Dejé pasar el tiempo, quise hacer de cuenta que ese dildo no existía, pero en el fondo sabía bien que más tarde o más temprano, mí cabeza lo iba a introducir nuevamente en nuestras vidas. Lo que ingenuamente no esperaba, era que fuera ella quién lo sugiriera en una tarde de sábado que nos encontrábamos sólos en casa, jugando en el sillón. Nuestro sexo nuevamente se había convertido en algo rígido y estructurado: besos y caricias, sexo oral, penetración con el dildo más pequeño hasta lograr el primer orgasmo, intercalar con mí pene hasta no poder más, etc… Siempre en ese orden inalterable que daba hermosos frutos, coitos que duraban entre una y dos horas, orgasmos imposibles de cuantificar, y la satisfacción de gozar con el placer del otro. Pero esa tarde, el orden al que estábamos acostumbrados, se altero… Nos encontrábamos descansando en el sillón, buscando algo para ver en la tele, mientras nos acariciabamos. Sin planificarlo, una cosa llevó a otra, y cuando nos dimos cuenta estábamos garchando sin el preámbulo habitual sobre el sillón, ella en cuatro patas, yo detrás penetrándola duro y parejo, sosteniéndola de las caderas, gozando de la hermosa vista de sus nalgas rebotando en mí pubis. Cuando sentí que estaba cerca de acabar, me detuve, salí de María, y me incorporé mientras mí pija cabeceaba y contraía el abdomen para prolongar el momento de placer. En ese momento, María me sorprendió, al decirme que quería seguir experimentando con la última adquisición, con una sonrisa dibujada en su boca. Me tranquilicé, y me dirigí al dormitorio, en busca de ese tremendo pedazo de goma, muy similar en forma al famoso Mandingo, y levemente más grueso. En el camino del dormitorio al living, mí cabeza iba al palo, imaginando situaciones morbosas, humillantes, y sumamente placenteras. Cuando llegué al living, María esperaba tendida en el sillón con las piernas abiertas, acariciando su clítoris, y una sonrisa pícara en sus labios. Instintivamente, me zambullí en su rosada vulva, a saborear los restos de sus orgasmos previos, y prepararla para recibir esa flor de poronga, mientras jugaba con mí pulgar en su clítoris. Hasta que me dijo: “Quiero acabar… Necesito algo grande…”. Música para mis oidos… Tomé el vibrador, y comencé a reflegarlo en su vagina, cuál pintor con su brocha, sin dejar de estimular su clítoris. Coloqué un poco de lubricante en sus labios, unté el dildo, y dirigí lentamente su cabeza dentro de mí esposa. Me dispuse a disfrutar del espectáculo que tenía frente a mis ojos, ese tremendo pedazo abriéndose paso a través de María, mientras gemía como nunca antes. Levanté la vista en busca de su rostro… Su cara lo decía todo, se estaba sintiendo realmente llena por primera vez en su vida, estaba gozando de un placer cada vez más intenso, a medida que esa verga de goma la penetraba más profundo. Tal es así, que en cuestión de segundos, empapó el sillón, evidenciando la llegada de un nuevo orgasmo. En ese momento, saque el dildo de su humanidad, me levanté, y le tendí la mano para ayudarla a incorporarse. La guié a la habitación, dónde se tumbó boca arriba en la cama, me arrodillé a su lado, introduje mí mano en su mojada entrepierna hasta ubicar su clitoris, y comencé a masturbarla suavemente, mientras con la otra mano la penetraba nuevamente con el vibrador, que cada vez entraba en su cavidad con mayor facilidad. Una rara mezcla de satisfacción, incredulidad, e intimidación invadían mí cuerpo. Satisfacción por ver a mí esposa gozar de una manera poco habitual. Incredulidad por todo lo que se estaba comiendo mí mujer sin chistar, cómo sólo una puta con todas las letras puede. Intimidación por el tamaño de esa cosa, que hizo que mí pija se pusiera no sólo flaccida, sino también se encogiera hasta su mínima expresión, cuál tomate cherry, y goteara líquido preseminal. Los orgasmos de María se sucedieron uno tras otro, hasta perder la cuenta, y la noción del tiempo. De repente, aún sumergida en su placer sin igual, me pidió que la coja, pero al dirigir su vista hacia mí entrepierna, se encontró con la desalentadora realidad. Tomó mí achicharrado manisito con dos dedos, y comenzó a pajearlo delicadamente, apenas rozándolo. Inmediatamente, se percató de cómo chorreaba, juntó con su pulgar la gota de líquido preseminal que colgaba de mí ya semi erecta pijita, y lo llevó a mí boca, al tiempo que me decía: “Tomá… Probá… Te gustan tus jugos?”. Asentí moviendo la cabeza, con su pulgar aún en mí boca, y el chizito apuntando al techo. Volvió a recoger con sus dedos lo que no paraba de brotar de la punta de mí pijita, y mientras introducía su mojada mano en mí boca, preguntó: “Te gusta ser cornudo? Te gusta que se garchen a tu mujer? Te gusta más ver cómo me coge otro que hacerlo vos?”. Sólo atiné a responder que “Me gusta ser tu cornudo”, de otra manera, hubiese acabado en el instante. Se puso sería, y pensó en voz alta: “Al común de los hombres no les gusta eso, quieren tener bien cogidas a sus esposas, hacerse sentir… Vos me traes juguetes cada vez más grandes, que no te voy a mentir, cada vez los disfruto más, pero también cada vez me va a bailar más la tuya.” Respondí cómo sólo un cornudo lo haría: “Me encanta que te baile… Es muy humillante y placentero a la vez. Me volves loco cuando te pones bien forra”. Se sonrió y disparó: “Ah, vos sos masoquista… Te gusta que sea mala… Mira que puedo ser muy mala si quiero… No creo que te lo banques… Vení… Cógeme vos…” Se puso en cuatro patas, y la penetré por detrás durante un buen rato, intercalando la estimulación de su clítoris, con el amasado de sus suculentas tetas. Por momentos, la sujetaba de los pelos con una mano, y con la otra le daba un buen chirlo en el culo, o le pellizcaba los pezones, al tiempo que sus tetas se bamboleaban. Acabó varias veces más, hasta caer rendidos en la cama.
Cuando nos calmamos, retomó la charla, y por primera vez se cuestionó en voz alta su negativa a lo que tantas veces le propuse: “Me casé con un tipo que quiere que le garchen la mujer… Y yo no aprovecho”. Lo primero que salió de mí boca fue: “Aprovecha… Aprovecharme… Aprovéchate…” Inmediatamente se autoimpuso un freno: “No te hagas el superado, porque una cosa es decirlo, que sea sólo una fantasía, y otra muy distinta hacerlo… No te lo bancarías… No soportarías verme coger con otro, terminaría saliendo a coger sóla, vivimos en una ciudad chica, tarde o temprano se enteraría alguien conocido, cómo mínimo lo van a saber mis amigas, te van a gritar cornudo en la calle…” La calentura siempre nos puede a los cornudos: “No me importa lo que pueda pensar alguien más…”
María intentó convencerme de que era mejor no hacerlo, recordándome los riesgos de hacerlo: “Sos consciente de que estás jugando con fuego? Si garcho con otro, es muy probable que me guste más que hacerlo con vos… Y si además me gusta su personalidad? Y si yo le gusto a él? Y si queremos tener continuidad? Y si después no me dan ganas de estar con vos?”. Me quedé paralizado, entre la calentura, y sus planteos, fuí incapaz de decir algo. Entonces ella arremetió: “Ves, te quedas callado, porque sabes que tengo razón…No te va a gustar, y te vas a joder, porque sabes que me encanta la pija, voy a querer con uno distinto cada día, vas a coger cada vez menos, y te vas a tener que conformar con una pajita. Pensalo…” Me besó, me dijo hasta mañana, y se dió vuelta para dormir. Por el contrario, a mí me costó bastante conciliar el sueño, giré para un lado, hacia el otro, varias veces sin éxito, mí cabeza era una montaña rusa, una gran mezcla de sensaciones, que sólo se aplacaron después de la tercera paja repasando lo sucedido.
Continuará…
Cuando nos calmamos, retomó la charla, y por primera vez se cuestionó en voz alta su negativa a lo que tantas veces le propuse: “Me casé con un tipo que quiere que le garchen la mujer… Y yo no aprovecho”. Lo primero que salió de mí boca fue: “Aprovecha… Aprovecharme… Aprovéchate…” Inmediatamente se autoimpuso un freno: “No te hagas el superado, porque una cosa es decirlo, que sea sólo una fantasía, y otra muy distinta hacerlo… No te lo bancarías… No soportarías verme coger con otro, terminaría saliendo a coger sóla, vivimos en una ciudad chica, tarde o temprano se enteraría alguien conocido, cómo mínimo lo van a saber mis amigas, te van a gritar cornudo en la calle…” La calentura siempre nos puede a los cornudos: “No me importa lo que pueda pensar alguien más…”
María intentó convencerme de que era mejor no hacerlo, recordándome los riesgos de hacerlo: “Sos consciente de que estás jugando con fuego? Si garcho con otro, es muy probable que me guste más que hacerlo con vos… Y si además me gusta su personalidad? Y si yo le gusto a él? Y si queremos tener continuidad? Y si después no me dan ganas de estar con vos?”. Me quedé paralizado, entre la calentura, y sus planteos, fuí incapaz de decir algo. Entonces ella arremetió: “Ves, te quedas callado, porque sabes que tengo razón…No te va a gustar, y te vas a joder, porque sabes que me encanta la pija, voy a querer con uno distinto cada día, vas a coger cada vez menos, y te vas a tener que conformar con una pajita. Pensalo…” Me besó, me dijo hasta mañana, y se dió vuelta para dormir. Por el contrario, a mí me costó bastante conciliar el sueño, giré para un lado, hacia el otro, varias veces sin éxito, mí cabeza era una montaña rusa, una gran mezcla de sensaciones, que sólo se aplacaron después de la tercera paja repasando lo sucedido.
Continuará…
7 comentarios - "Me va a bailar la tuya"
Sigue por favor con la segunda parte.