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Los antojos de la puta embarazada de mi mujer ( parte I)

Los antojos de la puta embarazada de mi mujer ( parte I)

Estaba embarazada de siete meses, tenía una buena barriga y las tetas ya me habían crecido hasta casi doblar su volumen. Las areolas se me habían extendido y oscurecido y los pezones también se habían vuelto más grandes y eso quiere decir muy, muy grandes. Cuando me empitonaba se notaban todo. No me veía atractiva aunque el sexo con mi marido era continuo, casi todas las noches echábamos un buen polvo; había días que dos y algún fin de semana hasta tres diarios. Lo tenía en los huesos pero nunca se quejaba ni me decía que no, a mí tampoco me dolía nunca la cabeza. Y lo que era lo mejor, sin preocuparnos por los embarazos.
Mi primera vez cogiendo con otro estando embarazada fue porque me apeteció, y fue con un vecino. Mi marido le llevó a casa una tarde noche para enseñarle no sé qué cosa de sus aficiones. Era verano, hacía mucho calor y yo estaba embarazadísima. Tenía las tetas a reventar, los tobillos hinchados, manchas en la cara, una barriga enorme, estaba hinchada y con sobrepeso, y sobre todo tenía mucho calor. Tanto que solo me había puesto, unas bragas blancas de algodón que seguro que algunos conocéis, y un vestido fino de verano con un estampado bastante llamativo. La tela era muy fina y se me pegaba a la barriga, y la levantaban las tetas que, no exagero si digo que, eran el doble de lo que son ahora. Y los pezones el triple. No hacía falta ser ningún lince para saber que iba sin sujetador. Y al caminar se me notaba mucho más, las tetas se me movían de lado a lado. Y bueno, la telita era lo suficientemente fina como para que se percibieran claramente las bragas.
Mi marido llegó a casa acompañado por un vecino con sus mismas aficiones. Me lo presentó y comenzamos una charla totalmente trivial mientras mi marido iba en busca de esas cosas a las que se dedica como afición. Cuando regresó su mejor saludo fue una sonora nalgada en mi culo que me sobresaltó, y también al vecino. Y cómo siempre ha sido un cabron al tiempo que le entregaba al vecino lo que había ido a buscar, me comenzó a amasar el culo diciéndole al vecino― ¿esta buena mi mujercita?
El vecino me miró muy cohibido, se puso encarnado, y luego miró al suelo mientras asentía con la cabeza y balbuceaba lo que parecía una afirmación. Mientras, mi marido había pasado un brazo por mi espalda y me amasaba una teta. A mi me gustaba, siempre me gusta que me amasen las tetas, pero estaba muy cortada. El vecino había levantado la mirada del suelo para ver a mi marido, detrás de mí, amasándome las tetas a manos llenas.
― Esta noche echaremos un buen palo―le dijo el cabron de mi marido al pobre vecino. A mí me daba pena ver lo mal que lo estaba pasando aunque ya me estaba empezando a poner cachonda. ― ¿A qué te gustaría follártela? ―insistió mi marido .
El pobre chico no sabía ni que responder ni que hacer, así que sencillamente huyó. Se dio la vuelta sin dejar de mirar al suelo, se fue hacia la puerta, y se fue con bastante prisa. Mientras tanto, mi marido me amasaba una teta con la mano izquierda mientras con la derecha me apretaba la entrepierna y su boca buscaba a la mía. Yo ya estaba lo suficientemente cachonda como para follármelo allí mismo. Me quité la ropa y le ordené que hiciera lo mismo y se tumbara de espaldas en el suelo, me puse encima, cogí su polla con mi mano derecha mientras con la izquierda pellizcaba el pezón de la teta del otro lado. Dirigí la polla a mi coño, y fui metiéndomela mientras me bajaba. Me empalé y lo cabalgué hasta que me corrí. Como lo mío es más fácil, seguí moviendo la cadera hasta que él también se corrió.
Me resultó ser un palo muy satisfactorio aunque me sentí molesta, casi irritada. No podía dejar de recordar al vecino, totalmente ruborizado mirándonos mientras follábamos. Luego, en la cama, volvimos a follar y volví a imaginarme al vecino, muy ruborizado y mirando al suelo. Más tarde soñé que estaba al lado de mi cama, con algo en las manos pero no me miraba, solo miraba al suelo. Me desperté en plena noche con una más que notable calentura y me pajeé compulsivamente hasta que volví a dormirme.
A la mañana siguiente, después de desayunar, mi marido se dio cuenta, de que los cachivaches que había buscado, para mostrarlos al vecino, no estaban. Lo comentó y supusimos que el pobre, todo avergonzado, y sin saber qué hacer, se los había llevado inadvertidamente por puro azoramiento, cuando huyó despavorido, y aparentemente avergonzado.
― No sé por qué tanta timidez. Te hubiera podido follar si hubiera querido. A mí no me hubiera molestado.
Mi marido se fue al trabajo y yo al baño a ducharme. Acababa de desnudarme cuando sonó el timbre de la puerta. Pensé que era mi marido que había olvidado algo, y las llaves. Así que me volví a poner el camisón, pero solo el camisón. Era blanco, de verano, por encima de medio muslo, y blanco, muy fino y casi transparente. Al verme en el espejo me di cuenta de que se me transparentaban las areolas y el coño se notaba bastante; parecía que casi no llevaba nada. Pero se suponía que era mi marido y que nada que pudiera ver le sorprendería.
― ¿Qué has olvidado esta vez? ―dije al tiempo que abría la puerta de par en par. Mi sorpresa fue mayúscula, allí estaba el vecino de la noche anterior

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