Con mi marido habíamos decidido aprovechar éste 14 de febrero, día de los enamorados, para afianzar una relación que, desde hace tiempo, se viene cayendo a pedazos.
Luego del trabajo nos encontraríamos para cenar, hablar de nosotros, del presente, del futuro, y por supuesto, coronar la noche haciendo el amor en el mejor albergue transitorio de la ciudad.
Amo a mi marido, que le meta los cuernos no significa que no sienta nada por él, es el hombre que elegí para compartir mi vida y para que sea el padre de mis hijos, aunque ninguno sea suyo. Por eso me esforcé para que todo salga perfecto.
Dejé a mis hijos en San Justo, y de ahí me fui a comprar ropa y zapatos. Esa noche todo debía ser de estreno, incluso la ropa interior, un infartante conjunto que me compré en un local especializado.
Me preparé desde temprano, entusiasmada con una velada que, debo decir, venía esperando desde hace tiempo. Hasta había llegado al extremo de no tener sexo por varios días (bueno, unos pocos, tampoco exageremos) para desfogarme todo con él, con mi marido.
Me puse el perfume que a él le gusta y salí.
Llegué al restaurante un rato antes de la hora. Yo misma había hecho la reserva con varios días de antelación, igual que con el telo, ya que como es costumbre en ésta fecha en especial todas las parejas salen a celebrar su amor... Las legales y las no tanto...
Cuando el mozo se acerca con el menú, le digo que estoy esperando a alguien, aunque le pido una copa de vino blanco.
Pasan los minutos, también las copas, y mi marido que no llega. Cuando ya va para media hora, no aguanté y lo llamé. Me atendió de lo más normal. No le dije que lo estaba esperando, sino que le pregunté si iba a tardar mucho en llegar.
-Todavía tengo para un rato amor, estoy en una cena con los capos de Bodegas Argentinas, así que imaginate, no me esperes despierta, vos comé y acostate, y dales un beso a los chicos de mi parte, mañana te cuento...-
Así como lo leen, ni se le pasó por la cabeza que lo estuviera esperando en el restaurante. Se había olvidado de nuestra cita en el día de los enamorados. Me mandó flores sí, en la mañana, con una tarjeta muy romántica, pero lo que de verdad importaba era lo de esa noche.
Estoy por decírselo, por echarle en cara haberse olvidado del compromiso que teníamos, pero a último momento me echo para atrás.
-Ok mi amor, que salga todo bien, mañana hablamos, un beso...- me despido y apago el celular.
Estoy segura de que en algún momento se va a acordar, y va a llamarme para pedirme perdón, pero no estoy de humor para escucharlo.
Pago la cuenta y salgo del restaurante, soportando las miradas de todos aquellos que saben que me dejaron plantada en una fecha tan especial. Ah, pero no le va a salir barato el plantón, la venganza va a ser terrible...
Recién cuándo estoy en la vereda, me doy cuenta de que no pedí un taxi. Por suerte aparece uno que deja a una pareja ahí mismo, frente al restaurante, y me subo sin preguntarle si está disponible.
-Disculpe, pero ya terminé mi turno, éste era mi último viaje- me avisa el chofer.
-Por favor, solo quiero salir de acá- le digo.
No estoy con ganas de bajarme y buscar otro taxi, así que le insisto.
-Sí querés podés ir yendo para tu casa, no me importa, después me pido un Uber...- le digo, nombrando a propósito el servicio de la competencia.
El tachero asiente y se pone en marcha, empezando a recorrer las calles de Palermo, que es dónde está ese restaurante en el cuál hay que reservar con varias semanas de anticipación.
No sé cuánto tiempo habrá pasado desde que me subí, pero cuando presto atención, me doy cuenta que estamos en una zona que no reconozco.
-¿En dónde estamos?- le pregunto.
-En Flores...- me indica.
Los letreros de las esquinas señalan que vamos por la avenida Cobo, así que estamos en el Bajo Flores, para ser más precisos.
-Mirá, yo vivo a un par de cuadras, tengo que pasar un momento por mi casa, si querés te podés pedir un Uber o me esperás y te llevo adónde vayas, como quieras...- me dice.
-¿Vas a demorar mucho?- quiero saber.
-Un par de minutos, es que les tengo que dar de comer a los gatos de un amigo, la casa es suya, me la está prestando porqué..., bueno, me separé hace poco- me explica.
-¿Y parte del pago es darle de comer a sus mascotas...?-
-Sí, y además si no lo hago no dejan dormir a los vecinos con los maullidos-
Dobla en Curapaligüe y se estaciona casi a mitad de cuadra, enfrente de lo que parece ser un Centro de Salud.
-Es acá...- me dice -¿Me esperás o te pedís el Uber?-
-Te espero, sino te molesta, lo que pasa es que no quiero prender el celular-
-Te entiendo, te dejaron plantada, ¿no?-
-Justo en éste día, así que imaginate como estoy- me lamento.
Se baja, cierra la puerta y no hace dos pasos que se vuelve.
-Porque mejor no me acompañás, no hace mucho que estoy en el barrio, pero no creo que sea seguro que te quedes acá sola a esta hora-
En eso tiene razón, aunque me muestro un poco indecisa con respecto a ir a la casa de un extraño... (es sarcasmo).
-Te prometo que solo van a ser un par de minutos- insiste.
Finalmente acepto su propuesta, así que me bajo del taxi y voy con él. Entramos por una puerta que está al costado de un taller mecánico y subimos al primer piso. La escalera es angosta, así que subo yo por delante y él por detrás, obvio que mirándome el culo mientras subimos.
Apenas entramos al departamento, los gatos empiezan a maullar. Son dos gatos persas, grandes, hermosos. El tachero abre una lata dónde está el alimento y le sirve a cada uno en su respectivo plato. También les pone agua.
-¿Querés tomar algo?- me pregunta -Agua, gaseosa, o... vodka, para olvidar las penas, jajaja...- bromea.
-El vodka está bien- le digo, sorprendiéndolo.
Sin que me lo diga, me siento en el sofá mientras él sirve las bebidas.
-Todavía no sé su nombre, señor taxista- le digo, prestándole atención por primera vez desde que me subí a su taxi.
Cuarenta y tantos, morocho, pelo entrecano, no especialmente atractivo, pero con una fuerte impronta varonil.
-Walter, ¿y vos?...- responde, acercándose con dos vasos.
-Mariela...- me presento, agarrando el mío.
Se sienta a mí lado, brindamos, y bebemos.
-El que te dejó plantada fue tu marido, ¿no?- me pregunta.
Le digo que sí.
-Perdoná que te lo diga pero es un boludazo, perderse algo así...- comenta, recorriéndome de los pies a la cabeza con una mirada más que expresiva.
-¿Te parece...?- le pregunto, pareciendo estar insegura de mí misma.
-Por supuesto, mirá yo ahora mismo me estoy separando, un quilombo, pero si una mujer como vos me hubiera estado esperando, y más en el día de los enamorados, nada me impedía estar en ese restaurante-
Me gusta como me habla, como me mira, como me hace sentir, obvio que todo eso lo dice para garcharme, pero aunque se trate de una obviedad, a las mujeres nos gusta que nos endulcen los oídos.
-Lástima que él no piense lo mismo...- le digo.
-Lo que tenés que hacer es olvidarte y cagarlo de la peor manera, pegarle dónde más le duela-
-¿Y eso sería...?-
-Poniéndole los cuernos, obvio...-
-Jajaja... No es una mala idea, pero tendría que ir a un bar o un boliche, esperar que se acerque alguien que me guste, ver si hay onda, mucho lío, mejor me voy a casa y me meto en la cama, mañana será otro día...-
-En realidad no tendrías que buscar mucho, acá mismo tenés un candidato ideal...- me dice, refiriéndose a él mismo.
-¿En serio estarías dispuesto a ayudarme a ser infiel?- le pregunto.
Sí, le pregunté eso. Obvio que todo era un juego, bueno, para mí lo era, aunque creo que él de verdad creía estar seduciéndome, sin imaginar que había decidido garchármelo ni bien bajé del taxi.
-¿Te sabés la canción de Arjona?- me pregunta.
Lo miro sin entender.
-Cuente con un servidor señora, si lo que quiere es vengarse...- recita.
Me río de nuevo.
-Además, tenés que saber que me fui de mi casa hace más de un mes y desde entonces no la pongo, así que podés estar segura de que te vas a vengar bien vengada. Cuando lo vuelvas a ver al pelotudo de tu marido, le vas a dar las gracias por haberte dejado plantada-
-Mirá que sos chamuyero, eh, casi que me estás convenciendo...- le sonrío.
-No le des más vuelta, si me das la chance te hago olvidar de tu marido, de San Valentín y hasta de que estás casada...-
-¿Y cómo harías para que me olvide de una decepción así?- lo cebo.
Deja el vaso en el suelo y se acerca aún más, sopesando en todo momento mis gestos, mis reacciones. No está convencido todavía de que le haya resultado todo tan fácil, por lo que se mantiene a una prudente distancia, así que soy yo la que lo agarra de la camisa, lo atraigo hacía mí y lo beso en la boca. Cuando le enrosco la lengua con la mía, entonces ahí sí, se despeja de cualquier duda y me rodea con sus brazos.
Una de sus manos se desliza por la parte baja de mi espalda y me acaricia la cola.
-Si fuera tu marido sería San Valentín todos los días...- me asegura.
-Seguro que tu mujer te echó porque se cansó de que le pongas los cuernos...- le digo, masajeándole ya el bulto por sobre el pantalón.
Me bajo los breteles del vestido y desabrochando el corpiño por adelante, un modelo que había comprado para esa noche en especial, le ofrezco mis pechos, para que me los chupe y muerda, mientras yo le abro la bragueta y lo tironeo de la poronga.
El tachero está que delira por como se la estoy apretando, me mira con unos ojos que apenas pueden discernir si se trata de realidad o fantasía.
Me echo en el suelo, para estar más cómoda, le bajo el pantalón hasta los tobillos, y comienzo a lamer toda su virilidad, desde la cabeza hasta las bolas. Lo saboreo con los labios, la lengua, el paladar, haciendo que se retuerza del gusto.
-¡Me vas a hacer acabar...!- me advierte, justo cuando la pija se le pone en un estado de tensión que hace que las venas sobresalgan de la piel y la cabeza se ponga más roja todavía, casi amoratada.
-No te preocupes... Tenemos toda la noche- le recuerdo, chupándosela entonces con más énfasis.
-¡Acabo... Acabo... Acabo...!- casi que grita cuando está a punto de soltar toda la carga.
-¡Dale... dame la chechona... no te guardes nada!- lo incentivo.
Se levanta y se la empieza a sacudir él mismo, con fuerza, como si quisiera arrancarse la piel. Yo me quedo ahí, de rodillas en el suelo, con la cara levantada, esperando ansiosa el bautismo lácteo.
Unas cuantas sacudidas más, me apunta, y...
¡SPLASH 💦!
...la leche le salta incontenible, desbordante, cubriéndome toda la cara con su agradable tibieza.
Ante tan precipitado torrente seminal, cierro los ojos, y los mantengo así, apretados, durante un rato, pero cuando quiero abrirlos, no puedo, ya que tengo las pestañas pegoteadas, como si me hubiera derramado engrudo.
-¡Creo que voy a tener que darme una ducha...!- le digo riéndome, sintiendo como los grumos de semen gotean sobre mis pechos.
También me salpicó el vestido, pero después del plantón de mi marido, y aunque lo haya comprado especialmente para la ocasión, no me importaba mancharlo con la leche de otro hombre.
-Te dije que hace como un mes que no la pongo- me recuerda, mientras me ayuda a levantarme y me conduce al baño.
Allí, mientras él se mantiene a un costado, me saco la ropa, abro la ducha y me meto a la bañera.
Cuando me enjuago la cara y puedo abrir los ojos, veo que se la está meneando de nuevo.
-Vení...- le digo - Haceme compañía...-
Ya está desnudo, así que se mete directo. Nos abrazamos y nos besamos bajo el agua de la ducha. Así, como debería estar con mi marido luego de hacer el amor en un telo de lujo, estaba con un extraño llamado Walter, de profesión taxista, en un primer piso por escalera del Bajo Flores.
Mi noche no estaba saliendo como la había planeado, sino mucho, muchísimo mejor.
Salimos de la ducha, nos secamos y volvemos a la sala, en dónde sirve otra ronda de vodka.
-¿Cogemos acá?- le pregunto, tras vaciar mi vaso.
-Mejor en el cuarto, vamos a estar más cómodos- agarra la botella y hacia allá vamos, desnudos, calientes, dos bombas de tiempo sincronizadas para explotar al mismo tiempo.
Típico de hombre soltero o recién separado, la cama está sin hacer y la ropa tirada por todos lados.
Nos abrazamos y nos besamos, cayendo enredados sobre las sábanas. Desde mis labios resbala hasta mi entrepierna. Primero me besa la parte interna de los muslos, para luego centrar toda su atención en mi sexo, al cuál le dedica unas largas y entusiastas lamidas.
-¡Estás riquísima...!- exclama, asomándose por entre mis piernas, la cara impregnada en mis jugos íntimos.
Le respondo con un suspiro, amasándome las tetas, entregándome a esa boca que pretende devorar todo lo que tiene enfrente.
Tras dejarme la concha hecha una sopa, se la chupo de nuevo, continuando el trámite que había iniciado en la sala. La tiene más dura y armada que antes, o por lo menos así me lo parece.
Me echo de espalda y me abro de piernas, la concha abierta, húmeda y enrojecida de excitación. Se pone encima mío y me besa larga, efusivamente, mientras me la pone entre los gajos. No me la mete, solo espera mi reacción.
-¿No te vas a poner forro?- le pregunto, sintiendo como puntea esa parte de mi cuerpo que, en momentos así, se vuelve puro fuego.
-Quiero cogerte así, a pelo...-
Cómo decirle que no cuándo ya la tiene ahí, a las puertas de mi sexo, hinchada, entumecida, goteando de placer. No debería hacerlo, ya que no es recomendable tener sexo sin protección con un desconocido, pero entre el despecho y la calentura, creo que me enceguecí, y cuándo quise reaccionar, ya estaba empujando mis caderas hacia arriba, y ensartándomela yo misma, "a pelo", tal cuál su vívido reclamo.
Exhalo un largo suspiro cuando lo siento resbalar adentro, yéndose a guardar en lo más profundo.
Vuelve a besarme, con toda la boca, su lengua enredándose con la mía, garchándome con un ritmo certero, contundente, arrebatado.
Me cobijo bajo su cuerpo, mucho más grande y pesado que el mío, disfrutando cada clavada con exultantes suspiros de placer.
Sus huevos, calientes y a rebosar, chocan contra mi entrepierna, provocando ese excitante PLAP PLAP PLAP, que se mezcla armoniosamente con nuestros jadeos. Encima, la cama rechina debajo nuestro, agregándole un morbo extra al momento.
Cuando me pongo en cuatro, me agarra de las caderas y me embiste con todo, flagelándome con esa virilidad que parece estar en llamas.
Me coge sin pausa, impactándome con un vigor electrizante, haciendo que mi concha se derrita del gusto.
Le pido que me avise cuándo esté por acabar, no porque no quiera que me acabe adentro, sino porque se me antoja otra cosa.
No me responde, pero me sigue dando, bombeándome a full, sacudiendo hasta la última vértebra de mi cuerpo con cada embestida.
-¡La puta madre, acabo... acabo de nuevo...!- me anuncia entre sacudones más que evidentes.
Me doy la vuelta, y antes de que empiece a salpicar, se la agarro y me la meto en la boca. Apenas alcanzo a cerrar los labios en torno a tan pegajoso volumen, que recibo el primer lechazo en el paladar.
Me lo trago junto con todo lo demás, relamiéndome del gusto, sintiendo como ese efusivo borboteo se derrama como una cascada por mi garganta.
Aunque ya soltó todo lo que tenía en los huevos, se la sigo chupando, con avidez, disfrutando ese sabor (a pija y a semen, mezclado con mi propio sexo) que debe figurar entre los más deliciosos del mundo.
Pese a la cuantiosa descarga, todavía la tiene dura, con esa firmeza que resulta todo un privilegio luego de una acabada semejante. A muchos se les desinfla enseguida tras el primer polvo, pero el taxista seguía como si recién estuviera empezando. Obvio que eso me puso a mil, así que ahí mismo, me le trepé encima, y sentándome sobre sus piernas, me la volví a meter.
Con él arrodillado y yo de cuclillas, nos abrazamos y nos empezamos a balancear al unísono, disfrutando de esa sensación sin igual que te proporciona el estar tan íntimamente unidos.
Busco su boca y lo beso, chupando su lengua, mordiendo sus labios, sintiendo un repiqueteo en mi interior, ese fragor que te sujeta y no te suelta sino hasta el estallido final.
-¿Te acabo adentro?- más que una pregunta es un deseo de su parte.
-En la concha no...- le digo en un susurro, sin dejar de deslizarme arriba y abajo a lo largo de su pijazo.
Me bajo de encima suyo y poniéndome de nuevo en cuatro, me abro las nalgas y le digo:
-Podés acabarme en el culo, si querés...-
Los ojos se le abren como a un dibujo animado al ver delante suyo el orificio negro y palpitante. No me lo lubrica, me la pone directo, así, empapada en el flujo de mi concha. Cuando empieza a resbalar hacia dentro, cierro los ojos y apoyando la cara en el colchón, recibo entre plácidos quejidos todo ese delicioso entubamiento.
El sexo anal constituye el acto de entrega más íntimo y completo que una mujer puede hacerle a un hombre. Y más aún a un desconocido, que un completo extraño te la meta por el culo es prueba más que suficiente de lo puta que podemos llegar a ser.
Ahí, con el culo atravesado por la verga del tachero, me retuerzo de placer, de gozo, de una satisfacción cruda y violenta.
-¡Bestia... sos una bestia...!- le grito una y otra vez, empujando el culo contra su cuerpo, para que me siga perforando, para que me la entierre hasta que ya no entre más nada.
Me agarra fuerte de las caderas, clavándome casi los dedos en el hueso, y me empieza a culear en forma bruta y arrebatada, haciéndome retumbar las nalgas a puro pijazo, uno más fuerte y vibrante que el otro.
Eso es lo que me gusta, lo que me excita, lo que me motiva... Cuándo aflora esa hombría primigenia, la virilidad en su máximo esplendor.
PLAP PLAP PLAP... PLAP PLAP PLAP...
El estallido de la carne contra la carne.
PLAP PLAP PLAP... PLAP PLAP PLAP...
Los cuerpos rebotando el uno contra el otro.
El tachero suelta una profusa exhalación, y quedándose adentro, me desborda el culo de leche. No puedo ser menos, así que con los dedos me arranco yo misma otro orgasmo.
Los dos acabamos entre gritos y exclamaciones, lo lamento por los vecinos, pero ésta vez no eran los gatos los que no los dejaban dormir, sino el quilombo que estábamos haciendo.
-¡Dios...! Creo que me desgarraste la chota...- me dice, mirándosela y riéndose.
No la tiene desgarrada, pero sí toda enrojecida de tanto garche.
-¿Y vos bruto? Tenías que acabarme adentro un poquito, no todo, ahora no sé hasta cuándo voy a estar cagando leche...- le digo también riéndome.
-¡Mirá...!- le digo, y tras unas cuantas contracciones de los músculos anales, el semen me sale a chorros del culo.
-¡Jajaja...! ¿Ibas a festejar así con tu marido?- se ríe, palmeándome fuerte la cola.
Seguro que no, pienso, mi marido es mucho más serio, formal... aburrido, jamás se permitiría tomarse a broma el hecho de que me salga leche del culo.
-Ahora me dió hambre- le digo, recostándome a su lado.
Pedimos pizza y cervezas. Comemos en la cama, desnudos, bromeando, riéndonos de todo. No le digo que me especializo en seguros de taxi, aunque me entero que está asegurado en nuestra Compañía.
También me contó porqué la mujer lo echó de la casa, fue porque le fue infiel con su cuñada... Sí... Con la misma hermana de su mujer, que tiene como diez años menos.
-Te lo tenés merecido...- le digo, solidarizándome con su esposa, aunque no la conozca -Habiendo tantas mujeres, vas y te encamás justo con la hermana-
-Soy un boludo...- acepta -Lo que pasa es que es idéntica a mi esposa cuando tenía su edad y nos pusimos de novios-
-No creo que eso lo justifique-
-¿Que voy a hacer? La carne es débil- repone tocándome una teta.
Y como si mi cuerpo quisiera darle la razón, al sentir su tacto, el pezón se me hincha y endurece.
-¿Ves? En eso estamos de acuerdo...- repone.
A modo de respuesta, aparto las cajas de pizza, y separo las piernas, para que su mano recorra el trayecto hacia mi sexo, de nuevo húmedo y caliente.
Introduce uno, dos, hasta tres dedos, moviéndolos adentro, sacando y esparciendo sobre mi vientre un líquido pegajoso, como mielcita.
Primero me chupa a mí, y luego yo a él, poniéndosela de nuevo en su prime. Ya había acabado tres veces, las tres en forma cuantiosa, pero aún así todavía tenía los huevos hinchados. Se ve que era cierto eso de que estuvo más de un mes sin ponerla.
Se acomoda encima mío y me penetra, ésta vez con dulzura, hasta diría que con cariño, nada que ver con el ímpetu mostrado anteriormente.
Cuando ya está todo adentro, no se empieza a mover enseguida, sino que me la deja ahí guardada, bien abrigada y contenida, y se queda mirándome. En sus ojos alcanzo a percibir un brillo especial, no digo de amor, pero sí de algo emotivo, espiritual.
Me envuelvo a su cuerpo con brazos y piernas, y lo beso con intensidad, las bocas abiertas, las lenguas chocando, las salivas mezclándose.
-¡Que rico me cogés... mmmhhhh... no dejo de mojarme!- le digo entre jadeos cuando me empieza a bombear en forma lenta aunque efectiva.
En ese momento de la noche, mareados por la cerveza y el vodka, hacemos el amor, no solo nos penetramos, también nos besamos, acariciamos, sintiéndonos de todas las formas posibles.
Me gusta como apoya la cara entre el hueco que forma mi cuello y el hombro, y me huele, aspirando tan profundamente que pareciera querer guardarse para siempre mi aroma en los pulmones.
Ése, el último de la noche, fue un polvo hermoso, divino, una explosión hormonal que me (nos) dejó en trance hasta un buen rato después de haber acabado.
Luego nos quedamos dormidos, abrazados, desnudos, con él haciéndome cucharita.
Cuando me desperté, lo primero que hice fue prender el celular. Tenía un montón de mensajes y llamadas perdidas de mi marido. No les di mayor importancia.
La mejor venganza era estar leyendo sus disculpas en la cama de otro hombre.
Con Walter desayunamos y volvimos a coger en la cocina, un rapidito, ya que toda la energía la dejamos en la cama la noche anterior.
Nos duchamos y luego me acercó a casa en su taxi. Mi marido ya se había ido a trabajar, así que me cambié y fui a la oficina.
Estuve varios días sin hablarle, y no porqué todavía estuviera enojada por dejarme plantada, sino porqué no quería darle explicaciones de adónde había estado esa noche.
Ése fue mi festejo... Mi propio San Valentín...
Luego del trabajo nos encontraríamos para cenar, hablar de nosotros, del presente, del futuro, y por supuesto, coronar la noche haciendo el amor en el mejor albergue transitorio de la ciudad.
Amo a mi marido, que le meta los cuernos no significa que no sienta nada por él, es el hombre que elegí para compartir mi vida y para que sea el padre de mis hijos, aunque ninguno sea suyo. Por eso me esforcé para que todo salga perfecto.
Dejé a mis hijos en San Justo, y de ahí me fui a comprar ropa y zapatos. Esa noche todo debía ser de estreno, incluso la ropa interior, un infartante conjunto que me compré en un local especializado.
Me preparé desde temprano, entusiasmada con una velada que, debo decir, venía esperando desde hace tiempo. Hasta había llegado al extremo de no tener sexo por varios días (bueno, unos pocos, tampoco exageremos) para desfogarme todo con él, con mi marido.
Me puse el perfume que a él le gusta y salí.
Llegué al restaurante un rato antes de la hora. Yo misma había hecho la reserva con varios días de antelación, igual que con el telo, ya que como es costumbre en ésta fecha en especial todas las parejas salen a celebrar su amor... Las legales y las no tanto...
Cuando el mozo se acerca con el menú, le digo que estoy esperando a alguien, aunque le pido una copa de vino blanco.
Pasan los minutos, también las copas, y mi marido que no llega. Cuando ya va para media hora, no aguanté y lo llamé. Me atendió de lo más normal. No le dije que lo estaba esperando, sino que le pregunté si iba a tardar mucho en llegar.
-Todavía tengo para un rato amor, estoy en una cena con los capos de Bodegas Argentinas, así que imaginate, no me esperes despierta, vos comé y acostate, y dales un beso a los chicos de mi parte, mañana te cuento...-
Así como lo leen, ni se le pasó por la cabeza que lo estuviera esperando en el restaurante. Se había olvidado de nuestra cita en el día de los enamorados. Me mandó flores sí, en la mañana, con una tarjeta muy romántica, pero lo que de verdad importaba era lo de esa noche.
Estoy por decírselo, por echarle en cara haberse olvidado del compromiso que teníamos, pero a último momento me echo para atrás.
-Ok mi amor, que salga todo bien, mañana hablamos, un beso...- me despido y apago el celular.
Estoy segura de que en algún momento se va a acordar, y va a llamarme para pedirme perdón, pero no estoy de humor para escucharlo.
Pago la cuenta y salgo del restaurante, soportando las miradas de todos aquellos que saben que me dejaron plantada en una fecha tan especial. Ah, pero no le va a salir barato el plantón, la venganza va a ser terrible...
Recién cuándo estoy en la vereda, me doy cuenta de que no pedí un taxi. Por suerte aparece uno que deja a una pareja ahí mismo, frente al restaurante, y me subo sin preguntarle si está disponible.
-Disculpe, pero ya terminé mi turno, éste era mi último viaje- me avisa el chofer.
-Por favor, solo quiero salir de acá- le digo.
No estoy con ganas de bajarme y buscar otro taxi, así que le insisto.
-Sí querés podés ir yendo para tu casa, no me importa, después me pido un Uber...- le digo, nombrando a propósito el servicio de la competencia.
El tachero asiente y se pone en marcha, empezando a recorrer las calles de Palermo, que es dónde está ese restaurante en el cuál hay que reservar con varias semanas de anticipación.
No sé cuánto tiempo habrá pasado desde que me subí, pero cuando presto atención, me doy cuenta que estamos en una zona que no reconozco.
-¿En dónde estamos?- le pregunto.
-En Flores...- me indica.
Los letreros de las esquinas señalan que vamos por la avenida Cobo, así que estamos en el Bajo Flores, para ser más precisos.
-Mirá, yo vivo a un par de cuadras, tengo que pasar un momento por mi casa, si querés te podés pedir un Uber o me esperás y te llevo adónde vayas, como quieras...- me dice.
-¿Vas a demorar mucho?- quiero saber.
-Un par de minutos, es que les tengo que dar de comer a los gatos de un amigo, la casa es suya, me la está prestando porqué..., bueno, me separé hace poco- me explica.
-¿Y parte del pago es darle de comer a sus mascotas...?-
-Sí, y además si no lo hago no dejan dormir a los vecinos con los maullidos-
Dobla en Curapaligüe y se estaciona casi a mitad de cuadra, enfrente de lo que parece ser un Centro de Salud.
-Es acá...- me dice -¿Me esperás o te pedís el Uber?-
-Te espero, sino te molesta, lo que pasa es que no quiero prender el celular-
-Te entiendo, te dejaron plantada, ¿no?-
-Justo en éste día, así que imaginate como estoy- me lamento.
Se baja, cierra la puerta y no hace dos pasos que se vuelve.
-Porque mejor no me acompañás, no hace mucho que estoy en el barrio, pero no creo que sea seguro que te quedes acá sola a esta hora-
En eso tiene razón, aunque me muestro un poco indecisa con respecto a ir a la casa de un extraño... (es sarcasmo).
-Te prometo que solo van a ser un par de minutos- insiste.
Finalmente acepto su propuesta, así que me bajo del taxi y voy con él. Entramos por una puerta que está al costado de un taller mecánico y subimos al primer piso. La escalera es angosta, así que subo yo por delante y él por detrás, obvio que mirándome el culo mientras subimos.
Apenas entramos al departamento, los gatos empiezan a maullar. Son dos gatos persas, grandes, hermosos. El tachero abre una lata dónde está el alimento y le sirve a cada uno en su respectivo plato. También les pone agua.
-¿Querés tomar algo?- me pregunta -Agua, gaseosa, o... vodka, para olvidar las penas, jajaja...- bromea.
-El vodka está bien- le digo, sorprendiéndolo.
Sin que me lo diga, me siento en el sofá mientras él sirve las bebidas.
-Todavía no sé su nombre, señor taxista- le digo, prestándole atención por primera vez desde que me subí a su taxi.
Cuarenta y tantos, morocho, pelo entrecano, no especialmente atractivo, pero con una fuerte impronta varonil.
-Walter, ¿y vos?...- responde, acercándose con dos vasos.
-Mariela...- me presento, agarrando el mío.
Se sienta a mí lado, brindamos, y bebemos.
-El que te dejó plantada fue tu marido, ¿no?- me pregunta.
Le digo que sí.
-Perdoná que te lo diga pero es un boludazo, perderse algo así...- comenta, recorriéndome de los pies a la cabeza con una mirada más que expresiva.
-¿Te parece...?- le pregunto, pareciendo estar insegura de mí misma.
-Por supuesto, mirá yo ahora mismo me estoy separando, un quilombo, pero si una mujer como vos me hubiera estado esperando, y más en el día de los enamorados, nada me impedía estar en ese restaurante-
Me gusta como me habla, como me mira, como me hace sentir, obvio que todo eso lo dice para garcharme, pero aunque se trate de una obviedad, a las mujeres nos gusta que nos endulcen los oídos.
-Lástima que él no piense lo mismo...- le digo.
-Lo que tenés que hacer es olvidarte y cagarlo de la peor manera, pegarle dónde más le duela-
-¿Y eso sería...?-
-Poniéndole los cuernos, obvio...-
-Jajaja... No es una mala idea, pero tendría que ir a un bar o un boliche, esperar que se acerque alguien que me guste, ver si hay onda, mucho lío, mejor me voy a casa y me meto en la cama, mañana será otro día...-
-En realidad no tendrías que buscar mucho, acá mismo tenés un candidato ideal...- me dice, refiriéndose a él mismo.
-¿En serio estarías dispuesto a ayudarme a ser infiel?- le pregunto.
Sí, le pregunté eso. Obvio que todo era un juego, bueno, para mí lo era, aunque creo que él de verdad creía estar seduciéndome, sin imaginar que había decidido garchármelo ni bien bajé del taxi.
-¿Te sabés la canción de Arjona?- me pregunta.
Lo miro sin entender.
-Cuente con un servidor señora, si lo que quiere es vengarse...- recita.
Me río de nuevo.
-Además, tenés que saber que me fui de mi casa hace más de un mes y desde entonces no la pongo, así que podés estar segura de que te vas a vengar bien vengada. Cuando lo vuelvas a ver al pelotudo de tu marido, le vas a dar las gracias por haberte dejado plantada-
-Mirá que sos chamuyero, eh, casi que me estás convenciendo...- le sonrío.
-No le des más vuelta, si me das la chance te hago olvidar de tu marido, de San Valentín y hasta de que estás casada...-
-¿Y cómo harías para que me olvide de una decepción así?- lo cebo.
Deja el vaso en el suelo y se acerca aún más, sopesando en todo momento mis gestos, mis reacciones. No está convencido todavía de que le haya resultado todo tan fácil, por lo que se mantiene a una prudente distancia, así que soy yo la que lo agarra de la camisa, lo atraigo hacía mí y lo beso en la boca. Cuando le enrosco la lengua con la mía, entonces ahí sí, se despeja de cualquier duda y me rodea con sus brazos.
Una de sus manos se desliza por la parte baja de mi espalda y me acaricia la cola.
-Si fuera tu marido sería San Valentín todos los días...- me asegura.
-Seguro que tu mujer te echó porque se cansó de que le pongas los cuernos...- le digo, masajeándole ya el bulto por sobre el pantalón.
Me bajo los breteles del vestido y desabrochando el corpiño por adelante, un modelo que había comprado para esa noche en especial, le ofrezco mis pechos, para que me los chupe y muerda, mientras yo le abro la bragueta y lo tironeo de la poronga.
El tachero está que delira por como se la estoy apretando, me mira con unos ojos que apenas pueden discernir si se trata de realidad o fantasía.
Me echo en el suelo, para estar más cómoda, le bajo el pantalón hasta los tobillos, y comienzo a lamer toda su virilidad, desde la cabeza hasta las bolas. Lo saboreo con los labios, la lengua, el paladar, haciendo que se retuerza del gusto.
-¡Me vas a hacer acabar...!- me advierte, justo cuando la pija se le pone en un estado de tensión que hace que las venas sobresalgan de la piel y la cabeza se ponga más roja todavía, casi amoratada.
-No te preocupes... Tenemos toda la noche- le recuerdo, chupándosela entonces con más énfasis.
-¡Acabo... Acabo... Acabo...!- casi que grita cuando está a punto de soltar toda la carga.
-¡Dale... dame la chechona... no te guardes nada!- lo incentivo.
Se levanta y se la empieza a sacudir él mismo, con fuerza, como si quisiera arrancarse la piel. Yo me quedo ahí, de rodillas en el suelo, con la cara levantada, esperando ansiosa el bautismo lácteo.
Unas cuantas sacudidas más, me apunta, y...
¡SPLASH 💦!
...la leche le salta incontenible, desbordante, cubriéndome toda la cara con su agradable tibieza.
Ante tan precipitado torrente seminal, cierro los ojos, y los mantengo así, apretados, durante un rato, pero cuando quiero abrirlos, no puedo, ya que tengo las pestañas pegoteadas, como si me hubiera derramado engrudo.
-¡Creo que voy a tener que darme una ducha...!- le digo riéndome, sintiendo como los grumos de semen gotean sobre mis pechos.
También me salpicó el vestido, pero después del plantón de mi marido, y aunque lo haya comprado especialmente para la ocasión, no me importaba mancharlo con la leche de otro hombre.
-Te dije que hace como un mes que no la pongo- me recuerda, mientras me ayuda a levantarme y me conduce al baño.
Allí, mientras él se mantiene a un costado, me saco la ropa, abro la ducha y me meto a la bañera.
Cuando me enjuago la cara y puedo abrir los ojos, veo que se la está meneando de nuevo.
-Vení...- le digo - Haceme compañía...-
Ya está desnudo, así que se mete directo. Nos abrazamos y nos besamos bajo el agua de la ducha. Así, como debería estar con mi marido luego de hacer el amor en un telo de lujo, estaba con un extraño llamado Walter, de profesión taxista, en un primer piso por escalera del Bajo Flores.
Mi noche no estaba saliendo como la había planeado, sino mucho, muchísimo mejor.
Salimos de la ducha, nos secamos y volvemos a la sala, en dónde sirve otra ronda de vodka.
-¿Cogemos acá?- le pregunto, tras vaciar mi vaso.
-Mejor en el cuarto, vamos a estar más cómodos- agarra la botella y hacia allá vamos, desnudos, calientes, dos bombas de tiempo sincronizadas para explotar al mismo tiempo.
Típico de hombre soltero o recién separado, la cama está sin hacer y la ropa tirada por todos lados.
Nos abrazamos y nos besamos, cayendo enredados sobre las sábanas. Desde mis labios resbala hasta mi entrepierna. Primero me besa la parte interna de los muslos, para luego centrar toda su atención en mi sexo, al cuál le dedica unas largas y entusiastas lamidas.
-¡Estás riquísima...!- exclama, asomándose por entre mis piernas, la cara impregnada en mis jugos íntimos.
Le respondo con un suspiro, amasándome las tetas, entregándome a esa boca que pretende devorar todo lo que tiene enfrente.
Tras dejarme la concha hecha una sopa, se la chupo de nuevo, continuando el trámite que había iniciado en la sala. La tiene más dura y armada que antes, o por lo menos así me lo parece.
Me echo de espalda y me abro de piernas, la concha abierta, húmeda y enrojecida de excitación. Se pone encima mío y me besa larga, efusivamente, mientras me la pone entre los gajos. No me la mete, solo espera mi reacción.
-¿No te vas a poner forro?- le pregunto, sintiendo como puntea esa parte de mi cuerpo que, en momentos así, se vuelve puro fuego.
-Quiero cogerte así, a pelo...-
Cómo decirle que no cuándo ya la tiene ahí, a las puertas de mi sexo, hinchada, entumecida, goteando de placer. No debería hacerlo, ya que no es recomendable tener sexo sin protección con un desconocido, pero entre el despecho y la calentura, creo que me enceguecí, y cuándo quise reaccionar, ya estaba empujando mis caderas hacia arriba, y ensartándomela yo misma, "a pelo", tal cuál su vívido reclamo.
Exhalo un largo suspiro cuando lo siento resbalar adentro, yéndose a guardar en lo más profundo.
Vuelve a besarme, con toda la boca, su lengua enredándose con la mía, garchándome con un ritmo certero, contundente, arrebatado.
Me cobijo bajo su cuerpo, mucho más grande y pesado que el mío, disfrutando cada clavada con exultantes suspiros de placer.
Sus huevos, calientes y a rebosar, chocan contra mi entrepierna, provocando ese excitante PLAP PLAP PLAP, que se mezcla armoniosamente con nuestros jadeos. Encima, la cama rechina debajo nuestro, agregándole un morbo extra al momento.
Cuando me pongo en cuatro, me agarra de las caderas y me embiste con todo, flagelándome con esa virilidad que parece estar en llamas.
Me coge sin pausa, impactándome con un vigor electrizante, haciendo que mi concha se derrita del gusto.
Le pido que me avise cuándo esté por acabar, no porque no quiera que me acabe adentro, sino porque se me antoja otra cosa.
No me responde, pero me sigue dando, bombeándome a full, sacudiendo hasta la última vértebra de mi cuerpo con cada embestida.
-¡La puta madre, acabo... acabo de nuevo...!- me anuncia entre sacudones más que evidentes.
Me doy la vuelta, y antes de que empiece a salpicar, se la agarro y me la meto en la boca. Apenas alcanzo a cerrar los labios en torno a tan pegajoso volumen, que recibo el primer lechazo en el paladar.
Me lo trago junto con todo lo demás, relamiéndome del gusto, sintiendo como ese efusivo borboteo se derrama como una cascada por mi garganta.
Aunque ya soltó todo lo que tenía en los huevos, se la sigo chupando, con avidez, disfrutando ese sabor (a pija y a semen, mezclado con mi propio sexo) que debe figurar entre los más deliciosos del mundo.
Pese a la cuantiosa descarga, todavía la tiene dura, con esa firmeza que resulta todo un privilegio luego de una acabada semejante. A muchos se les desinfla enseguida tras el primer polvo, pero el taxista seguía como si recién estuviera empezando. Obvio que eso me puso a mil, así que ahí mismo, me le trepé encima, y sentándome sobre sus piernas, me la volví a meter.
Con él arrodillado y yo de cuclillas, nos abrazamos y nos empezamos a balancear al unísono, disfrutando de esa sensación sin igual que te proporciona el estar tan íntimamente unidos.
Busco su boca y lo beso, chupando su lengua, mordiendo sus labios, sintiendo un repiqueteo en mi interior, ese fragor que te sujeta y no te suelta sino hasta el estallido final.
-¿Te acabo adentro?- más que una pregunta es un deseo de su parte.
-En la concha no...- le digo en un susurro, sin dejar de deslizarme arriba y abajo a lo largo de su pijazo.
Me bajo de encima suyo y poniéndome de nuevo en cuatro, me abro las nalgas y le digo:
-Podés acabarme en el culo, si querés...-
Los ojos se le abren como a un dibujo animado al ver delante suyo el orificio negro y palpitante. No me lo lubrica, me la pone directo, así, empapada en el flujo de mi concha. Cuando empieza a resbalar hacia dentro, cierro los ojos y apoyando la cara en el colchón, recibo entre plácidos quejidos todo ese delicioso entubamiento.
El sexo anal constituye el acto de entrega más íntimo y completo que una mujer puede hacerle a un hombre. Y más aún a un desconocido, que un completo extraño te la meta por el culo es prueba más que suficiente de lo puta que podemos llegar a ser.
Ahí, con el culo atravesado por la verga del tachero, me retuerzo de placer, de gozo, de una satisfacción cruda y violenta.
-¡Bestia... sos una bestia...!- le grito una y otra vez, empujando el culo contra su cuerpo, para que me siga perforando, para que me la entierre hasta que ya no entre más nada.
Me agarra fuerte de las caderas, clavándome casi los dedos en el hueso, y me empieza a culear en forma bruta y arrebatada, haciéndome retumbar las nalgas a puro pijazo, uno más fuerte y vibrante que el otro.
Eso es lo que me gusta, lo que me excita, lo que me motiva... Cuándo aflora esa hombría primigenia, la virilidad en su máximo esplendor.
PLAP PLAP PLAP... PLAP PLAP PLAP...
El estallido de la carne contra la carne.
PLAP PLAP PLAP... PLAP PLAP PLAP...
Los cuerpos rebotando el uno contra el otro.
El tachero suelta una profusa exhalación, y quedándose adentro, me desborda el culo de leche. No puedo ser menos, así que con los dedos me arranco yo misma otro orgasmo.
Los dos acabamos entre gritos y exclamaciones, lo lamento por los vecinos, pero ésta vez no eran los gatos los que no los dejaban dormir, sino el quilombo que estábamos haciendo.
-¡Dios...! Creo que me desgarraste la chota...- me dice, mirándosela y riéndose.
No la tiene desgarrada, pero sí toda enrojecida de tanto garche.
-¿Y vos bruto? Tenías que acabarme adentro un poquito, no todo, ahora no sé hasta cuándo voy a estar cagando leche...- le digo también riéndome.
-¡Mirá...!- le digo, y tras unas cuantas contracciones de los músculos anales, el semen me sale a chorros del culo.
-¡Jajaja...! ¿Ibas a festejar así con tu marido?- se ríe, palmeándome fuerte la cola.
Seguro que no, pienso, mi marido es mucho más serio, formal... aburrido, jamás se permitiría tomarse a broma el hecho de que me salga leche del culo.
-Ahora me dió hambre- le digo, recostándome a su lado.
Pedimos pizza y cervezas. Comemos en la cama, desnudos, bromeando, riéndonos de todo. No le digo que me especializo en seguros de taxi, aunque me entero que está asegurado en nuestra Compañía.
También me contó porqué la mujer lo echó de la casa, fue porque le fue infiel con su cuñada... Sí... Con la misma hermana de su mujer, que tiene como diez años menos.
-Te lo tenés merecido...- le digo, solidarizándome con su esposa, aunque no la conozca -Habiendo tantas mujeres, vas y te encamás justo con la hermana-
-Soy un boludo...- acepta -Lo que pasa es que es idéntica a mi esposa cuando tenía su edad y nos pusimos de novios-
-No creo que eso lo justifique-
-¿Que voy a hacer? La carne es débil- repone tocándome una teta.
Y como si mi cuerpo quisiera darle la razón, al sentir su tacto, el pezón se me hincha y endurece.
-¿Ves? En eso estamos de acuerdo...- repone.
A modo de respuesta, aparto las cajas de pizza, y separo las piernas, para que su mano recorra el trayecto hacia mi sexo, de nuevo húmedo y caliente.
Introduce uno, dos, hasta tres dedos, moviéndolos adentro, sacando y esparciendo sobre mi vientre un líquido pegajoso, como mielcita.
Primero me chupa a mí, y luego yo a él, poniéndosela de nuevo en su prime. Ya había acabado tres veces, las tres en forma cuantiosa, pero aún así todavía tenía los huevos hinchados. Se ve que era cierto eso de que estuvo más de un mes sin ponerla.
Se acomoda encima mío y me penetra, ésta vez con dulzura, hasta diría que con cariño, nada que ver con el ímpetu mostrado anteriormente.
Cuando ya está todo adentro, no se empieza a mover enseguida, sino que me la deja ahí guardada, bien abrigada y contenida, y se queda mirándome. En sus ojos alcanzo a percibir un brillo especial, no digo de amor, pero sí de algo emotivo, espiritual.
Me envuelvo a su cuerpo con brazos y piernas, y lo beso con intensidad, las bocas abiertas, las lenguas chocando, las salivas mezclándose.
-¡Que rico me cogés... mmmhhhh... no dejo de mojarme!- le digo entre jadeos cuando me empieza a bombear en forma lenta aunque efectiva.
En ese momento de la noche, mareados por la cerveza y el vodka, hacemos el amor, no solo nos penetramos, también nos besamos, acariciamos, sintiéndonos de todas las formas posibles.
Me gusta como apoya la cara entre el hueco que forma mi cuello y el hombro, y me huele, aspirando tan profundamente que pareciera querer guardarse para siempre mi aroma en los pulmones.
Ése, el último de la noche, fue un polvo hermoso, divino, una explosión hormonal que me (nos) dejó en trance hasta un buen rato después de haber acabado.
Luego nos quedamos dormidos, abrazados, desnudos, con él haciéndome cucharita.
Cuando me desperté, lo primero que hice fue prender el celular. Tenía un montón de mensajes y llamadas perdidas de mi marido. No les di mayor importancia.
La mejor venganza era estar leyendo sus disculpas en la cama de otro hombre.
Con Walter desayunamos y volvimos a coger en la cocina, un rapidito, ya que toda la energía la dejamos en la cama la noche anterior.
Nos duchamos y luego me acercó a casa en su taxi. Mi marido ya se había ido a trabajar, así que me cambié y fui a la oficina.
Estuve varios días sin hablarle, y no porqué todavía estuviera enojada por dejarme plantada, sino porqué no quería darle explicaciones de adónde había estado esa noche.
Ése fue mi festejo... Mi propio San Valentín...
20 comentarios - Mi san Valentín...
tengo tarea por delante y leer los ultimos relatos , besos Misko
Como estaba esperando este capítulo. Cada dia estas mas fuerte y coges mejor jajaja.
Como siempre +10, y la verdad, se lo perdió tu marido, mira que conozco gente distraída u olvidadiza, pero a ese nivel intergaláctico me parece demasiado.
Que andes de 10!