El Juego de MIlf Tentación 1
Era una soleada tarde de verano cuando yo andaba cerca de mis 40 años, me encontré con Alex, el atractivo hijo de mi vecina.
Alex tenía 20 años y su energía juvenil irradiaba con cada paso que daba.
Desde el momento en que su mirada se cruzó conmigo, sentí como él, tenía una atracción magnética hacia mi cola.
La llama prohibida que ardía en su interior, era muy notable.
A estas alturas, pensaba en la cantidad de pajas que podría hacerse ese muchachito.
Día tras día, cuando me cruzaba con Alex, sentía sus ojos oscuros y su sonrisa coqueta, lo hacían temblar de deseo.
Pero yo sabía que debía resistir, que no podía ceder a sus impulsos.
Primero porque era el hijo de mi vecina de casi toda la vida.
Y segundo, yo podría ser claramente la madre...
Pero hubo un día que hubo un cambio en mí...
Discutimos con mi marido, y ese día estaba muy enojada. Me fui a tomar mates a lo de mi vecina.
Era verano, mucho mucho calor. Y charla va, mate viene, apareció Alex que venía de jugar a la pelota.
Su torso al descubierto, y un físico que me llamó la atención.
Decidí que era hora de jugar con el fuego de la tentación.
Empecé a vestirme cada día de manera provocativa. Algunos días con un escote pronunciado. Y otros días de calzas bien ajustadas.
Mis faldas ajustadas y escotes sugerentes dejaban poco a la imaginación.
Sabía que Alex me miraba, que su deseo iba creciendo cada día, con cada gesto, con cada insinuación.
Pero yo mantenía la distancia, jugando con sus emociones sin llegar a cruzar la línea. Lo miraba fijo... Le hacía ojitos...
Hubo días en lo que me acomodaba la ropa delante de él... Lo quería hacer desear mucho.
Que se deleitara con cada momento de nuestra seducción.
El juego se intensificó cuando comencé a dejarle notas provocativas en su habitación, cada vez que iba a lo de mi vecina a tomar mate y charlar.
Le pedía pasar al baño, y aprovechando que para llegar, debía pasar por el pasillo y la primera puerta, era la habitación de Alex.
Palabras escritas con tinta roja, que describían mis fantasías más íntimas y salvajes.
Cada nota era una invitación a la pasión, un recordatorio de lo que podría tener si se dejaba llevar por el deseo.
Alex, desconcertado y cautivado a la vez, no podía resistirse a la tentación de seguir el juego.
Cada día esperaba con ansias las notas mías, cada nueva era más atrevida que la anterior.
La tensión sexual entre nosotros era palpable, una electricidad que los envolvía y los consumía por dentro.
Alex cada vez disimulaba menos al verme. Hasta cuando me saludaba, hacía lo posible por abrazarme, tocarme, rozarme, lo que fuera para mantener contacto físico.
Pero, a pesar de la pasión que nos consumía, nos mantuvimos firmes en una promesa de no cruzar la línea.
Cada uno tenía sus razones, sus miedos y responsabilidades.
Por un lado, yo temía el juicio de la sociedad y el impacto que esto podría tener en mi reputación.
Por otro lado, Alex sabía que una relación con su vecina podría ser complicada y que podría afectar la amistad que yo tenia con su madre.
Ni mencionar, que yo tengo un esposo...
El juego de seducción continuó durante meses, alimentando nuestras fantasías y manteniendo viva la llama de la excitación.
Cada mirada, cada roce accidental, nos llevaba al borde del abismo. Pero ninguno de los dos se atrevía a dar el paso final.
Y cada día, esos roces y nuestros contactos, eran cada vez más directos.
Finalmente, una noche de verano, mientras el calor sofocante envolvía el vecindario, estaba tomando mate con mi vecina.
Alex se encontraba en el patio trasero. Haciendo ejercicio, y estaba con el torso descubierto.
La tensión se había vuelto insoportable y sus deseos estaban a punto de estallar.
Lo miré a los ojos y supieron que el momento de la verdad había llegado....
Era una soleada tarde de verano cuando yo andaba cerca de mis 40 años, me encontré con Alex, el atractivo hijo de mi vecina.
Alex tenía 20 años y su energía juvenil irradiaba con cada paso que daba.
Desde el momento en que su mirada se cruzó conmigo, sentí como él, tenía una atracción magnética hacia mi cola.
La llama prohibida que ardía en su interior, era muy notable.
A estas alturas, pensaba en la cantidad de pajas que podría hacerse ese muchachito.
Día tras día, cuando me cruzaba con Alex, sentía sus ojos oscuros y su sonrisa coqueta, lo hacían temblar de deseo.
Pero yo sabía que debía resistir, que no podía ceder a sus impulsos.
Primero porque era el hijo de mi vecina de casi toda la vida.
Y segundo, yo podría ser claramente la madre...
Pero hubo un día que hubo un cambio en mí...
Discutimos con mi marido, y ese día estaba muy enojada. Me fui a tomar mates a lo de mi vecina.
Era verano, mucho mucho calor. Y charla va, mate viene, apareció Alex que venía de jugar a la pelota.
Su torso al descubierto, y un físico que me llamó la atención.
Decidí que era hora de jugar con el fuego de la tentación.
Empecé a vestirme cada día de manera provocativa. Algunos días con un escote pronunciado. Y otros días de calzas bien ajustadas.
Mis faldas ajustadas y escotes sugerentes dejaban poco a la imaginación.
Sabía que Alex me miraba, que su deseo iba creciendo cada día, con cada gesto, con cada insinuación.
Pero yo mantenía la distancia, jugando con sus emociones sin llegar a cruzar la línea. Lo miraba fijo... Le hacía ojitos...
Hubo días en lo que me acomodaba la ropa delante de él... Lo quería hacer desear mucho.
Que se deleitara con cada momento de nuestra seducción.
El juego se intensificó cuando comencé a dejarle notas provocativas en su habitación, cada vez que iba a lo de mi vecina a tomar mate y charlar.
Le pedía pasar al baño, y aprovechando que para llegar, debía pasar por el pasillo y la primera puerta, era la habitación de Alex.
Palabras escritas con tinta roja, que describían mis fantasías más íntimas y salvajes.
Cada nota era una invitación a la pasión, un recordatorio de lo que podría tener si se dejaba llevar por el deseo.
Alex, desconcertado y cautivado a la vez, no podía resistirse a la tentación de seguir el juego.
Cada día esperaba con ansias las notas mías, cada nueva era más atrevida que la anterior.
La tensión sexual entre nosotros era palpable, una electricidad que los envolvía y los consumía por dentro.
Alex cada vez disimulaba menos al verme. Hasta cuando me saludaba, hacía lo posible por abrazarme, tocarme, rozarme, lo que fuera para mantener contacto físico.
Pero, a pesar de la pasión que nos consumía, nos mantuvimos firmes en una promesa de no cruzar la línea.
Cada uno tenía sus razones, sus miedos y responsabilidades.
Por un lado, yo temía el juicio de la sociedad y el impacto que esto podría tener en mi reputación.
Por otro lado, Alex sabía que una relación con su vecina podría ser complicada y que podría afectar la amistad que yo tenia con su madre.
Ni mencionar, que yo tengo un esposo...
El juego de seducción continuó durante meses, alimentando nuestras fantasías y manteniendo viva la llama de la excitación.
Cada mirada, cada roce accidental, nos llevaba al borde del abismo. Pero ninguno de los dos se atrevía a dar el paso final.
Y cada día, esos roces y nuestros contactos, eran cada vez más directos.
Finalmente, una noche de verano, mientras el calor sofocante envolvía el vecindario, estaba tomando mate con mi vecina.
Alex se encontraba en el patio trasero. Haciendo ejercicio, y estaba con el torso descubierto.
La tensión se había vuelto insoportable y sus deseos estaban a punto de estallar.
Lo miré a los ojos y supieron que el momento de la verdad había llegado....
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