te gusta mi verga, putita? ¿Te gusta?
—Uff… mmmhh, puedo decir que no está tan mal. Ahhh… ah…
En ese momento sonó su celular. Era Renzo, no podía ser nadie más. Dudó si responderle y se dio cuenta de que si no lo hacía quizás él no volvería a llamarla.
—Hola… hola… —lo saludó entre jadeos.
—Silvana. Me mandaron un mail…
—Sí, lo sé. A mí me llegó lo mismo… uf… ay… lo acabo de ver…
—Te noto agitada.
—Em… estoy en el trabajo. Tuve que subir rápido las escaleras. Como te decía, no le des bola a esas fotos, mi amor. Un hijo de puta te las mandó para joderme. Ay… ay… despacito —dijo en un susurro, tapando el celular con su pecho.
—¿Estás con alguien?
—No, no… ¿con quién voy a estar? —El muy hijo de puta de Rogelio sacó la verga y apuntó al otro agujero—. No… por el culo no. Por el culo no.
—¿Con quién hablás? ¿Qué es eso de “por el culo no”?
—Ah, perdón… perdón. Lo decía porque estoy mirando los videos… hay uno en el que digo eso. —Estaba segura, conocía esos videos de memoria.
—No vi los videos… ¿de verdad te la metieron por el culo?
—Ay… uf… —la verga de Rogelio ya estaba entrando, y ella no podía hacer nada para evitarlo—. Em… después te explico, amor. Es una historia larga. No puedo hablar ahora, puede entrar mi jefe. Te pido perdón con todo, sé que me porté mal con vos. Pero, creeme, amor… yo no te fui infiel. Puedo explicar esas fotos… y esos videos.
—Mmm… te voy a creer porque confío en vos.
Renzo no sabía qué pensar. Escuchaba claramente los gemidos de su novia del otro lado de la línea y un topetazo rítmico, como si alguien se la estuviera cogiendo. Pero… podía ser el audio de uno de los videos.
—Muchas gracias, mi amor… ¡Ay! ¡Carajo!
—¿Te pasó algo?
—Nada, nada. Después te explico…
Antes de que la llamada se corte, Renzo pudo escuchar claramente la voz de su novia diciendo: «Pará un poquito, pelotudo… me vas a romper el orto». Asumió que era el audio de un video.
—Por el culo pasa lo mismo, mamita —dijo Rogelio—. Si no te relajás, es obvio que te va a doler. ¿Querés que probemos?
—No, no… no quiero probar por el culo… ay… sacala.
Ya era medio tarde para pedirlo, la verga había logrado entrar lo suficiente como para iniciar el bombeo rítmico. Pronto se la podría meter completa.
—Aflojá las nalgas, mamita… y vas a ver cómo te entra toda. Y no me vas a decir que sos virgen del culo, porque vi el dildo que te metiste en las fotos… y en la sala de reuniones. Además, en uno de los videos…
—Eso no lo pedí yo. Uf… sacala…
—¿Ah sí? Decime la verdad, mamita, ya que sos tan sincera. ¿Alguna vez te cogieron por el culo?
El primer instinto de Silvana fue decir que no; pero inmediatamente supo que eso sería una mentira. Habían pasado apenas dos días desde que Osvaldo le dio su primera experiencia anal completita. No fue algo “a medias”. Fue sexo anal puro y duro.
—Sí, me dieron por el culo.
—¿Viste? Yo sabía. Te encanta que te rompan el orto.
La verga comenzó a entrar completa, Silvana sintió un dolor agudo que se disipó rápidamente. Intentó relajarse un poco, porque sabía que no podría convencer a Rogelio. El tipo se la iba a meter sí o sí…
—Pará un poquito, solamente te pido que lo hagas despacio. Dame tiempo para dilatar, por favor. Solo te pido eso.
—Okis, si vas a colaborar, te puedo dar tiempo.
—Voy a colaborar. Yo te aviso, te prometo que te aviso cuando la podés meter más fuerte.
—Muy bien, pero si no me avisás… igual te la voy a meter fuerte.
Rogelio le dio un poco de tregua. Movió lentamente su cadera, logrando penetraciones suaves, pero profundas. Silvana sintió cómo todo dentro de ella se convirtió en un extraño remolino. No sabía qué le estaba pasando. Era una sensación que solo había experimentado con Osvaldo.
—Mmm… así, así… despacito. Ya puedo sentir cómo me estás dilatando. A ver… metela toda. —La penetración llegó hasta que los huevos de Rogelio rebotaron en sus nalgas—. Mmhh… no me dolió tanto. Igual dale un poquito más así… despacito.
Esto era como una continuación de la “clase” que tuvo con Malik. Recordó los consejos del senegalés y comenzó a masturbarse. Eso la ayudaría a relajarse.
—Mmm… se nota que te está gustando, putita. Me encanta que seas tan pajera. Tenés un montón de videitos colándote los dedos.
Silvana no podía argumentar contra eso. Durante la pandemia se grabó un montón de veces masturbándose, en distintos lugares de la casa.
—Te la quiero chupar.
—¿Tenés ganas de comer pija?
—Quiero lubricarla.
—Sí, claro —dijo Rogelio, con sarcasmo.
Aún así, permitió a Silvana hacerlo. Ella se arrodilló y tragó su verga sin chistar. La chupó con ganas y usó mucha saliva, para dejarla bien mojada. Luego volvió a ofrecerle el culo. Él la penetró con más fuerza que antes…
—Uf… así está mucho mejor —dijo ella—. Entra más fácil. Duele menos.
—Se nota que te está gustando mucho mi verga, putita.
—Nunca dije eso. Con que no me duela, me alcanza. —Volvió a frotarse el clítoris con los dedos.
—Pero no vas a decirme que no sentís nada.
—Mm… sí, claro que siento algo. No soy de madera. Y no me desagrada… pero tampoco es que me vaya a volver loca por tu verga. ¿Está claro?
—Lo único que me queda claro, es que sos tremenda puta.
—Ahora sí podés metérmela fuerte —anunció Silvana, ignorando esas palabras.
Rogelio no le tuvo clemencia. La penetró como si fuera un toro en celo. La montó por el culo sin detenerse ni un segundo. Ella gimió con cada una de las penetraciones, en especial las que llegaron bien al fondo de su culo. Silvana tuvo que reconocer que durante los próximos minutos sería sometida analmente por el jefe de contaduría. Y eso la hizo sentir muy puta.
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Regresó a su departamento abatida y humillada. Por suerte Osvaldo ya había arreglado la ducha. Ella le dejó la llave antes de ir a trabajar y le permitió que hiciera la reparación en su ausencia. Confiaba en el portero. El tipo ya había revisado su departamento, ya la había visto desnuda… e incluso le metió toda la verga por el culo. Recordó este episodio mientras se bañaba y automáticamente comenzó a masturbarse. Aún le dolía el culo, por lo brusco que fue Rogelio con ella. «¿Te gusta mi verga, putita? ¿Te gusta?». Podía escuchar el eco de su voz rebotando en su mente. ¿Y si le hubiera gustado? ¿Y si sus gemidos no fueron de dolor, sino de simple y puro placer? Al fin y al cabo, disfrutaba al meterse el dildo. ¿Por qué no iba a hacerlo con una verga real, que es mucho mejor que un juguete plástico? No podía negar el placer físico, aunque eso destruyera su orgullo.
—Dios, ese hijo de puta me dio tremenda culeada —dijo, mientras se frotaba la concha con furia—. ¡Ay! Cómo me abrió el orto a pijazos…
Casi podía sentir esas violentas penetraciones sucediendo otra vez. No fueron muy distintas a las que le dio Osvaldo; pero las de Rogelio venían con algo especial: la humillación de estar siendo sometida por el chantaje.
Cuando empezó a sufrir un orgasmo, se arrodilló en el piso del baño y, sin dejar de pajearse, abrió la boca. Imitó el momento en que Rogelio descargó todo su semen y de cómo ella se lo tragó todo sin emitir ni una sola queja. Ni siquiera apartó la cara, y podría haberlo hecho, porque él no la tenía sujeta del pelo. Debería haber esquivado la eyaculación, sin embargo no lo hizo. Incluso se metió la verga en la boca y empezó a darle fuertes chupones, mientras los últimos chorros de leche llegaban hasta el fondo de su garganta.
Y después hizo algo aún más humillante e incomprensible: volvió a apoyar las manos en el escritorio y le ofreció su culo una vez más.
«¿Te quedaste con ganas, putita?», le preguntó Rogelio mientras volvía a penetrarla.
Ella no respondió, sólo chilló de dolor cuando él la clavó.
—¿Por qué te dejaste culear otra vez? Pelotuda —se recriminó mientras se pajeaba en la ducha—. ¿Por qué te sometiste a esa humillación? Él ya había acabado… podías irte.
Sin embargo se abrió las nalgas con ambas manos y permitió que Rogelio reclamara su culo como un trofeo de guerra. Ella resistió cada dura embestida con las tetas apoyadas en el escritorio. Todo el mueble se movió con cada topetazo.
—Desde hoy en adelante vas a ser mi puta —le dijo Rogelio.
—Partime el culo, si querés. Llename de pija. Pero yo nunca voy a ser tu puta.
A pesar de ese pequeño intento por recuperar algo de dignidad, Silvana tuvo que esperar varios minutos hasta que Rogelio acabó otra vez. Tanta penetración anal la dejó sumamente confundida.
Finalizó su orgasmo tirada en el piso, con el agua de la ducha cayéndole sobre las tetas.
Pasó las siguientes horas intentando distraerse con algo. Probó mirando series en Netflix y escuchando música. Incluso consideró la opción de jugar a algo en la computadora. Ya desesperada, estaba dispuesta a hacerlo cuando el timbre sonó.
Al abrir la puerta se encontró con un muchacho apuesto al que conocía muy bien.
—Tenemos que hablar —le dijo Renzo.
Silvana lo abrazó con fuerza y se dio cuenta de que no quería perderlo.
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